Revista Alcantarilla No. 1

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FEBRERO 2021

Los Reyes del Camino, Andrés García


Contenido

Concejo Editorial Antonio Roderici Julio Zatarain Lucas Velarde Corrección de Estilo Julio Zatarain Diseño de Arte Adolfo Carvajal Visita nuestras redes: Revista Alcantarilla alcantarillamzt

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Presentación ........................................................................ 3 La memoria de la bala, Luis Fernando Rangel ................... 4 Dios te salve, María, Sergio H. Garcia ............................... 5 En un mar de muertos, J. R. Spinoza ................................. 6 Hombre con frasco, Sergio Ceyca ...................................... 9 De profesión poeta, León Herranz Solanski ..................... 10 El día que mi alma se hizo poesía, Alejandro Espinosa .... 11 Resta, Alexa Vázquez ........................................................ 11 “Chata” y “Pienso”, Juan Soñador, Rivera ....................... 12 El Marginal, Marcos Bauzá ............................................... 13 Instrucciones para lavar cubrebocas en víspera de Año Nuevo, Nitz Lerasmo ..................................................................... 14 Las cuatro esenciales de AELEVE .................................... 16 Segunda convocatoria ........................................................ 18 Gustos fijos, Luis Eduardo Alcántara ................................ 19 Comunión, Héctor Hernández ........................................... 20 La mujer del zapatero, Pata Martínez ................................ 22 Un día a la vez, Yoselin Villa ............................................. 24 El color de tus ojos, Ricardo Arasil ................................... 25 Doce cuarenta y dos, Caro Cervantes ................................ 25 Suspiros, Luis Alejandro Briones ...................................... 26 Errática e impúdica, Sahilí Cristiá Lara ............................ 28 A darle que es mole de olla, Jimena Piz ............................ 29

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Andrómeda EsperanzaValz, 1992, Durango

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PRESENTACIÓN Este objeto que usted tiene en la mano y en este momento lee, no es más que el esfuerzo de unos jóvenes metiches de la realidad que están apostando su tiempo, intelecto y dinero en la propagación de la palabra, a través del arte y la literatura. En una comunidad tan sesgada por muchas variantes, creemos que la de la creación artística debería estar incluida en la vida diaria, porque una sociedad sin arte es una sociedad con límites, clavada en la tierra sin más posibilidades de conocer el reino de lo no animal. Entonces, bienvenido, bienvenida, gran lector, gran lectora, a esta ventana de la otra realidad que creemos hacer bien al ofrecérselas, gratuitamente, no sin el apoyo de lectura, de consumo, de cooperación voluntaria. En Alcantarilla va a ser común encontrarse obras de artistas en ciernes que, por muchas razones, no encuentran las puertas de salida cuando terminan una obra de arte y se embodegan o se hacen basura virtual. Para participar aquí, debemos obedecer la convocatoria: saldrá el día 15 y cerrará el último día de cada mes. Durante los primeros días del mes siguiente se publicarán las obras seleccionadas y se va a dar un seguimiento que pueda ayudar al artista y la comunidad pueda conocerlos: además de la versión digital, comenzaremos con cien ejemplares impresos, los cuales serán presentados ante sociedad en un evento en particular. En este primer número recibimos un total de 66 obras y seleccionamos a 21, todos los que pudimos y consideramos los más publicables, habiendo autores y autoras de todo México y Latinoamérica. Por eso aquí encontrarán secciones de literatura del norte y del sur de México, en sus modalidades de poesía, cuento y ensayo creativo. También internacionalmente, hay autores de Colombia, Argentina, Uruguay, Chile y Cuba. Y para ilustrar hay obras mazatlecas y una entrevista a un grupo local, entre otras muchas cosas.

Aquí separamos la basura y dejamos fluir las aguas pluviales, queda la tarea de ustedes, inteligente auditorio, dragar sus arroyos, destapar sus caños, ser el río que fluye y desemboca: lancen sus productos, pues, a Alcantarilla, donde termina lo de todos los hombres y todas las mujeres, lo del don nadie y lo de las celebridades, el Papa o el presidente, la puta o el puto, el blanco, el negro, el árabe y hasta el marciano, en Alcantarilla se queda tu verdadera esencia. La Ballena Literata

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Pueden enviar su material cuantas veces quieran, uno por convocatoria, sea cualquier tipo de creación que pueda caber en nuestra Alcantarilla: mundillo aparte de redes subterráneas con aguas residuales que caen en la red de saneamiento.

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La memoria de la bala

Luis Fernando Rangel, Chihuahua, 1995

Déjame te cuento cómo está la tranza aquí te matan por un peso y no porque necesiten el dinero sino porque necesitan matar they need kill they need the pleasure the need the blood déjame te cuento vato que aquí la plata vale lo mismo que el plomo y que la historia se escribe a punta de balazos la memoria la guarda una bala que rompe el viento y los vidrios of the windows crash se quiebran y crujen and in las calles las jefitas lloran a sus hijos muertos she knows el dolor because un cabrón jaló el gatillo la memoria de la bala resuena y dice

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ándale cabrón si ya la sacaste truénala dale recio compa

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pull the trigger and shoot y la pistola suena recio para que la sangre corra recio igual no importa porque aquí la sangre ya no tiñe nada todo es rojo

roja la patria muerta roja la arena del desierto roja la frontera roja el agua del río Bravo roja la tuna más roja del nopal más viejo roja la luna roja la tarde hay roja la piel de los párpados


Dios te salve, María Sergio H. García, Tepic, 1995

Que puedas caminar libremente sin miedo a la falda corta demonios liberados del mundo que te intenta poseer Dios te salve de las penitentes miradas castigo del hombre juicio y perjuicio en un acto Que Dios te salve María de tener que correr buscar un lugar seguro Que no te vean con uniforme El blanco no revela el color del pavor María pídele a Dios que te salve de unas manos extrañas rodeando el cuello jalando al auto esfumándose en las luces rojas del trafico Que te salve de las amenazas golpes llanto del hombre sangrando balas el suelo rojo de un cuarto de una casa que siempre te pareció extraña sola Que te salve de su muerte de los gritos y el arma en tu cabeza

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Dios te salve de las balas que rompen el cráneo y s e v a n

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En un mar de muertos

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J. R. Spinoza, Matamoros, Tamaulipas, 1990

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La inscripción está grabada con letras doradas, justo en la placa debajo de un cuadro en particular. Uno que muestra a un hombre parado junto a un faro mirando abajo hacia el océano, donde centenas de esqueletos arrastran a otro sujeto idéntico a él a las profundidades marinas. Dicha pintura se ubica al centro del salón de juegos de Il casinò della vita. La contemplo por unos momentos, como esperando hallar alguna respuesta o que provoque una epifanía que me ayude a salir de este embrollo. Mi padre decía que un hombre con fe, vale más que uno con suerte. Lo cierto es que tengo pocas posibilidades. Es la penúltima ronda y sobre la mesa están dos reinas (de diamante y de corazones), un ocho de picas y un as de tréboles. La chica a mi derecha se levanta, puedo ver el terror en sus ojos. Escucho cómo sus uñas rasgan la orilla de la mesa. Su blusa amarilla está empapada de sudor. Entonces corre. Un estruendo. Cae abatida por la bala. El crupier guarda el arma bajo la mesa. —Su turno —me dice. No le atiendo. Observo el humo rojo que emana del cuerpo de la chica y flota por el salón hasta el trono de Mammón quien abre la boca y lo aspira. Toma un pañuelo verde de su solapa y se limpia los labios. Viste un traje color gris oscuro y usa mocasines negros. Su apariencia es la de un hombre rondando los cuarenta. De hecho, cuando entré, temí que se exagerase la fama del lugar. No fue hasta que vi morir a los primeros y cómo el demonio se alimentaba de sus almas y, por supuesto, cuando vi ganar al primer jugador, que lo creí. Escuché que lleva siglos consumiendo almas, incluso se corre el rumor que le ganó el alma inmortal a un antiguo dios del mar. En Il casino della vita las reglas son sencillas. Se apuesta todo: “Omnia aut nihil”. Sólo hay un ganador por mesa. Seis jugadores. El premio, cualquier cosa que desees. Cien millones de dólares, la mujer de tus sueños, la cura para alguna enfermedad. El demonio lo consigue para ti. Los otros cinco participantes, en cambio… Bueno, ¿quién juega esperando perder? —Su turno —escucho el corte de cartucho y vuelvo a la realidad; a mi par de ochos rojos. —Voy —respondo. Es lo único que puedo decir, es lo que dice también el anciano a mi izquierda y la mujer que sigue de él. Porque la otra opción, la de rendirse y… nos ha quedado claro que tampoco podemos correr.


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Un par de sujetos en traje recogen el cuerpo de la chica. Si son demonios o humanos al servicio de Mammón, lo ignoro. ¿A dónde llevarán los cuerpos?, los he visto retirar más de veinte cadáveres en el tiempo que llevo jugando, algunos de esos tipos regresan con el calzado y la parte inferior del pantalón mojada, será qué… —Última ronda —anuncia el crupier. Toma una carta, el tiempo se hace lento, pesado. Si la carta es mayor a nueve estoy perdido, lo mismo si es de color rojo. La única carta que me podría ayudar sería… ¡SÍ! Un ocho de tréboles. Casi se me sale un “Gracias a Dios”. El hombre a la izquierda del crupier —un treintañero con gafas oscuras, quien había mostrado mucha seguridad durante toda la partida—, ahora muestra un rostro desencajado. —Voy —se le corta la voz. —Voy —dice el gordo a su izquierda. Su camisa azul rey está empapada de sudor. Usa una toallita a juego para limpiarse la frente. Seguiría la chica de amarillo. Ver su lugar vacío me hace perder la poca confianza que gané. —Voy —digo, quizá sean mis últimas palabras. Los siguientes jugadores van también. —Jugador número 1, descubra sus cartas. El hombre se quita las gafas. Puedo ver que le falta un ojo. Respira hondo antes de descubrir sus cartas. Un as de picas y un nueve de tréboles. Par de ases. Respiro aliviado. El gordo destapa sus cartas con una sonrisa tamborileándole el rostro. Reina de picas y dos de corazones. Otro estruendo. El hombre tuerto yace en el suelo, el crupier le ha disparado en la cabeza. Descubro mis cartas rápido. Al ver mi póker de ochos, el gordo mira al crupier como suplicando misericordia. Recibe un disparo por la espalda. Uno de los hombres de traje acaba con su vida. El anciano da vuelta a sus cartas con una lentitud que me hace temer por mi vida. Pero, una vez las revela, el miedo es remplazado por lastima. Él nos contó, antes de empezar, que su hija tenía cáncer, nos suplicó que le dejásemos ganar. Aparté la mirada, justo como ahora. Quizá eso sintió mi padre al perder hace veinte años. No lo sé. Pero si esa chica tiene un hermano, él sentirá lo mismo que yo cuando Matilde murió y papá no regresó. Sólo quedamos dos. La mujer de negro y yo. Será algún augurio que anuncie mi funeral. Descubre sus cartas. Sonríe. Reina de tréboles y de picas. —Pokér de reinas —anuncia. El crupier levanta el arma. Yo trago saliva. Dispara. La mujer cae al suelo. —Tenemos un ganador —anuncia el crupier —preséntate ante nuestro señor Mammón para hacer tu petición. Mientras camino hacia el trono del demonio, comprendo lo que sucedió. Sonrío.

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—¿Puedo pedir lo que quiera? El demonio asiente con la cabeza. —¡Qué cierres este maldito lugar!, ¡qué se hunda en el olvido!, ¡qué jamás vuelva a existir un sitio como este! Siento todas las miradas en mí. Los jugadores de todas las mesas se han detenido. Esperando tal vez, que sea un chiste, o que el demonio se niegue. Pero Mammón luce molesto. Lanza un rugido que me ensordece por unos momentos. Me llevo la mano a la oreja y descubro que sangran. Ambas. Mis ojos se cierran. Al despertar una ola enorme viene hacia mí. Me golpea. Estoy bajo el mar. Arriba hay una luz. Nado hacia ella pero justo cuando voy a salir por aire algo me detiene. Es mi padre. Me sujeta de la pierna. Debajo de él un hombre gordo, un tuerto, el maldito anciano, la chica de amarillo, un mar de cadáveres.

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Hombre con frasco

INVITADO ESPECIAL

–Aquí tengo un demonio– me dijo el hombre colocando un frasco sobre la mesa, en cuya tapa florecía el óxido–. Durante muchos años he tenido tentación de abrirlo para concluir con mi sufrimiento. Pensé que al encerrarlo terminaría la crisis, más igual que cuando llega el ojo de un rabioso huracán, la tranquilidad sólo duró unas semanas. ¿Alguna vez le han impedido dormir los reproches de sus muertos? Cuando el demonio entró en nuestra vida prometió que iba a solucionar todas nuestras carencias: por eso le dije a mi esposa, con emoción, que finalmente saldríamos de este monte olvidado, que podríamos volvernos ricos y famosos, y aunque ella me miró con recelo, confió en mi visión. Nuestra hija aún era una espiga que brotaba de la hierba, lejos de ser deseada por los hombres. Así que le abrimos los brazos, le brindamos un espacio en nuestra casa, y él pasaba las tardes hablándome sobre el ritmo seductor de la vida en las ciudades; sobre los rascacielos, opacando a las estrellas; las fiestas, debajo de los espectaculares, dónde las celebridades bailan sin zapatos. Yo conocía su naturaleza y, aun así, lo escuchaba con hambre de ilusiones. Hasta la tarde que mi niña desapareció. Primero culpamos a los demás pobladores, aquellas personas que también viven en casas a medio construir en el monte; y cuando salí a buscarla y al regresar lo encontré sobre mi esposa, intenté asesinarlo, aunque (bueno, usted sabrá) así no se mata a los demonios. Las balas lo atravesaron y dieron contra mi mujer. –¿Y cómo terminó en el frasco? –le pregunté. Me di cuenta que no dejaba de acariciar la tapa de metal que, con el tiempo, seguro ya se habría pegado al cristal. La suciedad no me permitía ver el interior. –Una noche en que nos emborrachamos, me confesó que temía a los espacios reducidos. Sentía que éstos lo iban a aplastar. El frasco fue lo primero que tuve a la mano: ahora me parece ridículo que se convirtiera en su última morada. Claro que se resistió: me miró con la misma cara de perro regañado con la que yo lo miré cuando entendí su naturaleza, así que tuve que golpearlo, someterlo, empujarlo: tuve que obligarlo a rendirse ante mi venganza. Desde aquel día han pasado muchas décadas en las que sólo he estado encerrado en esta casa, para no dañar a los demás, donde todos los días me atormentan los murmullos de mi familia muerta. ¿Sabe? En mis sueños, la voz de mi niña me recrimina no haber advertido las señales, el haber mirado hacia otro lado. Ante esta tortura necesito alguna esperanza, ¿me entiende? Observó el frasco como si quisiera darle un empujón hacia mí. Pero dudó. Antes de averiguar qué pretendía hacer, me puse de pie y hui adentrándome en los kilómetros y kilómetros de oscuridad y silencio, corriendo entre la maleza seca y la tierra, lejos de las atrocidades cometidas por los hombres.

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Sergio Ceyca, Culiacán, 1990

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De profesión poeta

León Herranz Solanski, León de los Aldama, Guanajuato, 2000

De profesión poeta Aunque no sea ni la mitad de bueno de Sabina. Aunque mis poemas mueran a media calle o sean atropellados por el olvido. Aunque mi única antología comprenda el último año. Aunque no tenga un libro editado. Ni mucho menos un poemario publicado. Aunque mi fiel círculo de lectores comprenda a mi perro y a mí Y que mis cantos descansen en un baúl O en el fondo de la basura.

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No me importa si me carcome el desvelo No me importa si las tripas me arden No quiero saber nada que tenga que ver con quebrar el sueño del poeta. Qué importa si se me caen los dientes. Si muero de cáncer de hígado o de huesos.

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Y al morir Que me desmiembre la crítica. Que me arrasen mis compatriotas. Pues podrán decir que no fui poeta pero estaré pudriéndome de poesías.


El día que mi alma se hizo poesía Alejandro Espinosa, Atotonilco de Tula, Hidalgo No cupe, dejé de caber en la realidad me había crecido la cabeza y la mano derecha de tanto dolor descendí, caí, fui arrebatado de los brazos de la imaginación. Llevado a otro lugar Metido a un cofrecillo Que sólo se abre por dentro No me crecieron alas, sino tres días después de mi resurrección. Abracadabra Creo algo de la nada cuando hablo.

El día que mi alma se hizo poesía No cupe, dejé de caber en la realidad me había crecido la cabeza y la mano derecha de tanto dolor descendí, caí, fui arrebatado de los brazos de la imaginación. Llevado a otro lugar Metido a un cofrecillo Que sólo se abre por dentro No me crecieron alas, sino tres días después de mi resurrección. Abracadabra Creo algo de la nada cuando hablo.

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Alejandro Espinosa, Atotonilco de Tula, Hidalgo

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Chata

Juan Soñador Rivera, Chile Chata no más estoy consumiendo trago, que me miren las tetas, que me agarren el culo, que me insinúen orgasmos. Chata no más estoy que me besen con licores, que insulten mi piel trajinada, que me griten, que me tironeen, que manoseen mi falda. Chata no más estoy y yo como huevona puta les sonrío, les agrado, les converso, les beso, les cobro y me largo. Chata no más estoy y como a las cuatro y media me toca regresar a casa, casi ebria, a ver a mi cabro. Chata no más estoy y yo misma me metí en esta mierda y mañana, regreso a la pega.

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Pienso

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Yo pienso en ella y ella ni siquiera piensa en mí. Yo hablo de ella y ella no habla de mí. Yo sueño con ella ¿y ustedes creen que tiene un sueño de mí? Yo la amo a ella no me priven del sueño de amarla en esta servilleta. Yo escribo estos versos del momento Y ella ni siquiera sabrá que en este bar se los escribí.


El marginal

Marcos Bauzá, Las Talitas, Argentina Te veo bailar breakdance y tiemblo. Lucís la belleza de tu cuerpo torneado por las horas de danza. En tus stories, disfrutás la cadencia de una cumbia, influido por el alcohol y la noche, en una casa humilde del conurbano.

Ahí, te veo en los ojos de un niño que balbucea tu nombre con ternura. Sos actor de un relato exquisito y marginal. Sos único, como el fernet Branca con Coca Cola y la cantidad exacta de hielo derritiéndose en una botella cortada, sostenida firme por tu mano. Se derriten al calor de tu presencia, el verano y el delirio. Esta es la felicidad de las pequeñas cosas, pensás. ¿No es cierto? Disfrutaría muchísimo escuchar en tu voz algún poema de Borges. Fiel a tus instintos, recibís el emoji de una rosa. Sonreís agradecido. Te sigo y me seguís. El tango necesita dos para bailar. ¿No es cierto?

La belleza de tu rostro muestra la herida primordial de aquellos hombres que no temen al afecto y pueden percibir el aroma encendido de un cigarrillo, cuyo humo recuerda al sudor de los cuerpos entregados al instinto animal / primigenio / excelso de aquellos primeros acordes erizando la piel antes que cante Leo Mattioli.

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Exhibís orgulloso los tatuajes y marcas sobre tu cuerpo como gloriosas señales de una vida intensa que se mece al ritmo de tus piernas, mientras te movés vigoroso en la pista de baile enseñando la majestuosidad de tus dones. Has muerto una y mil veces, desafiando adversidades y has renacido, como un fénix.

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Instrucciones para lavar cubrebocas en víspera de Año Nuevo

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Nitz Lerasmo, Ciudad de México

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Te abstienes de meter los cubrebocas a la lavadora para iniciar el ciclo de lavado. Tú prefieres el camino de la desesperanza y por eso optas por lavarlos a mano. Porque lavar a mano te da un tiempo, una pausa, para pensar en el oscuro porvenir que se alza sobre ti como un castillo en ruinas. Has aprendido a acariciar tus infortunios al igual que los niños acarician con ternura a un cachorro. Por eso te abandonas a tus pensamientos, a ese recorrer perezoso de tu mente que sólo presta atención a las catástrofes que te rodean. Entonces, para sortear la angustia, comienzas a divagar y reparas en los distintos modelos de cubrebocas que han de abundar en las calles. Máscaras que esconden el rostro de la gente y reparten ―quizás democráticamente― el anonimato de los bandidos: cubrebocas KN95, cubrebocas como máscaras de luchador, con sonrisa de calavera, cubrebocas bordados, con lentejuelas, con decorados navideños, cubrebocas que brillan en la oscuridad dentro de un antro clandestino en el centro de la Ciudad de México. A pesar de los diferentes y coloridos estampados, has preferido que los tuyos, tus bozales, sean blancos y simples. Pones jabón en los cubrebocas y tallas con tus manos hasta producir espuma. Quisieras imaginar que es espuma de mar, de un mar verde que no has visto en mucho tiempo, pero en realidad aquella espuma, densa y viscosa, te recuerda a la saliva que brota de los labios de un epiléptico durante un ataque. Como si también quisieras limpiar la desazón de tus pensamientos, enjuagas meticulosamente los cubrebocas bajo un fino chorro de agua recordando el desastre ecológico del que eres parte, recordando que el agua ya comenzó a cotizarse en la bolsa de valores. Teniendo presente que no toda la población mundial tiene el acceso privilegiado al agua que corre por el grifo como una diminuta cascada. Mientras reflexionas en ello, involuntariamente te rascas la barbilla y sientes los granitos que te han salido por usar tanto tiempo el cubrebocas. Un mal menor ―dices en voz alta para convencerte― porque al menos tienes dónde dormir y tienes comida y tienes agua mientras que en otras partes del mundo hay gente que no posee nada de nada, ni siquiera la certeza de que al morir alguien depositará piadosamente un puñado de tierra sobre su cadáver.


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Rememoras cuando, hace unos meses, cumpliste un cuarto de siglo en medio de un año pandémico. Tuviste el impulso de soplar las velas del pastel pero entonces recordaste que no debías hacerlo, que eso equivaldría a esparcir tu saliva por el pastel y con ello exponer a un posible contagio a los tres invitados que rodeaban tu mesa. Así que te abstuviste de soplar, volviste a ponerte el cubrebocas y sonreíste para la foto, sonreíste tonta e inútilmente porque nadie pudo ver tu sonrisa. Imaginas que cuando termine el confinamiento, la gente querrá recuperar las calles. Habrá transcurrido mucho tiempo desde la última vez que las personas salieron al exterior. Tímidamente la gente se atreverá a salir de sus hogares. Pero a la intemperie, el polen les hará estornudar, el sol y el césped les provocarán urticaria en la piel, y los molestos mosquitos los perseguirán a donde vayan. Desilusionados, volverán a encerrarse en sus casas. Estarán tan acostumbrados a mirar el mundo a través de pantallas que el exterior no les parecerá ingrato si sólo lo consumen por el filtro de los pixeles. Con la punta de los dedos tomas el cubrebocas desde los resortes y jalas de ellos, extiendes el cubrebocas como si fuera las alas de un murciélago, el estigmatizado murciélago que otrora remitía a Drácula y ahora simboliza la casi mítica transmisión de un virus. Cuelgas tus cubrebocas en el tendedero durante un día soleado. Con un par de pinzas descoloridas los sujetas a la cuerda para que el viento no se los lleve. Mientras cuelgas los cubrebocas piensas que el sol sale para todos pero no en 2020. No en este año que se ha deslizado como una serpiente que huye después de morder a su víctima. Año de desalojo por no pagar la renta. Año en el que se agregaron más portarretratos a la ofrenda del día de muertos. Es verdad que finaliza el fatal año. Sin embargo, de nada te sirve la súplica, la fe que no tienes, la esperanza. El nuevo año se avecina pero el parecido que tiene con su predecesor te mortifica. Una vez más, tu planeta completó su órbita alrededor del sol pero eso no garantiza que las cosas mejoren, que tus pesadillas se vuelvan irrisorias, que la desgracia no te persiga. Te falta el optimismo y la ingenuidad de quienes creen que con un año nuevo hay una nueva oportunidad para cumplir los sueños. Tú, en cambio, te sientes al borde de la derrota, de la claudicación. Bajo un cielo cobalto, el viento balancea los cubrebocas e imaginas que cada uno de ellos conforma la bandera blanca de tu rendición. Alzas las manos como un criminal que se presume inerme y te ofreces indefenso a la adversidad. Los cubrebocas no te salvarán de nada. Tú, con tu miseria, tampoco salvarás a nadie. Pero tienes los brazos alzados y comienzas a balancearte como si bailaras bajo el influjo de una música interior. Porque quizá es lo único que te queda, bailar en la hoguera de tu inmolación, con las llamas acariciándote los tobillos. Como si fueras un pagano que festejara la llegada de un nuevo ciclo sabiendo que todo es cíclico, que las catástrofes se repetirán otra vez, que el dolor es inagotable y su imagen se replicará en un espejo infinito. Al menos ―te dices como consuelo― posees la certeza de que tendrás el rostro sereno si el cielo se cae a pedazos frente a ti. Exhausto, terminas de bailar. El sol se ha puesto y enrojece las nubes del poniente. La luz del crepúsculo ilumina los cubrebocas que ya se han secado. Hoy, no lo has olvidado, es Nochevieja.

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"Incluso en el peor momento de soledad y desfalco económico, o la cruda más fatal, la música nunca nos abandonará, ya que ofrece el

Paréntesis necesario”. Eusebio Ruvalcaba

1. Concepto

AELEVE

Rock Alternativo, Mazatlán

Musicalmente nos consideramos versátiles por la influencia que cada integrante tiene y toca. Nos ha funcionado pensar que lo que tocamos es ‘’rock alternativo’’ para no limitar nuestros resultados e intenciones en un género a la hora de empezar a crear algo nuevo. Nuestra música va adquiriendo una esencia del resultado de lo que cada uno aporta y lo que en conjunto vamos sugiriendo durante el proceso musical, para que personalmente sea algo que disfrutemos escuchar al tocar y que pueda ser algo digerible en sus melodías para que se reproduzcan esos sonidos en los oídos del público. 2. Antecedentes Con poco más de 3 años desde que nos formamos como banda, hemos participado en algunos eventos musicales locales junto a otras agrupaciones, bajo el concepto de ‘’música inédita’’. Durante este periodo entramos a un estudio profesional para grabar 5 temas inéditos de los cuales 2 de esas grabaciones ya se encuentran en plataformas digitales. Actualmente, seguimos vigentes a pesar de nuestra poca actividad en plataformas virtuales, y nuestras jornadas intermitentes de ensayo y composición.

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3.

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Letras

La intención que tenemos con las letras de la banda suele ser espontánea. No nos centramos en un tema o concepto especifico, pero sí tenemos una metodología para componer una canción nueva, ya sea que a la música sobre la que empezamos a trabajar le agreguemos una letra o viceversa, cuando hay algún escrito buscamos alguna melodía que pueda sonorizar esas palabras, con el fin de comunicar a través de la música cómo nos sentimos y poder transmitirlo con una frase, un texto, un coro o quizás toda la letra de la canción, es decir, la música es un medio de comunicación para que quien la escuche se pueda identificar o dejarse llevar por las sensaciones que le podemos causar. 4. Futuro Estamos trabajando en nuevas canciones para poder entrar a un estudio a grabarlas y presentar un trabajo más extenso que el actual que se puede escuchar en nuestras plataformas. Por otro lado, y esperando que la situación cambie a favor de que pronto se puedan realizar eventos públicos, no descartamos salir de nuestra ciudad para mostrar nuestra música a nuevos oídos y que puedan escuchar nuestras canciones.


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Carolina Vega, Mazatlán, 2000

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El Futuro

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Me enojaré amor mío, sin que sea por ti, Julio Cortázar y compraré bombones (A 37 años de su muerte) pero no para ti, me pararé en la esquina Y sé muy bien que no estarás. a la que no vendrás, No estarás en la calle, en el murmullo que brota de noche y diré las palabras que se dicen y comeré las cosas que se comen de los postes de alumbrado, y soñaré las cosas que se sueñan ni en el gesto de elegir el menú, y sé muy bien que no estarás, ni en la sonrisa que alivia ni aquí adentro, la cárcel los completos de los subtes, donde aún te retengo, ni en los libros prestados ni allí fuera, este río de calles ni en el hasta mañana. y de puentes. No estarás para nada, No estarás en mis sueños, no serás ni recuerdo, en el destino original y cuando piense en ti de mis palabras, pensaré un pensamiento ni en una cifra telefónica estarás o en el color de un par de guantes que oscuramente trata de acordarse de ti. o una blusa.

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Gustos Fijos

Luis Eduardo Alcántara, Ciudad de México, 1970

Adoro visitar las plazas públicas, me encanta sentirlas y caminar entre sus pasillos colmados de bellas jardineras, bancas románticas y fuentes. Son los mejores espacios urbanos de cualquier ciudad en el mundo. Mientras más coloridas, con gente paseando despreocupada, vendedores de globos y chiquillos alborotados, mucho mejor. Debí ser un historiador en otra vida, o a lo mejor algún actor trotamundos. Me gusta recorrerlas e imaginar que allí mismo ocurrieron cosas distintas de las que están divisando mis ojos. Imagino, por ejemplo, que el bolero enfrascado en cepillarme los zapatos, fue en algún tiempo un feroz bandolero y que allí donde relumbra el asta bandera, se ubicaba el patíbulo en donde lo ejecutaron. Imagino que en el balcón de aquél edificio de gobierno, estaba la recámara de Antonieta Rivas Mercado, y que en la planta baja existían pasadizos ocultos por donde escapaba todas las mañanas José Vasconcelos, después de haber vivido tórridas noches de pasión. Y qué me dicen de aquellos músicos que ahora tocan alegremente en el quisco. Pienso que en los años 40 bien pudieron protagonizar alguna orquesta de música festiva, destinada a amenizar elegantes convivios para la gente importante de aquella época. Como ya dije, las plazas públicas son mi debilidad. Imagino que esta dama, a la que estoy empezando a apretar del cuello, es mi esposa y acabo de sorprenderla saliendo con su amante del hotelucho de mala muerte ubicado en la calle de atrás, por eso al descubrir el engaño de ambos, yo la intercepto y luego aprieto y aprieto... Un sonoro grito rompe de tajo las acciones.

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—Oiga amigo, deje en paz a su enfermera... ya estuvo bueno, dije... suéltela... suéltelaaa...

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Comunión

Héctor Hernández, San Luis Potosí, 1972

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—El sábado iremos a la Lagunilla a comprar tu traje. Recuerdo el día exacto que mi madre me lo dijo. Seis de Julio de 1978. Tres días después, mi mamá y mi tía Carmela –estudiante de enfermería en aquel tiempo–, me llevaron al famoso mercado de la Lagunilla. A mis siete años, la Ciudad de México resultaba caótica, aunque a la fecha sigue igual. La construcción de ejes viales la hacía difícil transitar en transporte. Afortunadamente sólo debíamos tomar una ballena –como se les llamaba a los antiguos camiones de pasaje– y en menos de veinte minutos estaríamos en el mercado. Por fin llegamos y recorrimos los pasillos viendo los aparadores. De entre todos los trajes, me gustó uno color café y camisa amarilla con corbata rosa. De todos modos, vestirme de traje frente a mis amigos sería hacer el ridículo una sola vez en la vida, pensé. De regreso a la cuadra, yo y un grupo de amigos jugábamos en la calle vfútbol. Casi era medio día y mi mamá me llamó para ir a comer. De último momento, no sé cómo salió el tema de la dichosa celebración y mis amigos empezaron a hacer comentarios al respecto. —Cuando el Padre te dé la ostia, no la vayas a morder o le puedes picar un hueso a Dios y te puede salir sangre de la boca. A un amigo de la escuela eso le pasó –dijo Antonio. Esas palabas se me quedaron grabadas, ¿sería posible que eso sucediera? Era posible. Aunque mi ingenuidad era grande, preferí no hacer mucho caso a ese comentario. Oscar, otro amigo que también jugaba con nosotros, completó: yo supe que “Mon”, el hijo de mi vecina, hizo lo mismo. Masticó la ostia y Dios lo castigó sin poder caminar. Así que recuerda, cuando el Padre te dé la ostia, no la mastiques, sólo trágatela. A la ostia nadie debe maltratarla. No sabía qué pensar, entre creer o no. Me fui a mi casa con cierto temor. Al día siguiente mi hermano mayor se lavaba la boca y al enjuagarse, vi que la pasta era de color rojiza. Quizás Antonio y Oscar tenían razón y era verdad todo lo que me aseguraron. Estuve temeroso y en todo momento recordaba los pasos que tenía que hacer al recibir la ostia. Abrir la boca, cerrar la boca y tragar. Una y otra vez pensaba lo mismo, al momento en que recibiría la ostia. Abrir la boca, cerrar la boca. Tragar. Repasaba mentalmente una y otra vez. El miedo que mis amigos me infundieron, aunado al dibujo pintado en una de las paredes de la iglesia de un ser diabólico abriendo las fauces, rodeado de fuego y comiéndose a varias personas, me causaron terror. Si en verdad existía eso que llamaban infierno, era algo que yo no quería comprobar.


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Llegó el sábado. El día el celebrar mi primera comunión. Me creí preparado, pues había repasado una y otra vez los pasos para tragarme la famosa ostia sin masticarla. El momento había llegado, eran las doce del día. Si la misa duraba una hora, a la una ya estaría fuera de la iglesia sano y salvo. La misa comenzaba. Yo tomé un periodiquito a la entrada para saber el momento exacto. El Padre comenzó a cantar, les daba la bienvenida a todos. Mi corazón se agitaba poco a poco. Debes conservar la calma, me decía a mí mismo. Todo saldrá bien. Pensé mientras el Padre iniciaba la misa. Padre, Hijo y Espíritu santo. Jesús es el mejor amigo de los niños. Pidamos perdón por todas nuestras faltas. Yo confieso ante Dios… Primera lectura. Yo repasaba: abrir la boca, cerrar y tragar la ostia sin masticar. Señor, ten piedad, rezaba el Padre. Gloria. Oración colecta. El momento se acercaba. Liturgia de la palabra. Segunda lectura. Todo parecía transcurrir en cámara lenta. Era la hora más larga de mi vida. Salmo responsorial. Evangelio. Homilía. Ya estaba todo preparado. Profesión de fe. Oración universal. Liturgia eucarística. Preparación de los dones. Ya casi. Rito de la comunión… Mi corazón se agitaba. Un leve dolor en mi cabeza aumentaba. Repasé por última vez: abrir la boca, no mirar al Padre, no mirar a mis padres, no voltear a los lados. De nuevo de pie. Tenía miedo. Mis tripas me gruñían de hambre. Eran nervios. Hambre. Miedo. ¿O todo lo anterior? Por fin, el momento esperado había llegado. Quise recordar los pasos, pero éstos nunca llegaron a mi cabeza. El sudor corriendo por mi frente era más que evidente. Un temblor incontrolable surgió en mis piernas hasta llegar a mis manos, a tal grado que la cera derretida cayó en mi mano derecha. No me inmuté. Seguía mirando al frente. —Ven hijito, acércate –me ordenó el regordete hombre de sotana verde. Las piernas se me doblaron. ¿Era tan grande la ostia? Me pregunté al verla de tamaño de un plato pequeño en sus manos. ¡Quedé petrificado cuando vi lo impensable! El Padre levantó la ostia con ambas manos y… ¡La furia de Dios debió ser inevitable, al sentir su cuerpo partido en dos partes! Todos iríamos al infierno sin remedio alguno. Se oscureció. No supe más de mí. Cuando desperté, estaba acostado en una banca. Quise saber qué había pasado, pero preferí escuchar a la tía Carmela que le daba indicaciones de enfermera a mi madre. —No pasó de un desmayo, por falta de almuerzo. Empieza un tratamiento con estas vitaminas, si notas algo raro, llévalo al doctor. A partir de ese día, evité a toda costa regresar a cualquier iglesia.

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La mujer del zapatero Pata Martínez, Colombia

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El pueblo de Usme, con sus apenas diez calles, duerme profundamente mientras a lo lejos suena el débil y ronco canto de un gallo. El primer bus se detiene quince minutos en la estación de policía. La joven esposa del zapatero está despierta a esa hora. Sentada en pijama junto a la ventana mira a la calle, mientras a lo lejos se escucha el aullido de los perros. En la cama su esposo ronca plácidamente. Idiota, lerdo, rasca su nariz y hasta sonríe, chasquea sus labios y sueña, tal vez, que la gente corre a encargarle los trabajos. ¡Ni el olor a pegante, ni los golpes con martillo podrán despertarlo! La zapatería está al lado del comando de policía. De repente en medio del silencio suenan unos pasos de carramplones. —Es un policía que aborda el bus y va a su receso –piensa la mujer. Poco después, ve su figura vestida de uniforme verde oliva. Es grande y maciza y con andar haragán pasa despacio frente a la casa: al acercarse a la zapatería el policía mira hacia la ventana y se encuentran sus ojos. Se oye el toc toc en la puerta. El marido cuya frente es de viejo ermitaño, carga un desierto en su prominente calva, y sigue roncando. Ella lo mira con rabia y desprecio. Se pone rápidamente la levantadora, se calza unos botines punta de acero rotos que dejan ver sus dedos, y corre hacia la zapatería. A través del agujero de la puerta de madera, ve al policía. Ahora ya no se siente tan sola: el corazón le late con fuerza, su ropa interior se humedece; remojón repentino. Abre la puerta. —¿En qué le puedo servir? –pregunta la zapatera, ajustándose el cordón de la levantadora. —Deseo guarnecer un poco estas botas para que ajusten bien. Es la primera vez que veo a una mujer atendiendo en una zapatería. —¡Mi marido no tiene ayudantes! ¡Siempre lo hago yo! —¿Y se desenvuelve bien en este oficio? La zapatera con una sonrisa coqueta le recibe las botas. Transcurren un par de minutos en silencio, los dos se miran fijamente, dan unos pasos hacia la puerta y se vuelven a mirar. La mujer se sienta en una butaca vieja de madera, manchada de pegante amarillento y duro.

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—¿Hay un baño? –pregunta el policía. Ella, levantando el dedo índice, le indica el lugar, pero él se hace el bobo. Entonces ella, impaciente, se pone de pie y con un movimiento brusco entra con él a ese lugar estrecho, oscuro y con olor a vinagre para desaparecer juntos tras la puerta de madera. —Abrázame, tócame, bésame, ámame, ahora todo es bello…–dice ella, se escuchan susurros, lamentos agitados, suspiros… —¡Chis! —dice el policía–, no haga ruido que va a despertar a su marido –mientras silenciosamente salían del baño, ruborizados y sudorosos. —¿Y qué me importa que se despierte? Si tienes ganas de hacer algo, hazlo ahora. —A su salud —bebiendo un sorbo de una pequeña botella de aguardiente que saca de su uniforme verde camuflado. —Ámame y vive feliz. —Así me gusta –exclama el policía con picardía–, ahora sí está alegre, tómese un aguardiente para que se caliente más —le insinúa a la mujer ya satisfecha. —Usted debería venir más seguido por aquí, porque yo me aburro mucho solita. —Le creo, una chica tan bonita, atenta ¡y en un lugar como éste! –estrecha la mano derecha de la mujer y con su mano izquierda le roza el pecho con delicadeza. El cliente, tras breve charla, besuquea la mejilla de la chica e indeciso, como si se le quedara algo, sale del lugar. Ella corre a la habitación, se sienta nuevamente junto a la ventana, trata de abrirla, pero está bloqueada por el óxido y ve cómo el policía para en la esquina y se devuelve. Suena otro toc toc. Oye de pronto la voz de su marido que le dice: —¿Qué? ¿Quién está ahí? Están golpeando ¿Es qué no escuchas? Se levanta de la cama, se pone la bata y tambalea de sueño arrastrando las chanclas que cubren unos pies blancos y huesudos. Se dirige a la zapatería. —¿Qué es? ¿Qué quiere usted? –pregunta al policía —Véndame un tinte negro. Bostezando, rascándose la cabeza y zafándose las chanclas contra el mostrador, el zapatero se empina frente al estante, coge el tinte y lo entrega. Unos minutos después ella ve salir al policía del lugar, arrojando en el césped, en la tierra, en el polvo, en la sombra del parque, el tinte. Mira con rabia a su marido, es repudio. Furia homicida. —¡Maldito sea! –se desviste rápidamente para volver a dormir. De repente, sus ojos se llenan de agua y el betún que recubre sus luceros se derrite. —Ese policía ha dejado en el mostrador olvidados cincuenta mil pesos –dice entre sueños el hombre, cubriéndose el rostro y el cuerpo con una cobija de retazos–. Haga el favor de guardarlos en la mesa de noche, por si vuelve –se queda dormido.

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Un día a la vez

Yoselin Villa, Mazatlán, 1995

Te voy a contar una historia, Tú, tus cicatrices y yo. Justo como estamos, Un día a la vez. Cuestionabas tu inefable existencia, Prometiste no volver. Tu presencia me vuelve vulnerable, Tu reflejo en mi rostro opaca mi esencia. Un día a la vez, te alejaste. Soñé con no encontrarte Por un segundo olvide que eres un suplicio para mis huesos, Y una grieta para mi piel, permaneces. Quizá solo quieres empezar de nuevo, solo buscas encajar; Pero no es real. Idealizas volver a confiar, No aprendiste.

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Un día a la vez Prometimos ser alguien mejor; Aunque tu temor a dejar de respirar sea efímero, Y pretendas huir de tu infausto mundo.

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Lo intentas, porque eres demasiado bueno. No rasgues mis palabras, vaporiza tu miedo y, deja la culpa. ¡Qué más quisiera yo, un día a la vez, renacer! Somos lo que inventamos Crees que te llevará hacia lo desconocido, y no puedes esconderte. Comenzaremos de nuevo, un día a la vez. Te acostumbraste tanto a ser una sombra, que olvidaste tu resplandor. Siendo empático, mereces más.


El color de tus ojos Ricardo Arasil, Uruguay

Fue ese color de tus ojos de verdoso terciopelo, pleno de frutales brisas, el que despertó mis versos. Y fue al calor de tus ojos, con alas de águila en vuelo, donde entretejí las rimas de mis poemas primeros. Fue ese color de tus ojos el que despertó mis versos. Y en tus sonoras miradas, por ese norte viajero, que siguieran mis estrofas, reubico notas y verbos. Camino largo y arisco con aroma a limonero, la piedra se vuelve arena, al trillo tornas sendero y en tus sonoras miradas, reubico notas y verbos.

Doce cuarenta y dos Soy como una palmera y es que viciada me tiene el aire resonando el eco de toda materia todo eso se convirtió en arte. Que ligero aleteo en este momento suena, ventajas de estar en lo alto. Murmuro inesperado se ha hecho notar misterio le dio a la vida, es que no todo es volar

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Caro Cervantes, Mazatlán, 1992

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Suspiros

Alejandro Briones, Monterrey, 1994 DESCOMPENSADO Te amaba mucho más quizás porque yo me amaba menos. Tanto amor acumulado, no sabía a dónde dirigirlo. Entonces llegaste tú, un lindo contenedor que lo aceptaba. Lo nuestro era dar sin recibir, nunca me atreví a pedirte. No quisiste regresarme nada. No sabía, el amor tenía que florecer primero en mi. Para después regalarlo. No sabía que debía regarlo todas las mañanas al mirarme al espejo. Que pendejo, cómo iba a amarte si ni siquiera me amaba ? PARANOIA No te quise escuchar. Mi inseguridad me convirtió en el peor detective del mundo. La evidencia era un delirio, mi paranoia un miedo no trabajado. Asumí que me podrías traicionar, al juzgarte confesé que yo si podría hacerlo. No eres igual a mi, eres mejor. No tienes culpa alguna de mis malas referencias. Inventé una historia de terror en donde yo era la víctima. Y resulté ser el monstruo. DESVENTAJA Muchos te vieron, pero cuántos te miraron a los ojos ? Algunos te lanzaron cumplidos, pero cuántos estuvieron para ti ? No les diste lo que querían y se alejaron no eran tan incondicionales. Todos llevaron máscaras de amantes ninguno te mostró su rostro de amigo. Tu mayor cualidad fue sin duda alguna tu más grande desventaja. FALLO

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No deberíamos, pero que importa, tenemos huecos por llenar hay un lugar dentro de nosotros en dónde nos sentimos solos. La justificación es : “nos estamos complementando” Aunque eso signifique fallarles, aunque eso signifique fallarnos.

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MELANCOLÍA Hoy soy un suspiro lleno de nostalgia. Anoche la melancolía se infiltró entre mis sábanas sabe mi debilidad, sabe dónde acariciarme. Termine haciéndole el amor volví a caer. Al despertar gritaba tu nombre deseaba tu presencia. Y si, paso de nuevo no lo sabías ?


TERRITORIO DESCONOCIDO Llegaste. Derribaste las fronteras que protegían a mi soledad. Fui un niño asustado caminando por primera vez. Era tan simple, tu me lo demostraste me enseñaste a dar el paso ese que me llevó a un territorio desconocido. Descubrí que siempre debí vivir aquí. A éste lugar yo le puse tu nombre pero todos le llamaban amor. SEGUNDA OPORTUNIDAD Aún viene el pajarillo a cantar, encuentra aquí una comodidad que yo no comprendo. Llena de armonía el terreno baldío rebosante de malas hierbas y animales venenosos. Nada de pastizales verdes, aquí solo hay basura que dejaron las personas que pasaron por aquí. Hubo un tiempo en el que este lugar fue un hermoso jardín, los niños y los enamorados venían a presumir su felicidad. Ahora es el lugar de robos espontáneos y uno que otro asesinato. Esta pequeña sección de la ciudad muestra que se ha perdido la pureza, que las cosas bellas no sobreviven a la exigencia de la actualidad. Por eso el pajarillo es tan importante, representa a quienes aún no se dan por vencidos. Desde que viene a cantar comenzó a crecer una flor me doy cuenta que todavía no es tarde si ella volvió a creer yo también puedo volver a intentarlo. COMPENSACIÓN Le llaman compensación. Para darte algo, algo deben de quitarte, no puedes tenerlo todo. Se perdería el equilibrio, si ese dios existe, es un tirano. Escuché que un escritor ganó un concurso nacional, ese mismo día perdió a su madre. Si así son las cosas, yo no quiero ningún premio.

El amor no tiene estereotipos. Que importa como sea, mientras te haga feliz. El corazón se enamora de quién lo haga latir a máxima velocidad. La apariencia es solo una envoltura. Una caja de cartón sucia puede llevar oro en su interior. Una caja de colores con brillantina y listones puede llevar por dentro basura. No te confundas. Tu alma no se equivoca. OVEJA NEGRA Corté lazos familiares que me envenenaron, los parentescos de sangre no te aseguran cariño. Fui un niño que no encontraba su lugar, me llamaron la oveja negra por aspirar a cosas diferentes. Insulté a todas mis generaciones pasadas no debía ser algo que nadie con mi apellido logró. Hice mi propio camino. Otros lo siguieron, no fue coincidencia.

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ENVOLTURAS

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Errática e impúdica Sahilí Cristiá Lara, Cuba, 1989

Entre mis piernas el asedio tu lengua busca la profundidad del campo cuando inicias el movimiento Lejos de esa luz no soy bella parezco mujer de edad firmo autógrafos coqueteo con el público Atribuyo a un monólogo (mi vida) esa escena donde recibo aplausos comentarios indecentes Los recepciono y descarto

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Entre mis piernas sumerjo un arma saco un As de la cartera y me acorralo no sé fingir de otra forma no sé dejar de hacerme conveniente no quisiera pensarme común odiaría serlo Tu lengua es un artificio maravilloso

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que logra hacerme olvidar el encanto de imaginarme errática e impúdica


A darle que es mole de olla Jimena Piz, Ciudad de México

Hemos estado en tantos lugares de México en los que hemos probado un plato de mole con arroz. Los mexicanos gozosos lo consumen desde hace unos pocos siglos. Algunos lugares son más característicos en la elaboración de este platillo. Sabemos que en Oaxaca no puede faltar un buen mole, la misma situación que en Puebla. El mole es un misterio que no puede ser preparado por las manos de un simple mortal. Las cocineras le ponen al sabor, un toque ancestral que provoca sentirse en el cielo, una combinación que cuando se come provoca una fiesta de emociones. Pasa que nunca pensamos de dónde viene tal combinación, solamente nos ponen el plato en la mesa y alegres comemos el manjar. Su origen nos remonta a la época prehispánica. El origen, según los historiadores, se sabe gracias a las anotaciones que hizo Fray Bernardino de Sahagún en la Nueva España. En ellas se mencionaba que se ofrendaba un platillo a Moctezuma que era elaborado con una salsa de chile llamada “chilmole” o “chilmulli” (“mulli” significaba salsa). Esa salsa se mezclaba con pepitas, chiles, tomates y achiote. Con la llegada de los europeos se comenzaron a agregar más ingredientes. Francisco de Burgoa estuvo en Oaxaca en el siglo XVII y en sus escritos relató que los “indios” ofrendaban a los difuntos un guisado llamado “totolmole” o mole de guajolote. Pero acercándonos al momento de plenitud en la Nueva España, hay dos leyendas que cuentan el origen del mole más parecido al que comemos en la actualidad. La primera nos relata que San Pascual Bailón, el santo de los cocineros, estaba preparando un platillo para recibir al arzobispo de Puebla y al virrey Palafox. Estaba tan nervioso que tropezó con una cazuela que tenía los guajolotes listos para hacer el platillo, y derramó sobre ella una cazuela que contenía chile, chocolate y otras especias. Rezó como nunca antes para obtener un milagro con aquella combinación, quedó sorprendido porque fue del completo agrado de los comensales. La segunda leyenda es más conocida por los mexicanos. Cuenta la leyenda que el mole se originó en el convento poblano de Santa Rosa de Lima por Sor Andrea de la Asunción en 1685. Sor Andrea tenía fama en las cocinas de Puebla por ser buena cocinera. Un día se levantó con inspiración y pensó en una mezcla extraordinaria entre anís, clavo, pimienta negra y canela. Agregó una variedad de chiles, ajo, tomatillos, ajonjolí, almendras y cacahuates molidos para terminar con el toque del chocolate amargo de Puebla. Las cocineras indígenas molieron todo en los metates y dijeron “mulli-molli” y Sor Andrea respondió “¿Mole?”, así comenzó el mole. Actualmente hay distintos tipos de mole, incluso un estudio menciona que en México hay más de cien tipos de mole, algunos muy parecidos a los que describía Fray Bernardino de Sahagún en el siglo XVI. Definitivamente, es un platillo complejo, saca la inspiración culinaria al mezclar y moler cada ingrediente. Incluso se dice que benditas manos las que hacen mole, claro, las que saben hacer mole. El mole es un proceso cultural que se ha enriquecido con el paso de los años gracias a los cocineros y a las mujeres que cocinan en Oaxaca, en Puebla y en todos los rincones de México lindo y querido donde se hace mole. Hay que ser muy listos para saber qué ingredientes y especias lleva, un poco más o un poco menos podría arruinar todo. Lila Downs le canta al mole y nos dice <<Se muele con

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En memoria al chef Yuri de Gortari

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cacahuate, se muele también el pan, se muele la almendra seca, se muele el chile y también la sal. Se muele ese chocolate, se muele la canela, se muele pimienta y clavo, se muele la molendera>>. Cada vez que escucho la cumbia del mole pienso en la herencia ancestral, pero también imagino la complejidad de esta obra de arte, el mole es arte. Hay una fiesta para cada mole y un mole para cada fiesta. Este manjar heredado desde los tiempos de Moctezuma va mucho más lejos de su alto valor gastronómico y su exquisito sabor. Alfonso Reyes en Memorias de cocina y bodega nos dice <<El mole de guajolote es la pieza de la resistencia en nuestra cocina, la piedra de toque al guisar y al comer, y negarse al mole casi puede considerarse como una traición a la patria>>. Me imagino a las cocineras con Sor Andrea haciendo el “mulli-molli” poniendo y moliendo cada ingrediente como si estuviesen escribiendo el más bello poema a la cocina, que culmina con llevarlo al fuego para dejar que su majestad, el mole, haga la magia. Hasta en estos tiempos del siglo XXI los mexicanos no tenemos que inventar un pretexto para hacer una celebración en la que comamos mole. Al ser un ícono cultural es bueno para cualquier fiesta como nacimientos, bautizos, cumpleaños, bodas y todo lo demás que celebramos en México (hasta el mole puede acompañarnos en la amargura de un fallecimiento). Este platillo es una travesía por la cultura y el tiempo. Cuando lo probamos el tiempo se detiene, a pesar de comer mole en las cuatro paredes de nuestro hogar. Diría Lila que nos transporta al mismo cielo de Monte Albán o a una imagen de las cocinas de talavera en Puebla. El mole es una combinación de las costumbres indígenas con la herencia colonial. Hasta la misma Sor Juana tenía su receta de mole con ajonjolí, chiles, gallina, plátano, camote y manzanas. Desgraciadamente ya hay presentaciones casi instantáneas del mole en los supermercados y otras tiendas. El Chef Yuri de Gortari dijo que es esencial mantenerlo como parte fundamental de la gastronomía mexicana. La cocinera oaxaqueña Abigail Mendoza, conocida por su restaurant y sus habilidades culinarias dice que la receta de cada familia es simbólica. El mole está presente en frases de uso cotidiano como “¡Le dieron en su mero mole!”. El mole me pone alegre y cuando lo como siento felicidad y orgullo en cada bocado. Su historia pertenece a lo más bello de la gastronomía de México ya que es un platillo completamente simbólico e icónico en todo el país. La vida, todos los días nos dice para motivarnos “a darle que es mole de olla”.

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Nuestra Casa, Mariela de la Peña, Durango, 1995

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Fiesta en el cielo, técnica mixta, gis pastel y pintura acrílica, Isis Alcántara

Alcantarilla es una revista mensual de difusión de arte, con enfoques literarios, impresa en Mazatlán, Sinaloa, México, de alcances globales vía internet, organizada, impresa y difundida de manera independiente por el colectivo literario La Ballena Literata.

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