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Lucía Sánchez

Lucía Sánchez

Lucía era dinámica, inquieta y empática. No era fácil que se quedara sentada por mucho tiempo. Tenía hormigas en el cuerpo. Salvo cuando coordinaba un grupo terapéutico. En esos momentos permanecía en su silla escuchando atentamente. Tuve la oportunidad de coordinar con Lucía un grupo terapéutico durante dos años, mientras ella era concurrente del equipo de grupos. Cuando se movía en la silla yo sabía que mi intervención era demasiado larga. No se equivocaba. Tenía el timing en su cuerpo.

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Era capaz de permanecer callada cuando estaba en función de observadora, cosa poco común y para nada sencilla para la mayoría de los profesionales que hicieron esa experiencia. Luego volcaba sus observaciones con lujo de detalles enriqueciendo con su material las supervisiones. Era un lujo contar con sus aportes.

Al conocerla un poco más fui descubriendo esa persona especial, capaz de hacer esfuerzos impensados para lograr sus objetivos. Conocí sus desvelos y sobre exigencias como madre, profesional y militante comprometida con la realidad, accionando por donde anduviera. En esas conversaciones más personales fui tomando contacto con la cantidad de horas que trabajaba para poder cumplir con sus obligaciones. Las horas de viaje que recorría por día en transporte público yendo de un trabajo a otro. Siempre apurada y contra reloj porque su agenda era un Tetris donde todo tenía lugar, pero muy ajustado.

Había enfermado y no supimos nada hasta que se le hizo imposible seguir sosteniendo el trabajo. Ya era tarde. Hizo su mejor esfuerzo, dio todo para salir adelante pero no alcanzó.

Despedir a una compañera tan joven con toda la vida por delante fue y sigue siendo difícil. A veces nos encontramos pensando que si no hubiera fallecido tal vez sería parte de la planta permanente del Ameghino o tal vez se hubiera ido siguiendo algún proyecto.

Hacer el duelo por Lucía implica reconocer en ella ese esfuerzo como el de tantos profesionales en formación que sostienen concurrencias hospitalarias. Sostienen con su cuerpo parte del sistema de salud mental. Lo sostienen a costa de privaciones y puro deseo. Hacer el duelo por la 293

partida de Lucía también es asumir el compromiso de trabajar para lograr mejores condiciones para los jóvenes profesionales que se integran al sistema de salud. Ella enfermó y no tenía su obra social por el trabajo que cumplía en el hospital, ni lucro cesante, ni vacaciones pagas, ni licencia por enfermedad. Tal vez no sea este el lugar ni el momento donde volcar estos temas, pero el esfuerzo de Lucía fue tan grande como invisible y no se quejaba por eso. Lo hacía a puro deseo, pero padecía esa injusticia.

Un día dejó de correr. Literalmente sus piernas se detuvieron. Tal vez en algún lugar ella sabía que no tendría todo el tiempo del mundo y por eso su prisa.

Agradecemos a la comisión de publicaciones por esta convocatoria que es una gran oportunidad de inscribir tanto su presencia como su partida.

Lucía siempre estará en los corazones de quienes la conocimos.

Mabel Anido

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