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Lucía Estrada, de lo imposible de la palabra a la memoria como gesto de existencia
Por: María Helena Giraldo González
La palabra, ritual privado o público, grafía que se transita en la vigilia o el sueño, nombra lo que somos: letra en el cuerpo que habla en nosotros. Y es que la escritura se arquea y cada cosa ocupó su lugar y su nombre, / revelando las palabras / su extraño alfabeto1 . Sin tregua, la vigilia nombra las cosas desde los signos que le procura el lenguaje. La ciudad tiene rituales, construye puentes, nombra ríos, tiene imaginarios que propician los desencuentros.
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Las cosas nombradas tienen un sabor conocido, signos consensuados. El agua fluye como siempre, el fuego arde y se expande por el aire. Tierra firme, voces conocidas; hombres que se abren como rosas y se cierran como adormideras, como si nada antecediera a lo nombrado. Las aspas del molino no se detienen en su eterno movimiento sobre el mundo. La piedra rueda y vuelve sobre la montaña, sobre la espalda de Sísifo. Él también obedece a las leyes de la somnolienta ciudad.
1. ESTRADA, Lucía. Continuidad del jardín. Palabras rodantes. Medellín: Especial de impresores S.A.S, 2014, P. 42. Todos somos Sísifo. Todo escrito en el reloj sigue la sed del tiempo, tiempo lineal que obedece a las leyes del lenguaje, transcurrir monótono de las palabras que se traen desde la cuna. Sílaba a sílaba el abecedario de las horas, lo escuchado, lo aprendido. Pero hay palabras que se imponen, otros acentos, otras voces, y lo que siempre se nos hizo cotidiano nos revela otras aristas. Nada se revela más oculto / que lo cercano, / aquello que miras sin mirar, / las palabras dichas / desde siempre, / los trazos de una caligrafía / abierta2 .
No es unívoca la relación significante significado, aquí radica la crítica de Lacan a Saussure. La poesía de Lucía Estrada tiene múltiples niveles de significación. Voces extrañas se dejan oír cuando el ángel llega, la ciudad oscurece y va tomando las formas del deseo y el tiempo primigenio resplandece en el sueño que guarda códigos, secretos de un río milenario profundo golpeando sobre el vientre de la tierra; caminos con nombres diferentes, ciudades legendarias, reyes idos, otros tiempos, otros miedos floreciendo en
2. ESTRADA, Lucía. Las hijas del espino. Medellín: Hombre nuevo editores. Segunda edición, 2008, p. 61.
el papel en blanco que flota sobre las olas. Palabras que todavía no se han dicho. Van a decirse… todas las palabras, las del principio, las de la muerte… derribarán los sarcófagos del oído y la lengua3 . Otros orígenes, otros animales durmiendo en la palabra, y Lucía explora delirios, naufragios, alucinaciones. Quien busca / se sumerge en lo imposible. / En la belleza de ir / tras un animal que ha muerto / y del que sólo / permanece su sombra. / Quien encuentra / nada encuentra / salvo el fantasma de lo que fue / antes de que se iniciara la búsqueda4 . Un animal muerto es la palabra, un fantasma de lo
visto y simbolizado. El deseo es lo que nos rescata del abismo5 .
Fisuras por las que se filtra el inconsciente, resonancias que permanecen y que nos impulsan a la búsqueda que se relanza a lo indecible. Y accedemos a otra ciudad submarina cuando la imagen en el espejo se rompe multiplicando los rostros, las huellas del anfibio que se subleva en las venas, la serpiente alada, todos los animales que duermen en el hombre, lo anterior, lo futuro, sus extravíos para pronunciar la palabra que creíamos y que no es, solo vestigio de la vigilia.
El silencio, una cuerda que se intenta templar en el esquivo viaje de las alucinaciones. La línea finita del tiempo se rompe y lo infinito se abre a la noche. Nos exiliamos por voluntad propia. Un pedazo
3. ESTRADA. Continuidad del jardín. Óp. cit., p. 25. 4. ESTRADA, Lucía. El círculo de la memoria. Lima: Lustra editores,2008, p. 31. 5. ESTRADA Lucía. La noche en el espejo. Bogotá: Subdirección de la imprenta distrital, 2010, p. 21 de nosotros mismos surge como algo ajeno que no podemos asir, está más allá de las calles que acostumbramos a tomar, de los sonidos que reconocemos, de las palabras repetidas, de los puertos a los que llegamos, sin que el asombro resquebraje los mapas, los códigos que nos sirven de guía, porque todo se hace tan natural que no hay sobresaltos.
Pero cuando se disuelve la vigilia, nos hacemos viento que el destino arroja al polvo, a las olas, e intentamos escribir lo indecible cuando la memoria se acerca al vacío, a la caída, al abismo que se desvanece para nacer de nuevo. Nadie nos acompaña en el viaje, somos la hechicera Maiastra, la que se deja poseer por el oráculo, toma tu lámpara hecha con los misterios del mundo, con el polvo de los grandes muertos6. Inaugurales las alucinaciones que nos visitan. Nada es fortuito en la caligrafía del sueño.
En Maiastra (2001) la fuerza de la palabra nos arrebata, somos visitados por ella, que nos enfrenta con un destino anterior a nosotros. Somos todo lo que existe bajo el firmamento, las bestias en las que nos transfiguramos son el origen de todas las llegadas y partidas; los vientos, la señal que delata al corazón. Desnudez ante un acertijo pronunciado en la noche, en el silencio, al comenzar un viaje, al terminarlo; quedamos sorprendidos, los mismos sonidos que nos nombran persisten.
Los viajes socavan la carne, los huesos, los dientes; atravesados
6. ESTRADA. Continuidad del jardín. Óp. cit., p. 17. nuestros cuerpos por el mismo canto, un canto que viene desde adentro, desde la otredad, marca del azar o del destino. Amarrados al mástil, a las olas, apenas respirando los nombres, los signos que se cuelan por las rendijas del tiempo. ¿Cómo escribirlos en el poema? El secreto a punto de asomar, pleno de luz el abanico de las palabras imposibles.
La noche apenas inicia. ¿Cómo desentrañar el brillo del relámpago, el brillo de la palabra que se busca? ¿Cómo acercarnos a la belleza suma del mundo, correr los cerrojos de la pesadilla para descubrir un punto de luz en el universo y hacer caer la palabra que nos ofrece Lucía Estrada como un vino añejo que bemos sorbo a sorbo? Escritura tatuada en la sangre, en los poros, en las voces de la memoria, en los círculos del tiempo. El aire enrarecido y el asombro… ¿Dónde entonces leer el mundo? El corazón vuelve estremecido sobre sí mismo y se repite: “El propio corazón es el oráculo7 .
Maiastra es la esencia de la revelación, el oráculo por resolver. El rostro que desciende de todo lo que existe, el silencio que acompaña los encuentros. Y en esta búsqueda se entiende que somos los mismos, los de antes de iniciar el viaje (…) - nada ha cambiado entonces-. No, es el mismo rostro, el gusano que antes era estrella, una misma voz en ambas bocas, nada ha cambiado8 .
Ahora nos queda claro que la incertidumbre volverá a tocar con
7. ESTRADA. Las hijas del espino. Óp. cit., p. 49. 8. ESTRADA. Continuidad del jardín. Óp. cit., p. 20
insistencia la puerta, y le abriremos de nuevo, penetrando en la profundidad de la noche, alucinando con una palabra que está ausente y sigue ausente en un silencio que duele. Y el papel sigue en blanco. La que no se ausenta es la otredad que invade la conciencia. Como recuerdo lejano, lo imposible, que no se puede rozar con el dedo, ni respirar, ni ver con los ojos abiertos.
Es con los ojos cerrados, con una sensibilidad inédita que Lucía Estrada sobrevuela el vacío como un águila que toca la infinitud del tiempo. Ella se resiste a abandonar la hoja en blanco y nosotros nos hundimos de nuevo en su poesía. Otras visiones, otros hombres, otras ciudades que se levantaron y habitamos y allí sigue para reivindicar en el poema su voz, su estilo, su deseo puesto en la poesía. Es nuestro turno (...) redimir la noche, mezclar su escritura y comprender 9 .
Ante el candil la escritura permanece como posibilidad; ante el candil todos los reyes que el tiempo ha sepultado, todas las mujeres que intentan tejer su libertad, su nombre; sus manos atizando el deseo en su lento trabajo de tejer la palabra, y una sigue sin comprender. Y es que después de transitarse una misma en la palabra, nos damos cuenta de que no somos Maiastra, que solo las palabras “reinas de sí mismas, son Maiastra10 .
Somos su tránsito misterioso, no la región de la espera11. Sabrás también (…) que cada búsqueda
9. Ibid., p.23 10. Ibid., p.26 11. Ibid., p.26 / tiene su lámpara, / todo camino su límite, / toda sabiduría / su árbol de inocencia12 .
Lucía Estrada sufre la palabra, va tras la que le falta al poema y que huye por caminos quebradizos, laberínticos. En Las hijas del espino (2005) sigue la urdimbre de la araña que teje; se pregunta por sí misma, por el eterno femenino, y en medio de las búsquedas, ella misma es las mujeres arrojadas al fuego, las que se sublevaron e inventaron nombres nuevos. Es la entraña de todas las que se han revelado, siendo ellas el deseo o la muerte. Intuye su tragedia y paraíso, su insumisión.
La poeta evoca, pulsa, teje lo invisible de estas mujeres tocadas por un signo de locura y sueño, tejedoras del insomnio y la búsqueda. Mujeres silenciosas o valientes. Hurga en los espejos, y otras mujeres vuelven sus rostros; surgen lugares inciertos en los que nacieron. Intenta ponerse en la piel de ellas, su caminar, el aire que respiraron o las hogueras que encendieron el fervor de sus señales.
Lucía deja las membranas de todas las mujeres que se deslizan por su piel, las heridas guardadas, las revelaciones de la luz o la oscuridad en un verso que no se deja asir y la conduce a catedrales hechas con hilos de araña como le gusta decir. Cena con el misterio de las mujeres que se han revelado en pleno medio día, las que vigilan la noche, las de los arrebatos y guerras. Es que la poeta es todas las mujeres, su historia, el grito desgarrador de la noche, un silencio rodeando su rostro por venir.
12. ESTRADA. Las hijas del espino. Óp. cit., p. 53 Su poética es la prolongación de la eternidad en un instante que se pierde en el nombre antiguo de un dios avaro con el verbo. ¿Cómo arrebatarle a la eternidad un sonido, unos fonemas a la insomne noche?, ¿cómo seducir los nombres de las cosas, sacarle ese sinsentido que atraviesa los párpados? Se escribe con toda la piel.
Igualmente, en ese intento de nombrarse de distintas maneras, contra la obediencia ciega del lenguaje, se abandona a los indicios de su intimidad; desgarramiento y fascinación por la poesía, aunque siempre se encuentre con los mismos tropiezos por la polifonía de la palabra, siempre entre líneas, siempre entre fugas. Tanto caminar en el mismo laberinto y todavía no se reconoce la piedra en la que tropezamos una y otra vez13 .
Lucía navega incisiva en un río primitivo en el que se atreve a bucear, arriesga su cordura, se adentra más; la respiración agitada, la oscuridad, la pesadilla. Próxima a todos los precipicios, todo su ser expuesto al ahogamiento en busca de una palabra que nombre el mundo. La escritura es una pesadilla que el verdadero poeta sigue soportando hasta que vuelve a ser polvo.
Esculca las heridas vegetales del lenguaje, las ausencias de sí misma, las palabras que traen el fuego, los viajes, los ríos ocultos de su propia lengua. Abre los sarcófagos de los reyes, sus pertenencias milenarias. La acompañan los ángeles de Rilke, buscando una música lejana que llega a su lengua, a su oído. Hay jardines en su poesía,
13. ESTRADA. El círculo de la memoria. Óp. cit., p. 70
semillas de luz, robustos árboles, aves fabulosas. Todo galopa en sus sienes, el pasado y el presente. Sueña con la palabra que la lleva a otras latitudes, calibra su paciencia, su obstinación. Olas que agujerean el tiempo, abren y cierran pasadizos. ¿A quién robarle la palabra como Prometeo el fuego para dárselo a los hombres? ¿Será que la palabra sí cumple su misión en estos tiempos de penuria?
Palpitan en su corazón todos los cortejos fúnebres, todos los dioses tocados por la palabra candente que va más adelante de ella, pero no se cansa, no cierra la página. Un cabello cae, el canto que estremecerá la noche nos llega, a lo lejos bullen sonidos.
En la noche que avanza, intenta dar luz al poema esquivo, perdido, materia deleznable que sostiene su hondura: la cadencia de las musas ausentes. ¿En dónde encontrarlas, a dónde ir? Lucía se sustrae de ese contexto cotidiano de nombrar las cosas, prefiere ir ciega porque su poesía no es ligera. Su poesía es como un canto de sirena que hace su llamado y uno se deja llevar y se pierde. Nos envuelve en cada palabra con su música y estamos perdidos y no hay retorno. Náufragos, no entendemos por qué deja espacios vacíos a propósito. Habita los universos que reinventa. Es una especie de oráculo su poesía, un oráculo por descifrar, y repetirá de nuevo, hasta la saciedad intentando comprender que el corazón es el oráculo.
La persistencia, que es su cómplice, la acompaña a visitar lo que hay y lo que hubo antes de ella, los árboles ya nombrados, la manzana que Adán comió en el paraíso. Avanza sobre el invierno para indagar en la lluvia, en la gota que se filtra por las fisuras de la realidad cotidiana, en el movimiento de la luz o en el rumor de las cosas que vemos.
Más allá de la apariencia de las cosas, otra voz, su voz, desciende por su propia extrañeza. No se conforma con ver el mar y escribir sobre él, ver las montañas y extasiarse en el verde. Como Tiresias, prefiere ir ciega para ver en la profundidad del mundo inconsciente. Abandona la vigilia para acercarse al abismo. No se resiste al espanto que está más allá de su sangre.
Ella despierta a la memoria, se aferra temblorosa a la piedra o al cuerpo infinito de la palabra para volver al silencio, un paisaje más interno el que busca, más profundo, más arcano. Hundirse en el reino de la noche y la magia, donde no hay certezas, solo la búsqueda que el deseo alimenta.
Columnas de humo la invaden, pero no se detiene. Persigue la esencia de las cosas en el fuego y la ceniza para pulsar un nombre
desconocido, un acierto para el poema; aunque los cuervos la esperan, ella contiene el aire, y continúa. Y en un monólogo que no tiene fin se dice: todo nos viene de nombrarlo / de creer en lo que no se conoce, / en lo que juzgamos niebla y abismo14 .
Aparecen las máscaras con las que se vive, cárceles que tiene el lenguaje, de las que una cree salir, pero una y otra vez se vuelve a ellas. Y en esas ceremonias de inmolación y libertad salimos heridos. Destino o azar nos golpean antes de entrar a su poesía. No temiendo merodear en la locura, escribe con vehemencia lo que le dictan las musas. Tampoco se intimida cuando desciende sobre las runas, para decir de nuevo: — Todo lo ha devorado el invierno / y el jardín de rojos tulipanes en el / que ocupé mis manos / ha iniciado su descenso definitivo15 .
Y en ese descenso acierta a preguntarle al tiempo, a las bestias que aparecen al abrirse las visiones, si es preciso abandonarse. No responden. En su naufragio una roca detiene su paso, hay un límite, no hay perfección, solo aproximaciones a lo que buscamos en el árbol de la vida. Aun intuyendo que la búsqueda de esa palabra anhelada no llega, pero insiste, teje sobre el olvido, pero es nuevamente desgarrada por el lenguaje; aun así, también desgarra el lenguaje y le da una dimensión nueva, vital, no se deja atrapar en el devenir lógico de las palabras, prefiere perderse en sus orificios para alcanzar en su brillo fugaz lo ilógico de sus obsesiones, el exilio
14 Lucía, Continuidad en el jardín. Óp. cit., p. 49 15. Ibid., p. 40 de los conjuros de la noche, que son su mejor voz.
Escribe para retar al destino que la hizo poeta, destino que no puede abandonar. Enciende la lámpara y alguien que está en ella padece en el silencio o el silencio le permite acercarse a los demonios y los dioses que llegan a compartir el vino a la serpiente que la tienta. Alguien la impele a que cese la búsqueda, la impaciencia que obtura los indicios que asoman con el paso de las horas. Su mano tiembla, el lápiz, la tinta se resigna, se seca aguardando a que el poema surja en lo terrible de la espera. Su boca al acecho; se acerca a las hojas, a la herida, a los excesos, pero prefiere resistir en ese eclipse de los desencuentros.
El lenguaje tiene sus rastros en la blanda carne de las visiones. Ella los deshace, deshace el peso del árbol que esconde sus raíces, no las expone, solo vemos su vuelo sobre lo imposible. El polvo de los caminos atraviesa su vista. ¿Y detrás del polvo qué queda? La lluvia, las huellas de los pies que caminaron largas distancias. Descalza, desnuda; así atraviesa los espejos, el territorio de los espantos. La distorsión de los espejos la delata, delata todos los rostros del tiempo, la incertidumbre y el temblor, la roca dura del lenguaje. Tiene que socavarla para adentrarse en las huellas del hombre y la serpiente, la manzana mordida y los labios temblorosos. Su piel queda adherida a la roca o a la proa de un barco. Aun naufragando llega al destino, no detiene la pluma. Antes de todo, antes de nada, el relámpago ilumina los caminos. Hay que ser otra, la que escribe desde el abandono.
Para que un poema sea vigoroso tiene que producir herida, una herida de la piel y del ánimo, una estocada en el centro de una misma; es sentir la fatalidad en la sangre, en la lengua. Estar atada al comienzo del camino para recorrer las tumbas de los antepasados, visitar el infierno, excavar las cenizas; trazar senderos, estar atenta a las señales, al asombro, porque no sabemos qué nos espera. Lucía Estrada siempre a la intemperie, “siguiendo la línea de lo imposible”16 .
Y la línea de lo imposible la volvemos a constatar en muchos poetas. Alejandra Pizarnik en El infierno musical (1917), en el poema Piedra Fundamental, señala la complejidad del lenguaje: No es esto, tal vez, lo que quiero decir / este decir y decirse no es grato /. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces/17 .
Para Pizarnik la música está lejos de nosotros, la música que perseguimos y no escribiremos. Lo que buscaba era los nombres precisos y preciosos de su deseo oculto, como diría ella; intuía que la palabra verdadera era indescifrable, estaba lejos, perdida, inalcanzable. La poesía es subterránea, febril, no hay manera de asirla en su totalidad. Igualmente, Onetti siente que el ejercicio poético pone en crisis su relación con su obra, le genera angustia la imposibilidad de tomar el lenguaje.
Lucía Estrada también encuentra imposible la palabra. Sin embargo, en La noche en el espejo (2009), además de insistir de nuevo en la multiplicidad del lenguaje, en los avatares de su propia palabra, también se interesa en nombrar las distancias que nos separan del
16. Ibid., p. 55 17. PIZARNIK, Alejandra. El infierno musical. http://katarsiis.rottennass.com
Otro. En ese diálogo, hay un camino de retorno. Nuestro diálogo es el inicio del viaje, su silencio el camino de retorno18 .
No alcanzamos a decir lo que queremos; tampoco alcanzamos a comprender las palabras que vienen del Otro, lo que nombra. La palabra sigue estando en la línea de lo imposible. Tan cerca y tan lejos de la palabra; el abismo nos separa de esos otros que somos, solo eternidad en un corazón que se levanta como una totalidad fragmentada en infinidad de espejos que celebran la incertidumbre.
El ángel nos visita en el dolor del poema, alumbramiento en la sombra, el cuerpo se contorsiona, nos prepara para el instante; una palabra en clave anuncia los rostros de la muerte y la luz. Llegamos y nos perdemos de nuevo, por eso debemos estar atentos a la señal antes de volver la página, en cualquier lugar nos aguarda el ángel que nos convoca en medio de la urgencia.
En Los cuadernos del ángel (2010), dirá que nadie entiende el lenguaje de los otros, solo nos dejamos llevar por el sonido de una campana inexistente. Solo exilio, solo vacío y silencio. Y en su escrito sobre Rilke o la pregunta por el ángel, nos va a decir: Enfrentar nuestro destino, resistir de cara al ángel, permitir que despierte definitivamente en nosotros aquello que intuimos19. Lo que intuimos al
contemplar la luz en la oscuridad o al percatarnos de las sombras en la claridad; las rosas no son sin las espinas, la escritura no es sin la pregunta por la verdad, ¿pero cuál verdad?, la verdad es mentirosa, es una ficción que nos creemos y en la que el poeta verdadero se sumerge; arriesga todo en busca de su voz más íntima que irrumpe en el alba como en el ocaso, al medio día como a la media noche.
Para Rilke: Ser artista quiere decir no calcular ni contar: Madurar como el árbol, que no apremia a su savia, y se yergue confiado en las tormentas de primavera, sin miedo a que detrás pudiera no venir el verano.20
Nadie sabe cuándo el poema, entre línea y línea de la vigilia, agitará la sangre hasta crispar los dedos y lenta la respiración será una serie de instantes que parecerán eternos.
La paciencia lo es todo dice Rilke, y Lucía Estrada lo sabe, sabe que la verdadera poesía nace de los extramuros de uno mismo, que resistir lo es todo, resistir a la mediocridad, a la crítica, que muchas veces es el termómetro que mide las falencias, que mide las lecturas que se hacen, convirtiéndose estas en horizonte abierto, que nos permite distinguir lo que sí es poesía, y abre caminos para cultivar un estilo propio.
Lucía, como los poetas excelsos, ha bebido de grandes poetas como Rilke, a quién siempre ha admirado, así como de otras grandes poetas. Olga Orozco se ha cons-
18. ESTRADA. La noche en el espejo. Óp. cit., p. 53. 19. ESTRADA, Lucía. Cuadernos del ángel. Medellín: Sílaba editores, 2012, p. 54. 20. RILKE, Rainer María. Carlos a un joven poeta. Madrid: Alianza editorial Madrid, 1987, p.101.
tituido en un referente para la poeta por la lucidez de su poesía, su interés por la oscuridad. Coinciden ambas en la recuperación de la palabra mítica, sagrada.
En el libro La oscuridad es otro sol, Olga Orozco nos deja entrever lo que para ella constituye la poesía: Lanzarse a la oscuridad para descubrir la iluminación, acercarse al abismo y dejar de ver para encontrar la que se halla en lo invisible de un mundo fragmentado y alucinatorio...En otras palabras, escarbar en la memoria para descifrar y celebrar la otredad.21
Otra poeta a la que admira Lucía es Marosa di Giorgio; su obra Los papeles salvajes está rodeada por la magia, el asombro y el alumbramiento. Ana María Cobos Villalobos (2010) resalta su poesía y va a decir que no se detiene en la imagen de lo que ve, prefiere inclinarse sobre el verbo, para ir de una palabra conocida a la invocación de la oscuridad, de la magia, del tiempo y la memoria.
Esta misma vía escoge Lucía Estrada, se hunde en las raíces con su voz más esencial, el grito, y una secreta voluntad tejida en un tiempo que se pierde y retorna; solo queda la intuición que vuelve a ser vacío, porque la palabra que busca el deseo está en las coordenadas de lo hermético. La intuición del instante de Bachelard, va a referirse a que la duración no existe. El pasado y el porvenir son vacíos que cobran forma gracias al punto negro del instante.22
21. STRACCALI, María Eugenia: Ola Orozco. También la luz es un abismo. Buenos Aires: Emacé editores, 1995, 236 22. COBOS VILLALOBOS, Ana María. Misticismo y naturaleza en los Papeles salvajes de Marosa de Giorgio, Bogotá: Pontificia UniverY ese instante efímero es una epifanía, pero también en la epifanía algo se escapa. El mismo Joyce habla sobre la imposibilidad del decir. No hay discurso, imagen o anatomía que logré acercarse a la roca impenetrable del lenguaje, solo fracturas, fantasmas; el deseo nos salva y nos condena a lo imposible, está más allá de nosotros.
Lucía Estrada movida por el deseo desciende al magma de la palabra, asciende de nuevo para volver a sumergirse. Entra desnuda para bordear el verbo, habitarlo, olerlo, saborearlo, y aun así está en el comienzo, solo fragmentos de él nos regalan los dioses. Entonces hay que volver, una y otra vez, y muchas más, sin desfallecer. Comprendemos entonces, que estamos de nuevo afuera, el deseo siempre a la intemperie nos acompaña en la oscuridad del lenguaje.
La línea de lo imposible, cuando leemos, cuando escribimos; no alcanzamos la palabra precisa, se escapa y nos dejamos ir por túneles secretos, el laberinto del Minotauro nos devora, la palabra nos devora, desgarra nuestro vientre, siempre estamos donde no queremos estar, solo la muerte acalla el canto del ruiseñor.
Para Freud el hombre está esencialmente desgarrado, abierto sin cesar a algo diferente de lo que imagina ser. En el inconsciente los dones de las musas nombran lo que somos, pero quedamos cortos en el intento de asirlo. El encuentro con ellas es una mirada hacía la neblina y los fantasmas, quienes inabarcables e invisibles se preci-
sidad Javeriana, Facultad de ciencias sociales, carrera de estudios literarios. Enero 2010, p. 43 pitan desde el olvido y se imponen en el decir.
Lucía Estrada, desde el deseo vertical que la convoca a la desobediencia, no rescata el verbo, lo disecciona, porque no existe lo absoluto, existen instantes anteriores o futuros que se recrean. Se libera a sí misma, aun sabiendo que lo dicho o escrito, siempre generará malentendidos, desgarramientos.
La poética de Lucía Estrada está atravesada por una búsqueda constante sobre la mujer, la noche, la magia, y la palabra. Consciente de lo que no tiene nombre, persiste desde las marcas del lenguaje sobre su cuerpo. Desde ahí escribe, desde la letra que le pertenece como impronta. Sabe que la palabra precisa y preciosa no es posible alcanzarla como anhelaba Pizarnik, tampoco la palabra que viene del otro.
Pero como nada permanece estático, la ciencia contrasta nuevas hipótesis, la filosofía abre otras vertientes ontológicas, la poesía no se queda atrás. El poeta, igualmente explora. Y eso hace Lucía Estrada con su nuevo libro, Katábasis, tiene otras búsquedas.
En Katábasis (2017), su acto creador ya no remite a lo imposible de la palabra, prefiere descender con ahínco en las coordenadas más imprecisas de su ser. Excava lo que hay de sal y arena en el rodar incesante de su grafía. No sabe a dónde la conduce la maraña de ríos que confluyen en el laberinto que ella misma es. En la oscuridad todo se hace más denso, más íntimo; la sangre siempre está en las profundidades: La fra-
gilidad, la cofradía, la hermandad, el agradecimiento.
Su lenguaje abre otras esferas distintas a las que nos tenía acostumbrados, una veta no explorada antes. Desnuda sus raíces, se atreve a decir: “De algo estaremos a salvo. Aquí adentro nada que no esté desde antes con nosotros puede herirnos”23
Tiene conciencia de que no es afuera sino dentro de ella que debe buscar la herida. Sabe que, al tropezar con lo imposible de la palabra, la tentación sería detenerse, pero se resiste y desciende peldaño a peldaño, ciega y muda. El silencio que la acompaña no es el de la creación, se siente petrificada en las aguas oscuras de la inconsciencia; en medio de la perplejidad.
En este libro explora sus raíces, los fantasmas; la heredad, la hermandad; rescata la rama zahorí como heráldica: “Nos hemos alimentado de la misma sombra, las mismas visiones ocupan nuestros sueños”24
Aquí la memoria, la sangre alimenta el tiempo; nada podrá cambiar los lazos indisolubles de la cofradía, solo la muerte. Ella intuye esas marcas impensadas que deja la voz, la mirada, la boca que todo lo sacia, la boca que no acata a decir nada, la fragilidad o la entereza de los suyos.
Bellamente, describe ese padre que se funda en el imaginario del que creía podía impedir el declive del mundo “Eras en el mundo el cerco que nos impediría rodar
23. 23 ESTRADA, Lucía. Katábasis. Medellín: Tragaluces editores, 2017, p. 40 24. Ibid., p. 41 hacia el abismo. Y aquí estamos, desnudos bajo el peso de nuestras propias carencias25 .
También llega ese momento de comprender las carencias del padre: “Este es el tiempo, padre, en que tal vez hayamos comprendido aquello que rodaba detrás de tus ojos secos, lo que mirabas sin mirar, lo que de angustia minó las paredes interiores y las cubrió de hiedra.26
Rescata el tiempo de la madre, esa que alberga y sostiene firme el brazo. “Al menor soplo de viento, oficiabas pequeñas ceremonias para alejar la tormenta. Yo te miraba desde mi estatua de sal, incapaz de mover los labios, devorada por la sombra desde el vientre hasta los ojos”27
También describe la fecundidad de la mujer que se hace hermana en el silencio. Por fin comprende que es el tiempo de ellos, no el de ella, sabe que debe seguir
La poesía nos alimenta aún a las puertas de nuestro propio infierno. Y en este sentido podemos catalogar la poesía de Lucia Estrada, a ella misma, como la mujer que avanza, que se resiste a perecer: “Resistir porque existe el mar y dos o tres cosas que sostienen su pulso sin consultar a nadie”28 .
No retrocede ante lo real, ante las ruinas de lo que permanece como vestigio de lo que fue y es. Silencios no agotados, pasos que se repiten, rostros que permanecen, palabras que no remiten a nada; quedaron incrustadas en la piel,
25. Ibid., p. 43 26. Ibid., p. 43 27. Ibid., p. 45 28. Ibid., p. 52 en la sangre. Queda Lalengua, que no remite a otro significante; sin embargo, se vuelve marca que permanece indeleble en el tiempo.
En Katábasis, habita el naufragio que lleva, la herida. Lucía abandona el confort de la palabra y desciende al horror de lo que es ella misma. Rasga los velos, sus múltiples ropajes; rasga el propio vientre. Un descenso al inframundo, perderse en sus laberintos. Navegar por los mares subterráneos en plena noche, en las tempestades del alma: “Sí, al final sólo quedan las manos, su quietud de hueso, prueba de que hubo algo, ni grande ni pequeño, abriéndose a la noche, sucediendo sin testigos”29 .
Sin testigos se da el descenso, bajando a contraluz, un viaje en solitario para encontrarse con los fantasmas que avivan la soledad. Hay que naufragar para que la lluvia caiga incesante sobre nuestros ojos. La sangre tiene sus designios.
Lucía Estrada en katábasis, se desnuda de todo lo que traía, hurgando más allá de la palabra misma, para que la memoria se haga gesto de existencia, para descubrir la inocencia de su verbo, memoria viva de los desencuentros.
El poeta Eugenio Montejo en su ensayo sobre Ungaretti va a decir que la memoria será útil para reencontrar la inocencia, porque es a fuerza de memoria como uno se haya o tiene la impresión de hallarse inocente.
La poesía de Lucía Estrada la podemos catalogar en palabras de Octavio Paz como la casa del movimiento perpetuo, movimiento que asocio con la incursión en temáticas siempre distintas, per-
29. Ibid., p. 54
cepciones de sí que van llegando a otros niveles de conciencia, de movimiento interior que desciende salvaje en busca de su propio hueso, el de la heredad, lleno de belleza, que se deletrea en su latido, en el verbo que permanece en la feroz fugacidad de lo que somos. Descender peldaño a peldaño a su propio infierno.
Por eso es necesario regresar a casa, bajar los peldaños, romper lo que ya no se sostiene: “Escribo para darle forma a la muerte, pero también a los pájaros, cruzan el cielo en lentas migraciones…Algo quedará en la página. Una estrella invisible, un mapa de agujeros negros, un grito sumando a la voracidad de otras aguas, de otras oscuras navegaciones”30
Lo que queda es la memoria, testimonio de lo que permanece y cae, de lo que fuimos y de lo que somos. Y Lucía Estrada no lo deja muy claro en su poética, en ese quehacer que define su existencia.
Desde muy joven, su hermano Pedro Arturo Estrada, también poeta, la introdujo en la poesía y un día su padre le dijo: “¡Ay, ya le está metiendo a la niña esas tonterías en la cabeza!”.
Oriunda de Envigado, Antioquia. Es una de las poetas emblemáticas de Colombia. Ha sido traducida al inglés, francés, alemán e italiano. Ha publicado varias antologías: El Ojo de Circe (2007), El círculo de la memoria (2008), Continuidad del jardín (2015). Su obra ha sido publicada en Granada y (2014) en Palabras rodantes. En el (2017) La noche en el espejo fue publicada en España en la Editora regional de Extremadura y había sido publicado cuando ganó el premio Ciudad de Bogotá (2009), premio
30. Ibid., p. 61 que ha vuelto a ganar en el (2017) con la obra poética Katábasis. Igualmente, ganó el premio de ciudad de Medellín (2005) con Las Hijas del espino.
Su escritura seguirá ahondando en las coordenadas del ser, que como acto creativo no se piensa. Y los psicoanalistas seguirán acercándose a los poetas, a su escritura enigmática, para dejarse enseñar por ellos.
BIBLIOGRAFÍA
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------------------------Katábasis.
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------------------------Las hijas del espino. Premio Nacional de poesía Ciudad de Medellín.
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