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Ramiro Estrada Sánchez (12 de agosto 1941-8 de mayo de 2018) // J.G. Martínez
Semanas antes de su partida, Ramiro Estrada envió a la redacción de la revista Vuelo un poema para su publicación. En él repudia la guerra, la violencia y la muerte que lleva en sus entrañas. Excelente declamador, en su juventud, de los poetas clásicos. Pero, desconocemos su producción poética y la cantidad de este género que guardan sus archivos.
En la introducción de La parábola del quijote, cuentan los prologuistas que aprendió a leer antes de ingresar a la escuela, lo iniciaron sus padres —Antonia Sánchez y Miguel Estrada— en la búsqueda de sonidos y misterios que ocultan las palabras. En Concepción del Oro, Zacatecas, municipio donde nació, realizó sus estudios de instrucción primaria y parte de los de secundaria. En esta institución creó y dirigió el periódico estudiantil El Cachorro, luego lo llamaron para que se hiciera cargo del periódico local Eco del Norte.
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Cuando se traslada con su familia a Monterrey, lo inscriben en la Secundaria Número 3 “Prof. Plinio Daniel Ordoñez”. (En ese tiempo era director el profesor José A. Ramírez, contaba con una planta de experimentados maestros: Baldemar Cantú, Plutarco Sánchez y la maestra Judith Guerra del Castillo, siempre atenta a defender a sus alumnos). Al terminar el bachillerato, por su vocación se matricula en la Facultad de Derecho. En el trayecto de la carrera, conoce a Baldemar Peña y a través de éste al hermano masón Armando Leal Ríos.
Se multiplica en su actividad creativa, escribe para Palestra, El Quijote, Revista Fuego, Crónica 7; Pasa luego a ser editorialista del periódico El Porvenir, y por corto tiempo en El Nacional de Monterrey.
Visto así, en forma escueta, la trayectoria intelectual de periodismo creativo, parece fácil; pero, sólo el escritor percibe las dudas, la zozobra, de ir ajustando la palabra al pensamiento y el pensamiento a la palabra. En esto, Ramiro Estrada fue siempre muy cuidadoso. Disfrutaba la musicalidad de las palabras que, como abalorios al tocarse, producen armonías gratas al oído. Por este motivo, se aficionó a memorizar gran cantidad de poemas, que en ocasiones especiales, declamaba para sus amigos más cercanos. El placer de la lectura y la creación orientaron el rumbo de su vida.
En La Parábola del Quijote, reunió una parte de su producción periodística, los considerados de mayor valor intelectual. Tomó los dedicados a Fray Servando, Ricardo Flores Magón, Antonio I. Villarreal, Ramón López Velarde, Ángel Martínez Villareal, Alejandro Gómez Arias y José Alvarado, entre otros. Poetas y pensadores que influyeron en su estilo literario.
Soñó con aparecer entre los articulistas de la revista Siempre!, sus modelos a imitar fueron: Alejandro Gómez Arias, José Alvarado y José Pagés Llergo. De los poetas detestaba la veleidad y la sutileza empleadas para evitar compromisos con la realidad y sobre todo con las causas populares. Les pedía: “Que la poesía deje los cenáculos del esnobismo, las cofradías herméticas. Que se confunda con la pasión del pueblo. Y será, otra vez alimento, raíz, báculo, bálsamo, himno de rebelión, causa libertaria, expresión de insurgencia”. Exigencia suficiente para arrojar a los poetas pusilánimes del templo de Safo.
Entre los polemistas su admiración primera es para fray Servando, luchador infatigable por la independencia de México y de toda Indoámerica, como prefiere llamarla Ramiro Estrada.
De José Alvarado, escribe emocionado: “No olvido la firmeza de su pluma. Su vehemencia humanista. Su esclarecido patriotismo. Su ironía”. En otro fragmento sentencia, con ecos bíblicos propios de Salomón: “Bienaventurados sean, los que son a la semejanza de Alvarado. ¡Bienaventurados!. Porque desde el reino de la historia presiden el progreso de la humanidad”.
Ramiro Estrada fue un periodista honorable, comprometido con sus ideales y con las causas populares. Esto en su tiempo lo sabían todos. En cambio muy pocos conocieron sus cuentos, sus novelas y, mucho menos los poemas que fue guardando con esmerado celo.
Como creador de ficciones fue publicando paulatinamente las novelas: Tiempo de Libertad, 1981; La Isla de los Dictadores, 1984; La muerte del Señor Gobernador, 1984; El General de la Esperanza, 1993; Morir en la Penumbra, 1993. En las primeras crea un espacio —Condeoro— para que sus personajes vivan y se desarrollen, luchando por conseguir sus anhelos y concretar sus sueños. Condeoro, formado por las primeas sílabas de Concepción del Oro, es equiparable, en cierto sentido, a Macondo de García Márquez; Santamaría de Juan Carlos Onetti; Comala de Juan Rulfo; El Reino de Raúl Rangel Frías. Todos espacios de ficción.
Sus primeras novelas intentan caracterizar y definir los movimientos sociales sucedidos en indoámerica. Condeoro, puede localizarse en México, Nicaragua, el Salvador o Colombia. Busca por intrincados caminos desentrañar la mentalidad de los dictadores y los pasos a seguir para construir una verdadera revolución. Mientras el hombre siga deformándose por la ignorancia, la injusticia y la miseria, tendrán validez las propuestas revolucionarias de los personajes creados por Ramiro Estrada Sánchez.
En la novela Morir en la Penumbra, teniendo como modelos La Estrella Vacía de Luis Spota y Zona Sagrada de Carlos Fuentes quienes describen a divas del teatro y del cine, en su esplendor, la paulatina caída para terminar, finalmente, rodeadas de recuerdos y en plena soledad. Ramiro Estrada intenta explicar analizando todas las aristas, el pensamiento de una actriz en decadencia atrapada por el abandono, la soledad, y condenada a vivir en la penumbra. Sus novelas pueden quedar insertas por tratar problemas sociales, con personajes identificables, del momento, descritos con prosa ágil y elegante, entre las enmarcadas en el realismo social.
Los últimos cinco lustros trabajó para administraciones priístas. En Ciudad Guadalupe como secretario de gobierno y posteriormente en Ciudad Apodaca, en sendos municipios puso por encima de todo su honorabilidad. Fue masón toda su vida. Escribió la biografía del doctor Ángel Martínez Villareal, segundo Rector de la naciente, en aquellos años, Universidad de Nuevo León. Estudio biográfico que le sirvió para fortalecer su posición ideológica. Lo dio a conocer con el título de Buena Tarde Ángel, en 1985.
Como cronista de Apodaca dejó investigaciones puntuales, a las que recurrirán por necesidad los historiadores del futuro. Apodaca puerto aéreo de Nuevo León, 1985; Apodaca con la fuerza de su historia, 2002.
En vida recibió homenajes y reconocimientos, de la sociedad de cronistas e historiadores, de munícipes de Apodaca y también de su natal Concepción del Oro, Zacatecas.
Decíamos al principio de esta nota que, semanas antes de caer enfermo, envió para su publicación a la revista Vuelo un poema. De sus palabras emerge su estricto sentido de lo humano. Desprecia la justificación de la violencia y de la guerra. Se publica ahora como un homenaje mínimo a su memoria.