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La pandemia, ¿un tiempo posible?
La pandemia, ¿un tiempo posible?
Camila Cravino y Camila Magariños
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“Esa historia y esa humanidad se ven encauzadas de ese modo en el túnel indefinido una pausa témporo- espacial sin precedentes. Estado de suspensión existencial que induce una diversidad inabarcable de posicionamientos subjetivos de los que, analistas contemporáneos de un genuino acontecimiento mundial, tenemos el raro privilegio de ser testigos” Mario Pujó. Pandemonium en Actualidad Psicológica, abril 2020
Este escrito fue producido a mediados del 2020, cuando todavía no creíamos que casi un año después, la virtualidad iba a continuar siendo la manera de seguir atendiendo. Hoy encontramos este espacio para poder compartirlo.
A partir de la disposición del Gobierno Nacional del Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO), la clínica se vio convulsionada. Como profesionales de la salud mental nos encontramos pensando en nuevas modalidades de trabajo. El trastocamiento de los espacios físicos puso en cuestionamiento el encuadre preestablecido. Surgieron muchas preguntas sobre la pertinencia y efectividad de las sesiones virtuales, los dispositivos para implementarlas, y la dificultad que supone pensar la clínica con niñas, niños y adolescentes en este nuevo contexto. La incertidumbre conmovió así los tratamientos
A continuación, proponemos el análisis de dos casos clínicos de adolescentes, de la misma edad (13 años) y que estaban en tratamiento desde la misma época - septiembre de 2019-, intentando, mediante sus puntos de encuentro y desencuentro, poder dar cuenta de la diversidad de respuestas posibles ante los tratamientos virtuales en cuarentena.
Una variedad de interrogantes nos acompaña a lo largo de este trabajo. ¿Qué tanto se corresponde la idea de que los y las adolescentes al ser usuarios privilegiados de la tecnología, aceptan que éste sea el medio para continuar con sus espacios terapéuticos? ¿Qué pasa con la privacidad, que juega un rol tan importante en esta etapa de la vida? ¿Cómo pensar la exogamia? ¿Se puede seguir construyendo desde el interior de los hogares?
¿Qué interrogantes plantean los adultos y con qué herramientas cuentan para dar respuesta a un escenario nuevo y repentino? ¿Qué les pasa con las adolescencias de sus hijes? ¿Qué pasa con lo institucional que se ve conmovido, desde el momento en el que ya no se asiste a un consultorio, y se pasa a una pantalla? ¿Qué sucede con esa analista que de pronto entra a su casa? ¿nos abren las puertas tan fácilmente, dejándonos entrar en su mundo?
Viñetas clínicas
La semana que en nuestro país se resolvió el ASPO, me puse en contacto de manera telefónica con la madre de Zoe y le facilité mi número de teléfono celular por cualquier cosa que surgiera. Así, nos mantuvimos en contacto vía WhatsApp, con un mensaje una vez a la semana. Al mes de iniciada la cuarentena, la madre me contacta para contarme que notaba a su hija con algunas complicaciones con la escuela. Le ofrezco una sesión para Zoe, quien acepta y a su vez la madre pide tener antes una entrevista telefónica para comentarme algunas cosas.
En la entrevista, la madre expresó su preocupación en relación a la cantidad de tiempo que su hija pasaba con el celular y lo que le estaban costando las tareas que le enviaban de la escuela. A su vez, fueron apareciendo ciertas dificultades de esta madre con su hija adolescente: sentía que su hija hablaba en otro idioma con sus amigas, que ya no le contaba nada y que sentía mucha dificultad para acercarse a ella, que Zoe la apartaba. Que la notaba cambiada desde el año anterior, ubicando que ya no era una niña y reconociendo, con cierta angustia, que quizás ella no quería que su hija creciera.
Al retomar las sesiones con Zoe en este nuevo contexto, lo hicimos de manera telefónica por whatsapp porque ella así lo eligió. Tuvimos cuatro sesiones en esta modalidad, en las que siempre llamaba ella al horario acordado. Estos encuentros giraron en torno a cuestiones más descriptivas de su semana, de ciertos conflictos en la convivencia con su madre y su hermana, de las tareas de la escuela. En la última llamada, se la podía escuchar muy angustiada con las discusiones familiares y ella sentía que quedaba en el medio. Como una opción, apareció la posibilidad de, en esos momentos, irse a su habitación. Salirse de escena.
A la semana siguiente, se comunica en el horario habitual, directamente por videollamada a fin de mostrarme algunas cosas que había hecho en su cuarto, modalidad que quedaría instalada para los próximos encuentros. A partir de ese momento las sesiones empezaron a girar en torno a sus intereses, a sus amigas, empezó a traer distintos recuerdos de su niñez, a nombrar a su padre (quien había muerto hacía varios meses) a hablar de lo que le gustaría estudiar algún día, y que quizás formaría su propia familia. Comenzó a rediseñar su cuarto, haciendo distintas manualidades de decoración y llenando de fotos una pared. En cada videollamada iba mostrando los avances. Un día dice entusiasmada que tenía que mostrarme algo que había encontrado entre sus cosas. Se trataba de un elemento lúdico de su infancia. Empieza a recordar las horas que podía pasar jugando con eso, sin darle “bola” a nada ni a nadie, y automáticamente descubre, mientras se ríe, que ahora le sucede lo mismo cuando se pone a hacer cosas artísticas. Y mientras yo escribo esto, descubro que hace ocho meses atrás cuando empezó el tratamiento, me llamó la atención que había algo del juego, de lo lúdico, que en esta paciente no aparecía. Quizás este espacio atemporal marcado por la cuarentena en la que nos encontramos, haya posibilitado un tiempo para que Zoe pueda ordenar, redescubrir, reconectarse, seguir historizando. Un tiempo para algo, no sólo para la espera de volver a la “cotidianeidad” que muchos anhelamos.
El tratamiento con Luis tiempo antes de la pandemia, cuando llegó al centro acompañado por su madre, Carla, que se mostraba muy preocupada. El motivo de consulta en ese momento tenía que ver con su desempeño escolar, y las mentiras que según el relato de la madre el niño le contaba. Durante el tratamiento presencial, comenzamos a trabajar en algunos aspectos de la relación madre-hijo, delimitando espacios y opiniones propias, e incluyendo al padre en el mismo. A veces, Luis concurría medio dormido a las sesiones y manifestaba no tener ganas de asistir, sin embargo, cuando hablábamos sobre sus intereses y sus planes a futuro, se iba animando, llegando a despedirse de mí dando saltitos.
Con la interrupción de los tratamientos presenciales, me puse en contacto con Luis y su madre, para ofertar un espacio de escucha utilizando otros métodos como las llamadas, las videollamadas, etc. En uno de estos contactos, Carla comentó que su hijo estaba bien, aunque estaba disgustada
por haberse enterado que tenía novia y no le había contado. Después me remitió el teléfono del mismo (agendado como “bebé”) y expresó sentirse aterrada, con la sensación (¿certeza?) de que se viene el fin del mundo. Alertada por ello, le propuse arreglar un horario conveniente para realizar una llamada telefónica. Carla accedió, pidiendo que esta llamada sea mediante el celular de su hijo. Se conversó aproximadamente una hora, tratando de contener la angustia, ofertando un lugar de escucha. Luego de unas semanas, al volver a contactarme, Carla, que había olvidado mi nombre, me comentó que Luis se había ido a vivir con su padre un tiempo.
Con Luis las conversaciones se dieron siempre por mensaje, respondiendo el adolescente con monosílabos, y negándose a la propuesta de los llamados telefónicos o videollamadas, expresando estar bien. Luis contó que, si bien estaba en lo del padre, cuando dejara de sentirse cómodo allí volvería a la casa de su madre, cosa que finalmente hizo. La oferta quedó entonces abierta a cuando él decidiera o precisará contar con un espacio, poniéndome a disposición de esta demanda. Varios meses después de finalizado el tratamiento, Luis se volvió a contactar para reiniciar el mismo, aunque al intentar arreglar un nuevo horario no volvió a escribir.
El trabajo clínico con púberes
La clínica con niños, niñas o adolescentes se caracteriza por la presencia real en el análisis de los padres o adultos que traen a ese sujeto a la consulta, cada uno con su propia demanda. En la Conferencia 34 Freud (1991/1932-1936) habla de la presencia real de los progenitores, la cual siempre tiene efectos en el tratamiento del paciente. Hay que estar advertidos de esta presencia de terceros y poder encontrar la manera de darle algún lugar a esas demandas, temores, planteos, que traigan esos adultos, para que no entorpezcan el tratamiento con el niño, niña o adolescente, encontrando maneras de hacerlos salir del análisis. Por esto, es que el lugar del analista, tendrá que ser un lugar tercero, entre el niño, niña o adolescente y quienes lo trajeron al espacio. Jorge Palant (1995), en su texto Jóvenes en análisis indica que diferenciar las demandas propia del adolescente y aquella que trae el adulto, “permitirá decantar una transferencia fuera de toda alianza o complicidad con alguna de las partes” (p.87)
En este sentido, los llamados con las madres, permitieron alojar ciertas preocupaciones que estaban atravesando, pero reorientando algo de sus temores y angustias. Palant (1995) advierte “Los niños siempre, los adolescentes siempre y los psicóticos a veces, confrontan al analista con la demanda de terceros” (p.92). Por este motivo es que se vuelve muy importante el apuntar a diferenciar las demandas parentales de las que luego en el análisis pueda ir construyendo ese sujeto en cuestión. Las expresiones de la madre de Zoe en la entrevista telefónica, hablan más de un interrogante acerca de su rol como madre, en tanto en qué lugar queda ella, cómo se le juega que su hija empiece a correrla de ciertos espacios que ella antes ocupaba y conocía. Para Carla, su hijo, ese "bebé" empieza a enfrentarla con otros desafíos, ocultando alguna información, viviéndolo quizás como el fin del mundo, una angustia que también encuentra frente a un contexto hostil de confinamiento. Sus hijos arman entonces un mundo nuevo, en donde ellas pierden cierto protagonismo. Eso que para las analistas son logros propios de esta etapa de la pubertad y que son leídos como avances en el tratamiento, estas madres los viven con mucha angustia.
En su texto Las metamorfosis de la pubertad, Freud (1992/1905) describe a esta etapa de la vida como “un período de transición” (p.215) entre la sexualidad infantil y su “conformación normal definitiva”, proponiendo “la acometida en dos tiempos” del desarrollo sexual del ser humano. Distintos procesos se introducen con la llegada de la pubertad, que llevan a resignificar ciertas vivencias: la nueva meta sexual; los procesos físicos (internos y externos); y el hallazgo de objeto. A la par de este movimiento, “[…] se consuma uno de los logros psíquicos más importantes, pero también más dolorosos del período de la pubertad: el desasimiento respecto a la autoridad de los progenitores” (Freud,1905, p.207). Liliana Szapiro lo ubica como la oportunidad de “desprenderse de la fijación de goce articulada a ese Otro primordial” (1996).
El trabajo con púberes, estará orientado a propiciar la separación de las identificaciones del Otro y de cómo el sujeto es nombrado por el Otro1. Por
1 Ideas expresadas en la tesis de Licenciatura en Psicología: “Urgencias y pubertad. El hospital, un lugar posible.” Camila Magariños
su parte, Silvina Gamsie (1996) lo expresa como “un trastabillar de las identificaciones que sostenían al sujeto durante la infancia” (p.19). En su texto El despertar de la primavera (2012/1974) Lacan teoriza que en la pubertad aparecerá el interrogante acerca del encuentro con el/la partenaire, y que, las respuestas que se encuentren allí, serán del orden de lo singular de cada sujeto desde el momento en el que no existe un significante que diga sobre la relación sexual. En el Seminario V (2010/1958) ubica que, a la salida del Edipo, en el mejor de los casos, el sujeto lleva los títulos en el bolsillo, de los cuales deberá hacer uso al momento de la llegada de la pubertad. Tiempo en el que a su vez, “se ubica la puesta en acto del fantasma” (Gamsie, 1996, p.15).
En consonancia con estos planteos, Ricardo Rodulfo (2008) sostiene que la construcción de un “nosotros”, es la inscripción de un nuevo acto psíquico propio de la adolescencia que constaría de una inscripción simbólica que se puede dar gracias a “agentes de subjetivación no familiares”, otros adultos no pertenecientes a la familia (pensamos: ¿el analista?) y los pares. Por ejemplo, en el caso de Zoe vemos cómo la madre manifiesta una enorme preocupación por el tiempo que su hija pasaba con el celular. Lo que la madre no estaba pudiendo apreciar es que, en este contexto tan particular, hoy más que nunca ese es el medio por el cual Zoe podía seguir teniendo contacto con sus pares, con su mundo, con lo exogámico. En cuanto a Luis, es quizás el enojo de su madre frente al hecho de que el joven no le comentara que tenía novia, cuestión que relacionaba con las mentiras, lo que permite pensar en esta tentativa construcción de un “nosotros” del jóven, tal vez una salida exogámica que genera mucha angustia.
En este sentido, la autora Adriana Franco (2001) reflexiona acerca de “lo público” y “lo privado” en la adolescencia. Explica que los trabajos subjetivos que realizan los púberes en esta etapa de la vida, lo hacen sostenidos por sus pares, y se diferencia con que: “[...] lo más íntimo no se encuentra en la esfera de lo privado sino en el espacio transicional y a través de manifestaciones en la esfera pública.” Entiende de esta manera al grupo de pares como un “entre”, espacio potencial intermedio entre lo público y lo privado, la familia y el mundo externo, en el que es posible para el joven “experienciar”, “destetarse de lo familiar”, y plantea al análisis como ese espacio “entre”, dónde los adolescentes puedan encontrar intimidad.
La adolescente Zoe le permite a su analista entrar en su mundo por videollamada a partir de que ella había podido empezar a apropiarse del espacio de su habitación. Se podría pensar que a partir de que ella comienza a armar un espacio privado, su lugar para habitar este tiempo atemporal del ASPO, es que puede extender esa invitación a su psicóloga. Antes de eso, la presencia de la analista a través de una pantalla no estaba habilitada. En el caso de Luis, tal vez su rechazo a continuar las sesiones de forma virtual pueda pensarse en relación al desgano que venía mostrando en lo presencial. Pero también, se abre la posibilidad de pensar esto como una forma de preservar ese espacio íntimo, ese “entre”, de una madre a la que se le dificulta brindar espacios, en un momento (adolescencia) en el que se llevan a cabo numerosos trabajos subjetivos, y en un contexto social que confina a los individuos en sus hogares, donde la intimidad y lo exogámico se ven dificultados.
Bibliografía:
Franco, A. (2001). Lo público y lo privado en la adolescencia. Ficha de cátedra. Recuperado dehttp://www.psi.uba.ar/academica/carrerasdegrado/psicologia/sitios_cated ras/electivas/043_ninos_adolescentes/material/fichas_catedra/publico_priv ado.pdf Freud, S. (1992) Tres ensayos de teoría sexual. En Obras completas. Tomo VII. Buenos Aires: Amorrortu. Publicación original 1905. Freud, S. (1991) Conferencia 34: Esclarecimientos, aplicaciones, orientaciones. En Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. En Obras completas. Tomo XXII. Buenos Aires: Amorrortu. Publicación original (1932 – 1936). Gamsie, S. (1996). Pubertad, al fin…<<siempre y cuando los chanchitos no se lo coman…>>. En Psicoanálisis y el Hospital, Noviembre, 10, 16-22. Buenos Aires: Ediciones del Seminario. Lacan, J. (2010). La Metáfora Paterna. En El Seminario 5: Las formaciones del inconsciente. Buenos Aires: Paidós. Publicación original 1957-1958 Lacan, J. (2012) Prefacio al Despertar de la Primavera. En Otros escritos. Buenos Aires: Paidós. Publicación original 1974. Palant, J. (1995). Jóvenes en análisis. En Revista Conjetural N 30. Ed. Sitio
Rodulfo, R. (2008). El psicoanálisis de nuevo. Buenos Aires, Argentina: Eudeba. Szapiro, L. (1996). Algunas puntuaciones en relación a la pubertad en Freud. En Psicoanálisis y el Hospital, Noviembre, 10, 29-32. Buenos Aires: Ediciones del Seminario.