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Cómo reducir la contienda
Somos diferentes y, por lo tanto, tendremos dificultades para conciliar y estar de acuerdo. En esta enseñanza aprenderemos cómo ser pacificadores para resolver y reconciliar las relaciones en un mundo lleno de disputas y confrontaciones.
Santiago 3:18. “Y los que procuran la paz, sembrarán semillas de paz y recogerán una cosecha de justicia”.
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Jesús, en el Sermón del Monte, dijo: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”. Pacificar no es evadir y tampoco apaciguar. Algunos dicen: “yo mantengo la paz en mi matrimonio evadiendo las peleas, no pateo el panal. Escondo mi inconformismo bajo el tapete, me trago mi amargura, yo solo ignoro lo que me causa conflicto”. Eso no es pacificar. Es cobardía y no mejora la situación.
Apaciguar es siempre desistir, que cada cual haga lo que quiera. Tampoco es pacificar. Es una codependencia cuando estás cediendo todo el tiempo.
Jesucristo no huía de un conflicto legítimo. Él sabía cómo resolverlo, cómo lidiar de frente con la dificultad y cómo restaurar una relación.
Estos son los 10 pasos bíblicos para resolver un conflicto:
1. BAJAR MI VOZ. Proverbios 15:1: “La respuesta amable calma el enojo; la respuesta violenta lo excita más”. Entre más subas tu tono de voz, más fuerte discute la otra persona y los dos terminan gritando. En el nivel más alto de la mente está el córtex del cerebro, allí está tu capacidad para hablar, armar estrategia, planear, pensar y razonar. Cuando usas tu córtex estás en capacidad de resolver el problema creativamente, pero cuando sientes miedo o enojo te sales de tu córtex y bajas a la parte más instintiva de tu cerebro y en ese punto no piensas adecuadamente, empiezas a insultar y dices cosas que luego lamentarás. Cada vez que estás en conflicto no estás siendo listo y haces cosas tontas. Entre más levanto mi voz, más reduzco mi inteligencia, porque cuando gritas no estás en la parte racional y humana, estás en lo instintivo y visceral.
Neuronas espejo: Recibiré lo que sea que dé. El cerebro funciona con las neuronas espejo que te dan la habilidad de sentir lo que ves, por eso nos gusta ir al cine; frente a la pantalla nos contagiamos de los sentimos que vemos. Si los personajes están felices, tú también; si están tristes, tú sientes ganas de llorar; si desean venganza, tú también.
En una discusión, recibirás lo que des: si gritas, el otro grita. Si eres sarcástico, el otro será sarcástico. Gracias a las neuronas espejo, lo que siembres recogerás. Eclesiastés 9:17. “Las palabras tranquilas de un sabio son más efectivas que los gritos del más grande de los tontos”.
2. RESPIRAR Y REDUCIR EL RITMO AL HABLAR: Respira hondo y habla tranquilo. Entre más te enojas, más rápido hablas, subes el tono de voz y creas más enojo en las otras personas. Disparas ráfagas de palabras como una ametralladora y la gente se va a sentir atacada, ofendida y se pone a la defensiva. Proverbios 29:11. “El necio deja escapar todo su enojo, pero al esperar su turno, el sabio lo controla”. ¿Cómo se controla el enojo en una discusión, en una protesta, en una pelea? Esperando su turno el sabio lo controla. Thomas Jefferson decía: “Si te enojas cuenta hasta diez y si estás muy enojado, cuenta hasta cien”. Al esperar tu turno para responder controlas tu ira. Proverbios 15:18. “El que se enoja fácilmente provoca peleas y causa problemas, pero un espíritu tranquilo y relajado mantiene la paz”.
Eclesiastés 10:4. “Si un gobernante (o cualquier otra persona) se enfurece contra ti, ¡no te asustes! La serenidad calma la rabia excesiva”. Si alguien se te acerca con la fuerza de la ira, no te asustes y no dejes que tus neuronas espejo te lleven a responder de igual manera, guarda la calma, baja la voz, respira y ralentiza tus palabras.
3. ESCUCHAR MÁS QUE HABLAR: Santiago 1:19. “Todos ustedes deben ser rápidos para escuchar, lentos para hablar, y lentos para enojarse”.
En la práctica hacemos lo opuesto. Hablamos pronto y no escuchamos, el resultado es que nos enojamos rápido. Proverbios 13:10. “La soberbia es la madre de las contiendas”.
4. ESCUCHAR EL DOLOR DETRÁS DE LAS PALABRAS: No te centres en las palabras, busca las emociones detrás de lo que el otro dice. Lo que expresa con palabras no es tan importante como lo que está sintiendo; ¿tiene miedo?, ¿está celoso, deprimido, ansioso? El asunto es la emoción detrás de las palabras. Ignora las palabras y enfócate en el ánimo. Si deduces por su emoción que siente más frustración que ira, será más fácil que lo toleres y que no te sientas agredido. Proverbios 14:10. “Cada corazón conoce sus propias amarguras”. Todos tenemos un dolor, una pena, una herida que están ocultos.
5. ORAR MIENTRAS ESCUCHAS: Jueces 6:24. Gedeón edificó un altar para adorar al Señor y lo llamó “el Señor calma nuestros temores”. Cuando te encuentres en medio de un conflicto, cualquiera que sea el escenario, debes parar, orar y decir: “Señor cálmame”, así vas a hacer todos los pasos anteriores. Salmo 65:7. “Dios calma los océanos enfurecidos, el estruendo de sus olas, y tranquiliza el alboroto de los pueblos”. Eso es lo que necesitamos frente a lo que enfrentamos: “Señor, calma mis temores, mi enojo, mi angustia y frustraciones…” Él es el Rey de Reyes y Señor de Señores que puede calmar la peor de las tormentas.
6. ENTENDER ANTES DE QUERER SER ENTENDIDO: Procura descifrar al otro antes de querer convencerlo de lo que tú piensas. Proverbios 18:13. “Es muy tonto y vergonzoso responder antes de escuchar”. Estamos tan ocupados tratando de que otros vean la situación según nosotros la asumimos, que no paramos para escucharlos y entenderlos.
7. VER SU PERSPECTIVA: Filipenses 2:4-5. “Cada uno debe velar no solo por sus propios intereses, sino también por los intereses de los demás. La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús”. Esfuérzate por entender su perspectiva. En los conflictos actuales, la mayoría no pueden ver el miedo, el dolor, la injusticia que viven otras personas, solo se ven a sí mismos. Debemos ver al otro con la compasión y misericordia con la que nos ve Jesús.
8. PEDIRLE A DIOS QUE ME DE UNA IMAGEN CLARA DE MÍ MISMO: Salmo 139:23-24. “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce los pensamientos que me inquietan. Señálame cualquier cosa en mí que te ofenda y guíame por el camino de la vida eterna”. El Señor te mostrará la verdad.
9. DMITIR LA PARTE DEL CONFLICTO QUE YO PROVOQUÉ: Pueden ser muchas las razones que me llevaron a provocar el problema o la dificultad. Mateo 7:3-5. “¿Y por qué te preocupas por la astilla en el ojo de tu amigo, cuando tú tienes un tronco en el tuyo?”. Si quitas el tronco de tu ojo podrás ver la astilla en la persona con la que tienes el inconveniente.
10. ELEGIR CON CUIDADO MIS PALABRAS: Las palabras tienen el poder de incendiar y destruir una vida. Proverbios 12:18. “Las palabras imprudentes hieren como una espada, pero la lengua de los sabios, sana”. Dios, dame la lengua del sabio, que mi lengua sea una fuente de sanidad, que no hable imprudencias que destrocen a los demás. Efesios 4:29. “No empleen un lenguaje grosero ni ofensivo. Que todo lo que digan sea bueno y útil, a fin de que sus palabras resulten de estímulo para quienes las oigan”. No serás bendecido por oír este mensaje, serás bendecido por ponerlo en práctica. Mateo 5:9. “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios”.
Oremos: Padre, te agradecemos por tu Palabra tan práctica, relevante y oportuna. Necesitamos pacificadores en este tiempo, en nuestras escuelas, en las ciudades y en las comunidades. Pacificadores en nuestras familias, pacificadores por todo el mundo. Tú nos enseñas cómo reducir el conflicto, cómo disolverlo, incluso cómo resolverlo y restaurar las relaciones. Dinos con quién debemos hacer las paces, que en el mundo estas verdades se compartan, que haya paz donde hay violencia y destrucción. Jesucristo, ven a mi vida, no lo entiendo todo pero yo quiero conocerte, que seas el Príncipe de Paz en mi vida, lléname con tu amor, elimina el odio, saca la amargura, cura mis heridas y mi dolor; lléname de paz y propósito, quiero conocerte, seguirte y confiar en ti, oro esto en tu nombre, amén.