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Avatares de la atención postpandemia

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Perla Telias

Perla Telias

Avatares de la atención postpandemia

Sebastián de la Serna

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Los efectos que el aislamiento y la pandemia han generado en el colectivo social plantean preguntas sin precedentes, en donde múltiples discursos convergen y divergen en búsqueda de un recorte que permita responder y aseverar la potencia del impacto que ha implicado que el mundo, así como lo conocíamos, se detenga, cambie, mute, se transforme.

En este sentido el psicoanálisis, sus métodos y marco teórico no han podido escapar al cimbronazo que implicó dicha transformación, habiendo tenido que “aggiornarse” a nuevas formas y métodos de conexión, apelando a la virtualidad y a la “ausencia” de los cuerpos a la hora de relanzar los espacios de tratamiento. Les analistas, atravesades también por la ebullición del contexto, las angustias y los barbijos, debimos comenzar a pensar y repensar nuestra clínica a partir de estas nuevas coordenadas, apres coup, a la vez que nos zambullíamos estrepitosamente y cruzábamos el Rubicón de la virtualidad. Esta experiencia virtual, cibernética, y porque no también corporal, ha calado hondo tanto en les pacientes como en les mismes analistas, dejando marcas duraderas de las cuales es necesario hoy en día, a partir de cierto establecimiento de la atención “a distancia”, comenzar a cuestionar en relación a sus efectos, avatares e implicancias.

Estas preguntas no sólo atraviesan la práctica clínica en sí misma, si no que también derivan en la pregunta por la corporeidad y la necesidad de la presencia del cuerpo in situ del dispositivo institucional, en donde nuestro querido hospital emerge como ejemplo concreto de la fluctuación de estas presencias: la alternancia, las licencias y las formas virtuales a las cuales concurrentes y becarios hemos tenido que someternos para seguir formando parte del entramado institucional. ¿Ha quedado arrasado el dispositivo asistencial ante la falta/alternancia de les compañeres? ¿Se ha perdido potencia y capacidad de armar lazo social/institucional con el hospital, atentando contra la permanencia de les concurrentes/becarios y su desarrollo profesional en el mismo? ¿Podrían las formas remotas ser suficientes para reemplazar el vacío creado por la pandemia y la emergencia sanitaria?

Todas estas preguntas merecen ser desarrolladas en todo su dominio y amplitud, teniendo este trabajo como objetivo, a partir de la mera experiencia de quién escribe, utilizar dicha práctica a modo de hoja de ruta para problematizar y hacer visibles algunas de sus aristas.

La clínica virtual

Dada la posible extensión e implicancia en lo que respecta a la transformación de la clínica psicoanalítica en su entrecruzamiento con la tecnología y la virtualidad, me gustaría abordar dicha temática utilizando dos breves recortes clínicos que se dieron en este último año y medio para, a modo “vuelo de pájaro”, plantear algunas vicisitudes que surgen a partir de la atención remota.

El primer caso da cuenta de una paciente que ya se ha atendido en diversas oportunidades en el equipo de adultos. En su tercera experiencia (prepandémica) atendiéndose en el hospital, pide tajantemente un cambio de terapeuta, dado que se ha sentido juzgada por una intervención de su analista. Dicha analista, viéndose puesta en resonancia con la figura materna de la cual la paciente sólo ubica miradas de desprecio y de competencia, plantea en la reunión de equipo la dificultad de maniobrar allí, imposibilitada la paciente de poder escuchar sus intervenciones más que como reproches o agresiones de corte especular. Es allí cuando se efectúa el cambio de terapeuta y paso a atenderla, algunos meses previos al comienzo de la cuarentena y la emergencia sanitaria.

En sus primeras sesiones, la paciente descarga su ira ante las demás personas de su entorno, ubicando conflictos con casi todes sus vínculos, y da muy poco lugar a cualquier posible intervención del analista, salvo para desestimarlas o para contestar en forma vehemente que eso “no tiene nada que ver” con lo que estaba contando. Sus relatos son totales, herméticos y tajantes, dejando lugar solo para atestiguar sus quejas y reproches, con mínima posibilidad de intervención. Su motivo de consulta radica en su incapacidad para armar su vida y sus actividades, más allá de sus obligaciones y necesidades, quedándose paralizada, en cama, sin poder llevar a cabo ninguna actividad que le guste o la convoque.

Es en este contexto cuando irrumpe el virus, la cuarentena y toda su potencia desestabilizadora, perdiendo la paciente su trabajo y pasando el

tratamiento a una modalidad telefónica. Fue llamativo sin embargo evidenciar que, más allá del recrudecimiento del discurso de la paciente en un primer momento (en donde el analista se persignaba previo a cada sesión telefónica), con el correr de las sesiones algo fue virando, mutando a partir de la nueva modalidad.

Independientemente de los sucesos vitales, la paciente se mostraba más permeable y receptiva a diversas intervenciones, a la vez que comenzaba a permitirse escuchar y abrir con respecto a temas previamente clausurados. A los pocos meses de la nueva modalidad, comenzó a traer sueños a sesión, a recordar ciertas escenas de su infancia que a la luz de hoy comenzaron a hacerle pregunta, mientras que su angustia e incapacidad para disfrutar momentos de la vida iban en detrimento. Es en este momento que la paciente empieza a desmenuzar los efectos que las miradas ajenas tienen sobre su cuerpo y su existir: Comienza a ubicar que las miradas masculinas “de deseo” se le tornan violentas y acosadoras, imposibilitándole cualquier posible encuentro amoroso.

Siguiendo el trabajo analítico en esta misma linea, comienzan a surgir otras escenas en donde la paciente recorta el peso de la mirada ajena sobre si misma, asociando con la mirada materna, para dar cuenta del juzgamiento constante del que es y ha sido víctima en todos los ámbitos de su vida, convirtiéndose el aislamiento de la pandemia en un refugio contra estas miradas que se le tornan hostiles y descalificadoras.

Más allá de la trama neurótica que comenzó a construir dicha paciente, es de suma importancia denotar como el corrimiento del objeto mirada y el recorte del campo escópico a partir de la modalidad telefónica propició un movimiento que facilitó el discurrir de la cadena significante y la posibilidad de un nuevo posicionamiento transferencial. El analista, recortado de su mirada y apareciendo la voz como condición de posibilidad de la articulación significante, permite a la paciente desplegar coordenadas subjetivas antes impensadas, dando lugar con el correr de las sesiones al armado de una corporeidad diversa, nueva, más plástica y flexible.

Esta puede comenzar a levantarse de la cama, a organizar su vida y sus actividades, a permitirse espacios de ocio que logra sostener parcialmente. En lo que respecta a su arte, el dibujo, puede correrse del “paradigma de la perfección” en donde se sentía atada a dibujar figuras y cuerpos “perfectos” 153

para comenzar a dibujar (otras) “tramas”. A la vez, consigue trabajo y logra insertarse al grupo, donde se siente cómoda y disfruta, armando amistades por fuera de lo laboral. También logra acercarse y conocer gente que no piensa como ella, llegando incluso a “quererlos” y a pensar que pueden tener cosas interesantes que expresar; situación totalmente inconmensurable previo a la pandemia.

En este sentido, aunque sabemos que el espacio analítico no ha sido el único catalizador de dichas transformaciones, la posibilidad de corrimiento y refugio escópico que propició la pandemia en general y la modalidad telefónica del espacio analítico en particular han permitido a la paciente atravesar cierta agresividad especular transferencial para poder comenzar a articular vía significante algo de su posición deseante.

Podría pensarse que la ausencia corporal in situ de esta paciente en el espacio analítico propició el surgimiento y armado de un cuerpo otro, que se muestra mejor articulado en lo que respecta a su propio deseo y ha permitido el expandir sus horizontes para dar cuenta de las transformaciones previamente enumeradas.

El segundo caso da cuenta de un paciente adolescente: una madre consulta a los pocos meses de comenzada la pandemia por su hijo, un joven de 16 años al que se le dificulta sostener la virtualidad escolar. Al comenzar sesiones virtuales con dicho paciente (el encierro total hacía imposible cualquier tipo de modalidad presencial) este da a mostrar una profunda inhibición que desborda con creces la escena escolar. El paciente responde sólo en monosílabos, se muestra incapacitado de articular su discurso, no puede dar cuenta de nada que lo motive/convoque, y ante cualquier pregunta personal por parte del analista responde “no se”. Se muestra incapacitado para armar cualquier tipo de juego en sesión (aunque dice ser amante de los juegos de playstation y computadora), casi no tiene amiges ni tampoco realiza (previo a la pandemia tampoco) ninguna actividad social/recreativa.

Con el correr de las sesiones puede dar cuenta de la dificultad que tiene para interactuar con los demás: situaciones cotidianas comprar algo en un negocio se le tornan una osadía si tiene que hablar, pudiendo solamente comprar si apoya el producto en la caja y le da el dinero al cajero, sin palabra mediante. En lo referente a la escuela no logra despertarse para conectarse 154

a las clases virtuales matutinas, ni tampoco puede sostener los trabajos individuales y grupales de las clases a las que si atiende, quedándose siempre por fuera, al margen de la materia y de los trabajos en grupo que le exigen realice con sus compañeres.

En este sentido, la modalidad virtual nos muestra otras cosas interesantes, ya que este paciente, al comenzar cada sesión, ubica la cámara de tal manera que él no aparezca en la imagen, pudiendo ver solo las paredes y el techo de su cuarto, y algún que otro pelo de su “jopo” que aparece rebelde en el margen inferior. Su cuarto, al que se ve decorado con diversas fotos, posters y decoraciones dan cuenta del gusto de un familiar, anterior dueño de dicho cuarto que al mudarse le ha dejado un espacio vacío al cual va a parar el paciente, sin realizar ningún cambio o modificación, salvo por el agregado de un poster con una imagen significativa para él.

De más estaría señalar la rotunda dificultad en la que se vio envuelto el analista (con supervisión mediante) para lograr armar algo del espacio analítico transferencial, y para poder convocar a un sujeto allí. La virtualidad aparecía como un escollo infranqueable a la hora de lograr conmover algo, de lograr algún efecto sujeto. Sin embargo, deseo del analista mediante, se sostiene el espacio mientras el virus pierde cierta virulencia entre ola y ola, pudiendo plantear la posibilidad de intentar sesiones presenciales.

Es allí donde, ya en la primera sesión presencial, el analista se encuentra (casi) con otro sujeto, o con un sujeto al fin, en tanto sujeto amarrado a cierto discurso. El paciente, alejado de los confines de su cuarto y del yugo materno, puede poner cierta distancia a ese no lugar en el que se encuentra cotidianamente paralizado. Es importante denotar como ya en su primera incursión al consultorio (donde llega un poco tarde, guiado por google maps) el analista se encuentra con un ser parlante que de a poco comienza a desplegar, in situ, los avatares de su discurso.

La apuesta a la separación y a la construcción de espacios propios/otros se hace evidente, y con el correr de la sesiones presenciales, el adolescente va comenzando a desplegar lentamente su adolescencia: comienza a poder charlar de gustos, películas, juegos, actividades que le gustan, incluso puede hasta decir que lo agobia la tarea, las entregas escolares y sobretodo… su madre que no lo escucha y sólo lo manda “a estudiar”. Empieza a ubicar que no realiza ni se interesa por ciertas actividades 155

acordes a su edad, ni tampoco tiene una posición tomada en relación a muchos temas. Vale señalar que aunque dichas cuestiones él las ubica “para más adelante”, comienza a delinear lentamente cierto contorno que se manifiesta en su cuerpo también, mostrándose más “armado”, un poco más alineado estéticamente y llegando en hora a sesión, ya sin necesidad de guías cibernéticas.

Podría pensarse aquí como la presencialidad pone a jugar no solo un distanciamiento espacial del núcleo en el cual se encontraba preso, sino que también la mirada y el cuerpo del analista permiten cierta función de corte y de armado de “otra escena” para que dicho paciente pueda instalarse y sostenerse, comenzando a constituir un cuerpo propio a la vez que pone en juego la posibilidad de su “ausencia”.

En este sentido, la modalidad remota no lograba poder conformar ese espacio transicional necesario en donde pudiera ponerse en juego cierta separación a la demanda materna y familiar; dicha modalidad planteaba un abismo que, por más esfuerzos del terapeuta, se mostraba infranqueable a la hora de poder convocar y poner a jugar algo de la propia implicancia del sujeto en su vivenciar.

Ambos casos clínicos presentados, sumados a diversas otras experiencias analíticas durante este tiempo pandémico y virtual me hacen ponderar no solo la buena y sabia argumentación de la singularidad del caso por caso (que no por gastada pierde vigencia) sino también que toda esta travesía cibernética no ha hecho más que problematizar y expandir los horizontes en lo que respecta a la modalidad de la atención psicoanalítica. Podríamos decir que hoy, el analista se encuentra con mayores posibilidades a la hora de conducir e intervenir en la dirección de la cura, habiéndose transfigurado y borroneado los límites espaciales (antes instituidos per se) para ahora poder maniobrar y elegir como, cuando y en que casos intervenir de manera virtual, y en cuales no. En este sentido, parafraseando al gran maestro, podríamos pensar que se amplía el margen de la táctica, lo cual no nos deja exentos de implementar una estrategia transferencial que de cuenta de la ética singular de cada sujeto. Nunca más presente el dicho popular que argumenta que “la tecnología no es buena ni mala, solo depende de como se use.”

Como última reflexión, amparado también en la experiencia personal, no quería dejar de hacer referencia a como rentados, concurrentes y becarios fuimos pudiendo habitar el hospital a la distancia. Enfrentados al abrupto corte que propició el dejar de deambular por los pasillos del hospital, fue particularmente potente la forma en la cual (pasados los efectos estuporosos del comienzo del trauma) la institución dio cuenta de su plasticidad a la hora de mitigar los efectos y fabricar soluciones: Nuevos cuerpos virtuales fueron tomando forma y reemplazando lugares perdidos. “Ameghino Atiende” es un claro ejemplo de dicho propósito: un Frankenstein transequipo que se gestó para dar respuesta a la demanda poblacional, articulando una red de profesionales donde concurrentes y becarios también pudimos sumarnos a seguir atendiendo vía modalidad telefónica, operando todo por email.

Este recorrido, digno de ciencia ficción, se replicó en muchos de los espacios de formación que, lejos de desaparecer, se tomaron un pequeño recreo para reagruparse y reconfigurarse, armando cuerpos virtuales donde no solo pudo sostenerse la transmisión teórica, sino que también fueron soporte para que se engancharan les noveles (sin siquiera conocer la institución) y relanzaran la apuesta les ya más experimentades. La modalidad virtual incluso en algunas situaciones propició que más compañeres pudieran sumarse a los espacios, que de lo contrario no hubieran podido por cuestiones de horario/proximidad en la prepandemia. Es por todo esto que, independientemente de las formas virtuales y/o reales del “estar” en un determinado espacio, podría conjeturarse que donde circula el deseo, hay cuerpo que se articula.

Bibliografía:

Lacan, J. (2008). La dirección de la cura y los principios de su poder. En Escritos 2. Buenos Aires: Siglo XXI Editores. Publicación original 1958. Lutereau, L. (2016). Objeto voz y posición del analista. Consideraciones sobre la anorexia. https://www.aacademica.org/000-044/771.pdf

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