Revista Dossier ACERVO CULTURAL - CERCOS DE PIEDRA Y CORRALES DE PALMAS EN EL CAMPO URUGUAYO -

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ACERVO CULTURAL Y PATRIMONIAL

SILENCIOSOS VESTIGIOS DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX

CERCOS DE PIEDRA Y CORRALES DE PALMAS EN EL CAMPO URUGUAYO

Manguera de piedra. Cuchilla de Haedo, Tacuaremb贸.

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ACERVO CULTURAL Y PATRIMONIAL

Por

Eduardo Roland

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esde que en el año 1617 Hernandarias mandó desembarcar algunas vaquillonas y toros de su estancia santafecina en la costa del actual territorio uruguayo, el ganado deambuló libremente por los desérticos campos de la Banda Oriental, teniendo por únicos límites ciertas barreras naturales como arroyos y ríos. Se iniciaba un proceso que, entre tantos otros cambios, acabaría con la plástica de los campos situados al este del Plata y del río Uruguay, por entonces cubiertos de pasturas que alcanzaban hasta el metro y medio, en un contexto general de ausencia casi total de árboles, a no ser por el monte autóctono que crece en los contornos de los cauces de agua más importantes. Medio siglo más tarde, muchos indígenas, menos caballos y algunos perros vagaban a su aire entreverados

con el ganado ‘cimarrón’, que se multiplicaba de forma exponencial y se apropiaba de los campos, desplazándose hacia el este. Se cree que sumaban unos cinco millones las cabezas de ganado cuando en 1680 los portugueses plantaron bandera en San Gabriel (Colonia del Sacramento) y la primera expedición de guaraníes cristianizados al mando de sacerdotes jesuitas bajaban desde el noroeste, atravesando el Río Negro, en busca de nuevos rodeos para alimentar a los cincuenta mil habitantes que vivían en los famosos ‘Treinta pueblos’ de las Misiones. El actual territorio uruguayo se había convertido, gracias a Hernando Arias de Saavedra, en una generosa estancia sin dueño (“La vaquería del mar”, según los jesuitas) que usaban los misioneros para aprovisionarse de ganado que arreaban en gigantescas tropas hacia sus poblaciones. Esta situación de abundancia de reses vacunas elevó la categoría de un territorio que interesó tarde a las potencias colonizadoras, por ser considerado “tierras de ningún provecho”. Pronto, estos campos que dan al mar serían codiciados por las potencias extranjeras, y se convertirían en “tierra purpúrea” –según la famosa expresión de Hudson–, donde se mataba una vaca para comer un costillar o un equino para confeccionar un par de botas de potro, y el resto del animal

Foto: Marcelo Puglia.

Manguera de piedra. Fondo de los Ajos, Rocha.

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quedaba tirado a merced de otros depredadores, tiñendo el suelo de rojo y pudriéndose al sol. Sin que nadie lo sospechara, allí comenzaba a forjarse la idiosincrasia uruguaya, con sus luces y sombras. Cuando los primeros estancieros criollos se establecieron para explotar la ganadería tuvieron que instaurar límites más acotados para mejor control de sus reses. Fue así que se echó mano a dos modalidades de cercamiento: las mangueras o mangas de piedra, de uso más extendido; y otra bastante más rara y focalizada: los corrales de palma. (No tomamos en cuenta los cercos de madera que se utilizaban sobre todo para los caballos, de los cuales no quedan vestigios).

Mangueras de piedra De fines del siglo XVIII y principios del XIX datan los primeros cercos, construidos tradicionalmente de piedra en seco, es decir sin argamasa. Por lo general, estos corrales presentan forma circular, aunque también se construyeron muros ‘rectos’ que pueden alcanzar varios cientos de metros de longitud. La construcción de estos muros de piedra se mantuvo hasta que, promediando la segunda mitad del siglo XIX, el alambrado llegó para quedarse de la mano del joven general Lorenzo Latorre.

Foto: Marcelo Puglia.

Aunque distribuidas en casi todo el territorio nacional, las mangueras de piedra sobrevivientes se encuentran sobre todo en los departamentos del norte del país, donde aún hoy algunas siguen siendo utilizadas con idéntica función para la que fueron construidas hace siglo y medio, mientras que otras se utilizan como atractivo turístico. Muchas de esas mangueras fueron levantadas por esclavos, y otras por ‘comparsas’ de vascos e italianos, en fechas posteriores a la Guerra Grande (1843-1852). Algunos expertos en el tema afirman que también los indios tapes de las misiones jesuíticas construyeron cercos (los más antiguos), ya que la forma en que se colocaban las piedras se diferenciaba levemente de la técnica usada por el resto. Entre los cercos de piedra más famosos, por “haber participado” de un hito histórico, están los de Masoller (departamento de Rivera), detrás de los cuales en setiembre de 1904 las fuerzas gubernamentales se parapetaron con sus rifles de repetición y sus metralletas para atacar a las huestes revolucionarias de Aparacio Saravia, quien sería herido de muerte en el lugar. El trágico episodio significó, en última instancia, el fin de la última guerra civil uruguaya. En el sureste del país, sobre la Sierra de la Ballena, en la zona del Arboretum de Lussich, persisten partes de

Manguera de piedra. Saladero de los Holandeses, paraje La Coronilla, Maldonado.

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ACERVO CULTURAL Y PATRIMONIAL La palma butiá

Patrimonio natural en extinción

importante al ingerir los renuevos o plántulas mezclada con la pastura natural o selectivamente, consumiendo las hojas tiernas de las palmas jóvenes en la temporada estival.

Los añejos corrales El palmar butiá es un ecosistema único en el mundo y se le ubica en el este de Uruguay y en el estado de Río Grande del Sur (Brasil). Ocupa una superficie que ronda las setenta mil hectáreas y el departamento de Rocha tiene el privilegio de poseer la mayor concentración de estos palmares, particularmente en la región de Castillos (lagunas Negra y de Castillos, y la zona norte de Valizas) y de San Luis. La palma butiá es una especie que se desarrolla en suelos bajos y húmedos, ocasionalmente se los ubica en serranías en forma aislada y se considera que los ejemplares adultos que se observan actualmente superan los trescientos años de edad, tomando en cuenta la introducción de la ganadería.

El impulso y su freno En el año 1976 la Unesco declaró a los bañados del este Reserva de Biosfera. Los palmares butiá están estrechamente vinculados a estos humedales y por ser un ecosistema único en el mundo se le considera Patrimonio de la Humanidad. En Uruguay existen dos leyes (una de 1939 y otra de 1987) tendientes a proteger la palma y los palmares butiá, pero éstas no han incidido en el proceso de lenta y sostenida extinción de la especie. La única regeneración de palmas que se observa ocurre a los costados y a lo largo de las rutas 9 y 16 en las inmediaciones de la ciudad de Castillos. Se estima que esta situación se ve favorecida porque actualmente no se desarrolla la tropa o arreo de ganado a pie. Esta antigua modalidad de traslado de ganado compactaba el suelo y destruía las plántulas de palma. De no adoptarse políticas de gestión efectivas que impliquen la regeneración de nuevos ejemplares, con el transcurso del tiempo tendremos como únicos testimonios del palmar los que crecen a la vera de las referidas rutas. La superficie que ocupa el palmar en estas condiciones es ínfima si se la compara con el área originaria. […] Desde hace más de dos siglos los renuevos de palma no sobreviven como acontecía antes de la introducción de la ganadería, o lo hace en lugares muy aislados e inaccesibles donde el ganado no logra llegar. La ganadería, entonces, está jugando un rol

Los corrales de palmas son otros testimonios de las historias del palmar. En la región de Castillos existen cerca de una treintena y hoy son el mudo testimonio de una riqueza cultural productiva cuyos orígenes se establecen allá por el siglo XVIII, en la Vaquería del Mar. La construcción de estos corrales tuvo el objeto del manejo del ganado cimarrón y la tropilla baguala. Se indica que desde las Misiones Jesuíticas Guaraníes venían a buscar ganado a esta zona, tropeando varias decenas de miles de cabezas de ganado y caballos hacia las referidas Misiones. […] Estos corrales forman parte de la riqueza histórica de la zona de Castillos. La mayoría de ellos son de forma circular y de distintas dimensiones. Entre palma y palma se utilizaron diversos elementos para cerrarlos en forma más compacta, por ejemplo: piedra, ‘banana silvestre’ o ‘bromelia’, especies espinosas de árboles y arbustos, palo a pique y guasca, de los cuales aún hoy quedan algunos testimonios. Es perceptible en los troncos de las palmas de los corrales un estrangulamiento o estrechamiento. La misma es atribuida al estrés producido por el trasplante, que en el momento de esta operación afectaría a nivel del cogollo de la palma; esto estaría indicando a qué altura fue trasplantada. También se maneja otra teoría rescatada de la historia oral: entre palma y palma se cerraba con estacas bastantes fuertes y altas, como de tres varas, las cuales estarían unidas a los troncos por correas o tiras de cuero vacuno, llamado ‘guasca’, previamente humedecidas; una vez que se seca genera una gran presión sobre las estacas y los troncos, lo que habría generado los referidos estrangulamientos. La utilización habilidosa de piedras y elementos de cuero o guasca tendrían origen en la utilización de numerosa mano de obra indígena guaraní o tape originarios de las Misiones Jesuíticas, que arribaron junto con el ganado a lo que hoy es el departamento de Rocha. Extracto de una investigación realizada por el periodista Néstor Rocha. Fuente: sitio web del Grupo Guayubira (www.guayubira.org.uy).

Foto: Giancarlo Geymonat.

‘’Corral grande’’ de palmas butiá. Bañado de San Miguel, Rocha.

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Foto: Giancarlo Geymonat.

Vista aérea del ‘‘corral grande’’ de palmas construido por Juan Faustino Correa a principios del siglo XIX. Bañados de San Miguel, Rocha.

un cerco que se prolonga a ambos lados del Abra de Perdomo. En otras zonas serranas del país también se ven cercos de similares características. En la estancia El Pororó (departamento de Lavalleja), cercana a Aiguá, existe un cerco rocoso de 27 kilómetros: es el más extenso que ha quedado. Otro ejemplo de ‘monumentalidad’ lo constituyen las mangueras existentes en la estancia jesuítica Nuestra Señora de los Desamparados, en el departamento de Florida.

Corrales de palma Auguste de Saint-Hilaire, en expedición por estas tierras australes, fue el primero que dejó registro escrito sobre la existencia de corrales de palma: “Hoy he visto muy lindas praderas, con butiá plantados en círculo y muy cerca unos de otros: su follaje se mezcla produciendo una impresión muy agradable. Estos árboles son

trasplantados cuando ya son grandes y prenden muy bien”. Tal la anotación que el naturalista francés efectuó en su diario el 10 de octubre de 1820: que esta observación esté bajo el título de Castillos nos da una pauta geográfica bastante precisa. Hoy en día, desde el Camino de los Indios que nace en Castillos, así como desde las rutas 14 y 16, es posible observar a la distancia varios corrales construidos con palmas que superan los doce metros de altura, seguramente los que registró Saint-Hilaire Incluso pueden verse algunos corrales en donde se utilizaron palmeras y piedras de manera conjunta. Yendo por la ruta 14, a un kilómetro y medio de haber dejado atrás la ruta 16, se visualiza un corral de palmas que los especialistas consideran el más grande del mundo. Aníbal Barrios Pintos fue pionero a la hora de investigar su origen, en su libro De las vaquerías al alambrado (1967). El incansable historiador uruguayo

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Foto: Marcelo Puglia.

Corral de palmas. Cerro Lechiguana, Rocha.

averiguó que el titular de la estancia –hoy conocida como Corral de Palmas– era un tal Juan Faustino Correa, y según consta en el censo de 1834, poseía a la sazón diez mil vacunos y cuatrocientos lanares. Para reunir y cuidar su numerosa hacienda decidió construir un enorme corral, tarea que realizaron los esclavos de su estancia. En lugar de apelar a la piedra, Correa optó por utilizar la materia prima que tenía más a mano: las palmas butiá, que hizo traer de las sierras y de los extensos bañados cercanos. Los ejemplares eran trasplantados con una altura que no superaba los dos metros, una palma al lado de otra, hasta completar un trazado perimetral compuesto por líneas ‘rectas’ (una de ellas alcanza los 230 metros). Se estima que originalmente fueron novecientas las palmas utilizadas en ese corral con capacidad para albergar cuarenta mil reses de ganado. Hay quienes opinan que la gran magnitud de la obra se

correspondió con la necesidad de abastecer el destacamento militar de la fortaleza de Santa Teresa, pero como tantos datos del pasado lejano, es difícil confirmar su veracidad sin la existencia de documentos. En la actualidad quedan en pie la mitad de la palmas del antiguo corral; lo mismo sucede con un trascorral de forma circular –seguramente utilizado para marcar el ganado–, del cual persisten sólo veinte ejemplares. De no tomarse medidas para conservar las palmas históricas y permitir el crecimiento de nuevos ejemplares, todo parece indicar que estos peculiares cercos vegetales que caracterizan la región de Castillos tienen los días contados. D

Eduardo Roland. Profesor de literatura, escritor y periodista cultural. Editor general de Dossier.

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