REVISTA ESTUDIANTIL DE CIENCIAS SOCIALES
CONSTRUCCIÓN
DE
PAZ
¿Sabías que en la universidad hay una
Opción en Estudios sobre Desarrollo? La Opción en Estudios sobre Desarrollo ofrece al estudiante de pregrado uniandino elementos conceptuales y prácticos que le permitan adquirir capacidades para entender y analizar los distintos enfoques, dimensiones y problemas del Desarrollo. También brinda a los uniandinos una visión integral de los debates, políticas y procesos que involucran el desarrollo, teniendo en cuenta las dimensiones cultural, natural, social, económica y políticas del desarrollo y la realidad del país. Esta Opción, adicionalmente, da la oportunidad de realizar una práctica de medio tiempo en gestión del desarrollo, dentro de los intereses y aspiraciones de cada estudiante.
Para inscribirse: cidercoordinacion@uniandes.edu.co Más información: ciderinformacion@uniandes.edu.co
El nuevo ranking QS califica a Universidad de los Andes como la 2ª universidad latinoamericana en "Estudios sobre Desarrollo”. La Opción en Estudios sobre Desarrollo pertenece al Cider – Centro Interdisciplinario de Estudios sobre Desarrollo de Uniandes.
COLOMBIA,
PAÍS DE REGIONES
CBU / 2018 - 2
Colombia es un país en extremo diverso. Sin embargo, usualmente la mirada que se le da desde la academia y la política pública es de carácter nacional y hay la tendencia a tratar al país como un territorio homogéneo. Este curso ilustra las profundas brechas territoriales que caracterizan a Colombia, mediante el análisis interdisciplinario de seis dimensiones de la realidad colombiana: la dinámica histórico-geográfica, la heterogeneidad cultural, la heterogeneidad económica y social, el conflicto armado irregular, la capacidad institucional, y las políticas territoriales. El propósito de abordar el curso desde estas seis perspectivas no es hacer una representación exhaustiva de la realidad colombiana sino problematizar la visión homogénea y unificadora que ha prevalecido. A diferencia de otros cursos sobre historia, economía o política colombiana, este curso toma como unidades de análisis las regiones, los departamentos y municipios que componen el territorio nacional. Esta desagregación territorial permite ilustrar la forma como los problemas del país cambian considerablemente de un territorio a otro y a lo largo del tiempo. El curso también muestra que esa desagregación plantea retos para la política pública local y nacional, que se abordarán en el curso desde una perspectiva crítica.
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CONSTRUCCIÓN
DE
PAZ
COMITÉ EDITORIAL: Lucía Alarcón Moreno, Juanita Arias Ramírez, Néstor Augusto Espinosa Robledo, Santiago Fernández González, Ara Goudsmit, Juan Diego Suárez Zambrano Con la colaboración de: Paula Milena Suárez Sandoval
DISEÑO: Mariana Cano Britto, Valentina Guzmán Porras
CONTACTO: laparadaciso@gmail.com
EL EDITORIAL
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DESDE ADENTRO
TESOS
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VOCES
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EL EDITORIAL Nos pusimos la 10.
a décima edición de La Parada es una edición especial en varios sentidos: tenemos un nuevo comité editorial, una mirada que propone un acercamiento polifónico a las realidades sociales que nos rodean y nos ha correspondido vivir y disfrutar del primer número redondo de La Parada. Consideramos que las voces que componen esta polifonía enriquecen de manera contundente los debates sobre las ciencias sociales y constituyen la esencia misma del ejercicio activo, transformador y propositivo de las revistas estudiantiles. “Nos ponemos la 10” no sólo en una situación particular como Comité, sino también en una coyuntura política única y sumamente especial en nuestro país; la décima edición de La Parada se enmarca en la antesala de las primeras elecciones presidenciales sin conflicto armado con las FARC-EP, en las cuales, entre otras muchas cosas, se juegan todas las proyecciones, situaciones y transformaciones propias del post-acuerdo, las cuales, como es bien sabido, están pendiendo de un hilo. La responsabilidad entonces es de asumir un compromiso ético y político para reflexionar en torno a la coyuntura actual y para conmemorar nuestra Décima Edición que está próxima a salir. También, lo que constituye algo especial de esta edición, es que dichas voces no son voces cualesquiera. Hay voces graves, agudas, con texturas y colores; voces que resuenan, voces que se esconden; voces que no suenan. Son las voces de la guerra, de la paz, de la verdad, de la reconciliación, de la esperanza, del miedo. Y es que creemos que el simple hecho de voltear el oído –o, en el caso de usted, querido lector, la mirada–, hacia lo otro, lo distinto o lo invisible no es algo de lo que podamos prescindir como sociedad. Queremos invitarlo, entonces, a eso: a hacer de esta edición un ejercicio donde ponga a prueba su empatía, su capacidad de tolerar, de ponerse en las botas del otro o de la otra. Es un ejercicio que en teoría deberíamos realizar con más frecuencia los colombianos, pero como comité queremos invitarlo que lo haga particularmente con esta edición especial en varios sentidos. No es, de ninguna manera una imposición de algún grado de moScanlon, T. M. (2003). The Difficulty of Tolerance. Cambridge: Cambridge University Press. 1
ralidad que consideramos que usted deba alcanzar. Es, más bien, una invitación a ver, entender y escuchar al país que se construye –o deconstruye– todos los días. A apropiarnos de una paz que peligra, una paz confusa que se asoma tímidamente en cada relato, cada noticia y cada rostro que vemos de la guerra. La idea de esta tolerancia implica ir más allá de construir un “país para la gente de bien”, uno de los motivos por los cuales ciertos sectores se oponen los Acuerdos de Paz de La Habana. Ellos lo expresan diciendo que, como las FARC-EP cometieron miles de atrocidades durante el conflicto armado, no merecen tener un espacio en la esfera pública y que, más bien, se merecen el rechazo de la sociedad. La idea de que “nosotros somos ciudadanos de bien y ellos no” parece partir de un supuesto moral, pero no es suficiente para construir y consolidar la paz. Desde este comité editorial creemos que establecer un nuevo criterio moral que vaya más allá de la dicotomía entre el bien y el mal es necesario para un país que está en medio de un proceso de construcción de paz. Ese nuevo criterio puede ser la tolerancia. Para Thomas Scanlon1, ésta implica una actitud intermedia entre “la aceptación de todo corazón y la oposición sin restricción”. No es un juego de suma cero, en donde el ganador se lo lleva todo, que es lo que implica la frase “le entregaron el país a las FARC”. Si podemos tener nuestras discusiones políticas en un marco de tolerancia, podemos convivir mutuamente y tratar de construir algo más cercano a la paz. Le apostamos, entonces, a agudizar la mirada hacia la paz. A todos los elementos que componen una transición social y política, a las realidades de las memorias, a los grises entre categorías binarias como “víctima y victimario”, “izquierda y derecha”, “bien y mal”, al arte que acompaña procesos de resiliencia, a las historias, las miradas y las voces del conflicto. Creemos, que la tolerancia, la empatía y el respeto pueden contribuir a lograr el mínimo, pero importante, sentido de convivencia pacífica que tanto necesitamos. Comité Editorial La Parada
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LA MIERDA EN COLOMBIA
Para las víctimas, por supuesto. “[…]si al fin y al cabo cuando yo me muera volverán los políticos a repartirse esta vaina como en los tiempos de los godos, ya lo verán, decía, se volverán a repartir todo entre los curas, los gringos y los ricos, y nada para los pobres, por supuesto, porque ésos estarán siempre tan jodidos que el día en que la mierda tenga algún valor los pobres nacerán sin culo, ya lo verán […]” - El Otoño Del Patriarca, Gabriel García Márquez
8 Y sí, es cierto que las Farc arrasaron con pueblos enteros. Y sí, es verdad que los paramilitares masacraron y descuartizaron familias enteras. Y sí, fuerzas estatales asesinaron jóvenes civiles pobres y los vistieron de guerrilleros. Y sí, seguramente Colombia deberá buscar a sus muertos en las profundidades del río Magdalena y tardaremos décadas -quizás siglos- en sanar estas heridas. Pero lo que también es cierto es que esta paz, imperfecta y casi increíble, ha salvado, según datos del Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (CERAC), más de tres mil vidas. Sin embargo, incluso teniendo en cuenta este ahorro de vidas, de historias que sí podrán ser contadas, escuché el otro día a un joven uniandino exclamar desde la comodidad de las aulas del edificio Mario Laserna: “esta paz es una mierda”. Tratemos de explicar con esta bella y cotidiana palabra, mierda, la situación de nuestro país.
La mierda que comen los campesinos: la pobreza en el campo es de 44,7%, es decir, más del doble que en las ciudades. El 46% de las tierras está en manos de 0,4% de la población. La mierda que hablan los políticos: “Farc están preparadas para la guerra urbana si fracasa proceso de paz” Juan Manuel Santos, presidente. “Santos abre la vía del castrochavismo al pactar con Farc” Álvaro Uribe Vélez, expresidente y senador por el Centro Democrático. “El acuerdo Santos-Timochenko se está utilizando como instrumento para imponer la ideología de género como norma constitucional” Alejandro Ordóñez, procurador destituido por haber
violado el artículo 126 de la Constitución, el cual prohíbe la tristemente famosa práctica del “yo te elijo, tú me eliges”. “Queríamos que la gente saliera a votar verraca “Juan Carlos Vélez Uribe, gerente de la campaña del NO. Los que, lastimosamente, se fueron a la mierda: 218.094 muertes- lo que equivale a llenar seis veces el Campín- por el conflicto armado de 1958 a 2012, de las cuales el 81% son civiles. Los que no tienen ni mierda a causa de la guerra: 5.712.506 desplazados internos de 1985 a 2012, equivalente a la población entera de países como Dinamarca o el Líbano. La mierda que se pisa: desde 1990 ha habido 11.458 víctimas por minas antipersonales. Sólo nos supera Afganistán. La guerra que se tornó una mierda de guerra: 60.630 desaparecidos de 1970 a 2012. De 1995 a 2006, en Colombia desaparecían una persona cada dos horas -doce personas desparecidas al día. La mierda que comen las minorías: De los más de seis millones de víctimas del Registro Único, cerca del 12% de estas hacen parte de pueblos étnicos. Sin olvidar que acá existe un gran subregistro.
Las mierdas del ejército: casi 5.000 presuntas ejecuciones extrajudiciales por parte de las fuerzas armadas. Estos son los mal llamados “falsos positivos”, que consistían en ejecutar jóvenes pobres para luego vestirlos de guerrilleros y presentarlos como bajas en combate. A los que les vale mierda: el 62,59 % de los colombianos habilitados no votó en el plebiscito. Los cagadones: 1.982 masacres en Colombia de 1985 a 2012, dejando un saldo de 11.751 víctimas. A los que nos sabe a mierda la guerra: millones de colombianos. Nuestro sanitario está a desbordar de mierda, llevamos ahí sentados 52 años. Es hora de levantarse, bajar el agua, limpiarse el culo, lavarse las manos, mirarse al espejo y preguntarse: - ¿Qué es esta mierda? Y responder: - ¡A la mierda la guerra!
Tomás Uprimny Añez.* *Bailar, leer, escribir, amar y rumbear… ¡Ah! Y, cuando me aburro muchísimo, estudiar derecho.
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¿QUÉ DIRÁ LA GENTE POR ALLÁ?
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¿Qué es una biblioteca? - Una fuente de historias, ¿de repente? - ¿Qué es Colombia? - Creo que lo mismo. El país tiene mucho que contar, es una realidad y, por curiosidad y algo de casualidad, tuve la oportunidad de conocer y escuchar a algunas personas que reflejan esta realidad en la que se construye Colombia. El 2 de octubre de 2017 –un año después del Plebiscito final del Proceso de Paz- estuve presente en la Zona Veredal de Tránsito y Normalización en Buenavista, Meta, ubicada en los llamados llanos del Yarí, el pie de monte de la Macarena, donde hace no mucho operaba el temible bloque oriental de las FARC-EP. Esta fue una de las zonas más importantes del Proceso de Paz por haber concentrado a los antiguos presos políticos de la guerrilla y donde, además, se llevó a cabo la ceremonia de dejación total de armas. Quería comparar las percepciones que se tenían en la ciudad sobre el Proceso de Paz, la guerra, las FARC, el gobierno, etc.; con las propias del campo, de las zonas donde más presente y activo estuvo el conflicto durante años. Entender la
otra cara del país, una cara cruda, oculta e incomprendida casi siempre. ¿Qué dirá la gente por allá? ¿Qué pensará la gente de las FARC? Al entrevistar a la profesora Helena Trujillo, encargada y única responsable de la educación de los niños de la vereda, nos contó su historia, las ideas que tenía y anécdotas de la cotidianidad estando en la guerra. Por ejemplo, sugirió que el gobierno lanzara útiles escolares en vez de bombas en los helicópteros, aprovechando que el conflicto estaba acabando. Esto era un reflejo de su punto de vista sobre los diferentes actores de la guerra. A pesar que se sentía más afectada por la actuación del gobierno, mostraba, con algo de sátira, su voluntad para pasar la página. También estaba feliz de ver cómo los comandantes del ejército se saludaban con los de la guerrilla, “cuando antes no se podían ni ver”, decía la profe. La profe –así le decían- tiene una infinidad de pensamientos forjados a través de su experiencia, de lo que es la educación en medio de la guerra, las percepciones de nación y violencia: del bien y del mal. “Llegar acá no era fácil, ¿no? – recordaba ella- para llegar acá, antes del proceso, alguien debía
dar referencias tuyas para que, si puedes entrar, se hicieran responsables de lo que esa persona haga”. También quería hablar con diferentes excombatientes, ex carcelarios, y habitantes de la comunidad, sin importar quienes fueran o sus antecedentes, tratar de entender sus puntos de vista y escuchar las historias de todos por igual. Algo fenomenal era ver como la biblioteca de la escuela –una de las Bibliotecas Públicas Móviles instaladas por el gobierno en torno al Proceso de Paz, con la idea de llevar la cultura como medio de integración a las Zonas Veredales-- era el lugar principal de reunión de todos los habitantes de la vereda. Objetivo Cumplido. Circulaban niños por montones, no salían de allá. Estaban felices con los libros, los computadores y los lectores Kindle de la biblioteca, algo nuevo para ellos. Incluso cuando no había clase. “¿qué es la escuela para los niños?” -le preguntaba a la profe en esos momentos- “el refugio, algo diferente a lo que ven en la casa porque los niños del campo no son como los de la ciudad. El niño de campo antes de venir a la escuela tiene que ayudar o a recoger las pepas del café o a ordeñar, dejar las gallinas comidas o los animales que tengan, todo listo. Cuando ellos llegan a la escuela, ellos se han levantado tres o cuatro horas antes, entonces para ellos la escuela no es una obligación. Es una felicidad ir a la escuela”. […] Una historia de esperanza. También hacían presencia los exguerrilleros pidiendo amablemente a Julián, el bibliotecario, si les prestaba la impresora porque necesitaban un documento. “¡Claro, siga! Esto es suyo hermano, pero las botas afuera” –decía él, mostrando a todos cómo cuidar el lugar- a lo que los excombatientes respondían frases peculiares como “es que es para imprimir la libertad, ya me dieron de alta”. Muchos de los guerrilleros estaban en pleno proceso de pedir permisos de salida para cursos en otras ciudades o para ver a la familia. Sin ese documento, no podían salir de la zona.
Una historia de reintegración, de renacer. En la biblioteca conocimos a Blanquito, nos contó su historia, de cómo llegó a las FARC, de cómo conoció a su esposa. Blanquito es de Tumaco, comenzó como colaborador de la guerrilla, “como arrancan todos” –dice él– y fue ascendiendo poco a poco hasta ser guacalero, los únicos que conocen la ubicación de las caletas. Después de cerrar un “negocio grande con los narcos” se fue a celebrar y lo capturó el ejército. Se acordaba exactamente de la fecha y hora de su captura. Pasó por diferentes cárceles del país y en una de ellas conoció a su esposa, hermana de otro preso político de las FARC. Cuando lo conocimos, pasaba el tiempo entre la biblioteca y el campamento, atento a los mensajes que le mandara su esposa, para cuadrar el tan esperado reencuentro. “Qué va a hacer cuando la vea? –le preguntamos– sólo quiero llevármela a un lugar donde no me persigan los paras, ¿Panamá, tal vez?”. […] Una historia de amor en tiempos de guerra. Colombia es como una biblioteca, llena de historias por contar. El problema es que está empolvada, lleva mucho tiempo cerrada. Estamos cansados, curtidos, de un conflicto infame que nos tiene ciegos-sordos-mudos, con las manos amarradas. Tenemos que abrir la biblioteca para poder mirar y escuchar de otra manera, para poder actuar. Así como estas, también me encontré con historias de tranquilidad, de felicidad absurda, de dolor, y muchas más. Quisiera poder profundizar más en cada historia; este texto es una invitación a descubrirlas. Con frecuencia se dice que el país está jodido. Pero, nuestro deber, si queremos que cambie mínimamente el avenir, que pasemos la página de la violencia y la intolerancia; es escucharnos. Escuchar estas historias, experiencias y sentimientos, para entender quiénes somos, para dónde vamos, qué queremos. Pablo Arenas. Estudiante de cuarto semestre de Ciencia Política de la Universidad de los Andes.
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LA REIDEOLOGIZACIÓN
EN LA POLÍTICA COLOMBIANA EN LA ACTUAL COYUNTURA ELECTORAL
Luis Javier Orjuela E. Profesor asociado del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes.
Una de las características de la actual coyuntura electoral es la reideologización de la sociedad colombiana, fenómeno que no se veía desde la segunda mitad del siglo XX. Una de las causas remotas de la desideologización fue el Frente Nacional, que ocasionó que la identidad política partidista se fuera desdibujando como un efecto, no intencional, del pacto de las élites políticas tradicionales para alternarse en el poder. Esa desideologización contribuyó a generar una crisis de representatividad que se expresa hoy más claramente que los años treinta a cincuenta, cuando la sociedad era más afecta a las ideas liberales, conservadoras o de izquierda. Sin ideas e ideología no se puede hacer política. Su presencia puede ser mínima o puede ser fuerte, como en los partidos de izquierda, pero ella es inherente a dicha actividad porque la política se hace con propuestas de sociedad. Incluso la política clientelista tiene un mínimo contenido ideológico, consistente en la idea de que los beneficios del Estado requieren de un intermediario para que lleguen al ciudadano corriente, aunque eso sea una ideología premoderna. Ello se debe, en parte, a que en Colombia hay más territorio que Estado e institucionalidad, lo cual imposibilita, entre otras cosas, el acceso directo del ciudadano a los bienes públicos como al crédito agrario, al acueducto, a la electricidad, la vivienda, la salud, etc., que son derechos que se deberían obtener sin la intermediación de un político. Acabar con esa intermediación es la propuesta de la Coalición Colombia (Fajardo, los Verdes y Robledo), la cual, en el fondo, significa lograr en Colombia la modernidad política. Por su parte, Vargas Lleras significa la premodernidad, en tanto representa la continuidad del clientelismo En un artículo que escribí, hace un par de años, sostuve que Santos nunca fue uribista, porque tenía una ideología de centro izquierda (la “Tercera Vía”, un corrimiento de la Social Democracia al centro del espectro político) que difería del ultraconservaduris-
mo del expresidente Uribe, lo cual, más que el simple enfrentamiento personal, explicaba la constante pugnacidad entre los dos. Algo similar podría predecirse hoy respecto de Iván Duque, actual candidato presidencial del Centro Democrático. Dada su juventud, formación, trayectoria profesional como funcionario de organismos financieros internacionales, y su propuesta de disminuir impuestos a los grandes empresarios, se puede concluir que, ideológicamente, Duque es más un tecnócrata neoconservador que un conservador tradicionalista uribista. Bajarle los impuestos a los más ricos ha sido una bandera ideológica neoconservadora no sólo en Colombia sino también en otros países del mundo, lo cual contrasta con la defensa uribista de la concentración de la propiedad rural. Dado lo anterior, uno podría preguntarse por qué Iván Duque está con Uribe o al revés. A Uribe le conviene una persona joven, moderada y más tecnócrata que política que le ayude a ocultar su ideología tradicionalista (lo mismo intentó hacer con Andrés Felipe Arias) pues él sabe que le está haciendo una propuesta muy conservadora a un país que hoy es más urbano que rural, y que está muy diversificado cultural, sexual y religiosamente. También le conviene a Duque porque el uribismo ha sido su oportunidad de proyectarse no sólo como tecnócrata sino también como político (lo mismo que pasó con Santos). Así que las diferencias ideológicas entre Duque y Uribe podrían, eventualmente, conducir a una autonomía del primero, en un mediano plazo. Tanto Uribe como Duque tienen propuestas de política fiscal. La diferencia está en las finalidades que persiguen. Uribe, que representa la oposición a la modernización agraria, se opone a la formación de los catastros, lo cual está orientado a impedir que la gran propiedad rural pague los impuestos que debería pagar a los municipios, lo que, a la vez que beneficia a los grandes terratenientes, perjudica el desarrollo local, al restarle recursos. En cambio, la posición de Duque de no cobrar impuestos a los grandes empresarios, está en función de la creación de más empleos. Sin embar
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go, la tendencia mundial ha mostrado que los nuevos empleos no son tan bien remunerados como antes, lo cual profundiza las inequidades entre capital y trabajo. Uribe no está en desacuerdo con este punto, pero lo que más le interesa es que la tierra no se reparta, que pague pocos impuestos y, que si acaso hay que aceptar la modernización en el campo, sea la agroindustrial a gran escala, porque esos intereses están en condición de asociarse con los grandes terratenientes. No obstante, la urgencia en Colombia es el mejoramiento de la productividad de los pequeños y medianos campesinos, dado que ellos son, según el último censo agrario, 2.2 millones de personas que proveen entre el 50 y 70 por ciento de los alimentos que consume el país.
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Propuestas tan opuestas como las de Fajardo o las de Uribe surgen en un contexto de polarización en torno al orden social que debe dársele a Colombia, que comienza con el primer gobierno de Uribe en 2002, quien con sus ideas despertó a la ultraderecha. En estas elecciones la gente va a votar, o bien porque quiere una Colombia ampliamente democrática, pacífica, sin clientelismo, con equidad social y reconocimiento de la diversidad. O bien, porque quiere una Colombia sin redistribución de la gran propiedad agraria y sin representación del adversario político de izquierda, como La Farc; y todo eso tiene que ver con las ideologías y sus matices que están representados en el eje izquierda-centro-derecha. Una de las cosas que lo hace a uno de izquierda o derecha es la posición frente al cambio social: quien es de derecha piensa que la sociedad mejora por la lenta acumulación de la sabiduría de las generaciones anteriores y por eso se deben respetar las instituciones que se han heredado de los antepasados. Esta posición se identifica con el retrogradismo, el tradicionalismo e incluso el reaccionarismo. En cambio, quien es de izquierda cree que la sociedad es susceptible de un cambio hacia un futuro mejor y más justo, posición de carácter progresista, y considera que esa transforma-
ción se puede lograr con las capacidades y las acciones intencionales de los individuos y los movimientos sociales. En ese espectro ideológico, identifico un “centro”, bastante desdibujado, representado por el Liberalismo y el Conservatismo tradicionales y por La U, que son la continuidad del clientelismo. Están a la expectativa apoyar al candidato que tenga la más alta probabilidad de gar, pero no porque les interese su ideología. A la derecha del centro, está Vargas Lleras, pues defiende el orden y la autoridad y representa la continuidad de la premodernidad política, en cuanto su supervivencia depende de la alianza con el clientelismo regional descompuesto, representado en personajes como Álvaro Cruz o Kiko Gómez, entre otros. Más a la derecha de Vargas LLeras está la ultra derecha, el Centro Democrático, Uribe, que representa los intereses de los grandes propietarios rurales y combaten la izquierda (que califican de “castrochavista.” Y en la extrema derecha está Alejandro Ordóñez que representa la concepción católica más conservadora de la familia, la cultura y la sexualidad.
En estas elecciones la gente va a votar, o bien porque quiere una Colombia ampliamente democrática, pacífica, sin clientelismo, con equidad social y reconocimiento de la diversidad. O bien, porque quiere una Colombia sin redistribución de la gran propiedad agraria y sin representación del adversario político de izquierda, como La Farc; y todo eso tiene que ver con las ideologías y sus matices que están representados en el eje izquierda-centro-derecha.
En el centro-izquierda ubico a la Coalición por Colombia, con Fajardo a la Cabeza, que representa la modernización de la política (sin clientelismo y corrupción) económica y social del país. También en el centro-izquierda está De La Calle, que defiende la paz con inclusión social. Un poco más a la izquierda de los anteriores está Petro con su proyecto de equidad social, preocupación por el agua, uso de energías limpias, acceso a la educación, reconocimiento de la diversidad y rechazo del modelo económico extractivista. Creo que entre Petro y los candidatos de centro izquierda hay más coincidencias que diferencias ideológicas, afinidad, que aunque no sea total, está dada por los temas sociales y ambientales. Analizando bien el programa de Petro, no encuentro que diga, como se afirma, que va a expropiar las empresas en Colombia, sino que articula las ideas socialdemócratas con los temas de la nueva política mundial, tales como la protección del medio ambiente y el uso de energías limpias. Sin embargo, la Coalición por Colombia ha dicho que Petro es de extrema izquierda y por eso no se asocia con él. Lo que hace que no se perciba su posición de centro izquierda es el extremismo que la derecha quiere adscribirle con la expresión “castrochavista”, que presentan como una ideología vigente cuando, en realidad, ya no lo es. Y finalmente, a la izquierda de Petro, pero ahora si el
extremismo de la lucha armada, está el partido Farc, con su proyecto revolucionario agrario, el cual intenta desarrollar ahora por vías legales. El riesgo es que una ideología se identifique con una figura individual, como sucede con el uribismo. Así, ella degenera en caudillismo y populismo, movimientos que encierran una contradicción: si por un lado movilizan que grandes masas que pueden acceder a los beneficios y la representación del Estado, por el otro, lo hacen a través de la figura carismática del líder. Son su personalidad y sus creencias lo que aglutina políticamente a los seguidores, en contraposición con la despersonalización y y la universalidad de las instituciones que caracteriza una política moderna. Así que el uribismo crea seguidores de carisma pero no ciudadanos. En síntesis, lo que está en juego en estas elecciones presidenciales son dos proyectos políticos enfrentados: Una sociedad con paz, equidad y modernidad versus la continuidad de la sociedad agraria tradicional con clientelismo y, sobre todo, con concentración de la tierra. En esa confrontación las ideologías despiertan en la política colombiana.
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LA PAZ DESDE ABAJO: ACADEMIA Y TERRITORIO
Sara Vélez Zapata. Estudiante de la Maestría en Estudios Interdisciplinarios sobre Desarrollo del Cider
Los debates políticos de los últimos días parecen quitarnos la ilusión de que un país sin violencia política es posible. Sin embargo, para recuperar la esperanza basta escuchar y compartir experiencias con personas que, desde sus territorios, no han descansado en la ardua tarea de la paz territorial y con otros que, desde la academia, estamos aprendiendo de esas experiencias locales para contribuir desde las ciudades a los debates teóricos sobre lo que entendemos en Colombia por construcción de paz. Recuperar la esperanza fue, precisamente, el mejor regalo que me dejó la Escuela de Invierno Colombia: Paz Territorial del Instituto Colombo – Alemán para la Paz (CAPAZ). Durante una semana estuvimos treinta personas (26 colombianos y 4 alemanas) aprendiendo con profesores maravillosos sobre lo que ha significado la construcción de paz y los retos que tenemos como colombianos. A simple vista, podría decirse que en espacios como estos es posible caer en “lugares comunes” en los que se repiten afirmaciones a las que estamos acostumbrados: la importancia de lo local, la falta de coordinación de las instituciones estatales, la discusión sobre las causas estructurales del conflicto colombiano, entre otras. En contraste, en la Escuela de Invierno tuvimos dos ventajas que nos permitieron ir más allá: la posibilidad de compartir escenarios de diálogos que confrontaron la teoría con la realidad y los espacios propiciados por CAPAZ y las cinco universidades que nos recibieron para comprender la importancia de que la academia y el territorio se encuentren no solo para reconocerse, sino, sobre todo, para construir agendas de acción que tengan impactos reales. Estos espacios de diálogo y reflexión me dejaron cinco lecciones. La primera es que la paz y el desarrollo no son sinónimos, pero se necesitan mutuamente. De allí la importancia de comprender las necesidades de las comunidades y sus expectativas frente a la implementación del Acuerdo de paz. La segunda es la necesidad que tenemos como colombianos de reconstruirnos como sociedad después de una larga guerra. Esta reconstrucción parte de la comprensión de la vida de los
otros en nuestra propia vida, lo que la profesora Julieta Lemaitre ha llamado la dimensión moral de la paz territorial. Además, construir paz desde abajo implica ser conscientes de los contextos complejos a los que las comunidades han resistido y de los conflictos que han sido silenciados durante tantos años y que, luego de la firma del Acuerdo de paz, han emergido para recordarnos que el reto de la paz sostenible y duradera va más allá de los puntos acordados por el Gobierno y las FARC-EP. Por el contrario, la paz territorial debe partir de una premisa fundamental: nuestra meta no puede ser una sociedad sin conflicto, sino una en la que los conflictos se tramitan sin usar la violencia. De allí que hablemos de una etapa de posacuerdo y no de posconflicto. En síntesis, es atender a la invitación de John Paul Lederach de recuperar nuestra capacidad de imaginar una sociedad sin violencia. Finalmente, las últimas dos lecciones de la Escuela tienen que ver con mi rol como estudiante de maestría. Por un lado, quienes estamos inmersos en el mundo de la academia tenemos el reto de romper las barreras que hay entre las diferentes disciplinas. El llamado a la interdisciplinariedad debería trascender la lectura de textos académicos que abordan un fenómeno a la luz de diferentes disciplinas y, más bien, debería concentrarse en propiciar espacios de diálogo que tengan como resultado agendas concretas de investigación que respondan a las necesidades de los territorios de nuestro país. Por otro lado, la deuda de la academia con las comunidades colombianas hay que empezar a saldarla. Las investigaciones de estudiantes y profesores no pueden partir de la mera extracción de información de los “sujetos de estudio” que luego queda sistematizada y publicada en un artículo. Nuestras investigaciones deberían partir por el reconocimiento de las comunidades como sujetos que han resistido a la violencia y que, en ese sentido, tienen un conocimiento que es igual o más valioso que el de los grandes académicos a los que leemos en las aulas. Reencontrarnos con los territorios significaría la posibilidad de comprender nuestros conflictos para transformarlos juntos.
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VOCES POLÍTICAS
APOLÍTICAS
Puedo decir mi nombre, la guerra no logró matarme durante mucho tiempo, entonces espero que no me mate algo más. Siempre adelante, ni un paso atrás y que lo que ha de ser, que sea. - Robert Cañón, 33 años1.
20 Me fui para desaparecerme, por conocer, y por dinero, me funcionó todo menos lo último. Entré a las autodefensas cuando tenía 22 años, por un amigo, igual allá en mi tierra, en los Llanos, el que no haya estado dentro no es llanero. Es como una idiosincrasia haber estado en algún grupo armado, sean las FARC, sean las autodefensas. Casi todos mis primos y mis amigos estuvieron. Una mañana cuando estaba en Villavicencio me ofrecieron entrar, así como cuando te invitan a jugar fútbol y me fui ese mismo rato sólo con lo que llevaba puesto. Duré tres años sin salir. Muchas veces pensé en salir, pero sólo lo pensé… era mi vida, sino
Se hizo una escogencia selectiva de fragmentos de la entrevista. Las reflexiones posteriores están en cursiva. 1
te matan. Si logras volarte, igual te encontrarán. No he visto a ninguna persona que le hice algo, pero tengo culpa y si les he podido perdón, estando solo, pero lo he hecho. Todo esto marcó un antes y un después, allí tenía que pedir permiso hasta para ir al baño. Cumplía cinco reglas: no desertar, no ser sapo¸ tener parámetros, por decir así, normales de gustos, no robar nada, ni fumar marihuana. Siempre que veía un muerto pensé “ese no voy a ser yo”. Lo que aprendí allá es que mi vida no valía nada, la vida de ninguno no valía nada. Cuando un soldado cae en combate, no cae el arma, va a otras manos. Pero uno debe sacar lo bueno, ahora soy muy disciplinado. Por eso, mi tiempo en las AUC podría definirse como aprendizaje, malo y bueno, pero me sirve
Ni la contradicción es indicio de falsedad. Ni la falta de contradicción es indicio de verdad3. para no cometer los mismos errores, por ejemplo. En 2006, yo salí desmovilizado por una orden, el comandante nos dio dos opciones: salir a lo civil o ir a otros grupos que no se iban a desmovilizar. Muchos no se fueron, era su sentido de vida, tenían homicidios afuera, o era lo único que sabían hacer. La sensación que tuve durante los años de estar en las autodefensas fue de impotencia, desilusión. Yo antes quería ser militar, me gustaba la idea, pero las Fuerzas Armadas y la Policía están muy untadas en todo, en todo… Tengo un hijo de quince años y voy a hacer todo lo posible para comprar su libreta y que no preste el servicio. Los niños allá son hombres, no escatiman en eso. Las niñas y las mujeres también, las ven como soldados cualesquiera. Pago una condena en libertad, yo he aportado a la memoria, hablé con la Fiscalía, eso le falta a la paz de hoy, aportar con la verdad. Tengo Colombia por cárcel por tres años, ochenta horas de trabajo social y tenía que pagar mil salarios mínimos al Estado, pero eso último el abogado logró sacar. Estoy consciente que para el daño que hemos hecho, esto es poco. Este año ya me dan mi certificado psicosocial que dice que ya soy apto para la sociedad, yo sé que hace mucho tiempo lo soy pero toca cumplir. Hice mi bachillerato con la ARN2 y ahora mi carrera de cocina también. Tenía un lema que ya no estoy seguro que funcione: todo el que quiera la paz, tiene que estar preparado para la guerra. Si no hay un ganador nunca va a haber paz. Pero ya no sé, no creo tanto esto. Lo que importa es que pasé de ser delincuente a vecino. Sólo hablo esto con la ARN, después soy Robert, el cocinero. Me enfoco en mis estudios, yo soy empírico, trabajé en Rosales, Andrés Carne de Res, pero quiero mi título para poder ascender, la cocina es lo mío, lo que me gusta. Cambié las armas por esto.
Escucharnos unos a otros parece una tarea continuamente ineludible. Si algo es claro es que las identidades de millones de colombianos están marcadas por la guerra y la violencia, y construir otras quizás sea uno de los desafíos más grandes. A Robert tres años en las autodefensas lo marcaron, once años de procesos burocráticos de reinserción le siguen recordando su pasado y marcando su presente. El constante sello de lo que una persona fue sólo puede ser removido con oportunidades que le ayuden a establecer un nuevo horizonte identitario, de sentido; para él, hoy su identidad de colombiano-cocinero significa cambiar su estampa de ex-para, desmovilizado, y reinsertado. A lo mejor, también es necesario no ser tan exigentes desde ciertos sectores al pensar que las personas cambian sus supuestos fundamentales de un día para otro. Robert no votará en estas elecciones porque no cree en el Estado, considera que es falto de honestidad, lleno de hurtos, aunque pueda verse beneficiado de alguna forma de él (ARN). Se considera de derecha por ir en contra de las FARC y cree que la paz está mal planteada en temas de justicia y verdad, a pesar que él obtuvo concesiones, aunque no iguales, similares a esa justicia que critica. Las contradicciones justamente son parte de este proceso de cambio y oportunidad de reflexión. No obstante, para conseguir esto se necesitan diversos espacios de socialización donde efectivamente puedan generarse cuestionamientos a lo que un individuo piensa y quiere, así esto se mantenga vigente pero se consiga más respeto a lo diferente. Por esto, la escuela de cocina MANQ’A, ubicada en Patio Bonito, en la cual Robert está realizando su grado técnico, significa que esté en constante contacto con víctimas, exguerrilleros y desmovilizados de las autodefensas. La convivencia con diferentes historias de vida tal vez sea ese paso imperioso para ir adelante, junto con la construcción de nuevas identidades que den sentido de expectativas en un conflicto polimorfo como el colombiano. Ara Goudsmit.
Agencia para la Reintegración y Normalización. 3 Blaise Pascal. 2
Estudiante de quinto semestre de Ciencia Política de la Universidad de los Andes.
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¿SERÁ QUE VUELVEN? Todos vuelven a la tierra en que nacieron; al embrujo incomparable de su sol. Todos vuelven al rincón de donde salieron: donde acaso floreció más de un amor. Bajo el árbol solitario del pasado, cuántas veces nos ponemos a soñar. Todos vuelven por la ruta del recuerdo, pero el tiempo del amor no vuelve más. - César Miró.
22 No sabemos si John va a volver. No sabemos cómo se fue. Sabemos que lo mataron en el ejercito, sin razones. Que era un buen muchacho, que adoraba a su familia, que había estudiado, que tenía una casa donde lo querían y donde esperaban con ansias que le dieran el próximo permiso para poder pasar un fin de semana juntos. ¿Cómo pasó todo? ¿Cómo empezar a contar la historia de falsos positivos, de amenazas, de miedos? ¿Cómo, sin embargo, esta historia también se tiñe de esperanza, de resiliencia, de realidades ocultas, de personas que no se cansan ni se cansarán nunca hasta tener justicia? Esta es la historia de Ricardo Cifuentes Araujo* el padre de John*. De cómo a John lo mataron el 16 de febrero del 2016, en el conjunto militar de Sogamoso. De cómo Ricardo ha vivido con esto. De cómo el suyo es un relato invisible, sordo, un relato que no tiene eco, pero es uno de esos que están en las calles, en los pueblos, en las caras y en las miradas. ¿Será que vuelve?
La libreta militar le valía 2 millones... ¿doscientos? Dos millones doscientos cincuenta. Doscientos. Nosotros no teníamos la plata, no teníamos la plata. Entonces, dijo, voy a regalarme al ejercito y, mamá, esa libreta yo se la traigo aquí. Es mi orgullo. John se presentó al ejercito porque su familia no tenía con qué pagar la libreta militar. En realidad, se presentó porque en este país la pobreza se paga con guerra, porque elegir devenir es un lujo si se es pobre. Y, en un país en guerra, el devenir es ir a vivirla: combatir en el bando que toque. Justo después de negarle un trabajo en un banco,
El chino se decepcionó y decide: mamá, voy a ganarme la libreta militar y voy a demostrar que sí se puede, porque en la familia tenemos que salir adelante. Se fue el pelado.
Ricardo me contó la historia en la sala de su casa en el bario Venecia del sur occidente de Bogotá. Me contó todo lo que había vivido desde que salió de Tadó, Chocó, lugar donde nació y creció en los 60. Me contó, con su tono innegable de maestro de tiempo completo, que al salir del colegio, se presentó –obligado– a la policía, donde recorrió gran parte del occidente antioqueño a pie. Años después, hizo parte de una contraguerrilla en Santa Fe de Antioquia, que, apoyada por el ejercito nacional, se dedicaba a perseguir y a matar miembros del partido político de la Unión Patriótica.
Ese señor [el capitán] tenía una Toyota de esas antiguas, roja y blanca. Era donde ellos se disfrazaban –se ponían gorro, se disfrazaban como si fueran habitantes de Santa Fe de Antioquia–. Y todas las noches hacían dos o tres ejecuciones. ¿De la UP? Sí, eran miembros de la UP. Qué hacía esta gente: los llevaban en el Willis, y del Willis había dos calabozos, y en la parte del patio que quedaba cerca a un casino, este señor y su grupo de la plana mayor tenían un calabozo donde asesinaba a la gente.
En esa época los mataban como matar cerdos. A algunos de los compañeros los llamaban, que quién era el valiente. Y, había un Correa, que supuestamente se purgó. Purgó, llamaban a quien era capaz de asesinar una persona. Y otro muchacho que lo mataron, que era como loquito y acelerado, que no duró mucho en la policía porque a él lo mataron. Esos dos, del grupo de nosotros, fueron que pasaron supuestamente la purga. Que era matar. Ricardo hizo énfasis en el rumbo que tomaron los cuerpos de estas personas. Si no hay ningún tipo de valor en la vida de aquel que piensa distinto, mucho menos lo habrá en su muerte. Entonces, ¿qué queda de ellos? ¿será que vuelven?
Había un sitio en Santa Fe de Antioquia que se llama El Paso. Un puente por donde pasa el río Cauca. Entonces, en unas lonas, en unos costales plásticos, amarraban los cadáveres antes de que se enfriaran y le echaban piedras, y por el puente, al río. Yo no creo que vuelvan.
¡Mire cuánta gente desaparecida! Imagínese usted tirar una persona al río, con piedras y con una lona de esas, que es prácticamente nylon, eso nunca la familia las va a encontrar. Entonces, digo yo, esa es la desesperanza que tiene mucha gente, ¿dónde está su ser querido? En el 90 despidieron a Ricardo de la policía.
Estaban en la época donde estaban entregando 2 millones de pesos por cada policía muerto. La era de Pablo Escobar. Entonces, claro, ya uno siente miedo. Me llegó la hora y pues yo antes me sentí contento. Arranqué para mi pueblo, a mi casa. Tras aceptar una oferta laboral en una oficina del Estado, fue a dar a Bogotá tres años después. El 2 de enero de 1992, se encaminó en un viaje cuyo desenlace estaría lleno tristezas, confusiones, de dolores. Pero también tuvo motivaciones, grandes sueños y planes: Ricardo trabajó como maestro por más de 20 años en Ciudad Bolívar y en Kennedy. No fue fácil.
En ese tiempo, ¿quién iba a Ciudad Bolívar, sabiendo que era una época terrible? ¡Ahora no es nada! Ahora Ciudad Bolívar es una maravilla. Allá mataban muchachos ahí al lado de uno. “Córrase que vamos a matar a este”. Y pam, pam, lo mataban ahí. Y así era. Fue profesor de educación física en escuelas muy precarias de la ciudad, donde, a pesar de la violencia, los obstáculos y las necesidades, llenó de satisfacción la vida de muchos jóvenes a través del fútbol, del voleibol o del baloncesto.
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Ricardo tiene dos hijos con su esposa actual: Joan Sebastián y Laura Vanesa. Antes de conocerla, Ricardo ya tenía un hijo, John. Después de graduarse del colegio en el 2014, John vivió lo que muchos jóvenes en Colombia: pagar o presentarse. Así de estrecha, así de vacía, así de imperativa es la decisión que se toma antes de ir a la guerra. Una decisión que puede cambiar el rumbo de un país. Como votar sí o no en un plebiscito. Como ser victima o ser victimario. Como matar o estar muerto. ¿Qué tan seguido vemos el mundo a blanco y negro? Naya Rivera, perteneciente al colectivo Orlando Fals Borda, quienes llevan el caso de John, prefiere los grises que hay en la mitad de todos estos blancos, negros, rojos y verdes:
Ella, por el llanto, por la preocupación, por todo. Usted sabe, una mujer desesperada. Su hijo. Le digo que me espere hasta mañana que yo llegue, yo miro como hacemos. Ella se fue esa misma noche para Sogamoso. Llamó al ejercito, le enviaron un acompañante, la llevaron en una camioneta. Me cuenta que como llego al batallón, no la dejaron ir donde estaba el cadáver, sino que la encerraron en una habitación que ellos manejan en el casino de ellos. Y charla va, charla viene, al otro día le ofrecieron desayuno, a una mujer desesperada sin saber a quién estaba llorando. Y todo el mundo le da el sobijo, que era muy buen pelado, pero es que no sabemos por qué, que tan buena conducta, que por qué él toma esa decisión.
Las historias de la vida son muy complejas. Me parece que el país se ha centrado en una mirada binaria de las cosas. Las víctimas y los victimarios, antagonistas, etc. Yo creo mas que lo que somos es sobre todo hombres y mujeres que nacemos en el mismo territorio. Y tenemos mas cosas en común de lo que a veces pensamos. Y hay todos esos matices. Matices en el papel que ha jugado cada uno en esta guerra. Mucha gente que se presenta como que no ha tenido nada que ver con nada, pero en realidad sí tiene que ver con todo: la indiferencia tiene que ver con todo.
La madre de Cristián esperó toda una noche para poder ver el cuerpo de su hijo. Una noche entera donde muchas cosas hubieran podido haber pasado, y es que, en este caso la especulación duele. Cada segundo cuenta.
Ella cree en la complejidad del conflicto, y diría que ni Ricardo ni John merecen el rotulo de víctima o de victimario en su frente. No podemos reducir las historias: sería como no poder ver bien nuestras propias huellas. Las de John sí fueron borradas. O, al menos, eso intentó hacer el ejercito:
Me llamó ella desesperada, llorando. Que estaba herido. Que la habían llamado. Después, como a la media hora, me llama ella y dice: que le habían dicho que el se había auto eliminado. “¿Cómo así mija?”. Bueno.
A nosotros nos causa curiosidad es que, cuando entregan el cadáver, no nos lo dejan ver allá. Nada. Hasta que llegó acá, y ella imploró al conductor, porque era prohibido verlo. Y lo segundo es que la orden era para cremarlo. Y alguien se le acerca y le dice que no lo fuera a dejar cremar, porque va para investigación. Porque la orden de los comandantes que estaban al rededor del caso era que lo quemaran. Estando en el velorio, la llaman al celular, contesta y le dicen: “si usted quiere saber qué le pasó a su hijo, no le puedo decir mi nombre. Solo hágalo destapar y revíselo”. Le detectamos un golpe aquí, en la nariz. Entre el tabique y en el ojo, y el ojo estaba hundido. Aquí pasa algo raro. Algo raro era que una bala había atravesado el torso de John. El rastro de la bala dejó una marca a su costado izquierdo, y terminó su corto pero profundo recorrido a su lado derecho.
Y nos surgen muchas incertidumbres. Muchas cosas y muchas y las otras y las otras. Cuando al final vamos descubriendo nosotros que al pelado nos lo mataron en el ejercito. Esa es la situación que nosotros nos encontramos. Y que por qué a él le tenían que hacer esa muerte, de torturarlo. Porque después uno revisa las manos, y a medida que uno revisa las fotos se va dando cuenta. Porque si uno se va a meter un tiro, se lo mete en el cuello... pero es que acá debajo de las costillas, qué. Entonces nos preocupa que en el dictamen de medicina legal no aparece eso. No aparece el golpe de la nariz. Ni el ojo reventado, totalmente reventado. Eso no aparece. Entonces es donde ya empieza uno a moverse y a hacer muchos contactos, y a averiguar. Y nosotros estamos pendientes de que la justicia llegue a los que lo mataron. Que haya la verdad y la justicia, porque la muerte de nuestro hijo fue un misterio y totalmente otro falso positivo. Imagínese las condiciones. Porque la fiscalía condonó, no hay ni una evidencia, no aparece ni una gota de sangre. Pero si medicina legal dice que el llegó totalmente anémico. Entonces, ¿dónde lo mataron? ¿dónde lo mataron? ¿Será que vuelve? Volver, en este caso, trasciende los limites del espacio y de los cuerpos. John está presente en la vida de Ricardo y de su familia: la búsqueda por la verdad y la justicia son mucho más que un intento por conocer qué pasó. Son dolores que se han transformado, y que hoy, con un volumen tenue, gritan por verdad. Gritan por oportunidades, por representación por políticas sociales, por atención, por empatía. Por paz.
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Por que vuelvan. Por que vuelvan todos los John de este país: los que tiraron al río, los que no sabemos dónde están. Los que lloramos, los que viven en la foto de la pared de la casa. Los que se pueden ir en cualquier momento. Los que no se han ido. ¿Cuándo volverán? ¿Será que vuelven?
Lucía Alarcón. *Los nombres del relato fueron cambiados por razones de seguridad
Estudiante de quinto semestre de Antropología de la Universidad de los Andes.
FOTOS POR: Tomรกs Mantilla
FOTOS POR: María Valentina Rincón Páez Gráfico en uno de los pupitres de un aula en la Zona Veredal Transitoria de Normalización Antonio Nariño, Icononzo, Tolima.
“No hay camino para la paz ella es el camino” Exterior de un aula en la Zona Veredal Transitoria de Normalización Antonio Nariño, Icononzo, Tolima.
FOTOS POR: Luisa María Cardona Buenavista yace en una de las tierras más fértiles de Colombia, el Quindío. Lleno de cafetales y plataneras, este pueblo se ha visto atrapado en medio del conflicto armado entre las guerrillas y los paramilitares, que luchan por un pedazo de tierra que no les pertenece. Buenavista es hoy un pueblo tranquilo, y seguro que ha creado una fuerte conciencia de comunidad. Entre sus calles se encuentran las historias de su identidad.
MAESTRÍA EN
GÉNERO Código SNIES: 105660 Formación Universitaria: Posgrado Duración: 4 semestres Número de créditos: 37 Modalidad: Presencial Bogotá Registro calificado número 10724 del 1 de junio de 2016 por 7 años
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Maestría en Estudios Interdisciplinarios sobre Desarrollo Código SNIES: 1576 Formación Universitaria: Posgrado Duración: 4 semestres Número de créditos: 37 Modalidad: Presencial Bogotá Acreditación Alta Calidad Resolución 7607 del 20 de abril de 2016 Ministerio de Educación - Vigencia 4 años
Maestría acreditada por el Ministerio de Educación por sus altos niveles de calidad y rigurosidad académica e investigativa. También cuenta con una acreditación internacional de EADI (the European Association of Development Research and Training Institutes). Forma investigadores con la capacidad de abordar el desarrollo (o su ausencia) desde una perspectiva interdisciplinaria, histórica y comparada. El desarrollo se estudia integrando de manera integral perspectivas antropológicas, económicas, sociales, políticas, culturales e institucionales.
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