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Biblioteca “José Alvarado” apuntes para su historia por J.G. Martínez
[Primera de tres partes]
I. Antecedentes lejanos
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Para escribir la historia de la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras estamos obligados a regresar en el tiempo para indagar sobre las primeras manifestaciones culturales habidas en el Nuevo Reino de León. Por este motivo, se requiere saber cuándo llegaron los primeros libros, las primeras bibliotecas, la creación de los primeros manuscritos y la publicación de los primeros libros, y con éstos, la aparición de los primeros lectores y de los primeros escritores.
Está documentado que el primer libro que llegó a nuestras tierras fue la Biblia, traída por el primer escritor, poeta y transcriptor que fue Luis Carvajal “el Mozo”, en los últimos años del siglo XVI. Otro escritor del mismo siglo es el capitán Gaspar Castaño de Sosa, autor de Memoria del descubrimiento que Gaspar Castaño hizo en el Nuevo México.
Las primeras bibliotecas personales fueron traídas por militares y canónigos franciscanos en el siglo XVII. Los libros de religión, historia y algunos clásicos latinos se pasaban de mano en mano para su lectura. Los primeros lectores fueron los cronistas del Nuevo Reino: Martín de Zavala, Juan Bautista Chapa, capitán Alonso de León, capitán Fernando Sánchez de Zamora y el sargento Vicente de Treviño. En ese siglo se llegaron a contar 40 libros entre los que destacan: Brevísima relación de la destrucción de las Indias de Bartolomé de las Casas, Historia general de las Indias de Francisco López de Gómara, Repertorio de los tiempos e Historia Natural de la Nueva España de Enrico Martínez; entre los clásicos latinos se anotan a Horacio, Virgilio, Ovidio, Cicerón, Boecio, Santo Tomás y San Agustín. También es en la primera mitad de este siglo, año 1626, cuando llega a Monterrey la primera biblioteca, propiedad del gobernador don Martín de Zavala; en la segunda mitad, 1685, Vicente de Treviño funda una escuela de primeras letras en Monterrey.
En el siglo XVIII el ingreso de libros y bibliotecas a Nuevo León se consolida, y en el año de 1716, fray Antonio Margil de Jesús crea la primera biblioteca en el Hospicio Apostólico de Nuestra Señora de Guadalupe en Real de Boca de Leones, hoy Villaldama. Los libros que la formaron tenían para su identificación la marca de fuego que podemos considerar como el primer sistema de protección para evitar la pérdida de libros. En 1725 se formó, con los acervos de Pedro Báez Treviño, la biblioteca del Colegio de San Francisco Javier, cuyos libros serían posteriormente remitidos al Colegio Jesuita de Parras, Coahuila.
Es oportuno destacar que en este siglo XVIII surgen los primeros impresores: Antonio Ladrón de Guevara y José Antonio Fernández de Jáuregui Urrutia, fray Antonio de Vera y Gálvez –primero en inocular contra la viruela– dejó escrito en los primeros manuscritos que se conocen su Método de curación y asistencia de virulentos; el doctor Andrés Ambrosio de Llanos y Valdés fundó la primera biblioteca pública en Monterrey y la primera librería en el noreste de México. Sobresale, por ser una mujer culta, María Josefa de Larralde, que poseía, entre otros, las Obras completas de Feijoo. Por otra parte, en las postrimerías de este mismo siglo se organizan las primeras tertulias literarias en donde se comentaban los libros de Feijoo, Maquiavelo, Lutero, Arrio y otros, libros que no eran del agrado del Santo Oficio.
En el siglo XIX serán los obispos y los gobernadores los encargados de enriquecer los acervos bibliográficos de bibliotecas confesionales y bibliotecas públicas. En el siglo anterior fueron los obispos, como es el caso de fray Antonio de Jesús Sacedón cuya biblioteca superaba los 500 volúmenes. Tanto los obispos como los gobernantes manifestaban en ocasiones gustos bastante específicos, tal es el caso del coronel Juan de Ugalde, lector de textos de historia y de literatura, y de fray Cristóbal Bellido y Fajardo, amante de leer libros de astronomía y cartografía.
En Nuevo León –después de conseguir Méxi- co su independencia– serán también los obispos y algunos gobernantes los encargados de traer sus bibliotecas a nuestro Estado. Son dignos de mención los siguientes: — Dr. Primo Feliciano Marín de Porras, cuarto obispo, cuya biblioteca pasó al Semina- rio de Monterrey. — Dr. Ignacio de Arzacibia y Hormaegui, quinto obispo, quien trajo consigo 15 cajones re- pletos de libros. — Biblioteca de fray Servando Teresa de Mier –símbolo emancipador de América–; mu- chos de sus libros estaban prohibidos por el San- to Oficio, como es el caso del Tratado de delitos y penas, en francés, y Reflexiones filosóficas sobre americanos, en inglés, y otros más. — J osé María Parás, primer gobernador constitucional de Nuevo León, hombre culto po- seedor de una importante biblioteca. — La del gobernador Garza y Evia, cuyo acervo sirvió de base para formar la biblioteca pública del Estado.
A todas estas manifestaciones culturales sur- gidas primero en el Nuevo Reino de León y des- pués en el Estado de Nuevo León, les llamamos antecedentes lejanos porque una gran parte de los libros que llegaron a nuestro terruño –de religión, historia, literatura, ciencias, etc.–, se encuentran, aunque en ediciones modernas, en la “Biblioteca José Alvarado”. Dos ejemplos co- rroboran esta afirmación: la crónica escrita por el capitán Alonso de León titulada Relación y discursos del descubrimiento, población y pacifica- ción de este Nuevo Reino de León, temperamento y calidad de la tierra, y las Memorias, de fray Ser- vando Teresa de Mier. §