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Doctores del balón
Pedro Ortiz Bisso (Periodista)
Las palabras no pertenecen a un político, son de Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira, conocido como “el doctor Sócrates”, quien además de estupendo futbolista era un hombre de ideas arraigadas que nunca tuvo miedo de exponerlas. Amaba el fútbol tanto como a la libertad.
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Quienes transitan por la base cinco, en adelante, deben recordar al barbado doctor Sócrates como un furibundo goleador y dueño de una elegancia única para desplazarse sobre el campo de juego. Con la cabeza levantada y la mirada al frente, el centrocampista brasileño era capaz de fabricar paredes o derrumbar a las defensas más sólidas a punta de sutilezas. Fue uno de los líderes de una camada de jugado- res maravillosos que dejó su huella en la memoria futbolística de varias generaciones.
Una de las particularidades de su juego fueron los taconazos. Pocos saben que el delantero nacido en el estado de Pará, el 19 de febrero de 1954, aunque medía 1,93 m. de estatura tenía los pies pequeños (calzaba 37) y deformes.
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Su nombre no fue un capricho familiar sino obra de la admiración de su padre por los filósofos griegos. De ahí también vino su amor por la lectura y su interés por hacerse de una profesión. Así, mientras se hacía figura en el Botafogo y luego, para espanto de la fanaticada, se enfundaba la camiseta del Corinthians, estudió medicina. A diferencia de otros futbolistas a quienes el apelativo de ‘doctor’ les viene por su capacidad para provocar terribles lesiones con la punta del botín, Sócrates era un médico de verdad.
A inicios de la década del 80, cuando la dictadura brasileña empezaba a tambalear, en el Corinthians se estableció lo que se llamaría la “democracia corinthiana”, un modelo único que consistía en el manejo autogestionario de los intereses del club. Todas las decisiones se tomaban a través del voto con la participación de dirigentes, cuerpo técnico, jugadores y empleados. Se les auguró lo peor, pero el “Timao” ganó los torneos de los años 82 y 83, mientras sus jugadores salían a la cancha con pancartas con inscripciones, como “Democracia, ya” o “Quiero votar a mi presidente”.
“No hay que jugar para ganar, sino para que no te olviden”, decía Sócrates, uno de los mayores solistas de esa orquesta sin disonancias integrada por Zico, Junior, Dirceu, Falcao y Toninho Cerezo y otros malabaristas del balón. Cuesta creer aún, cuarenta años después, que la corajuda e insípida Italia de Paolo Rossi haya eliminado a ese maravilloso elenco de artistas en “España 82”. Ese Brasil irrepetible no se llevó la Copa (cuatro años después Francia sería el culpable de un nuevo fracaso), pero se metió en la historia. Hay quienes dicen que ni el equipo de Pelé del 70, o la Hungría de Puskas del 54. jugó tan maravillosamente como ese cuadrazo que dirigió Telé Santana.
Sócrates se fue muy rápido. Tenía apenas 57 años cuando la muerte lo sorprendió en un hospital a donde había llegado por una intoxicación alimentaria. Los estragos del alcohol habían debilitado su cuerpo y sus últimos meses presagiaban lo que vendría. “Quiero morir un domingo y con el Corinthians campeón”. La madrugada del 4 de diciembre del 2011, el doctor partió para siempre. Horas después, el “Timao” cumplía su deseo y con un dramático empate sin goles con el Palmeiras, se llevaba el ‘Brasileirao’. Antes que llorar, solo había motivos para sonreír.
Dos “pincharratas”
Obsesivo, ingenioso y repleto de tics, además de frontal, cabulero y mala leche. Los calificativos no escasean para describir a Carlos Salvador Bilardo, uno de los estrategas más famosos de la historia del fútbol, técnico de la selección argentina campeona en “México 86” conformado por míticas figuras como Maradona, Passarella, Bochini, Valdano y Ruggeri, y subcampeón en el mundial de Italia 90’. Luego de renunciar en 1990, fue entrenador del Sevilla y Boca Juniors hasta su retorno a Estudiantes de La Plata en 2004, donde anunció su retiro definitivo.
Aunque Bilardo formó parte de los ‘pincharratas’ del club Estudiantes de la Plata, temible cuadro que apelaba a las malas artes para someter a sus rivales, no fue por eso que lo apodaron “doctor”. El “Narigón” estudió medicina en la Universidad de Buenos Aires, cuando ya formaba parte de la reserva del San Lorenzo. En su casa el dinero no sobraba y cumplió el sueño que tenían sus padres: estudiar la carrera de medicina y hacer la especialidad de ginecología.
Un día después de que Argentina ganara la Copa del Mundo en Qatar, una foto de Bilardo frente a un televisor conmovió a la patria futbolera. Afectado por una enfermedad neurológica (síndrome de Hakim-Adams), el octogenario doctor ya no grita desaforadamente como cuando dirigía ni se toma de la corbata con nerviosismo. Sus días son ahora más quietos y silenciosos, ajeno al mundo que lo rodea. Sólo la ilusión de ver a su país alzar otra vez la Copa, de acompañar a Messi en su consagración tantas veces esperada, cambió su rutina. El fútbol no conoce de enfermedades ni olvidos. Es la mayor manifestación de la pasión.
Otro médico popular fue Raúl Horacio Madero, también ‘pin cha’ como Bilardo, quien además de jugar en Boca Juniors, Estudiantes y Huracán, integró la selección argentina en la década del 60’. En 1969, con treinta años de edad, al obtener el título de médico en la Universidad Nacional de La Plata, se retiró de la práctica activa del fútbol, pero mantuvo su vínculo con el mismo. Fue médico de Boca Juniors en 1982 y de la selección argentina campeona de 1986 y subcampeona en 1990, acompañando al cuerpo técnico de su amigo Carlos Bilardo. Posteriormente, integró la comisión médica de la FIFA y en el 2000 fue designado como coordinador médico de los seleccionados juveniles y de mayores de la Argentina. Falleció el 24 de diciembre del 2021 a los 82 años de edad.