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Un patrimonio muy visible // Guillermo Zenizo Lindsey
AHORA QUE el incendio en la Catedral de Notre-Dame en París conmocionó al mundo y sumó a muchas voluntades económicas para su restauración, conviene aprovechar para reflexionar sobre la importancia de preservar los símbolos arquitectónicos que como este identifican a una ciudad o región. Con la difusión masiva de imágenes a la que tenemos acceso hoy en día, parece fácil distinguir a un ícono de esta magnitud y su ausencia en el panorama. De allí que el problema inicial radique en visibilizar o apreciar aquello que conviene preservar, aunque no todo puede mantener la misma atención.
De acuerdo con la BBC 1 , Notre-Dame se salvó de ser demolida por los daños recibidos durante la Revolución Francesa, en un ambiente de desprestigio por el que pasaba lo gótico frente a nuevos estilos arquitectónicos, gracias a la publicación de la novela Nuestra Señora de París, de Víctor Hugo, en 1831, en la que este inmueble fue el centro. Entrevistada por el sitio británico de noticias, la profesora emérita de la Universidad de Princeton y experta en literatura francesa Suzanne Nash, señaló que el libro tuvo un impacto dramático en la actitud del público francés hacia el patrimonio, de tal manera que el rey francés Luis Felipe I ordenó en 1844 restaurar el monumento. Las generosas contribuciones y muestras de apoyo anunciadas para esta nueva restauración han sido consideradas por la directora de la UNESCO y exministra de Cultura de Francia, Audrey Azoulay, como recordatorio de “la fuerza del patrimonio que nos une”.
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Lamentablemente este es un caso excepcional, porque, al menos en Nuevo León, la defensa del patrimonio tiende a diferenciar entre quienes abogan por él y quienes lo consideran un estorbo para el “progreso” o el crecimiento económico, además de quienes se mantienen indiferentes. Una cosa es esperar a que la ciudad se mantenga sin variaciones, y otra es destruir indiscriminadamente cualquier construcción por considerarla vieja, anticuada o sin beneficio. Monterrey, en particular, cuenta con una riqueza arquitectónica que ha sido poco valorada por no asemejarse a las ciudades virreinales que admiramos o porque siendo mayormente del siglo XX no cuenta con la suficiente protección de las autoridades.
En ese sentido se ha estado perdiendo su memoria e identidad, por ignorancia o indiferencia, porque aquellas construcciones no eran “tan relevantes”, no había dinero para su restauración, o bien porque el dueño puede hacer lo que quiera con su propiedad. La desaparición de casas o edificios que se han hecho “visibles” han movido a algunos habitantes a posicionarse contra su destrucción y a exigir a las autoridades que actúen. Eso ha sido posible gracias a una mayor toma de conciencia de aquello que, aunque no seamos sus propietarios legales, “nos pertenece” como habitantes del estado, que es la parte de la definición formal de patrimonio: aquello que nos da identidad local.
Si con el arquitectónico, que es el tipo de patrimonio tangible más evidente, puede ocurrir fácilmente su destrucción, ¿qué no podemos esperar de otros tipos de patrimonio que pueden pasar como desapercibidos? Ese es el gran reto de cada pueblo, preservar su memoria y proteger las riquezas que va acumulando con el paso del tiempo. Por eso es motivante que un esfuerzo netamente ciudadano y respaldado por diversas instituciones públicas y privadas, como es el Día del Patrimonio de Nuevo León, celebrado cada segundo domingo de marzo, aumente anualmente su audiencia desde que tuvo su primera edición en 2014.
En su más reciente conmemoración, la de 2019, que fue la sexta consecutiva, se registró la participación de más de 70, 500 personas, un crecimiento del 8 % respecto al año anterior (64,107 participantes), que disfrutaron alguna de las más de 160 actividades en 130 espacios. Otro dato relevante fue el aumento en cobertura de municipios, que llegó a 40, de 51 que hay en el estado, así como de organizaciones y ayuntamientos participantes, que ahora fueron 84. Estos números, si bien pueden parecer pocos frente a otras actividades, son alentadores para una fecha, que si bien el Congreso del Estado en su momento la declaró como parte del calendario cívico del Estado, es sostenida por voluntarios y entusiastas del patrimonio regional, más allá de la participación formal de asociaciones, colectivos, fundaciones, museos, universidades e instituciones gubernamentales. Este crecimiento constante va dando muestra de la institucionalización de ese colectivo ciudadano-institucional que puede ser ejemplo para que otros estados del país formen su propia celebración identitaria, como ya ocurre en algunas naciones, como Chile, Francia o Uruguay, de donde se adoptó esa idea.
Además, se sorteó efectivamente el primer relevo en la coordinación general del Día del Patrimonio de Nuevo León, pues su fundador, Daniel Sanabria Barrios, tuvo que mudarse de ciudad, y en su lugar fue elegido Sergio Rodríguez González, con gran trayectoria en el ámbito cultural local y la preservación de archivos municipales, y como coordinadora adjunta Rosana Covarrubias Mijares, autora de varias documentaciones de la arquitectura local. Este conjunto de esfuerzos, que se traducen en variedad de actividades sobre los diversos tipos de patrimonio con los que cuenta Nuevo León cada segundo domingo de marzo, permitirán que cada vez más la población neolonesa valore y visibilice aquello con lo que cuenta y que vale la pena preservar, aunque no sea un edificio tan famoso.
Notas
“Incendio en Notre-Dame: cómo Víctor Hugo, autor de Nuestra Señora de París, salvó a la catedral de desaparecer en el siglo XIX”, BBCMundo, https://www.bbc. com/mundo/noticias-47954220.