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Editorial

Hay que hacer visibles las complejas y múltiples conexiones entre economía y salud en el abigarrado bosque de la ciudad en que se forman entramados vivos en el ecosistema vital con imbricación cultural.

Esto es, la emergente ciudad tierra de humanos terrenales desdivinazados, todos en el suelo de la vida; humanos comuneros laborando solidariamente, sin pedestales y empulpitamientos de ideas exteriores y extrañas a las cosas, humanos comunes de ideas arraigadas a la tierra y de espíritu terreno, construyendo sociedad ambiental emancipadora del bosque sepultado por la ciudad esclava del capital de hábitat violento. Cooperativizando para el bien vivir en comunmedad.

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Construyendo pensamiento ambiental en sintonía con la tierra en plural interacción, yuxtaponiéndose, oestiando al sur, al sur en la compleja multitud del existir ser común, asumiendo el reto que como imperativo desafío propone e impone la pandemia; hay, al menos, tres opciones. Ejerciendo, y de frente, están los negacionistas comandantes de la Falange de la Salud con sus paladines sacerdotes vestidos de blanco, quienes defienden retornar a la normalidad y salvar la economía. Adaptarse a las modalidades impuestas, echando mano de las recetas de la economía política y su biblia macroeconómica, pero alegando que los deterioros ambientales y sociales del modelo neoliberal, hacen parte de, son normales secuelas del darwinismo natural y social. Para ellos el imperio del gran leviatán, es la manifestación divina de la existencia, y hay que contribuir a fortificarla. Los planteos del humanismo liberal de igualdad, libertad, fraternidad son veleidosos. El Gran Ordenador es el mercado y su invisible mano encarnada en un estado fuerte que debe eliminar todo obstáculo a su orgiástico impulso de crecer, progresar. El Estado devorador de personas, pueblos y naciones. El despotismo no ilustrado: arbitrario, desconstitucional, cínico, arrogante y de re los hombros de criminal confeso y tramposo. Como lo ejercen en Colombia los furiosos encrestados gallos de los vencedores de siempre, apelando al marketing político de manufacturación de mayorías para lubricar la mayoricracia que sustituyó la democracia. Amigos del individualismo rencoroso de los que ellos denominan “atenidos” y del emprendimiento esclavizante en la economía “colaborativa”. Auspiciadores de grupos de odio y exacerbadores de miedos para cabalgar sobre los hombros de sus rebaños.

Están los planificadores reformistas, quienes reconocen necesarios ajustes al modelo, para direccionar la economía política a fines de desarrollo sostenible con réditos sociales para cerrar un poco las brechas y reducir la inequidad y la huella ecológica o impacto negativo al ambiente, anclados en los enunciados onusianos de capitalismo verde con energías alternativas y producción limpia. Invocadores del retorno al caduco liberalismo social de estado social de derecho y economía de bienestar. Estatistas a ultranza, amigos del intervencionismo estatal y de apalancar el desarrollo con políticas de amplia cobertura en educación, salud e infraestructura para el em-

prendimiento. Moralistas de cristal creen estar por fuera del torbellino del bien y del mal, y ése es su gran mal. En Colombia hay lucidos gallos de los vencidos, y también de los vencedores que acogen esta opción, aunque con énfasis en diferentes estrategias, métodos y formas. Son reformistas no revolucionarios, pues la revolución misma se volvió obsoleta en esta sociedad del cansancio, cultura de podredumbre y oscuridad en el ocaso civilizatorio del financierismo inmobiliario global.

Esas dos quieren rutiar la locomotora con bien diferentes condimentos, pero, al fin, la misma sopa. El capital, con o sin decoros, es muerte: sólo lo muerto es acumulable, la vida es tránsito. La enferma es la sociedad, el malestar de la cultura está en los valores convertidos en precios y la vida en ecuación y cifra. Hay que construir una opción alternativa.

Está en construcción una opción alternativa, está en construcción pensamiento y accionar ambiental complejo, en sintonía con la tierra. Mirando en el espejo de las culturas ancestrales. Hay cada vez, minuto a minuto, muchas personas y comunidades cambiando costumbres y accionares en la vida cotidiana; con frugalidad, en habitación y uso amigable de la tierra y sus territorios: alimentación saludable, medicina orgánica, simplicidad radical, hermandad con los animales, mirar al otro a los ojos, amar sin dominar, mandar obedeciendo, cooperativizando el trabajo en comunmedad para el buen vivir.

Esas tres opciones coexisten sin excluirse. El asunto es asumir la conexión con la tierra, con la naturaleza, con la vida en sus diversas formas. Transformando la vida cotidiana ir construyendo sociedad ambiental: una civilización de humanos tierra libres y solidarios.

En este escenario del ocaso de la sociedad cansada, la tierra clama habitación y uso amigable de sus territorios en sintonía con la naturaleza y todas las formas de vida: cambio de la civilización, construir nuevas maneras alternativas al acumular, afirmar el ser hacia una sociedad civilización de la alegría de vivir, como es la alegría de leer y dialogar.

Con la imaginación en estallidos danzas, músicas y cantos vamos al son de la emergente ciudad tierra de humanos tierra en comunmedad.

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