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Un nuevo mundo de influencers virtuales
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01 Andrea Arnold + A place for the unwilling + Mindhunter + Bezimena + Haley Morris-Cafiero
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Marc Torices ha decidido captar, entre sombras y luces, la esencia de Berghain, el club techno por excelencia de Berlín que es injustamente menos conocido por inspirar a instituciones culturales de todo el mundo gracias a sus revolucionarias conexiones con el arte contemporáneo. En una ciudad aún más lúgubre y sórdida tiene lugar A Place for the Unwilling, el esperado juego español con ecos de Lovecraft y Majora’s Mask. Los protagonistas de Mindhunter también visitan rincones muy oscuros: la mente de los asesinos en serie más peligrosos. Hablamos sobre la segunda temporada del show de David Fincher. La autora de cómics Nina Bunjevac también trata de superar ciertos traumas y lo plasma en Bezimena, donde combina mitología griega con el género noir de una manera estremecedora. Tampoco puede decirse que Kurt Cobain fuera muy luminoso, pero en este número demostramos que Nirvana tenía más cosas en común con Guns ‘n Roses de las que podía parecer a simple vista en los 90. En la misma década está ambientada una de las mejores comedias del panorama actual: Derry Girls. Protagonizada por cinco adolescentes en la Irlanda del norte del IRA, sus preocupaciones son mucho más mundanas y el equilibrio entre el humor posible tras el posconflicto y los gags propios de una comedia es lo que ha hecho que triunfe a nivel global. Tras años prácticamente desaparecida, De Dublín a Nueva York reúne la prosa de la escritora y columinsta irlandesa Maeve Brennan. Este libro muestra sus dos caras: la frívola y certera columnista de The New Yorker que despellejaba a la sociedad neoyorkina y la relatora detallista del Dublín de su infancia. Kristen Roupenian también combina los géneros con maestría en su libro debut, Lo estás deseando, donde se dan la mano realismo psicológico, terror, humor y hasta el cuento de hadas. Más cruda resulta la historia de la segunda temporada de Big Little Lies y, sobre todo, la de su realizadora, la directora británica Andrea Arnold, a quien HBO contrató con una libertad creativa que finalmente no le concedió. Repasamos la filmografía de una de las voces más potentes del cine europeo contemporáneo. Tampoco lo pasó bien la fotógrafa estadounidense Haley Morris-Cafiero, que sufrió ciberacoso y decidió darle la vuelta a la tortilla parodiando a sus agresores con unas humillantes fotos donde los imita de una manera muy chanante. El resultado es The Bully Pulpit, una exposición que se podrá ver hasta finales de septiembre en la nueva edición de Getxophoto. Cactus #37 Septiembre/octubre 2019
Diseño Querida Duska,
Contacto info@revistacactus.com
Un proyecto de Sandro Gomato, Koldo Gutiérrez, Elizabeth Casillas
Imprime Another Press
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Han colaborado en este número José Blázquez, Roberta Vázquez, Janire Goikoetxea, Ana Llurba Alba Cid, Yahvé M. de la Cavada, Mikel Gil, Rebeca Gracia Lara, Marc Torices.
Depósito legal BI-669-2013
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@revistacactus Cactus no se hace necesariamente responsable de las opiniones de sus colaboradores, aunque les arropará con una mantita si algún día la necesitan. Ningún contenido de esta publicación puede ser reproducida por ningún medio sin el permiso previo del editor. © de textos e imágenes: sus autores
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JOSÉ BLÁZQUEZ
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La férrea fuerza de voluntad del turista todos comparten, la viven en silencio, entre iguales, dentro de la clase turista. ¡Qué entereza la de nuestro turista, que gracias a su férrea fuerza de voluntad puede disimular su displacer! ¡Y qué heroicidad la de todos ellos, los turistas, mantenerse dignamente en pie, a miles de kilómetros de sus casas, encubriéndose los unos a otros que no son capaces, ni siquiera unos días, de sacudirse de encima la tediosa vida que llevan a rastras durante el resto del año! Y más. Tan fabulosa es su férrea fuerza de voluntad que ni siquiera esta revelación hace que el turista se venga abajo. Armado con una cámara fotográfica que solamente saca del armario cada vez que sale de vacaciones, el turista mitiga su vacío como muy bien se tiene aprendido, registrando imágenes de todos los lugares por los que arrastra su miserable vida. De esta manera, cuando vuelva a la cárcel donde reside habitualmente, habrá acumulado una colección de miles de fotografías en cuya superficie podrán verse, o bien espléndidos paisajes que habrá retratado como lugares libres de turistas, inmaculados, paradisíacos, o bien “selfies” donde el turista se habrá demostrado a sí mismo hasta qué punto es un arte el hecho de haber logrado, repetición tras repetición, la misma sonrisa estándar en la que por fin ha conseguido parecerse a su fotografía, igual que la Jovencita (saludos, Tiqqun). Su fuerza de voluntad es tan férrea y formidable que incluso le alcanza para mitigar buena parte del aburrimiento que siente con el hecho de compartir desde el destino vacacional alguna de estas fotos en las redes sociales, paisajes y “selfies”, con un ingenio con el que logrará proyectar el triste y absurdo documental que está viviendo como una ficción entretenida y con sentido. Finalmente, también sin reconocerlo en público, cuando regrese, el turista sentirá el alivio de volver a su soporífera vida; una vuelta que, sin embargo, criticará entre sus compañeros y compañeras de trabajo, contraponiendo el argumento de lo bien que se lo ha pasado en las vacaciones y lo mucho que ha desconectado. Luego, su férrea fuerza de voluntad se irá diluyendo lánguidamente en el hastío de sus días hasta que, meses después, llegada la fecha, el turista, como tiene por costumbre, se ilusionará cuando proyecte el viaje de sus próximas vacaciones. Y vuelta a empezar.
AÑO TRAS AÑO, llegada la fecha, unos meses antes de las vacaciones, el turista se ilusiona cuando proyecta su viaje. Esa emoción que siente, de tan aprendida que se la tiene, le brota como un automatismo que vive sin apenas esfuerzo, para hacer frente a los preparativos. Con un ánimo de espíritu extraordinario, el turista cogerá impulso y en pocos días habrá elegido un destino, habrá decidido el alojamiento después de haber supervisado todas las páginas comparadoras de hoteles y habrá seleccionado los vuelos en avión de ida y vuelta. Nada puede detener el impulso formidable que coge el turista estos días, movido por un entusiasmo que puede leerse en la sonrisa de su boca. Sin duda, el turista, cuando proyecta su viaje, tiene la sensación de ser un espíritu elevado, destinado a pasar esos grandes momentos que ya ha previsto y diseñado y que solamente pueden disfrutar los elegidos. Sobrecoge, observada desde fuera, la férrea fuerza de voluntad con la que el turista se adelanta a los acontecimientos. Y es, precisamente, esta férrea fuerza de voluntad la que posibilita que el turista se sobreponga con éxito al primer obstáculo que le sobreviene en su viaje, cuando, en la víspera de las vacaciones, llega el temido momento de hacer las maletas. En ellas, el turista se enfrenta al problema metafísico del equipaje, según el cual el volumen disponible siempre es menor que las necesidades de llenado. No es de extrañar, entonces, que al turista, cuando se enfrenta a esta odiosa limitación, se le despierten algunos de sus demonios. Menos mal que el turista, curtido en mil batallas igual que esta, no llega a perder los papeles porque sabe que esta sensación de malestar es pasajera y sabe que al día siguiente se habrá repuesto totalmente. Así, cuando cargue con las maletas y salga de su casa, en dirección al destino elegido, transportará su equipaje a lo largo de los interminables pasillos del aeropuerto, de nuevo hinchado de ilusión. También sabe el turista, con la debida antelación, que a los pocos días de haber aterrizado en el paraíso elegido empezará a aburrirse. Sabe que su sonrisa inicial tarda muy poco en desdibujarse de su rostro para dar paso a cierto rictus de cansancio. Pero aunque lo sepa, tanto nuestro turista como los demás turistas que lo acompañan y lo rodean, ninguno de ellos reconocerá nunca en público su fatiga. Por verdadera que sea la extenuación que 04
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ALBA CID
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Las reliquias del mundo
1. ENCUENTRO UNA ANOTACIÓN hecha en 2016: “¿Qué cantidad de espacio debemos haber recorrido, dentro del bosque, para que pueda decirse que ya no estamos entrando en él, sino saliendo?” 2. Cada primera noche de verano en la aldea, año tras año, sucede lo mismo: en algún punto, tras la cena, decido salir un momento. Lo hago sin un propósito claro, simplemente dar media vuelta a la casa, adentrarme en una oscuridad total y aguzar los sentidos, notar cómo la caja de música del exterior —grillos, chasquidos, motores, un ulular o algún intercambio de ladridos entre pueblos vecinos— reverbera dentro. Sé que alzaré la vista y me sorprenderá, aún más que el moteado harinoso del firmamento, la tridimensionalidad que aquí se hace evidente. El fulgor desigual de lo visible, las alturas, el parpadeo. También sé que, tras unos minutos y ante el primer ruido cercano, me zozobrarán los oídos como a los diez años, aguantando la respiración bajo el agua cuando la profesora de natación no nos vigilaba. 3. Esa visión de la bóveda celeste me devolvió, esta vez, el recuerdo de una fotografía de Jean François Bouchard que descubrí hace poco. Se trata de una imagen imponente y equilibrada, nocturna; el horizonte a media altura, un firmamento punteado de estrellas en la parte superior, un suelo de tierra debajo, y en medio, una camioneta blanca iluminada desde el interior, sin los faros puestos. Pero el verdadero punctum de la fotografía es otro: los orificios de las balas en la carrocería nos imantan la mirada, agujeros de balas de distinto calibre que hacen del vehículo destartalado una continuación natural de la bóveda celeste. Y de pronto, ya no observamos un auto abandonado y destinado al tiro, ya no una diana sino un tamiz, la condición de posibilidad para constelaciones nuevas. 4. ¿Qué cantidad de ausencia debe soportar un objeto para que lo consideremos reliquia?, me pregunto, y a la vez ¿qué cantidad de encantamiento?
Con sigilo, noto ensancharse una especie de claro en la memoria, y por él pasan, seguidamente, otros vestigios: una caligrafía desconocida, las plumas azules de arrendajo que se quedan en el castañar, los cinco “dedos” que esconden las aletas pectorales de las ballenas. 5. Realizo una búsqueda rápida y confirmo que la etimología de “reliquia” es transparente. Que ha llegado hasta hoy desde una de las formas latinas para “restos, residuos”, derivada a su vez del verbo relinquere, “dejar”: aquello que queda atrás, aquello de lo que nos desprendemos. Curiosamente, el texto que presentaba la serie de fotografías de Bouchard hablaba de su atención documental a las “reliquias” de una actividad recreativa, entendida como deporte para algunos y como forma de vida, entreverada con ciertos ideales, para otros. Reliquias, en este caso, singularmente próximas a left overs, deshechos. 6. Una mano, una muela, un clavo, un pedacito de un paño empapado en su día… el lenguaje de las reliquias cristianas parece otro. También el aceite de las lámparas que se habían encendido delante de los mártires contaba. Divisible hasta la última partícula, reliquia era el mismo polvo de los lugares de enterramiento. 7. ¿Pero qué retienen las reliquias, qué encapsulan en silencio? ¿Y cómo calibrar qué puede llegar a serlo? En 2013, la artista Thåo Nguyên Phan expuso una extraña piedra en la escuela del Art Institute of Chicago, iluminada cenitalmente. Casi una raíz de jengibre en un expositor de cristal, una roca lunar, un deseo. Colocó una lupa a mano derecha, por si alguien decidía investigar sus ritmos de cerca. El objeto, que había volado de Vietnam a Chicago identificado como una “souvenir rock” en aduanas, era realmente el cálculo renal de un hombre al que había conocido. No una raíz ni una formación terrestre, sino un depósito de dolores pasados, una reliquia o un sedimento.
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YAHVÉ M. DE LA CAVADA
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Por qué ya no opino en redes sociales PARA EMPEZAR, PORQUE SOIS TODOS GILIPOLLAS. Leo las cosas que escribís y pienso: madre mía, qué gilipollas. Y sé que cuando yo he escrito respuestas, comentarios, opiniones, valoraciones, qué sé yo, he sido, en muchas ocasiones, otro puto gilipollas. No me cabe duda. Las redes hacen esto, lo creas o no. Incluso en el momento en que más lúcido y elocuente te sientes, ese momento en el que escribes esto o aquello de forma ingeniosa y ocurrente, sabiendo que vas a generar empatía, colegueo, complicidad virtual, aprobación, sí, joder, esa deliciosa y adictiva aprobación por parte de tantos de esos gilipollas que pueblan tus listas de amigos y followers, incluso en esas veces en las que te sientes tan bien por el feedback recibido, el zasca propinado o el simple hecho de verter eso que llamas opinión en las retinas de quienes leen lo que escribes, todas esas veces, es probable que estés siendo un completo gilipollas. Seguro que lo has pensado más de una vez de tus contactos: ¿cómo es posible que esa persona que conoces, siempre tan agradable cara a cara, incluso divertida, sea tan absolutamente gilipollas cuando escribe en redes? ¿Cómo puede ser que piense, defienda, apoye o haya escrito una tontería de semejante calibre? Porque en internet hay dos tipos de opinión: las que coinciden con lo que tú opinas (hablo de opinión aquí como si tú, que probablemente no has generado una opinión propia desde que decidiste tu sabor de helado favorito, reflexionases a menudo sobre las imbecilidades que pones en internet, repitiendo como un papagayo lo que sea que has leído u oído y te ha parecido suficientemente convincente como para adoptarlo como propio), y las que son una puta gilipollez. Todas esas que dan vergüenza ajena, que dan risa, que dan asco. Os aseguro que para mí son la mayoría. Y no me excluyo: gracias a esas monstruosas herramientas de las redes que muestran tus publicaciones de “tal día como hoy” hace dos, cinco, siete o diez años, hoy me leo a mí mismo y pienso: madre mía, qué puto gilipollas. Si no me equivoco, abrí mi primera cuenta en Facebook hace diez años. Diez años de mi vida compartiendo opiniones o pareceres con gente que, en realidad, y a pesar de las apariencias, no tenía interés en ello. Compartiendo mis miserables y tediosas vivencias para entretener, a su vez, las miserables y tediosas vidas de mis “amigos”. Diez años compartiendo “noticias”, curiosidades, actividades, como si alguno de nosotros fuese un emisor o receptor
relevante para alguien más que el puñado de satélites que vagan por nuestros espacios virtuales. Diez años también, en mi caso, compartiendo gustos, lecturas y, sobre todo, música, intentando hacer proselitismo más allá de los centenares de artículos que he publicado en medios y que tan pocos lectores encontraron entre mis seguidores, porque nunca provocaron su interés, sin que yo pudiese culparles por ello. En estos diez años he escrito miles de opiniones en redes, siempre intentando aportar lo que consideraba un meditado punto de vista. Nunca recibí nada de provecho, nada de lo que nadie me dijo al respecto, fuese desde la aprobación o desde la reprobación, me resultó genuinamente útil. Así que ya no opino en redes. Después de una décadas de idas y venidas en diferentes plataformas he decidido que, para mí, al menos, es una absoluta pérdida de tiempo. Incluso cuando sé a ciencia cierta que alguien está diciendo algo equivocado, y puedo demostrarlo y explicarlo, prefiero callarme. No gano nada, y a nadie le interesa. Y si les interesa, pueden informarse mediante fuentes más ilustradas y completas que yo; las mismas en las que yo me informé. Sigo escribiendo mi opinión musical —la única relevante, de serlo— en publicaciones en las que me pagan por ello porque entienden que mi criterio es valioso y formado. Pero ya no quiero jugar más. No me apetece nada. Y es una pena, porque las posibilidades de comunicación son enormes y las redes podrían ser muy enriquecedoras para mucha gente, pero hay demasiado ruido para oír nada, demasiado fango para encontrar nada de valor, demasiada basura para poder evitar un entorno insalubre. Insalubre es la palabra. Por divertido que sea, por mucho que te enganche y que te haga sentir parte de “la realidad”, toda esa exposición es, en esencia, insalubre. Te deforma. Te hace daño. Y es una enorme pérdida de tiempo, porque no hay sustancia detrás de todos esos posts, chascarrillos, noticias falsas o tendenciosas, exabruptos hinchados de convicción o comentarios ingeniosos. Todo eso está ocupando gran parte del espacio de tus reflexiones en tu vida, incluso aunque te consideres un espíritu crítico e informado que chapotea en el lodazal de las redes como si el caudaloso torrente de inmundicia no fuese contigo. Porque, estadísticamente, lo más probable es que no seas más que otro gilipollas que se informa en las redes y que, al mismo tiempo, las alimenta con su frivolidad.
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2019 XVIII GETXOKO KOMIKI AZOKA
URRIA 18,19,20 OCTUBRE
SALÓN DEL CÓMIC DE GETXO AREETAKO GELTOKIA PLAZA ESTACIÓN DE LAS ARENAS
JARDUERAK / ACTIVIDADES
SARRERA DOHAINIK
Ordutegia / Horario: 11:OO-14:3O / 17:OO-21:OO
Sinatze-txandak, hitzaldiak, erakusketa, fanzineak...
Edukiera bete arte.
Igandea / Domingo: 11:OO-14:3O / 17:OO-2O:OO
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Una sección hecha por los editores de la revista y un invitado distinto cada número, totalmente subjetiva y que no atiende a razones temporales ni de género. Recomendaciones a gogó. Solo buena mierda.
Por E L I Z A B E T H C A S I L L A S
Por K O L D O G U T I É R R E Z Un podcast BLACK SURGERY
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Un cómic NIÑO PRODIGIO Michael Kupperman (Blackie Books, 2019)
Un libro CAMBIAR DE IDEA
Liben Svaart (Consonni, 2019)
Un festival OZORA F E S T I VA L
Si algo bueno tiene el verano es que te permite acercarte a esos libros que, por un motivo inexplicable, se han ido quedando pendientes de leer. Ese fue, para mí, el caso de Niño prodigio, una novela gráfica de Michael Kupperman donde el dibujante estadounidense narra la vida de su padre: Joel Kupperman. Poco conocido en estas tierras, Joel Kupperman fue todo un símbolo de la nación estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial. ¿El motivo? Sus apariciones estelares en el programa Quiz Kids, donde resolvía problemas matemáticos en un tiempo récord. A medio camino entre el juguete roto y la inadaptación, Michael Kupperman decide recuperar la historia de su padre, ahora aquejado de demencia senil, y contar esa otra cara de los niños prodigio.
Aixa de la Cruz (Caballo de Troya, 2019)
El colectivo Consonni se ha sacado de la manga un puñado de originales podcasts en colaboración con Alhóndiga Bilbao sobre muy diversos temas: cómic, feminismo y cultura en general. Entre ellos se encuentra Black Surgery, dedicado a la experimentación e improvisación sonora. La música y artista sonora Liben Svaart presenta un programalaboratorio donde trata la idea de robar como un artista aplicado a la música. Samplers, loops, plunderphonics, pitchtracker y demás técnicas y herramientas con nombres disparatados se dan la mano para introducirnos en el fascinante mundo de la música experimental, con la participación de artistas como Saioa Olmo, Mursego, Anki Toner o Agnes Pe. La presentadora opta más por la práctica que por la teoría para dejar claro que una canción vale más que mil palabras.
(Hungría a finales de julio)
Además de reducir el número de libros que tienes pendientes, otra de las cosas que te permite el verano es leer de forma compulsiva sin importarte la hora o lo que tienes que hacer. De esta forma, disfruté del tirón todas y cada una de las páginas de Cambiar de idea, un libro a medio camino entre el ensayo y la ficción en el que la autora reflexiona sobre el feminismo, sobre ser mujer y acerca del desaprender para volver a aprender. Recuerdo que con su anterior libro, La línea del frente (Salto de página, 2017) también fue así, y es que Aixa de la Cruz tiene una forma de narrar que se hace adictiva y te deja, siempre, con ganas de leer más.
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El Ozora es un oasis en el mundo de los festivales, acostumbrados a los caros e incómodos eventos comerciales al uso que tenemos en la mayoría de países europeos. Un festival psytrance que recuerda al Burning Man, con un ambiente genial y seguro más cercano a Woodstock que al Tomorrowland. Música goa, circo, teatro, artesanía, cocina al aire libre, un lago, charlas sobre brujería, feminismo y drogas se dan la mano en un lugar mágico con cuatro escenarios donde este año pudimos ver al mismísimo Jeff Mills en un show junto al batería Tony Allen o un increíble homenaje a Pink Floyd con algunos miembros que pasaron por el grupo. Una semana con infinidad de conciertos y actividades a donde muchos asistentes llevan incluso a sus hijos pequeños y mascotas. Agua gratis.
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Por S A N D R O G O M A T O Un cómic LOS CUENTOS DE LA NIEBLA Laura Suárez (Dibbuks, 2019) A Laura Suárez su abuela le contaba historias. Algunas eran anécdotas de juventud, pero otras sucedían de noche, cuando los ruidos inundan el bosque, y no tenían ningún problema en integrar elementos paranormales. Esas historias eran las que más le impresionaban. Ahora, Laura Suárez nos transmite en forma de viñetas aquellos cuentos surgidos entre el frío, la humedad y la fuerza emocional de la Galicia rural de los años 30. Son historias de terror que no pueden considerarse de ficción porque quienes las vivieron lo hicieron de verdad, con la leyenda y el pensamiento mágico como únicos asideros a los que agarrarse para intentar explicarlas. Es un placer rebuscar en nuestro folclore, porque está plagado de relatos fascinantes que no deberían perderse. Que este cómic sirva como legado.
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Por L U D I P E (desarrollador de videojuegos) Un libro THE ONCE AND FUTURE KING
Una serie HOMECOMING
T.H. White (1958)
Eli Horowitz y Micah Bloomberg (Amazon Prime Video, 2018)
Todos conocemos las leyendas sobre el Rey Arturo, Merlín y Camelot. Hemos oído mil versiones de la historia y para nada es un tema novedoso, pero tras caballeros y espadas mágicas se esconde la magistral y revolucionaria obra de T.H. White. Escrito en 1958 tras los horrores de la segunda guerra mundial, White usa este libro para hablar del poder, el uso de la fuerza y los totalitarismos. En la novela Merlín transforma a Arturo en distintos animales para aprender más sobre sus sistemas políticos, sociales y económicos. Cuando crece, llega el momento de gobernar el reino y de intentar aplicar los ideales que ha cultivado en su adolescencia, sobra decir que las cosas no salen como él querría.
El creador de Mr. Robot, Sam Esmail, ha dirigido hasta ahora una serie que, pese a que ha confirmado su continuidad, no acabó recibiendo los reconocimientos para los que fue creada. Sin embargo, las escasas cinco horas que dura su primera temporada suponen un hipnótico y adictivo artefacto de entretenimiento en forma de thriller semidistópico un poco escondido entre el catálogo de Prime Video. Protagonizada por Julia Roberts en el papel de una especie de terapeuta de un centro para la readaptación a la vida cotidiana de soldados de guerra, Homecoming insinúa y desconcierta de forma elegante, de la mano de un estilo visual cargado de personalidad. Quizá no te cambie la vida, pero sus primeros episodios son dignos de celebrar. 13
Un videojuego THE SEA WILL CLAIM EVERYTHING Jonas Kyratzes (2016) Jonas Kyratzes es principalmente conocido por su trabajo en el Croteam, con ellos ha desarrollado proyectos como The Talos Principle o Serious Sam, títulos que han disfrutado de un gran éxito comercial. Menos conocido es The Sea Will Claim Everything, un juego humilde y con gráficos que parecen hechos a mano. En él exploramos la tierra de los sueños, un lugar plagado de personajes geniales que en un momento nos dibujan una sonrisa tonta y al siguiente nos plantean una reflexión profunda. El texto de Kyratzes crea un lugar cálido y por el que da gusto caminar, se atisban algunas similitudes con el Mundodisco de Pratchett, pero The Sea Will Claim Everything tiene una personalidad única.
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Lo estás deseando
Kristen Roupenian
Anagrama, 2019
Hurgar en una herida abierta TEXTO: ANA LLURBA
A través de un recorrido ecléctico que va desde un profundo realismo psicológico pasando por el absurdo y el humor, hasta la reescritura de leyendas urbanas, historias de terror y cuentos de hadas, en su elogiado libro debut Kristen Roupenian nos acompaña hasta el rincón más oscuro de nuestras normalizadas educaciones sentimentales.
UNA MADRE DIVORCIADA invoca una inesperada venganza durante el cumpleaños de su hija. Una princesa de cuento de hadas que se enamora de sí misma. Una mujer obtiene a través de un conjuro mágico un resultado que sacará a la luz su lado más oscuro. Una pareja es puesta a prueba por una extraña enfermedad. Una mujer con una parafilia ingobernable encuentra la forma de practicarla sin sufrir las consecuencias de sus actos. Estas son algunas de las atractivas tramas de estos doce cuentos que circundan, sobre todo, la educación sentimental contemporánea y la violencia sexual latente en nuestros deseos más comunes y normalizados.
Recurriendo a un colorido espectro de referentes narrativos que abarca desde el realismo psicológico y el análisis de diversas conductas sentimentales, hasta alcanzar tintes sobrenaturales, el terror, el humor, las leyendas urbanas y los cuentos de hadas, en su elogiado debut Kristen Roupenian (1982, Plymouth, Massachussets) nos lleva de paseo hasta el paraje más oscuro de nuestras mentes y nos abandona allí para que emprendamos el camino de vuelta solos y a ciegas. Así será como a través de la lectura de estas intensas historias la oscuridad se materializará en forma de fantasmas, que más que ilusiones febriles son parte de la agenda de los noticieros y la crónica negra. 14
Cactus Con tal fin, Roupenian nos sumerge una y otra vez en los claroscuros de la educación sentimental masculina, como en el relato Un buen tío, donde el protagonista hace un flashback de su pasado y sus relaciones, hurgando con honestidad brutal en las expectativas de sus amantes y ex novias: «Ted oye a otros hombres felicitarse por esta nueva inversión de poder, por el hecho de que ahora, con treinta y pico años, ligar les resulte mucho más fácil. Tal vez haya hombres que acepten felices y de todo corazón ese chollo, que puedan a mirar en los ojos de Anna, también los ve en los de Serena y Melissa y Danielle y Beth y Ayelet y Margaret y Flora y Jennifer y Jacquelyn y María y Tana y Liana y Angela: ese cansancio, esa voluntad de rendirse. Ve lo petulantes que se sienten al conformarse con el “buen tío”, lo que quiere decir: un tío para el que secretamente piensan que son demasiado buenas. Ve que piensan que están a salvo.» Sin embargo, gracias a un artilugio fantástico, toda su capacidad para la manipulación y el engaño se volverá en su contra al final del relato. En esta misma línea, en Un tipo con gatos, una joven tiene un encuentro casual con un hombre más grande que ella y debe lidiar con los sentimientos encontrados de vergüenza que esto le provoca. En la reacción de Robert, el protagonista masculino, Roupenian se anima a seguir hurgando en la emocionalidad masculina, en un relato que luego de ser publicado en The New Yorker se viralizó y despertó entusiasmo popular en la obra de la autora, aunque esté lejos de ser el mejor del libro.
depresión tiene una cita casual con una chica con una evidente pulsión de muerte. Y sobre todo cuando Roupenian da un volantazo a su oscuro realismo psicológico y le agrega elementos sobrenaturales y hasta humorísticos, que llevan ciertos tópicos hasta el absurdo. Como en Cicatrices, donde a través de un conjuro mágico una mujer hace realidad un deseo con consecuencias completamente imprevistas en una parábola de la tentación del control total y el poder: «Nunca nadie me había temido y cada vez que se estremecía al verme, sentía como si se me hubiera enganchado el corazón a un clavo». A esto se suman la reescritura de leyendas urbanas, como en El corredor nocturno, donde un profesor voluntario en Kenia sublima el acoso de sus alumnas rebeldes actuando de una manera inesperada. Así también ocurre en la parábola acerca de la posibilidad de que los deseos más oscuros se hagan realidad en Sardinas en lata o la reescritura del cuento de hadas en El espejo, el cubo y el fémur viejo donde se materializa una hilarante fábula feminista sobre las encrucijadas monstruosas de la búsqueda de la identidad y el amor más allá de las promesas de la felicidad de la heteronormatividad. Con un toque de realismo mágico, de normalización de lo sobrenatural para acariciar eso que el realismo psicológico no termina de expresar: lo insondable, lo excedente de las relaciones personales, sentimentales, de pareja en épocas no solo del #MeToo sino también de la ausencia de marcos ritualizados para interpretar nuestras conductas sentimentales, como señaló la socióloga Eva Illouz en ¿Por qué duele el amor? Un ensayo sociológico. Con mala baba, los personajes de Roupenian parecen auscultar, hurgar, de manera obscena a la vez que atractiva en una herida abierta, la de nuestras educaciones sentimentales truncadas entre el deseo feroz y una sobreactuada normalidad, invitándonos a transitar esas zonas oscuras con estas inquietantes historias como luces intermitentes, necesarios fogonazos de lucidez en épocas de pacatería y autocomplacencia. @
Juegos salvajes. Lo efímero de la fama y la curiosidad sexual de la adolescencia también están presentes en dos de los mejores relatos: Look at your game, girl, invocando desde su título la famosa canción de Charles Manson, presenta una preadolescente que mantiene un fugaz contacto con un vagabundo en una historia con reminiscencias a dos resonados casos de la agenda negra americana. Así como El chico de la piscina, donde tres amigas se reúnen después de dos décadas para la despedida de soltera de una de ellas y contratan a una ex estrella de cine que polinizaba su inminente sexualidad cuando eran adolescentes, se convierte en una fábula sobre lo efímero de la fama y la decadencia vital. Sin embargo, no todo es agenda negra e imperativos sociales, sino que también hay lugar para historias donde explícitamente se trata el sadismo y las fantasías de control y dominación. Como en Chico malo, el relato que inaugura el libro, donde una pareja invita a un amigo que está atravesando una desilusión sentimental a un oscuro juego de sumisión. O en Deseos suicidas, donde un joven al borde de la 15
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Estos doce cuentos circundan la educación sentimental contemporánea y la violencia sexual latente en nuestros deseos más comunes.
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De Dublín a Nueva York
Maeve Brennan
Malpaso, 2019
Destapando la mirada de Maeve Brennan
De Dublín a Nueva York reúne la prosa de Maeve Brennan en sus dos caras: la frívola y certera columnista de The New Yorker y la relatora detallista del Dublín de su infancia. Quizás una de las escritoras más talentosas del siglo XX, su obra ha estado oculta durante décadas. Sin embargo, ha llegado el momento de decir basta.
TEXTO: ELIZABETH CASILLAS
DESDE QUE EN 2018 la editorial Dos Bigotes recuperase el ensayo de Joanna Russ Cómo acabar con la escritura de las mujeres (1983), es difícil dejar de mentarlo cuando hablamos de literatura escrita por mujeres. El motivo es sencillo: como apuntaba Russ nos hemos pasado demasiado tiempo ignorando las obras, a sus autoras y toda su tradición, siendo esta la técnica más comúnmente empleada para acabar con la escritura de las mujeres, y la más difícil de combatir. En 2016, Solterona, de la escritora estadounidense Kate Bolick, llegó a nuestro país. Bolick había escrito un ensayo sobre la soltería, sobre el descenso del número de mujeres casadas y sobre la construcción de una vida propia. Para ello, Bolick se apoyó en la la vida de cinco mujeres escritoras cuyas obras la ayudaron a apasionarse y a no buscar en los demás sino en ella misma sin depender de los juicios ajenos. Eran: Edna St. Vincent Millay, Edith Wharton, Neith Boyce, Charlotte Perkins Gilman y quien más relevancia tiene en al creación de la identidad de Bolick: Maeve Brennan.
Cuando Solterona comenzó a popularizarse en nuestro país, la obra de Maeve Brennan era prácticamente inalcanzable. Descatalogada, ausente o sin traducción eran las respuestas más comunes. Creanme, lo busqué. Así que cuando el pasado mes de junio Malpaso, la editorial que también editó a Bolick, anunció la publicación de De Dublín a Nueva York, la prosa reunida de Brennan, pensé que sí, que cada vez quedaba menos para dejar de hablar del ensayo de Joanna Russ y que teníamos mucha suerte de que por fin alguien reivindicase la escritura de una de las mujeres con más talento para el relato y capacidad de análisis de la sociedad del siglo XX. Nacida en Dublín 16
Cactus en 1917, Brennan se mudó a Estados Unidos siendo adolescente y, aunque estuvo casada una vez, pasó la mayor parte de su vida viviendo sola y moviéndose sin descanso por Nueva York. Columnista para The New Yorker, donde escribía bajo el pseudónimo de The Long-Winded Lady –algo así como señora Prolija–, su obra se divide entre ácidas crónicas de la sociedad burguesa y los relatos de sus infancia en Dublín. «Cada uno había intentado engañar al otro y Rose había ganado. Durante los últimos diez minutos, había adivinado que él se estaba demorando arriba a propósito. No lo había llamado ni había subido, como habría hecho cualquier otra mujer. Para Rose, eso habría sido "molestarlo". Hacer las cosas directamente significaba “molestarlo”». —Una chica puede malograr su suerte (1962)—
La conciencia ética y la frivolidad a la que hace alusión Núñez se observan, sobre todo, en sus crónicas de Nueva York, la segunda parte de este compendio. Apuntaba Brennan que, las cuarenta y siete piezas aquí reunidas –y publicadas en The New Yorker entre 1953 y 1968 bajo el pseudónimo de la señora Prolija– eran una serie de instantáneas. «Es como si ese personaje de la señora Prolija mostrara fotografías tomadas durante un largo y lento itinerario, no a través, sino por el interior de la más temeraria, ambiciosa, confusa, cómica, triste, fría y humana de todas las ciudades. A veces creo que dentro de Nueva York hay un Caballo de Madera luchando desesperadamente por salir, pero la mayoría de los días pienso en Nueva York como una ciudad volteada, medio inclinada, con sus habitantes colgados, la mayoría de ellos aún capaces de reírse mientras se aferran a la peligrosa isla para no caer», escribía Brennan en una nota. A pesar de llevar más de veinticinco años viviendo en la ciudad, Brennan nunca llegó a considerarse neoyorquina y, al igual que ella definía a la señora Prolija, se le podía considerar una “viajera residente”. Es probable que ese hecho de “no pertenencia” fuese precisamente lo que le permitió que tuviera esa mirada: «le interesa lo que ve, pero no es curiosa, ni siquiera inquisitiva», señalaba la escritora irlandesa. Sin embargo, los textos estaban dotados de un enfoque tan irónico y divertido como reflexivo. «Creo que la señora Prolija es real cuando escribe, aquí, de alguna de las vistas que contempló en la ciudad que ama», sentenciaba. La señora Prolija no dejaba de ser un pseudónimo, un alter ego, y Brennan murió allí, perdida entre las calles de Nueva York. @
De Dublín a Nueva York recopila, en su primera parte, veintiún cuentos dublineses publicados entre 1952 y 1973. Es en esta parte donde Brennan fagocita su infancia y su familia y lo devuelve en forma de relatos costumbristas que, a la vez, infunden recelo y tristeza. La descripción de un país en conflicto, la profunda religiosidad, la pobreza que habitaba alrededor, pero, sobre todo, las relaciones intrafamiliares son lo que predominan a lo largo de todos y cada uno de los relatos. Isabel Núñez, la traductora de la obra, apuntaba que Brennan era «una escritora seria, rigurosa y perfeccionista» y, sin embargo, le llamó la atención «cómo mezclaba su conciencia ética con su toque frívolo». «Me impresionó el personaje: tan guapa, tan lista y, también, tan triste». Esa tristeza, dicen, la arrastraba desde 1972, año en el que Maeve Brennan publicó el relato que cambió su vida y que cierra la primera parte de este libro: Las fuentes del afecto, una crónica de tres generaciones de dos familias de Irlanda protagonizado por una señora de ochenta y siete años que nunca se ha casado y a la cual se muestra como una mujer rencorosa y fracasada. «El relato en sí es una ficción, pero el paisaje y los personajes, las casas y habitaciones, están tomados directamente de la vida real, lo que significa que los familiares de Maeve sufrieron la brutal conmoción de verse a sí mismos a través de los ojos implacables de otra persona», explicaba Bolick en su ensayo Solterona. Después de la publicación del relato, la tía de Brennan escribió en la parte posterior de una fotografía de Maeve: «Un cambio brutal a peor, 1972». Desde entonces, dicen, nunca se volvió a ver a la brillante articulista sin dolor y sus últimos días los pasó alcoholizada y con serios problemas mentales que la llevaron a dormir en los lavabos de The New Yorker e, incluso, a la indigencia.
La obra de Brennan se divide entre ácidas crónicas de la sociedad burguesa y los relatos de sus infancia en Dublín.
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«Ese humor de siesta es muy notable en Nueva York y en pleno downtown, muy raro. Era una ocasión misteriosa y alegre, como si a todos los ciudadanos les hubieran repartido su dosis estacional de tiempo y hubieran descubierto que tenían mucho, de sobra, mucho más tiempo del que nunca hubieran imaginado». –La comida favorita del Balzac (1963)—
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Berghain y la forma del placer TEXTO: JANIRE GOIKOETXEA ILUSTRACIÓN: MARC TORICES
Junto a la Puerta de Brandeburgo y el Reichstag, Berghain se ha convertido en uno de los símbolos más importantes del nuevo Berlín. Una catedral industrial del techno cuya fama ha ido creciendo durante años con la mitología filtrada por los hedonistas que cada semana consiguen cruzar sus muros de hormigón. Desde su elaborado sistema de sonido e imponente arquitectura hasta su política de puertas anti-elitista y atmósfera erótica, Berghain es injustamente menos conocido por inspirar a instituciones culturales de todo el mundo gracias a sus revolucionarias conexiones con el arte contemporáneo.
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De Ostgut a Berg-Hain
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a semilla de Berghain fue plantada a comienzos de los 90 bajo unas condiciones culturales que formaron las señas de identidad de su marca. La reunificación y la caída del Muro, la influencia del techno de Detroit y unas inusuales condiciones de permisividad institucional fueron algunas de las circunstancias que permitieron que los locales underground proliferaran en la década de 1990 y principios de los 2000 en la ciudad. El creciente interés por el techno entre los jóvenes, sumado a la persecución social a la homosexualidad, hizo que Berghain naciera como una urgente necesidad en la capital. Los promotores Michael Teufele y Norbert Thormann celebraban sus fiestas Snax en diferentes localizaciones de Berlín, concebidas como una mezcla de rave de techno hardcore y fiesta sexual extrema para la comunidad gay. En 1998, los seguidores de Snax se mudaron a su primera localización permanente, una factoría que antiguamente había servido para la reparación de trenes en el distrito de Friedrichshain. El local, bautizado como OSTGUT, comenzó a enfocarse en fiestas que ofrecían el techno de mejor calidad de la ciudad, abiertas ahora a público de cualquier orientación sexual. Este lugar clandestino y alejado de la realidad priorizó la programación de Djs locales sobre los grandes nombres y se convirtió rápidamente en el epicentro de la nueva música underground europea. En 2003, OSTGUT tuvo que abandonar la fábrica para dejar paso a la construcción del gran MercedesBenz Arena. Así, Teufele y Thormann emprendieron la búsqueda de un nuevo local que no encontró su enclave mítico hasta pasados dos años. La espera y la constancia dieron sus frutos y no lejos del antiguo OSTGUT, dieron con una estructura de hormigón brutalista de los 50 que se erigía entre Kreuzberg
y Friedrichshain. Esta planta de energía eléctrica abandonada del gigante sueco Vattenfall fue la elegida para albergar el club y su ubicación para darle nombre.
Espacio, Cubo y Masa
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ientras Ostgut fue creado por la necesidad, el éxito de Berghain convirtió el club en un negocio. Teufele y Thormann no solo querían liberar a Berghain de los caprichos de un propietario externo, sino también formalizar la conexión del club con el arte de la que incluso el gobierno tenía constancia. El crecimiento del turismo en la capital durante los últimos años estuvo muy relacionado la escena del clubbing, con millones de euros derivados de estas actividades nocturnas. Los dirigentes de la ciudad ofrecieron a Berghain importantes cantidades de dinero para que la oferta cultural del club se ampliase con financiación estatal. Esto impulsó la creación de espacios dedicados exclusivamente a la promoción de las artes visuales, y finalmente, la compra del edificio. En la primavera de 2011 nació Kubus, un espacio de forma cúbica dedicada a actuaciones en vivo y exposiciones de arte. El espacio surgió para dar cabida a nuevas posibilidades que compartirían localización con el imparable club de techno y colocó en el mapa cultural a esta ruina industrial. Aquí tuvo lugar la exposición ALLE: Worker’s Pearls. Más de la mitad de los trabajadores de Berghain eran además creadores. Para la ocasión, se invitaron a cuarenta de estos profesionales para que compartieran los secretos mejor guardados de Berghain a través de su mirada artística. Se presentaron obras de pintura, escultura, fotografía, y performances, realizadas por
La persecución social a la homosexualidad hizo que Berghain naciera como una urgente necesidad en la capital.
trabajadores que iban desde camareros, asistentes de guardarropa, técnicos, limpiadores, bailarines, hasta el vendedor de helados. Uno de sus más famosos participantes fue Sven Marquardt, el temido guarda de la puerta encargado de dictar el futuro de cada uno de los asistentes de Berghain. Hasta entonces prácticamente desconocido como artista a pesar de su prolífica faceta como fotógrafo, Sven ha llegado a convertirse en la cara más conocida del club y retratista oficial de sus noches. Con su décimo aniversario en 2014, Berghain celebró la exposición titulada 10, consagrando una vez más la identidad de Berghain y su compromiso con el arte. Muchas obras de sus creadores fetiche como Viron Erol Vert, Sarah Schoenfeld y Marc Brandenburg creadas para esta exposición se han convertido en piezas permanentes que interpretan
Esta planta de energía eléctrica abandonada del gigante sueco Vattenfall fue la elegida para albergar el club y su ubicación para darle nombre. IMG: SIMON TARTAROTTI
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Cactus la música, los clubs y el libertinaje en relación con la potente arquitectura del lugar. Quien ingresa en él se encuentra con un gran mural de Piotr Nathan ocupando toda la pared. Las esculturas de Joseph Marr se instalan debajo del mostrador de una barra de vidrio y las fotografías a gran escala del prestigioso Wolfgang Tillmans cuelgan en el Panorama Bar. El artista y músico Carsten Nicolai organiza noches regulares en el club con su sello experimental de música electrónica Raster Norton, creando impresionantes uniones de arte visual y sonoro específicas y reinventando el clasicismo socialista del edificio. El club ha presentado también espectáculos como óperas, conciertos clásicos y música experimental contemporánea en su Salón Electroacústico. Pero ningún otro proyecto compite con la ambición y el esfuerzo invertidos en Masse (2013), una coproducción entre Berghain y Berlin Staatsballett, la principal compañía de ballet de la ciudad, que involucró a 30 bailarines y tres coreógrafos. El techno prestó la sugerencia de sus movimientos reducidos y pérdida del control corporal a la disciplina de la danza clásica. Un magnífico set fue diseñado por Norbert Bisky y cinco DJs y productores regulares de Berghain compusieron la música para una de las pocas ocasiones en las que el Halle am Berghain ha sido abierto al público.
La Corte Alemana dictaminó que las fiestas de hedonismo techno que cada semana se celebran en Berghain serían consideradas por el país como «alta cultura».
Alta cultura
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l cierre del club Fabric en Londres en el año 2016 despertó la inteligencia alemana y Berlín decidió impulsar de manera inteligente su importante economía nocturna. En contraste con Reino Unido, donde los locales están sofocados por los promotores inmobiliarios y las autoridades, la Corte Alemana dictaminó que las fiestas de hedonismo techno que cada semana se celebran en Berghain serían consideradas por el país como «alta cultura», lo que significaría que a efectos fiscales, dejarían de pagar el impuesto de entretenimiento del 19% para pagar el de cultura, con un 7% que compartirían por ejemplo con los lugares de música clásica, a la cuál también se le podía aplicar el argumento de que sus veladas se rigen por el entretenimiento. Con un escenario y unas performances que arrancan un aplauso, Berghain ya estaba consagrado como un templo del arte y la cultura rave pasó a formar parte de la historia del arte berlinés. Con el propósito de promocionar nuevos sonidos en el club y su dedicación a llevar más allá los límites de la innovación en el arte, se presentó en el 2017 Saüle, lugar que acogería los sonidos más experimentales que antes habían encontrado difícil abrirse un hueco en la programación del club. Berghain es el faro que guía a los demás clubs de la
ciudad, y a los del resto del mundo. Ahora su deber es el de integrar tanto a los turistas del techno de todo el mundo como a su comunidad más veterana. Manteniendo su esencia oscura, Berghain conserva su influencia mundial consiguiendo adaptarse a las diferentes escenas de la electrónica, tan cambiantes como los gustos de los visitantes. La sala puede presumir de haber acogido a los nombres de la electrónica más vanguardista, pero Berghain sigue siendo el hogar de lo extremo, y lo más mainstream aún se guarda en el sótano.
Lecciones de sensualidad
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a arquitectura de Berghain se define por ser un espacio seleccionado antes que creado, por su estética y por su funcionalidad. Este espacio se reconvierte con la afluencia de la gente y condiciona la sexualidad haciéndolo laberíntico y oscuro. El espacio facilita la experiencia de comunidad y lo convierte en algo sagrado donde la multitud se transforma en individuo y el igualitarismo propio de Berlín se logra cada noche. La ausencia de espejos en todo el club y la falta de superficies reflectantes libera
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de la autoconciencia y la opacidad de sus paredes crea una atemporalidad del espacio. Las instituciones culturales son conscientes de que estas experiencias audiovisuales masivas tienen mucho que ofrecer a su campo. El clubbing, al igual que debería hacer el arte, ofrece una respuesta contemporánea a una necesidad del ser humano. Desde movimientos como el Accionismo vienés, así como rituales antiguos como las bacanales y los misterios dionisíacos en los que el arte era una pieza central, los espacios artísticos actúan como un lugar desde el que expresar pensamientos desafiantes y liberarse. La música, el baile y los sentidos se desarrollan en una comunidad estática con ideas, gustos y deseos afines. Aunque las condiciones de lo que consideramos un espacio de arte tradicional estén en oposición con las de un club, los propósitos se mantienen, e incluso se ejecutan con igual o mayor éxito en la noche. Las condiciones de calma y sobriedad de una galería reflejan la necesidad de un espacio cuya atmósfera sea propicia para la reflexión y el pensamiento profundo. Los clubes destruyen esa paz a base de música y sustancias y contraponen la contemplación silenciosa y estática con el ruido ensordecedor y
Su espacio se reconvierte con la afluencia de la gente y condiciona la sexualidad haciéndolo laberíntico y oscuro. el movimiento constante. No hay mejor manera de librarse de la cuarta pared que no construyéndola, ni poniendo límites temporales a la experiencia. Incluso sin los cierres constantes y las licencias cada vez más restrictivas a las que se somete a los clubes, el hecho de ser expulsado con el primer rayo de sol, necesariamente impone un límite en la noche, un límite que está ausente en Berlín. Las nuevas experiencias colectivas surgirán al repensar todas las condiciones por las que los sistemas exhibición contemporánea han dejado de ser útiles. Es en la pureza de la intención donde el arte y el clubbing parecen tener sus equivalentes. Cuando el objetivo compartido es la expresión, el club se convierte incluso con más fuerza que la galería en una plataforma definitiva para la experiencia sensorial del arte. Berghain se ha ganado el respeto y la curiosidad del mundo entero por tener el techno, la lujuria y el arte como parte principal de su escena, y su dirección artística seguirá ayudando a legitimar la galería como lugar de celebración y el club como catalizador de la experiencia artística durante generaciones de clubbers. @
Nueva ubicación Leku berria
C/ Pintor Ignacio Zuloaga, Zorrotzaurre (Bilbao)
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ANDREA ARNOLD y la resiliencia de los marginados TEXTO: REBECA GRACIA LARA
HBO y el equipo de Big Little Lies tuvieron en su mano la oportunidad de acercar el talento de la cineasta Andrea Arnold a un público global y la desaprovecharon tras utilizarla como reclamo publicitario en la época del Time’s Up. Repasamos la filmografía de una de las voces más potentes del cine europeo contemporáneo.
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l regreso de Big Little Lies este año podría haber sido la carta de presentación de Andrea Arnold para el público mainstream. O eso parecía cuando se anunció que la cineasta británica dirigiría la segunda tanda de episodios del éxito de HBO tras la marcha del anterior director, Jean-Marc Vallée, por coincidencia de fechas con otro proyecto. A partir de entonces, todos los implicados se dedicaron a elogiar la visión de Arnold y su forma de contar historias, y nos vendieron su fichaje como una magnífica elección porque, además, estaban muy concienciados con respecto a la precaria situación de las mujeres de la industria. Sin embargo, durante
la emisión surgió la polémica en la prensa: el equipo liderado por el showrunner David E. Kelley habría contratado a Arnold bajo la promesa de una libertad creativa que nunca le concedieron y también le habrían ocultado que Vallée retomaría el control al finalizar el rodaje, así que los nuevos episodios eran el resultado de los esfuerzos del canadiense por eliminar en montaje toda seña de identidad de la directora al percatarse de que tenía voz propia y esta no encajaba con la suya. Ganadora de un Oscar y favorita del Festival de cine de Cannes, Andrea Arnold es una de las autoras más personales y potentes del cine europeo 24
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contemporáneo, pero la limitada distribución de sus largometrajes no ha facilitado que le conozca una audiencia mayoritaria. Por eso, la plataforma que HBO le ofrecía con Big Little Lies, a priori, era perfecta; un público más amplio podría descubrirla y acercarse a Red Road, Fish Tank, Cumbres borrascosas o American Honey. No obstante, al tratarla como a una sustituta temporal cuyas aportaciones no debían destacar nos impidieron disfrutar de todo su potencial y la utilizaron a modo de reclamo publicitario en un contexto en el que ya incluso se comercializa con la desigualdad que sufren las mujeres del sector.
historias sabía que no podría dedicarse a ello a nivel profesional en el Reino Unido porque los gatekeepers de la industria no permitirían entrar a alguien que venía de donde ella venía. Así, decidió marcharse a Los Ángeles a estudiar dirección en el American Film Institute y empezar a realizar sus primeros cortos. Milk (1998), Dog (2001) y el oscarizado Wasp (2004) estaban ya completamente impregnados del estilo visual y de los intereses narrativos que han regido toda su filmografía, marcada por una perspectiva de corte social íntima, visceral y contemplativa, y, sobre todo, por la plena libertad y control creativos. Deseando conservar la integridad de sus obras, Arnold se ha movido en el terreno del bajo presupuesto desde sus inicios aun a riesgo de verse obligada a pelear por un hueco en las salas comerciales —de poco le sirve haber ganado el Premio del Jurado en Cannes con tres de sus cuatro largometrajes—,
Sobreviviendo un día más. Andrea Arnold se ha labrado su propio camino en contra de lo socialmente establecido para ella. Nacida en Dartford en una familia monoparental, de clase obrera y adolescente, no tardó en abandonar los estudios a finales de los años 70 para meterse a trabajar en programas de televisión, primero de bailarina y luego como actriz y presentadora, intentando escapar de una vida escasa en oportunidades. Sin embargo, lo suyo no era estar delante de las cámaras y aunque le gustaba escribir 25
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Sus protagonistas femeninas se relacionan con su entorno a la defensiva, viscerales y profundamente hostiles y destructivas.
Cactus actores no profesionales a los que va descubriendo el guion durante el mismo rodaje, para lograr reacciones fuera de su control tratando de atrapar entre ambos ese instante único con la cámara. Así nos muestra su visión del mundo a través de unos personajes que luchan constantemente por seguir adelante y sobrevivir en lugares desfavorecidos, relegados a habitar en los márgenes de la sociedad, abandonados. Red Road (2006) está protagonizada por Jackie, una mujer que ya no es capaz de formar parte de la vida al otro lado de las pantallas que vigila en su trabajo, obsesionada con un edificio de apartamentos para exconvictos; Mia, en Fish Tank (2009), necesita huir de la realidad sofocante y carente de oportunidades que habita con su madre y su hermana en un complejo de viviendas sociales; también el Heathcliff de Emily Brontë observa, en Cumbres borrascosas (2011), un mundo al que nunca podrá pertenecer y que le condena a la exclusión por su procedencia y su color de piel; incluso Star, en American Honey (2016), se marcha sin pensárselo dos veces con un grupo de estadounidenses sin recursos como ella para intentar subsistir a duras penas en la carretera y ver un nuevo amanecer cada día disfrutando de lo único que tienen: su juventud. Todos estos personajes, en su mayoría femeninos, se relacionan con su entorno a la defensiva, viscerales y profundamente hostiles y destructivos, pues son conscientes de que su existencia no le importa a nadie y la sociedad les ha dado la espalda. Sin embargo, en vez de juzgar sus acciones más que cuestionables, Arnold pretende que los exploremos, que entendamos lo que sucede en su interior. Así, estamos ante personas a las que nadie les ha preguntado jamás qué es lo que quieren o si todavía tienen sueños a los que agarrarse, y la cineasta desea que palpemos ese afán de resistencia gracias al cual se aferran a la vida con todas sus fuerzas y se recuperan de los varapalos que sufren una y otra vez, en busca de un resquicio de esperanza en las situaciones más complicadas.
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Prefiere contar en su mayoría con actores no profesionales a los que va descubriendo el guion durante el mismo rodaje.
La esperanza de los abandonados. Los problemas y las emociones complejas de los outsiders de la sociedad son el sustento de los relatos de Andrea Arnold, si bien la británica no quiere realizar un tipo de cine social que se recree en el desánimo y en la oscuridad. Ella misma conoce la brutalidad de lugares como los que habitan sus personajes, pero también puede ver la vida y las comunidades que allí se generan. Por esa razón, su obra está narrada a través del punto de vista de sus protagonistas. Solo contemplamos lo que alcanza su mirada y los acompañamos a cada paso que dan como si fuéramos una prolongación de sus cuerpos; nos movemos con Jackie, con Mia, con Heathcliff y con Star. Además, el uso permanente de cámara al hombro, siempre muy cerca de ellos, nos sumerge en la acción y mantiene un estilo documental, llevándonos a pasar el tiempo que duran Red Road, Fish Tank, Cumbres borrascosas y
y suele llegar a una audiencia muy limitada pero siempre dirige las películas que ella quiere. Además, su participación en las series Transparent y Mis experiencias sexuales con Dick, lideradas por Jill Soloway, era muy colaborativa y tendía hacia una estética más cercana a la suya propia. Por eso no tuvo demasiado sentido que le encargaran la segunda temporada de Big Little Lies buscando una simple copia del estilo de Vallée; es sabido que no trabaja así. Su filmografía surge de forma natural como un viaje para ella: algo le llama la atención y se lanza a explorarlo de la manera más auténtica posible. Esa es la razón por la que prefiere contar en su mayoría con 26
Nos hace sentir la esperanza y el fuego que hay dentro de sus protagonistas, lo salvaje, la rabia. American Honey encerrados en el encuadre y metidos en el microcosmos de sus personajes. Poco a poco surge una sensación de intimidad gracias a la que se nos urge a empatizar con su situación, conectándonos con ellos por medio de momentos emocionales y profundamente humanos de una enorme intensidad en los que las imágenes de Andrea Arnold y Robbie Ryan, su director de fotografía habitual, resultan increíblemente hermosas y poéticas. De esta forma, la cineasta combina a la perfección el aire de autenticidad al plantear la realidad y la exploración visceral y personal de aquellos a quienes nadie presta atención. Nos hace sentir la esperanza y el fuego que hay dentro de sus protagonistas, lo salvaje, la rabia; quiere que veamos lo que la sociedad pretende quitarles, aquello a lo que ellos se agarran intentando seguir con vida. Es ahí donde adquiere especial importancia la labor de Arnold y Ryan representando la potencia que poseen el tacto y la vista para sus personajes, pues constantemente recurren a ellos tratando de hallar y de entender la belleza de las cosas para no dejarla escapar. Asimismo, la música es otro elemento central en sus películas, ya que contribuye a exponer el anhelo de estos outsiders: sus sentimientos embotellados pueden salir a la luz en una escena de baile o cantando a voz en grito una canción, acercándoles, aunque sea momentáneamente y por primera vez, a quienes les rodean o facilitándoles una vía de escape. Porque Jackie, Mia, Heathcliff y Star están aislados, incapaces de encontrar un lugar al que pertenecer, y esto se traduce en su total lejanía con respecto a una vida que normalmente deben observar a lo lejos y a través de pantallas, puertas y ventanas. La necesidad de alcanzar y tocar algo o, sobre todo, a alguien que arroje un poco de luz y les haga apreciar que todavía hay una rendija por la que respirar hace que aquí el exterior y la naturaleza sean un símbolo de libertad frente a la opresión de esos complejos de viviendas sociales y de esos moteles de carretera que habitan como pueden y que, a ojos de la sociedad, definen a estos personajes según su falta de recursos y oportunidades. Así, bajo un cielo que nadie logrará expoliarles, Andrea Arnold los retrata de forma incansable y apasionada luchando una y otra vez por salir adelante y conectar con otra persona en la que poder confiar, impidiendo que se ahoguen por completo en remordimientos o en frustraciones, porque, aunque la realidad ponga a prueba su supervivencia, ellos siempre van a conseguir arrancarle un día más a la vida. @
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A place for the unwilling
La ciudad MORIBUNDA TEXTO: KOLDO GUTIÉRREZ
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Tras cuatro años de desarrollo, al fin ve la luz el esperado y ambicioso juego del estudio madrileño ALPixel Games. Viajamos a una ciudad victoriana para investigar el suicidio de un amigo, un lugar lleno de secretos donde el tiempo y el horror cósmico van en nuestra contra.
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Mi querida amiga, Sé que no lo entenderás después de tantos años, pero no tenía alternativa. Solamente puedo confiar en ti. Vendrás a la ciudad, sé que lo harás. Nunca me has fallado, y sé que no me fallarás ahora, mi querida amiga. Vendrás a la ciudad y entenderás por qué lo hice. Todo lo que poseo es tuyo: mi negocio, mi reputación, mis contactos… Solamente te pido una cosa: cuida de mi gente, cuida de mi madre y de Juliet. Pero ten cuidado, esta ciudad no es lo que parece… Esconde secretos, terribles secretos… Mi tiempo se acaba, mi queridísima amiga… Sé que no entenderás por qué lo hice pero créeme, era mi única salida. Henry 29
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odo comienza cuando recibes esta misteriosa carta de tu amigo Henry Allen y descubres que se ha suicidado sin explicación aparente. Entonces decides viajar a su ciudad para animar a su viuda, hacerte cargo de su pequeña empresa e investigar lo ocurrido, aunque el orden de prioridades depende de cada jugador. Así empieza A Place for the Unwilling. Si 2018 fue el año del boom del videojuego español, gracias a títulos como The Red Strings Club, Do Not Feed the Monkeys, Moonlighter y Gris, este puede ser el de su consolidación, con obras como Yuppie Psycho, el esperadísimo Blasphemous y el que aquí nos ocupa. Tras una exitosa campaña en Kickstarter a comienzos de 2016 y cuatro largos años de desarrollo, al fin ha visto la luz el ambicioso trabajo del estudio madrileño ALPixel Games. El proyecto nació, como tantos otros, debido a un pequeño juego creado en una game jam de 2015 titulado The night Henry Allen died. El germen de la idea ya estaba ahí, así que sirvió de prototipo para lo que vendría (mucho tiempo) después. Así lo recuerda su director, Luis Díaz Peralta, conocido en la industria como ‘Ludipe’: «La gente se sorprende de que de algo tan minúsculo haya podido surgir algo tan grande, pero nuestra idea era centrarnos en la narrativa y la exploración para intentar descubrir una trama sin recurrir a puzles y otros elementos que una historia no siempre necesita». Así es: A Place for the Unwilling lo apuesta todo a la narrativa, al prescindir de los puzles y la acción habituales del género de aventuras, muchas veces metidos a martillazos para satisfacer demandas comerciales. Y lo hace de una manera tan compleja y profunda que sus infinitos engranajes no siempre funcionan a la perfección. Disponemos tan sólo de veintiún días para descubrir el motivo del suicidio de nuestro amigo y resolver los múltiples secretos, pues la ciudad se muere. Debemos gestionar correctamente nuestro preciado tiempo para decidir qué zonas visitar, en qué tiendas entrar y con qué personajes hablar para recabar la información necesaria en nuestra investigación. La ciudad victoriana es la auténtica protagonista de la historia, los comercios tienen su horario y los habitantes sus propias rutinas diarias, que pueden variar dependiendo de nuestras acciones y de los cien eventos programados. Esa importancia del tiempo con un pueblo vivo se inspira, según reconocen sus desarrolladores, en Majora’s Mask, la entrega más oscura, intrincada y fascinante de la saga Zelda, donde disponíamos de tres únicos días para evitar que la Luna se estrellara y acabara con el mundo. Muchos videojuegos han coqueteado con tratar el tiempo de una manera realista y que aporte una capa de complejidad a su mundo, como Shenmue, Dead Rising o el Gran Juego Español®: La Abadía del Crimen. El mítico título de los 80, basado en El Nombre de la Rosa, empleaba de manera férrea el recurso temporal para obligar a movernos con cautela por la abadía, donde además de orar tratábamos
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«Nos centramos en la exploración para intentar descubrir una trama sin puzles y otros elementos que una historia no siempre necesita».
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de investigar unos asesinatos. Aquí, a diferencia de otros juegos enormes como Skyrim, Fallout 3 o Red Dead Redemption, cada día es distinto, así que los ciclos de los personajes varían en base a lo ocurrido. Además de esos famosos referentes, el director menciona otro menos conocido: Pathologic. «Es un juego de culto ruso no muy conocido que acaba de lanzar su segunda entrega que también usa el tiempo de manera fascinante en un ambiente opresivo y de terror», admite. El estudio analizó estos y otros juegos, como Sunless Sea, para crear algo propio y único, con el objetivo de que «cada jugador viva una historia diferente y pueda compartirla con los demás, como hace Dark Souls con su narrativa críptica o Twin Peaks en su momento», apunta Ludipe. Horror có(s)mico. Para redondear tan siniestro conjunto, A Place for the Unwilling recurre a los omnipresentes mitos de Lovecraft. El horror cósmico está presente en todo momento, al ser conscientes de que sólo somos una pieza más en el tablero y que el destino de la ciudad ya está marcado. Aunque este elemento ya estaba levemente presente en el juego original, fue con la incorporación de Ángel Luis Sucasas como director narrativo cuando aumentó de manera considerable. El periodista y escritor gallego se sumó al proyecto tras la campaña de micromecenazgo y decidió dotarle de esta nueva capa que encaja plenamente con la historia y el tono del juego. «Nos pareció una gran idea porque la obra de Lovecraft trata sobre la futilidad y saber que siempre hay algo más grande que tú pero que no puedes llegar a entender», señala Ludipe. También hay guiños explícitos a otros autores relacionados, como una obra de teatro de El Rey de Amarillo que se representa en la ciudad, basada en los relatos de Robert Chambers. Fue también idea suya que varios escritores nacionales colaboraran en el juego. Contactaron con diversos autores, la mayoría relacionados con el género fantástico, para que cada uno se encargara de guionizar uno de los dieciséis personajes principales y dotarles de cierto sentido del humor. Se los asignaron de manera aleatoria y así Aixa de la Cruz escribió a Lucas Weston, el librero; Clara Morales se ocupó de la viuda, Juliet Allen; Tony Hill se encargó del líder sindical, Myles Stout; Ismael Biurrun creó al alcalde Zimmer y Rubén Sánchez a Gail Hoyt, la hija del tendero. Posteriormente, el director narrativo se dedicó a unificar el estilo para aportar coherencia al conjunto. De esta forma, los personajes se siente más humanos y reales. La ciudad tiene muchos más habitantes, pero se nos muestran ensombrecidos,
porque son son relevantes para la trama, aunque podemos interactuar con ellos y la mayoría nos despachan rápidamente. Los importantes son esos dieciséis y debemos establecer una relación con ellos para sonsacarles información que sirva para nuestros propósitos, pero con el limitado tiempo que tenemos no podemos aspirar a hacernos amigos de todos, así que debemos elegir sabiamente a quiénes dedicar más atención. El objetivo de ALPixel Games era crear personajes humanos, alejados de esos NPCs aleatorios de la mayoría de videojuegos que deambulan por el escenario sin ton ni son y que sólo sirven para añadir fríamente otro objetivo a tu enorme lista de tareas. Eso genera empatía y hace que nos encariñemos con ellos, como el deslenguado Myles, que pese a su corta edad está siempre fumando y nos llama ‘culotieso’, o la pobre viuda que se lleva fatal con su suegra. Para 30
ello A Place for the Unwilling cuenta con unas 130.000 palabras y un complejo sistema de diálogos y eventos que no siempre funciona como debería, pero se agradece el esfuerzo de evitar convertirnos en otro simple recadero como es tan habitual en títulos de gran presupuesto. «Lo normal es terminar el juego sin conocer a todos los personajes ni hacer todas las misiones», confiesa Ludipe. No obstante, el personaje más importante es la propia ciudad, oscura, mutable y llena de secretos. Para diseñarla de una manera realista e interesante ha contado con el asesoramiento de Konstantinos Dimopoulos, un prestigioso urbanista de videojuegos que recientemente ha colaborado en la creación de otra lúgubre urbe virtual inspirada en Lovecraft: The Sinking City. «Entró a mitad del desarrollo y nos hizo muchas sugerencias para mejorar la arquitectura y aportar verosimilitud, ya que al ser experto en videojuegos lo da todo muy mascado para que sea fácil de implementar», explica
Han participado dieciseis escritores y cada uno se ha encargado de escribir uno de los personajes principales. el director. Gracias a ello se siente viva y creíble, con cada paseo vamos conociendo sus calles y empezamos a recordar dónde está el hospital, la comisaría o el ayuntamiento, en un sutil proceso mental similar al que se produce en Dark Souls. Al comienzo nos movemos por la zona sur, que es la rica, pero al cruzar el puente llegamos a la zona pobre, con los sindicatos, el puerto y los conflictos de clase, uno de los temas centrales de A Place for the Unwilling. ALPixel Games ha creado un juego faraónico por tamaño y ambición. Incluso podemos elegir el sexo del protagonista y el pronombre con el que deseamos que los personajes se dirijan a él/ella/ elle, una gran idea que también les ha dado muchos quebraderos de cabeza para que las conversaciones no chirríen en ciertos momentos. Sus autores siguen trabajando para pulir fallos mediante actualizaciones y ajustar algunos detalles. Quizá no consigan todo lo que se han propuesto, ya que han apuntado muy alto, pero sus intenciones son loables, el diseño artístico es excepcional y varias subtramas de ciertos personajes nos harán esbozar una sonrisa, aunque sepamos el aciago destino que nos espera. @
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Furia y libertad
s del e d a d i l a n o s Las per 90 rock de los
TEXTO: MIKEL GIL
Bandas con un mensaje tan dispar como los altaneros Guns ‘n Roses o los sensibles Nirvana partían de una misma base: la búsqueda de autenticidad.
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caliente que expresaba su conexión con la música montando bulla. «Es por la sinceridad que la banda muestra que el público es tan puto violento», decía Slash en 1988. Había algo que los fans encontraban en Guns n’ Roses que era imposible de hallar en otros grupos aparentemente similares de los ochenta, como Motley Crüe o Poison. Puede que los Guns recordaran por su aspecto a las bandas de hair metal, pero no por su música. Bajo esa cobertura estética que los maquillaba como un producto de su tiempo, los fraseos de la guitarra Les Paul de Slash eran puro hard rock setentero. Esa no era la única dualidad en el seno del quinteto angelino: el cantante del grupo —Axl Rose sobre el escenario y Bill Bailey de nacimiento— estaba en un constante vaivén de conductas erráticas, hasta el punto de que su actitud resultaba imprevisible tanto para público como para sus compañeros de grupo, con quienes no compartía autobús de gira. El guitarrista Izzy Stradlin era el único que lo conocía desde su infancia en Indiana, y aseguraba que su chaladura no había surgido por ciencia infusa ni por la fama, sino que siempre había sido un «lunático» al que le daba por meterse en una pelea a la primera mirada mala. Habían diagnosticado a Rose con un trastorno bipolar. «Puedo ser más feliz que nadie a quien conozca, tan feliz que llore. Y me puede pasar lo contrario, en cuanto a estar molesto». Esta brusquedad de carácter sabía canalizarla muy bien sobre las tablas, gracias a su falsete agresivo y su manera de conectar con el público candente. Axl se alimentaba del estado natural salvaje de sus fans; Guns n’ Roses no instigaban el conflicto, pero tampoco se achantaban ante él. «No puedo decir que apruebe la violencia y las grescas, pero son parte de la energía que sacamos», sentenciaba Slash.
entro del avión que iba a despegar desde Los Ángeles, Duff McKagan, bajista de Guns n’ Roses, levantó la vista mientras se acomodaba en su asiento de clase preferente y vio a Kurt Cobain, que se sentó a su lado. El vuelo tenía como destino Seattle, hogar de ambos. Cobain todavía tenía en su muñeca la pulsera identificativa del centro de desintoxicación del que se había fugado sin permiso. McKagan dijo al respecto: «Ambos estábamos jodidos. Hablamos, pero no en profundidad. Yo estaba sumido en mi infierno personal, y él también, y era algo que los dos comprendíamos». Después de aterrizar, esperando frente a las cintas de recogida de equipajes, McKagan pensó en invitarle a Cobain a su casa. Por la situación, intuía que ambos se encontraban igual de solos. Fue un pensamiento rápidamente disipado por la falta de iniciativa y la distracción de quienes se acercaban a saludar a ambos músicos. Para cuando McKagan había recuperado la atención, Kurt ya se había despedido de él. McKagan no volvería a ver a Cobain nunca más. El cantante de Nirvana tampoco se quitaría jamás del antebrazo la pulsera blanca del Exodus Recovery Center. Era 2 de abril de 1994. Habría sido bella esa hipotética relación asistencial entre dos integrantes de bandas rivales como Nirvana y Guns n’ Roses, tan aparentemente irreconciliables de otro modo. Por su expresión artística, no se podría decir que Kurt Cobain y Axl Rose nadaran en la misma pecera. Mucho menos por su actitud. El primero, considerado como uno de los primeros hombres feministas del rock, había pedido abiertamente a las personas con conductas misóginas u homófobas que no escucharan su música ni aparecieran en los conciertos. Por el contrario, la banda angelina jugaba con las insinuaciones sexistas en cortes como Used to Love Her, y sus conciertos estaban sostenidos no solo por su cruda puesta en escena, sino por un público
Por su expresión artística, no se podría decir que Kurt Cobain y Axl Rose nadaran en la misma pecera.
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«No puedo decir que apruebe la violencia y las grescas, pero son parte de la energía que sacamos», sentenciaba Slash. Es en las grietas de su volátil personalidad donde Axl Rose más recuerda a Kurt Cobain. No con los ridículas pataletas que, unidas a un envejecimiento no muy de rockstar, han rebajado al cantante de Guns n’ Roses a poco más que un meme risible en la actualidad; sino en lo delicado de su bienestar emocional, con sus picos y valles. A Axl no parecía funcionarle el tratamiento con sales de litio que tenía prescrito para mitigar el trastorno bipolar —véase Lithium, de Nirvana (Nevermind, 1991)—. Igualmente, se le había puesto de punta su pelirroja cabellera al saber de la historia de Frances Farmer, biopic protagonizado por Jessica Lange mediante, una actriz de la época dorada de Hollywood cuya carrera se había ido al traste por culpa de su enfermedad mental y los abismales cambios de humor que de ella derivaban—véase Frances Farmer Will Have Her Revenge on Seattle, de Nirvana (In Utero, 1993)—. En 1988 Axl Rose ya tenía compuesta su balada grandilocuente November Rain (Use Your Illusion I, 1991). «Como no se haga una buena grabación, dejo la música», fue su amenaza nunca cumplida. Mientras Rose canalizaba sus inseguridades en ira, a Cobain le suponían un infierno de tendencias autodestructivas. Si el líder de Nirvana no podía soportar algo, era sentirse humillado, lo que se convirtió en un escollo infranqueable durante su ascenso al éxito. La reiterada idea de que Kurt Cobain detestaba la fama y eso le llevó a su
desilusión vital es bien matizable. En verdad, Cobain siempre fue —«desde los siete años», según dice en sus diarios y su nota de suicidio— un misántropo depresivo. En verdad, Cobain siempre quiso triunfar en la música, porque era el único modo de expresión válido que encontró. Si Cobain hubiera nacido veinte o treinta años más tarde, probablemente habría encontrado solaz artístico en crear contenido gráfico para internet, a juzgar por los dibujos y tiras cómicas que dibujaba en sus cuadernos. Pero le tocó ser un niño de la Generación X, hijo de unos padres que fueron los primeros de todo el vecindario en divorciarse. Como adolescente de los ochenta, el punk rock fue su Sinaí, la guitarra eléctrica el cincel con el que esculpir los mandamientos de su libertad artística. John Lennon podría ser su ídolo, aunque Cobain no entendía cómo se achantó tras mayo del 68 al componer la moderada Revolution, en la que se decía partidario de cambiar el mundo, sí, pero sin destruir ni poner patas arriba nada. Los Pistols, más importantes que los Clash en el criterio de Kurt, habían declarado sus intenciones de manera distinta. La destrucción era permitida y necesaria. Un día, cuando se le ocurrió comentar a unos amigos que pusieran algo de su música preferida, alguien le dijo: «Ya no se llama punk, ahora es hardcore». Aparte de que Kurt detestaba quedar como un idiota, en ese pequeño detalle
Kurt quería resultar apasionado y sincero, algo que parecía reservado para el patetismo trágico de The Smiths, The Cure o REM. 34
semántico es donde encontró sus desavenencias con un movimiento que era excesivamente macho y bravucón. La música que él quería hacer era emocionalmente más compleja. Le gustaba hacer el idiota como a cualquier cantante blanco superficial, pero también resultar apasionado y sincero, algo que parecía reservado para el patetismo trágico de cantantes como Morrissey (The Smiths), Robert Smith (The Cure) o Michael Stipe (REM). Como cantautor, Cobain quería encontrar una vía intermedia donde los bichos raros como él pudieran caminar entre los márgenes del resto de estilos. Por suerte para Nirvana —o también gracias a ellos—, los noventa fueron la primera época de tolerancia musical y conciliación de distintas músicas. La Generación X, aunque sufriera habitualmente el divorcio de sus padres, también era la primera que no desdeñaba por sistema la colección de vinilos de aquellos. Nirvana es una miscelánea estilística entre la visceralidad punk, los tonos de rock y la sensibilidad pop. Y las mujeres qué. Aunque odiara su Aberdeen natal, Cobain tuvo la suerte de haber nacido en el estado que vio germinar el riot grrrl, un movimiento musical esencialmente feminista que fructificó en multitud de grupos de punk y garage de chicas, con una fuerte actitud DIY. La música suponía una reversión del hardcore tan masculino, y varios de los grupos favoritos del cantante de Nirvana surgieron de allí. Por desgracia, en las horas más oscuras de Cobain, como se puede leer en las páginas finales de sus diarios, acabó más bien desencantado con el movimiento puesto que su otrora buena relación con las Bikini Kill, pioneras del subgénero, se había enturbiado tras convertirse él en icono pop en boca de todos. Era 1993 y Kurt tenía muy pocos amigos. Ese mismo año se editó In Utero, cuyo productor, Steve Albini, había participado meses antes en la grabación de Rid of Me, segundo trabajo de una joven y poderosa artista británica, PJ Harvey. Sus letras podían interpretarse como feministas, si bien ella negaba dicha intención a la hora de escribirlas. Pero PJ Harvey, como buena maga del arte, era experta en transmitir mucho más de lo que abiertamente decía. En los Brit Awards de 1994, Harvey salió junto a la islandesa Björk a interpretar una subversión de (I Can’t Get No) Satisfaction de los Rolling Stones, anulada la armonía, casi monotonal la melodía de voz. Era una interpretación que casaba mucho mejor la letra con la música, la pura expresión de la apatía. Quedaba reducida la distancia irónica entre músico y canción que los Guns n’ Roses habían achacado a su adorado Mick Jagger. Era la visceral autenticidad de la que Axl Rose alardeaba respecto a sus propios bolos. Era la libertad punk que Kurt Cobain siempre había perseguido como artista. Era el mismo compartimento en el que Nirvana y Guns n’ Roses podían viajar en asientos conjuntos. @
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Hackeando la mente de los asesinos #37 09–10_2019
TEXTO: KOLDO GUTIÉRREZ
Netflix ha estrenado al fin la segunda temporada de la serie cocreada por David Fincher, que retoma su tema predilecto: los asesinos en serie. Volvemos a la Unidad de Ciencia del Comportamiento que el FBI creó en los 70 para elaborar perfiles psicológicos de los psicópatas más peligrosos con un invitado estelar: Charles Manson.
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n los 90, el término “thriller psicológico” se puso tan de moda que se acabó convirtiendo en un cliché. Cualquier película con ciertas ínfulas empleaba esa etiqueta para autodefinirse en sus pretenciosas frases promocionales, en el material de prensa o en declaraciones de su equipo, que lo repetía como si de un mantra se tratase. El honor de esto hay que atribuírselo principalmente a dos películas que asaltaron la taquilla, sentaron las bases del género y crearon toda una estirpe de imitadores que apenas rozaron la superficie de lo que aquellas lograron: El silencio de los corderos y Seven. Ambas crearon la figura del asesino en serie tal y como lo conocemos, personajes repulsivos, complejos, fascinantes y de una inteligencia superior, como el sofisticado Hannibal Lecter o el sibilino John Doe. Desde entonces, el género fue dando tumbos hasta que David Fincher acudió de nuevo al rescate, para dar un cierre perfecto a lo que él mismo había iniciado en 1995, con Zodiac, donde se inspiró en un asesino real que atemorizó a Estados Unidos en los 70. La densa película se alejaba del estilo trepidante y estilizado que él mismo había ayudado a confeccionar
en el pasado, lo que hizo que muchos espectadores no la comprendieran. Obviemos la innecesaria versión que el director hizo después de Millennium: los hombres que no amaban a las mujeres, donde no aportaba nada nuevo a un género estancado al que él mismo parecía haber dado ya el carpetazo definitivo. Afortunadamente, el director nos acabó callando la boca a quienes creíamos imposible insuflar vida a este manido tema cuando regresó en 2017 al mismo terreno, pero de una manera ligeramente distinta con una oscura serie de televisión para Netflix. En realidad, el cineasta ya había hecho algo parecido para la misma cadena con su primer éxito de producción propia, House of Cards, cuyo protagonista es un psicópata con poco que envidiar de John Doe y no por casualidad ambos interpretados por otro depredador, Kevin Spacey. Debemos agradecérselo a Charlize Theron, que en 2009 le regaló a Fincher el libro Mindhunter: Inside the FBI's Elite Serial Crime Unit. Ese mismo año la actriz trabajó en La Carretera, escrita por el guionista Joe Penhall, así que tras muchas vueltas los tres se acabaron convirtiendo en productores de la serie, con Penhall como showrunner 36
y Fincher como director de la mayoría de capítulos. El libro en el que se basa fue escrito en 1995 por John E. Douglas y Mark Olshaker. Douglas fue un agente del FBI especializado en establecer perfiles de asesinos en serie, técnica que desarrolló durante décadas mediante entrevistas con importantes delincuentes detenidos, como Charles Manson, Ed Kemper o John Wayne Gacy. Su nombre sólo sonará a los criminólogos, pero su pionero trabajo ha servido
de base a varios personajes de ficción: el superior de Clarice Starling en las novelas, películas y serie basadas en Hannibal Lecter o los jefes Jason Gideon y David Rossi de Mentes Criminales. Mindhunter tiene poco que ver con esa serie; no se trata de otro show policiaco procedimental al uso y con toques de acción donde se resuelve un caso distinto en cada episodio. En 1977, los agentes del FBI Holden Ford, Bill Tench y la psicóloga Wendy Carr se unen para crear la Unidad de Ciencia del Comportamiento. Como en Expediente X con los temas paranormales o en The Wire con la unidad de escuchas, el reducido equipo contará con pocos apoyos y escasos recursos, al tratarse de una labor revolucionaria dentro de una institución tan enorme y conservadora como el FBI, especialmente en aquella época. Ford y Tench se dedican a reunirse con asesinos reales encarcelados con la intención de estudiarles y analizarles para trazar perfiles psicológicos que les puedan servir en el futuro para detener a otros homicidas y violadores. Son ellos quienes acuñan el término “asesino en serie”, algo que hoy en día parece obvio, pero que sirvió para catalogar y definir a varios de estos seres. Sherlock Ford. Holden Ford se basa en Douglas y es un joven inteligente, ambicioso y un tanto prepotente que cree ciegamente en lo que están haciendo. Tanto es así que su trabajo le absorbe cada vez más y queda patente su talento innato para penetrar en la psique de los sujetos de su estudio. Al demostrar la efectividad de sus métodos poco ortodoxos, empieza a manipular a los detenidos y jugar con su mente para obtener sus objetivos y lograr los resultados que prueben sus teorías. Los éxitos de la nueva división empiezan a llegar, especialmente cuando utilizan la información obtenida para capturar al asesino de una niña, lo que les hace empezar a ganar cierta fama en los medios contra sus voluntad, pero que Ford utiliza a su favor cuando los superiores le exigen explicaciones por sus cuestionables interrogatorios. El protagonista trata de averiguar las motivaciones de los criminales, qué les empujó a matar a alguien y (casi siempre) a volver después a la escena del crimen. «¿Sientes placer, culpa, vergüenza o ira? ¿Te masturbas al recordarlo? ¿Desearías volver a hacerlo?» son algunas de las preguntas planteadas por Ford y que poco a poco van incomodando a su compañero. Cuando el
La serie adapta un libro escrito por el agente del FBI real que creó esta unidad y él sirve de base para el protagonista. 37
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Cactus guión trazado previamente parece no funcionar, él improvisa y trata de ganarse la confianza del asesino, como cuando trata de conectar con el sospechoso de matar a una niña al demostrarle empatía diciendo: «buf, es que ahora las niñas de doce años aparentan catorce», la edad legal en ese estado para tener sexo consentido. La frase deja patidifusos a los policías, pero anima al interrogado a contar cosas que antes había ocultado. Su sistema se asemeja al de Rust Cohle en la primera temporada de True Detective: interrogatorios donde la manipulación psicológica extrema sirve para arrancar confesiones inesperadas. Holden Ford es un Sherlock Holmes emocional, que en vez de emplear sus herramientas deductivas con las pruebas físicas lo hace con las emociones y comportamientos. Así actúa en una memorable escena para averiguar que su novia va a cortar con él, harta de su actitud egoísta y narcisista. Su inmersión en la mente de tantos perturbados acaba teniendo más consecuencias negativas, tal y como le habían advertido sus compañeros, como en el antológico final de la primera temporada, cuando vuelve a visitar a Ed Kemper sin avisar a sus compañeros, ya que parece haber establecido un peculiar vínculo con el asesino de diez personas que mide más de dos metros. La escena es aterradora e incómoda, puro Fincher, y supone un punto de inflexión en el protagonista. El principal mérito de Mindhunter es mostrarnos a estos asesinos de manera realista, al aportar una visión alejada de la caricatura habitual en el cine. Cada entrevista con los condenados es una auténtica radiografía de esos criminales que huye de la simple representación como monstruos; nos muestran sus temores, sus filias y fobias, sus enormes egos y envidias, sensaciones humanas que todos tenemos. Uno de ellos denuncia a Ford por «haberme jodido la mente» en un interrogatorio. Otro sólo reacciona ante los rumores sobre su homosexualidad, lo que
provoca que empiece a confesar para dejar claro a gritos que «¡¡no soy gay!!». A otro le convencen para desembuchar gracias a su adicción al dulce y ofrecerle sutilmente galletas de chocolate. El plato fuerte llega en la segunda temporada con una reunión tan esperada por los protagonistas como por los espectadores: la entrevista con Charles Manson, que lleva diez años detenido. Kemper está celoso de la atención mediática que genera al estar ambos en la misma prisión y advierte que le gusta mucho hablar. La cita no defrauda: Ford y Tench se encuentran a un Manson locuaz y vacilón, consciente del personaje que ha creado, pero que niega haber manipulado a los miembros de su Familia y acusa a la sociedad de «haber abandonado a sus hijos», en referencia a esos hippies descarriados de clase media que acabaron asesinando a Sharon Tate y compañía. En la despedida, Manson le pide a Ford sus gafas de sol, que se las regala. Al de un rato, al salir, un guardia se las devuelve porque dice que el asesino estaba presumiendo ante ellos de habérselas robado, por lo que van a castigarle duramente. Ese detalle demuestra la necesidad de atención que necesita Manson, aunque sea a costa del sufrimiento propio o ajeno. Mindhunter es un exhaustivo estudio sobre algunas de las mentes más perturbadas de la segunda mitad del siglo XX, pero que sirve para demostrarnos que en el fondo no son tan distintas a nosotros. Tanto los asesinos como Ford son perfectos manipuladores que no dudan en usar su gran inteligencia y falta de empatía para lograr sus propósitos. Si nada se tuerce, tendremos cinco temporadas donde seguiremos descendiendo a los infiernos y nos devolverán el distorsionado reflejo de nuestra sociedad aunque no nos guste reconocerlo. @
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Ford manipula a los asesinos con interrogatorios poco ortodoxos para ganarse su confianza ante el horror de su compañero.
ENPLEGUKO ETA GIZARTE POLITIKETAKO SAILA DEPARTAMENTO DE EMPLEO Y POLÍTICAS SOCIALES
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Una oscura inmersión en la mente de un depredador sexual que trata de justificar sus obsesiones y nos hace partícipes de su proceso mental gracias a un fascinante juego de espejos.
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ste verano, aparte de la listeriosis y Neymar, uno de los temas centrales que desgraciadamente han ocupado las noticias casi cada día eran los casos de violación en grupo en distintas ciudades de España. Con la cultura de la violación cada vez más asentada en el imaginario colectivo, parece imposible aportar algo nuevo a este escabroso asunto sin caer en la banalización y la violencia gratuita, por eso están surgiendo cada vez voces más potentes que abogan directamente por eliminar su representación en obras de ficción, como si ocultar esta triste realidad fuera a provocar que las agresiones sexuales fueran a dejar de existir. La autora de cómics Nina Bunjevac no opina así y Bezimena (Reservoir Books, 2019) es la demostración palpable de que aún se puede aportar nuevas perspectivas a un asunto tan manido y complejo que
nos ayuden a comprender qué pasa por la mente de los depredadores. Benny es un joven aparentemente normal. De buena familia, con una correcta educación, no le falta de nada, pero tiene una particularidad: mira a las chicas de una manera muy extraña. En su cabeza toman forma obsesiones innombrables, así que decide recluirse trabajando en un zoo. Parece haber logrado controlar sus impulsos hasta que un día se encuentra con una antigua compañera del colegio, lo que despierta sus instintos ocultos. Bezimena es más un álbum ilustrado que un tebeo al uso. Su narración en off es contada a modo de leyenda, pero sus impactantes dibujos hablan por sí solos. La autora emplea con maestría el blanco y negro, el sombreado rayado y el puntillismo para mostrarnos la oscuridad del relato. Su estilo gráfico
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EL PASO ENTRE EL VOYERISMO Y LA VIOLACIÓN
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recuerda a grandes referentes como Marjane Satrapi, Robert Crumb y Joe Sacco. Bunjevac es de origen serbio y nació en Canadá, pero con dos años su familia se trasladó a Yugoslavia. De ahí proviene el título del cómic, que en varias lenguas eslavas significa “sin nombre”. Además, al comienzo indica que se trata de «una adaptación moderna del mito de Artemisa y Sipretes». No hay mucha información sobre esa fábula en internet y las versiones varían ligeramente. Sipretes (o Siproites) era un joven cretense que accidentalmente vio a Artemisa bañarse desnuda, aunque según otras fuentes trató de violarla, así que ella, que era la diosa griega
de la caza, los animales y las tierras salvajes, y la natalidad, le convirtió en mujer para castigarle. Mitología noir. La autora traslada esa idea a una historia con toques detectivescos y de género noir donde el protagonista persigue a su femme fatale a escondidas, entre las sombras, como el voyeur que es. Lo que inicialmente parece un argumento sencillo y lineal pronto se torna mucho más complejo gracias a un fascinante juego de espejos que provoca la obsesión del pervertido Benny. Las explícitas y grandes ilustraciones representan las fantasías sexuales del protagonista, que poco a
Es una adaptación moderna del mito de Artemisa y Sipretes, a quien la diosa convirtió en mujer tras intentar violarla.
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Un cuento para adultos que nos conduce, sin concesiones ni tabúes, por el camino poco transitado de la psicología del agresor sexual
poco va a llevando a cabo con varias mujeres, pero que en su cabeza tienen pleno sentido y carecen de amenazas y violencia. A lo largo del libro hay diseminados varios elementos que sutilmente van aportando pistas sobre lo que realmente está ocurriendo. Vemos estatuas de la propia Artemisa y Hermes, varias serpientes, osos y lechuzas que conectan con los mitos originales y añaden capas de profundidad a un álbum que se puede leer en apenas veinte minutos. Una noche el protagonista tiene una pesadilla en la cual es convertido en ciervo y varios perros salvajes le persiguen, un castigo que la misma diosa había impuesto a varios hombres. Esa combinación entre mitología griega y cine negro, especialmente obras como La Mujer Pantera o la serie de culto El Detective Cantante, dan lugar a una novela gráfica prodigiosa que requiere al menos de una segunda lectura para apreciarla en toda su magnitud. Bezimena es un cuento para adultos que nos conduce, sin concesiones ni tabúes, por el camino
poco transitado de la psicología del agresor sexual. Un tema oscuro y sórdido no apto para todos los paladares, pero que conviene conocer. Todo ellos queda subrayado con un epílogo donde la autora cuenta en detalle el intento de violación que sufrió en su infancia, justo antes de que estallara la guerra de los Balcanes, un periodo que ella misma describe como «oscuro y de corrupción moral». Sólo así puede entenderse que un hombre de mediana edad contara con la ayuda de una chica que captaba niñas más jóvenes para llevarlas donde él, que las violaba mientras lo grababa en vídeo para vender esas escenas por correo. Ese episodio era desgraciadamente tan habitual en la Serbia de finales de los 80 que ella misma lo volvió a sufrir tiempo después. El estremecedor relato de Bunjevac pone los pelos de punta, pero sirve para contextualizar lo que ha contado elegantemente con otros personajes y mediante dibujos y, quiero creer, también le ha servido a ella para exorcizar ese trauma. @ 43
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DERRY Cactus
es mucho más que una comedia hilarante TEXTO: ELIZABETH CASILLAS
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Antes de popularizarse a nivel mundial gracias a su emisión en Netflix, Derry Girls era ya todo un fenómeno de masas. Intentamos comprender por qué la creación de Lisa McGee va más allá de ser una buena sitcom. DERRY GIRLS TIENE ESA APARIENCIA de comedia inglesa pequeña y cuidada, de temporadas tan cortas como sus capítulos, que tiende a convertirse en una gran obra que, sin embargo, no alcanza al gran público. Pero es sólo eso: apariencia. La comedia creada por Lisa McGee en 2018 sobre cinco adolescentes que viven en Derry, la segunda ciudad más grande de Irlanda del Norte, en la década de los 90 alcanzó cifras de audiencia estratosféricas en el país desde la emisión de su primer capítulo y, de una forma impredecible, se convirtió en la serie de televisión más vista en la nación desde que comenzaron los registros modernos en 2002 con un share de 64,2%. Una cifra que no se puede reconvertir en campos de fútbol pero que, para hacerse una idea, supera por casi cuatro puntos a la retransmisión de mayor audiencia en nuestro país: la final del mundial de fútbol de Sudáfrica. Con los datos sobre la mesa, una se puede preguntar qué tiene entonces Derry Girls para congregar a tanta gente frente a la televisión en la era de internet. Tan sólo es necesario ver el primer capítulo para comprenderlo: el guion es ácido y certero, el quinteto protagonista es perfecto, los secundarios parecen confeccionados a medida para el gag y el escenario histórico elegido –el final del conflicto de Irlanda del Norte– permite narrar otra cara del conflicto. Es este último punto, precisamente, el que parece la causa más probable por atípica. Es decir, la comedia de McGee es hilarante y contiene escenas que harán las delicias de muchas personas y, quién sabe, quizás consigan hacer saltar algunas
lágrimas de la risa, pero comedias relacionadas con la adolescencia y la transición hacia la madurez hay muchas (y muy buenas). Sobre la normalización de un conflicto violento, no tantas. Y Lisa McGee sabe de lo que habla puesto que es norirlandesa y se basó en su propia experiencia para escribir la serie. Estamos acostumbrados a leer, ver o escuchar hablar de los conflictos violentos en la ficción siempre desde los extremos, y casualmente siempre más desde un extremo que desde el otro. Lo hemos visto con el conflicto vasco y lo seguiremos viendo –aún está por estrenarse en HBO la adaptación de Patria, de Fernando Aramburu–, por eso lo que hace tan especial a Derry Girls es que se aleja de ahí. La serie de McGee se centra en el que simplemente estaba ahí, en el que le tocó vivirlo y se resigna a ello, en el que preferiría que no pasase pero que piensa «qué le vamos a hacer» o en el que, para ir al colegio, tiene que dar un rodeo porque «hay una barricada» o «se están manifestando» o, como en el caso de Erin, Orla, Clare, Michelle y James, porque «el puente está cortado». El conflicto, para ellos, es que un cine se desaloje a mitad de la película y se queden sin saber quién es el asesino, porque la violencia ha sido normalizada. Y una vez normalizada ya puede ser parte de la comedia. Hay un capítulo brillante de la segunda temporada de Derry Girls en el que las chicas van a ir a ver un concierto de Take That en Belfast, un plan que se chafa porque un oso polar se ha escapado del zoo de la ciudad. Erin, la protagonista interpretada por Saoirse-Monica Jackson, le replica a su madre que no tendrán otra oportunidad de verlos porque «el 44
que vengan es un milagro. Nunca viene nadie porque nos matamos». Finalmente deciden escaparse e ir en autobús, donde se encuentran con la hermana Michael, la directora del colegio católico al que van las chicas, y deciden mentir sobre la pertenencia de una maleta que hay en el autobús. El pánico a una
los clásicos tropos. ¿Hay una niña pija? Sí, pero a la vez es un personaje repelente imprescindible como némesis de las chicas. ¿Una figura de poder en el colegio? Por supuesto, pero la hermana Michael tiene algunas de las mejores frases y su ironía da voz al espectador. Entonces, ¿cómo se aleja? Haciendo cosas normales. En esta britcom no hay tardes en el centro comercial comprando ropa a ritmo de música pop ni fiestas de almohadas y sí atracones a azúcar mientras se estudia en grupo o se pasa la noche en vela intentando entender la diferencia entre “rebelión” y “sublevación”. Mientras todos los personajes principales aparentan normalidad y su comportamiento se asemeja más a lo que una puede recordar de sus días en un colegio de monjas, los personajes secundarios se vuelven excesivos. Para bien. El running gag entre el padre y el abuelo de Erin, un desprecio desproporcionado a un complaciente yerno, o los comportamientos new age de su tía dan el punto cómico a la vez que contextualizan el trasfondo sociopolítico. La religión, fuente del conflicto, está presente a lo largo de toda la temporada, cura con pelazo incluído –aunque nunca superará a Andrew Scott en Fleabag– y está, como todo en esta serie, porque tenía que estar, porque estaba ahí, pero sin un peso desorbitado. Ahora que la posibilidad de una nueva frontera entre las dos irlandas está sobre la mesa, parece el momento ideal para pasear por Derry. @
Comedias sobre la adolescencia y la transición hacia la madurez hay muchas. Sobre la normalización de un conflicto violento, no tantas.
maleta sin dueño termina por paralizar el autobús y requerir los servicios de los técnicos especialistas en desactivación de artefactos explosivos. Este hecho, que aquí se convierte en comedia, es gracioso. Y es gracioso para gran parte del público norirlandés porque podría haber sido una situación real. Los que hemos vivido una situación similar como, por ejemplo, ser adolescente en el Bilbao de finales de los noventa lo sabemos. El equilibrio entre el humor posible tras el posconflicto y una serie de gags más propios de una comedia adolescentes es lo que ha hecho que triunfe a nivel global. Pero no hay que confundirse, Derry Girls tampoco es una comedia de instituto al uso y, de nuevo, la diferencia está en que rehúye de
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Humillando a los ACOSADORES #37 09–10_2019
TEXTO: KOLDO GUTIÉRREZ FOTOS: HALEY MORRIS-CAFIERO
La nueva edición de GetxoPhoto acude puntual a su cita con el tema Post Homo Sapiens - Programando el futuro como protagonista. Entre las obras destacadas estará el trabajo de Haley Morris-Cafiero que parodia un problema tan actual como el ciberacoso a través de surrealistas autorretratos. 46
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desprecio», cuenta la artista, «nunca pensé en capturar eso, así que empecé a fotografiarme en público cuando viajaba». El resultado habla por sí solo: adolescentes que le miran con desdén en la playa, tíos que se ríen a sus espaldas y hasta policías que le vacilan creyendo que no se da cuenta, ajenos a la cámara con trípode que capta esos lamentables momentos. De esta forma, la autora dio lugar a un experimento sociológico que revierte la situación original al convertir a los espectadores en testigos de esos observadores anónimos que, amparados en la camaradería, se mofan de la fotógrafa por
MorrisCafiero parodia la imagen de perfil que sus abusones usaban en sus redes disfrazándose de ellos.
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aley Morris-Cafiero es licenciada en fotografía y cerámica, pero podría añadir el título de cazadora en su currículum. En su primer y rompedor ensayo fotográfico, Wait Watchers (algo así como Vigilantes de la espera), utilizó su cuerpo como campo de experimentación sociológica. Se retrató a sí misma como una turista despistada, lo que provocó reacciones de asombro y desaprobación entre los transeúntes, inconformes con el volumen de su cuerpo. El experimento surgió por accidente, tras autorretratarse en las escaleras de Times Square y revelar el carrete. «Descubrí a un hombre tras de mí que parecía mirarme con
Cactus su aspecto no normativo. Por si fuera poco, de manera inesperada, su obra provocó otra reacción espontánea. En 2013 sus autorretratos se viralizaron y dieron mucho de sí gracias a las redes sociales. Morris-Cafiero recibió miles de mails y comentarios de desconocidos insultándola y llamándole fea, gorda, enfermiza y todo tipo de cosas, resumidas en una: «Me dijeron que debería cambiar o morir». La fotógrafa estadounidense alucinó con lo ocurrido: «No esperaba que las fotos se hicieran virales y que la gente me criticara. Me sorprendió que la gente ganara fama siendo cruel con otra persona». Ella se lo tomó de la mejor manera posible, con humor y
aprovechando esa triste realidad como materia prima para su siguiente obra: The Bully Pulpit. Nuevamente, la artista decidió contraatacar a sus acosadores de una manera ingeniosa. Ya que era ella quien se había expuesto deliberadamente mientras los abusones, amparados por el anonimato online, volcaban cómodamente toda su agresividad y frustración sobre su trabajo y su cuerpo, optó por parodiarlos. Morris-Cafiero analizó las imágenes que 24 de esos abusones usaban en sus propios perfiles de redes sociales y se disfrazó de ellos de la manera más ridícula posible, como si fueran personajes de La Hora Chanante, con exageradas pelucas, ropa y grotescos
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«Mi objetivo es encontrar una manera de provocar a la gente de una manera que les haga sentir incómodos».
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«Me gusta emplear el humor para disolver parte del daño asociado al bullying».
elementos protésicos. La artista humilla a esos cobardes que usan internet para reírse de aquellos a quienes consideran más débiles que ellos, una práctica habitual que todos hemos sufrido, presenciado o quizá hasta protagonizado. Una realidad que está desembocando en presidentes de varios países con actitudes similares, pese a que de primeras podamos pensar en adolescentes con acné viviendo en el sótano de sus padres mientras juegan a videojuegos y beben Mountain Dew. El trabajo de Morris-Cafiero demuestra que esos lamentables sucesos están muy extendidos y cualquiera puede actuar así al esconderse tras una pantalla. Además, cada instantánea incluye parte de los mensajes insultantes realizados por cada uno de los acosadores para subrayar su patetismo, como si fueran retweets irónicos de la fotógrafa. Curiosamente, parece que ninguno de los protagonistas ha visto The Bully Pulpit, ya que la autora afirma no haber recibido ningún feedback por su parte. Quizá no se han enterado. O quizá la obra ha surtido el efecto esperado y se han dado cuenta de su repugnante comportamiento. Morris-Cafiero
nos obliga a reflexionar sobre la representación visual del cuerpo femenino y conceptos asociados como belleza, aceptación, tolerancia y ciberacoso. Su trabajo no es simplemente fotografía, sino un acto revolucionario y una divertida performance. «Mi objetivo es encontrar una manera de provocar a la gente de una manera que les haga sentir incómodos. Me gusta emplear el humor para disolver parte del daño asociado al bullying y también para simbolizar esa falsa sensación de seguridad que internet proporciona a esos acosadores», reflexiona la artista. En su siguiente trabajo va a seguir ahondando en estos asuntos, pero esta vez dejará de prestar atención a los culpables. «Estoy trabajando en una serie de retratos de supervivientes de abusos sexuales imprimida en almohadas de acero y está muy inspirada por mi educación en escultura». Hasta ahora, su formación en cerámica no le había servido de mucho en su labor fotográfica, pero parece que al fin va a combinar ambas artes. Aunque a ella lo que le guste en realidad es cazar cazadores que se ríen de sus presas. @ 49
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Agenda Cactus Sep—Oct 2019
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