Dossier 23

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bien, asunto de prioridades y que una aventaje a la otra. Como sea, que lleguen a fundirse es el deseo de este narrador puertorriqueño. Y, como los datos que nos han llegado del siglo XVIII –momento en el que transcurre no solo su novela inicial sino también la segunda– serán siempre escasos para percibir esa realidad en movimiento y con voz plena, a los antecedentes del pretérito que se conocen de manera primordial, a través de la lectura y del estudio, es decir, de una observación, hay que añadirles imaginación. Para completar ausencias y silencios, para hacer bullicioso y bullente un espacio que no se conoció, pero que se quiere transmitir como «puertorriqueñamente» dieciochesco, para situarlo, para construirlo, para agitarlo y ponerlo en actividad, es decir, al proponerse elaborar una ficción, este novelista –cada novelista/cada escritor– necesita inventar, en sus palabras, «a través del tejido mismo de la lengua». Incluso si se sitúan en el ayer, por distante que parezca, todos los escritos de este narrador apuntan al presente, y este –para él– comienza con la llegada de «los blondos torpes», en 1898. Y el pasado nunca está fijo. Desde el pasado siempre hay un vaivén, nunca una quietud que sea sinónimo de estancamiento y mudez. Fue en su enfrentamiento con la actualidad que a Rodríguez Juliá le hizo falta y quiso avenirse con otra manera de narrar, y sus inquietudes –de materias y materiales, de escritura, de modos

PRESENTACIÓN

de expresarse– lo «llevaron» a las crónicas pues lo que se propone exponer está a medio camino entre el testimonio personal, la descripción, la historia (con y sin mayúscula, como él la apunta), la reflexión, el relato, el retrato. Y sus desvelos e intereses son tan vastos y varios que en sus crónicas no hay aspecto despreciado ni hay jerarquía que privilegie alguno en desmedro de otro: comidas (Elogio de la fonda), deportes (Peloteros), música, pintura, personajes íconos (Iris Chacón, Rafael Cortijo en el extraordinario volumen El entierro de Cortijo), arquitectura, determinadas situaciones, elementos de la cotidianeidad… Muchos de estos volúmenes recogen crónicas periodísticas donde, con frecuencia, podemos reconocer al polemista Edgardo Rodríguez Juliá, quien nunca ha dejado de manifestar sus opiniones, aunque no gusten porque van contra la corriente, aunque lo acusen de elitista o de políticamente incorrecto: así, por ejemplo, recientemente y declarando que no entiende el reggaeton, ha manifestado su discrepancia y discordancia por la facilidad de su consonancia, es decir, por su monótona disonancia y ha criticado, asimismo, a sus cantantes, lo que no dejó de levantar polvareda. Porque este narrador no teme mostrarse, y no solo en sus crónicas. ¿Cómo no pensar en Edgardo cuando enfrentamos a Edgar, el personaje de La piscina, su última novela? Tampoco Rodríguez Juliá quiere falsear ni disimular ni edulcorar su postura

ante la existencia: entonces, el escepticismo colorea ambientes, situaciones y personajes. Si hay artistas que se proponen alcanzar y pintar la luz del Caribe, ¿cómo no constatar esa imposibilidad en desilusiones y fracasos irremediables, como lo muestra la tenue narración de El espíritu de la luz? ¿Por qué negarse a reconocer la decadencia que –mañana, tarde y noche– nos deteriora y nos envuelve, sin despegarse de nuestro lado? Entonces, Rodríguez Juliá incita a la reflexión, sin dar respuestas ni soluciones. Nada más distante de su literatura que el «folclorismo», que un folclorismo caribeño, porque al mostrar el Caribe lo construye con sutileza, sin ningún trazo grueso ni caricaturesco ni exótico. «Personas son, para mí, los países», decía Gabriela Mistral, y mientras Edgardo Rodríguez Juliá escribe, va imaginando Puerto Rico, va imaginando el Caribe y las Antillas. Si leemos los textos de Edgardo Rodríguez Juliá, leeremos Puerto Rico, cierto Puerto Rico, su Puerto Rico, el de ayer y el de hoy: «Personas son, para mí, los países». Soledad Bianchi ha desarrollado una extensa obra de análisis literario de la poesía y de literatura hispanoamericana en general. Entre sus publicaciones más conocidas están Entre la lluvia y el arcoiris y Poesía chilena.


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