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Hospitalidad transferencial

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Perla Telias

Perla Telias

Hospitalidad transferencial

Tomasa San Miguel

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Para comenzar podría decir que estoy aquí para recordarles que conviene tomar en serio nuestra experiencia, y que el hecho de ser analista no lo exime a uno de ser inteligente y sensible” Lacan, 1955-56

En una supervisión se presenta una paciente angustiada, insomne, con ideación suicida. El tratamiento comienza en cuarentena, luego pide presencial. Ocurren dos entrevistas de este modo. Se vuelve al teléfono a raíz de una intervención quirúrgica.

Se escucha allí lo injuriante de la palabra paterna y como respuesta la ideación suicida. El “ser una carga” se traduce por momentos en la necesidad de trabajar lo cual se asocia con su imposibilidad de cumplir lo que se ha vuelto un imperativo: arreglar la casa y subsanar de este modo el origen humilde de la familia. Deja de venir por un tiempo.

Retorna en el pedido de la madre frente a los síntomas que se agudizan a partir de una situación de urgencia ocasionada, según nuestra lectura, nuevamente por la injuria familiar. La analista la recibe nuevamente. Se evalúa la necesidad de un tratamiento psiquiátrico. No hay turnos disponibles. Además, la paciente tiene obra social y puede pedir tratamiento allí. Se dice a medias -pero pesa- el dilema de que el hospital precisa turnos para quienes no accederían a otro lugar de atención. Se considera derivarla. Se vacila sobre si hay o no demanda sin que podamos precisar de qué se trataría eso sino es lo que se construye en los primeros encuentros con un analista. Concluimos en que seguramente no es el argumento que lleva a pensar en una posible derivación.

Escucho otra viñeta en esta misma semana: un adolescente que vive con una abuela anciana y un tío que estuvo preso por asesinar a una mujer, dice que está solo. Padre y madre viven lejos y cuando estuvieron cerca no oficiaron tales funciones. Al mismo tiempo cuenta que escucha voces, ruidos en la pared, no puede dormir, y está angustiado. Piensa en matarse muy frecuentemente. Le cuesta asistir al colegio donde cursa con dificultad y decisión sus estudios. Se intenta derivar a un psiquiatra infanto juvenil del

hospital. No hay: uno renunció, el otro está de licencia. La indicación del jefe: “deriválo”.

En ambas ocasiones la angustia, en nosotros, sobrevuela. Es evidente la diferencia: pensar la derivación en un caso, evitar en lo posible que se vuelva injuriante, y en el otro, una indicación, en el fondo, - aunque venga con metáfora-, de no atenderlo. Derivarlo a dónde, cómo, con quién...

Un No a la deriva en mar extranjero y extraño se hace escuchar.

No poder atenderlo, no tener turnos, no tener los recursos necesarios: localizar un punto de imposible de nuestro lado es un acto de lectura, un acto ético. Hacer como que hacemos es burocrático y la deriva nos acercaría al cinismo.

En ningún caso eso habla del paciente en el sentido de lo que se “le” admite o no se “le” admite. No habla de su ser ni de sus “méritos” …

A veces escucho que cuando alguien habla de una paciente habla de “sí mismo”, lo cual no alude en este caso al yo que se desconoce sino más bien a esa opacidad donde se muestra la hilacha de su transferencia, la de él, porque forma parte del cuadro que pinta.

Para que un tratamiento analítico sea posible, es necesaria una traducción, un desplazamiento que va de la transferencia con la institución a la transferencia con el analista. Ese desplazamiento puede ser trazado por el movimiento delineado por Lacan respecto del pasaje del Sujeto supuesto Saber a la posición de objeto causa, deseo del analista, no sin cuerpo.

Es necesario pasar de la suposición de saber asignada a la institución, como Amo respecto de la salud para todos, a la torsión donde el analista, al que se le supone saber como agente de salud, puede poner ese saber en jaque y situarlo del lado de quien consulta.

Lacan dice en el Seminario 17: “Lo que se le pide al psicoanalista (…) no es lo que concierne a ese sujeto supuesto saber, en el que han creído hallar el fundamento de la transferencia, entendiéndolo como es habitual de forma un poco sesgada. A menudo he insistido en que no se supone que sepamos gran cosa. El analista instaura algo que es todo lo contrario. El analista le dice al que se dispone a empezar Vamos, diga cualquier cosa, será maravilloso. Es a él a quien el analista instituye como sujeto supuesto saber” (1969-70, p. 55).

Es notable el pasaje realizado por Lacan respecto de la función del analista: de la posición Sujeto supuesto Saber a la de objeto a. El saber, en su articulación con el goce y la repetición, es conferido al analizante. Como objeto a, “el psicoanalista se presta como punto de mira para esta operación insensata, un psicoanálisis, en la medida en que se compromete a seguir la huella del deseo de saber” (ibídem. p. 112).

El resorte de la transferencia es esa torsión que implica ofrecerse como “punto de mira” con su deseo y su presencia causando el trabajo del que deviene analizante.

En su última enseñanza, Lacan subraya la articulación de la transferencia con el amor. La instalación del discurso analítico depende de un cambio de discurso posibilitado por el amor, ubicando la posición del analista en el lugar del semblante de discurso como objeto a causa de deseo y al saber en el lugar de la verdad. Ya no se trata del amor narcisista, imaginario especular, sino del amor respecto de la contingencia, el azar, lo nuevo.

Cuando articula amor con topología nodal ubica a la transferencia en el “verdadero lugar del amor” entendido como la relación de lo Real con el saber mediado por lo imaginario -el cuerpo- . Allí sitúa que el amor cortés el que teje e hila un decir inconsciente- es el verdadero lugar del psicoanálisis en tanto debe ir más allá de lo imaginario como velo, debe dirigirse al a, aquello que sostiene al cuerpo.

En un decir, que hace acontecimiento, ese encuentro “entre” deviene discurso que se soporta del cuerpo del analista en su afectación vacía y dispuesta a la escritura de un padecimiento donde se entrama goce y palabra. Esa contingencia se ofrece a la lectura de un deseo raro, enigmático, impuro. Y si “…no hay más que una transferencia, la del analista” (1973, p 124) es él el tocado por la verdad, por la castración, -vale la pregunta sobre cuánto lo traba el (su) saber inconciente- su decir deviene escritura cuando toca el cuerpo.

Desde esta posición podrá articular la invención que el bien decir exige en cada caso. Es por la posición del analista y su relación al saber, al no saber y a la verdad, que puede articular una intervención que toque el cuerpo e inaugure la transferencia, produciendo la torsión que va de la transferencia institucional a la transferencia con el analista.

Si entendemos la transferencia como impacto de un decir situamos la tensión con una época que rechaza la afectación que el decir conlleva; sin embargo es la clínica la que permite situar aún sus efectos a partir de un encuentro. En ese punto, el deseo del analista, deberá disponerse a traducir ese grito en llamado, instalando una demanda singular reorientada a su presencia para, desde allí, forjar un sujeto.

Desde este campo de problemas y tensiones nos preguntamos cómo rodear lo que llamamos derivación. Por múltiples motivos en la institución: licencia del analista tratante, falta de psiquiatra, rotación del psiquiatra tratante, existencia de psiquiatra, pero falta de turnos disponibles, ausencia de dispositivos.

Esta es una cuestión que considero que se nos viene repitiendo. ¿Cómo derivar y que no sea expulsivo? ¿Cómo no dejar a la deriva? ¿Cómo decir un No que vehiculice amor y no rechazo? Creo que está ligado a lo anterior: una derivación como efecto del trabajo de las entrevistas –analíticas- es una operación –analítica- aún cuando en un principio y en algunas ocasiones esté condicionada por la lógica institucional. ¿En qué se diferencia una derivación en el consultorio… cómo llamarlo?... privado (¿privado de qué?) de una derivación institucional? ¿A la obra social del paciente, a otro hospital o centro de salud que si cuente con los dispositivos que suponemos e indicamos como necesarios para ese paciente en singular?

Una derivación –analítica- es de nombre a nombre y la transferencia cuenta y determina. Nombre que luego será necesario perder, pero que, en un principio, rechaza lo anónimo dando lugar a que resulte la transferencia. ¿Cuál? De nuevo: la nuestra como analistas.

El nombre como sutura de un vacio, como función volante, es signo de una encarnación singular que alude y vela algún rasgo, estilo deseante con el cual resonamos y evocamos una afectación afín. Una derivación analítica, no anónima, que articule deseo a castración.

Se me ocurre que en cierta vertiente el decir No –cuando se ajusta a un imposible- es el que se articula al ejercicio del amor. Depende de la enunciación de lo imposible. No decir no, en cambio, se articula a esa

degeneración catastrófica donde lo social aferra existencias rígidas que rechazan la nominación portadora de un vacío y un deseo.

El seudo discurso del capitalismo encarnado en el amo moderno del discurso universitario y su imperativo de saber todo y forcluir la castración y el amor, nos muestra descarnada la “evaporación del padre” que afecta al decir encuerpo. Deja la marca del racismo, del desamor brutal. Se sustituye por la norma que, sin hacer pie en el decir que impacta por su transmisión amorosa, se reduce a la impostura de la comunicación, de la imagen, de la consistencia sin falta.

El no traducido en una voz singular abre la posibilidad de un deseo. No como traducción de un imposible soportado de un nombre. En ese sentido “derivar” puede ser transmisión de la castración, ejercicio del amor y operar como nominación. Incluir un No en cierto momento como punto, como corte, como separación produce un otro territorio transferencial. Lo produce, no lo espera ni lo supone dado de antemano.

O puede derivar en lo peor, un no lugar, un derrotero normativo que conduce a un agujero, un retorno del desamparo instituyente que funda algunas subjetividades.

Bibliografía

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Foto: Renata Cermelo

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