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Mateo a. Sáenz Treviño "Maestro de las Juventudes Preparatorianas" // Francisco Villarreal González
LUNES 30 de octubre de 1967. Estoy en el edificio de la Gran Logia del Estado de Nuevo León, donde se rinde un homenaje al doctor Mateo A. Sáenz Treviño, quien había fallecido el día anterior. El homenaje se le hacía por haber alcanzado el grado 32, o el 33, de la masonería (no lo recuerdo con exactitud, pero para los legos eso no hace diferencia). Yo acompañaba al hijo mayor del difunto, el doctor Mateo A. Sáenz Garza, a quien en algún momento capté taciturno, preocupado. Le pregunté el porqué de ello y me dijo que tenía diferencias con su hermano menor acerca de dos aspectos de la ceremonia funeraria que en el Panteón del Roble, donde serían sepultados los restos de su padre, se llevaría a cabo.
El primero era sobre la persona que fungiría como maestro(a) de ceremonias, ya que cada quien quería imponer a alguien de su entorno político y no encontraban una persona neutral para ello. Le sugerí la posibilidad de que fuera la Profra. Lídice Ramos, quien por esos tiempos estaba estudiando la licenciatura en economía; Mateo fue a ver a Mario y éste aceptó esa posibilidad. Mateo me solicitó que localizara a Lídice y me trasladé a la Facultad de Economía. Encontré a Lídice y ella aceptó alcanzarnos en el edificio de la Gran Logia cuando acabara con el examen que en esos momentos estaba por presentar. Primer asunto resuelto, ya que un rato más tarde Lídice llegó y tras conversar brevemente con Mateo aceptó ser la maestra de ceremonias en el acto funerario, el cual se convertiría en un mitin político. El segundo asunto era el orden de los oradores; Mateo y Mario querían que el orador propuesto por cada uno de ellos fuera el último, es decir, quien cerraría el acto. Mario designó como su orador a César Yáñez, quien luego sería el líder de la fuerza guerrillera que ambos conformaron junto con otras personas. Mateo, por su parte, tenía como su mejor carta a Manuel Flores. No hubo forma de que llegaran a un consenso y finalmente tomaron el acuerdo de resolver ese asunto en un volado. Ganó Mario y Mateo respetó el resultado azaroso. Pero Mateo no podía dejar así las cosas, por lo que habló con Manuel y le solicitó que en su discurso cubriera una serie de aspectos de la vida personal, profesional, social y política del recién desaparecido, de tal manera que a César no le quedara nada que agregar. Manuel cumplió a cabalidad la encomienda de Mateo.
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Un asunto de otra índole: Mateo “viejo” siempre había dicho que su biblioteca pasaría íntegra a manos de Mateo “chico”. Y mientras se realizaban los diversos homenajes al doctor Sáenz Treviño, Mateo hijo consiguió cajas y servicio de mudanza para que nadie fuera a desacatar la voluntad expresa de su padre. Desconozco las reacciones de la viuda, doña Elisa, de Mario y de su hermana, Elisa Irina, pero ya estaba hecha la voluntad del doctor Mateo. También hubo un homenaje al “Maestro de las Juventudes Preparatorianas” en el Aula Magna del edificio de Colegio Civil, de donde partió el cortejo fúnebre rumbo al cementerio. Cuando la carroza en que fueron transportados los restos del doctor Sáenz Treviño inició la marcha, un automóvil en cuyos costados estaban atadas banderas con el logotipo y el nombre del Partido Comunista Mexicano, se colocó inmediatamente atrás. Nadie pudo hacer nada para evitar la hazaña de un puñado de jóvenes comunistas, entre los cuales se encontraba Eduardo González Ramírez (Lalo), quien entonces era estudiante de Economía, y tras terminar la carrera tuvo comisiones de intercambio cultural en Alemania y en Chile a principios de los setentas.
Luego radicaría en Puebla y por su preparación, la claridad de su pensamiento, su facilidad de palabra y la fuerza de su argumentación, lo llevarían a representar al partido sucesor del Partido Comunista Mexicano (PCM), el Partido Socialista Unificado de México (PSUM), en la Comisión Federal Electoral, la cual presidía el Secretario de Gobernación. Posteriormente, ya bajo las siglas del Partido Mexicano Socialista, fue el jefe de campaña de Heberto Castillo para la presidencia de la república, última actividad política que realizó Eduardo González, ya que la enfermedad que segó su vida le impidió la continuación de lo que consideraba su obligada misión en la vida. Poco tiempo después de la muerte de Eduardo, el Ing. Heberto Castillo declinó su candidatura para apoyar la de Cuauhtémoc Cárdenas. Pero esto es otra historia.