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Notas y preguntas acerca de los cuerpos remotos del análisis

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Perla Telias

Perla Telias

Notas y preguntas acerca de los cuerpos remotos del análisis

Leonardo Leibson

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La pregunta acerca de si es posible el psicoanálisis por medios tecnológicos, -on line, o “remoto” como se dice- es una extraña pregunta. Porque, en los hechos, hay análisis que se efectúan así desde hace muchos años. O sea, hay algo que sí viene siendo posible. La cuestión no es, por ello, si es bueno o malo, correcto o incorrecto, etc. La pregunta podría ser, a partir de la experiencia que estamos teniendo, qué pasa y qué no pasa con este modo de nuestra práctica.

Dado que, curiosamente, si bien estos análisis por métodos remotos se realizan desde hace mucho, lo que tal vez no hay (al menos no hay en cantidad considerable) son reflexiones acerca de los efectos, específicos si los hubiera, de esa práctica. O, en todo caso, preguntas a partir de esa experiencia: ¿es idéntico al presencial? ¿Es más o menos conveniente? ¿Si no es idéntico, en qué se diferencia y cuáles son las consecuencias de esas diferencias? En particular, me intriga descubrir cuánto de la presencia de los cuerpos se da por la presencia física y cuánto a través de otras cosas.

Una premisa que hemos planteado en otro lugar es que el analista es el dispositivo. Esto hace que, con perdón de la tautología, la función del analista como tal es algo que se presenta allí donde haya un analista en funciones. Entonces, ¿qué del cuerpo del analista es atinente al dispositivo analítico? Porque, y esta es una segunda premisa, el analista no es sujeto pero no es sin (algo de) cuerpo. La cuestión es cuánto y sobre todo qué sería ese “algo de cuerpo” que se juega en su función.

Por otra parte, comprobamos que si podemos poner entre paréntesis o a un costado los prejuicios acerca de lo que estaría bien o mal, de lo que siempre se hizo -supuestamente- y de lo que debería seguir haciéndose, puede surgir el interés por descubrir cuánto de la presencia de los cuerpos se da por la exclusiva presencia física y cuánto a través de otras cosas. Dado que el cuerpo no es solamente la carne vibrante, pero también lo es.

Por ejemplo, sabemos que la pulsión tiene algunas vueltas extrañas. Podemos así interrogarnos acerca de qué pasa con los objetos de la pulsión 95

en estas circunstancias remotas. La voz y la mirada, ¿qué transmiten los "medios audiovisuales" de eso? También la impresión de que el silencio no opera del mismo modo, así como el declinar de la mirada (apagar la cámara, o sólo por teléfono).

Es compleja la cuestión, cuál es la articulación entre el cuerpo del analista, su presencia de intervalo, y el goce del analista. Aunque esto último habría que definirlo más precisamente. La asepsia es para los virus y para los cirujanos. No creo que nos sirva a los analistas. Abstinencia no es lo mismo que asepsia. El análisis es una práctica más bien sucia, llena de desechos, detritus y fallas. Por supuesto, la cuestión es lo que hacemos con eso, a partir de lo que eso hace con cada cual.

Otra cuestión que es tangencial y a la vez central. Varios analizantes plantearon que carecían de un espacio-tiempo con un mínimo de privacidad para llevar a cabo su sesión remota. Una duda es cuánto hay allí de resistencia, a veces incluso de excusa. Y cuándo eso se vuelve un impedimento infranqueable. Podría argumentarse que en esos casos se puede tener la sesión por medios escritos, y así se ha dado en algunos casos. Por ejemplo, un joven que convivía con la presencia ilimitada de su madre y que sólo podía tener un poco de privacidad enviando mensajes de texto a su analista. Hay tantos pacientes que nos traen sus escritos y sabemos todo lo que surge de ahí. Asimismo, los efectos analíticos, efectivamente, muchas veces surgen en los lugares y momentos menos pensados. Eso es propio del psicoanálisis. Sin embargo, ¿no se mutila así una parte fundamental del dispositivo que es la voz?

Consideremos la diferencia y la distancia entre el cine y el teatro. Éste de cuerpo presente, aquel con cuerpos remotos. Sin embargo, una pieza teatral a veces puede ser soporífera, así como ciertos efectos en el cine nos hacen estremecer o cerrar los ojos. Hace a la escena, pero el teatro no es lo mismo que el cine, menos aún el circo en vivo no es como la película del circo. La sesión online tiene mucho de efecto cinematográfico.

Además, no es lo mismo el encuentro en dos dimensiones que en tres o en cuatro. El cuerpo aplanado de la imagen, o incluso aplanado en el espacio virtual, carece de la dimensión extra que da el encuentro. Eso no lo invalida, lo hace distinto.

Pero hay algo que parece mucho más decisivo y sustancial. El hecho que trata de si la cuarta dimensión del cuerpo, su erogeneidad, se hace presente o no. O sea, lo que entrelaza, combina, roza, entrechoca, penetra o interpenetra, golpea o acaricia. La voz, la mirada, fundamentalmente, son vehículo de esa cuarta dimensión: resonancias, reflejos, brillos, oscuridades, ecos, silencios, entonaciones, pausas.

Otro detalle no menor: la co-presencia, la sesión presencial, no garantiza que algo de eso aparezca o se genere. Más aún: probablemente no sean efectos deseables en la habitualidad del decurso de un análisis. Pero tampoco son efectos evitables, Probablemente cuanto más se los quiera evitar peor se producirán.

Hay un toque distinto que a veces se produce y muchas veces no. O que se produce todo el tiempo pero sólo a veces se lee o se escucha. O pocas veces adquiere el poder de resonancia que efectiviza un “sentido real” de la interpretación o de la intervención del analista.

La cuarta dimensión, lo erótico, el erotismo del cuerpo, la erogeneidad, ¿lo gozante?, la presencia gozante del cuerpo “animal”, se suma al espacio virtual… o no.

Lo plano de lo virtual no necesariamente hace desaparecer estos efectos (como el cine con respecto al teatro, o la música grabada con respecto a la música en vivo). Pero algo se pierde allí, en el encuentro, al menos como potencialidad de ese encuentro. El abrazo, el toque, el roce, el olor, los detalles que sólo el “vivo” puede hacer surgir.

Para concluir, es muy sabido, aunque conviene recordarlo, que el análisis no es una “técnica corporal” ni una two bodies psychology. Pero ¿no es pensable que en ciertas ocasiones el cuerpo del analista (en presencia) impone una restricción y/o una objeción a la infinitización de la producción de sentido por parte del analizante (o del análisis en sentido amplio)? O sea, que esa presencia -distinta a la que Lacan señala en el inicio del tratamiento en el Seminario 19 -, ese otro modo de presencia que toma a veces la forma de una aparición fugaz y fulgurante, hace que la metonimia, necesaria en el devenir, pueda encontrar, por su propio funcionamiento y por el dispositivo analítico, una caída.

Entonces, cuando Lacan sostiene que la interpretación analítica debe poner en juego un “sentido real” (Seminario 22), ¿no implica que hay en eso una resonancia que desborda o limita la función de la palabra, o sea algo que apunta al límite del significante? ¿No está ligado esto al “cuerpo del análisis” (aquello que de la práctica del análisis toca y hace al cuerpo), no (sólo) en su aspecto imaginario sino en su dimensión real, o en su consistencia en el nudo, o sea el cuerpo como aquello que consiste en “un corte que preside su desmontaje”, lo cual es correspondiente topológicamente con el corte del objeto que escinde al sujeto?

En el dispositivo analítico hay dos cuerpos, uno articulado (dificultosamente) a un sujeto, el del analizante. El otro, del lado del analista, volcado a hacerse semblante de objeto.

Así, lo fundamental es que haya alguien que escuche... y no sólo algo. Y no sólo que escuche, sino que a la vez tenga la posibilidad de leer en lo que se dice. Tal vez ahí esté una de las claves.

Bibliografía

Lacan, J. (2012) Seminario 19: …o peor Buenos Aires: Paidós. Publicación original 1971-1972 Lacan, J. El Seminario RSI. Libro 22. Inédito (1974-1975)

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