4 minute read

Máskara: Año 4, Número 16, Enero 2023

Aland Bisso Andrade

Médico Internista

Advertisement

Hace algunos años leí la publicación “Nadie acabará con los libros”, de Umberto Eco y Jean-Claude Carrier, y desde entonces me pregunto por qué un texto así no se recomienda en la lectura escolar, incluso universitaria. En nuestro país la lectura seria y culta es vista de lejos, soslayada y siempre postergada. Hay otras prioridades. Es mejor gastar el tiempo en telenovelas y realities insulsos que agotan el morbo hasta el hartazgo o, lo que ya es parte de nuestra actual cultura: dedicarle una buena parte de nuestro tiempo a las redes sociales que todo el mundo tiene a la mano en un simple celular, cuya función telefónica es apenas un apéndice de nimia utilidad en medio de un sinfín de aplicaciones (“apps”). Antes de gastar en una llamada es mejor el WhatsApp o el Messenger. Escuchar la voz del interlocutor resulta ahora un detalle secundario que ha sido reemplazado por “emoticones” u otra simbología o jerga adhoc que ya no se ciñe a ninguna regla ortográfica y menos gramatical. Hoy en día las parejas se cortejan, enamoran, discuten y se separan solo por WhatsApp. Ya no es necesario verse a los ojos y menos escucharse; no siempre se usa el mensaje directo por vídeochat o por Skype. Si bien es cierto, ha ocurrido una revolución en las comunicaciones que nos facilita la vida y abrevia muchas cosas, paradójicamente también nos aleja de las personas, desgasta un tiempo valioso y si nos quejábamos de que mucha gente no se preocupaba en escribir correctamente, ahora menos. Poner acentos, puntuaciones ortográficas, como dos puntos, comillas, coma o punto y coma, requiere cambios de comando en el mini tablero que nos ofrece el celular; el usuario común los ignora y escribe completamente de corrido, en forma monocorde y apenas con pausas ocupadas por “emoticones” o puntos seguidos. Si la escritura vivía en crisis perpetua, las redes sociales le acaban de aplicar la estocada final, lo cual, sumado al precario porcentaje de la población que se preocupa en leer buena literatura, aunque sea una vez al año, plantea un serio problema en la educación y cultura general de países principalmente como el nuestro donde los gobiernos, por añadidura, otorgan un exiguo presupuesto para ese rubro. Sin embargo, también debemos aceptar que el lenguaje es una herramienta que cambia en forma constante, que se ajusta a modas, vivencias, evolución cultural y, en general, a la misma heterogeneidad humana.

Los desplazamientos migratorios, la tecnología comunicacional y la globalización son fenómenos que han desatado una revolución en el lenguaje humano. En este punto se suma ahora el denominado “lenguaje inclusivo”. Una aberración que, a punto de deformar el idioma, pretende ser un medio para reivindicar los derechos de la mujer. Nada más equivocado. La inclusión tiene que aterrizar en hechos concretos que dependen de la educación, legislación laboral justa, reglas de juego equitativas y una protección efectiva de las poblaciones vulnerables, no en neologismos anodinos que rayan en el ridículo y la estupidez (“ancestres” por ancestros, fue lo último que escuché).

La semiótica, disciplina que estudia los sistemas de comunicación en la sociedad humana, que incluye también el estudio de signos y símbolos, ahora cobra más importancia que nunca, lo cual nos lleva a evocar la figura relevante de Umberto Eco. Este gigante de la literatura mundial (falleció el 19 de febrero del 2016, a los 84 años), considerado uno de los grandes pensadores del siglo XX, fue profesor de semiótica en la Universidad de Bolonia, creó la Escuela Superior de Estudios Humanística y escribió un “Tratado de semiótica general”. Recibió el premio “Príncipe de Asturias” en el 2000, y tuvo una prolífica producción literaria, de las cuales destacan “El nombre de la rosa” (1980), “El Péndulo de Foucault” (1988) y “El cementerio de Praga” (2010). La novela “El nombre de la rosa” fue llevada al cine (1986) bajo la dirección de Jean-Jacques Annaud y protagonizada por Sean Connery. La película ofreció una estupenda adaptación de la novela y recibió un total de 16 premios en distintos festivales y concursos internacionales, donde destacaron: “El César” de la Academia francesa a la mejor película extranjera en 1987 y dos Premios BAFTA británicos en 1988: uno para Sean Connery como mejor actor y otro para Hasso von Hugo por el mejor maquillaje.

Umberto Eco ha dejado un valioso legado académico y literario. Si no son muy amigos de la lectura, vean la película arriba mencionada. Estoy seguro de que después querrán leer la novela y luego buscarán cualquier otra obra de Eco. Siempre por algo se empieza.

This article is from: