Revista Núm. 247-Especial

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Especial

Una nueva

política

industrial Ese debilitamiento de la manufactura ha sido el detonante de la discusión sobre una nueva política industrial en el país.

Por: Mauricio Reina

El rezago de nuestra manufactura tiene que ver con cuellos de botella de la competitividad de la economía colombiana.

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a discusión sobre la política industrial ha cambiado radicalmente en Colombia. Hasta hace unos años, la simple mención de la expresión causaba escalofríos entre los economistas, mientras los empresarios se habían resignado a aceptar que jamás volverían a ver algo parecido. A pesar de ello, la necesidad de una nueva política industrial ha vuelto a hacer parte del debate público y de las demandas del sector privado al gobierno. ¿Qué ha pasado para que se haya dado este viraje? Algunos dirán que es la fuerza de los hechos. La evidencia muestra que el sector manufacturero ha venido perdiendo participación en la producción del país desde hace varios años. Mientras en la década de los setenta la industria representaba casi el 25 por ciento del PIB, en la primera década de este siglo apenas alcanzó en promedio el 15 por ciento del PIB. Ese debilitamiento de la manufactura ha sido el detonante de la discusión sobre una nueva política industrial en el país. Sin embargo, conviene precisar algunas cosas para entender sus implicaciones. En primer lugar, no se trata de un fenómeno exclusivo de Colombia, sino que afecta a toda la región. El sector manufacturero también ha registrado una participación descendente en el PIB en México, Brasil, Chile y Perú desde los años 80. En segundo lugar, en el caso de Colombia este fenómeno no ha sido ajeno al auge del sector minero-energético que, como es bien sabido, ha

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generado un rezago cambiario que ha hecho que otros sectores transables de la economía, como la industria, hayan perdido competitividad internacional. Los números son elocuentes: si se toma la evolución del salario mínimo y la tasa de cambio en la última década, resulta que el costo de un trabajador colombiano que gane esa remuneración casi se ha triplicado en dólares en ese lapso, lo que constituye una inmensa pérdida de competitividad para cualquier sector. Adicionalmente, el rezago de nuestra manufactura tiene que ver con cuellos de botella de la competitividad de la economía colombiana y de la productividad misma de nuestras firmas. Para nadie es un secreto que, aunque el país ha crecido a buen ritmo en el pasado reciente, su situación competitiva es muy precaria. Mientras la economía colombiana ocupa el lugar 31 por tamaño en el mundo, está estancada en la posición 69 en los escalafones globales de competitividad. De otro lado, mientras hace unos años la productividad de un trabajador colombiano era la quinta parte de la de uno estadounidense que se desempeña en el mismo sector, esa brecha se ha abierto aún más y hoy representa la séptima parte. El debate sobre una nueva política industrial se ha nutrido de todos esos hechos, pero también de un cambio en el enfoque del término en la discusión económica. Ese cambio ha sido especialmente importante en América Latina, donde hasta hace

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El sector manufacturero también ha registrado una participación descendente en el PIB en México, Brasil, Chile y Perú desde los años 80. Es fundamental que una nueva política para la industria tenga un pie firme en las regiones, pues es allí donde se gesta el cambio productivo.

un par de décadas las políticas para el desarrollo manufacturero consistían básicamente en la aplicación de medidas proteccionistas y el otorgamiento de subsidios directos a sectores específicos. El uso de esa clase de medidas fue el que empezó a incubar la resistencia de los economistas, debido a su inoperancia para elevar la productividad del sector industrial, la discrecionalidad y la corrupción que suelen rodear su asignación, y las distorsiones que representan para la adecuada asignación de los recursos productivos. En un entorno marcado por el debilitamiento de la industria y los vaivenes conceptuales, el gobierno colombiano ha hecho tímidos esfuerzos para aplicar políticas que contribuyan al desarrollo productivo del sector. Tras dos décadas de aplicación de esas políticas, el balance es más agrio que dulce. A lo largo de ese periodo no ha habido continuidad en las políticas y se han registrado distintos enfoques, que han implicado un cambio constante en las señales que recibe el sector privado para la asignación de los recursos.

Es prioritario formular una política idónea de desarrollo productivo para la industria. Aunque los detalles específicos de esa política exceden los alcances de este artículo, están claros algunos de los elementos que deben enmarcar esa iniciativa. Agosto 2014


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Mientras la economía colombiana ocupa el lugar 31 por tamaño en el mundo, está estancada en la posición 69 en los escalafones globales de competitividad.

Además las iniciativas que tienen un adecuado enfoque conceptual (como el Programa de Transformación Productiva o Innpulsa) son modestas en sus metas y no cuentan con la estatura suficiente dentro del gobierno como para poder jalonar un viraje real de las políticas relevantes para el sector. Adicionalmente, no hay una visión compartida de los empresarios y el gobierno de lo que debe ser el país en el futuro, y persisten incentivos de corto plazo para que las dos partes prefieran las políticas que conllevan la captura de rentas y no las que tienen un verdadero impacto en la productividad. En este contexto, es prioritario formular una política idónea de desarrollo productivo para la industria. Aunque los detalles específicos de esa política exceden los alcances de este artículo, están claros algunos de los elementos que deben enmarcar esa iniciativa. Colombia requiere ante todo una visión compartida de lo que debe ser el país en el futuro. Hace 30 años el ingreso por habitante de Corea del Sur era igual al nuestro, y hoy el primero más que duplica al segundo gracias a la capacidad de toda la sociedad coreana para avanzar con persistencia hacia una meta de largo plazo. En ese sentido, se necesitan políticas estables que den señales claras a los inversionistas acerca de la asignación de los recursos, alejando la tentación de aplicar planes y programas que sólo dan réditos en el corto plazo. Además es necesario que esas políticas sean transversales, enfaticen los bienes públicos y resuelvan fallas de mercado, y se alejen de los instrumentos que generan corrupción y captura de rentas, como el proteccionismo y los subsidios directos. Así mismo, es esencial que la política tenga el más alto nivel dentro del gobierno, para que se puedan hacer efectivas las trasformaciones requeridas en las distintas entidades públicas. Finalmente, es fundamental que una nueva política para la industria tenga un pie firme en las regiones, pues es allí donde se gesta el cambio productivo. Esos elementos deben ser el marco de una nueva política de desarrollo productivo para la industria, cuyo diseño específico debe ser labor prioritaria del sector público y el privado en este nuevo periodo de gobierno.

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