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Dos cartas de Felipe Guerra Castro // Víctor Barrera Enderle
FELIPE GUERRA CASTRO (Monterrey, 1881; Chihuahua, 1922) es nuestro primer escritor moderno. La modernidad radica aquí en la voluntadde ser un creador autónomo, un poeta profesional (una aspiración impensable en los autores de las generaciones pasadas). La imposibilidad de conquistar esa autonomía también revela esa condición de artista marginado, tan propia de la vida moderna. Formado en el Colegio Civil, muy pronto adquirió fama de literato (no sólo por sus escritos, sino por su conducta pública: rechazo a las convenciones sociales, politización radical). En el segundo tomo de sus Memorias, dedicado al Colegio Civil, Nemesio García Naranjo describe así al poeta: “… alguien me señaló a un joven de estatura regular, color moreno, ojos vivos pero bondadosos, muy mal peinado y desaliñadísimo en el vestir, y me dijo en tono que fluctuaba entre la admiración y el misterio: es un literato, se llama Felipe Guerra Castro y el doctor Garza Cantú dice que le aguarda un porvenir brillante en las letras.” El doctor Garza Cantú, autor de la primera historia cultural del estado (que cierra precisamente con los versos de Guerra Castro), no fue el único en augurar un destino brillante al poeta. Sus compañeros, como Héctor González, veían en él a un escritor en ciernes.
"En un charco de sangre, allí estabas tendida para siempre callada, para siempre dormida, con los ojos abiertos muy abiertos.... abiertos y mirándome siempre como miran los muertos, sin amor y sin odio, sin placer ni amargura, con sutil ironía y a la vez con ternura. El puñal en mi diestra todavía humeaba…"
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Fue también nuestro primer novelista: La única mentira se publicó, por entregas y de manera inconclusa, en el periódico regiomontano El Siglo Nuevo en 1901. En 2010, Florencia Romo recopiló todos los materiales existentes (los capítulos publicados en el periódico y los manuscritos del propio Guerra Castro) y dio a la imprenta, finalmente, La única mentira, acompañada de un profundo estudio crítico y textual.
En 1903, la vida del poeta da un giro drástico. Su postura radical, contraria a la del gobernador Bernardo Reyes, lo llevó a manifestarse y pronunciarse como adversario del mandatario. Esto le costó el exilio del estado. Aquí comenzó su trashumancia y también su alcoholismo. Vagó y malvivió por diversos lugares, con esporádicos retornos al suelo nativo. Al estallar la Revolución, consiguió algunos empleos como secretario o tinterillo de militares. El genio se malogró, tal como escribió, en 1935, Eusebio de la Cueva: “… no alcanzó, como poeta, las alturas máximas del genio, pero sí se posó, por instantes, rozando apenas, las cumbres superiores del pensamiento poético.” Murió en Chihuahua, victima de sífilis y de tuberculosis, en 1922. Trece años después, sus restos fueron trasladados a Monterrey, y ahora reposan en el Panteón de Dolores, bajo una cripta esculpida con el poema “Delirio”, obra de Dante Decanini.
Las dos cartas que se presentan a continuación (o, mejor dicho, una carta y el fragmento de otra), fueron remitidas a su amigo regiomontano Alfredo González; en ellas da cuenta de su vida y de su vocación literaria. Estos documentos fueron rescatados por Florencia Romo e incluidos en la edición crítica de La única mentira (Monterrey: UANL, 2010)
Chihuahua,11 de diciembre de 1917
Señor Prof. D. Alfredo González Botica y Droguería Central Monterrey, N. L.
Mi estimado amigo:
Por fin, rompo el prolongado silencia en que había permanecido, (todo en sentido figurado, por supuesto): y, al romperlo, es mi propósito echar un párrafo contigo, siempre que obedientemente me sirvan de intérpretes la maquinilla de escribir frente a la cual me hallo en estos instantes, el papel que en el rodillo he puesto, las manos que un frío cuasi polar entorpece y unos cuantos colaboradores más, de secundaria importancia para el caso. Y, roto ya ese silencio, dedícome a hilvanar los mil pedazos a que ha quedado reducida, para ver si logro formar con ellos algo que a una carta se parezca.
Entro, pues, por la puerta del exordio y, como si anduviera sobre ascuas, paso a reseñar brevemente las mil y una aventuras, desventuras y bienaventuranzas de mi vida, desde que mis instintos volanderos me sacaron de Monterrey, ha poco más de un año.
Y sucedió por aquel entonces que el tedio… y el alcohol llegaron a henchirme hasta rebosar y salirme por la coronilla. Y vi que “todo era vanidad y aflicción de espíritu” [1] . Y una noche sin decir tus ni mus, provisto de un “pase” que, por “interpósita persona”, hice llegar a mis manos, metíme, como Pedro por su casa, en un carro. Y el carro formaba parte de un tren ya listo salir a Satillo. Y el tren partió: y en él partí yo, juntamente con un amigo de carne y hueso y dos amigas de vidrio, llenas de cierto líquido cuyo nombre no he de mencionar. Y llegamos a Saltillo. Y llegamos a Saltillo. Y, como allí supimos que las fuerzas del General Murguía [2] , que suponíamos en sabinas y en las cuales íbamos a incorporarnos, hallábanse ya en Torreón, a Torreón fuímonos, no sin haber corrido el riesgo de quedar reducidos a tortilla a medio camino, pues el tren que pensábamos aprovechar (y que no aprovechamos gracias a una “providencial” borrachera que cogimos en el Hotel Coahuila) fue alcanzado por un tren de mercancías en General Cepeda; y tal vez recuerdes, ya que la prensa publicó la noticia, que en aquel accidente perecieron todos los pasajeros de primera.
Una vez en Torreón extendióseme nombramiento de Teniente Coronel defensor de oficio, adscrito al juzgado Instructor de la División, con lo que dicho está se me dio una verdadera canonjía. Y papalinas van, y papalinas vienen, con una más que regular salimos de Torreón rumbo a chihuahua el día 13 de noviembre del año de gracia de mil y novecientos diez y seis. En Jiménez permanecimos algunos días, y ahí supe de una bebida que llaman “sotol”, desagradable al paladar, sobre toda ponderación. Pero, como a falta de pan, buenas son tortas, y como ahí dimos con un buen amigo y paisano, el Ingeniero Chamberlain, aficionado a los “fogonazos”, a fuerzas de medias botellas nos la fuimos pasando, y sin más novedad que el espectáculo de unos cuantos colgados en Horcasitas y la visión cinematográfica de estas llanuras escuetas, en que aquí un puente quemado y provisionalmente reconstruido, allá una locomotora despanzurrada en que los mechones de óxido fingen grandes coágulos de sangre, más allá el esqueleto retorcido y aún convulso de algún furgón abandonado, cuya madera se utilizó acaso para encender fogatas, llegamos a esta ciudad no sé qué día, de los primeros de diciembre. Y, a pesar de todas las disposiciones prohibitivas en cuanto a la venta de bebidas embriagantes, la “parranda” siguió en actividad plena. Y aun así seguía cuando, al adcribírseme a los Juzgados permanentes, y al defender a seis reos de rebelión, a cuatro de ellos les tocó la de malas de un Consejo de Guerra Extraordinario (aun estaba en vigor la tremenda ley del 25 de enero de 1862): y cuatro fueron fusilamientos en la Penitenciaría me sirvieron como primer ensayo. Afortunadamente, no se me han echado a perder más clientes. Ahora, con el carácter de Juez, ¡quién sabe cuántos me reserve la suerte, sobre todo, al ponerse en vigor la ley de suspensión de garantías, que se está discutiendo en las Cámaras!
Por cierto que el nuevo nombramiento, al cual varias veces le hice ¡fuh!, por la mayor responsabilidad y el menos tiempo disponible que implica el cargo, me ha traído un inestimable beneficio: ¡YA ME CORTÉ LA COLETA! Tú no lo creerás, acaso: pero es la pura verdad y la verdad pura, purísima, tal como lo estás leyendo. El milagro ha sido completo, y aun yo mismo me quedo admirado, no sin lamentar, (aunque discretamente, ya que lo pasado no se remedia con jeremiadas) tantos y tantos años mal vividos, bien “bebidos” y divinamente despilfarrados.
Tal es el caso. Si en él se verificara, una ve más, lo que la sabiduría popular expresa cuando dice “harto el diablo de carne, metióse fraile” o si, para llegar a la raíz de semejante renovación hay que ahondar más en el terreno psicofisiológico, es asunto en que no pretendo meterme, por los muchos bemoles que deja traslucir.
Y ahora, pasemos a otro capítulo. ¿Qué me cuantas de tu vida?, ¿cómo están tu señora y tus chiquillos?,¿qué vientos corren por esa ínsula hoy de don Nicéforo [3] y ayer de Pablito [4]?, ¿qué has sabido de José, a quien escribí poco después de haber llegado a Chihuahua, sin que me haya contestado?, ¿qué…? Bueno: ya va largo el interrogatorio.
Da por escritas las preguntas que faltan, y escríbeme larga, muy largamente, ya que mi nueva vida me permite, no solamente leer lo que mis amigos escriban, sino también contestarles con amplitud kilométrica.
Quedo, pues, en espera de noticias tuyas, y seguro de que no habré de permanecer así hasta las kalendas griegas, saludo muy atentamente a tu estimable familia, así como al señor Prof. Ortiz y demás personas que de mí se acuerden, deseándoles un año nuevo muy feliz.
Te saluda cariñosamente la mano tu afectísimo y viejo amigo, Felipe Guerra Castro.
Chihuahua, 30 de noviembre de 1921
Señor Prof. D. Alfredo González Botica y Droguería Central Monterrey, N. L.
[La enfermedad] no me imposibilita para escribir, aunque de vez en cuando rengloncitos desiguales de aquellos que suelen llevar consonantes en las puntas y en los que, según Ricardo Palma, “hay que poner talento”, circunstancia que olvidan tantos versificadores de la nueva hornada. Pero como sucede que cada día se vuelve más y más fuerte mi obsesión por alcanzar la inaccesible perfección de la forma, la producción es muy escasa.
Entre los papeles que por este mismo correo te mando, hallarás algunas muestras, cuyo examen atento te demostrará que ya no sólo evito, como desde hace algún tiempo lo evitaba, la repetición de una misma vocal acentuada en un verso, sino que también huyo de las sinalefas, como si en ellas estuviera el demonio… y en la existencia de éste creyera todavía. Ignoro si mañana o pasado me iré poniendo nuevas dificultades parala producción poética, pero es indudable que, si mi ejemplo fuese contagioso, la cosecha de versos que ahora es tan abundante entre nosotros, reduciríase mucho en cantidad, para ganar un poco en calidad. ¡Como que ya no se lee una sola de versos en las revistas que se titulan literarias, sin que se nos crispen los puños para destrozarlas, ya que no pueden crisparse sobre el gaznate de los innumerables grajos que por todas partes nos taladran los tímpanos, proclamándose ruiseñores!
Pongo punto, para no entrarme por los espinosos matorrales de la crítica, y sigo refiriéndome a mi añejo proyecto: de publicar una selección de mis versos. Como en ella, si me atuviese a las indicaciones de la obsesión que antes aludo, no quedaría lugar para mis composiciones antiguas, (algunas de las cuales precisamente por defectuosas, me han dado la fama “caserita” de que gozo como poeta, y hasta me han rodeado de cierto fulgor de leyenda); como al no figurar en ese libro algo de lo escrito antes de 1920, la obra no reflejaría mi evolución artística ni constituiría otra cosa que un simple cuadernito, pienso que tú podrías decirme, con imparcialidad, cuáles de las composiciones mías que conoces, merecen formar parte del libro en proyecto. Testigo de la marcha seguida por mí desde que hacíamos pinitos literarios, en épocas remotísimas, tú te hallas en condiciones de aconsejarme con más acierto, para que la colección contenga lo que debe contener, ni más ni menos. Ya dispensarás está nueva lata…
Felipe Guerra Castro
Notas
[1] Eclesiastés, 1-3: “Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu.”
[2] Francisco Murguía López de Lara (1873-1922), fue un general constitucionalista.
[3] Eclesiastés, 1-3: “Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu.”
[4] Francisco Murguía López de Lara (1873-1922), fue un general constitucionalista.