Revista Neurona # 11

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Revista Neurona

REVISTA

NEURONA BASTA UNA PARA PENSAR

Dalí, la supermujer Viendo y danzando la realidad

GOD SAVE THE QUEEN

er aniversario

Neurona11 / Octubre 2014

de nuestra edición impresa

Árbol genealógico De búhos y colibrís La ciudad hostil VISITA nuestro sitio




EDITORIAL Hace un año nos embarcamos en la aventura de imprimir: convertir en materia lo que hasta ese entonces era sueño, sin importarnos la tendencia que, por el contrario, evidencia la desaparición cada vez más frecuente de las publicaciones impresas y reserva el papel sólo para algún esfuerzo editorial extraordinario. Hace un año que en Revista Neurona quisimos hacer de lo extraordinario algo cotidiano. Por eso, edición tras edición nos hemos dado a la tarea de mejorar el contenido, el diseño y sobre todo, los recursos editoriales puestos a disposición del lector, para procurar una mejor experiencia en aquellos que, sin prejuicio, han abierto alguno de nuestros ejemplares entregándose a una lectura en que se combinan sin estorbarse, reflexión y contemplación, arte popular y arte culto, realidades y ficciones, preocupaciones… esperanza. Actualmente a Revista Neurona la nutren un sólido equipo de trabajo que ama lo que hace, un grupo de talentosos colaboradores entre locales y foráneos; y una estrategia que integra redes sociales y de información (Facebook, Twitter e Instagram), una página web (revistaneurona.com); y, por supuesto, la edición impresa. Todo con la intención de proveer a los lectores de cepa y a los esporádicos, a los lectores en la red y a los que prefieren los objetos en las manos, de contenidos que enriquecen el pensamiento y el corazón. Te invitamos a celebrar juntos este primer aniversario de la edición impresa de Revista Neurona, paradójicamente, en cualquiera de nuestras plataformas.

foto edgar laram

Edgar Lara Morales Director General

Octubre 2014, año VI, Revista Neurona | Basta una para pensar, publicación mensual de distribución gratuita en Tuxtla Gutiérrez y San Cristóbal de Las Casas, Chiapas; editada por Léxica Casa Editorial S.A. de C.V. Tel. (044) 961 233 62 71 Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; México. Tiraje: 2,000 ejemplares. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida total o parcialmente sin citar la fuente. Lo que se dice es responsabilidad de quien lo escribe. El contenido de los anuncios es responsabilidad del anunciante, no del editor. Todos los derechos reservados. Registro en trámite. cc Franks Font de Philippe Moesch Portada Edgar Laram

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CASA EDITORIAL S.A. DE C.V.

lexicaeditorial@live.com


REVISTA

NEURONA BASTA UNA PARA PENSAR

www.revistaneurona.com

Edgar Lara Morales

Dirección General & Diseño

Sergio A. Hernández Torres Dirección Editorial & Redes

Mariana Piña López

Dirección Administrativa & Ventas

Helena Cañas García

Corrección

Mario A. Tassías

Ilustración

Arturo Martín del Campo Luis Antonio Rincón García Marco Antonio Besares Escobar María del Carmen Trejo Gaby Ramos Arcadio Acevedo Sandra María Campos Van Priegonova David Enriquez Gustavo Macedo Pérez Lesly Cavazos

Colaboradores en esta edición

Búscanos como Revista Neurona

revistaneurona@live.com.mx

índice

God save the Queen Faena y arrastre Viendo y danzando la realidad El sueño sí tiene un significado De búhos y colibrís Era el mejor de los tiempos La ciudad hostil Dalí, la supermujer Rutinas indeseables Árbol genealógico Clarita de Tuxtla York

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god

save the Queen Texto Arturo Martín del Campo1

Mercury, May, Deacon y Taylor: un cuarteto menos famoso (sólo un poco) que el de Liverpool, pero con una calidad en composición que envidiarían grandes músicos de todas las épocas.

Escanea el código con tu celular para escuchar la playlist de Queen que creamos para ti.

1 Arturo Martín del Campo | A su edad, ya anda robando aire, pero se niega a dejar este mundo terrenal. Le gusta el rock, le gusta el metal y le gusta el cine. Ha escrito para Rolling Stone, R&R, la sección de cultura de La Nación y diversos blogs. Y sí, él también opina que Dios salve a la Reina... y eso que es ateo. Lo topas en Twitter como @ LAMCH_ pero escribe puras babosadas.

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Sheer heart attack, 1974

H

ace muchos, muchos años, una novel banda inglesa llamada Smile contaba entre sus filas a un guitarrista singular y a un baterista que quería ser grande; esta banda también contaba con una potente voz que luego sonsacaría a los dos integrantes mencionados para formar un nuevo concepto dentro de la música rock, Queen. Quién pensaría que esos músicos, pertenecientes a un lejano grupo de fama local, llegarían a formar una de las bandas más importantes de rock de todos los tiempos. Ése es el tema que nos ocupa, pero, considerando todo lo que ya ha sido dicho sobre su música y su inigualable interpretación vocal, ¿qué más escribir sobre una banda que sigue siendo la favorita de muchos alrededor del mundo? ¿Su magia?, eran un auténtico conjunto. A pesar de que la mayoría de la gente reconoce y recuerda a Freddie Mercury, Queen estaba formado por cuatro excelentes músicos y compositores. Tenían grandes ventajas que los diferenciaban de la competencia, su excelente guitarrista, por ejemplo, hacía vibrar ese instrumento de manera peculiar por sus cuerdas cubiertas de oro, raspadas con una moneda y no con una plumilla como se acostumbra. Poseían además un vocalista con una potencia y alcance únicos que dejaba en vergüenza a todo el gremio, y obsesionado en crear obras operísticas, incluía

en ellas cada vez más pistas en los discos hasta que no había espacio para más. Otra cosa que los caracterizaba eran sus conciertos, el dominio en el escenario era claro y total. La banda ponía a cantar a trecientas mil personas como si se tratara de una sola voz multitonal. Queen logró colocar una buena cantidad de sencillos en las principales listas de popularidad alrededor del mundo y dejó para la posteridad el tema considerado como la mejor canción de rock de todos los tiempos, “Bohemian Rhapsody”. Si se preguntan ¿qué más tiene la banda? Mucho. Es cuestión de entrarle un poco a sus discos, uno a uno y disfrutarlos como obras completas más que como “ese en donde viene la de…”. Inténtenlo. Un buen ejemplo para este ejercicio sería su tercer álbum, el menospreciado Sheer Heart Attack; dejen que la terna compuesta por “Tenement Funster”, “Flick of the Wrist” y “Lily of the Valley” embriaguen sus oídos. Den un salto hasta Innuendo y pongan atención a las líricas de “Bijou”, mientras May fondea este poema con un precioso solo de guitarra. Hagan una remembranza de los bares donde el blues y el jazz acompañaban a los asistentes y sus copas de whisky, mientras escuchan de su News of the World, “My Melancholy Blues”, y sigan. Sigan porque vale la pena hacerlo y porque sé que si así lo hacen, redescubrirán a una banda que es más que una excelente selección de hits. Dios salve a la Reina. Por siempre.

Innuendo, 1991


Faena

y arrastre

Texto Luis Antonio Rincón García1

El auto de El Zapata avanzaba despacio entre el tráfico y personas caminando. Sintiendo la adrenalina que antecede a toda corrida, el torero recordaba el experimento taurino que pensaba ejecutar esa tarde. Optó por evadir el momento, prefirió concentrarse en la gente de la calle y, despacio, apoyó el rostro en el cristal de la ventana. Frente a él, su representante parecía rezar.

Ilustración Mario A. Tassías

1 Luis Antonio Rincón García | Nació en Tuxtla Gutiérrez en 1973. Ha escrito varios libros de narrativa así como de literatura infantil. La mayoría de sus historias giran alrededor de uno de sus grandes amores: Chiapas. Recientemente ganó el 2º Concurso Nacional de Cuento Porrúa “Rincones Mágicos de México” y el XXVII Concurso Literario de Prosa Timón de Oro.


El Zapata se espantó al descubrir un objeto volando hacia su rostro. Rápido se apartó de la ventana y vio cómo un huevo se estrellaba contra el vidrio. —¿Por qué vamos tan lentos? —dijo su representante. —Son estas personas protestando contra las corridas —respondió el conductor—. No quieren a… —¡Cállate! —le dijo el representante al chofer y luego se volvió hacia El Zapata—. No les hagas caso… Mírame, yo me río de estos idiotas. El Zapata observó fijo al cuarentón nervioso que esperaba una respuesta. «Recibir la embestida —pensaba él— entrar en falso a la izquierda, dejarlo pasar, dar medio giro y clavar la banderilla por sobre el hombro». —¿Los oyes? —respondió por fin—. Me dicen “carnicero”. —Haz de cuenta que te gritan “papito”. Piensa en otra cosa. —Mira, armaron una especie de teatro. Esa chica la hace de toro, y supongo que yo soy aquel ridículo con un falso traje de luces. —No eres tú… ¡Somos todos los que andamos en esto, carajo! —Entonces, también soy yo. ¡Detente! — le ordenó al chofer. —¿Estás loco? ¡Sigue avanzando! —gritó el representante. —Voy a bajar, si quieres que toree esta tarde —le dijo viéndolo a los ojos—, te vas a quedar quietecito mientras yo encaro a éstos. —No bajes —le suplicó el representante—. Tenemos la corrida. Por favor. —Sólo porque te conozco, no pienso que eres un maricón que me ama —se rió El Zapata y salió del auto. El torero se paró ante los manifestantes. Suave restregó la suela de sus zapatillas en el pasto y, nervioso, avanzó sintiéndose como frente a un toro: la sangre golpeaba fuerte sus sienes, hilos de sudor le bajaban por la espalda, tenía la piel de gallina y los músculos duros pero dispuestos a despertar en una fracción de segundo. Cuando un grupo caminó hacia él, se quitó la montera, la presentó al chofer y lo saludó como brindándole la corrida.

Enfurecido por lo que consideró una burla, un joven de piernas veloces se lanzó contra el torero. Casi sin mover los pies, el matador hizo un quiebre de cintura y esquivó el ataque. El joven giró en redondo y regresó hacia El Zapata, quien ahora lo espantó con un movimiento de manos que buscaba templar el capote ficticio a la violencia de la embestida. Y lo logró. Entonces, con una verónica inverosímil, el matador recibió el ataque de un joven rollizo, luego echó mano de una chicuelina y aún lo empujó para provocar que los dos machos chocaran entre sí. Valiente, viéndolos en el suelo, El Zapata los alegró al ataque. Fue al tercero de la tarde al que, girando y mientras se pasaba la capa por la cabeza, le aplicó un farol. Sólo entonces se preparó banderillear como practicó durante semanas. Lo distrajo descubrir que lo atacaba una hembra enfundada en una especie de camisón transparente que dejaba ver su desnudez. De buena alzada, portaba dos pitones mal armados e iba pintada de sangre en el lomo. El torero clavó su mirada en el movimiento de la hembra, vio venir la cornada del lado izquierdo, pero fue sorprendido por el golpe de un limón en el ojo derecho. De inmediato El Zapata dio dos pasos en redondo para esquivar cualquier agarre y trató de volver al auto donde lo esperaban con la puerta abierta. Antes de que la alcanzara, la hembra lo cogió por la espalda al tiempo que los dos ejemplares jóvenes lo levantaron en vilo para luego azotarlo contra el suelo. Entre resoplidos, el torero intentaba esquivar las patadas con que le magullaban. Le abrieron una ceja y le molieron las costillas; sin embargo, lo que más le dolió fue el pisotón con que le fracturaron los dedos de la mano cuando se apoyaba para levantarse. Como salidos de la nada, un grupo de policías corrió a darle asistencia y, mientras lo cargaban en andas, él, agarrando con fuerza el relicario que colgaba de su cuello, gritaba que lo soltaran, que su sangre no iba a manchar de vicio la plaza, por la Virgen juraba no estar herido y reclamaba histérico lo dejaran volver al ruedo, pues faenas como esa podía aguantar veinte más.

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Viendo y

DANZANDO LA REALIDAD Texto y foto Marco Antonio Besares1

Director Alejandro Jodorowsky Música Adan Jodorowsky, Jonathan Handelsman Fotografía Jean-Marie Dreujou País Chile Idioma Español Año 2013 Duración 130 min.

Durante mi vida he visto una infinidad de películas, recuerdo algunas, la mayoría no. Desde aquellas que llegaban al cine del pueblo, el cine Ideal, donde tuve la oportunidad de ver El Topo, la segunda película de Jodorowsky –una locura total que jamás entendí–, hasta las que ahora podemos ver en las salas de los multicinemas en tercera dimensión. Jamás había visto una película desde la idea inicial de su creación. Cuando vi el video donde se proponía el proyecto de La danza de la realidad, y hubo en redes sociales la convocatoria de un joven chileno para que todos aquellos que seguimos de alguna manera las expresiones artísticas de Alejandro Jodoroswky aportáramos nuestra cooperación simbólica para realizarla, empecé a ver un filme totalmente diferente. Fueron diez dólares los que deposite al proyecto, mismos que hicieron posible que mi nombre apareciera en la lista de créditos de los que confiamos en una convocatoria inédita. Fue un domingo lluvioso de junio cuando la vimos por primera vez en la Cineteca Nacional, con una expectativa y una sensación raras. No obstante el cansancio de un

Marco Antonio Besares Escobar | Nació en Villaflores, Chiapas; abogado de profesión, soñador de corazón y conciliador por vocación. Gusta de las cosas elementales en la vida, cree en el arte como principal forma de sanación. Junto a su inseparable cámara, ha reencontrado el ritmo de la vida acompañado de sus aves, que contentas, posan para él todas las mañanas desde un ángulo en su balcón


viaje por carretera desde Chiapas al Distrito Federal, acudimos a las 8:30 a la sala tres. El precio de la entrada, una ganga: treinta pesos por persona, nos gastamos sesenta pesotes. La cola era grande, pero también grande era la sala donde se exhibió, con buenos sillones y magnífica pantalla, lo que nos permitió colocarnos en un sitio adecuado, las personas que acudimos únicamente llenamos tres cuartas partes. Inició la película. Las imágenes iniciales, encantadoras por sus colores, formas y originalidad; Tocopilla, Chile, en todo su esplendor con sus montañas mineras pelonas. La banda sonora, de igual calidad a lo que la vista apreciaba, el oído dejaba entrar los sonidos que llevaban las notas para danzar al ritmo de los diálogos de los personajes que, mágicamente, aparecen para sorprendernos por su peso protagónico; se inició la danza de una realidad en la pantalla y también en el auditorio donde a ratos, reíamos, llorábamos, nos sorprendíamos y hacíamos un esfuerzo para entender el idioma de los símbolos de la realidad onírica. Psicomagia y Psicogeonología aplicadas estéticamente en una película que amalgama pasado, presente y futuro; comprime el tiempo en un ritmo maravilloso en 113 minutos de su recorrido. Octava película hecha por Alejandro, curiosamente en este número tan significativo para un hombre que cursa exactamente la octava década de su vida física. Esta película debe verse varias veces, como muchas otras de las expresiones artísticas de Alejandro Jodoroswky, quien es seguido por un círculo muy atento a las cuestiones de la cultura y el arte. Su obra completa, ya sea poesía, narrativa, caricatura, cine o teatro, en mi opinión, contiene una propuesta técnica y metodológica de cómo hacer arte y apreciar el arte con el propósito de enriquecer el alma. Arte que cura es arte real, arte que no lo logra, es sólo pretensión. Este principio aplica tanto al artista como al espectador, a cada uno por su lado. La principal obra que puede lograr un ser humano es la manera en que confecciona

su espíritu, aquello que trasciende la presencia física y en cuya conformación radican las posibilidades artísticas. Hacer un recorrido por el pasado para transfórmalo en una realidad como la danza que hace Jodoroswky, acompañado de su familia, es algo innovador, no conozco otro suceso cinematográfico semejante; son las principales tesis de su discurso sobre la humanidad y su espiritualidad condensadas en una película. La danza de la realidad hace bailar al niño que está en nuestro interior. Rasca aquellos sentimientos escondidos debajo de la piel. Descubre deseos reprimidos de la etapa inicial. Recomienda remedios para los miedos atrapados desde entonces. Regresa el tiempo para enderezar el rumbo de los actos pesados de nuestro pasado. No es una película para comer palomitas y beber Coca-Cola, es para soltar nuestros fantasmas, viejas creencias, malos hábitos de pensar y de sentir. Pretende ser una película para sanar, si el espectador busca eso. Es una película para buscar otras semejantes, de igual profundidad. Ojalá sirva para que los que hacen cine le sigan los pasos y tomen como él, el ritmo de La danza de la realidad. Fernando Sánchez Dragó, después de ver la película, ha dicho en su blog: La expectación suscitada en Francia ha sido espectacular. Las revistas de más tirada del país han dedicado páginas y páginas a Alejandro Jodorowsky. Hace tres días se proyectó en el estadio de Tocopilla (ciudad natal del autor) en una pantalla gigante y asistieron ocho mil personas -¡ocho mil!-, que al término de la película lloraban, se besaban y se abrazaban. No está de más señalar que la población de Tocopilla es de veinte mil almas. Ayer mismo dio cuenta el New York Times (y otros que tal bailan) de que cierto astrónomo, descubridor de un minúsculo planeta de cinco kilómetros cuadrados que gira alrededor de Marte, le ha impuesto el nombre de Jodorowsky. -Alejandro -le dije yo al saberlo-. Ya eres como el Principito, ya tienes asteroide... Tu Odisea del Espacio acaba de empezar. Saluda a Sófocles.

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El sueño

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sí tiene un significado

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Iluistración Gaby Ramos

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M

ientras camino entre la hilera de tumbas color negro veo rostros conocidos, pero mi mente se niega a recordar el nombre de las personas que transitan en sentido contrario al mío. La densa neblina me impide ver el precipicio al que estoy a punto de caer. Cuando mi pie resbala provocando que pierda el equilibrio, escucho a lo lejos una alarma que insistentemente anuncia la hora de despertar. No hay duda, tuve otro sueño que se irá desvaneciendo en el transcurso de minutos, horas o días hasta quedar instalado en el olvido. Muy pocos permanecen en el recuerdo, algunos se hicieron presentes con tal realismo que solamente al escuchar mi llanto fue posible salir de ellos. Otros fueron la recreación de sucesos cotidianos, tan monótonos como la rutina que los origina una y otra vez. Aquellos que muestran mis más oscuros deseos son los que siempre dejan un sentimiento de nostalgia al percatarme de que solamente eran un sueño. Las emociones enterradas en el inconsciente suben a la superficie a través de los sueños; recordar fragmentos de los mismos puede ayudar a descifrar los sentimientos que se produjeron en determinadas situaciones. En su obra La interpretación de los sueños, el médico austriaco Sigmund Freud nombra al sueño como contenido manifiesto del sueño y al material hallado por medio del análisis lo denomina contenido latente del sueño. Las experiencias oníricas se dividen en tres categorías: 1. Sueños que poseen sentido: son breves en general, frecuentes y no llaman la atención porque carecen de todo aquello que nos causa extrañeza o asombro. Muestran claramente un deseo no reprimido. 2. Sueños que presentan coherencia y un claro sentido, pero causan una confusión moderada. Muestran un deseo reprimido disfrazado de representaciones gráficas. 3. Sueños que carecen de sentido y comprensión porque se muestran incoherentes y embrollados. Muestran un deseo reprimido. Todo el material que compone el contenido del sueño procede, principalmente, de las experiencias diurnas. Lo característico del estado de vigilia es que la actividad mental procede por conceptos y no por imágenes. Una teoría considera que los sueños son consecuencia de una perturbación del reposo. Por lo tanto, las fuentes oníricas se dividen en:

1. Estímulo objetivo. Una vez conciliado el reposo, nuestros órganos sensoriales permanecen en contacto con el entorno. Si un impulso alcanza cierta intensidad logrará despertarnos o hacernos soñar con aquello que nos estimula por medio de los sentidos. 2. Estímulo subjetivo. Son fuentes que no dependen de causas exteriores, sino de imágenes animadas y cambiantes. 3. Estímulo orgánico. El cuerpo humano envía señales al cerebro para estimular la actividad onírica sin necesidad de estar enfermos. Los aparatos digestivo, urinario y sexual son los que estimulan principalmente al organismo. 4. Estímulo psíquico. Aquello de lo que nos ocupamos durante el día es fuente de experiencias oníricas. Los sueños se componen de las impresiones de los días anteriores; recuerdan no sólo lo esencial e importante, sino lo circunstancial y desatendido. Así mismo, disponen de nuestras más tempranas impresiones infantiles, reproduciendo detalles de dicha edad que nos parecen insignificantes. En consecuencia, el sueño es un fenómeno de realización de deseos que aparecen en un proceso llamado deformación onírica, la cual se origina en la censura que el sujeto ejerce contra la libre expresión de sus deseos al encontrarlos reprobables por algún motivo. Existen muchos sitios web dedicados a las personas interesadas en conocer el significado de lo que han soñado. Se caracterizan por el uso de afirmaciones vagas, contradictorias y cuyo procedimiento inicial es la especulación ya que no aportan ninguna prueba o argumento científico para confirmarla. Sólo una persona capacitada puede ayudar a descifrar el mensaje que está comunicando el inconsciente utilizando dos procedimientos distintos. El primero se llama interpretación simbólica, la cual toma el contenido de cada sueño en su totalidad y procura sustituirlo por otro. Es ineficaz cuando los sueños se muestran confusos y enredados. El otro se denomina método descifrador, el cual considera el sueño como una especie de escritura en la que el significado de cada signo puede ser sustituido por otro de concepto conocido. Para alcanzar el objetivo, es necesario conocer el contenido del sueño, la personalidad y las circunstancias del sujeto.

María del Carmen Trejo Moreno | Nació un 3 de diciembre en la Ciudad de México. Estudió informática en el Instituto Tecnológico de Puebla, sin embargo, le apasionan los temas que se relacionan con el funcionamiento del cerebro humano.

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De buhos y colibrís Texto y pintura Arcadio Acevedo1

A veces, acicateado por la Arenilla de Alejandro Molinari y por los erguidos, insolentes y aguzados senos de Paulina, me da por dividir el mundo en dos. Con la tristeza animal hasta la cintura después del coito, ayer dividí el mundo en hombres que son como búhos y hombres que son como colibrís. Los hombres búho, bovinos plumíferos, son corpulentos y apacibles; observan el teatro mundano con los ojos de plato en actitud de pedir perdón por el privilegio de la vista. A pescozones de realidad, la vida les ha enseñado a rumiar las palabras, las pasiones y los sentimientos antes de llevárselos a la boca. Los hombres colibrís son diminutos y nerviosos. Viven del néctar de la mujer fresca, leche del día, sin importarles que esté contaminada de sueños. Los hombres búho habitan en la umbría, en sitios inaccesibles, aburridos, venerables: campanarios, faldas largas, versículos, libros de texto, manuales de urbanidad. O en los árboles más circunspectos del bosque. Los hombres colibrís –estatismo perpetuamente móvil, movilidad eternamente estática– reverberan, titilan al nivel de los pistilos. En la sonrisa desenfadada de los colores se desplazan como peces en arcoíris. Incapaces de detenerse a construir un nido, parásitos

vivenciales, minúsculos, los hombres colibrís se meten a urdir juegos pícaros, divertidos, en cualquier vientre femenino; zumban zigzagueantes entre la densa jungla del pubis de mujer y la viscosa herida del sexo de mujer. Los hombres búho son quietos, metódicos, empiezan las cosas por el principio y las terminan al final. Practican el acto sexual como dios manda y se mueren en punto con el “¡Jesús!” en el pico. Los hombres colibrís sorben atolondrada, arbitraria, golosamente la vida como cae, gota a gota, como viene, como escurre, como se calla y gorjea. No hacen diferencia entre boca y vagina, entre senos y nalgas, entre manos y pies, entre cruz y cara, entre ojos y ombligo de mujer. La pasión los despluma y los viste, los mata y los resucita a cada rato. Los hombres búho tienen las patas en la tierra, pero son eruditos creyentes en la teología de la vida eterna. Los hombres colibrís, helicopteritos policromos, chupamirtos, chuparrosas, chupacabras –¡ay, nana!– son hijos putativos de la instantaneidad. Viven suspendidos en el “aquí y ahora”. No se atreven a cantar “te amo para siempre” porque, lo saben bien, los amores eternos defeccionan antes de concluir la frase.

1 Arcadio Acevedo | Hombre muy destartalado, nacido en Zamora, Michoacán. Su trabajo fue incluido en el libro Los moneros de México de Rius. Radica en Chiapas desde hace 40 años. Fue Premio Estatal de Caricatura en 1986 y ha trabajado en casi todas las radioemisoras y publicaciones de la entidad. Fue parte de la tropa pionera del Canal 10 y fungió como director de 1986 a 1988. Ha publicado media docena de libelos e ilustrado varios libros de la Rial Academia de la Lengua Frailescana y de algunos poetas y escritores vernáculos.


Era el mejor de los tiempos Texto Sandra María Campos

Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos; la edad de la sabiduría y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo. Charles Dickens No dista mucho del ahora. Es difícil ser de un lugar donde la sociedad se basa en normas morales, principios y demás estándares que ellos mismos han impuesto. Una sociedad hipócrita que cree que todo parte de la estética. Provengo de un estado pequeño del centro norte de la república; soy la tercera de una familia tradicionalista, católica y moralista -no soy nada de lo que mencioné-; mis padres, abuelos y familiares con el tiempo tuvieron que aceptar que si no gustaban de lo que era, sólo podían aceptarme. Y lo hicieron. Recuerdo que cuando niña veía hombres con tatuajes en las películas, me parecían rudos e incluso delincuentes, pues siempre desarrollaban esos papeles; era socialmente malo profanar tu cuerpo, ‘que es el templo de tu espíritu’ -decían las monjas en los colegios-; me daban miedo, pero me parecía cierta clase de magia pensar cómo podían tener esas imágenes en sus cuerpos. Con el tiempo mi admiración por los tatuajes, porque hasta ese momento no era gusto, se fue agudizando, hasta que un día vi que mi abuelo materno tenía uno de la Virgen de Guadalupe que se hizo más o menos en la década de los 50 y que yo desconocía. Si mi abuelo, que era sólo ternura y bondad con sus nietos, tenía un tatuaje, entonces no tenían que ser tan malos como yo creía. Ahí todos

mis cuestionamientos sobre quién era malo y quién no por portar un dibujo permanente en su cuerpo se elevaron a la millonésima potencia. Todos sabían de mi fascinación por los tatuajes y después de unos años, cuando tuve oportunidad, me hice el primero a los 19; la decisión no fue fácil porque era yo contra el mundo. Los argumentos para tratar de convencerme de que no lo hiciera fueron los típicos -en un estado pequeño-: no vas a encontrar trabajo; eso es de delincuentes; no podrás donar sangre; ¿es la imagen que quieres dar?, y n cantidad de razones más. Al final de cuentas y con todas esas premisas en mi cabeza, lo hice. Salí de la universidad y mi mayor miedo, después de no saber trabajar, era que me rechazaran por tener un tatuaje. Me parecía absurdo que midieran la capacidad con la pureza física del cuerpo, pero sabía que había lugares en que así sería. De cualquier forma no podía mirar atrás, ya estaba contaminada. Aparte de los conflictos existenciales por haber estudiado una carrera que no me gustaba, únicamente para obtener un título, estaba el miedo al rechazo en el mundo laboral porque mi sangre era más oscura que los demás: roja mezclada con tinta negra. Con el tiempo acepté que ya estaba hecho y que, si así era, iba a hacer que valiera la pena y me tatuaría más.

1 Sandra María Campos según su acta de nacimiento; hija de la chingada bájate de la azotea, según su mamá. Le pagan por pensar y otros le quieren pagar por no hacerlo.


Ilustración Van Priegonova

La gente se tatúa por simbolismo, por recuerdo, en honor a, por simple estética, porque tiene dinero o por lo que sea, y el que lo hagan y cómo lo hagan es algo que está por completo fuera de nuestra incumbencia. En mi historia, no es defensa, puedo alegar que cada tatuaje que está en mi piel significa algo para mí: un recuerdo de la infancia, un recordatorio, dos motivos, un lugar para llegar, un cambio. Y lo que falta. No es mentira la frase “se hace un vicio”, porque en mi caso se cumple; pero cada quien elige sus vicios; unos matan, otros fortalecen; otros más simplemente son y ya, y en definitiva, me quedo con el que escogí. Hace poco tiempo, el ayuntamiento de Aguascalientes lanzó una campaña llamada La gente buena no se tatúa, eso me reafirma que está de moda lo vintage, porque dimos un salto cualitativo de 50 años aproximadamente. ¿Es difícil ser una persona con tatuajes? No. Es difícil para la gente que no está de acuerdo el aceptar que

estamos en un época en la que cada quién hace lo que le da la gana con su cuerpo. No sé si sea fortuna, destino o lo que sea, pero siendo una mujer que comenzó con esto hace once años, que es parte de una familia que va a misa cada domingo, he logrado que esta misma acepte con el tiempo que no todos somos iguales y que aún con mi gusto excéntrico, caro y doloroso, soy un humano que sabe ser eso: humano. Si bien pertenezco a una generación donde tal vez es una moda ser un lienzo, no veo problema si es algo con lo que quieren morir. Cada quién decide qué llevarse cuando muere; yo me llevo mi tinta y mis significados plasmados en dibujos o letras. —¿Y cuando seas vieja y tus tatuajes se pierdan entre los pliegues de tus arrugas? —Facíl. Sé que habrá miles de contemporáneos míos que en su juventud también se rayaron. Entonces estiraré mi piel y diré: mira, esto es el conejo de Alicia en el País de las Maravillas. —Y sonreiré como lo hago ahora, pero sin dientes.

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LA CIUDAD HOSTIL

Texto Factor Dios Ilustración Mario A. Tassías

Desde la perspectiva de la dominante clase media, las ciudades son el espacio donde confluyen todas las formas de pensar, nuestra memoria, nuestros imaginarios; en ellas crecemos, nos comunicamos, expresamos nuestros sentimientos y pasiones. Las avenidas y ríos que la atraviesan son testigos de las individualidades que, a fuerza de interacción, se vuelven parejas o pequeños grupos que van de la mano buscando perpetuar la especie humana; sin embargo, hay quienes prefieren la soledad y se refugian para siempre en la lectura, en la música o en el escudo impenetrable de las amistades. Como quiera que sea el caso, los parques, las plazas, los barrios y callejones son lo más nuestro de este conjunto de piedras y cemento; con nuestra interacción nos apropiamos del espacio, lo conocemos y reconocemos; le inyectamos vida dibujando un enorme grafiti o se la vedamos –lata de pintura en mano, igualmente– con una protesta mal redactada en un muro. Anteponiendo el respeto, nada debería impedir nuestro libre tránsito, nuestro derecho de apropiarnos de los espacios públicos, y nada más natural, en la interacción con la ciudad, que nuestros pies sobre el asfalto; como si se tratara de un campo,

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con nuestro andar abrimos el camino y trazamos las rutas idóneas para llegar a un destino. Sin embargo, la modernidad y el afán de control de cada espacio han hecho de algunas ciudades sitios hostiles e intransitables. Humedad, atasco, motores, basura, ruido, negocios, robos, publicidad, luces y demás, han hecho de la ciudad un lugar con exceso de información y consumo, un lugar donde sólo lo efímero y lo instantáneo tienen cabida; lugares que se repiten interminablemente a lo largo de las avenidas, donde es imposible permanecer quieto. Las ciudades –sean de primer mundo o no– han optado por una arquitectura defensiva: se han ideado paradas de autobuses donde se colocan asientos diseñados estratégicamente para estar cómodo sólo el tiempo que tarda el transporte en llegar; parques donde las bancas permiten tomar asiento pero jamás recostarse, pensado minimizar la presencia de mendigos. La idea es clara: avanza, circula, si no estás en movimiento algo estás haciendo mal, le estorbas a tus gobernantes. En Tuxtla no se ha llegado al grado de reducir o rediseñar los espacios en parques con el propósito de evitar la presencia de vagabundos, pero sí se ha permitido la proliferación de negocios, anuncios espectaculares y un parque central carente de bancas. Es nuestra tarea entonces, recuperar esos espacios dándoles uso. Volviendo a caminar por nuestras calles podemos demostrar que la prioridad deben ser los peatones, quienes habitan y recorren realmente la ciudad. Sólo de esa forma, reutilizándola, podemos evitar vivir en una ciudad hostil.

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Dalí, la supermujer Texto David Enríquez1

Síguete fielmente a ti mismo. Friedrich Nietzsche

Bibliografía Dalí, Salvador. (1977). La conquista de lo irracional. Barcelona: Ariel. Dalí, Salvador. (2010). Diario de un genio (Beatriz de Moura, trad.). México: Tusquets Editores. Nietzsche, Friedrich. (2011). Así habló Zaratustra (Andrés Sánchez Pascual, trad.). Madrid: Alianza.

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En Diario de un genio (2010), Salvador Dalí narra distintos episodios de su inusual vida, como la ocasión en que le expulsaron del movimiento surrealista liderado por el francés, André Breton. “Fui un estudiante tan concienzudo que rápidamente me convertí en el único surrealista integral” (p. 27), afirma. El joven Dalí, por otra parte, que aún no practicaba su famoso método crítico-paranoico, ni el surrealismo, aparece también en las páginas de este diario, buscando definirse estilísticamente entre amigos como Federico García Lorca y Luis Buñuel. Es en esta época cuando, en la biblioteca de su padre, Dalí descubre la obra del filósofo alemán, Friedrich Nietzsche, quien le marca de una manera extraña y sobresaliente. ¿Es posible que los puntiagudos bigotes del catalán fueran una contestación a los caóticos bigotes de Nietzsche? No sólo eso; bastante de la figura y el pensamiento de Dalí, en Diario de un genio, se presenta como una respuesta al autor de Voluntad de poder. El deseo daliniano de conquista de lo irracional, el hecho de que fuera expulsado del seno familiar y el fervoroso catolicismo que le caracterizó


en la madurez, fueron sólo algunos efectos del encuentro de Dalí con Nietzsche. En este punto debe comprenderse que, más que una influencia, la filosofía nietzscheana representó un reto para Dalí, quien resolvió las cosas a su manera: al ateísmo del alemán, responde con las virtudes del misticismo cristiano; al caos tras el declive de la razón, con su “conquista de lo irracional” (Dalí, 1977). “La única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco” (Dalí, 2010, p. 24), afirmó, luego de formarse la opinión de que Nietzsche tuvo la debilidad de perder la razón. Para distinguirse incluso de los catastróficos bigotes del filósofo, repletos de música wagneriana y brumas –reflexiona el joven Dalí (2010)–, él desea unos bigotes afilados, imperialistas y ultrarracionalistas, que apunten al cielo, como el misticismo vertical, o como los sindicatos verticales españoles. Finalmente, mientras el concepto nietzscheano superhombre alude a una voluntad con la fuerza para invertir valores y crear sus propias verdades, formas y fines, el superhombre en Dalí (2010), de acuerdo con él, está destinado a ser una supermujer: Gala, su esposa, “la única mujer mitológica de nuestro tiempo”(p. 15). Esta lectura genera un desplazamiento del concepto super-

hombre, hacia la supermujer, que transvalora al mismo Nietzsche, al afirmar el artista su diferencia. Dalí no repite al superhombre; él es la supermujer. A continuación un fragmento de Diario de un genio, con la intención de que esta breve lectura invite a continuar curioseando la obra pictórica y escrita del artista catalán, Salvador Dalí (2010): “Cuando descubrí a Nietzsche me quedé atónito. Vi que tenía la audacia de afirmar en letras de molde: «¡Dios ha muerto!». ¿Cómo se explicaba esto? ¡Llevaba yo tiempo aprendiendo que Dios no existía, y ahora alguien me comunicaba su defunción! Zaratustra se me antojaba un héroe fabuloso, cuya grandeza del alma yo admiraba, pero al mismo tiempo se daba a conocer con unas puerilidades que yo, Dalí, hacía mucho que había superado. ¡Llegaría un día en que yo habría de ser más grande que él! El día en que empecé a leer Así hablaba Zaratustra, me formé ya mi concepto de Nietzsche. ¡Era un hombre débil, que tuvo la debilidad de volverse loco! Estas reflexiones me proporcionaron los elementos de mi primera consigna, aquella que, andando el tiempo, acabaría por convertirse en el lema de mi vida: «¡La única diferencia entre un loco y yo es que yo no estoy loco!»” (pp. 13-24).

David Enríquez | Es Licenciado en filosofía, por parte de la Universidad Nacional Autónoma de México. Nació en Cd. Ixtepec, Oaxaca; lugar marcado por el paso de la bestia y los migrantes centro y sudamericanos, que se dirigen a Estados Unidos. Su pasión es la literatura bella y violenta. Ama el ventarrón en su pueblo y desprecia a la gente escandalosa. Puedes leer más textos de Ernesto David Enríquez García, en la revista cultural, Aion.mx, arborescencias del pensamiento (www.aion.mx).

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Rutinas indeseables Texto Helena Cañas1 / Foto edgar laram

Hace algunos meses, podría decir que casi un año, luego de someterme a uno de esos finísimos tratamientos para el cabello, que prometía una melena ensortijada y muy, muy sensual, abrí los ojos a un nuevo mundo.

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No, no estoy hablando del mundo de la moda y el glamour, de la ropa bella y entallada o de los restaurantes finos y comidas gourmet que promete la publicidad, con sus cada vez más exóticas ‘posibilidades’; tampoco el de los príncipes azules que se encuentran al calor de unos tragos, en torno a una de las mesas del bar más in de la ciudad, ni cerca. Estoy hablando del mundo de la autoflagelación. Es verdad que es común escuchar que la belleza cuesta, que no hay mujeres feas, sino pobres, a lo que agregaría libres o que todo requiere de un sacrificio, pero, ¿qué tanto estamos dispuestos a soportar por alcanzar una apariencia a la altura de las imposiciones actuales? Así es, en efecto, ese prometedor tratamiento me sometió (acepto que en realidad yo misma me sometí) a, ni más ni menos que, ocho horas de cabellos enredados, enjuagues con detergente para trastes y un demencial dolor de cabeza que me recordó, por lo menos tres días, que no todo lo que brilla son rulos naturales. Es verdad, caí pensando que prestando mi cuerpo a la ciencia, entendería los misterios de una vida exitosa enclavada en la sensualidad y belleza de mi aspecto. Adivinaron, fue un terrible fracaso. Me expuse con el dolor de toditita mi vergüenza, a un martirio que parecía a la distancia la solución a un cabello ni lacio ni ondulado, pero sí esponjoso. Pensé, inocentemente, que si había sido fuerte para sobrevivir a tres años en un empleo en las filas del Gran Hermano, podía soportar unas cuantas horas entre tubos y jalones de pelo. En medio del proceso, pasadas unas horas, pude recrear lo vivido por Alex DeLarge: miles de imágenes de comerciales se agolparon en mi cabeza en medio de un

incesante dolor, estaba ahí, esta vez por voluntad propia, quitándome una parte de mí, además de mi dignidad y mi greña alborotada de todas las mañanas. «Qué hice», alcancé a balbucear cerca de la quinta hora de martirio. La historia no termina ahí. Hoy aún sigo siendo víctima de tal estulticia. Sigo lamentando el atrevimiento. Sigo analizando los factores que me motivaron. Sigo extrañando mi cabello. Y sobre todo, sigo cometiendo errores, porque ¿qué es el hombre sino una creciente cantidad de eventos, rituales y decisiones desafortunadas? Justo ahora que escribo, lo hago como un acto de purificación y confirmación. Tengo varios días rondando unas botellas de queratina alojadas sobre mi armario. Hasta hoy había permanecido firme en mi decisión de no volver a cometer el error de atentar contra mí, pero he vuelto a caer. Las dos botellas amanecieron con un encanto irresistible y caí en sus redes. Fui víctima una vez más de mi debilidad. Empecé el ritual, corrí a la regadera, lavé mi cabello y seguí las instrucciones. El ardor de garganta y los ojos irritados fueron una vez más los signos del sufrimiento inminente. Cabellos maltratados volaban por la habitación, mientras el vapor de los químicos sobre mi cabello volvía a llevarme a sensaciones que bien podrían ser contadas por Kubrick. Una vez más estoy frente a la computadora tratando de resarcir el daño. Bien merecido te lo tienes, Helena, no es fácil mantenerse de pie, pero esta vez sí, juro solemnemente, por el Marqués de Sade, Anthony Burgess y mi pinza de depilar, que no lo vuelvo a hacer.

Helena Cañas | Oaxaqueña de nacimiento, estudió Lengua y literatura hispanoamericana, es maestrante en Estudios Culturales y actualmente se quita el sueño con un proyecto sobre migración e iconografía; es amante de las buganvilias, firme detractora del cacaté y jura nunca haber visto el programa “del Chabelo” (ante tal afirmación nunca ha sabido cuál debe ser su sentir).

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Llené las dos copas hasta el ecuador y di dos sorbos a la mía a la vez que papá se bebía la suya en tres tragos inmensos. Le serví más. Hijo, quería hablar contigo porque tengo cáncer. Ya sé que tienes cáncer. Dije que quiero hablar contigo porque lo tengo, no para informarte que lo tengo, ya sé que ya sabes que lo tengo. Ah, disculpa, dime entonces. Bien, lo que pasa es que ahora sí siento que se me acerca el tiempo. Ay, papá, por favor, estás fuerte como un roble. Quiero hablar de esto en serio, hijo, déjame seguir y evítate esas frases idiotas, además de que existen también los robles viejos, los secos, los quebrados y hasta los podridos. Guardé silencio y asentí. Quiero que sepas algo sobre mí que casi nadie supo. ¿Qué cosa? Lo saben algunos, pero nadie de mi familia y ninguno de mis amigos. ¿Mamá lo sabía? Mamá no lo supo

Árbol genealógico Texto Gustavo Macedo Pérez1 Ilustración Van Priegonova

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ué tal, papá. Habían pasado dos semanas desde mi última visita y papá se veía un poco más encorvado y, al caminar, levantaba un poco menos los pies. Pasa, hijo, ¿quieres una copa de vino? Papá, son las cinco de la tarde y es miércoles. Ah, mira, ahora trabajas en el centro de información de la hora, ¿no tienes también el estado del clima? Fui a la vitrina de la sala y saqué dos copas mientras papá clavaba el sacacorchos en una botella de Rioja. Todas las copas, menos una, la de adelante, estaban cubiertas por una capa de polvo. Evité la limpia y saqué dos de las empolvadas. Les soplé y luego las sacudí con una servilleta. Papá seguía hundiendo la espiral en el corcho. Permíteme. No, deja, yo lo hago. No seas necio, papá, permíteme. Y soltó la botella.

1 Gustavo Macedo Pérez | Psicólogo social que trabaja en un museo. Se ha dedicado al relato y difunde la literatura a través del semanario Breviarios. Es entusiasta de las caminatas, la Internet y las conversaciones. Si se le ve con un teléfono móvil en las manos, seguramente está publicando algo en @gusoescribe.


nunca, ni tu hermano. Le llené la copa. Tu abuelo tenía una tienda de deportes y yo la heredé. Eso lo sabemos todos. Sí, carajo, pero déjame seguir hablando. Perdón. Cuando la heredé yo ya tenía otro trabajo que no me permitiría atender la tienda, pero la gente que me contrataba pensó que lo de la tienda era la coartada ideal para mí y por eso me la quedé y la he dejado funcionar durante todos estos años, me extraña que nadie se haya preocupado por revisar sus números, cualquiera encontraría que, al menos desde que tu abuelo murió, esa tienda no ha generado nada de ganancias. A mi copa todavía le quedaba vino, pero igual la rellené. Y, ¿entonces de que has vivido tú y de qué vivimos nosotros contigo? Ven, sígueme. Salimos a la cochera, o a ese espacio de la casa que llevaba ese nombre por costumbre y comodidad, pero en el que nunca se había guardado un auto. Los autos de papá y mamá primero, de mi hermano y mío después, siempre se dejaban afuera de la cochera y al otro lado de la calle. Si fuese a tener un nombre adecuado, la cochera debería llamarse la carpintería. Mesas de trabajo, sierras circulares, martillos y pedazos de madera.

Papá colocó su copa en la mesa y pasó el seguro de la puerta tres veces. ¿Lo pasaste tres veces?, no te conocía esas manías. No es manía, es protocolo. Tomó la sierra circular con la mano y la giró en el sentido contrario en el que parecía que debía funcionar. Una, dos, tres vueltas y sonó un chasquido. Entonces papá levantó la superficie de trabajo de la mesa de un lado y reveló una especie de cofre metálico lleno de aparatos, bolsos, pasaportes y armas. Papá, ¿qué es esto? Es mi trabajo. Pero, ¿qué es esto? Míralos: son aparatos, bolsos, pasaportes y armas. Eso lo veo, pero ¿qué es esto? Acabo de decírtelo. No esto, sino esto, la situación, el hecho, ¿qué es? Trabajo para el Ministerio de Defensa de la Nación, hijo, en una agencia que el estado jamás reconocerá que existe. ¿Eres un espía? Puedes llamarlo así, si gustas, la mayoría lo hace porque han visto las películas de James Bond, pero en realidad soy un Oficial de Información Confidencial, así se llama. Y, ¿siempre has trabajado en esto? Siempre. ¿Y cuando te ibas a los juegos de beisbol patrocinados por la tienda? Misiones. ¿Y cuando te fracturaste la clavícula jugando al baloncesto? Herida de bala. ¿Y cuando te perdiste

cuatro días porque un huracán te dejó incomunicado en el congreso deportivo al que asististe? Capturado por el enemigo, intercambiado luego por agentes capturados por nuestro gobierno. Me senté con los codos en las rodillas y las manos en el rostro. Papá se acercó. Hijo, quería decírtelo. Pero, ¿cómo, papá? Tu madre y tu hermano se fueron y sólo me quedas tú y yo pronto me iré también y estoy cansado de sentirme falso, de no ser yo, no sabes lo agobiante que es eso. Me puse de pie y ambos estiramos los brazos hacia adelante, para luego juntarnos en un abrazo que fue difícil de sincronizar. Recordaba cuatro abrazos con mi padre: cuando me gradué, cuando murió mamá, cuando me casé y cuando murió mi hermano. Los cuatro habían sido tan poco naturales como este.

Ahora lo sabes, hijo, y no tienes idea del inmenso riesgo que estoy corriendo al contártelo, pero ya fue suficiente. Entiendo tus riesgos y tu agobio, papá. Lo dudo. No lo dudes. Papá siempre había sido un hombre corpulento, fuerte, pero nadie puede pasar de los sesenta años y mantener el vigor de los músculos y la rigidez de los huesos, no importa cuánto entrene. Por eso no fue difícil doblarle el brazo contra la espalda y romperle el cuello, todo en un mismo movimiento. Solté el cuerpo y calló junto a la mesa. La única mancha roja en el piso era el vino de su copa. Agente ochenta y cinco de la unidad catorce reportando a la bitácora central que confirmé identidad del Oficial enemigo y ha sido efectivamente abatido.

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Idea original e ilustración Lesly Cavazos Garduño

1 Lesly Cavazos Garduño | Pintora, ilustradora y diseñadora méxicoamericana originaria de la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas; desde la cual, a través de la ilustración y la pintura al óleo expresa su forma de ver el mundo.

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