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Acerca del neoliberalismo // Carlos Ruiz Cabrera

EN ESENCIA, el neoliberalismo es una teoría económica que pretende restringir el poder de los monopolios para garantizar que los precios se determinen en un mercado libre de interferencias estatales o privadas. Como tal, el neoliberalismo tiene su legitimación en un sustrato cultural con valores específicos, dentro de los cuales se encuentran la propiedad privada, la libertad económica y política, la justicia objetiva y la moral retributiva. Estos valores constituyen su “núcleo esencial” o “centro firme”, en derredor del cual giran otros valores auxiliares compatibles con él, que pueden incluso desaparecer, y que forman su “cinturón protector”. Todo este bagaje conceptual del neoliberalismo toma fuerza paulatinamente, una vez que la Gran Depresión de los años 30 evidenció el fracaso del modelo económico liberal basado en el principio del laissez faire —dejar hacer—, identificado en la práctica con el de competencia.

Entre los economistas predecesores del neoliberalismo, críticos del modelo liberal en que se sustentaba la vida económica de ese tiempo, están Piero Sraffa, Joan Robinson y Edward Chamberlain. Ellos, en las décadas de los años 20 y 30 del siglo XX, se refirieron con recelo a “la realidad de los mercados”. Sraffa afirmó que distaba mucho de ser de “competencia perfecta”, y que en los hechos debían distinguirse diversos tipos de mercado, Robinson la calificó de “competencia imperfecta”, y Chamberlain de “competencia monopolística”.

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Es en esa misma época cuando la teoría económica de otro importante predecesor, John M. Keynes, se divulga por los principales países del mundo, pregonando la imposibilidad de retornar a la práctica de un laissez faire absoluto a salvo de toda intervención estatal, la cual es considerada necesaria, en cierta medida, para regular, ordenar e impulsar la actividad económica en general. En el fondo, las propuestas keynesianas fueron como un salvavidas para el sistema capitalista en crisis y su influencia se ha dejado sentir hasta nuestros días.

Ante aquel panorama de crisis y ante estos nuevos planteamientos, los economistas liberales europeos norteamericanos fueron reformando sus teorías hasta desembocar en el neoliberalismo propiamente dicho. Así, en 1938, los neoliberales de Europa llevaron a cabo el coloquio denominado de Walter Lippmann, llamado así en referencia al escrito donde éste critica a las grandes sociedades anónimas, a las que identifica como monopolios que obstaculizan el mecanismo de los precios en un mercado libre.

Al coloquio Walter Lippmann asistieron los economistas europeos más destacados: Los franceses L. Rougier, R. Aron y J. Rueff, el británico J. B. Condliffe y los austriacos L. Von Mises, F. Von Hayek y W. Röpke —estos últimos tres de la reconocida Escuela de Viena. Aunque en este coloquio se reafirmaron las posturas antidirigistas de los neoliberales y se insistió en la necesidad de volver a una economía de mercado –sin precisar a qué economía de mercado se referían., en lo tocante al laissez faire no afirmaron que se debía adoptar en forma absoluta, y, respecto al Estado, no rechazaron en forma total su intervención en la dinámica económica.

El coloquio Walter Lippmann es un ejemplo claro de las opiniones disímbolas existentes entre los neoliberales. He aquí algunos ejemplos: Lippmann hace énfasis en las medidas contra las grandes sociedades anónimas a fin de impedir que los monopolios dominen los mercados, realicen acuerdos que anulen la competencia y se autofinancien, esto último con el propósito de establecer la competencia en el mercado de capitales; Von Mises da prioridad al restablecimiento del mercado para que pueda haber equilibrio y cálculo económico; Röpke admite la intervención del Estado, mas sólo para garantizar la existencia de un universo de pequeñas empresas y de competencia, pero se opone a cualquier forma de redistribución de los ingresos y de política ocupacional; Von Hayek es, en los años 40, contrario a una economía dirigida y, luego, partidario de una “estructuración racional de la competencia”, sin precisar con claridad el contenido de estos conceptos –en los años 60. Al adherirse al monetarismo, este autor denunció las actividades de las organizaciones sindicales como perjudiciales para la actividad económica-, Rueff acepta la intervención del Estado en tiempos de guerra para distribuir materias primas y artículos de consumo y, si no en la formación de los precios, sí en la oferta y la demanda, y James E. Meade y Roy F. Harrod preconizan, en concordancia con los conceptos keynesianos, la intervención del Estado para eludir las oscilaciones que hacen ir de la prosperidad a la depresión al sistema capitalista.

No obstante estos criterios tan disímbolos, los neoliberales más ortodoxos en el plano económico fundan en 1950 la denominada Sociedad Mont Pelerin, inspirados sobre todo por Friedrich Von Hayek. Es de esta Sociedad de donde proviene la denominada “economía social de mercado”, empleada para identificar las propuestas neoliberales de la actualidad. Y más recientemente, los neoliberales han formulado la llamada “teoría monetarista”, de gran influencia en los procesos de globalización y oligopolización que caracterizan a la actual actividad económica mundial, sujeta a los ajustes macroeconómicos, a las privatizaciones y a la especulación.

En el presente, el neoliberalismo se singulariza por sostener los siguientes principios económicos: Que las empresas públicas ineficientes cargan al Estado con costos que la sociedad paga al subsidiarlas; que la inflación reiterada en los países subdesarrollados se resuelve por medio de la disciplina fiscal, que se puede evitar que los gobiernos generen inflación suprimiéndoles el control legal de la emisión monetaria –a cambio sólo es autorizado a emitir bonos y contraer deuda-, que debe haber un mercado libre y eficiente de producción de bienes y servicios, el cual creará la riqueza que luego el Estado debe redistribuir con altos impuestos aplicables para proveer de servicios de salud, educación, bienestar social, deportes, cultura y otros, en suma, que una economía planificada por organismos estatales, con una posición de dominio del Estado en sectores como los antes mencionados, se puede lograr sin que los gobiernos manejen de forma directa las empresas.

El neoliberalismo también se singulariza por sostener. Respecto al Estado, que a éste le corresponden sólo tres funciones: la protección de las vidas y propiedades mediante el uso de la fuerza, para lo cual son necesarios los ejércitos y las policías; la justicia objetiva, para la que se requieren profesionales que redacten, proclamen y revisen las leyes conforme a las costumbres y la moral de la sociedad, y jueces y leyes que la apliquen, y la construcción de obras públicas necesarias, por cuya edificación, uso y mantenimiento debe recobrar lo invertido por vía de los impuestos, que cuando el Estado realiza actividades diferentes a las mencionadas, por mandato de las mayorías o de acuerdo a la moral colectiva, entonces se reduce la producción y se consume más capital social del que estas actividades extras agregan.

En nuestros días, inmerso en los procesos de cambio social que se dan en los países desarrollados, el neoliberalismo también se singulariza por impulsar la democracia como práctica fundamental de participación política, consistente en acudir de tiempo en tiempo a las urnas para posibilitar la llamada alternancia política por medio del voto ciudadano, esto en aras de legitimar y fortalecer el “núcleo esencial” o “centro firme” de su ideología.

Desde luego, hay muchos otros rasgos constitutivos del neoliberalismo, más de los expuestos, es fácil deducir el carácter de las críticas que le hacen sus contrarios. De éstas sólo mencionaremos cinco de las que al neoliberalismo le proviene el ser catalogado como expresión perfecta del “capitalismo salvaje”: primero, originar constantes desajustes sociales debido a las periódicas macro devaluaciones inflacionarias –dos ejemplos: los factores que subyacen en los casos del Fobaproa y del IPAB en México, y el Corralito Bancario en Argentina-; segundo, causar el brutal empobrecimiento generalizado de la sociedad, dos de cuyas expresiones más claras son los salarios exiguos y el desempleo; tercero, pretender resolver los problemas políticos, económicos y sociales con criterios y cambios gerenciales, que es lo que sucede en la práctica cuando los neoliberales acceden al poder gubernamental; cuarto, carecer de un sólido compromiso para impulsar, con equidad y justicia, las reformas políticas, económicas y sociales que la sociedad demanda cada vez con más fuerza, sin reparar en los movimientos de “traslación ideológica” que tanto preocupan a los neoliberales, y quinto, desregular todo tipo de relaciones internacionales para que los países más desarrollados agredan, comercialmente y militarmente, e impongan sus intereses a los países más débiles.

Basta con observar nuestro entorno nacional y mundial para comprobar lo falso o verdadero de tales críticas.

Un postrer comentario: así como el liberalismo influyó en el periodo de entre guerras y en el proceder del presidente F. D. Roosvelt con su política del new deal –nuevo trato- en el periodo posterior a la segunda guerra mundial, el neoliberalismo determinó, con su teoría monetarista, el proceder del presidente R. Reagan en el tenso periodo de la llamada Guerra Fría.

Y en referencia a nuestro país, después de todo lo escrito, podemos concluir que la lucha política de nuestros días se da entre dos protagonistas ideológicos: los supuestos populistas –partidarios del intervencionismo económico del Estado y del liberalismo social, es decir, de que el Estado sirva a la mayoría del pueblo antes que al mercado- y los supuestos neoliberales –adeptos al liberalismo económico y al control social, o sea, de que el Estado sirva al mercado antes que nada.

Por último, sugerimos reflexionar en lo siguiente: entre las construcciones del espíritu más característicamente humanas se encuentran las ideologías, mismas que incluyen por igual al pensamiento y al sentimiento, al mundo de la razón y a la esfera de los valores, y que, por lo mismo se estructuran y trascienden sustentadas en argumentos y metas racionales.

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