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Pitágoras vegetariano parte II

PITÁGORAS Vegetariano

Parte II

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Acierta el escritor uruguayo J. E. Rodó cuando dice: … “Hay y habrá siempre para el criterio de la Historia, iniciadores, hombres que resumen en sí el sentido de largos esfuerzos colectivos, la originalidad de una revolución social, la gloria de una revolución de ideas…”. Y uno de esos hombres fue incuestionablemente Pitágoras.

Apolonio de Tiana le declaró una vez a Thespesión, el gimnosofista etíope, lo siguiente: “He encontrado que Pitágoras tocaba los altares con las manos limpias, pues se conservaba virgen en cuanto a comer carne. Su cuerpo se encontraba también limpio de todo contacto de vestidos que proveniesen de animales”. (Baltzer, Apollonius von Tyana, pág. 355). El mismo autor refiere que en su defensa ante el tirano romano, Apolonio declaró lo siguiente: “Yo jamás he sacrificado sangre, ni tampoco la sacrifico, aunque proveniese del mismo altar. Así obraba Pitágoras; así sus discípulos; así los gimnosofistas de Egipto; así los sabios de la India, de donde les vino la sabiduría a los pitagóricos. Tal actitud de los sabios parece que fue ordenada por los dioses pues éstos les concedían una edad avanzada, una vida feliz y libre de enfermedades, una sabiduría siempre creciente, la libertad del yugo de los tiranos y aquella otra libertad divina: no tener necesidades”. (Baltzer, op. Cit., pág. 355). El noble corazón de Pitágoras no cesaba de emplear los medios posibles para persuadir a las gentes de que no matasen animales ni comieran carne. Solía comprar cuantos animales podía para luego ponerlos en libertad. Refieren Jámblico y Porfirio, que una vez que fue el sabio al muelle de Crotona, encontró allí a unos pescadores que acababan de llegar con su cargamento de peces, y al instante se los compra y los echa de nuevo al agua. Ante tan extraña actitud, se reunió allí un gran gentío para comentar el caso, y el filósofo aprovechó la oportunidad para discurrir y exhortar a la gente, y particularmente a los pescadores y cazadores, a que abandonen su cruel e inmoral oficio. También les habló de lo malo que era para la salud física y la espiritual la costumbre de comer carne. Dos mil años más tarde nos encontramos con otro vegetariano, artista, filósofo y científico (Leonardo da Vinci), comprando en el mercado cuantas aves podía para luego irse con ellas a la montaña y ponerlas en libertad. Noble actitud la del maestro pincel, quien con ello demostró ser un verdadero discípulo de Pitágoras. La compasión de Pitágoras hacia los animales era tan grande, que, según Springer (Enkarpa, pág. 125), el sabio pretendía que ni aún a los animales feroces se les debería matar. En este punto nos recuerda mucho a Buda. Refiere Jámblico (108) que con la dieta vegetariana, Pitágoras aseguraba que las fieras al fin se volverían mansas. Este otro dato concuerda también con aquella profecía de Isaías, que

tanto ha sido criticada por los que no comprenden la evolución biológica. Según Pitágoras, con el tiempo, la necesidad obligará a los animales carnívoros a adaptarse a una dieta vegetariana, o, de lo contrario, tendrán que sucumbir. Y a medida que se vayan adaptando al régimen vegetariano, las fieras carnívoras se volverán mansas. La citada profecía de Isaias (VI, 6) es la siguiente: “La vaca y el oso pacerán juntos y el león comerá hierba como el buey”. De modo que esa profecía aparentemente absurda, parece que al fin se realizará. Huxley, hablando en nombre de la ciencia moderna, nos dice: “La inteligencia del hombre, que ha convertido al hermano del lobo en un guardián del rebaño, debería también poder hacer algo para someter los instintos salvajes del hombre civilizado”. No hay duda que está encomendada al vegetarianismo del porvenir… En mi monografía sobre Diógenes he hablado ya del error que se comete al leer la historia antigua de los sabios sin el espíritu crítico y la preparación que ello requiere, pues dicha historia contiene frecuentes errores, arbitrariedades y negligencias, que en su mayor parte han llegado hasta nosotros sin haber pasado por el colador de la crítica. Una de las pruebas que más claramente demuestra mi aserto de que muchas veces la letra está en completa contradicción con el espíritu de la verdad, es el siguiente: Fundado en la autoridad de Apolodoro, refiere Plutarco que cuando Pitágoras descubrió su famoso teorema Magister Matheseos, en gratitud sacrificó un buey ante el altar de Zeus. Cualquiera, al leer esto, no podría menos que acusar de inconsecuente al Maestro. Pero en la historia de Apolonio nos encontramos con que el pitagórico Empédocles solía sacrificar a los dioses bueyes hechos de masa de trigo. El mismo Apolodoro, como todo pitagórico, no sacrifica sino bueyes fabricados de ese modo, según lo asevera Filóstrato (V, 25). De manera que el buey sacrificado por el Maestro ha debido ser también hecho de masa de trigo, como los que sus discípulos sacrificaban, y que los historiadores ya por negligencia o ya porque no les diesen ninguna importancia al hecho de que fuesen de trigo o de carne, es lo cierto que no lo hicieron constar así. La verdad es que Pitágoras jamás sacrificó animales ni ante el altar ni en ninguna otra forma. Así nos lo hacen saber sus principales historiadores como, por ejemplo, Jámblico (I, 1, 5, 25). Esa costumbre de sacrificar bueyes hechos de trigo que practicaban Pitágoras y sus discípulos la aprendieron, seguramente, de la India pues también en dicho país se practicaba la costumbre de sacrificar animales hechos de masa de trigo. Tal costumbre se llama allí ahimsa. No todos los historiadores han tenido la inteligencia de transmitirnos la esencia de las cosas, sino que algunos se ocuparon de compilar datos de cualquier modo y sin examinarlos dando con ello motivo a muchas contradicciones, como la que acabamos de mencionar. Acierta el escritor uruguayo J. E. Rodó cuando dice: … “Hay y habrá siempre para el criterio de la Historia, iniciadores, hombres que resumen en sí el sentido de largos esfuerzos colectivos, la originalidad de una revolución social, la gloria de una revolución de ideas…”. Y uno de esos hombres fue incuestionablemente Pitágoras.

Textos: Dr. Carlos Brandt

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