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En tiempos del Homo raudus // Cris Villarreal

Carlo Petrini, fundador del movimiento internacional Slow Food.

YA ESTAMOS al final del verano e inexplicablemente campea la percepción de que era apenas ayer cuando estábamos abriendo los regalos de Navidad. La sensación de extrema celeridad con que los días transcurren es registrada cada vez más por un mayor número de personas. Pareciera que el tiempo se filtrara por un sinnúmero de rendijas inasibles y nos dejara con cara de acertijos, aturdidos, intentando descifrar cómo es que otra vez es viernes cuando pareciera que apenas ayer era lunes.

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Ante el clima de incesantes presiones que desata la prisa con que diariamente nos movilizamos ha surgido un movimiento antropológico que tiene como derrotero parar esta versión vertiginosa de la vida y tomar conciencia de la necesidad de retomar la lentitud de antaño, cuando el ser humano tenía tiempo para comer tres veces al día en su casa, convivir con la familia y con los amigos y sobre todo creaba espacios cotidianos para disfrutar la vida, para lejos del mundanal ruido lograr encontrar momentos para estar consigo mismo.

El Movimiento Slow (Despacio), originalmente surgió en 1986 como una reacción cultural ante el avasallamiento de los establecimientos de “comida rápida” que estaban invadiendo el mundo. En un desesperado intento de parar esta embestida del capital estadounidense, Carlo Petrini inició una protesta contra la inauguración de un restaurante McDonalds en la plaza de España en Roma 1 . Ese acto de denuncia contra los promotores de la venta de alimentos en serie fue el detonador que creó la primera variable del extenso Slow Movement, cuyo objetivo es abogar por una toma de conciencia que frene el desquiciado aceleramiento del ritmo actual de vida.

A partir de entonces el Movimiento Despacio ha generado diversas vertientes de análisis de las distintas actividades sociales. La ofensiva del aceleramiento perpetuo se percibe en todos los planos cotidianos. En esa obtusa dimensión de la eterna rapidez, cuyo ritmo de exigencias excesivas drena la energía del organismo mejor atendido, se instala por consecuencia un agotamiento mental. Cansancio crónico que se refleja, por ejemplo, en las relaciones de pareja: en los actuales tiempos veloces ya no hay tiempo para el amor. En el cortejo romántico la antigua fase de la espera, del misterio que alimentaba la atracción entre dos seres que se intuían como un destino, ha desaparecido. En estos tiempos violentos, como en el caso de los secuestros relámpago, también está el amor exprés.

Tampoco hay tiempo para la compasión, cuando los ritos funerarios se manejan como una transacción comercial en negocios que mimetizan a los de comida rápida. En nuestra era vertiginosa el procesamiento de los restos de un ser querido apenas da oportunidad para asimilar su pérdida.

En cuanto se hace la entrega del cuerpo de la persona fallecida a la funeraria, los familiares se ven obligados a negociar los excesivos costos de sus exequias rituales. En muchas ocasiones para ahorrar en el inesperado estipendio se omite el velorio de cuerpo presente y al día siguiente los deudos salen de la funeraria con un frasco en las manos en donde están depositadas las cenizas de lo que fue su ser querido cuando no se puede costear una urna. También, en muchos casos la ceremonia de despedida en un panteón ha desaparecido por los costos estratosféricos de los terrenos en los cementerios. Se acabó el tiempo en que los familiares y amigos despedían al ser querido velando sus restos, acompañándolo hasta su última morada. Con este rápido desenlace también se ahorra el tiempo que implicaría tener que ir a visitar una tumba que por falta de tiempo probablemente quedaría abandonada después del entierro. En los Estados Unidos hay funerarias drive thru que, para ahorrar tiempo a los allegados del difunto, reciben sus condolencias en ventanillas como las que tienen los establecimientos de comida rápida. Con estampar en un diario su firma junto a unas palabras expresando el pésame se cumple con el compromiso.

Slow Movement

aboga por una toma de conciencia que frene el desquiciado aceleramiento del ritmo actual de vida.

En el caso de las expectativas de abnegación que la cultura patriarcal ha impuesto a las mujeres, sus perspectivas de utilización del tiempo productivo son devastadoras. Una segunda naturaleza de agobio y apremio va aparejada con su doble jornada de trabajo, una al interior del hogar y la otra de la vida laboral fuera del mismo. Las 24 horas son insuficientes para cumplir con todas las demandas de trabajo que tienen que cumplir. Entre los implacables imperativos del trabajo doméstico que llevan aparejados una dispersa y constante variedad de tareas están: afanadora de limpieza, proveedora de la despensa, cocinera, lavandera, consejera, chofer, enfermera, tutora, jardinera, organizadora de eventos de entretenimiento, más geisha nocturna, entre otras muchas. Las incontables demandas cotidianas de su tiempo en que se ve inmersa conllevan la estresante sensación de tener que sacar todo adelante con prisa, de otra forma no hay comida en la mesa ni mudas de ropa limpia para la familia.

La insensata industria de la rapidez ha hecho estragos incluso en la centenaria gastronomía mexicana que se ha visto adulterada por los parámetros de los alimentos rápidos. En muchas cocinas mexicanas las tradicionales sopas de arroz o de fideos, los caldos de pollo o de res, se han visto suplantados por los paquetes orientales de pasta instantánea, las cajas de pastas de coditos con queso en polvo o las latas de sopas y caldos de diversas marcas. En los tiempos ajetreados que corren, en donde el lema que impera es el de Time is Money, invertir tiempo en cocinar y en sostener diariamente reuniones familiares para ingerir los alimentos es considerado una aberración. La embestida cultural de la comida rápida ha penetrado la dieta nacional, de ahí que el pollo frito, la pizza o la hamburguesa para llevar estén presentes en todos los hogares mexicanos.

La optimización a ultranza del tiempo tiene una íntima relación con la idea de la productividad. Una persona que no es esclava del reloj y que no obtiene ganancias con el empleo eficiente de su tiempo es percibida en la cultura de la explotación del tiempo veloz como un ser degradado. De ahí el absoluto desprecio que despiertan las personas mayores en el periscopio cultural de muchos miembros de las nuevas generaciones. Las personas de la tercera edad que carecen de un fondo de retiro digno suelen ser contempladas bajo una óptica denigrante.

Enfrentar el ritmo frenético del sinnúmero de actividades que nos vemos compelidos a realizar y optar por un estilo de vida sereno, al margen de la feria de vanidades que se han vuelto las redes sociales, es una meta difícil de alcanzar. En la frecuencia somática de la prisa hay una extrema inercia mental que ha contaminado todas las actividades rutinarias del hombre contemporáneo. Es muy común pasarse horas estériles frente al televisor o la pantalla de la laptop para luego declarar que no se encuentra tiempo para nada.

En la matrix de la prisa perpetua muchas personas irrumpen, sin el menor respeto por el tiempo de los demás, en filas que otros conciudadanos llevan horas haciendo; se estacionan en lugares destinados a los discapacitados y van por el mundo tratando de hacer la mayor cantidad de cosas en el menor tiempo posible. El estado de apresuramiento crónico en que se debate nuestra sociedad la tiene a punto de desbielarse. El apuro constante de los individuos produce un sobrecalentamiento mental que inhibe el tiempo para disfrutar la vida. Lo más grave es que los parámetros del tiempo considerado productivo conducen a calibrar que el espacio dedicado a la familia, particularmente a los niños, es una absoluta pérdida de energía, una inversión no lucrativa en la que no vale la pena apostar.

La ingesta de los alimentos se hace leyendo el periódico o con la tableta o la laptop a un lado. El tener que lidiar con una conexión lenta a Internet es suficiente para neurotizar al ser más tranquilo. La pérdida de tiempo al tratar de arreglar algún problema con una empresa y ser atendidos por un número infinito de mensajes pregrabados resulta desquiciante para un ser celoso y obsesivo del empleo de su tiempo. Las plantas que suelen oxigenar el interior de una casa se secan porque no hay tiempo de regarlas. Se tira ropa a la basura porque se descosió un doblez o se le cayó un botón a una camisa y no hay tiempo de coserlo.

La adicción al aceleramiento del tiempo nos mantiene en una carrera irracional que conduce al borde de un precipicio antropológico. Una contraofensiva cultural ante este constante trajín en que se ven disueltos nuestros días sería reinventar algunos rituales de la pre era tecnológica. Integrar en nuestras rutinas salidas al campo para oxigenar nuestra mente y así oponer a las ondas wifi el sonido de la corriente de un río. También, ante el control ideológico del sistema que privilegia el aturdimiento y al que inadvertidamente hemos sido sometidos, podríamos asignar algunas horas de la semana para escuchar nuestra música favorita o leer a los autores preferidos.

El Movimiento Slow es subversivo porque en esta tiránica sociedad de consumo enfrenta esa corriente de pensamiento que vende el paradigma de que ir rápido es mejor. Aunque pueda sonar contradictorio, esta corriente de pensamiento nos convoca a hacer menos para ser más. La consigna de ir despacio nos señala que la vertiginosa carrera en que andamos enrolados no representa ninguna mejora a la condición humana. El antídoto a los estragos que el manejo del tiempo vertiginoso opera en el hombre contemporáneo es recuperar la lentitud. Reconquistar el tiempo libre, la ilusión de vivir, para así reinstalarnos en la dimensión humana.

Notas

Honoré, Carl. Elogio de la Lentitud. 2004. Spanish Edition. Kindle Edition.

Índice de ilustración

Pág. 14 Julius Müller-Meiningen (Septiembre 2015) Fotografía tomada de: Julius Müller-Meiningen

Pág. 15 Freepick (2019) Fotografía tomada de: https://www.freepik.es

Pág. 16 Freepick (2019) Fotografía tomada de: https://www.freepik.es

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