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REFLEXIONES SOBRE LA REENCARNACION
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Las intemporales escrituras védicas de la India confi rman que el alma, cuando se identifi ca con la naturaleza material, toma una entre 8.400.000 formas y una vez encarnada en una determinada especie de vida, evoluciona automáticamente desde las formas inferiores a las superiores, obteniendo fi nalmente un cuerpo humano. Así pues, todas las principales religiones occidentales –el cristianismo, el judaísmo, y el islamismo- tienen claras ideas de la reencarnación entretejidas en sus enseñanzas, a pesar de que los guardianes ofi ciales del respectivo dogma las ignoran o las niegan. Swami Prabhupãda L a convicción acerca de la ley palingenésica se ha hecho consciente en el hombre desde muy antiguo. Se pierde en la oscuridad de los tiempos. Tenían la certidumbre de la reencarnación ya las antiguas fi losofías orientales: India, China, Japón, Tíbet, Egipto… Los vedas, los druidas de Galia y Germania también la poseían y en América: en México y Perú reconocieron en ella la fe de sus padres. De la fi losofía helénica, incomparable por su profundidad y riqueza de matices, surgieron fi lósofos como Pitágoras (500 a.C.), que hizo de la teoría reencarnaciónista la base de su enseñanza (de lo absorbido de sus viajes a la India). Opinó que las almas al abandonar el mundo, van al “Hades” (plano astral) y desde allí vuelven a la vida, después de haber pasado por la muerte. Sócrates reconoció claramente en el alma humana, su existencia antes del nacimiento al plano Tierra. Esto es que los vivos nacen de los muertos. Examinada esta verdad, relacionándola con los hombres, los animales, las plantas y las cosas, llegando a la conclusión de que: todo nace de su contrario. Verbigracia: lo bello es lo contrario de lo feo. Lo justo de lo injusto. La vida tiene su contrario en la muerte, como la vigilia tiene al sueño. Si una cosa es ligera, ha sido más lenta, si es más grande, ha sido más pequeña. De esto que antecede, se desprende que: antes de ver, oír y hacer uso de los demás sentidos, es preciso que hayamos tenido conocimiento antes de ese tiempo. De modo tal que aprendemos lo que en realidad recordamos por reminiscencias o asociaciones de lo que antes hemos sabido y de lo que ahora vemos. Vamos incorporando siempre cosas nuevas y así vamos ampliando conocimientos. Antes de beber la cicuta, recomendó a sus amigos que cuando muriera no dijeran: entierro a Sócrates. Sino: entierro el cuerpo de Sócrates. Muchos doctores de la Iglesia aceptaban la reencarnación y poco faltó para que la admitieran los cristianos. Podemos afi rmar que esta verdad fue aceptada por los hebreos y judeo-cristianos bajo el dogma de la Resurrección. Por fi liación hebraica y evolución griega, el cristianismo era la religión de la resurrección y de la inmortalidad. Manú lo explica detalladamente como separación y purifi cación de las almas en progreso ascendente. Dice además el Bhagavata: (libros sagrados del hinduismo): todo renacimiento feliz o desgraciado es la consecuencia de las obras practicadas en las generaciones anteriores y constituye la pretendida recompensa o el castigo. El espiritualismo fi losófi co basado en la elaboración gradual y en continua metamorfosis de nuestra evolución, mediante la ley encarnacionista, nos muestra y amplía, mucho más allá de la integridad psicofísica. Es decir que nos muestra que la naturaleza sobrepasa el recuadro físico que la limita, desbordando más allá de la inmortalidad en el camino de ascenso hacia la perfección, para vernos por fi n libres del lazo que nos ata al carro de nacimiento y muerte. Esto es llegar a encontrar o alcanzar la libertad individual, la solidaridad y el amor despersonifi cado. Esta forma de amor se puede alcanzar, según Krishnamurti, aún estando encarnado. Para llegar a esta afi rmación se apoya en el principio de acción y reacción (ley de causa y efecto). Con nuestras acciones teñidas de deseos particulares estamos elaborando Karma (acción) y somos, por lo tanto, los únicos responsables de todo lo que nos ocurre, aún cuando nos parezca que el ambiente es el que presiona irradiando sobre nosotros. Hilando fi no vamos a ver que, en principio, somos nosotros mismos los que creamos ese ambiente. La solución sería no elaborar Karma para evitar consecuencias dolorosas. Deberíamos llegar a la acción sin reacción. Vale decir: ir desprendiéndonos, paulatinamente, de nuestras tendencias instintivas que nos animalizan, dirigidas hacia nuestros deseos particulares alimentando nuestro Ego. Y por el contrario sublimarlas en total benefi cio ajeno. Como corolario de estas razones enunciadas emite el siguiente postulado: — La acción impura, personal (deseos, ambiciones, fi nes personales) crea Karma y emana del yo. — La acción pura, impersonal se desvanece en el infi nito; no crea Karma y emana del ser. A este respecto, estaremos todos de acuerdo en que mientras el plano emocional nos obligue, por mente y organismo, a vivir manifestaciones terrestres, habrá mucha difi cultad para lograr tal estado álmico plenamente. Depende enormemente de nuestro cuantum volitivo y de nuestra capacidad dinámica para encarrilar nuestro Yo hacia realizaciones positivas (la virtud) abreviando de tal modo, el tiempo de nuestro destierro. La teoría reencarnacionista nos ha de servir, en forma primordial, para evitarnos caer lastimosamente en la desesperación que ciega el entendimiento, la angustia que nubla la razón y en ambas que desequilibran la personalidad inhibiendo nuestras capacidades. Nuestra actitud ante los obstáculos (que por cierto, tenemos bastante en esta vida) debe ser distinta al común denominador. Lo mismo que nuestra aptitud para resolverlos. Debemos erigir nuestro conocimiento como un galardón en nuestros corazones, para no olvidar que no termina todo en la tierra sino que por el contrario, solo es un punto en la inmensidad del cosmos. En lugar de deprimirnos, dicha convicción debe acrecentar nuestra fuerza de lucha ante cualquier situación hasta agotar la última probabilidad. Si reconocemos que toda forma es una herencia preexistente y paralelamente, en el hombre una evolución individual que empieza en el niño con el carácter derivado de vidas anteriores, una nueva era y agrega la experiencia de una nueva personalidad a la suma total de sus propiedades particulares acumuladas. Tal es la ley de continuidad o de variedades acumuladas sobre la mónada inicial preexistente. Dice Leibnitz que la mónada es el principio constitutivo de todas las cosas dotadas en el espíritu de una representación clara y distinta (identidad) y en perpetua armonía dependiente pero separada de la gran armonía universal que crece cada vez más en sentimiento, sensibilidad, razón, libertad y demás facultades y fuerzas; es decir, energías adquiridas a través de su eterno andar. CONCLUCIONES De la reencarnación en su trayectoria palingenésica inferimos: 1. El espíritu es eterno y posee la grandeza de tener a su servicio el infi nito, el tiempo y el libre albedrío en su tránsito por el lento pero seguro camino de la superación hacia los altos destinos que le depara la vida espiritual. 2. De lo anterior se desprende categóricamente, que la suerte no depende del azar sino de sí o lo que es lo mismo, que cada cual es el artífi ce de su propio destino. 3. Encontramos un nuevo enfoque de la realidad que por supuesto va a modifi car nuestros viejos esquemas, dando soluciones y respondiendo a los eternos apotegmas que inquietaron al hombre desde siempre. En los problemas de inconducta, en los contrastes sociales, en los problemas de nacimiento, orgánicos, espirituales, etc. Se amplía y se aclara el panorama hasta ver por fi n libres a los seres, del lazo que los ata al carro de nacimiento y muerte. 4. El origen de la fi losofía reencarnacionista se remonta a la más remota antigüedad en el mundo entero.
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por ADELA M. T. de TESORIERI
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