Dios creó el mal?
En nuestro diario vivir podemos escuchar ciertas afirmaciones como: "Dios es bueno", a lo cual inmediatamente pienso: "Todo el tiempo, porque esa es su naturaleza". Pero si Dios es bueno todo el tiempo, ¿por qué hay maldad? Esta es una de las preguntas humanas más antiguas y persistentes para la teología cristiana. San Agustín luchó con el problema del mal antes y después de su conversión al cristianismo. Experimentó con una filosofía llamada Maniqueísmo, que postulaba dos fuerzas: una buena, una malvada. Este dualismo entre el bien y el mal, la luz y la oscuridad, el espíritu y la materia sedujo a muchos a lo largo de la historia cristiana. Es, sin embargo, como el propio San Agustín se dio cuenta, incompatible con la doctrina cristiana. El cristianismo sostiene que hay un solo Dios, que todo lo que existe proviene de Dios, y que Dios es todo bueno. Para Agustín, el problema del mal en última instancia se resuelve al mirar no lo que existe, sino lo que falta. Esta comprensión del mal argumenta que el mal es una ausencia del bien. El mal no es algo creado por Dios, sino algo faltante, fuera de lugar. En las Confesiones, Agustín describe su epifanía: "Vi que no era una sustancia, sino una perversión de la voluntad cuando se aparta de ti". El mal se crea porque los seres humanos tienen voluntades desordenada, nos alejamos de Dios.
"creo que el problema del mal no se trata de Dios, sino de la humanidad"
Toda la creación es buena, pero se supone que debemos amar a Dios sobre todas las cosas. Agustín llama a esto ordo amoris, o el orden de los amores. El amor a Dios, el amor al prójimo, el amor a uno mismo, el amor a la creación, todo debe ordenarse con Dios desde lo alto. Cuando nuestros amores están desordenados y elegimos erróneamente, entonces surge el mal. El egoísmo, el orgullo, la lujuria por el poder y la codicia son fáciles de imaginar a través del lente del amor desordenado, y se ha cometido un mal grave debido a cada uno de estos. Santo Tomás de Aquino argumentó que las personas eligen algo que se percibe como bueno, sin embargo, a menudo nuestros juicios son incorrectos. Esta es la seducción del mal; estamos tentados porque percibimos algo como bueno. Pero cuando Agustín y Tomás de Aquino se centran en la seducción de los bienes desordenados, los filósofos del siglo XX señalan que el mal también es mundano. Ignorémoslo o no lo vemos emerger. Cada pequeña elección desordenada hace que la siguiente sea más fácil, casi inadvertida, y esto lleva al mal. Hace algún tiempo discutí con algunos amigos el problema del mal en una era de terrorismo y violencia. Mis amigos encontraron a Agustín intelectualmente claro pero emocionalmente insatisfactorio. Aceptaron que Dios no creó el mal, pero aún preguntaron por qué Dios permitió que el mal persistiera. ¿Por qué un buen Dios permitiría el terrorismo, el genocidio, el racismo, las hambrunas, etc.? En última instancia, creo que el problema del mal no se trata de Dios, sino de la humanidad. Si tenemos libertad, entonces podemos elegir erróneamente. Para mí, al ver los terribles males que se están haciendo, me queda una pregunta más profunda: ¿vale la pena la libertad humana?