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«Tantágora és una bèstia qui ha cara de hom, e ha tres endanes de dents, e lo cors de lahó, e coha de estor, pits e ulls de cabra, e és vermella, e ha veu de serpent, e és pus hiversosa de correr que altre bèstia» (Bestiaris. Volumen II. Barcelona. Editorial Barcino 1964. Pág. 119 )


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sum editorial

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va de pensar La formación del narrador Cucha del Águila . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 6

La narración oral en las dos orillas José Campanari . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10

Oralidad versus lectura y escritura Algunos apuntes y tres experiencias Tantágora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14

¿Narrar cuentos es un oficio? Modelo para armar Jesús Lozada Guevara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20

El gallo y el ratón Odette Renaud-Vernet . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24

va de charla La memoria de los cuentos Antonio Rodríguez Almodóvar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36

¿Qué clase de narradores y narraciones te convirtieron en el narrador que eres ahora? Nelson Calderón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39 Carlos Genovese . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 40 José Campanari . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 41 Ana Padovani . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42


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ario va de cuentos Cercana charla a distancia José Campanari . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 44

El abacero Nelson Calderón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48

La iguana Nelson Calderón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 49

Los asesinos de la luna Ernesto R. Abad

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va de eventos Festival “Déjame que te Cuente” (Lima, septiembre 2010) Cucha del Águila . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54

va de libros Los secretos del cuentacuentos Beatriz Montero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56

Se presenta en La Habana, la Colección Oralia Por Mayra Navarro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58

El segundo círculo de los mentirosos “Cuentos filosóficos del mundo entero” Jean-Claude Carrière . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60


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edit De orilla a orilla y en medio, un mar enorme

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Hoy hemos querido entablar un diálogo sobre la narración oral entre narradores que orillan un mar que, a pesar de sus enormes proporciones, no nos impide compartir muchas cosas. Si bien es cierto que factores como las costumbres y creencias de unos y sus hablas autóctonas, razones como el tiempo y la geografía, han hecho brotar en cada lugar, en cada rincón, lenguajes y culturas propias cuyo resultado es un rico mosaico de visiones, los resultados no distan tanto como pudiera parecer. Pues a pesar del enorme mar de en medio (o gracias a él), habitantes de una y otra orilla nos sentimos impulsados a dar rienda suelta a nuestro deseo de relacionarnos, a la necesidad de compartir arquitecturas verbales, a unas enormes ganas de compartir mundos imaginarios. Nuestra existencia cotidiana nos empuja, nos obliga, a usar la palabra para comunicarnos, ya

sea a través del canal oral o del escrito. Mas es fácil darse cuenta de que algunas personas poseen unas capacidades innatas que les permiten usar el lenguaje con fines estéticos recreándolo, transformándolo y usándolo según lo requiera la ocasión. En las sociedades tradicionales, con una tradición oral bien desarrollada, era la comunidad la encargada de entronizar esta clase de individuos para que desarrollaran la función de narradores. Suya era la responsabilidad de dar a conocer la literatura. Ellos eran el libro. En las sociedades modernas un montón de interrogantes se arrebujan: ¿Hay lugar en la actualidad para el narrador? ¿De qué fuentes deberá beber quien desee mejorar en su arte de narrar? ¿Son el libro y la lectura el mejor medio para acceder a la palabra con fines estéticos? ¿Escu-


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orial char conduce a la lectura? ¿Leer es el primer paso para contar? ¿Qué clase de modelos lingüísticos y humanos tienen los narradores actuales? ¿Qué significado tiene narrar en las sociedades contemporáneas? Si estamos de acuerdo con las palabras de Lluís Duch según el cual la verdadera narración exige una continuada contextualización de la memoria del narrador y de la receptividad de quienes le escuchan con la finalidad de establecer una circularidad experiencial, una tensión empática, entre ambos (La paraula trencada Barcelona: PAM p. 70), pronto advertiremos que practicar el arte de comunicarse con la palabra con finalidad estética no es tarea fácil. Los escritos que componen este número de Tantágora acercan al lector una serie de reflexiones

que atraviesan de forma transversal su contenido, ya sea en formato artículo, ya sea como entrevista, dando además a conocer algunos cuentos (de tradición oral y de autoría, que de todo hay), ya sea por último reseñando los libros del apartado a ellos dedicado. Entre la escucha (incluida la lectura) y el habla, esta es la geografía en la que habitamos todos cuantos pretendemos contar. Tan lejos y tan cerca, de un lado y de otro lado del océano, aquí estamos los hablantes, narradores u oradores, gentes todas que nos empeñamos en transmitir los más variados mensajes producto intransferible de nuestra memoria sirviéndonos de la voz, producto personalísimo de nuestra respiración, de todo nuestro cuerpo, en otras palabras, de todo nuestro ser.

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va de La formación del narrador Cucha del Águila Narradora (Perú)

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Desde hace algunos años se viene observando un aumento creciente de personas que nos dedicamos a la narración oral. Nos llaman y llamamos cuenteros, cuentacuentos, narradores orales, narradores orales escénicos. Ofrecemos nuestros servicios en colegios, bibliotecas, fiestas, librerías, bares, nos producimos en salas de teatro y festivales. Algunos realizamos esta actividad de manera exclusiva pero la gran mayoría realiza en forma paralela otras labores profesionales. Se vienen dando también múltiples talleres de narración oral dictados de manera indistinta por profesionales reconocidos, narradores debutantes, especialistas en oratoria, asociaciones, bibliotecas, instituciones de artes escénicas, etc. Interpelan estos hechos y también nuestra práctica dos preguntas frecuentes que nos hace el público, el periodista, los familiares y amigos. La primera: ¿Cualquier persona puede narrar cuentos? La respuesta es Sí. Pero aclaramos, decir que todos podemos contar cuentos como que todos podemos cantar es verdad, aunque no todos llegamos a ser cantantes ni narradores de cuentos. La segunda: ¿Se necesita formación para ser narrador? Siempre. Porque no todo el que narra un cuento lo hace bien, o narra un buen cuento.


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pensar Definir lo que significa narrar bien y contar un buen cuento podría tomarnos más espacio y tiempo e incluso suscitar un amplio debate sobre el tema. Las percepciones sobre este arte son diversas y no existe un diploma que otorgue el título de narrador de cuento o alguna institución en donde nos podamos graduar en este arte. Emparentada con la conversación, la naturalidad y la aparente escasez de recursos técnicos que se usa al narrar un cuento se puede llegar a pensar que no hay necesidad de formación, reflexión e investigación. Y vuelven las mismas preguntas: de acuerdo, el narrador necesita formarse, pero ¿cómo? ¿dónde? ¿quién lo forma? ¿qué materias y contenidos aborda para ser narrador? En líneas generales suelo responder a estas preguntas basándome en las conversaciones con colegas narradores sobre nuestros procesos de aprendizaje y fundamentalmente en mi experiencia como aprendiz, promotora y también formadora.

tes escénicas, la educación, la literatura y las ciencias sociales, lo cual constituye una base inicial de nuestra formación como narradores. Somos además educadores, bibliotecarios, antropólogos, etnólogos, lingüistas, actores, etc. Luego se dan diversas figuras: algunos han seguido una formación sistemática y metódica propuesta por alguna institución sobre el tema, otros se han formado a través de un diseño personal de aspectos que ha considerado necesarios aprender para contribuir a su trabajo de narrador, hay también un aprendizaje por impregnación en la familia o en el entorno si hay narradores cercanos, también existe, como antiguamente en otras profesiones, el traspaso del saber del maestro al aprendiz. Estamos también quienes hacemos una amalgama de todas las anteriores. En resumen, el narrador se forma: en cursos, talleres, leyendo, imitando, investigando, escuchando y contando. Dónde se form a un narrador

Cóm o se form a un narrador

Creo que lo primero que tenemos que saber es que la gran mayoría de narradores de mi generación provenimos de horizontes cercanos a las ar-

Si bien en algunos lugares existen centros de formación en la Narración Oral1, el narrador es producto en general de un diseño personal de su propia formación, de influencias recibidas al es-

1 En el año 2004 realicé una residencia artística en el Conservatorio de Literatura Oral en Vendôme (Francia), dirigido por Bruno De La Salle, donde cada mes se proponen talleres de corta duración (30 horas) relacionados con las artes de la palabra. También existe el grupo de estudio Farenheit >

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cuchar a otros narradores, de cursos o talleres en centros culturales, institutos o universidades de ramas afines: danza, canto, literatura, comunicación, filosofía etc.

decir narrando, equivocándonos o acertando, recibiendo críticas, explorando nuevas posibilidades al elaborar nuestro repertorio. ¿Quiénes forman?

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Cuando un grupo de artistas o una persona monta un espectáculo de narración oral por iniciativa propia o a pedido de alguna institución, la realización de dicho montaje le brinda también situaciones de formación que involucra lugares y personas diversas. Fue lo que sucedió en el año 2003 cuando dirigí un grupo de actores que debía realizar un espectáculo de narración oral solicitado por un Museo en mi país. El montaje debía presentar cuentos provenientes de diversos pueblos de la Amazonia. Dentro de nuestro programa de preparación realizamos un viaje de estudio a la Selva Amazónica, se pasaron horas en el zoológico observando y familiarizándose con los animales de la selva que no conocían y con los relatos a los que hacían referencia, aprendimos canciones con un maestro indígena, entre otras cosas. De los 9 artistas que participaron, 4 continúan con la narración oral; este proyecto constituyó su formación inicial como narradores. Un espacio fundamental donde se sigue formando un narrador es también en el “ruedo”. Es

La narradora canadiense CLAUDETTE L’HEUREUX dice que a narrar no se enseña, pero sí se puede aprender. Por ello algunos narradores dictan talleres en los cuales comparten reflexiones y el camino que ellos recorrieron y recorren para narrar, otros han desarrollado una propuesta de formación en torno a un tema específico: el cuerpo en la narración oral, las imágenes en el cuento, el narrador-autor, la música en el cuento, etc. Hay quienes hacen talleres a la demanda de algunas instituciones que presuponen que todo narrador es también formador. Esta situación es parecida a la que viven los escritores de literatura infantil y juvenil a quienes se les pide que dicten talleres de escritura en las escuelas sin preocuparse si además de buenos escritores son competentes para dictar talleres. Existen profesionales que alimentan y enriquecen el trabajo del narrador, como actores que dirigen talleres de voz, músicos, bailarinas, para el uso en escena de la danza y la música, antropólogos, lingüistas para los temas de repertorio, etc.

451, conformado por narradores profesionales que investigan, se forman y realizan un montaje de narración oral en algún género o temática. En el 2004 se investigaba el género de las epopeyas. El año anterior fueron los relatos de Las Mil y una noches. En Francia proponen también una formación diversa y estructurada la Maison du Conte, el Centro Mediterráneo de Literatura Oral. Existen Universidades en Colombia, Institutos en Argentina que dictan cursos de Narración Oral.


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No podemos olvidar que un bagaje fundamental nos lo da el entorno familiar, social y la mejor maestra: la vida. ¿Qué m aterias o contenidos se abordan?

Los temas desarrollados en talleres y propuestas de formación se inscriben de manera específica y/o de manera transversal en estos aspectos: el relato, el vínculo, el narrador, los recursos, el espacio, la ética del narrador. Cada uno merece ser profundizado aunque las prioridades varían según el narrador y el tipo de labor que desarrolla. Los interrogantes y necesidades de formación varían de una maestra o bibliotecaria que narra cuentos para motivar a leer a sus alumnos, de una madre para entretener a su niño o para hacerlo dormir, y del narrador contratado para difundir y promocionar los libros que vende una editorial. Un narrador oral que hace un trabajo escénico contempla otro acercamiento al espacio que el narrador que va a un hospital donde su trabajo estará centrado más en el vínculo y en la elección del relato apropiado que propone con fines terapéuticos. La diversidad de lo que se cuenta, el repertorio, plantea grandes retos: ¿Qué narrar? ¿Cómo se narra la tradición oral y la obra de un autor? ¿Cómo contar sus propios relatos? ¿Cómo se hace un espectáculo de cuentos? También surge la necesidad de abordar la ética del narrador. En todas las profesiones existen cursos de ética que contemplan posibles situa-

ciones de conflicto en el oficio. Un cuento tradicional no pertenece a un individuo sino a la colectividad, pero una versión específica y peculiar es producto de la investigación y propuesta de un narrador. Este tema que tiene que ver con la propiedad intelectual del narrador y lleva su firma. Se le llama universo, repertorio, estilo, etc. El narrador recibe un reconocimiento por aquello que ofrece. El uso de la versión de otro colega sin autorización es hurto. En el caso de los narradores orales el tema es confuso y se aborda de manera transversal. Al constatar el “inmediatismo” que reina hoy en día en todas las profesiones, la pérdida del valor de la experiencia y de la memoria, no podemos dejar de preocuparnos por el devenir de este arte. Aunque no hay unanimidad en el cómo debería hacerse, ni bajo qué formas, existen interesantes planteamientos institucionales e individuales en la mayoría de los países. Creo que sería necesario intercambiar experiencias, reflexiones y posturas frente al tema de la formación. Podríamos compartir nuestro recorrido como aprendices o formadores, para dar a conocer el esfuerzo y trabajo que se oculta detrás de esa aparente facilidad del trabajo de narrador. Es importante transmitir la necesidad de reflexionar e investigar con rigor y profesionalismo en nuestro campo. De lo contrario la narración oral pasará a engrosar el menú del fast food de la cultura.

C. del A.

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La narración oral en las dos orillas José Campanari Autor y contador de historias (Argentina)

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Estoy en el avión, volviendo de Buenos Aires, ciudad que me vio nacer y en la que comencé mi recorrido como contador de historias. Pensé que este viaje me ayudaría a escribir el artículo, pero los encuentros con familiares y amigos no me permitieron adentrarme en el tema de la narración oral. Así que recurriré a la memoria, a lo vivido en estos veinte años de transitar el arte de contar historias de viva voz. En todo este tiempo he participado en festivales, encuentros y programaciones en Argentina, Colombia, Uruguay, Perú, Ecuador, Francia y España, lugar en el que resido desde 1999. Quedan por recorrer otros lugares de los que tengo noticias sobre el desarrollo de encuentros relaciona-

dos con la narración oral, como Costa Rica, México, Venezuela, Italia, Inglaterra y seguramente muchos otros lugares de los que no tengo información. Al pensar en las dos orillas del océano vienen a mi cabeza una serie de imágenes y emociones difíciles de explicar. Contar siempre es una aventura y la relación con el público varía en cada ocasión, ya sea de un lado u otro del océano, lo que genera todo tipo de sorpresas. Una particularidad que encuentro en algunos países de los visitados es la desbordante afluencia de público. En Colombia, por ejemplo, recuerdo el festival de Bucaramanga en el que se realizan funciones nocturnas a las que asisten mil quinientas perso-


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nas, que reunidas en una sala escuchan atentamente a dos narradores por noche. También recuerdo una contada colectiva programada dentro del Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá, en la que había una verdadera multitud sentada sobre el césped escuchando cuentos y deseando que aquello no llegara a su fin. Nunca se me olvidará una contada de tres horas y media en los jardines de la Universidad de Los Andes en Bogotá, a la que asistieron unos quinientos estudiantes universitarios que acabaron echados sobre colchonetas escuchando un cuento para dormir. Aunque los tres ejemplos planteados sean en Colombia, cuando pienso en el arte de contar historias en los diferentes países de Latinoamérica donde estuve, aparece la imagen de mucha gente escuchando, de una importante necesidad de que le cuenten historias. Creo que es una necesidad propia de la Humanidad y que poco tiene que ver con una orilla u otra el océano. De este lado del océano, no puedo dejar de mencionar la Maratón de Cuentos de Guadalajara. Durante más de cuarenta horas hay gente contando y escuchando. Por momentos, en el patio del Palacio del Infantado no cabe un alfiler, y en otros momentos, unos pocos, en la intimidad de la noche y sostenidos por el entusiasmo, escuchan en su duermevela las historias compartidas. Pero claro que estos son recuerdos de festivales, de motivos de fiesta. En las programaciones regulares (la otra orilla de los festivales) encontra-

mos realidades muy diversas. Con mayor o menor asistencia de público o con dificultades de producción y promoción. Como consecuencia del desconocimiento de este nuevo arte que poco a poco se va haciendo un espacio en las agendas culturales. De un lado y otro del océano son muy diferentes las realidades de la relación economía y cultura. Mientras que en Europa muchas de las actividades relacionadas con el mundo de la cultura están de una manera u otra subvencionadas, en Latinoamérica realizan mediante colaboraciones de empresas a través de dinero o de infraestructura (cesión de espacios, alojamientos, dietas, etc.). Si bien esto influye en la manera de realizar y dar a conocer las actividades que se desarrollan en el ámbito cultural, no voy a adentrarme en el tema. Quizás es algo a reflexionar con mayor profundidad y mis conocimientos sobre política, economía y cultura son demasiado básicos como para hacer un estudio digno de ser publicado. Volvamos a la narración oral en sí. Cuando hablo con personas que desarrollan el arte de contar historias de manera profesional, sea cual sea su nacionalidad o el país donde desarrollan la tarea, aparecen algunos comentarios que llaman mi atención. La fantasía de algunos narradores europeos es que en Latinoamérica la actividad de contar historias en el ámbito familiar y social aún está viva, a diferencia de Europa donde pertenece a la memoria colectiva y está en vías de extinción. Pero al hablar con narradores latinoamericanos me encuentro con que la costumbre familiar o social de contar historias está en peli-

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gro también en esa orilla y tal vez en buena parte del mundo. Parece que esto es producto del progreso. Que la Humanidad se pregunta si perder o no perder un minuto de su productividad para detenerse a escuchar una historia es bueno. En el medio de esta reflexión social, en ambas orillas del océano aparecemos los narradores orales profesionales con un aparente objetivo en común, recuperar o mantener viva una antigua tradición necesaria para la Humanidad.

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Entonces aparecen aquí las dos orillas de la narración oral. Una que pertenece al territorio de lo cotidiano y otra al territorio de lo profesional. Los habitantes de ambos territorios, embelesados por la romántica idea de mantener vivos los cuentos y las leyendas, se sumergen de cabeza en las aguas de la narración oral. Allí nadan entremezclados hasta que llega el momento de volver cada uno a su territorio, y aquí aparece una pregunta. Si las aguas son las mismas, ¿por qué hay dos orillas? Durante algunos años cualquier persona que se encontraba con la narración oral podía escuchar una frase que no por cierta es menos peligrosa: “Todas las personas pueden contar una historia”. No podemos negar que todas las personas tienen la posibilidad de recordar algo que han vivido, que han visto o que les han contando y pueden compartirlo de manera oral con los demás. Del mismo modo podemos decir que todas las personas pueden cocinar, pero una cosa es preparar una buena comida para compartir con familiares y amigos y otra muy diferente es abrir un restaurante.

Esto lo traigo a colación porque es una inquietud que está latente en ambos lados del océano y genera largas charlas que terminan en pocas conclusiones y fuertes borracheras (porque las charlas acompañadas por un buen licor se hacen más placenteras). En esas charlas queda atrás la imagen de la persona mayor sentada en una mecedora, o de un grupo de mujeres pelando patatas, o de unos hombres sentados alrededor del fuego después de las tareas del día. Hay que recuperar una antigua tradición de la que no tenemos demasiadas referencias en el ámbito profesional. Aparece la vaga imagen del juglar, del bufón del rey, de los cantares de ciego y la propia experiencia de quienes transitamos este oficio en la actualidad. De uno y otro lado del océano se arman encuentros, mesas redondas, congresos, charlas más o menos formales, sobre el arte de contar historias o la narración oral. Se habla de formación, de repertorio, de público, de objetivos, de lugares adecuados donde desarrollar este oficio, de estilo, entre muchas otras cosas. Se trata de llegar a conclusiones en común, pero se descubre que las aguas de la narración oral tienen muchas orillas. La orilla la del territorio de la psicología, la del territorio de la educación, la del territorio de la espiritualidad, del territorio de animación a la lectura, la del territorio de lo esotérico, la del territorio de las artes escénicas y algunas más que ahora mismo no vienen a mi cabeza. Entre tantas orillas, las aguas de la narración oral se preguntan si son dulces o saladas, si tienes olas o son plácidas, si tienen mucha o poca profundidad.


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Algunas veces alguien se zambulle tímidamente desde el territorio de lo cotidiano y al salir de las aguas se encuentra caminando en el territorio de lo profesional. No siempre se da cuenta que la geografía no es la misma y que puede que no tenga el equipamiento necesario para transitar ese paisaje de manera fluida. Aquí no solo basta con hablar de la formación del narrador en sí, sino también del objetivo que se plantea. No es igual quien aborda este oficio como hecho en sí mismo, a quien lo utiliza dentro de su territorio como instrumento o complemento de la tarea. Las aguas de la narración oral bañan las orillas de muchos territorios. Y las personas que nadamos en esas aguas podemos hacerlo de las maneras

más variadas. Si bien es bueno que todos nademos esas aguas, cada cual a su manera, creo que es necesario no perder de vista el territorio desde el cual se parte y al cual se pretende llegar. Entonces me aparecen algunas preguntas: ¿Qué tenemos en común esas personas? ¿Qué tienen en común esos territorios? ¿Cambian las aguas o cambia la manera de nadar? Pienso que una vez que encontremos esas cosas que tenemos en común los habitantes de los diferentes territorios, cuyas orillas están bañadas por las aguas de la narración oral, será más sencillo que en cada territorio se encienda el fuego para juntarse a charlar sobre los objetivos propios, sobre las necesidades particulares, sobre los equipamientos necesarios para lanzarse a la aventura en cada geografía. A estas alturas perdí de vista las orillas del océano, ya no me parece tan diferente Latinoamérica que Europa, ya no me parece tan diferentes los públicos, las sesiones, los festivales, si bien cada uno tiene sus características particulares, sus propios objetivos, su manera de vivir la fiesta de la palabra. Ahora me quedo flotando en las aguas de la narración oral, mirando todas las orillas, compartiendo las aguas con gente de todos los territorios que los rodean y viendo si por lo menos en el simple hecho de flotar tenemos algo en común, para que luego cada cual nade como quiera y vuelva a su territorio para seguir reflexionando sobre las particularidades de esta manera de expresión en cada geografía. J.C.

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Oralidad versus lectura y escritura Algunos apuntes y tres experiencias Tantágora

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I La lectura se basa en tres acciones principales: reconocer, identificar e imaginar. Para leer hay que poseer las claves para descodificar el código de la escritura. Para adentrarse en esta acción de forma silenciosa es necesario que el individuo sepa, pueda y quiera desconectar el cerebro de la escucha externa, activando el lenguaje interno. Para leer en voz alta hay que conocer bien el texto escogido, cuidando la pronunciación, no precipitarse en el número de sonidos pronunciados por minuto y, además, respetar lo signos de puntuación; un texto bien puntuado es un texto que respira, que no ahoga a quien pretende leerlo en voz alta y que el oyente agradece pues le sumerge en una atmósfera de confortable sonoridad. II Distintos soportes de la escritura (los papiros, tabletas y otros materiales en la antigüedad, libros desde la era Gütenberg, ordenadores, e-book y otros inventos que nos depara el presente y sin


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duda nos seguirá deparando el futuro) han contribuido sin lugar a dudas a salvaguardar gran parte de la cultura, de la civilización de la humanidad. De este modo se han salvado del olvido relatos, costumbres, cancioneros, costumbres, etc., generados por las comunidades humanas, algunos de ellos tan antiguos que iniciaron su andadura entre la escucha, la memoria y la voz, las imprescindibles anfitrionas de esta comarca fértil que es la Oralidad. III Una de las claves para estimular la curiosidad por el conocimiento ha sido el acceso a la lectura gracias a la escolarización universal. Pero no todos los pueblos han tenido ni gozan todavía de este derecho universal. Algunos por el aislamiento geográfico de sus gentes. Otros porque la pobreza atávica de sus tierras ha impedido su llegada. Otros, al fin, por la falta de escrúpulos de sus gobiernos.

Y sin embargo, sabemos de algunos proyectos que, con la ayuda de la imaginación y el trabajo de colectivos o individuos, han hecho realidad la llegada las bibliotecas, cuyos libros han hecho posible que la lectura se adueñe de sectores o poblados iletrados (que no analfabetos), permitiendo así que se generen las condiciones adecuadas para su disfrute. IV Hoy queremos dar a conocer tres proyectos que no sólo significaron para las gentes de los lugares adonde llegó la posibilidad real de enfrascarse en la lectura de libros, sino que también están permitiendo que la palabra fluya en los espacios que acogen las improvisadas bibliotecas, acercando a pequeños y mayores relatos que enriquecen su existencia cotidiana y que a veces se sustentan en la oralidad y la confortabilidad de sus sonidos, ritmos y presencias.


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Estados Unidos, a principios del siglo XX. Estas bibliotecarias acercaban los libros a las comunidades más aisladas y lo hacían montadas en sus cabalgaduras contra viento y marea.

La señora de los libros Roser Ros Narradora (España)

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La primera experiencia que planteamos es la reseña de un libro cuyo título sólo su título encendió mi curiosidad y me demostró que los esfuerzos por acercar la lectura a toda clase de personas y comunidades han existido desde mucho tiempo atrás y que su realización, dura pero agradecida, ha requerido de personas con espíritu emprendedor, impermeables al cansancio. Son sus datos:

A pesar de la distancia temporal (¡todo un siglo nos separa de dicha experiencia!), el lector se da cuenta de que las señoras de los libros siguen existiendo y su trabajo florece en cualquier lugar donde hay quien crea en el poder del libro. En efecto, es algo que se percibe leyendo las dedicatorias de los creadores del libro. H. H, la responsable del argumento y de su conversión en texto escrito redactó "Para mi madre, mi primera señora de los libros”. D. S. anotó "Para Sara, mi señora de los libros", toda una declaración de principios. Este último, con sus ilustraciones ha sido capaz de mostrar, en la última escena del libro, una puesta de sol que yo hubiera dado lo que fuera para poderme trasladar allá, al lado de los dos hermanos que están leyendo.

La señora de los libros. Heater Henson, David Small Barcelona: Juventud, 2010 El relato está contado en primera persona por un muchacho poco dado a la lectura que acaba saboreando sus frutos gracias a la entrega de una mujer bibliotecaria que acudía cita tras cita a aquella morada sin desfallecer. En la última página se puede leer una nota redactada por la autora, que nos informa que el libro se basa en una experiencia real, la de las Bibliotecarias a Caballo también conocidas como “las Señoras de los libros” en la Sierra de los Apalaches en Kentucky,

Biblioburro Nelson Calderón Narrador oral y escritor (Costa Rica)

Cuando estaba en el colegio y alguien era muy mal estudiante, sin ninguna compasión se le co-


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locaba el título de burro, “qué burro es usted, oiga” y al pobre estudiante señalado con tan denigrante apelativo, parecía que le crecían las orejas, le salía una cola y hasta empezaba a rebuznar. Una vez bautizado como el asno de la clase era difícil quitarse el apodo, una cosa terrible. Pero, mira por dónde, ser un burro ya no es tan malo, además de ser un animalito precioso, laborioso como el que más y del que algunas razas están en peligro de extinción, lo cual le da el plus de salir en muchos documentales, como si todo esto fuera poco, en un incomunicado y olvidado rincón de Colombia, tiene el invaluable ejercicio de llevar la cultura. Alfa y Beto se llaman los dos ejemplares de tan vilipendiada raza que todas las mañanas recorren, cargados de libros, los pequeños caseríos enclavados en los montes del municipio de La Gloria, en el Magdalena medio colombiano, llevando a los niños los cuentos de Rafael Pombo, Las mil y una noches, libros de geografía e historia y todo aquello que vale la pena leer y aprender. Pero Alfa y Beto, a pesar de ser tan listos y llevar a cuestas tanta cultura y diversión, no son capaces de montarse los libros solos, necesitan ayuda, como la que les sabe prestar un hombre de 1 tez morena, voz cálida y sombrero vueltia que responde al nombre de Luis Humberto Soriano Bohórquez. Desde hace diez años Alfa, Beto y Luis se embarcaron en la aventura quijotesca de

llevar la palabra escrita donde la palabra hablada era silenciada por el miedo y la violencia. Luis Soriano, profesor de primaria y amante de los libros, tiene claro donde guiar a sus amigos, a esos lugares en los que no hay recursos para tener una biblioteca, donde muchos niños jamás verían un cuento ilustrado de no ser por él y la paciente entrega de sus burros. Los niños los ven llegar a lo lejos por el camino pantanoso y empieza la algarabía, ¡ya viene, ya viene el Biblioburro! Gritan algunos emocionados, hoy podrán tener otro encuentro con esos rectángulos mágicos, llenos de hojas e imágenes que les hablan de otros mundos. Apenas está todo organizado, la mesa desplegada, los libros en la estantería portátil, se escucha una pregunta ¿Quién quiere que le lea un cuento? y un coro de voces infantiles no se hace esperar ¡Yo! Y Luis les lee con voz tranquila, degustando la historia, mientras los resortes de la imaginación se dispara en aquellas pequeñas cabecitas que necesitan tan poco para volar por paisajes que jamás han visto, ni tienen referencia. Esta Biblioteca Rural Itinerante, como la define su creador, se instala preferiblemente a la sombra de un árbol y bajo su tutela los niños escuchan, leen, hacen sus deberes, hablan entre ellos de los libros y disfrutan de algo que más que un privile-

1 Sombrero típico de las sabanas costeras del Caribe colombiano, principalmente en la región del río Sinú.

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gio es un derecho, el derecho a escuchar cuentos, a aprender y soñar con un futuro mejor. Luis tiene claro lo que está haciendo, todo hace parte de un proyecto a largo plazo, el de dar cultura a todos estos niños y niñas y construir una nueva realidad, como dice él: quiero combatir la ignorancia, construir colombianos para el futuro, personas educadas que conozcan sus derechos, sus deberes y estar preparados para decir no a la guerra, a la sin razón.

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Tan real es su empeño, que no solamente pasa ocho horas del día viajando con Alfa y Beto por los campos y montes, sino que también con ayuda de su mujer y poniendo ambos mucha cuota de sacrificio (más de cinco años de trabajo) han logrado construir una biblioteca fija al lado de su propia casa, donde los niños pueden ir a disfrutar de la lectura. Todo esto motivado por un propósito bien definido: Quiero crear un espacio donde no haya violencia, un lugar donde se vive muy bien la vida, quiero que aquí en La Gloria, sea eso, vivir en la gloria. Al poco tiempo de haber pedido esta colaboración, nos llegó un álbum que reseña esta misma experiencia y que no queremos dejar de mencionar. Son sus datos: Biblioburro, Jeanette Winter Ed. Juventud, 2010; ISBN: 9788426138163

Abriendo Puertas Vivim del Cuentu Grupo de narradores (España)

Ese momento mágico en que tienes delante de ti a un grupo de niños y niñas con las cejas levantadas, la boca entreabierta y los puños cerrados, a punto de descubrir en que se convirtió la rana después del beso del príncipe, es algo que solamente conocemos aquellos que nos hemos atrevido a contar cuentos, ya sea en la intimidad de nuestras casas o montando un grupo de narración oral. Y eso es justamente lo que hicimos los Vivim del Cuentu (www.vivimdelcuentu.org) hace cuatro años cuando, después de participar en una formación conjunta sobre el arte de contar historias, decidimos dedicarnos a hacer brillar las caritas de jóvenes y no tan jóvenes. Pero desde el comienzo tuvimos la duda de pensar que quizá en otros lugares los niños y niñas no gozaran de la oportunidad de oír historias, ni tan siquiera de leerlas, porque el acceso a la lectura que tenemos en nuestros pueblos y ciudades es en realidad una excepción. Fue así como nació un proyecto, paralelo a nuestras actividades narrativas, con el fin de colaborar con entidades de los países de Latinoamérica para poder ampliar ese acceso a la lectura, muchas veces tan escaso. Y fue


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así como empezaron a abrirse las puertas de unas bibliotecas (http://bibliotequessensefronteres.blogspot.com) que de a poquito fueron creciendo y que han ido abriendo el gusto por la lectura a quienes las visitan. Acompañamos, en el marco de estas Bibliotecas sin fronteras, que así se llama el proyecto, a comunidades dedicadas al trabajo con la infancia en Bolivia y Nicaragua, en los años 2006 y 2008, respectivamente. Como el proyecto tiene la intención de ser bianual, en 2010 tocaba ponerse manos a la obra, y así fue como empezó a gestarse una nueva biblioteca, esta vez trabajando con unas personas magníficas que integran una comunidad viva, activa y solidaria, ejemplo de trabajo en equipo y de integración total de la sociedad. Se trata de la ciudad de Cerro Chato, en el Uruguay, que a través de una asociación civil, el CerroChatoPlan, conjuntamente con los Vivim del Cuentu, trabajó durante el último año, y en particular en agosto pasado, para que fuera realidad la nueva Biblioteca. Gracias al esfuerzo, primero, de escuelas, editoriales y librerías de Barcelona, entre otras muchas entidades colaboradoras, pudimos recopilar, clasificar y empaquetar la nada despreciable cantidad de 4.200 libros, que viajaron en barco a través del Atlántico para llevar nuestra aportación a esta biblioteca. Y ahí reside la esencia de nuestra colaboración en el proyecto: la industria de la literatura infantil en Latinoamérica por lo general es muy reducida, y la que hay es bastante cara. Por suerte, nos hemos dado cuenta que con una campaña de recolección asociada al boom editorial que surge en nuestro

entorno por las fechas de Sant Jordi se pueden conseguir esos libros, que de otra manera encarecerían mucho el coste de una biblioteca así. El resto del mérito es de los cerrochateños, pues su implicación fue total: desde las aportaciones en albañilería, carpintería y electricidad hasta las colaboraciones de jóvenes voluntarios para limpiar, pintar y colocar libros. Pero la parte más importante, quizá, es la de difusión y sensibilización, tanto en las escuelas de aquí donde tantos niños donaron libros como en Cerro Chato, donde pudimos difundir el gusto por los cuentos en todos los centros educativos del pueblo (que a pesar de ser pequeño tiene una media de edad muy joven), así como en los medios de comunicación que se volcaron en la explicación del proyecto. El resultado, que jamás imaginamos y que nos trae un agradable recuerdo, es una biblioteca infantil y juvenil (http://bibliotecainfantilcch.blogspot.com) hecha por una comunidad abierta y participativa, que no para de recibir visitas desde el día de su inauguración y que esperemos se convierta en una puerta abierta a la imaginación para niños, jóvenes y adultos.

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¿Narrar cuentos es un oficio? Modelo para armar Jesús Lozada Guevara Poeta y narrador (Cuba)

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Mucho, variado y tendencioso, también de valor, se ha escrito sobre la legitimación y diferenciación de los oficios o profesiones, donde unos pocos, una élite, que se cree depositaria de la tradición o de la verdad o de preceptos válidos y socialmente funcionales, establece un conjunto de normas y elabora una teoría que más que caracterizar las estructuras y funciones de su objeto de estudio lo que hace, generalmente, es compararlo o diferenciarlo con otros y no caracterizarlo desde si mismo. Hasta hoy en la narración oral nos vemos, en muchas ocasiones sin desearlo, en la necesidad de confrontarla con otras artes presenciales, de la palabra a viva voz o de la representación. De esta “lucha de contrarios” empiezan a emerger supuestas o verdaderas regularidades que tal vez

permitirían establecer el rostro y la definición del arte u oficio del narrador oral. Pero casi siempre lo que ha salido de la comparación han sido verdades engañosas o medias verdades, pues al no reconocer el tipo de relato y los mecanismos a través de los cuales éste se produce en el teatro caemos en la tentación de, primero, dar por antecedente del arte del actor y de su práctica al narrador de cuentos, cuando en realidad el primero surge, brota, del rito y la liturgia, y el segundo del mito y su presentación y no de la representación de él, siendo vías paralelas y no tangenciales. El teatro y la narración oral, un arte escénico y un arte de la Oralidad, tienen un único punto de convergencia, que se da en los vectores escénico o pragmático y de narratividad, es decir, en el momento en que ambos se enfrentan a su puesta en obra, a su vivenciación, a su porción pragmática,


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donde cada una de esas artes apelan a recursos comunes que conjugan voz, palabra, gestos y movimientos, puestos en función de contar algo, pero desde vías y fines diametralmente opuestos, pues a pesar que en las dos se “cuenta una historia”, en una se narran sucesos y en la otra, conflictos. Es decir, aunque valdría la pena profundizar en estos temas, para el propósito que nos ocupa lo que nos parecer más sano es intentar definir el Arte de Contar Cuentos como oficio o profesión, desde sí mismo, y no a partir de su diferenciación. Para hacer lo que propongo debería partir de enumerar un conjunto de reglas o patrones de referencia que me permitan demostrar o renunciar a la hipótesis inicial de este texto que, aunque implícita y no revelada hasta ahora, es perfectamente sospechable y predecible: para mí contar cuentos es un oficio, una profesión y un arte independiente, que responde a un conjunto de características, estructuras, particularidades y regularidades que la definen.

tructuras de la comunidad, incluso, han rebasado ya el concepto de “aldea global” de McLuhan. Para definir el rostro del oficio del contador de historia propongo las siguientes bases metodológicas: 1. La profesión u oficio elabora un producto perfectamente definible y distinguible de los que elaboran otras u otros. 2. Tiene un objeto social que permite a sus hacedores una inserción diferenciada y a tiempo completo, en condición de exclusividad, en el mercado laboral y encuentra formas de remuneración dentro de él. 3. Se basa en una tradición sostenible y demostrable, es decir, perfectamente “documentable”. 4. Posee un cuerpo teórico que tiene capacidad

de autorregulación, regulación, desarrollo y reproducción. 5. Socialmente es reconocible y distinguible de

La narración oral es un arte de la Oralidad y no de la escena, aunque algunos insistan en afirmar lo contrario, es un fenómeno de refuncionalización y reacomodo del arte milenario del cuentero a las nuevas necesidades comunicativas y expresivas de una sociedad letrada o, mejor sea dicho, de una sociedad de escritoralidad y predominio del audiovisual y las tecnologías digitales de la información-comunicación donde el sentido y las es-

otros oficios, es decir, la sociedad en su conjunto entiende y diferencia el oficio de otros y lo tiene por tal. 6. Está dotada de un sistema de eventos y de formas de organización y de asociación gremial, social, empresarial, u otras. 7. Se rige por un código de normas éticas.

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Corresponderá a cada quien ir analizando en su devenir y de acuerdo a las realidades culturales, regionales o de formas de organización de los estados nacionales correspondientes, cada una de las proposiciones que nos permitirían demostrar la hipótesis y luego sostener la tesis de que ciertamente la narración oral contemporánea es hoy un oficio artístico, diferente incluso de otras modalidades o manifestaciones que se apropian de técnicas narrativas orales como serían los pedagogos, bibliotecarios, clérigos, tribunos políticos, conversadores, oradores, y otros oficios que apelan a la narración oral como recurso pero que persiguen fines marcadamente educativos, doctrinarios o propagandísticos y no exactamente estéticos, independientemente de que sus resultados puedan generar la percepción de lo bello o lo socialmente útil. Debemos destacar que en cada realidad cultural o nacional las regularidades propuestas como referencia o parámetros para definir un oficio adquirirán un rostro perfectamente diferenciado, preñado de particularidades, pero que en todas se habrán de manifestar aunque sea bajo ropajes y formas distintas. Cada quien, entonces, deberá ir adecuando este modelo para armar. No puedo ocultar mi deseo de ser interrogado e incluso negado, de provocar el diálogo, la reflexión colectiva. Es por eso que algunas frases parecen saetas o sentencias. Es por eso que no oculto mi desagrado y desacuerdo ante la tendencia, cada vez más agresiva, entre los narradores orales a evadir las definiciones de su oficio

o a pactar u optar por la aceptación de su condición de “actores”, de participantes de un teatro alternativo, en el mejor de los casos, pero teatro a fin de cuentas, que se ampara en la inacción o la aceptación pasiva de un estado de cosas que debe cambiar. La legitimidad y el prestigio social que aún otorga el teatro no nos puede segar. Las generaciones que nos precedieron y que trabajaron y trabajan por darnos el lugar que debemos tener no merecen menos. Cuando nos iniciamos en el arte de contar cuentos, hace casi treinta años, no se planteaban dudas sobre nuestra existencia, y no era porque hubiera consenso sobre nosotros sino porque no existíamos, no éramos. Nadie se molestaba en discutir la realidad o irrealidad de la existencia de fantasmas. Sobre nuestra paciencia y tesón nació el presente y se engendrará el futuro. No estoy anunciando la muerte del teatro o su minoridad, estoy abogando por un teatro vivo, que absorba y asimile el arte de narrar para sus fines estéticos y por la existencia, paralela e independiente, de la narración oral contemporánea, capaz de comunicar y de decir a nuestros coetáneos y que, sin desdibujarse, aprovecha la larga tradición del hacer y del pensar teatral. Pero para que esta coexistencia sea pacífica y enjundiosa cada cual debería antes saber quién es, de dónde viene y a dónde va. Tres preguntas que no por obvias dejan de ser actuales y actuantes, movilizadoras. J. L.

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El gallo y el ratón Odette Renaud-Vernet Artículo presentado por Cucha del Águila (Perú)

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Las formas tradicionales de narrar merecen nuestra atención porque creo que ellas llevan implícitas las pistas para aprender y para enseñar a narrar hoy. La revista Dire Nº 21 publicó el año 1994 un artículo titulado El gallo y el ratón, en el cual se describe la manera en que un narrador tradicional zuni reelabora un cuento tradicional italiano y se apropia de éste, respetando las exigencias de narración de su cultura. Detrás de la aparente simplicidad y naturalidad de un narrador tradicional en su comunidad, se encuentra la maestría de un narrador desarrollando una labor que requiere rigor y profesionalismo. Este artículo es la parte introductoria del libro de Odette Renaud-Vernet Récits de peuples sauvages editado por José Corti. A continuación presento el artículo traducido del francés. C. del A.


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Para todos los pueblos civilizados, la literatura es definitivamente “algo escrito”. Comienza con el movimiento de la mano que guía la pluma sobre el papel, se acompaña con el movimiento de los ojos que siguen los renglones de una página. A este doble movimiento de la escritura y de la lectura le hemos otorgado una dignidad desigual: las obras creadas y comunicadas de esta manera las hemos colocado entre nuestros mayores logros. De esta forma, cuando oímos hablar de “literatura oral” o de “literatura primitiva”, en seguida hacemos notar que la primera expresión es contradictoria y la segunda abusiva. Tenemos tendencia a considerar que el folklore es a la literatura lo que el mono es al hombre: una línea abortada de la evolución cultural, un pariente lejano y muy inferior, condenado a repetirse sin cesar, sin perfeccionarse nunca, porque le falta un atributo esencial: la escritura. Pero resulta que todo lo que está escrito no es necesariamente literario, e incluso le falta mucho para serlo. Lo que es literatura se distingue del resto por un cierto número de cualidades fácilmente discernibles, y cuya lista ha variado muy poco a lo largo de los siglos. Ahora bien, sucede que algunas narraciones primitivas (a veces incluso en propor-

ción sorprendente en un folklore determinado) poseen sin duda esas cualidades: construcción elaborada del relato; variedad de los acontecimientos y situaciones dentro de un mismo relato, empleo eficaz de lo inesperado, del suspense, y del golpe de efecto; personajes interesantes y vivos, con una psicología plausible, con motivaciones coherentes; frescura y belleza de los elementos descriptivos; dominio de todas las formas de la imagen, desde la comparación más sencilla hasta las metáforas más complejas...y todavía estamos lejos de completar la lista. Si decimos que todo lo que está escrito no es necesariamente literario, ¿no podríamos invertir la frase y decir que todo lo que es literario no está necesariamente escrito? “Pero, nos contestarán algunos, esas cualidades que usted enumera no son sino criterios menores; la literatura es un arte; y para que haya arte digno de ese nombre es necesario que podamos encontrar en su origen un artista, es decir, un hombre que ejerce deliberadamente su imaginación creadora con un mínimo de libertad. ¿Cómo puede responder a esta exigencia el narrador primitivo, paralizado por los imperativos de la tradición? ¿Acaso no es esencialmente un personaje con

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buena memoria y que repite lo que aprendió? En resumidas cuentas, si los relatos primitivos tienen las cualidades que usted dice, ¿puede usted decirnos en qué medida cada narrador es individualmente responsable de lo que cuenta y cómo trabaja? Eso es lo mismo que preguntar cómo se crea un folklore.

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Evidentemente, sería más fácil abordar la cuestión si tuviéramos conocimientos sobre el origen de los distintos folklores y de las historias particulares que los componen. Lástima, carecemos de esos conocimientos casi por completo: en el estado actual de los trabajos, el problema de los orígenes del folklore sigue siendo insoluble. El mito, sobre todo, ligado a la religión, se pierde con ella en una noche de los tiempos que ninguna evidencia científica permite aclarar. Se ha descubierto recientemente una forma de fechar con precisión los vestigios prehistóricos; pero nada nos permite fechar los temas folklóricos, ni decir con certeza dónde, cómo y por qué nacieron. El célebre “método histórico-geográfico” de la escuela difusionista, que consistía en el estudio exhaustivo de todas las variantes de una misma historia para determinar cuál era la más antigua y localizar su origen, sólo tuvo resultados sumamente controversiales. Es probable que desde la invención del lenguaje los hombres se hayan contado historias para afirmar sus creencias religiosas, ilustrar sus leyes morales y comunicarse sus experiencias; estas historias viajaron en el espacio y el tiempo, sufriendo todo tipo de transformaciones en el camino, y en algunos casos privilegiados se ha podido reconstruir al menos una parte de sus desventuras. Frutos muy

pobres, cuando se considera la suma enorme de esfuerzos comprometidos en esta búsqueda. Sin embargo, si bien nos es imposible hacer algo más que especulaciones sobre el lejano pasado del folklore, su pasado reciente y su presente si nos son conocidos. Desde hace más de un siglo, el folklore ha estado bajo la observación constante de la ciencia; disponemos por lo tanto de datos precisos sobre la manera en que se transmite, se transforma y se renueva. Muchos etnógrafos han conseguido tener un conocimiento íntimo del folklore, captándolo en su fuente y en sus manifestaciones más auténticas. A ellos es a quienes hay que dirigirse primero para precisar de más cerca la naturaleza del folklore in the making, cuando se está haciendo. Observemos primeramente que esos etnógrafos, cuando hablan de los narradores que han conocido y escuchado, apenas hacen alusión a su memoria: ésta está sobreentendida. Entre los pueblos que no disponen de escritura, la memoria está infinitamente más desarrollada que entre los civilizados; se cuentan, por ejemplo, cosas fantásticas sobre los “archivos vivientes” que ciertos reyes africanos tenían en su corte –hombres y mujeres capaces de recitar sin equivocarse toda la jurisprudencia de los tribunales o todas las decisiones tomadas durante un reinado–. Todos los pueblos primitivos pueden realizar proezas de memorización imposibles para nosotros. Afirmar que “la cualidad esencial del narrador es una buena memoria” es casi tan ilustrativo como decir: “la cualidad esencial del escritor es saber leer y escribir”.


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En cambio, los estudiosos que han trabajado sobre el terreno admiran unánimemente la elocuencia de los narradores indígenas y sus dotes de comediantes. El narrador no cuenta su historia como un alumno repite su lección, sino como un actor que recita un monólogo; le da un determinado ritmo mediante exclamaciones, la subraya con gestos y mímica, varía el tono y el timbre de su voz. No se conforma con repetir lo que ha oído: él da vida a su folklore, lo interpreta. Esto nos da ya una primera indicación sobre la manera en que los narradores hacen intervenir su personalidad y su talento en el proceso de transmisión del folklore.

to, él reforma una historia, la rejuvenece, la mejora –en el mejor de los casos la recrea, y su cualidad esencial es entonces la imaginación creadora–.

Sin embargo, estas cualidades de intérprete y de comediante no son aún sino un aspecto secundario de su arte. La mayoría de pueblos primitivos tienen un don natural para la palabra: si se tratara solamente de ser elocuente, muchos de ellos podrían improvisarse como narradores, tal como nosotros nos improvisamos como contadores de chistes después de un banquete. Pero ése rara vez es el caso. Señalemos ante todo que en varias regiones del mundo (África, Polinesia) los narradores son verdaderos profesionales, a veces incluso reunidos en una casta especializada. De manera más general, cuando un folklorista se instala en un pueblo y solicita informadores, sólo se le indican dos o tres nombres, y con una unanimidad casi total. Los indígenas reconocen al narrador de talento no solamente en la riqueza de su repertorio, sino también en la manera en que trata su material: debe saber cambiar detalles, añadir episodios, transformar personajes, modificar el sentido del relato; de acuerdo al gusto del público o a su propio gus-

La noción de creación colectiva ya sólo se refiere, para los folkloristas contemporáneos, al destino temporal del folklore. Una historia pasa de boca en boca, de una generación a otra, y cada uno de sus sucesivos narradores la modifica o la enriquece: la “colectividad” en cuestión no designa aquí entonces al pueblo o a la tribu en su totalidad, sino mucho más simplemente al linaje de los narradores que se han transmitido una historia dada. Es muy lamentable que esta evolución en el tiempo de las formas y de las obras haya sido designada con un término tan ambiguo como la palabra “colectivo”. Una mente no avisada podría efectivamente suponer que el folklore primitivo nace de una generación espontánea, de un trance creador común a todos los miembros de una sociedad. Algunos, desde luego, han ido incluso más allá: han considerado imposible que un caníbal maorí o un indio con plumas puedan trabajar de la misma manera que Flaubert; en consecuencia, las razas consideradas inferiores deben crear necesaria-

Decir que en el mejor de los casos el narrador primitivo pone en juego su imaginación creadora para renovar el folklore, es decir que en el mejor de los casos este narrador es un artista. Pero entonces, si el elemento personal es tan importante, ¿qué hacer con esa “creación colectiva” tan famosa que ha representado durante tanto tiempo para algunos el alfa y omega de las teorías sobre el arte primitivo? T_12 | 27


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mente en forma colectiva, ya que son incapaces de un esfuerzo creador individual...La expresión se vuelve entonces absurda, hay una contradicción en los términos. Porque incluso en las artes grupales como el teatro o la danza, cada uno aporta su talento propio, sus competencias particulares. La creación artística es cosa del individuo; comienza en un “tête-à-tête” del ser humano consigo mismo, en un combate singular del artista con la materia prima de su arte, ya sea forma, sonido, gesto o lenguaje. Eso ha sido siempre cierto, eso es cierto en todas partes, en todos los continentes, en todas las sociedades. No hay dos maneras de crear, una superior e individual y otra inferior y colectiva; la génesis de una obra se encuentra siempre en la cabeza de alguien. Negar que los primitivos sean capaces de creación individual, es lo mismo que negar que sean hombres. Y sin embargo, a pesar de su carácter ambiguo y contradictorio, a pesar de la confusión que creaba en el problema del folklore, esa teoría de la creación colectiva se mostró dura de matar. Se disponía de numerosos argumentos contra ella; pero se carecía de pruebas, de documentos precisos e irrefutables. El golpe de gracia se lo dieron dos ejecutores muy chiquitos, muy modestos: un gallo y un ratón. ¿En qué debían consistir esas pruebas? Había que ser capaz de demostrar que una historia conocida de los folkloristas podía ser completamente recreada por un narrador indígena, y ello en un lapso de tiempo bastante corto. Las transformaciones sufridas por algunos episodios bíblicos en-

tre los negros cristianizados a medias de África o de América, proporcionaban ya indicios interesantes: pero contenían todavía demasiadas aproximaciones; no se sabía tampoco con exactitud si esas transformaciones eran obra de un solo hombre, o si varios narradores habían trabajado en ellas sucesivamente. La historia del gallo y del ratón, reportada por Cushing en sus Zuni Folktales, puso fin a esas incertidumbres; esa historia poseía todas las precisiones necesarias, desde las fechas exactas hasta el nombre del narrador indio. Se convirtió en la prueba decisiva a la que se refieren hoy todos los especialistas norteamericanos del folklore. En 1886, el antropólogo norteamericano Frank Cushing estaba viajando con tres indios zuni de Nuevo México. En el curso de una velada pasada con amigos en Nueva Inglaterra, los cuatro viajeros se pusieron a contar historias. Le llegó el turno a Cushing, quien contó un cuento popular italiano cuyo texto integral damos a continuación: Había una vez un gallo y un ratón. Un día el ratón le dijo al gallo: “¿Y si nos fuéramos a comer nueces bajo el nogal?” “Vamos” dijo el gallo. Fueron bajo el nogal; el ratón trepó al árbol y se puso a devorar las nueces. El pobre gallo trató de volar, pero no llegó a alcanzar al ratón. Cuando vio que no había esperanza de lograrlo, dijo: “Amigo ratón, ¿no quieres tirarme una nuez?” El ratón lanzó una nuez, que cayó justo sobre la cabeza del gallo. El pobre animal, con su cráneo roto y cubierto de sangre, fue donde una anciana: “Tía, dame un trapo para curarme la cabeza!” “Si tú


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me das dos pelos, te daré unos trapos!” El gallo fue donde el perro: “Perro, dame dos pelos que yo le daré a la anciana que me dará unos trapos para curarme la cabeza.” El perro dijo: “Dame un poco de pan y tendrás los pelos.” El gallo fue donde el panadero: “Panadero, dame pan que voy a darle al perro que me dará dos pelos que yo daré a la anciana que me dará unos trapos para curarme la cabeza.” El panadero dijo: “Tráeme leña y te daré pan.” El gallo fue al bosque: “Bosque, dame leña que yo daré al panadero...” (etc., como el anterior). “El bosque dijo: “Tráeme agua y te daré leña.” El gallo fue hacia la fuente: “Fuente, dame agua que yo le daré al bosque...”(etc., como el anterior). La fuente le dio agua. Él la llevó al bosque, que le dio la leña. Llevó la leña al panadero, que le dio pan. Llevó el pan al perro, que le dio dos pelos. Llevó los dos pelos a la anciana que le dio unos trapos. Y el gallo curó su cabeza. Un año después, Cushing estaba de nuevo de visita donde los zuni. Una noche le rogaron al indio Waihusiwa, que había sido uno de sus tres compañeros de viaje el año anterior, que contara un cuento. Y Cushing, asombrado, le oyó comenzar en estos términos:

Esto sucedió en la ciudad de las Aguas Abundantes (Venecia) hace mucho tiempo. Se dice que allí vivía una anciana italiana, y parece que los italianos son parientes de los mexicanos. Según la costumbre de su pueblo, esta mujer tenía un gallo tâkâkâ al que mantenía separado para que no se peleara con los otros. Era un animal grande, con una hermosa cabeza fina, y un tupé de pelos lacios en el cuello, como tienen los pavos: porque se dice que originalmente, los gallos tâkâkâ eran los hermanos menores de los pavos. La anciana guardaba su gallo en un pequeño cercado, hecho de piedras puntiagudas sujetas por correas de cuero, como las jaulas de las águilas entre nosotros. Esta jaula sólo tenía una puerta, también cerrada por un cordón de cuero. El gallo no podía huir volando, porque no tenía suficiente espacio como para tomar impulso. Y sin embargo trataba y trataba una y otra vez, porque se moría de ganas de comer gusanos y no los encontraba en su encierro. La gente de la aldea era rica, pero la anciana era pobre; vivía sobre todo de cereales y alimentaba a su gallo con los restos de su comida. Todas las mañanas venía a tirar sus sobras en el cercado. Pero resulta que en un agujero del muro vivía un ratón. No tenía abuela que lo alimentara y estaba ávido de cereales.

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Cuando el gallo terminaba de comer su ración y se ponía a tomar el sol, con el cuello rígido y los ojos fijos, el ratón salía, robaba una migaja o un trozo de tortilla y desaparecía en su agujero con su botín. El gallo, amodorrado, nunca lo veía, y el ratón se envalentonaba cada vez más. Un día robó un trozo tan grande que la entrada del agujero resultó pequeña: tuvo que detenerse para agrandarla. En aquel momento el gallo volvió la cabeza y vio la cola del ratón que sobresalía del muro y que se movía. Cacareó: “!Ah, por mi madre, es un gusano!” y de un picotazo cortó la cola del pobre ratón y se lo comió de un solo bocado. “¡Ah, asesino!”, gritó el ratón, y saltó hasta el fondo de su agujero. Lamió su herida hasta que sus nalgas se pusieron rosadas y las comisuras de sus labios se bajaron como las de una mujer que llora; porque amaba su larga cola como un bailarín ama su larga cabellera. El ratón lloró y pensó: “!Animalote horrible, me vengaré de ti!”. Y se puso a idear un plan... Resumimos el resto. El ratón se las arregló hábilmente para hacerse amigo del gallo y ganar su confianza. Un día le trajo una nuez y el gallo descubrió que nunca había comido nada tan rico; entonces el ratón le invita a ir con él bajo el nogal y le abre la puerta del cercado. Una vez que están bajo el árbol, el ratón se divierte por un momento a causa de la impotencia del gallo para reunirse con él en lo alto; después escoge la nuez más grande y la deja caer deliberadamente sobre la cabeza del gallo. Éste pierde el conocimiento y mientras está inconsciente, el ratón roe los pelos que le cubren el cuello. Con la cabeza hinchada y ensangrentada, el gallo va a suplicarle a la anciana que le cure. És-

ta le rezondra y le exige cuatro pelos de su cuello: desgraciadamente, el gallo no puede dárselos. Y entonces va sucesivamente donde el perro, el panadero y el bosque, como en la historia italiana. El bosque rehusa darle leña a causa de la gran sequía que asola el país. Entonces el gallo se dirige a una fuente, que le indica lo que debe hacer para obtener la lluvia; según sus instrucciones, el gallo sacrifica cuatro de sus plumas y las dispone en cruz en la dirección de los puntos cardinales: ceremonia clásica de los zuni cultivadores cuyo ritual está enteramente destinado a hacer caer la lluvia. El viento sopla sobre las plumas y trae un chaparrón. El gallo obtiene lo que desea y vuelve donde la anciana con los cuatro pelos del perro. Habiendo recibido el precio que pedía, la mujer consiente en curarle. Y Waihusiwa desarrolló sus conclusiones: “Por eso nuestros curanderos siempre se hacen pagar sus cuidados, porque lo que no se paga no tiene valor” Y por eso los gallos tienen una cresta sanguinolenta en la cabeza y ya no pelos en el cuello. Y por eso una cierta especie de ratones tiene la cola corta, las nalgas rosadas y la boca con las comisuras hacia abajo, como las de una mujer llorando.” La versión zuni es alrededor de seis veces más larga que su modelo y no tiene gran cosa en común con él. El cuento italiano es simplemente uno de esos relatos acumulativos como los que se encuentran en muchos folklores: la multiplicación de gestiones del gallo y las repeticiones que ocasiona constituyen su único interés y su única razón de ser. Destinada a los niños, les permite ejercer su memoria y su virtuosidad oral; todos los niños fran-


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cohablantes han recitado lo más rápido posible: el agua quiere apagar el fuero, el fuego quiere quemar el palo, el palo quiere pegar al perro....o han cantado “Gentille alouette”. Pero en la historia zuni, esta característica acumulativa resulta completamente secundaria; no es más que uno de los medios técnicos puesto al servicio de una intención radicalmente nueva. Waihusiwa trabajó según los tres imperativos estéticos de la narración zuni: precisión, coherencia y complejidad. Las historias sencillas y cortas apenas interesan a los indios del sudoeste, no más que las historias ilógicas, vagas y deshilvanadas. La frase introductoria “había una vez un gallo y un ratón...” habría sido inaceptable para ellos: ¿qué gallo? ¿qué ratón? ¿dónde vivían, y cómo? ¿de qué se alimentaban? Igualmente, el episodio del cuento italiano: “el ratón lanzó una nuez que cayó justo en la cabeza del gallo...” ¿Qué razón tenía el ratón para hacerle una maldad así al gallo? Si esta razón no se explica, la historia no tiene sentido, y si el gallo es herido por simple casualidad, la historia no tiene interés. Y esta anciana a quien el gallo pide ayuda, ¿quién es? Waihusiwa se aplicó a dar a sus tres personajes una personalidad, creando los escenarios y las circunstancias en sus menores detalles, inventando motivaciones plausibles, anudando la intriga sin dejar de lado un solo hilo. Pero la versión zuni no es solamente una adaptación y un desarrollo del cuento italiano. Al releerla nos damos cuenta de que ha sido completamente reorientada, desde el principio, para preparar la introducción natural y lógica de dos elementos nue-

vos: de una parte, una apertura sobre el tema central de la religión zuni, el ritual de la lluvia, que se convierte en el punto culminante y el verdadero “centro de significado” de la narración; por otra parte, la invención de una serie de elementos explicativos que vienen a coronar el relato revelando la habilidad de su construcción, algo así como el desenlace del misterio en una novela policíaca: este tipo de conclusiones es sumamente apreciado por los indios, que hacen de él uno de los rasgos estéticos esenciales de su ficción. Vemos entonces cuál es la distancia que separa el cuento zuni del original italiano. A partir de un simple balbuceo de niños, Waihusiwa crea un relato para adultos, elaborado, coherente y significativo, claramente orientado en un determinado sentido e integrado a la perfección en el sistema de referencias de su público. La corta historia contada por Cushing no ha servido sino de pretexto, de punto de partida para una obra original, exactamente como un hecho de las páginas de sucesos sirvió de pretexto y punto de partida para Madame Bovary. Guardando las proporciones, el indio con plumas simplemente ha trabajado de la misma forma que Flaubert. La creación literaria no se ejerce nunca a partir de nada. Los escritores occidentales disponen de todo un arsenal de temas y de situaciones del cual se nutren una y otra vez, para bien y para mal. ¿Cuántas variaciones no se han hecho sobre el tema del adulterio? ¿Sobre el primer amor, el amor contrariado, el conflicto entre generaciones, la ambición social, la justicia persiguiendo al cri-

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men? Nadie reprocha a un escritor el introducir en su obra una situación ya tratada mil veces; lo que se le pide es que dé a esta situación una orientación y un significado nuevos. En el límite, un escritor es libre de retomar en bloque toda una historia, con todos sus personajes y sus hechos, y de contarla otra vez a su manera: Prometeo y Antígona, Juana de Arco y Tomas Becket no han acabado de resucitar; se espera un Anfitrión 39.

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La situación es la misma en el folklore. Pero lo que es excepcional para el escritor se vuelve normal para el narrador, y a la inversa: el trabajo regular del narrador es contar una vez más, a su manera, una vieja historia; la creación de una historia nueva a partir de situaciones y de temas conocidos que se convierte entonces en el caso límite. La imaginación creadora del primitivo se ejerce dentro de límites mucho más estrechos que la del civilizado; pero recordemos que la función del narrador no es solamente gustar y emocionar: debe instruir, debe transmitir; es historiador y moralista, tanto como artista. ¿Cómo podría, como tantos escritores occidentales, basar su obra en el rechazo a las normas sociales cuando él es el guardián de esas normas y el depositario de las tradiciones? Percibimos la razón por la cual el gallo y el ratón es un ejemplo privilegiado; Waihusiwa se apoderó de un cuento que no correspondía a las normas zuni: pudo entonces dar libre curso a su talento para transformar ese cuento hasta que coincidiera con sus normas. Así, en los procesos de préstamo y de aculturación es donde los narradores se muestran a menudo más brillantes, porque ahí es donde se sienten más libres; no tienen responsabilidad

hacia una historia ajena, pueden deformarla y recrearla a su gusto. Mientras que el “fondo” narrativo de su propio pueblo es un tesoro precioso, que deben perpetuar con respeto. Y sin embargo, el narrador primitivo no está nunca sometido a una memorización exacta, ni siquiera en la recitación de sus mitos. Siempre goza de libertad frente a su materia prima, e incluso a menudo el público le juzga según el uso que él hace de esa libertad. Esta materia prima, él la asimila desde la infancia a los pies de los narradores experimentados de su pueblo. Oye así varias versiones de una misma historia, a menudo muy diferentes. Cuando le llega el turno de volverse narrador, su primer trabajo es elegir una de esas variantes de preferencia sobre las otras, o de hacer él una nueva con los detalles tomados de una y los episodios tomados de otra; entonces, desde el principio debe elegir, ejercer su juicio y su gusto. Su libertad puede detenerse ahí; pero va casi siempre más lejos. La personalidad del narrador, su sexo, su posición social, su interés en la vida pueden modificar sutilmente – pero profundamente – una historia dada. Tomemos por ejemplo un cuento que tenga por tema una disputa de enamorados: si está contada por una mujer, conoceremos esencialmente el punto de vista de la protagonista; ella es quien tendrá el mejor papel, y lo que se nos contará son sus hechos y sus gestos, sus reflexiones y sus penas; más aún, la narradora enriquecerá su relato con elementos tomados de su propia experiencia: detalles culinarios y domésticos, técnicas y conocimientos típicamente femeninos. Si el cuen-


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to está narrado por un hombre, tendremos al contrario el punto de vista del protagonista, y las acciones y los intereses masculinos serán subrayados. Así sucede con el narrador mal casado, que hace arpías de todas sus protagonistas; con el narrador piadoso, que pondrá por todas partes detalles rituales; con el narrador preocupado por el modernismo, que introducirá en sus relatos trenes, barcos y aviones...Y aquí estamos ya lejos de la repetición servil; en este punto el narrador ya no sirve a su folklore: se sirve de él, para expresar sus problemas propios, su individualidad propia. Pero una posibilidad más radical se abre: la de reformar profundamente su viejo material. Entonces el narrador alarga una narración o la acorta; entonces añade a su relato un episodio sacado de una historia completamente diferente, funde dos historias diferentes para hacer de ellas una nueva, rejuvenece un viejo tema local con elementos importados de fuera, cambia completamente la óptica o la enseñanza moral de un cuento, multiplica las peripecias, complica las intrigas, transforma los desenlaces...Y llega por fin, a veces, a ese caso límite en el que el folklore de su pueblo ya no es para él sino un conjunto de temas y de situaciones que él organiza como quiere, de acuer-

do a lo que algunos llamarían su fantasía, pero que nosotros preferimos llamar su arte. Llegamos al final de nuestra búsqueda. Nos habíamos preguntado: “¿Cómo trabaja el narrador primitivo?” Y hemos visto esbozarse una respuesta, que ciertamente está lejos de ser completa, pero que basta para nuestro propósito. Porque si admitidos que en ciertos casos, incluso muy pocos, el trabajo del narrador puede acercarse al del escritor, si admitimos que en el límite el primitivo puede usar de la misma libertad creadora que el civilizado, podemos considerar que el folklore en sus más acabados logros es digno de ser llamado literatura. Podemos juzgar que su interés no reside solamente en los datos etnográficos que proporciona, ni en su exotismo pintoresco, sino en una cualidad más alta y de otra naturaleza, de la que solamente los criterios estéticos pueden dar cuenta. Y podemos hablar de él como de un fenómeno artístico de gran importancia, a pesar del anonimato de sus creadores y del carácter efímero, inestable y amenazado de sus logros. O.R-V.

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va de charla T12.e$S:va de charla T4.qxd 04/04/11 17:56 P谩gina 18

va de Acerca del documental La memoria de los cuentos

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Antonio R. Almod贸var

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Nelson Calder贸n

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Carlos Genovese

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Jos茅 Campanari

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Anna Padovani


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charla El día 10-07-2010 televisión española emitió el documental La memoria de los cuentos. El objetivo del documental es poner en valor uno de los mayores tesoros de la cultura popular española, la de los cuentos que se han transmitido durante siglos en el seno de la familia, de la tertulia campesina o del patio de vecindad. Un patrimonio de nuestra propia tradición, que nada debe a la de otros países del entorno ni a ninguna cultura escrita, y que ha llegado hasta nosotros muy debilitado, pero que formó a muchas generaciones en el universo simbólico colectivo, a través de personas, a menudo iletradas, poseedoras de un saber popular extraordinariamente rico y no siempre bien valorado. López-Linares y su equipo se ha desplazado a muy diversos lugares de la geografía española, a entrevistar a informantes de la que podríamos considerar última generación de narradores orales, expresándose cada uno de ellos en su lengua o habla local. Se reúnen así testimonios en castellano –de distintas zonas–, gallego, vizcaíno, menorquín, andaluz, castúo. También cuenta con las apreciaciones de diversos especialistas o amantes de esta tradición, como Joaquín Díaz, José María Merino, José Manuel de Prada o el propio Rodríguez Almodóvar, que nos acercan a la comprensión de uno de los más importantes fenómenos de nuestra cultura de raíz, base de una común cultura hispánica. Desde Tantàgora hemos invitado a diferentes narradores de diferentes países a ver este documental y les hemos planteado la siguiente pregunta: ¿Qué clase de narradores y narraciones te convirtieron en el narrador que eres ahora?

Tenemos el placer de ofreceros sus respuestas junto con el valioso testimonio de Antonio Almodóvar, que participó en la grabación del documental.

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La memoria de los cuentos Antonio Rodríguez Almodóvar Estudioso de los cuentos (España)

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A lo largo de 2009, participé en la grabación del documental La memoria de los cuentos. Aunque el guión era mío –a partir de una feliz idea de Beatriz Rodríguez Delgado–, la verdadera e inolvidable experiencia fue la de orientar la búsqueda de auténticos narradores orales por toda la geografía española y, sobre todo, acompañar al equipo de un lado para otro. Pero localizar informantes adecuados –cosa que nos llevó a lugares verdaderamente recónditos– no hubiera sido posible sin la colaboración de otros investigadores, como Juan Ignacio Pérez Palomares, Antonio Reigosa, José Manuel de Prada-Samper, José Arriazabalaga, y de fervientes enamorados de la causa, como Rafael Hernández Mancha y Queta Pardo. Todo lo demás, grabar a esas personas, organizar y editar el material, se debe al extraordinario equipo de José Luis López Linares, uno de nuestros mejores documentalistas.


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Se trataba, en esencia, de producir una muestra significativa de lo que pueden ser representantes de la última generación de narradores populares, no contaminados por influencias cultas. Seguro que habrá otros muchos de parecidas condiciones –iletrados o poco letrados, de edad avanzada, y que aprendieron estas narraciones directamente en la cadena de la oralidad–, pero a nosotros nos fue dado encontrar a estas maravillosas personas, con la ayuda inestimable de aquellos mediadores entusiastas. A la vista de los materiales recogidos en este trabajo, no deja uno de sorprenderse, por más horas que haya dedicado a esta tarea, de la enorme riqueza y variedad de los cuentos tradicionales, en primer lugar. En segundo, y paralelamente, de la existencia de unos mismos cuentos en los lugares más apartados, por encima de toda clase de fronteras, tanto políticas como lingüísticas. Dos fenómenos que luchan entre sí en la mente del investigador y que han dado lugar a las más variadas interpretaciones sobre el extenso y antiguo devenir de estas historias. Ya sea por la hipótesis indoeuropea, la paneuropea o la universalista, lo cierto es que al menos los cuentos maravillosos –los más antiguos y más complejos– se sitúan en los albores de una cultura que se extendió desde la India a los confines de la Europa Occidental, como expresión simbólica de las fuertes contradicciones que vivió la humanidad de esa parte del mundo, en la larga y difícil transición de la sociedad de cazadores-recolectores a la sociedad agro-ganadera. Un cuento como “Juan el Oso”,

que cuentan o al que aluden varios de nuestros informantes, todavía recoge lo más esencial de esa verdadera revolución –la tan traída y llevada “revolución neolítica”, la única que en puridad ha conocido y desarrollado el ser humano–, cuando el personaje central, que es hijo de una mujer y un oso, dotado de una fuerza descomunal y de un firme impulso libertador, sale del bosque y, con una cachiporra de siete quintales, emprende el camino de su emancipación –que es también el de la humanidad–; mas para ello se ha de ayudar de uno que arranca los pinos y otro que allana los montes, ambos por encargo de los agricultores; dos compinches que, en el momento crítico de la narración, traicionarán a nuestro forzudo héroe. Por cierto, todo un precedente de la figura de Hércules (un semidiós, mientras que Juan el Oso es un semihombre), y del propio Ulises, que también sufrirá innúmeras penalidades hasta ser reconocido por su pueblo. Pero no se olvide, a todo esto, que “Juan el Oso” es anterior a los mitos de Hércules y de Ulises. Siguiendo a Propp, es relativamente fácil concebir que la implantación de estos cuentos se hará conforme los distintos pueblos van pasando por esa etapa de la humanidad, y que en ciertos casos su propagación se verá facilitada por la existencia previa de relatos parecidos, pues en la génesis de muchos de ellos lo verdaderamente determinante es la necesidad de dar expresión a las fuertes contradicciones que genera en todas partes el tránsito de la sociedad tribal cooperativa y endogámica, nómada o seminómada, a la

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sociedad agrícola estamentaria, nucleada en torno a la propiedad privada hereditaria y al matrimonio exógamo. Sólo así puede entenderse que el motivo central de Cenicienta –la recuperación social de una niña sobre la que pesa la presunción de incesto– lo encontremos desde el antiguo Egipto hasta la China, fuera del ámbito indoeuropeo. (Un narrador menorquín de esta serie alude a una de las formas más populares de las cenicientas hispánicas). De ahí que los cuentos de príncipes y princesas encantados –secuestrados– no deban leerse en sentido estricto –lo que da lugar a interpretaciones miopes– sino como relatos donde el rey representa a un propietario viejo que tiene problemas para legar sus bienes, por múltiples causas, incluidas el rapto o la violación de sus hijas, o la disputa por la corona entre sus hijos; se pondrá así de relieve que aquello que sirve para configurar a la familia, a saber, la propiedad privada, será lo mismo que la destruya; en todo caso, el conflicto se ve acrecentado por la necesidad de contraer matrimonio fuera del circulo familiar. No por ello la creación del matrimonio nuclear, como institución central de la sociedad agraria, dejará de ser cuestionado. Por el contrario, muchos cuentos satíricos (a los que denominamos “de costumbres”), que remedan la estructura del cuento maravilloso, lo pondrán en solfa y hasta darán lugar a divertidas historias del tonto humilde que aspira a la mano de la princesa, e incluso a cuentos de curas relajados que persiguen a esposas complacientes, como varios que se cuentan en el documental.

Las luchas de poder y contrapoder que genera esta “nueva” sociedad (no perdamos de vista que antes de la agricultura la humanidad vivió el tramo más largo de su evolución en la fase anterior) serán representadas también por los cuentos de animales, donde a menudo los enfrentamientos entre la zorra y el lobo servirán como trasunto del enfrentamiento entre la inteligencia y la brutalidad (lo humano/lo salvaje, lo social/el bosque) o para cuestionar la ley del más fuerte como modelo social, cuando tanto la zorra como el lobo pierden en sus encuentros con otros animales más pequeños y humildes; a ello habrá que añadir la conflictividad entre marido y mujer, asumida también por otros cuentos de estos dos principales protagonistas, la zorra y el lobo. De todo ello veremos variados ejemplos en nuestro documental, si bien hay que advertir que, en muchos casos, las versiones recogidas están ya bastante deterioradas. Suficientes, sin embargo, para volvernos a asombrar ante la riqueza y la enorme extensión que estos cuentos han ocupado en la historia de la humanidad.


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¿Qué clase de narradores y narraciones te convirtieron en el narrador que eres ahora? Nelson Calderón Narrador oral y escritor (Costa Rica)

En mi caso particular no tuve unos abuelos que me contaran cuentos, tampoco mis padres llenaron ese vacío, nací en una familia bastante numerosa y soy el octavo en el orden cronológico de nacimientos. Me imagino que mis progenitores tan ocupados en la crianza de nueve retoños ya bastante trabajo tenían, pero que no se me malentienda, cariño nunca nos faltó. Así que a lo mejor esta falta de historias, aunque parezca raro, influyó en mi camino de cuentero. Lo más parecido a cuentos que escuché en mi infancia fueron los que me llegaban desde la vieja radiola que teníamos en el salón. En esos años estaban bastante de moda las radionovelas y varios narradores te dibujaban con sus voces un mundo lleno de aventuras y protagonistas sorprendentes, como Arandú o Kaliman. Pero también una vez al año las ondas me regalaban el Festival Nacional de los Mentirosos, donde varios mentirosos venidos de todo el país a Medellín, competían con ingenio para crear las más inverosímiles historias y alzarse con el título. Yo disfrutaba mucho de aquellas noches de fin de semana, pegado a la radiola, riendo e imaginando.

En 1992 por primera vez vi un narrador oral, recién estaba comenzando mi carrera de arquitectura, aquello me fascinó, ver a una persona que sólo con la palabra y la expresión corporal nos hacía viajar, reír y emocionarnos. Luego pasaron otros narradores por la universidad (lastimosamente no recuerdo sus nombres) y mi fascinación crecía, yo ni siquiera sospechaba la existencia de aquello y mucho menos de que años después sería mi manera de ganarme la vida y de estar en comunión conmigo y con el mundo. Fue en 1996 cuando en medio de la vegetación andina que circundaba mi universidad y al calor de un buen canelazo (especie de queimada hecha con canela, piña y ron) comencé de forma consciente mi camino de cuentero, empujado seguramente por aquella ausencia de historias en el seno de la familia, al igual que por las radionovelas, mentirosos y cuenteros anónimos que me hicieron prometer que a mis hijos por venir jamás les faltaría un cuento.

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Carlos Genovese Actor, dramaturgo y narrador oral (Chile)

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De mis influencias primeras sin lugar a dudas mi madre que en largas tardes del crudo invierno chileno nos leía, a mi hermano y a mí, arropados en la cama los tres, los largos, sentimentales y entretenidos capítulos del libro Corazón, del italiano Edmundo D’Amicis, que recuerdo me hacían llorar. Más tarde, aunque precozmente, la lectura de un libro prohibido: El Decamerón, de Bocaccio. Torrentes de entretención y sensualidad guardo en la memoria. Más de 20 años después, siendo ya un hombre de teatro, veo por primera vez a los cuentacuentos en Cádiz, España, en uno de los Festivales Iberoamericanos (1992). Los dirigía el cubano Garzón Céspedes (controvertido narrador, pero líder inapelable de la divulgación de la narración oral contemporánea en América Latina y también en España) quién contaba con sus discípulos gaditanos. Fue una revelación, porque al ver a los alumnos que debutaban pude darme cuenta que yo también podría hacer lo mismo hasta aprender el oficio. Al año siguiente, un taller con el primer maestro, en Chile: Rubén Martínez Santana, de Venezuela. Las primeras nociones y el empujón inicial. Inolvidables su simpatía y sencillez en la enseñanza. Después contar y contar, viajar y viajar, ver y escuchar atentamente.

Los Festivales fueron la clave. Me impresionó Roberto Nield, argentino-colombiano que me enseñó cómo relacionarme con el público. La energía y la locura escénica desbordante de Gonzalo Valderrama, colombiano, me atraparon por completo. Disfruté de la intimidad y la precisión de José Campanari, a quién conocí en Buenos Aires, antes que fuera figura internacional. Gocé con la argentina Graciela Cabal en quién la escritora y la narradora eran una misma cosa. Jota Villaza, de Medellín, me mostró cómo hacer para contar desde un personaje sin transar. Hasta llegar al deslumbramiento oral que me produjo Quico Cadaval, el gallego más palabrero, poético y bizarro que he conocido. Sin duda hay muchos más, pero estos son los emblemáticos, en mi caso. Respecto de los cuentos, tuve la suerte de tener un “escritor de cabecera”, como los antiguos médicos de pueblo. Un amigo entrañable y colega teatral que descubrió conmigo el arte de la palabra narrada y me proveyó hasta su muerte de estupendos relatos breves llenos de absurdo, ternura y poesía que yo podía adaptar y recrear para la oralidad con pocos refunfuños de su parte. Se llamaba Jorge Díaz, (1934-2007) chileno-español, y aún no me acostumbro a no tenerlo cerca y compartir nuestras andanzas por el drama y por los cuentos.


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José Campanari Autor y contador de historias (Argentina)

Buscando en mis recuerdos me encuentro con la sobremesa de los domingos. Un momento en el que los hombres se ponían a jugar a las cartas y las mujeres charlaban de muchas cosas. Los niños, si el clima lo permitía, salíamos a jugar a la calle. Pero bastaba con hacerse el dormido en un sillón, para tener la excusa perfecta y poder escuchar las historias que ellas, como buenas costureras, iban hilvanando. En aquellas charlas se entremezclaban recuerdos de su infancia y adolescencia con acontecimientos de la última semana. Lo importante siempre eran los detalles de las ropas. No se podía concebir contar algo sin detenerse en las telas, los estampados, el corte, la costura. Algunas veces tanto detalle no daba tiempo a desarrollar el suceso en cuestión. Pero todas las participantes de la charla quedaban igualmente satisfechas, aunque no se terminara de contar la historia completa. También escuché a escondidas las charlas de mis vecinos en la panadería, en la verdulería, en la carnicería. Las charlas que, en las noches de verano, surgían espontaneas en la calle cuando el calor hacía imposible estar en casa.

Pero no son solamente estas charlas las que me llevaron a ser el narrador que soy ahora. No puedo dejar de lado la sabiduría de las personas mayores de mi familia, que desde muy pequeño me enseñaron a mirar la vida desde un punto de vista propio, a sacar mis conclusiones, para tener un lugar desde el cual hablar. Seguramente ese aprender a pensar, a mirar con curiosidad los detalles de la vida, a no hablar sin tener algo que decir, es lo que hace la base fundamental de mi manera de contar. Mi narrador no es más que un chico de barrio que aprendió a descubrir las cosas importantes de la vida y a compartir lo poco o mucho que sabe, contando todos los detalles.

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Ana Padovani Narradora (Argentina)

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Viendo el maravilloso documental emitido por TVE, por el que los felicito calurosamente, debo decir que yo, lamentablemente, no tuve el privilegio de nacer en un pueblo donde circulen las narraciones ancestrales. Provengo de un país nuevo, hecho de girones de otros, y no tuve abuelos que me contaran cuentos, ni siquiera tuve abuelos. Sin embargo, no creo haber sido privada de algunos tesoros que pueden cimentar a un narrador. Tuve una madre aficionada a la lectura que, desde que fui muy pequeña, me contaba muchas de las cosas que le impresionaban de sus libros. Guardo fresco el recuerdo de, por ejemplo, Piel de asno, donde las imágenes de aquella joven cubierta con su extraño atuendo siguen aún vivas en mi memoria. Puedo ahora evocar con toda precisión tanto la piel como sus deslumbrantes trajes.

la representábamos haciendo de ella una pequeña función teatral. Recuerdo por ejemplo una canción en boga por entonces, Abril en Portugal, donde representábamos el viento agitando un hilo al que le habíamos sujetado hojas de los árboles. Como ese podría citar muchos otros ejemplos de la capacidad que teníamos para jugar y divertirnos sin más recursos que nuestra fantasía. En el ámbito familiar, además de mi madre lectora, estaba mi padre escenógrafo, que me llevaba desde muy pequeña a presenciar los ensayos del elenco de teatro local, donde podía ver, con gran asombro, como aquellos grandes papeles que él desplegaba y pintaba en el patio de mi casa, al ser colocados allí se convertían en los más diversos paisajes, en el interior de una casa, un patio, una habitación sombría o un castillo lejano.

Recuerdo también otro libro de mi niñez, llamado Upa, donde había pequeñas historias y bellos dibujos que alimentaban mi fantasía y me enseñaban a gozar con su belleza.

También recuerdo las ruedas familiares donde había un tío que, con su gracia natural y su agudo sentido del humor, contaba anécdotas de los vecinos del pueblo con las que hacía reír a toda la familia.

También los juegos de mi infancia desarrollaron particularmente mi imaginación: con mis amigos vecinos tomábamos alguna canción conocida y

Recuerdo también el colegio de monjas al que asistía donde me daban el papel protagónico en las representaciones teatrales (yo era, por ejem-


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plo, una cieguita huérfana que le pedía a la Virgen por su madre). Eran tal vez dramones cursis, pero todas las madres terminaban llorando y yo no podía comprender por qué me gustaba producir aquello. Creo que estas pequeñas cosas fueron cimentando mis primeros encuentros con el mundo de la fantasía que se fue enriqueciendo luego con el gusto que comenzó a proporcionarme el viajar con la imaginación a través de la lectura, a medida que la fui adquiriendo. Posteriormente la vida me fue llevando por distintos caminos que convergieron en aunar estos pequeños placeres en el muy superior que ahora me produce sumergirme en un cuento y levitar, junto a quienes lo escuchan, por otros mundos y otras dimensiones. A.P.

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va de Cercana charla a distancia José Campanari Autor y contador de historias (Argentina)

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Suelen encontrarse en un curioso espacio tiempo entre la tardecita temprano y la noche. Comparten unos mates a la distancia. Cada uno con su termo y su bombilla. Antonio: –¿Qué cenaste? Luis: –Un filete con patatas cocidas. Antonio: –¿No te aburre cenar siempre lo mismo? Yo comí unos tallarines caseros con aceite y parmesano. Luis: – Pero si no te gusta el queso. Lo dices para hacerme rabiar. Entre risas, Antonio desenvuelve un alfajor y lo saborea lentamente. Entonces Luis se pone verde de envidia. El parmesano, la pasta amasada por la madre de Antonio, los alfajores y otras muchas cosas vienen a su cabeza. Son tan claras las imágenes, que su casa se inunda de aquellos olores. Van pasando por su paladar todos los sabores, y la memoria se va llenando de recuerdos de una infancia compartida.


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cuentos Luis: – Leíste algo interesante últimamente. Antonio entiende que no es momento de ponerse nostálgicos, porque sabe perfectamente que a Luis nunca le interesaron los libros. Antonio: – ¿Qué tal la familia? ¿Tu jermu? ¿Y las pibas? Luis: – Marcela cada día más guapa. Y las niñas enormes. Antonio sabe perfectamente que la familia es de ficción. La inventaron cuando Luis se separó de su último novio. Justo cuando Antonio se fue a vivir con su última novia. Luis: – Sofía, la pequeña, tocó en un concierto en la escuela de música. Salió a la abuela. ¿Te acuerdas como le gustaba el piano a mi madre? Hasta compró uno para que mis hermanas estudiaran. Se sentaba en la sala con el tejido, aunque mis hermanas estuvieran practicando las escalas. Como no tenemos piano, practica en casa de una vecina. Es

pianista y nos deja la llave para que vaya cuando ella no está. Antonio: – ¿Y el nene? Entonces Luis sabe que Antonio quiere cambiar de tema, porque en su familia inventada tiene sólo dos hijas. Luis: – ¿Fuiste al cine últimamente? Antonio: – No. Hace mucho que no voy Hace tiempo que no van juntos al cine. Pero cuando ven la misma película, la desmenuzan escena por escena, personaje por personaje, detalle por detalle, y parece que han visto la película más larga de la historia del cine mundial. Por lo general escuchan música. Antonio en su ordenador. Con los auriculares parece un marciano. Luis en su equipo de música. No sabe conectar los altavoces ni los auriculares al ordenador. Algunas veces coinciden en el cantante, otras incluso en la canción. Pero la mayoría de las veces escuchan cosas distintas, mientras la

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charla continúa su camino en la más absoluta intimidad. Antonio: –Te acordás de aquella vez que te quedó el bolso atrapado por la puerta del subte y vimos como se alejaba la correa colgando por fuera del vagón. Luis: – No Antonio –Cómo no te vas a acordar, si tenés una memoria de elefante. No estarás perdiendo la memoria.

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Entonces a Luis se le opaca el gesto, se produce un breve silencio. De los dedos de ambos no sale ni una sola palabra. Antonio: –¿Y la familia? Antonio trata de retomar la conversación. Pero Luis no sonríe. Se queda quieto con sus ojos puestos en los de Antonio y la mirada perdida. Antonio sabe perfectamente que cuando esto sucede, a Luis se le va llenando la cabeza, los sentidos, las emociones de toda esa época en que lo compartían todo y no sabe qué hacer con todo eso. La mirada de Luis se aclara, aunque los recuerdos ya están descargados en el disco duro de su memoria y allí quedaran almacenados acompañándolo durante unos cuantos días. Llega el momento del café. Luis lo prepara rápidamente en su cafetera Express, que le regalaron unos amigos y tardó un año en empezar a usar, porque se lleva mal con los electrodomésticos. Antonio tarda tanto en hacerlo, en su antigua cafetera roja sobre el fuego, que siempre se le que-

ma por no perderse el hilo de la conversación. Unos días Luis ve como Antonio se arropa con la manta que le tejió su abuela hace unos cuantos años. Ya es de noche y hace bastante frío. Entonces Luis se levanta para encender el ventilador y cerrar las ventanas. Es demasiado tarde y los vecinos pueden quejarse por la música. Otros días es Luis el que se cubre con la mantita que se robó su primer viaje largo en avión. La conserva aunque ya casi no se sabe de qué color era, por el efecto del mal uso de la lavadora nueva. Mientras tanto Antonio se abanica con el cuaderno que tiene más a mano. Por un rato hablan de cosas sin sentido y se ríen, luego de cosas sentidas y se emocionan. Sólo por no desconectar, hablan y hablan haciendo paréntesis para hacer pis o ir a la cocina a buscar algo que comer. Para Antonio se hace de madrugada, mientras la luz del día entra por la ventana del Luis. Antonio: – Mañana laburás. Luis: – No, hoy no curro. La charla se va acabando dulce y suavemente. Esa charla que empieza los sábados entre la tardecita temprano y la noche, cuando Antonio enciende la computadora y Luis el ordenador, con la certera esperanza de tener una cercana charla a distancia.


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El abacero Nelson Calderón Narrador oral y escritor (Costa Rica)

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Le daba un poco igual que el hombre evaluado tuviera una cicatriz que le cruzara el rostro de frente a mentón, o que un mostacho molestara en el momento de un tórrido beso, pero lo de las manos era algo que no podía pasar por alto, por eso, cuando entró en la tienda y sus ojos se instalaron en las manos del tendero, lo supo.

Estuvo mirándolas durante tres clientes. A cada venta satisfecha aquel hombre estaba más cerca.

En ese momento, el hombre, que acababa de despachar el pedido de un cliente, apoyó sus manos sobre el mostrador a la espera de la petición del siguiente de la cola. Pero no las puso y ya está, no, lo hizo como si estuviera acariciando la fina estructura de un piano. Eran pulcras, con las uñas de un rosado brillante, que sólo se veía interrumpido por la blancura de una cutícula alegre. Las arruguitas de las falanges eran pequeños mares embravecidos detenidos en el tiempo. El único defecto era un corte en el nudillo del dedo índice derecho que le daba un matiz de coquetería aventurera.

A usted.

Una vez el cliente dijo lo que necesitaba, aquellas manos alzaron el vuelo como dos pájaros armoniosos que se dejaban llevar ante el empuje de un viento inesperado. Cogieron un tarro de café de la estantería y lo posaron sobre el mostrador, luego volvieron a despegar, pero esta vez eran dos aves resueltas que levantaron del suelo un saco de papas.

¿Qué quiere señorita? Ella lo miró a los ojos y suavemente dejó que sus manos tomaran las de él. Con certeza le dijo:


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La iguana Nelson Calderón

No has tenido tiempo de organizar la habitación, de afeitarte, cortarte un poco el pelo, pulirte las patillas como a ella le gustan, y no es que no hubieras querido hacerlo, pero el puto trabajo no te deja otra opción, la obra hay que entregarla este mes y las horas extras, aunque no te las paguen, tienes que comértelas. No hay tiempo, ella debe estar a tres minutos de apoyar su mano en la barandilla de la escalera, a cuatro de extender su brazo y dejar impresa su huella digital en el botón del timbre. ¿Qué camisa ponerte? La negra, la azul, la café, da igual, todas están arrugadas, tremenda impresión vas a darle, a lo mejor sale corriendo ante la imagen del cavernícola que le abre la puerta, pero no lo hará, porque, pese a todo, tienes eso que ella quiere, tú le guardas eso... esa cosita de movimientos pausados, mirada estática y sangre fría. Te ha faltado tiempo para todo, menos para comprar la iguana, ese bicho verdoso y comestible del que ella se enamoró cuando la llevaste a tu cálida tierra, el festivo diciembre que conoció a tus padres, los nueve hermanos, los dieciocho sobrinos, los jugos de maracuyá y guanábana. El timbre suena, es ella, delante de la puerta, con sus ojos azulados, dos océanos insondables y turbulentos, dos puñaladas certeras, dos caricias insinuantes. La iguana se estremece, incómoda dentro de su cárcel de cartón, a lo mejor compraste una muy grande, pero casi todas eran iguales.

Abres la puerta, es ella, pero no parece, su pelo es de otro color y su cara es dura, fría; no trae maletas para quedarse, no quiere darte el beso del reencuentro. No es ella, pero lo es. En la sala te actualiza, ya no te quiere, Steve es muy cariñoso, quién diablos es Steve, le preguntas, y te arrepientes de haberlo hecho. Te va a dejar, amor de lejos felices los cuatro, te dice cínicamente la muy cabrona, ¿pero cuáles cuatro? Si tú la has esperado como un güevón todo este tiempo de encuentros, despedidas mensuales y placeres solitarios, ni siquiera la frase llegaría a ser “felices los tres”, porque ahora estás hecho un guiñapo con la noticia del adiós. A la basura otro amor. Se tiene que ir, sólo ha querido verte para decírtelo personalmente, sin intermediarios. Ya conoce el camino, se va. Tú te quedas pétreo como las estatuas romanas que viste en Mérida en el último viaje que hiciste con ella. Se ha ido, estás de nuevo solo con tu habitación hecha mierda, la barba incipiente, la ropa arrugada. Por la sorpresa y la decepción se te ha olvidado entregarle la iguana, tienes un arranque de coger la caja y salir detrás de María para entregársela, pero sabes que es inútil hacerlo y, a lo mejor, tonto; te contienes, piensas mil cosas a la vez, tu cabeza es un hervidero, miras la caja, la abres, ves al saurio apretujado contra las paredes de cartón, dicen que sabe a pollo, de repente piensas que no ha sido un error haberla comprado tan grande.

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Los asesinos de la luna Ernesto R. Abad Narrador (Canarias)

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Las noches de la selva en Centroamérica son intensas y se llenan de sugerentes sonidos que evocan historias de tiempos remotos. La luna ilumina desde el cielo y los aromas embriagan a las palabras. Pero no todas las historias de la luna son bellas y poéticas. En América cuentan los viejos que hubo una vez dos hermanos que asesinaron al más pequeño de la familia. Los celos y la envidia guiaron sus manos y sus deseos. Solían jugar juntos cuando eran niños, en los terrenos aledaños a la tribu. A veces, los dos mayores se paraban a mirar con ojos de furia al pequeño. Corría más que ellos a pesar de aventajarlo en años y estatura. Lanzaba más lejos las flechas, cazaba piezas suculentas que regalaba a los padres, ya ancianos. Todos en la comunidad acariciaban la cabeza de aquel muchacho que parecía tocada por el mismo sol.


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Se convirtió en el joven más deseado del poblado. Los hermanos mayores veían cómo las mujeres, aún las que tenían pareja, lo miraban con ojos de deseo. Oían los cuchicheos que hablaban de su hermosura y bajaban los ojos buscando el suelo, cuando escuchaban que parecía hijo de los propios dioses. Todas las jóvenes querían besarlo. Todas las viejas lo deseaban como hijo.

maleza y piedras. Huyeron despavoridos, pero al volver la vista atrás vieron la cabeza de su hermano. Los perseguía. La risa llenaba de temblores la selva. La furia de la mirada calcinaba las flores. Corrieron asustados. Trataron de alejarse. Cruzaron el río. Mas al llegar a la otra orilla, allí los esperaba la cabeza, la sonrisa negra, los ojos de fuego.

Ellos fueron dejando crecer un rencor duro, como las piedras de los caminos, dentro de los vientres. Los ojos se teñían de veneno, los oídos se manchaban de envidia. Lo esperaron en un cruce de caminos. Con la cara tapada y por la espalda, lo atacaron. A golpes, a pedradas y a palos le arrancaron la cabeza. Amoratada saltó por el suelo. Rodó de un lado a otro del camino, mostrando una mueca de dolor y asombro. En la danza macabra teñía la tierra con sangre.

No sabían qué hacer. ¿Dónde esconderse?

Ya se marchaban los asesinos, cuando un grito lleno de furia inundó todos los rincones de la selva. Miraron hacia el lugar por el que rodó la cabeza y la vieron sonreír. Era una sonrisa oscura, misteriosa. Los dientes se habían vuelto negros y los ojos estaban enrojecidos.

Buscaron refugio en el poblado. Una sensación de amargura les quemaba el corazón. Tras ellos el aliento fétido de la muerte los acosaba. La esperanza los engañaba. Pensaban que se habían librado, pero no; allí esperaba, en la primera choza del poblado. Pidieron socorro a la tribu. Gritaron suplicando auxilio. Cuando la gente salió en su ayuda quedaron paralizados. La cabeza posaba la mirada roja sobre todos y la risa negra los paralizaba.

–No se librarán de mí. Los seguiré a adónde vayan. No habrá escondite para ustedes –dijo con una voz que helaba.

–Me han matado injustamente, a traición. Y, ¿sabes que es más dolorosa la traición que la muerte? –se oyó una voz que llegó a todos los rincones de la selva–. Mis hermanos me degollaron. Los que yo tanto amaba y en los que tanto confiaba, me arrebataron la vida, por la espalda. Pero los dioses del fuego me han otorgado el poder de transformarme en lo que quiera.

Temblando de terror cavaron un profundo hoyo y allí sepultaron el cuerpo y la cabeza. Lo taparon y, luego, cubrieron la tumba secreta con troncos,

La gente miraba paralizada. Los ojos desmesuradamente abiertos, las bocas mudas, el cuerpo paralizado. Nadie podía entender que la belleza

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anterior de aquel rostro, pudiera haberse trocado en tanto horror. –Y, ¿en qué te transformarás? –se atrevió a preguntar un viejo.

cura noche. Nadie volvió a verlos. Algunos aseguran que un rayo los atravesó, otros que deambulan por la tierra y que sólo aparecen en las ciénagas y pantanos las noches oscuras. Y esas noches respiran tranquilos.

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–Si me transformara en pez, me pescarían y serviría de alimento; si lo hiciera en agua, calmaría la sed; si en madera, me utilizarían para encender el fuego; si lo hago en sol, se calentarían e iluminarían conmigo. No será así. Mis asesinos no encontrarán ningún beneficio en mí. Me transformaré en la luna. Ayudaré a que las bestias y las sierpes se reproduzcan y pueblen la tierra; ayudaré a que los ríos se salgan de sus cauces e inunden las tierras de cultivo. Y, además, guiaré por los océanos naves que saben atravesar el agua; en ellas vendrá una plaga de hombres blancos que acabarán con tu pueblo. Después de pronunciar estas palabras, arrancó a una joven un hilo blanco con el que tejía un vestido. Lo lanzó al cielo y se oyó un zumbido que partía el aire. La cabeza fue arrastrada hacia lo alto, rompió las blancas nubes en jirones que chispearon en relámpagos y se quejaron en forma de truenos. Y tras un destello que los cegó un instante la cabeza se transformó en luna. Y las gotas de sangre que aún manaban del cuello se mezclaron con trozos de cielo, nubes y rayos de sol. Así nació el primer arco iris. En tribu saben, a partir de aquel día, que la luna los vigila, los amenaza y los hace sufrir con su venganza. Los asesinos desaparecieron una os-

Son los momentos en los que la luna está triste y no deja que la vean llorar. Cada vez que recuerda la traición de sus hermanos se esconde y sus entrañas se quiebran como cristales.


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va de Festival “Déjame que te Cuente” (Lima, septiembre 2010) Cucha del Águila Narradora (Perú)

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El festival Déjame que te cuente nace del encuentro y la iniciativa de Marisa Amado, actriz y narradora peruana radicada en España, y Cucha del Águila narradora y una de las promotoras de la narración oral en el Perú. Inicialmente el proyecto hace parte del proyecto <<La Aventura de Leer>> de la Asociación Palique Cuenteros de España y cuenta para su realización con la contraparte de narradores y colaboradores peruanos. La primera bienal internacional se desarrolla en el año 2000. En vista de la acogida del Festival internacional surge la versión nacional del Festival en el año 2006. Para el año 2010 ya hablamos

entonces de un décimo aniversario de labor sostenida y permanente. Este Festival a través de los años se ha ido definiendo como una propuesta para dar a conocer al público peruano este arte presentando a profesionales de la narración oral de reconocimiento internacional, de muy variados estilos y todos ellos de gran calidad. Y tiene como objetivos dar a conocer los procesos que desarrollan los artistas peruanos en este campo y propiciar inclusión de diferentes manifestaciones artísticas relacionadas con la tradición oral del Perú (decimistas, artesanos, curanderos). Proponer a los artistas peruanos formación de calidad en este arte. Acompañar este proceso con una reflexión de


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eventos parte de los diferentes actores. Y además buscar y realizar la formación de un público en el Perú, un público que aprenda a degustar y disfrutar del arte de los cuenteros y a demandar de los cuenteros y los espectáculos de cuentos que vea cada año, ese disfrute. Un disfrute que implica espectáculos de calidad en cuanto a contenido y forma y por supuesto variedad de estilos. En la actualidad, dos Asociaciones, una española y otra peruana, tienen a cargo el Festival Déjame que te Cuente, tanto en su versión internacional como nacional. Si bien el Festival recibe apoyo parcial de España dentro del marco del proyecto <<La aventura de Leer>>, el Festival Déjame que te Cuente nace huérfano en su propio país ya que el apoyo a la cultura por el Estado peruano es inexistente, pues acaba de crearse el Ministerio de Cultura. No existen fondos concursables para la cultura hasta la fecha, el auspicio de las grandes empresas multinacionales suele ser objeto de discusión en el medio artístico.

Sin embargo las diferentes dificultades se resuelven con mucha energía y de manera creativa, los hospedajes solidarios, los padrinos de las cenas, el trabajo voluntario del equipo de producción y directoras, el aporte de nuestras familias y amigos y el apoyo logístico de las instituciones que reconocen nuestra labor sostenida desde los años 90 de aquellos que conformamos la Asociación Déjame que te cuente. A 10 años de existencia, han sido muchas las dificultades, los errores, pero más grandes los aciertos, las alegrías y el privilegio de haber tenido en nuestro país a grandes narradores y fundamentalmente grandes personas que creyeron en nuestro Festival, quisieron a nuestra gente y marcaron las vidas de todos los que los escuchamos y conocimos. En el Perú se viven cambios; con la creación de un Ministerio de la Cultura esperamos poder seguir con el Festival diez años más y seguir diciendo: DÉJAME QUE TE CUENTE…

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va de “Los secretos del cuentacuentos” Beatriz Montero Editorial CCS, Madrid, 2010 ISBN 978-84-9842-590-1 Por Regina Martí Narradora (España) 56 | T_11

Beatriz Montero tuvo una infancia mágica, rodeada de cuentos, de historias, a través de las que viajaba a otros mundos, otros países y otras realidades. Su abuelo y su padre, con sus relatos, eran quienes le proporcionaban estos viajes. A lo largo de los años Beatriz se ha convertido en narradora, filóloga y escritora y una de sus grandes pasiones es formar a gente pare que, como ella, puedan vivir la magia de las palabras. El libro que os presento es una guía para futuros narradores y cuentacuentos, va dirigido a todos aquellos que quieran iniciarse en el arte de la narración oral. Yo hace ya un poco más de 2 años que me dedico a la narración y a la realización de todo tipo de proyectos relacionados con la literatura, de la mano de Tantàgora, asociación madre de ésta revista, y leer el libro me ha permitido tomar consciencia de las técnicas y recursos que utilizo para mis sesiones. Me he encontrado escritas por otra

persona aquellas cosas que yo tengo en cuenta a la hora de contar un cuento. Me ha hecho pensar y estructurar las sesiones, darme cuenta de la cantidad de cosas que pasan mientras narras y de los abundantes recursos que llegas a acumular a medida que vas cogiendo experiencia. El libro va alternando las experiencias personales de Beatriz con las experiencias como narradora y formadora. Y como es un libro dirigido a futuros narradores a lo largo de él encontramos distintos ejercicios propuestos para adquirir una determinada técnica, para poder afrontar los momentos de bloqueo y el miedo escénico. Está narrado en primera persona, con lo cual podemos ver una implicación directa por parte de Beatriz y transmite estas ganas que tiene la autora de traspasarnos su experiencia para que podamos aprender de sus errores y de sus logros. Es un libro interesante tanto si ya eres narrador, como en mi caso, o si nunca antes te has puesto de-


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libros lante de nadie a contar cuentos. A lo largo del libro vas encontrando repertorio, algunos cuentos o adivinanzas escritas directamente o bien títulos e historias nombradas. Todas ellas me las he apuntado para poder buscar la fuente y quién sabe si algún día formaran parte también de mi repertorio. Narrar cuentos es una cosa mágica, la sensación que se tiene al ver las caras de los niños y los no tan niños, no tiene precio. Te das cuenta que en ese momento todos estamos jugando al mismo juego, el de creernos que todo es posible. Beatriz le pone palabras a ésta capacidad de, sobre todo los niños, creer lo que está pasando: “Los niños tienen la capacidad de adentrase en el mundo mágico y vivirlo como real desde el momento que escuchan “había una vez”. (…) Sienten el cuento como un lugar mágico de historias imposibles que a la vez son posibles en su

1 Los secretos del cuentacuentos, página 178 2 Los secretos del cuentacuentos, página 28

imaginación.”1 Una vez oí a Roser Ros, narradora y pedagoga y directora de esta revista, decir una frase que ya he hecho mía: “Lo importante no es que sea cierto, sino que sea verosímil”. Esta idea la recoge también Beatriz: “Para hacer sentir que el cuento es creíble, no es necesario que haya ocurrido de verdad, basta con hacer creer que la historia ocurrió tal y como la cuentas.” 2 Así que os recomiendo leer éste libro, adentraros en el fantástico mundo de la narración, de las palabras y las historias, de la fantasía y la imaginación, de los viajes imposibles, de los juegos y la magia. Respirad profundamente, mirad a todos y cada uno de los que tengáis delante y… empezad a contar la historia de vuestra increíble y maravillosa vida.

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El segundo círculo de los mentirosos “Cuentos filosóficos del mundo entero” Jean-Claude Carrière Editorial Lumen, Barcelona, 2008 ISBN 842641690X Por Regina Martí Narradora (España)

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Si hay un segundo es que con anterioridad ha existido un primero. Y así es, puesto que el libro del que os voy a hablar es el segundo volumen de “Cuentos filosóficos del mundo entero”, una nueva recopilación de, como dice el título, cuentos de todo el mundo. El primer volumen no lo conocía, pero, sin duda, lo conoceré pronto. Antes de hablaros del libro, me gustaría deciros cuatro cosas acerca del autor, un personaje que, entre otros, trabajó con el cineasta Luis Buñuel durante 19 años, hasta la muerte del director. De su estrecha colaboración surgieron distintas películas y las memorias del mismo Buñuel: Mi último suspiro. Leyendo entrevistas e información del autor me he dado cuenta de que Jean-Claude Carrière es uno de los guionistas más conocidos del mundo; también es actor y realizador. Nació en 1931 en Colombières-sur-Orb, Francia. Carrière parece ser un hombre versátil, de imaginación desbordante, que se mueve, investiga, aprende, sabe y comparte. En una entrevista explicó que la primera vez que colaboró con Buñuel llegó de Francia en un coche viejo, sin saber ni una sola palabra de castellano. Recuerda que en los Pirineos se encontró con tres seminaristas que, como él, iban a Madrid, de modo que se

ofreció a llevarlos. Durante todo el trayecto hablaron en latín. Ésta anécdota nos demuestra qué tipo de personaje es Jean-Claude Carrière. Esta recopilación amplia la primera, que se editó en el año 2000. Según comenta el mismo autor en el prólogo, cuando escribió el primer libro no tenía intención de hacer un segundo volumen, aunque era consciente de que aún quedaban muchas historias por contar. Así que, casi sin darse cuenta, durante 10 años estuvo recogiendo historias por doquier: algunas las leyó, pero la mayoría se las contaron. Incluso algunas personas le hicieron llegar relatos que les gustaban, obteniendo así suficiente material para escribir un segundo volumen, formado en parte por los textos enviados por los lectores. En este segundo libro hay bastantes capítulos nuevos, aunque el autor ha mantenido la mayoría de los del primero. Enigmas y adivinanzas es uno de los nuevos, como Carrière nos comenta en su prólogo. A lo largo del tiempo, en todas las tradiciones, los acertijos han hecho avanzar el transcurso de la historia, a menudo los protagonistas se han encontrado ante alguna prueba que había que superar para seguir el camino, como le pasa a


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Tamino, protagonista de La flauta mágica, Mozart. En éste capítulo el autor nos muestra alguna de ellas: adivinanzas y enigmas que nos despiertan la mente y nos permiten avanzar en nuestro camino hacia el crecimiento y la madurez intelectual. Hay otro capítulo que me gustaría comentar, más concretamente un cuento obra del autor: «El comerciante de palabras», que forma parte del capítulo Podemos escoger el conocimiento: es difícil. Podemos preferir la ignorancia: es todavía más difícil. Es un relato especial para los que amamos las palabras, los idiomas y la lingüística. Permite saborear el placer de los vocablos, de su pronunciación, de su significado y darse cuenta del peligro que corren algunas lenguas, bajo el efecto de la globalización idiomática. El comerciante de palabras del cuento «constataba, espantado, que la mayoría de los habitantes de la Tierra, en lugar de decir en sus diferentes lenguas “estoy de acuerdo”, se contentaban con un lacónico OK.1». El latín fue una lengua unitaria y su conocimiento permitió la comunicación entre gente que tenía su propia lengua (como le pasó al autor del libro siglos después) aunque, en su camino de expansión asimiló y llevó a la desaparición muchas otras lenguas. ¿Vamos camino de una nueva latinización? La lectura de este cuento ha reafir-

mado mi amor a las lenguas, a la diversidad de hablas y a la importancia de mi trabajo: la narración oral. A lo largo del libro uno va encontrando nombres que se repiten, como Nasrudin Hodja, narradores, poetas y coleccionistas de historias insignias de la tradición oral a la que pertenecen, autores de otras épocas, personajes ilustres que forman parte del sustrato cultural del mundo entero, historias y relatos conocidos que se pueden situar en una cultura concreta aunque hayan llegado a nuestros oídos o, en este caso, a nuestros ojos, de modos muy distintos y de sitios todavía más dispares. El repertorio se amplía a base de relatos breves, la mayoría de ellos. Tan breves que podrían ser bromas, chistes, ocurrencias que provocan una pequeña sonrisa de lo ingeniosas que son. La filosofía está en los cuentos, en los chismes, en los relatos trasmitidos oralmente: “La situación es mala, muy mala. El pesimista dice: –Peor que esto es imposible. Y el optimista: –¡Es posible! ¡Es posible!2 Las historias nacen en los momentos menos esperados. Carrière así nos lo muestra, con este libro de 24 capítulos de títulos por si solos sugerentes, en un viaje a través del tiempo y las tradiciones.

1 El segundo círculo de los mentirosos. Cuentos filosóficos del mundo entero (página 116) 2 Una esperanza, en «El segundo círculo de los mentirosos. Cuentos filosóficos del mundo entero» (página 80)

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Se presenta en La Habana, la Colección Oralia Por Mayra Navarro Narradora (Cuba)

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La Colección Oralia abre en Cuba una etapa cualitativamente superior en el campo de las publicaciones teóricas para el estudio y la divulgación de textos sobre la oralidad y la narración oral, los cuales resultarán también de extraordinario interés para filólogos, antropólogos, sociólogos, así como para todos aquellos que deseen conocer y estudiar los fenómenos que abarcan esas materias y que serán, además, muy útiles para la enseñanza artística. Creo que, ante todo, resulta indispensable resaltar el hecho de que la Colección Oralia sea hoy una realidad, se debe a la favorable acogida que Omar Valiño, director de la Editorial Tablas-Alarcos, ofreció desde el primer momento, a la propuesta del Dr. Jesús Lozada Guevara, narrador oral, poeta y acucioso promotor e investigador de la oralidad, quien asume la coordinación de estas publicaciones. No puedo dejar de mencionar, por supuesto, el enorme privilegio que es para nosotros el hecho de que el primer título de la Colección sea Celebración del lenguaje. Hacía una teoría intercultural de la Literatura, del Maestro Adolfo Colombres, un texto clásico e imprescindible para el

estudio de la oralidad. A este título se irán sumando otros y puedo adelantarles que ya se encuentran preparadas dos antologías: El vuelo de la flecha, con los primeros textos teóricos que fueran publicados por la Biblioteca Nacional de Cuba en la década del sesenta, y El Árbol de las Palabras, en la cual se reúnen textos de 32 prestigiosos teóricos y narradores de 12 países. No pretendo abrumarlos con un largo preámbulo pero un hecho de relevancia cultural como este, no puede pasar por alto lo que considero, sin duda alguna, sus antecedentes y, además, por el hecho de que desde entonces a la fecha, han sido muy pocos y puntuales en Cuba los libros que tratan el tema que nos ocupa. Me refiero a la publicación en 1963 de El Cuento en la Educación, de Katherine Dunlap Cather, como parte de la Colección Manuales Técnicos de la Biblioteca Nacional José Martí, adaptado del inglés por María Teresa Freyre de Andrade y Eliseo Diego, mis maestros, e iniciadores del estudio y la promoción del arte de la palabra viva en nuestro país. Apenas tres años después, en 1966, vio la luz la Colección Textos para Narradores, como parte de la labor del Departamento de Literatura y Na-


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rraciones Infantiles –dirigido por Eliseo–, dedicado a impulsar y difundir el arte de contar cuentos en todas las bibliotecas públicas del país, por iniciativa de la Dra. Freyre, Directora de la Biblioteca Nacional y de la Dirección General de Bibliotecas Públicas en Cuba. Fue la Dra. Freyre quien desde principios de los años cincuenta del siglo pasado, venía dedicándose a crear un espacio para la narración oral de cuentos, en su quehacer desde el Lyceum Lawn Tenis Club, ofreciendo seminarios para bibliotecarias, y con un significativo artículo en la revista Lyceum (1952), aún de obligada referencia, en tanto precursor de estas lides y por la información que nos presenta. La Colección Textos para Narradores asumía dos líneas para el desarrollo del trabajo: Teoría y Técnica del Arte de Narrar y Adaptaciones de Cuentos, de manera que ponía al alcance de

quienes comenzaban a transitar los caminos de la narración oral, una documentación teórica sobre la especialidad y les facilitaba cuentos con las características necesarias para ser contados de viva voz. De la primera, se realizaron seis entregas entre 1966 y 1974; de la segunda, nueve para 1º y 2º grados (1966-1984); nueve, para 3º y 4º grados (1966-1977) y seis, para 5º y 6º grados (1966-1974). Al preparar este texto, volví a leer la nota preliminar que escribiera Eliseo Diego para el primer folleto de la Colección, explicando la necesidad y las intenciones de su existencia por entonces: “La total carencia en nuestro idioma de obras sobre la técnica de narrar nos ha movido a iniciar varias series de traducciones de los trabajos más

importantes que sobre estos asuntos se han escrito en otras lenguas (…) podíamos haber intentado la usual condensación que luego se presenta con visos de originalidad; hemos preferido una selección de verdaderos originales. La primera posibilidad ofrecería la ventaja, aparente, de un enfoque uniforme; la segunda, obliga a detenerse en el estudio de criterios distintos, a veces contradictorios, antes de formarse un criterio propio.” A casi medio siglo de aquellos primeros intentos, podemos seguir sus huellas y se nos hace posible, gracias a los adelantos de los medios de comunicación, acudir también a los más destacados teóricos del pasado y de la actualidad, para desde sus diferentes puntos de vista, situarnos en marcos referenciales que nos permitan abrirnos el camino hacia una verdadera comprensión fenoménica del hecho oral contemporáneo. Demos entonces la bienvenida a la Colección Oralia regocijados con la certeza de que su presencia entre nosotros marcará un hito significativo para la continuidad y el crecimiento de la labor de quienes dedicamos nuestros esfuerzos profesionales a la oralidad artística, en toda su dimensión y alcance.

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va de “Los secretos del cuentacuentos” Beatriz Montero Editorial CCS, Madrid, 2010 ISBN 978-84-9842-590-1 Por Regina Martí Narradora (España) 56 | T_11

Beatriz Montero tuvo una infancia mágica, rodeada de cuentos, de historias, a través de las que viajaba a otros mundos, otros países y otras realidades. Su abuelo y su padre, con sus relatos, eran quienes le proporcionaban estos viajes. A lo largo de los años Beatriz se ha convertido en narradora, filóloga y escritora y una de sus grandes pasiones es formar a gente pare que, como ella, puedan vivir la magia de las palabras. El libro que os presento es una guía para futuros narradores y cuentacuentos, va dirigido a todos aquellos que quieran iniciarse en el arte de la narración oral. Yo hace ya un poco más de 2 años que me dedico a la narración y a la realización de todo tipo de proyectos relacionados con la literatura, de la mano de Tantàgora, asociación madre de ésta revista, y leer el libro me ha permitido tomar consciencia de las técnicas y recursos que utilizo para mis sesiones. Me he encontrado escritas por otra

persona aquellas cosas que yo tengo en cuenta a la hora de contar un cuento. Me ha hecho pensar y estructurar las sesiones, darme cuenta de la cantidad de cosas que pasan mientras narras y de los abundantes recursos que llegas a acumular a medida que vas cogiendo experiencia. El libro va alternando las experiencias personales de Beatriz con las experiencias como narradora y formadora. Y como es un libro dirigido a futuros narradores a lo largo de él encontramos distintos ejercicios propuestos para adquirir una determinada técnica, para poder afrontar los momentos de bloqueo y el miedo escénico. Está narrado en primera persona, con lo cual podemos ver una implicación directa por parte de Beatriz y transmite estas ganas que tiene la autora de traspasarnos su experiencia para que podamos aprender de sus errores y de sus logros. Es un libro interesante tanto si ya eres narrador, como en mi caso, o si nunca antes te has puesto de-


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libros lante de nadie a contar cuentos. A lo largo del libro vas encontrando repertorio, algunos cuentos o adivinanzas escritas directamente o bien títulos e historias nombradas. Todas ellas me las he apuntado para poder buscar la fuente y quién sabe si algún día formaran parte también de mi repertorio. Narrar cuentos es una cosa mágica, la sensación que se tiene al ver las caras de los niños y los no tan niños, no tiene precio. Te das cuenta que en ese momento todos estamos jugando al mismo juego, el de creernos que todo es posible. Beatriz le pone palabras a ésta capacidad de, sobre todo los niños, creer lo que está pasando: “Los niños tienen la capacidad de adentrase en el mundo mágico y vivirlo como real desde el momento que escuchan “había una vez”. (…) Sienten el cuento como un lugar mágico de historias imposibles que a la vez son posibles en su

1 Los secretos del cuentacuentos, página 178 2 Los secretos del cuentacuentos, página 28

imaginación.”1 Una vez oí a Roser Ros, narradora y pedagoga y directora de esta revista, decir una frase que ya he hecho mía: “Lo importante no es que sea cierto, sino que sea verosímil”. Esta idea la recoge también Beatriz: “Para hacer sentir que el cuento es creíble, no es necesario que haya ocurrido de verdad, basta con hacer creer que la historia ocurrió tal y como la cuentas.” 2 Así que os recomiendo leer éste libro, adentraros en el fantástico mundo de la narración, de las palabras y las historias, de la fantasía y la imaginación, de los viajes imposibles, de los juegos y la magia. Respirad profundamente, mirad a todos y cada uno de los que tengáis delante y… empezad a contar la historia de vuestra increíble y maravillosa vida.

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El segundo círculo de los mentirosos “Cuentos filosóficos del mundo entero” Jean-Claude Carrière Editorial Lumen, Barcelona, 2008 ISBN 842641690X Por Regina Martí Narradora (España)

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Si hay un segundo es que con anterioridad ha existido un primero. Y así es, puesto que el libro del que os voy a hablar es el segundo volumen de “Cuentos filosóficos del mundo entero”, una nueva recopilación de, como dice el título, cuentos de todo el mundo. El primer volumen no lo conocía, pero, sin duda, lo conoceré pronto. Antes de hablaros del libro, me gustaría deciros cuatro cosas acerca del autor, un personaje que, entre otros, trabajó con el cineasta Luis Buñuel durante 19 años, hasta la muerte del director. De su estrecha colaboración surgieron distintas películas y las memorias del mismo Buñuel: Mi último suspiro. Leyendo entrevistas e información del autor me he dado cuenta de que Jean-Claude Carrière es uno de los guionistas más conocidos del mundo; también es actor y realizador. Nació en 1931 en Colombières-sur-Orb, Francia. Carrière parece ser un hombre versátil, de imaginación desbordante, que se mueve, investiga, aprende, sabe y comparte. En una entrevista explicó que la primera vez que colaboró con Buñuel llegó de Francia en un coche viejo, sin saber ni una sola palabra de castellano. Recuerda que en los Pirineos se encontró con tres seminaristas que, como él, iban a Madrid, de modo que se

ofreció a llevarlos. Durante todo el trayecto hablaron en latín. Ésta anécdota nos demuestra qué tipo de personaje es Jean-Claude Carrière. Esta recopilación amplia la primera, que se editó en el año 2000. Según comenta el mismo autor en el prólogo, cuando escribió el primer libro no tenía intención de hacer un segundo volumen, aunque era consciente de que aún quedaban muchas historias por contar. Así que, casi sin darse cuenta, durante 10 años estuvo recogiendo historias por doquier: algunas las leyó, pero la mayoría se las contaron. Incluso algunas personas le hicieron llegar relatos que les gustaban, obteniendo así suficiente material para escribir un segundo volumen, formado en parte por los textos enviados por los lectores. En este segundo libro hay bastantes capítulos nuevos, aunque el autor ha mantenido la mayoría de los del primero. Enigmas y adivinanzas es uno de los nuevos, como Carrière nos comenta en su prólogo. A lo largo del tiempo, en todas las tradiciones, los acertijos han hecho avanzar el transcurso de la historia, a menudo los protagonistas se han encontrado ante alguna prueba que había que superar para seguir el camino, como le pasa a


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Tamino, protagonista de La flauta mágica, Mozart. En éste capítulo el autor nos muestra alguna de ellas: adivinanzas y enigmas que nos despiertan la mente y nos permiten avanzar en nuestro camino hacia el crecimiento y la madurez intelectual. Hay otro capítulo que me gustaría comentar, más concretamente un cuento obra del autor: «El comerciante de palabras», que forma parte del capítulo Podemos escoger el conocimiento: es difícil. Podemos preferir la ignorancia: es todavía más difícil. Es un relato especial para los que amamos las palabras, los idiomas y la lingüística. Permite saborear el placer de los vocablos, de su pronunciación, de su significado y darse cuenta del peligro que corren algunas lenguas, bajo el efecto de la globalización idiomática. El comerciante de palabras del cuento «constataba, espantado, que la mayoría de los habitantes de la Tierra, en lugar de decir en sus diferentes lenguas “estoy de acuerdo”, se contentaban con un lacónico OK.1». El latín fue una lengua unitaria y su conocimiento permitió la comunicación entre gente que tenía su propia lengua (como le pasó al autor del libro siglos después) aunque, en su camino de expansión asimiló y llevó a la desaparición muchas otras lenguas. ¿Vamos camino de una nueva latinización? La lectura de este cuento ha reafir-

mado mi amor a las lenguas, a la diversidad de hablas y a la importancia de mi trabajo: la narración oral. A lo largo del libro uno va encontrando nombres que se repiten, como Nasrudin Hodja, narradores, poetas y coleccionistas de historias insignias de la tradición oral a la que pertenecen, autores de otras épocas, personajes ilustres que forman parte del sustrato cultural del mundo entero, historias y relatos conocidos que se pueden situar en una cultura concreta aunque hayan llegado a nuestros oídos o, en este caso, a nuestros ojos, de modos muy distintos y de sitios todavía más dispares. El repertorio se amplía a base de relatos breves, la mayoría de ellos. Tan breves que podrían ser bromas, chistes, ocurrencias que provocan una pequeña sonrisa de lo ingeniosas que son. La filosofía está en los cuentos, en los chismes, en los relatos trasmitidos oralmente: “La situación es mala, muy mala. El pesimista dice: –Peor que esto es imposible. Y el optimista: –¡Es posible! ¡Es posible!2 Las historias nacen en los momentos menos esperados. Carrière así nos lo muestra, con este libro de 24 capítulos de títulos por si solos sugerentes, en un viaje a través del tiempo y las tradiciones.

1 El segundo círculo de los mentirosos. Cuentos filosóficos del mundo entero (página 116) 2 Una esperanza, en «El segundo círculo de los mentirosos. Cuentos filosóficos del mundo entero» (página 80)

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Se presenta en La Habana, la Colección Oralia Por Mayra Navarro Narradora (Cuba)

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La Colección Oralia abre en Cuba una etapa cualitativamente superior en el campo de las publicaciones teóricas para el estudio y la divulgación de textos sobre la oralidad y la narración oral, los cuales resultarán también de extraordinario interés para filólogos, antropólogos, sociólogos, así como para todos aquellos que deseen conocer y estudiar los fenómenos que abarcan esas materias y que serán, además, muy útiles para la enseñanza artística. Creo que, ante todo, resulta indispensable resaltar el hecho de que la Colección Oralia sea hoy una realidad, se debe a la favorable acogida que Omar Valiño, director de la Editorial Tablas-Alarcos, ofreció desde el primer momento, a la propuesta del Dr. Jesús Lozada Guevara, narrador oral, poeta y acucioso promotor e investigador de la oralidad, quien asume la coordinación de estas publicaciones. No puedo dejar de mencionar, por supuesto, el enorme privilegio que es para nosotros el hecho de que el primer título de la Colección sea Celebración del lenguaje. Hacía una teoría intercultural de la Literatura, del Maestro Adolfo Colombres, un texto clásico e imprescindible para el

estudio de la oralidad. A este título se irán sumando otros y puedo adelantarles que ya se encuentran preparadas dos antologías: El vuelo de la flecha, con los primeros textos teóricos que fueran publicados por la Biblioteca Nacional de Cuba en la década del sesenta, y El Árbol de las Palabras, en la cual se reúnen textos de 32 prestigiosos teóricos y narradores de 12 países. No pretendo abrumarlos con un largo preámbulo pero un hecho de relevancia cultural como este, no puede pasar por alto lo que considero, sin duda alguna, sus antecedentes y, además, por el hecho de que desde entonces a la fecha, han sido muy pocos y puntuales en Cuba los libros que tratan el tema que nos ocupa. Me refiero a la publicación en 1963 de El Cuento en la Educación, de Katherine Dunlap Cather, como parte de la Colección Manuales Técnicos de la Biblioteca Nacional José Martí, adaptado del inglés por María Teresa Freyre de Andrade y Eliseo Diego, mis maestros, e iniciadores del estudio y la promoción del arte de la palabra viva en nuestro país. Apenas tres años después, en 1966, vio la luz la Colección Textos para Narradores, como parte de la labor del Departamento de Literatura y Na-


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rraciones Infantiles –dirigido por Eliseo–, dedicado a impulsar y difundir el arte de contar cuentos en todas las bibliotecas públicas del país, por iniciativa de la Dra. Freyre, Directora de la Biblioteca Nacional y de la Dirección General de Bibliotecas Públicas en Cuba. Fue la Dra. Freyre quien desde principios de los años cincuenta del siglo pasado, venía dedicándose a crear un espacio para la narración oral de cuentos, en su quehacer desde el Lyceum Lawn Tenis Club, ofreciendo seminarios para bibliotecarias, y con un significativo artículo en la revista Lyceum (1952), aún de obligada referencia, en tanto precursor de estas lides y por la información que nos presenta. La Colección Textos para Narradores asumía dos líneas para el desarrollo del trabajo: Teoría y Técnica del Arte de Narrar y Adaptaciones de Cuentos, de manera que ponía al alcance de

quienes comenzaban a transitar los caminos de la narración oral, una documentación teórica sobre la especialidad y les facilitaba cuentos con las características necesarias para ser contados de viva voz. De la primera, se realizaron seis entregas entre 1966 y 1974; de la segunda, nueve para 1º y 2º grados (1966-1984); nueve, para 3º y 4º grados (1966-1977) y seis, para 5º y 6º grados (1966-1974). Al preparar este texto, volví a leer la nota preliminar que escribiera Eliseo Diego para el primer folleto de la Colección, explicando la necesidad y las intenciones de su existencia por entonces: “La total carencia en nuestro idioma de obras sobre la técnica de narrar nos ha movido a iniciar varias series de traducciones de los trabajos más

importantes que sobre estos asuntos se han escrito en otras lenguas (…) podíamos haber intentado la usual condensación que luego se presenta con visos de originalidad; hemos preferido una selección de verdaderos originales. La primera posibilidad ofrecería la ventaja, aparente, de un enfoque uniforme; la segunda, obliga a detenerse en el estudio de criterios distintos, a veces contradictorios, antes de formarse un criterio propio.” A casi medio siglo de aquellos primeros intentos, podemos seguir sus huellas y se nos hace posible, gracias a los adelantos de los medios de comunicación, acudir también a los más destacados teóricos del pasado y de la actualidad, para desde sus diferentes puntos de vista, situarnos en marcos referenciales que nos permitan abrirnos el camino hacia una verdadera comprensión fenoménica del hecho oral contemporáneo. Demos entonces la bienvenida a la Colección Oralia regocijados con la certeza de que su presencia entre nosotros marcará un hito significativo para la continuidad y el crecimiento de la labor de quienes dedicamos nuestros esfuerzos profesionales a la oralidad artística, en toda su dimensión y alcance.

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