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¿Implicaciones trágicas del ethos regio? por Cris Villarreal Navarro

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Reseñas

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Cuando visitantes de otras latitudes llegan por primera vez a Monterrey, suelen comentar que les parece estar transitando en una ciudad norteamericana. El plan urbanístico, con sus múltiples pasos viales, la línea del horizonte poblada de edificios futurísticos, todo remonta a paisajes de ciudades del país vecino del norte. Mas hasta qué punto este paralelismo paisajístico es un fiel reflejo de la semejanza cultural de nuestra ciudad con las urbes de los Estados Unidos.

La cercanía geográfica de Monterrey con el país más poderoso del mundo puede ser un factor que incida en la trasmutación de valores tradicionales. Convivir por generaciones en un espacio bicultural altamente poroso puede incentivar la configuración de una personalidad sociocultural altamente condicionada por los valores culturales del país dominante.

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El inconsciente colectivo de Monterrey, particularmente entre los integrantes de la clase media alta y de la clase empresarial, está poblado por sentimientos de admiración y deseos de imitación hacia el vecino país del norte.

El reciente atentado en el Colegio Americano que sacudió a la opinión pública norestense dio paso a la necesidad de hacer un análisis sobre esos códigos culturales subyacentes que pueden determinar la alteración de un modelo de vida y provocar el enfrentamiento súbito a un fenómeno de violencia extrema completamente ajeno a nuestro entorno social.

La antropología cultural, disciplina que centra el estudio del ser humano en base a sus costumbres, hábitos cotidianos, creencias, tradiciones, normas de conducta y los valores morales que determinan su comportamiento como integrante de un grupo social determinado, puede proveernos de algunos instrumentos para abordar su análisis.

Si bien las costumbres y tradiciones están ligadas, en gran escala, a la formación familiar, a la transmisión de bienes culturales que se recibe en el hogar desde una temprana edad; las creencias, normas y valores que determinan el carácter social de un individuo se gestan en gran medida durante la adolescencia.

El acceso a la educación científica, la convivencia social y la exposición a los medios de comunicación masiva son factores que alteran los límites de la personalidad cultural que se obtiene en la primera fase del desarrollo humano y afectan la visión original del mundo.

Si ceñimos el análisis sociocultural a la historia reciente de nuestra región, encontramos que en los últimos diez años la sociedad ha estado expuesta a un sinnúmero de hechos traumatizantes, que no han llevado aparejados un desenlace de superación emocional de los mismos. Hechos de un salvajismo extremo que han quedado impunes, y que han repercutido en una compartida sensación de total desamparo entre los miembros de la sociedad norestense.

Se ha instalado una impresión generalizada en que la desconfianza, el descontrol, la impunidad y la barbarie han suplantado al estatus civilizatorio que caracteriza a una sociedad regida y organizada en virtud de instituciones honestas y saludables.

Analizando los factores detonantes del atentado, un interrogante que se plantea es dilucidar hasta qué punto un espacio social con estas características anárquicas puede influenciar el carácter de un joven de 15 años para motivarlo a tomar una iniciativa de tal envergadura. Un adolescente que, en la lucha entre los valores tradicionales recibidos en el hogar y el efecto de la violencia promovida por los medios masivos, decidió instrumentar por su cuenta una variante particular del mismo modelo de violencia generalizada en el que creció expuesto, mimetizando los cientos de atentados con armas de fuego en centros escolares que diariamente se presentan en los Estados Unidos.

Otro cuestionamiento conduce a considerar en qué medida las coordenadas obscenas de la violencia extrema que se disemina abiertamente en todos los juegos y películas, en su mayor parte confeccionadas en los Estados Unidos afectaron la mente del adolescente en cuestión hasta el extremo de acabar con su propia temprana vida.

José Clemente Orozco

Más allá de una plataforma analítica de la antropología cultural, una lectura psicoanalítica de los síntomas que revelarían algunos elementos del desorden mental del perpetrador en cuestión, nos conduce a considerar lo planteado por Rodrigo Cánovas basándose en las tesis de Serge Leclaire: “la lectura sintomal se interroga por la reglas y prohibiciones que definen una cultura. Es una lectura hecha para lidiar con las censuras impuestas al sujeto, una práctica del pensamiento que permite que lo reprimido retorne a su conciencia”. (1)

Abundando sobre la sintomatología del responsable del atentado, los siguientes factores pueden haber contribuido a su culminación:

El adolescente creció expuesto a un entorno en donde la violencia desatada se llegó a asumir como un modus vivendi. En su plano inconsciente percibe su medio ambiente como un seductor clima caótico, donde las autoridades coludidas con los transgresores de la ley fomentan la misma violencia generalizada. Nadie está a salvo.

En el seno familiar, los comentarios cotidianos sobre masacres brutales lo conllevan a aceptar como válido un horizonte donde la carencia del respeto a los derechos humanos es rampante y socialmente aceptado sin mayores cuestionamientos. Hay ley pero no es aplicada. El poder judicial está contaminado por la rutilante e impune corrupción. La comunidad en su conjunto, parientes, vecinos, compañeros, adoptan una actitud pasiva que se resume en la expresión: no hay nada que se pueda hacer.

En su necesidad emocional de superar su condición de alma perdida y salir de su coraza, tal vez el adolescente se vuelca en la adicción al Smartphone y a las redes sociales siniestras que divulgan mensajes apocalípticos de autodestrucción. Tal vez hasta los clásicos encuentros de los equipos de fútbol locales, otro falso estallido regiomontano de presunta unidad, lo entusiasmen persiguiendo su anhelada fantasía de sentirse parte de algo.

Estas manías interactivas impersonales le crean la ilusión de pertenecer a una causa, de formar parte de un grupo, una comunidad imaginaria, temporaria, virtual, que al mismo tiempo lo inhibe de desarrollar comunicaciones reales en donde, como le ha pasado al ser expulsado de varios colegios privados, corre el riesgo de ser rechazado. Tal vez asume que la experiencia de cultivar una espléndida, verdadera amistad le está vedada.

El adolescente, cuya intuición le dice que es un ser segregado, probablemente se siente identificado con la carga cultural, sin interés educativo de los contenidos de los videojuegos y adopta una aprobación delirante de la programación por cable de películas de acción y episodios de series oscuras. Producto del consumo de estos condicionantes mentales, su despiadada puesta en escena en su salón de clases responde a una fijación alienante de establecer un paralelismo con esa realidad virtual de la que se ha alimentado sistemáticamente.

Sumado a su neurastenia, el acceso a las armas en su propia casa constituyó un factor todavía más desequilibrante en las perspectivas de sacar adelante una iniciativa de tal naturaleza. En ese escenario plagado de simbologías sombrías y parámetros pervertidos en donde el atribulado adolescente nunca pudo encontrar una salida, valores como el honor, la justicia y la dignidad humana no tienen cabida. El simple sentido común, la esperanza de una vida mejor y hasta la misma fe en la humanidad son derroteros asumidos como inabordables.

Concebir como una solución a esta modalidad del terrorismo que se presentó en Monterrey, la reinstalación de la política de revisión de mochilas en las escuelas, equivale a pretender detener el impacto de una avalancha de nieve con una pequeña pala.

Al discurso hegemónico tóxico que fomenta por todos los medios a su alcance la personalidad individualista y el desinterés por las causas sociales, se le debe combatir fortaleciendo la educación humanística y el estudio de las ciencias sociales desde una temprana edad.

Continuar con esta unilateral orientación pragmática, tecnócrata, materialista y competitiva de la educación que privilegia el utilitarismo; el sacar ventaja de los demás, la insolidaridad y la intolerancia, traerá como resultado la construcción de seres humanoides robóticos desprovistos de una sensibilidad humana y permeados por un profundo desaliento cuyos bizarros derroteros en la vida son imprevisibles. Mario Monteforte Toledo, en su libro Literatura, ideología y lenguaje, señala que la ideología es una codificación de la realidad a través del discurso, hecha por intereses de clase, a fin de inculcar una conciencia falsa capaz de inducir a la aceptación de una posición subordinada dentro de las relaciones de producción.(2)

En la actual cultura de masas, como seres colectivos, todos somos sujetos ideologizados a través de los medios de comunicación, las agencias educativas y demás aparatos controladores de que dispone el sistema dominante. Procesos que privilegian una descontrolada penetración de prototipos de comportamiento que nos vemos obligados a observar.

Sujetos proclives a someterse en mayor grado a este adoctrinamiento inadvertido son quienes carecen de recursos culturales independientes para protegerse e inconformarse. Quienes entran en crisis al advertir el vacío de valores humanos en el sistema vigente tendrán episodios de comportamientos sociales interactivos impredecibles como el suscitado en el Colegio Americano del Noreste.

Restablecer y fortalecer las disciplinas académicas de civismo, historia, literatura, filosofía y educación artística, contribuirá al renacimiento de una sociedad que honestamente vele por la protección y el avance de todos los miembros de la arena social, sin excepciones, y no de unos cuantos encumbrados en posiciones de poder que dictan políticas dirigidas a aislar, enajenar y destruir a la ya de por sí subyugada humanidad. §

Notas

1. Cánovas, Rodrigo, Lihn, Zurita, Ictus, Radrigan. 1986. Literatura chilena y experiencia autoritaria. Primera edición. Santiago de Chile. FLACSO.

2. Montef orte Toledo, Mario (y varios). 1976. Literatura, Ideología y Lenguaje. Primera edición. México, D.F. Editorial Grijalbo.

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