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El servicio agrícola como alternativa. Una reflexión filosófica de vivencias // José Luis Cisneros Arellano
HE VISTO recientemente en las redes sociales —Facebook—, una referencia a una campaña colombiana titulada En Tiempos de Paz; Cambiar el Servicio Militar por el Servicio Agrícola, propuesta por algunas organizaciones civiles [1] . El aviso en Facebook me condujo al blog de Agro: Confederación Solidaria Colombia, y un texto escrito por Mario Bonilla el 6 de agosto de 2016. Desconozco si aún está en pie la iniciativa. El blog no es muy ilustrativo en torno a los procesos, está anunciado apenas como una propuesta; pero sí es descriptivo y gráfico en torno a los costos humanos en derredor de la guerra. Los números son desalentadores. No ahondaré en ello; no es el motivo de este artículo.
Pretendo, en lugar de ello, expresar algunas reflexiones. Advierto dos asuntos; primero, he estado relacionado con el trabajo agropecuario desde niño y mi mirada hacia el ámbito campesino siempre ha sido agradecida; segundo, no soy un experto en las labores de campo, pero conozco algunas de ellas, sobre todo el estilo de vida campesina que se ha venido “cultivando” en México durante al menos los últimos 40 años. Hechas las advertencias, procedo con mi reflexión.
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El filósofo Edmund Husserl afirmó hace ya casi cien años que la filosofía puede abonar al tema de la metodología científica y construirse para sí una metodología propia, esto a partir de la consideración de que todo objeto implica una intencionalidad de la conciencia que lo observa. En otras palabras, que aquello que llamamos realidad es un entramado de relaciones cognitivas que no se limitan a nuestra capacidad para identificar empíricamente datos del exterior, sino para envolverlos en una emotividad propia del ser humano y, con ello, identificar una esencia asignada para cada objeto. Esto quiere decir que sin importar lo que hagamos, todos estamos predispuestos a entender la realidad de una manera en la que los detalles y características no esenciales son colocados a un lado y, curiosamente, sobrevalorados por las ciencias y las prácticas tecnológicas.
Husserl señaló con maestría que el camino de la filosofía va en función de poner entre paréntesis todas estas características no esenciales y, con ello, poder vincularnos con aquello que pertenece a la esencia de un objeto. Con este proceso se volvería visible la vivencia que cada persona es capaz de experimentar; la acogida por parte de los círculos filosóficos y científicos —de las ciencias sociales— fue bueno y pronto aparecieron estudios que aplicaron esta metodología. No pretendo aplicarla con todo su rigor, pero sí quiero poner entre paréntesis algunas consideraciones y expresar, al final, mi vivencia respecto al modo de vida del campo y el impacto que éste representa.
Primeras dos reducciones
La vida agropecuaria está llena de vivencias, todas diferenciadas, pero lo cierto es que una de entre todas ellas es la dominante y la mía. Lejos de aceptar simplemente que el campo es un lugar catalogado como “rural” sin los servicios básicos —no hay drenaje, alumbrado público, telefonía, servicios médicos, etcétera—, en contacto directo con animales, plantas y las estrellas en todo su esplendor cuando oscurece, el campo es algo más; se extiende por encima de lo que nuestro sentido común nos dice. Vivas en el desierto, en la selva, en la montaña o en el pantano, con calor o con frío, con carencias económicas o con suficiente tecnología para vivir en él, el campo implica una experiencia única. Dejaré de pensar y tomar como válidos todos aquellos aspectos que nos reportan en el INEGI, porque son ellos los que aquí importan. Me reduzco entonces a una condición: crecí en la Huasteca potosina, entre mi vida cotidiana en Ciudad Valles y las excursiones —cual diversiones— al campo con mi familia; en particular al “rancho” de mi tío y, con el paso del tiempo, al de mi padre. La primera emoción

Edmund Husserl.
La FILOSOFÍA puede abonar al tema de la metodología científica y construirse para sí una metodología propia, esto a partir de la consideración de que todo objeto implica una intencionalidad de la conciencia que lo observa.
Pero en ocasiones el borrego “Toribio” corría tras de nosotros —con mi hermano y mis primas— para darnos de topes… jamás nos pegó; era de miedo. El perro “Lobo”, un pitbull negro atado a un tractor no permitía jugar con él. Las vacas y toros desplegaban polvo —puro estiércol mezclado con tierra— y nos llenaban todo el cuerpo; impregnaban también los comederos en donde solía haber sal en grano —pedazos enormes de sal— que sabía muy rica en la boca, así, con todo y ese “polvo”. Las culebras tipo cascabel eran un mito y el pastizal de guinea se extendía hacia el canal… donde los coyotes solían ayudar en la noche, con sonidos espectrales.
Y luego vino la migración… trabajo pesado para cambiar animales, materiales, corral entero. Cual tierra prometida el terreno se extendía lleno de maíz, de sorgo, de frijol. Días enteros y noches totalmente oscuras o totalmente iluminadas nos acompañaron a mi padre y a mí. El riego para el terreno, las palas pesadas, el calor insoportable —en mi tierra suele subir la temperatura hasta los 60º centígrados entre mayo-junio— y la picazón en los brazos, porque las pequeñas sobras de hojas y polvo —polvo sin vacas esta vez— llenaban tu camisa por dentro. La piel se ponía negra como a todo buen trabajador; fui adolescente con todas sus “cualidades” y “defectos” mientras sudaba al ritmo de mi padre y de otros campesinos. No todos los días, afortunadamente, pocos días, más afortunadamente… hasta que ya no hubo días. Sin embargo, sentí el peso sisífico de trabajar la tierra, de enlodarse hasta las rodillas, de mojarse bajo la lluvia, de ver las estrellas a media noche y saber que faltaban aún muchas horas de trabajo.
Y volví después de un tiempo y los días regresaron. No eran vacaciones —los otros días estudiaba en Monterrey, para tener una carrera universitaria, después de un periodo de trabajo en el vecino país—, era trabajo. Calores más fuertes. Sequías más insoportables. Ganancias que no rivalizan con ningún sueldo mínimo de una ciudad. Las vivencias fueron de ampollas en ambas manos —soy ambidiestro—, bellos de los brazos descoloridos por el sol; taquitos puestos en las brasas de madera de ébano por la mañana, que saben a manjar; cervezas que cuyo sabor es gloria, siempre bajo una sombra; sueños placenteros después de una jornada bajo el sol labrando la tierra, lleno de moscos y pesticidas para controlar las plagas.
En una ocasión me llené de veneno toda la espalda… la comezón, la picazón… se los dejo a la imaginación. Enjambres de abejas cuyo zumbido sólo te hace poner atención. Enjambres de langostas que acaban con siembras más extensas que Ciudad Universitaria en cuestión de horas. De vez en cuando un mapache y un tejón, una víbora y un coyote, un lince y un zopilote… nunca un jaguar, afortunadamente, no estaría aquí, tal vez.
Se siente paz si se vive ahí. Se siente impotencia cuando observas la ganancia. Se siente impotencia cuando ves el desprecio de la clase urbana. Se siente dolor cuando vez la indiferencia de tus amistades citadinas. Entonces observas el mecanismo despiadado que es el mercado y cuánto valen los campesinos, los agricultores de parcelas chicas y los ganaderos de hatos pequeños. A veces no se saca ganancia económica ni para recuperar el costo del mantenimiento…. Del cultivo, del alimento y el agua que sostienen a todo un país, a todo un mundo urbano que deja ver y sentir.
Si el mundo padeciera un apagón eléctrico general hoy, sólo el campo con su gente de tradición sobreviviría. Así de simple.
Tercera reducción
Soy consciente de que vivo ahora en la ciudad. Pero soy más consciente de que el atardecer en el campo es una vivencia que da sentido, así como los frijoles recién cosechados en un taco con masa de nixtamal y una salsa hecha al momento. Es esto lo que no entienden quienes no han vivido en el campo, se los puedo asegurar. Es ese fenómeno llamado campo y esa consciencia llamada conozco el campo, lo que me permite advertirles que el camino se está perdiendo, y para siempre.
No se trata de “Toribio”, ni del “calor”, ni de “La reina”, ni de la “Huasteca potosina”, no son esos fenómenos los que interesan, sino la esencia del campo y cómo lo entendemos.
Puedo afirmar que un servicio agrícola podría darles esta vivencia. La experiencia de sentir lo esencial del campo, es decir, tu relación y total dependencia con él; es lo que importa en el momento. Importan mucho las estadísticas y los datos duros; que si mueren miles en la guerra —sea contra el narcotráfico, sea contra el terrorismo, sea contra quien sea—, que si nos formamos en torno a la institución de la violencia como herramienta efectiva, hacedora de machos y de machas. Sin embargo, no importan cuando se trata de entender qué es el campo. Díganme estimada gente lectora, ¿qué te parecería conocer lo esencial del campo? Y es que no niego la utilidad de servir en el ejército, pero sí cuestiono el grado de valoración que le otorgamos a uno y a otro fenómeno.
Es el mundo construido por mis vivencias la que importa aquí. Quizá más que antes, pero definitivamente más que hace algunos años, cuando el campo aún era la otra frontera a la vuelta de la esquina. Ahora se trata de un nivel de vida que clama por lluvia, por apoyo, por conservación de suelos, por respeto al sistema que lo sostiene. Un servicio agrícola en lugar de un servicio militar, la idea es ya provocadora, es femenina, es divergente, es rompedora de cadenas mentales y económicas.
El mundo, lo intersubjetivo
Considérese el siguiente pasaje de nuestro filósofo Husserl, aquel que vivió a principios del siglo XX y que fue el “padre” intelectual de casi toda la filosofía actual.
La fenomenología ha de ponerse ante la vida, a título de ejemplares, procesos puros de conciencia, ha de dar a estos procesos una perfecta claridad, dentro de esta claridad ha de analizarlos y aprehender sus esencias, ha de perseguir las relaciones esenciales que se ven con evidencia intelectual, ha de formular lo intuido en cada caso mediante fieles expresiones conceptuales, cuyo sentido dependa puramente de lo intuido o de lo visto con evidencia intelectual. [2]
Al igual que Husserl, busco aportar algo, y aunque aquí no acudo a los tecnicismos propios de la fenomenología, sí procuro exponer las reflexiones que me provoca ponerla en marcha. Pero, ¿qué es la fenomenología? Un método filosófico. ¿Por qué un método filosófico? Porque parece que nos hace falta rigor comprensivo, ya tenemos mucho rigor cuantitativo y descriptivo y… ¿nos ha hecho cambiar? Y es que hace falta un rigor en el pensar que no se desprenda de la comprensión y de la acción, sino efectiva, al menos empática.
La mayoría de los procesos sociales que se han instituido alrededor de la competencia, de la técnica, del mercado, de la autorealización personal, han estado por encima de la comunidad, de la consciencia de clase, de la religiosidad hacia la naturaleza que nos mantuvo vivos durante millones
de años. De pronto escribes algo en las redes sociales y sale alguien a criticar no lo dicho, sino tu persona. En otra ocasión se abre una discusión en torno a los derechos humanos, debido a un atropello de las autoridades, y en pocas líneas y poco tiempo quienes discuten se ofenden y terminan por descalificar como haría un militar que no ve personas, sino objetivos disfrazados de delincuentes.
No menosprecio el servicio militar, que quede claro. Me preocupa que sea la única opción, no importa que sirva también para campañas de alfabetización, de reforestación, de limpieza… Debemos aprender a reconocer alternativas, después de todo, todos tenemos un poco de filosofía en las venas; es propio de quienes reconocen esto hacer preguntas. ¿Y si en tiempos de guerra, sustituimos el servicio militar por el servicio agrícola? No en tiempos de paz, sino en los tiempos de la guerra contra el narcotráfico. Imaginen los campos con gente que aprende a cultivar maíz, arroz, nopales, alfalfa, tomates, sandías, nogales. Campos con gente que aprende a cultivar las condiciones del autoempleo, del apoyo a las tecnologías sustentables y ecológicas. Campos con gente aprendiendo a cultivar sin desperdiciar agua ni erosionar la tierra. Campos repletos de vivencias que descubren la esencia del campo y no solamente estadísticas que cada vez desalientan más, mientras no hagamos nada, claro.
El mundo que se nos presenta ahora lo hemos construido, sí. Pero también es tan real como son nuestras subjetividades interconectadas, que lo viven, que lo conceptualizan, que lo descubren en su esencia. Un mundo lleno de campos cultivados y no de armas disparadas. Un mundo lleno de mentalidad cultivadora de condiciones agrícolas, ecológicas, comunitarias. Quizá el problema con esta visión es que sea utópica.
Pero el horizonte es siempre utópico, ¿acaso alguien ha llegado al horizonte? ¿No se nos escapa cada vez que caminamos hacia él? ¿Lo ignoramos por eso, siendo que es el más conveniente de los motivos para echar a andar? ¿O será que nuestro motivo para andar es la oscuridad que nos acecha en la noche que se aproxima? Quiero creer que la vida no está hecha para vivir una sola experiencia, una sola vivencia. La diversidad se expande ante nosotros y seguimos pensando que sólo hay un árbol con una sola fruta del conocimiento. No me interpreten mal. No afirmo que haya tantas verdades como frutos tienen los árboles. Lo que sí hay son múltiples vivencias que, después de todo, son lo que tenemos. Hace falta entonces cambiar de horizontes, de aquellos que privilegian la comodidad y la basura producida en las fábricas, por una que genere peras y nueces, cocos y trigo.
El filósofo francés Edgar Morin dice tenemos que acostumbrarnos a cambiar de paradigma, de forma de pensar, de vivir. La vida está llena de complejidades interconectadas que hacen evidente una realidad totalmente fenoménica, y son nuestras relaciones las que nos permiten reconocer el lugar donde estamos, el fenómeno que somos y frente al que vivimos. Pregúntense ahora ¿qué relaciones son las que ahora me conforman? ¿Qué relaciones son las que ahora procuro y construyo? Hemos estado observando relaciones que generan condiciones de competencia por recursos económicos y simbólicos limitados, ignorando al primer fenómeno que hace posible nuestros sueños y elucubraciones. El campo se levanta a pesar de todo, pero seguirá sin nosotros la gente citadina y no creo que nos guste ser enterrados en los escombros de instituciones simbólicamente indiferentes de lo otro, de la otra.
Después de todo, ¿no se trata de cultivar nuestras raíces, nuestro tallo, nuestras condiciones? Si debemos ser útiles para nosotros mismos, empecemos por fortalecer las relaciones que nos conforman y que conforman las vivencias que podemos ser con miras hacia una vinculación más bucólica, es decir, más poética con el campo.
Estos esfuerzos reflexivos y conceptuales buscan cultivar mi relación con el campo y con mis vivencias. Ello incluye mi familia, mis amigos y a ese amanecer fresco frente a una milpa y unos tacos calentándose en las brasas de madera de ébano.
[1] Agro: Confederación Solidaria Colombia; Semillas, Asociación para el Desarrollo Sostenible; RED Caquetá Paz; CINCOP 2020; Radio Semillas; Red Prode Paz; Justa Paz; Lutheran Word Relief; UNICOSOL. Cf. http://www.agrosolidaria.org/index.php/blog/86-servicioagricola
[2] Husserl, Edmund. 1986. Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica. Tomo I. Tr.José Gaos. FCE, México, pp. 148 y 149.