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Ven conmigo al mar

Por: Anna Francisca Rodas Iglesias

Otra vez dibujo sobre los ríos sin nombre un pececito para tu reino, un ánfora en su vacío para guardar la soledad en el vientre oscuro. Sospecho de todo, del paso y la cátedra ante su angustia vadeando el olvido

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del temblor de la boca desnuda, del misterio ante los trazos de una mano fantasma en el desierto

doy cuenta del espanto de la lluvia cuando arrasa la semilla frente al lamento de una manada hambrienta y soy solo una extranjera, un vasto hemisferio donde se prolongan las interrogantes… Con incertidumbre la prudencia nos convierte en otros.

¿Quién velará los desencuentros mientras llegas al otro lado de la noche?

Hay que elegir entre la jaula y la soledad… El subterfugio va adosado a los espejos y ellos no perdonan el retorno hacia tu origen.

No caben, aquí, los caballos del apocalipsis, no cabe mayo con su luna quebrada, no queda rastro sobre la hierba presa del fuego; sólo volver al mundo donde media la sed bajo los puentes e impera la salvaje desnudez de la inocencia.

Hay tantas cosas inútiles aquí. Hay una paz devastada, una calle que absorbe su aullido entre silencios.

Los vencidos cruzan el deseo con la culpa del cadáver a cuestas por no saber olfatear señales.

Mi oficio, está claro, como el sueño que apenas te desnuda, agoniza y me devuelve a las sombras.

Transfigura del acto el asombro del fuego

al derretir la perpetua nieve donde eleva la montaña al paso del caminante, para besar sus cumbres

Una vez fui de puntillas al perfil del poniente donde asoman tus labios, hallé la perdición de quien se encuentra frente a otros que te habitan, primavera y vientos sobre la grieta de un evangelio extinto para crearlo todo, de nuevo

Será la forma donde expandes el círculo en marcas de agua para luego esparcir la semilla dentro del sueño donde interroga la geometría el peso del corazón elegido para el sacrificio

Son marca del hierro tus miradas

Hay pájaros que abren sus imponentes alas y salen de tus ojos y se abrazan a los signos por los siglos en la tierra, poblando, reproduciendo el lenguaje del madero cuando crepita a los pies de quien deja huella

El intruso habita al otro lado del instinto

Alguien habló del apocalipsis y la tierra abrió surcos a tu paso

Nadie saborea el fruto de la vid sin adulterar su vientre de pulpa madura hasta los huesos

Has de invertir la memoria hasta el obstinado sonido donde se prescinde de otra hora sin concesiones, porque nada nos pertenece, lo sabe el río que calma la sed de las piedras y el canto que se guarda; lo sabes tú y lo sé bajo el recóndito cristal roto del mar acuchillado

se nos enseña a leer el cielo para orientar el paso bajo las estrellas, pero, esta noche, es tuya … y me contiene

Ancla la tarde su puesta, segura, de quien lleva el sol en su centro. Estremecida, hago del río un espejo para beber la sed de quien se anuncia bajo las raíces. Nada escapa donde la precisión del vocablo conmina, acompasado, los sueños donde veo detenerse trenes mientras estallan frutos en su boca

La noche es un asalto de alucinaciones

Hay cuerpos que son mi cuerpo y penden del sonido que les sostiene

Vi en ti la sombra desnuda de tu cuerpo deslizarse frente al mío y volvías con marcas de sentencias azules contenidas para pintarme el cielo. La verdad es un animal sagrado que nos extiende los brazos para invertir la inocencia. Decido la noche como símbolo de resistencia mientras olfateo tus labios y la eternidad gira como ronda suicida, como cierta plegaria de ruego ante lo obseso que estalla y nos humilla

¿Me esperarás por siglos? ¿Me esperarás?

Ven conmigo al mar. Hay luz al traspasar las tinieblas y el corazón no calla

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