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Las marchas de resistencia de las mujeres por Lídice Ramos

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Reseñas

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Impregnadas como estamos del vértigo del acontecer diario, pocas veces o casi nunca nos detenemos a reflexionar sobre acontecimientos que escuchamos, acerca de los cuales muchas personas opinan sólo por no quedarse calladas. Esta cualidad humana de pensar antes de hablar está cayendo en desuso. La mayoría de las personas nos dedicamos a vivir y dejar vivir sin cuestionarnos por qué se dan ciertas prácticas sociales, quiénes son los agentes propiciadores de dichas prácticas, por qué el objetivo de cambiar y bajo qué significación se plantean esos cambios.

Así, las informaciones y charlas sobre las marchas de mujeres de fines de enero del presente año, han obligado a detener el paso a algunas gentes como yo para ponernos a reflexionar sobre las posibilidades de transformación positiva que este acontecimiento puede traer consigo, dado el volumen de participación alcanzado, lo extenso de los países involucrados, los gorritos rosa mexicano “pussy hat” o las demandas de amor ante el lenguaje agresivo empleado contra las mujeres.

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La actual revolución científica y sus diferentes instrumentos de observación, como son las redes sociales, nos hacen reaccionar e intentar el esbozo de algunas ideas sobre el entramado político e institucional que se recrea en el “capitalismo líquido” –y sus nuevas formas de apropiación y distribución de la riqueza– con el fin de comprender por qué las marchas de resistencia de las mujeres están ahora impregnadas de diversas propuestas que deben inspirar e impulsar un movimiento planetario con un programa de acción mínimo y contundente.

Desde la concepción feminista del mundo y de la vida se detecta el orden patriarcal, al que de manera explícita se critica en sus aspectos opresivos y enajenantes que influyen en la organización social basada en la desigualdad, la injusticia y la jerarquización de las personas por razones de sexo-género. Desde esta concepción se visualiza también el extrañamiento y la resistencia de las mujeres al orden imperante en el mundo y a los contenidos que se desean asignar a sus vidas, exacerbados por la llegada de un nuevo presidente de los Estados Unidos y su embestida conservadora, todo lo cual les incomoda y alarma, pues se les obliga a explicar, otra vez, los beneficios que para una existencia digna tiene el incluir a las mujeres y transversalizar su perspectiva de la vida; se les obliga, también, a radicalizar su lucha para lograr que los cambios societales no sólo sean discursivos sino expresiones con verdaderas consecuencias positivas en la vida cotidiana de las mayorías.

Para profundizar en lo anterior les invito a leer acerca del “capitalismo líquido”, mejor conocido como globalización, concebido como un paradigma interpretativo que explica los cambios habidos en nuestra época, mismos que influyen en los distintos ámbitos de la vida en sociedad. En el terreno económico, por ejemplo, podemos destacar la expansión comercial que ha llevado a la deslocalización de las empresas multinacionales y a la desreglamentación financiera, por un lado; y por otro, a condiciones laborales duras y precarias, de flexibilidad extrema, salarios muy diferenciados, con una élite obrera donde las mujeres son confinadas a espacios de la economía real de ínfima categoría, sujetas a las tensiones surgidas entre la reproducción humana y la vida productiva.

En el campo cultural, la expansión de las tecnologías de la información y de la comunicación, conocidas como TIC, ha originado cambios en la cultura material de los pueblos, donde las mujeres han sido y son, las más de las veces, las encargadas de su conservación y propagación. Ahora existen las posibilidades de creación de industrias culturales, donde la cultura como mercancía conlleva la difusión de contenidos, símbolos, valores, estilos de vida y comportamientos sin fin, inventados o reales. Durante este proceso, la formación de mercados globales de bienes simbólicos se transforma en propiedad privada a costa del Estado y la sociedad que pierde derechos relacionados con el pluralismo informativo y la conservación duradera de la identidad nacional. Como se sabe, la industria cultural no sedimenta tradiciones, vende y es efímera, porque sus productos, servidos al momento, son de consumo inmediato. Así, el consumo de marcas se vuelve la principal forma de autoafirmación y fuente de la identidad individual, aunque genere, en otro aspecto, vacíos existenciales entre las mujeres y los hombres jóvenes.

Desde otro ángulo, la expansión comercial y las nuevas formas de producción adoptadas allende las fronteras del norte –llámense Estados Unidos, Europa o Japón– durante la segunda mitad del siglo XX, trajeron consecuencias inmediatas y no previsibles en el medio ambiente. En este ámbito, los asuntos del calentamiento global, la desertificación, la contaminación de las aguas de los ríos y mares, el incremento en el consumo de energías y las nuevas enfermedades producidas por la sobreexplotación de los recursos naturales, nos mantienen en alerta constante, pues no se vislumbran grandes soluciones que beneficien a las comunidades locales.

El desarrollo centrado en la reproducción humana que persigue el feminismo, exige conciliar las exigencias de la expansión económica con la igualdad ciudadana y el mantenimiento de los recursos naturales y culturales; de ahí el empeño de las marchas contemporáneas de las mujeres como colegas de otros grupos humanos y sus propias demandas.

La consigna que Angela Davis, activista negra norteamericana, expresara así: “¡Aquellos que todavía defienden la supremacía masculina blanca hetereopatriarcal, tengan cuidado!”, resulta contundente en el ámbito político al reconocer que las personas somos agentes colectivos e individuales de la historia y fuerzas poderosas del cambio con justicia social. Mas aquí hay que preguntarnos: ¿con qué instituciones?, ¿cómo, bajo la malla de nuevas relaciones locales y globales? Porque el orden planetario surgido después de la Segunda Guerra Mundial vinculado a las Naciones Unidas, que daba poder de decisión a los estados nacionales, a sus firmas, tratados y pactos, aun con la creación de instituciones internacionales, ha perdido peso político. A partir de los años ochenta las figuras supraestatales han ganado terreno, y las compañías globales y sus reuniones son las que marcan la pauta en la Organización Mundial del Comercio (OMC), el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial (BM), reduciendo el poder, en general, de los estados nacionales, sin dejar pasar la menor oportunidad.

La política feminista se abandera, en este siglo XXI, con la idea de la igualdad sustantiva que discute los postulados androcéntricos de la democracia y su aplicación. Sin embargo, no es ingenua y se cuestiona: ¿cómo reconstruir el Estado como principal institución política si ha sido afectado por la globalización?; ¿cómo reconvertirle si sigue siendo la principal forma de poder político, de gobierno y de administración de los bienes públicos? ;¿cómo, dentro del Estado, se puede incorporar la concepción feminista de las políticas públicas? Y quizás lo más complejo de dilucidar y de reconocer es si vamos a seguir perteneciendo al orden social, político, económico y cultural de lo que se conoce como modernidad, la cual a América Latina, África y parte de Asia les fue impuesta de manera exógena, desde afuera, realizando cambios cuyo ritmo y consecuencias produjeron pensamientos como el de “siempre llegamos tarde a todo”, como si jamás hubiéramos tenido algo, algo que no valoramos. Y en ese algo están las contribuciones.

El patriarcado u orden donde la supremacía masculina es abrumadora, ha existido en muchos estilos de producción; en el nuestro, capitalista, va de la mano y se atenúa o agudiza de acuerdo a situaciones políticas concretas. Por eso, para seguir adelante con la desobediencia civil, con el actuar local y pensar global, con el ser incluyentes en una marcha o en un movimiento social, es necesario reflexionar con profundidad sobre el uso del lenguaje no sexista o sexista, para saber con precisión quienes son los agentes de dichas prácticas, cuál es el objetivo de cambiar y bajo que significación se plantean los cambios.

Gracias a dichas marchas podemos compartir estas reflexiones y tomar vuelo en la búsqueda de soluciones. §

Pablo Flórez

Nació en Monterrey, en 1933. Después de cursar estudios en Arquitectura y en Ciencias Químicas de la entonces Universidad de Nuevo León, se inició en la pintura en el Taller de Artes Plásticas de esta misma institución, para continuarlos después en la Escuela de Artes “La Esmeralda” en la ciudad de México, en donde aprendió las técnicas para la composición en mural y el grabado japonés. Fue fundador en 1963, de la Galería “Universidad” y del Taller de Grabado en Metal y Litografía e impartió clases de Dibujo y Pintura desde 1963 en el ya mencionado Taller de Artes Plásticas de la UNL, del que también fue director de 1968 a 1970. Destacó con su participación en el Instituto Nacional de Bellas Artes de la ciudad de México en 1977, como maestro de Grabado en Metal, y en el Instituto de la Cultura de Nuevo León, en donde fue coordinador de Artes Plásticas. En sus cincuenta años de carrera pictórica, sus obras se expusieron al público en numerosas galerías del país y del extranjero, entre las que podemos mencionar las siguientes: Arte, A.C. (Monterrey), Galería “José María Velasco” (Monterrey), Palacio de Bellas Artes (ciudad de México), Galería “El Sótano” (ciudad de México), Galería del Hotel “Ancira” (Monterrey), Museo de la Estampa (ciudad de México), Casa de la Cultura de Nuevo León (Monterrey), Unidad Cultural “La Ciudadela” (Monterrey), Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, Galería de “Arte y Libros” (Monterrey), Museo de Arte Contemporáneo de Morelia, Pinacoteca de Nuevo León (Monterrey), Museo de Monterrey, “La Galería” (La Villita, San Antonio, Texas, USA), patio central del Palacio de Gobierno de Nuevo León (Monterrey), entre otros lugares. Fundó junto a los pintores Marcos Cuéllar, Rodolfo Nieto, Jaime Flores y Amado García, el Grupo “Brazso”. Murió en Monterrey, en 1999. §

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