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Adrían Kripper

Adrían Kripper

Transmisión y castración1

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El “eslabón perdido” es una expresión metafórica que nombra en el campo de la antropología el enigma del “salto a la hominización”. Resulta posible leer allí los efectos de un corte significante que pone en cuestión toda ilusión de continuidad o gradualismo.

Suele sostenerse con acierto desde el estructuralismo que el haber renunciado al problema del origen del lenguaje fue lo que posibilitó la constitución de la lingüística como ciencia. No obstante, la idea de un eslabón perdido donde se ubicaría en un punto de origen al mítico antepasado humano2 nos servirá para plantear algunas consideraciones acerca de las relaciones entre transmisión y castración, no solamente por lo que la figura del eslabón permite imaginar –un eslabón sólo toma sentido dentro de una serie homologable al modelo de la serie significante– sino también por la fecundidad que en el pensamiento psicoanalítico toma la idea de pérdida como modo de nombrar una eficacia de la castración.

La cuestión de la transmisión interesa al psicoanálisis porque le concierne como disciplina –¿cuáles son las vías por las cuales se transmite? ¿Cuáles las condiciones por las que alguien deviene analista?– pero también porque la idea acerca de la transmisión que se sostenga importa efectos en la dirección de los tratamientos.

Si el lazo social se sostiene básicamente en la función de la creencia compartida –la identificación recíproca de los yóes, según Freud–, la transmisión se refiere al fundamento que sostiene el edificio de toda creencia y de todo saber, la función de lo que hace marca, y las vicisitudes de la apropiación subjetiva de la marca en tanto su lectura, muestra que la cuestión de los efectos de transmisión se ubica de lleno en el terreno de la

1 Este material inédito fue generosamente seleccionado y cedido por el Dr. Agustín Kripper. Nuestra intención es que funcione como homenaje a Adrián, un gran referente que tuvo este hospital tanto en la trasmisión del psicoanálisis como en su clínica 2 En Tótem y tabú Freud propone una teoría de la causa a través de un mito que da cuenta de los efectos a nivel del sujeto de la apropiación de la “pérdida” –asesinato– de ese eslabón. 286

paradoja propia de la acción humana. Cuando Lacan nos dice “hagan como yo, no me imiten” queda situada una extraña articulación entre corte y transmisión. Si quizá la psicosis sea el efecto del fracaso de la transmisión, la neurosis deba entenderse probablemente como el campo por excelencia donde se despliega la cuestión de la transmisión en toda su dimensión de paradoja, desde los argumentos de la queja que anudan como anverso y reverso la falta de transmisión con la transmisión de la falta, hasta incluir también ese rechazo de la deuda simbólica que implica el discurso del sujeto pretendidamente autofundado. Es seguramente en tanto paradoja de la lectura de la marca que puede ser escuchado un sujeto que dice en su protesta: “Yo no puedo escribir nada valioso, yo no puedo ser original como fue mi papá...”. Lectura que hace impotencia de la imposibilidad: si no es como su padre no es original, pero si fuera original como el padre tampoco lo sería.3

La singularidad del psicoanálisis como disciplina determina para nuestro campo un no recubrimiento entre los términos de la enseñanza y la transmisión. Esta singularidad Lacan la interroga en el Seminario XI al ubicar en su reflexión al análisis entre la ciencia y la religión. También indican esa singularidad las condiciones particulares que Freud entendía como insoslayables para la formación de los analistas, tan diferente de la propiamente universitaria –la cual se bastaría con el término enseñanza–, a partir de su objeto particular –el inconsciente– y de la praxis que lo interroga. La condición del análisis del analista como el espacio de transmisión privilegiado, no obedece a ninguna cuestión ligada al dominio de la técnica, sino más bien a las relaciones del sujeto con la verdad –la cual no es el saber–, es decir, a aquello que Freud llamó convicción –que no es creencia–de la ex-sistencia del inconsciente.

3 Interesante cuestión que nos permite pensar que también es del orden de lo paradojal la formulación freudiana de El yo y el ello al examinar las relaciones del superyó con el yo: “Su relación con el yo no se limita a la advertencia: ‘Así –como el padre– debes ser’, sino que comprende también la prohibición: ‘Así –como el padre– no debes ser: no debes hacer todo lo que él hace, pues hay algo que le está exclusivamente reservado’”. Evidentemente aquí el debes es del orden de una pura interpelación que no indica qué es aquello que se debe. Corresponde al sujeto en su interpretación poner en su justo término las implicancias estructurales de ese algo que le está exclusivamente reservado.

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En esta interrogación, la cuestión del deseo del analista ocupa un lugar clave. Punto ciego, contratransferencia, han sido los nombres con los cuales se ciñó primeramente esa función que determina los alcances y los límites de toda experiencia del análisis: existe una articulación precisa entre deseo del analista y transmisión del psicoanálisis.4 Si la transmisión excede lo que resultaría de la enseñanza es porque lo que en aquélla está en juego no es tan sólo lo que se dice sino el decir en tanto tal, la enunciación.

Si un analista es, ante todo, un antiguo analizado, en la transmisión del psicoanálisis no se trata de ningún savoir faire, ningún saber hacer del orden de la indicación –los Consejos al médico... de Freud tienen un carácter de negatividad, dicen más bien lo que no hay que hacer que lo que se debería hacer, y, más aún, Freud les otorga el carácter de herramienta a la medida de su mano– sino de, tal como dice Philippe Julien, “saber estar ahí”, es decir: no hay transmisión sin transferencia.5

Si el psicoanálisis fuese una ciencia, no habría entonces problema alguno de transmisión, la transmisión no nos “haría falta”. Y si bien en el terreno de la ciencia es necesario el acto de la enseñanza y la comunicación de maestro a discípulo, el contenido de la ciencia –lo dicho, sus enunciados–no queda alterado por ello. El sujeto forcluido de la ciencia queda excluido, en rigor, del lugar de lo transmitido. Pero en la transmisión lo que está en juego es fundamentalmente una posición subjetiva. Tal como señala Lacan, si la alquimia no es una ciencia, es porque “la pureza del alma del operador era como tal (…) un elemento esencial en el asunto”.6

Siendo el deseo del analista una X, una incógnita en función de causa, se trata, en la formación del analista, de por qué vías se transmite un deseo que, transferencial, sin embargo apunta a su propio vaciamiento, es decir, lo que se llama trabajo de la transferencia y que tiene por fin su enigmática

4 “¿Qué tiene que ocurrir con el deseo del analista para que opere de manera correcta? ¿Puede dejarse esta pregunta fuera de los límites de nuestro campo, como pasa en efecto en las ciencias? El deseo del analista, en cualquier caso, no puede ser dejado de modo alguno fuera de nuestra cuestión, por la razón de que el problema de la formación del analista lo plantea. Y el análisis didáctico no puede servir para otra cosa que para conducirlo a ese punto que designo en mi álgebra como el deseo del analista” (Lacan, J., Seminario XI, clase 1). 5 Julien, P., El debate entre Freud y Ferenczi: saber cómo hacer o saber estar ahí. 6 Lacan, J., Seminario XI, clase 1.

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liquidación,7 lo cual resulta congruente con la concepción del inconsciente como corte, como lo que horada al saber.

Por lo tanto no es posible pensar la transmisión sin poner en juego el límite del que se sostiene todo efecto de transmisión y donde el sujeto se produce como corte. Dos referencias me servirán como apoyatura para situar este punto de articulación entre transmisión y castración.

En el primer caso se trata de un escrito de Enrique Kozicki, De la dimensión jurídica de la vida. Una presentación de Pierre Legendre, donde, al referirse a su posición de ser allí –pasaje al enunciado de las condiciones de la enunciación– quien difunde ante los lectores la obra de Legendre, dice:

“Si el autor de este trabajo no se diferencia de Legendre, no hay filiación. Se confunde con él. Legendre no hará escuela a través de él; no lo continuará, si no alcanza la diferenciación no se instituirá como eslabón. Si no quiebra la simbiosis, engrosará como adherencia el eslabón legendriano”.8

Se refiere luego Kozicki al hecho de que una verdadera filiación implica “alcanzar el estatuto de discípulo y no de epígono”, y agrega que “Lacan (…) en la relectura de Freud (…) ha logrado separarse, enriqueciéndolo, manteniendo el efecto de perplejidad provocado por el fino pensador vienés, efecto éste que la domesticación del psicoanálisis consigue desactivar en los tiempos que corren”.

El diccionario nos dice que “epígono” es el que sigue las huellas de otro, especialmente se dice del que sigue una escuela o un estilo de una generación anterior; en tanto que “discípulo” es una persona que recibe las enseñanzas de un maestro, acepta su doctrina y la difunde. Retendremos aquí la diferencia sustancial entre las huellas de otro y las enseñanzas de un maestro, y por lo tanto, la diferencia entre engrosar el eslabón de otro y hacer cadena –muchas veces éste suele ser el punto de detenimiento del obsesivo en la insuficiencia de su comprensión de la articulación entre el don y la castración–. La figura de la cadena –por ejemplo, la cadena de las

7 En El caso del señor Valdemar, E. A. Poe describe en estos términos lo que resta al final de la operación mesmérica: “Sobre el lecho, ante todos los presentes, yacía una masa casi líquida”, sólo que en este caso el resto cae del lado del sujeto y no del lado del hipnotizador. 8 El subrayado me pertenece.

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generaciones– si bien sugiere en primer lugar la idea de continuidad, no deja de indicar también ruptura, ya que los eslabones son elementos discretos y un eslabón se une a otro tan sólo soldándose sobre su propio corte –corte que actualiza en la repetición al “eslabón perdido”–. Sólo puede hablarse de cadena a partir del eslabón sucesor. Entonces, continuidad y ruptura de la cadena que soporta la transmisión: no hay transmisión sin corte, sin diferencia.

La idea de una cadena generacional de transmisión simbólica, que por esto mismo podría imaginarse como inmortal, es un planteo recurrente en distintos lugares de la obra de Freud.

En una carta a Marie Bonaparte, Freud le señala que la única inmortalidad que él conoce se refiere a lo que de sí mismo podría perdurar en ella, una vez que el propio Freud hubiese muerto.

Este triunfo del símbolo, condición propia del sujeto hablante por sobre lo efímero del viviente, podemos leerlo en un poema que Freud le dedica a Fliess con motivo del nacimiento del hijo de éste en diciembre de 1899: “…Que correcto sea el cálculo, como herencia del trabajo del padre se transfiera al hijo, y a través de la separación de los siglos se anude en unidad en el espíritu lo que se deshace en el cambio de la vida”.9

Freud discute en Más allá del principio del placer la teoría de Weissmann –quien diferencia en la sustancia viva una mitad mortal, el soma, y otra inmortal, el plasma germinativo, destinado a la reproducción– y establece analogías con los instintos de muerte, tánatos, como tendencia al retorno a lo inanimado, y de vida, eros, la unidad de lo animado, la tendencia a la unificación.

Esta idea de un elemento que se transmite de generación en generación queda también aludida en Moisés y la religión monoteísta, cuando, a propósito del mito del asesinato del padre de la horda primitiva, cita a Schiller: “Lo que inmortal en el canto ha de vivir, en la vida primero debe sucumbir”.

Ahora bien, ¿cuál es el movimiento por el cual el vivir atribuido a la inmortalidad del canto resulta de aquél que sucumbe en la vida? La

9 Freud, S., “Salve”, 29-12-1899.

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inmortalidad de lo simbólico es efecto de una operación de desdoblamiento imaginario que desplaza el límite que afecta a lo simbólico hacia el lugar del viviente. Se ficcionaliza así un simbolismo puro, sin un resto que le resulta éxtimo.10 Sin embargo, si en el psicoanálisis la muerte es un nombre de la castración, podemos decir que la vida de lo simbólico no es sin la castración operando allí: el canto no es sólo monumento –puro símbolo–, también es goce.

Quiero introducir aquí la otra referencia ya anticipada, para ponerla en relación con el texto de Kozicki. Se trata de la dedicatoria de Juan B. Ritvo en su artículo “Epifanías del nombre del padre y el trauma del nombre propio”, donde dice: “A la memoria de Miguel Ritvo. Que algo de la inflexión de su voz viva en la mía y se transmita a mi hijo hasta que se extinga, como todo”. Retengamos aquí que la continuidad que hace transmisión –en este caso referida a algo tan por fuera del campo del sentido como puede ser el objeto voz– queda advertida contra toda pretensión narcisizante de inmortalidad; no es sin su necesaria finitud.11

La extinción es así un efecto del trabajo de duelo.12 Me refiero a ese vaciado que se comienza a producir a partir del anoticiamiento de la pérdida. Proponemos entonces a la transmisión como la eficacia de un olvido logrado que el corte que implica cada eslabón de la cadena no hace sino repetir.13

La devoración por los hijos del cuerpo del padre asesinado no sólo significa la incorporación de sus atributos –y con ello el origen de la ley– sino también la incorporación del agujero que el propio acto del asesinato instituye.

10 Neologismo producido por Lacan para nombrar lo que resulta exterior e íntimo a la vez, de donde el sujeto encontraría en lo fuera lo que en rigor le es más íntimo. 11 Se extinga como todo: la lectura sin la coma es mía. La condición del don según Derrida, en tanto ajeno a toda reciprocidad propia de un simbolismo sin pérdida, es ser aquello que “se hace humo”. Cfr. Derrida, J., Dar (el) tiempo. Evocamos aquí la serie de TV Misión imposible, donde la cinta se autodestruía en cinco segundos. Siendo decisión del sujeto aceptar o no la misión, ya no resultaba entonces posible transferir a otro la imputación de su acto. Tomamos aquí imputación siguiendo a Kelsen como diferente del principio de causalidad. 12 “El examen de la realidad ha mostrado que el objeto amado no existe ya y demanda que la libido abandone todas sus ligaduras con el mismo” (Freud, S., “Duelo y melancolía”). 13 “Cuando un análisis llega a hacer de lo que llamamos ‘padre’ una posición desde la que es posible construir una diferencia (…). A veces (…) la distancia construida se resuelve en un olvido que no es represión” (Jinkis, J., “Más lejos que el padre”).

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Este hueco es el de la palabra, el don por antonomasia. Por eso, el silencio del analista implica dar la palabra, es decir, no sólo aquélla que como saber es supuesta por efecto de transferencia en el Otro –que el analista encarna en el dispositivo– sino la que advendrá como sorpresa en el hueco del inconsciente. El trabajo del análisis, entonces, al dar lugar a esta dimensión de la castración que implica el tomar la palabra como respuesta al don, puede ser, a veces, si hay encuentro fallido, vehículo de transmisión de la falta.

Esta transmisión de la falta se sostiene del punto de imposible recubrimiento entre el sujeto y el Otro sobre el cual pivotea toda la dialéctica de la alienación y la separación en la constitución subjetiva.

Este no recubrimiento pleno, este no todo entre el sujeto y el Otro –y su incidencia sobre la articulación entre corte y transmisión– quisiera ilustrarlo a través de la figura de Aquiles, el prototipo del héroe en la mitología griega. Hijo de Peleo, rey de Tesalia, y de la ninfa marina Tetis, debía ser inmortal a causa de haber sido bañado al nacer, por su madre, en las aguas del lago Estige. Este baño materno primero en el que es sumergido el recién nacido me parece una bella imagen del baño de lenguaje en el que el viviente como tal queda tomado en razón de la antecedencia del Otro. Las Parcas le habían propuesto la opción entre una vida larga y tranquila o una vida corta y heroica, y, paradigma del héroe, Aquiles opta por la segunda. Sin embargo, y pese a las prevenciones maternas, Aquiles tenía, no obstante, un punto débil. Su talón, a causa del cual debía morir, era precisamente el punto del cual había sido sostenido por su madre en el momento del baño. Vemos así cómo se sitúa en el talón, punto de recubrimiento de dos carencias, la articulación de la causa de la muerte –la cual lo vuelve, al mismo tiempo, sujeto deseante– con el lugar donde el deseo de la madre revela que el Otro también está castrado.

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