Nudo Gordiano #23

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Marzo-Abril

No. 23

Nudo Gordiano DIRECTORIO Consejo Editorial Enrique Ocampo Osorno Julia Isabel Serrato Fonseca Ana Lorena Martínez Peña

Dirección Enrique Ocampo Osorno dirección@revistanudogordiano.com

Jefa de Diseño Editorial Mary Carmen Menchaca Maciel

Jefa de Contenidos y Marketing Linette Daniela Sánchez

Editora en Jefe Ana Lorena Martínez Peña

Difusión Erasmo W. Neumann

Toluca, Estado de México, México. Nudo Gordiano, 2022. Todos los derechos reservados. Revista literaria de difusión bimestral contacto@revistanudogordiano.com Todas las imágenes y textos publicados en este número son propiedad de sus respectivos autores. Queda por tanto, prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos de esta publicación en cualquier medio sin el conocimiento expreso de los autores. Los comentarios u opiniones expresados en este número son responsabilidad de sus respectivos autores y no necesariamente presentan la postura oficial de Nudo Gordiano.


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Índice Cuentos - la Espada la Bella en la Torre

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Diana Guiliand Mederico

Sus Gritos y Mi Pena

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Rubén Fabricio Gallegos Sosa

Silencios de Guerra

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Walter Hugo Rotela González

La Señal

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Alejandro Filippelli

La Pequeña Flor

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Sidi A. Hdz. Osorio

Poemas - la Lanza Kiev

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Joel H. Orozco

Bestiario

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Paul Sánchez

Breves Consignias

28

Ángel Soto

Concerto Prestissimo

29

Nicolás Soto

Habla el Sol que muere...¡¿que muere?!

31

Martín Morales

Ensayos-El Buey La Estructura Tripartita del Enésimo Rulfo

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Denova Sharif

¿Por Qué Borges Suprimía Poemas Juveniles?

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Marcelo Sánchez

Reseña-El Yugo Datsun, La Inocencia Hecha Poema Adán Echeverría

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Diana Guiland Mederico Toda persona que se podía considerar como un creyente conocía la historia de la princesa santificada, Luibov, pues a ella se le rezaba para lograr conseguir el amor, ofreciéndole en retribución, ramos de rosas rojas como la sangre, y perlas de ríos en calma. Se contaba que a veces era capaz de guiar a los enamorados por medio de sus sueños, enseñándoles el camino para encontrar ese amor predestinado que los conduciría a una vida llena de felicidad con hijos repletos de bendiciones del cielo. También tenía otra faceta de la cual era patrona, la de ayudar a los atormentados, y por eso los súbditos más fieles estaban ahí, en la catedral de oro y diamantes. Sus rezos eran un eco silencioso que se propagaba por todo el lugar; pedían por el bienestar del rey, quien padecía el peor tormento que se le pueda desear a un ser humano: El mal de la propia mente, el cual, se acentuaba en las noches cuando por la ventana de su habitación, el viento le susurraba palabras acusadoras al oído. Quizá su bien amada reina lo intuía, sin embargo, prefería callar y no preguntarle directamente por temer la respuesta. No mucho podían averiguar la nobleza y la plebe del secreto del rey, puesto que ambos grupos muy poco conocían sobre la vida de este. Los primeros, por el ostracismo característico del personaje, y los segundos, por obvias razones de diferencias de clases. Solo sabían tres cosas puntuales: le gustaba cazar con su 6


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halcón, odiaba batallar, y apoyaba la postura de la Inquisición en contra de la Orden del Temple. Conocimientos útiles para agasajar y ganar el favor del monarca; inútiles para descifrar la causa de las ojeras enormes que luchaba por ocultar a los integrantes de su corte. Se rumoreaba de los constantes ataques de llantos del rey capaces de surgir en cualquier momento del día y en los momentos más inverosímiles. Su fiel esposa nada de esto comentaba con sus progenitores o demás familiares, sin importar las reiteradas preguntas que le hiciesen. Ella se dedicaba noche y día a rezar por el bienestar de su marido ante todos los Santos y ante todos los ángeles. Sobre todo le pedía a Luibov por fuerza y comprensión frente a esa situación. Aunque nadie pudo imaginar el desenlace trágico de esta historia, cuya apariencia no distaba de ser un episodio peculiar de índole hogareño; por lo cual, hay que trasladarse, a una fría noche, a los aposentos privados de los reyes, quienes dormían de manera plácida. Nuestro monarca soñaba y soñaba con grandes paisajes desérticos y de frías montañas con una calima flotando a su alrededor, él seguía el vuelo de su fiel mascota, Vergil, un halcón de plumas negras. Él no podía ver ninguna parte de su cuerpo, lo cual era nada extraño al tratarse de un sueño, el rey era consciente de esto y recorría los paisajes que ya conocía, pero hubo otros que no reconoció, siendo quizás producto de una memorización inconsciente. Sin embargo, cuando terminó de recorrer una ciénaga ignota, sucedió algo que resultaba ser de lo más extraño hasta para tratarse de un mero sueño, logró verse a sí mismo tendido en la cama con su esposa al lado, y una figura alada encapuchada contemplándolos en silencio. En ese instante sintió un inmenso pavor y quiso gritar a todo pulmón para alertar a los guardias del palacio. Pero no pudo hacer esto, pues volvió a su pesadilla y no consiguió salir de esta. Los paisajes comenzaron a cambiar a una velocidad vertiginosa. El rey experimentó como si estuviera cayendo dentro de un vórtice y suplicaba a esa nada imaginaria que se detuviera. Siguió con sus ruegos desesperados, hasta que una voz cantarina se propagó por todo el espacio: ―Ella se quedó a bailar con sus fantasmas, con aquellos que más había amado y con aquellos que nunca llegó a amar del todo. Las palabras le produjeron un efecto de mareo y se adhirieron a su cuerpo como flechas. Habría dado su reino entero sin dudarlo por despertar de aquello. El sonido de campanillas se cundió por el espacio imaginario y cambiante, conjugado a la par con las palabras. Cuando presintió que iba a amanecer convertido en un completo loco por algo que vivió en un sueño, su sufrir se detuvo, y se encontró en un paisaje, del cual, estaba seguro que no se podía tratar de un lugar memorizado de manera inconsciente, no, de eso podía estar seguro. Se hallaba en las ruinas de lo que alguna vez fue un castillo con muy pocas estructuras de pie, siendo invadido por una naturaleza ponzoñosa donde florecían muchas rosas silvestres de una variedad de colores. Lograba ver de forma panorámica al desangelado sitio, pero su vista se enfocó en una torre derruida. 7


Tuvo un vuelco en el corazón en el instante en que Vergil se introdujo en la punta de esta. Pronto se halló a él mismo allí, como si el propio sitio lo estuviese conduciendo sin la necesidad de moverse por su cuenta, aunque lo que más lo sorprendió fue lo que encontró en esa estancia. Allí, en el medio, yacía un sarcófago de mármol blanco que detallaba de forma magistral los rasgos de un hombre con corona, un rey majestuoso cuyas facciones pétreas irradiaban poder y elegancia de una época pasada. Sobre el mismo, y desplomada en la tapa, se hallaba una joven hermosa de carne y hueso que respiraba con levedad. Alrededor de su cuerpo crecía una enredadera de rosas rojas, y esto a la muchacha no parecía incomodarle, a pesar de ser claramente pinchada por las espinas al grado de hacerla soltar algunos hilillos de sangre. El rey cayó en cuenta de que no estaba en la punta de una torre cualquiera, se hallaba en una cripta ubicada muy cerca de los cielos. Al acercársele, se percató que ella no se movía y, además, se trataba de la criatura más venusta que había visto en su vida. El rostro de su esposa parecía una cosa vieja y destemplada a comparación de aquella hermosura. De pronto, se apoderó de él un deseo insano y lujurioso de poseer a aquella criatura cuyo origen no debía de ser humano. Procedió a arrancar las prendas de la joven hasta dejarla como había venido al mundo y allí, en las losas desvencijadas del torreón fúnebre, hizo suya a aquella joven de belleza deslumbrante. No fue un acto rápido ni indoloro. Fue prolongado y sucio, donde la pasión no estaba presente. Lo que sucedió era más parecido al deseo de un animal que se ve de repente famélico y, con voracidad, calma su hambre con el primer trozo de carne que encuentra. Al consumar el acto y parte del rey acabara en las profundidades frías de la doncella, sintió que el mundo dio vueltas a su alrededor, volviendo a escuchar las mismas palabras que taladraron su mente con anterioridad, salvo que en esta ocasión, la fuerza con que eran dichas era mayor y muy dolorosa hasta el punto de pronunciarlas mientras dormía, en la forma de gritos estridentes. Gritos que alertaron a su mujer, quien trató de despertarlo por medio de zarandeos. Antes de lograr abrir sus ojos y regresar al plano de los vivos, el monarca logró ver un pequeño nombre escrito en el seno derecho de la fallecida, Luibov, sintiendo cómo su sangre se congelaba en sus venas. Se percató en su somnolencia de la deshonra que había cometido con una Santa. Sus manos comenzaron a temblar y se alejó tremuloso del cuerpo. Su alrededor se movía al son de los ritmos acelerados de su corazón. Al despertar cayó enseguida desmayado. Este era el gran secreto que atormentaba en silencio al rey y provocaba la inquietud de los gentiles y de los nobles. El hombre continuó con su melancolía y una culpa que le carcomía desde los huesos, dejándose sumergir en la falsa ilusión del consuelo de la bebida. La reina observaba esto en silencio, ya resignada a que nada podía hacer por ayudarlo y triste por el cruel destino que su corazón le pronosticaba. Estaba perdiendo a su marido de manera irremediable. 8


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Para colmo de males, los fantasmas de un sueño extraño atormentaban en las noches heladas al monarca, quien escuchaba a la perfección aquel conjuro que lo había llevado a ese lugar: «Ella se quedó a bailar con sus fantasmas, con aquellos que más había amado, con aquellos que nunca llegó a amar del todo…». Quizá fueron estas las causantes principales de la decisión final del rey o la culpa de algo que sentía más que un simple sueño, o locura, o todo eso a la vez, la de ahorcarse en lo alto de una torre con una soga, yaciendo por debajo de sus pies, una rosa roja como la sangre. Muy pronto esta historia fue olvidada y el mundo siguió su curso. No obstante, otro rey, de otro reino de una época muy distinta, soñaría con aquella muerta de un palacio encerrada en las ruinas en lo alto de un torreón fúnebre, pero en esta ocasión ella estaría recostada sobre un sarcófago con los rasgos bien definidos de un monarca que no la había amado.


Rubén Fabricio Gallegos Sosa. Triste, cansado y aburrido, me dirijo al sillón para leer. Es un sillón desportillado, los retazos de tela caen como piel enferma. En vano es mi intento de encontrar tranquilidad en los libros, pues mi vecino escucha cumbia a un volumen que me hace creer que la cantante grita en mi oído. Las paredes de ladrillos en realidad son de papel, todo ruido es más fuerte que ellas. Escucho su conversación aunque no lo quiera. Hablan sobre sexo pronunciando palabras groseras. Han pasado algunos minutos y la vulgaridad crece. Entre tanto, una pizca de ternura se escucha. Son las carcajadas de unos niños. Golpean la puerta al salir a la calle y al entrar a la casa; el eco que queda después pertenece a los vidrios que tiemblan. No soporto una interrupción más. Cómo quisiera tener más fuerza que ellos para ir a cerrar sus bocas con una cinta. Cómo quisiera dejar de escuchar historias tan violentas, y las risas escandalosas que siguen después, cuando no hay nada que celebrar en lo que cuentan. Renuncio completamente a leer. Me separo del sillón y suelto el libro de los dedos. Cae en el suelo, pero el golpe es inaudible por la cumbia imperturbable. Me dirijo a la ventana. Al menos el aire que llega es fresco en este indeciso verano. No hay nada que quiera escuchar, solo quiero ver las cosas bellas. Detrás de las casas de ladrillos sin colores, de los techos grises y agujereados, o de aquellos de plástico donde se atrapan bolsas o balones, unos rayos pintan el cielo de naranja y rosado. Más allá de que el suelo es de tierra y de piedras, y cuando caminas el polvo salta, es pisado por tres niños alegres. Las luces del cielo inician su hermoso final, y los postes eléctricos, muchos de ellos rotos a piedras, con sus pequeñas pirámides de basura comienzan a encenderse, pero a ellos no les importan las luces que se van ni la iluminación que aparece, solo juegan a casarse. Son dos niños corriendo detrás de una niña pequeña con cabellos alborotados. La piel de sus brazos parece estar pegada a sus huesos, y sus piernas parecen originar flaquezas. Pero sus sonrisas son suaves, lindas, y brillan más los 10


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dientes amarillos y los labios curtidos que las manchas marrones en sus caras. Su cuerpo escueto parece derrumbarse, pero en tanta alegría lo ignoran y se tocan con mucha confianza. La alegría que se escapa por esas pequeñas bocas es musical. Los niños vuelven a casa, no sin antes saltar por las mototaxis no muy lejos de la puerta. Yo también vuelvo al sillón a echarme con el corazón sonriendo. Me toco el pecho y los latidos son lentos. No ha pasado mucho tiempo para que mi corazón vuelva a llorar. Mi mente se desordena. Siento tristeza y miedo. Los alaridos que escucho no los sé describir, pero me hacen sentir una pena pesada. Curiosamente, la cumbia suena más fuerte y los gritos se escuchan vagamente. A cada golpe le responde una súplica que no termina de ser pronunciada, como si la falta de aire lo cortara. En mis ojos la tristeza se hace lágrimas, y mis manos tocan mi cabeza para calmar mi mente. Escucho que se cierra fuerte la puerta de metal. Salgo a la ventana y veo a los dos niños corriendo; dejan gritos tristes detrás de ellos. No sé cuánto tiempo ha pasado, pero ya nada escucho. Quizá, no he sido capaz de escuchar. Mis ojos están por caerse después de estas lágrimas. El ruido de una patrulla se acerca. Ya está aquí. Salgo otra vez a la ventana, las tres mototaxis no están. Es una noche de un cielo muy oscuro. Las luces de la camioneta alcanzan para iluminar a todo el barrio. Bajan tres policías y tocan la puerta con vehemencia. Pero nadie abre. Rompen los vidrios y uno mete sus manos entre las ruinas para abrir la chapa. Los tres entran a la casa de luces apagadas. Las cabezas de a lgunos vecinos se asoman por las ventanas. Salen dos policías primero, se consuelan entre ambos. Les sigue el que faltaba, el que carga en sus brazos el cuerpo de la niña. Sus piernas están desnudas y resbalan de ellas hilos de sangre. Veo detrás de las lunas de la camioneta a los niños llorando. Veo los ojos de ella cerrados. 11


Walter Hugo Rotela González Culminaba la tarde del sábado; el cielo estaba totalmente despejado, sembrado de estrellas. Don Pablo, con los pantalones arremangados hasta casi las rodillas, se acomodaba en la reposera para contarme una de sus vívidas historias. Sobre el brasero hervía el tacho con grasa. Un chipá cuerito saldría de allí al cabo de pocos minutos. El cocido quemado estaba pronto. Listo para beberse. Su esposa lo había preparado un momento antes, como lo había hecho toda una vida. Quemó el azúcar con un par de brasas de carbón, le agregó más azúcar, y al apagarse se formó una suerte de humo y vapor dulzón. Mezcló con la yerba y sacó el carbón. Después vertió el agua caliente dentro de la jarra. El vapor impide ver el momento justo cuando el agua se transforma de incolora a verde amarronada, de insípida y sin olor, a dulce. Casi como ese instante en que Don Pablo se mete al interior de su historia. —En el ´45 la cosa estaba casi tranquila. Habían pasado unos diez años de la Guerra del Chaco…— empezó diciendo esa tarde, Don Pablo, después de que su mirada se perdiera por unos instantes en el firmamento, por un tiempo impreciso, difícil de medir. —Dos años después se armó la guerra civil… —continuó —. Yo buscaba trabajo donde fuera… Allá en Corrientes había trabajo. Así que junté unas pocas cosas, y subí al barco. No había caminos, como ahora. En todo caso eran pocos y en mal estado en general. Eran caminos de tierra. Lo normal era bajar los trescientos o cuatrocientos kilómetros que separan a la capital de Corrientes, en barco. —¿Y cómo se animaba a salir, Don Pablo? ¿Cómo decidía ir tan lejos? —Le pregunté un tanto apurado en un intento de conocer la historia a mano de quienes la vivieron. —Mire usted jovencito… No había mucho qué pensar. Solo había escasez de todo, una carestía en toda la zona importante. ¡Qué podía hacer sino salir a buscar el pan! La patrona llevó la peor parte. No lo voy a negar. Ella quedó lavando ropa todo el día para otra gente. Planchaba y almidonaba. Así ganaba el sustento de cada día. Los hijos eran nuestra riqueza. Y en ese tiempo, además, no había forma de parar que salieran… Me entiende. Y tampoco era nuestra intención; pero hoy la gente dice: “Tantos hijos”, y yo les digo que eran otros tiempos. Desde arriba decían: “Nuestra riqueza 12


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son los hijos. Hemos perdido muchos hombres en las batallas…” Así que… sumado a que todo era muy rudimentario. La vida se dio, así como se ve. Tras la guerra y después, con la guerra civil… todo empeoró. —¿Y cómo le fue corriente abajo? Asumo que no fue fácil tampoco… —¡Qué va! Nada era fácil. Cuando le dije a mi mujer, ella miró fijo las brasas esa noche… Era una tardecita como esta. Hacía unas tortillas para todos y me dijo: << Mientras tengamos algo de harina, grasa y yerba iremos tirando. Tengamos fe, Pablo. Después veremos qué hacer>>. Así que a los dos días me fui embarcado, corriente abajo, para buscar mejor suerte. Con la ayuda de Dios, quizás lograría trabajo, dinero ,y seguro… sumar esperanzas. Los curepíi que conocía decían que, río abajo, la situación estaba mejor Entre chipá cuerito y mate cocido, Don Pablo me relató su viaje al sur, a la desembocadura del río Paraguay. A los tres meses volvió la primera vez, pero regresó al sur y trabajó todo un año allá ité ii. Inició su actividad en la casa del capitán del barco en que viajó la primera vez. Éste lo recomendó a otras personas, y así pudo seguir con trabajo, con pagas que fueron en aumento, pues reconocieron su valor, su esfuerzo. Sin embargo, permaneció todo un largo año antes de volver a casa con su esposa e hijos la segunda vez. Cuando volvió trajo regalos. Hoy diríamos que aportó chocolates y cosas así, como galletitas; pero eran otros tiempos. El obsequio fue una lata de manteca de cinco kilos. Un descubrimiento importante para sus hijos: Una novedad. Don Pablo hablaba pausado. Entre un recuerdo y otro se intercalaban largos silencios… en los que su mirada se perdía en algún punto indefinido. Tanto se quedaba con la vista en el horizonte hacia donde el sol se había puesto rojizo, enardecido como sobre el carbón del brasero que se tornaba del mismo color. De repente retomaba el relato y afloraban cinco o seis recuerdos más y se apagaba… Como esas brazas, como ese silencio que empezaba a abrazarnos haciendo desaparecer todo en derredor, en medio de ese manto oscuro que extraviaba el mundo conocido durante el día luminoso. Su esposa proseguía atenta en sus quehaceres iluminada con la luz del farol a mantilla. Eran ese farol y el brasero dos cosas que los acompañaban desde su primera casa, esa en la que Pablo y Kivevéiii se casaron. Kivevé era como la llamaban, pero su nombre es Albina. Una mujer muy blanca, pelirroja, ahora canosa casi amarillenta su cabellera por los años. Sus grandes manos son la expresión de esos años de lavar ropa para otros. Yo solía traerles pescado y ellos me invitaban a cenar, por lo que las charlas se extendían hasta después de la cena. Esos momentos eran casi mágicos para mí. Este sábado iba todo como de costumbre. Don Pablo me regalaba una de sus historias. A medida que el sol se iba ocultando fueron apareciendo algunos de sus hijos menores. Dos varones que aún vivían con ellos. Vale aclarar que Don Pablo aún se ausenta de vez en vez de su casa por tiempos prolongados, aunque ya no trabaja desde hace años. Está jubilado o pensionado. 13


Recibe de manos del Estado un aporte como compensación a su aporte en la Guerra del Chaco. Sus cicatrices, los recuerdos, las pesadillas, sus estados depresivos tienen que ver todo con lo mismo. Este sábado pasado, Albina le reprochó que tenía que visitar a sus hijas mayores: —Ellas viven lejos y necesitan verte al menos una vez al año…—le dijo estando yo presente. Él se mostró intranquilo y yo sabía por qué razón. El dinero no le alcanzaba para costear el viaje y poder visitarlas. Su mirada se perdió ahora sobre un punto indefinido del piso de tierra en derredor del brasero. Minutos después, tan de improvisto, todo su cuerpo fue a parar justo al lado del hierro fundido del brasero. De un brinco me levanté, y lo alcé hasta su silla. Albina dejó la plancha sobre la mesa y en un paso estuvo a su lado. Se retiró tan pronto como llegó y se metió en su dormitorio. Regresó con una botellita con un líquido azul. Alcohol de quemar que frotó sobre el pecho de Pablo. Era lo que tenía a su alcance. Lo frotó con sus grandes manos de lavandera. El hombre volvió en sí y, poco a poco, comenzó a hablar. Creo que no podré olvidar esa noche con Pablo y Albina. Asumo que, al ver mi rostro algo desencajado, Don Pablo quiso tranquilizarme. —Tranquilo… Tranquilo, no es nada, mi hijo. No es nada… —dijo con voz ronca pero pausada como quien tiene la experiencia suficiente para comprender su situación y ayudar a los otros a entenderla también. Yo estaba sorprendido, sus hijos no. Estaban acostumbrados al igual que su esposa a estos episodios. Cada tanto —me aclararon —le daba ese bajón, que es como lo llamaron ellos. Es un desvanecimiento súbito que su esposa logra sostener con sus grandes manos y el azul líquido frotado sobre el pecho de su esposo. No sé lo que ocurrió allí, pero no lo olvidaré nunca. El episodio, sin embargo, le dio pie para relatarme otra de sus anécdotas de la Guerra del Chaco. —Una noche, en medio de un monte de palmeras y arbustos, llovía torrencialmente —empezó el relato Don Pablo. —El lodo te entraba hasta por la nariz, pisaras donde pisaras, estaba todo mojado Los bolivianos estaban cerca. Se escuchaban truenos, y se veían relámpagos impresionantes. El diablo andaba cerca. La muerte acechaba allá ité en medio de ese monte de palmeras. Alguien gritó, creo que el teniente Rodríguez Lanza. Sombras se veían en medio del monte y el refulgir de los pequeños charcos se notaba con cada relámpago. Sombras casi humanas se proyectaban, corrían hacia nosotros gritando como locos…—Hizo un silencio casi interminable. Luego, en voz bien baja, me confesó que estas imágenes las veía casi cada noche en medio de pesadillas recurrentes. Le resultaba bastante difícil conciliar el sueño en las noches. Sus días se tornaban también en una pesadilla. No quería preocupar a nadie, pero sabía que lo hacía. En sus viajes se encontraba con otros excombatientes y comentaban sus casos. Era el momento de casi paz que tenía, porque entendía que no solo a él le ocurría esas cosas, pero no tenían un remedio. Solo lo sufrían. 14


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Todo el relato lo hacía en voz alta, pero como si lo estuviera viviendo en ese instante. Incluso, imitaba los disparos, y prosiguió con un profundo e inenarrable grito de desesperación… Era una imitación de sí mismo en momentos que fuera alcanzado por una bala que quedó incrustada en una porción de sus vértebras. Quedó, literalmente, paralizado. Quieto, como muerto. Estático, sin decir más que: “Estoy cansado, mejor… Mejor seguimos otro día”. Su mirada volvió a perderse en el rojizo ardiente del contenido del cuenco con patas de hierro fundido, el brasero. Entendí que esa noche había narrado, por primera vez, no solo a mí, sino a su mujer e hijos, el episodio en el cual había recibido un balazo que lo dejó con una lesión de por vida. Esa que lo lleva, de tanto en tanto, a extraviarse. Sale caminando, sin rumbo, y ‘despierta’ a cientos de cuadras de donde salió, quizás a varios kilómetros. Confundido, vuelve a tener conciencia de su estado, de eso que llamamos presente. Albina, al despedirme junto al portón de la entrada, me confirmó que fue esa la primera vez que contó lo sucedido sobre el día que cayó estando en combate. Y agregó: “Era algo que lo tenía muy guardado, como casi todo lo de la guerra”. Entendí, entonces, que esas miradas perdidas eran silencios de sus vivencias de la guerra. Era como si, por momentos, dejara de emitir sonidos, signos propios de la oralidad, y usara, en su lugar, la mirada. Referencias i Curepí: Término utilizado en Paraguay para referirse a las personas originarias de la Argentina, derivados del guaraní kurepi o kurepire, que significan piel de chancho. ii Allá ité: Se usa para designar una distancia lejana, es un ensamble de español y guaraní, de uso coloquial. iii Kivevé: Hace referencia al color rojizo del cabello de las personas, hace referencia a las personas pelirrojas.

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Alejandro Filippelli Caín llegó cansado de trabajar la tierra. Todos los días parecían iguales: un horizonte cabizbajo de tierra y arado. Por eso, porque todos los días eran iguales, no recordó que hoy era la fecha de la ofrenda, y que tendría que haberse preparado. Se lavó apresuradamente en un río de lecho cristalino y se sintió mejor. Cargó el morral con lo mejor que le ofrecía el surco y partió. Atravesó las tierras de Abel, su hermano, para acortar camino. Se asombró de nuevo de que fueran tan extensas aunque su hermano pacientemente, una y otra vez, le había explicado que era necesario que esto fuera así, que era para el bien de todos, que su ganado se multiplicaba y se necesitaba más espacio, agua y pastos tiernos. A veces Caín lo sentía como una invasión. Era ya la noche cuando Caín llegó a la montaña; primero llegaron a sus oídos los sonidos de las trompetas de los sacerdotes, luego vio los fuegos, y su piel poco a poco se fue bañando con el olor del incienso. Abel ya estaba allí, descansado, lavado, orando, ungido. Caín quiso imitarlo. Se arrodilló también, pero le dolían los músculos y no podía estarse quieto. Si la esencia de un hombre se podría medir por un instante, Abel sería el devoto, y Caín un hombre simple, cansado, sin tiempo para Dios. Las ofrendas de Abel llenaron el altar, se acumularon como una torre caprichosa hacia lo alto. Después de la ceremonia, bajó satisfecho con su deseo concedido: el derecho de hacer una señal para marcar su propiedad sobre las cosas. Caín amaneció amarrado y marcado. Luego pasó todo lo que sabemos: Cuando Caín fue liberado, mató a su hermano, quien murió sorprendido, ya que había actuado conforme a la ley. Algunos opinan que ese día, al pie de la montaña, comenzó la historia que desconocemos. Fin.

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Sidi A. Hdz. Osorio —Tranquila, mi pequeña flor, pronto aprenderás a volar. La niña miraba nerviosa desde el interior de su círculo de sal trazado en el suelo, la noche era fría y el cielo amenazaba tormenta, aunque esa no era la única razón por la cual la niña temblaba. —Pero antes de volar, tienes que dominar a un yokai, y antes de domar a un yokai debes domar a tu propio miedo. —¿Por qué no puedo usar el yokai de mamá o el tuyo, papá? —preguntó la pequeña niña. El padre reflexionó un momento antes de contestar, de igual manera que su hija estaba dentro de un círculo de sal, para protegerse. Su yokai estaría por los alrededores, viendo si había algún alma a la cual consumir. —¿Recuerdas cuando fuimos a la ciudad y que entramos a un circo? La niña asintió, apretando entre sus manos a un conejo café y un escapulario de oro. —¿Recuerdas al domador de jaguares? Ese hombre no tenía más que una silla y un látigo, y aún así lograba que seis enormes jaguares lo obedecieran. Dominar a un yokai es similar, en esencia. Nunca te mentiría, hija mía, no es una tarea fácil ni mucho menos segura, solo los brujos más capaces y astutos puede mirar a los demonios a la cara y ordenarles que les obedezcan. La niña seguía en su lugar, se veía nerviosa y tan pequeña, a pesar de que ya tenía 7 años, su vestido de manta con flores bordadas contrastaba con la oscuridad de la noche. —Yo solo quiero volar como ustedes dos. —Sé que estás nerviosa, mi pequeña flor, yo también lo estaba cuando alimenté a mi primer yokai salvaje. Tu abuela me dio las mismas instrucciones que te doy yo ahora; absorbe la mitad del alma de ese conejo, luego exhala fuera del círculo de sal, y cuando empiecen a llegar un par de yokais, absorbe el resto del alma del conejo y dáselos a ellos, luego regresaremos a casa. No temas, mi pequeña flor, yo te estaré cuidando todo el tiempo. La niña asintió más segura de sí misma, confiaba en su padre, el cual solo estaba a un par de metros de distancia, en su propio 17


círculo de sal, junto a la caja de conejos. No alcanzaba a ver a Bandido, el yokai de su padre, pero sabía que en caso de emergencias su padre acudiría a su rescate. Respiró hondo, miró al conejo que sacrificaría y no pudo evitar sentirse mal por la indefensa criatura. Inhaló despacio como le había enseñado su madre. Inhaló con el alma, mientras el conejo se removía entre sus manos, tratando de escapar, pero ella lo retuvo con fuerza. Saboreó el alma del pobre conejo y se contuvo de absorber solo la mitad, como su padre le había ordenado. Absorber un alma es como probar una bebida deliciosa, saborear el platillo más apasionante del mundo, te embriaga y deleita, exalta tus sentidos y tu cuerpo siempre pide más. La primera lección que te enseñan cuando eres bruja es a autocontrolarte, o las consecuencias serían fatales. La niña retuvo el alma del conejo en ella como cuando aguantas la respiración al nadar. A pesar que todo su cuerpo le gritaba que “tragara” el alma, ella fue exhalándola lentamente fuera del círculo de protección. El alma del conejo flotó perezosamente como humo coloreado ligeramente de azul, pasó por encima del círculo de sal sin oponer resistencia y siguió florando, alejándose de la pequeña niña. Fue cuando vio al primer demonio. Uno nunca se acostumbra a ver a un yokai, cada uno es completamente diferente, su apariencia cambia dependiendo de las almas más recientes que ha comido. Entre las sombras de la noche, era difícil describir al demonio que se acercaba a ella, pero sus enormes ojos refulgentes y el hecho de que te helaran la sangre, era suficiente prueba de su presencia. La enorme bestia se acercó al claro de luna donde estaba la niña y su padre. La niña pudo ver cómo flotaba en el aire, a medio metro del suelo, también vio las enormes garras que terminaban en dedos, demasiado antropomórficas como para que fueran naturales, y 18

la enorme cabeza de la criatura, la cual parecía ser el cráneo de un venado forrada con la escasa piel de un mono. El demonio se abalanzó sobre el alma del conejo y la engulló como si fuera un simple bocado. La niña oyó un aullido detrás de ella, tan agudo y desgarrador que la petrificó en el lugar. Otro yokai se había acercado, olfateando el alma que había soltado, pero al acercarse demasiado el círculo de sal lo había repelido y lastimado. El yokai se había enfurecido y remetía contra el escudo de sal, buscando más almas para alimentarse. Repentinamente el primer yokai también empezó a arremeter contra el escudo. El círculo de sal era grueso y estaba bien trazado, sin embargo, cada embestida de las criaturas hacía que la sal se dispersara


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más y más, llegaría un momento en el cual estaría tan regada por el suelo que no valdría para proteger. La niña empezó a entrar en pánico, aunque trató de que su voz no sonara q u e brada cuand o llam ó a su padre.

—Resp i r a hondo, pequeña, respira, controla ese miedo—Le contestó el padre mientras veía cómo más yokais curiosos se acercaban a su hija. La niña trató de respirar, los demonios se movían a su alrededor tan solo a un par de pasos de ella, como tiburones que rodeaban una lancha en el mar, a la espera de que los tripulantes cometieran el más mínimo error para abalanzarse sobre ellos. —Usa el escapulario —gri-

tó el padre mientras agarraba un conejo de la jaula y absorbía toda su alma de golpe. Si la cosa se ponía fea era mejor estar preparado. La niña alzó torpemente el escapulario de oro, de la cadenita colgaba una placa del símbolo de un águila real; los yokais se apartaron repentinamente mirando al escapulario como un jaguar mira al fuego. Sin embargo, mientras la niña amedrentaba al demonio con su escapulario tratando de recordar cómo lo hacía su madre, otro yokai embistió el escudo de sal, lo cual le hizo soltar un grito. Eran más yokais de los que podía soportar el escudo, la niña empezó a respirar entrecortadamente y sintió cómo sus manos empezaban a hormiguear, mientras su visión se nublaba lentamente. —¡Papá! —gritó la niña —¡Me siento mal! “Oh, no, otra vez no”, pensó el padre preocupado, mientras exhalaba el alma del conejo para atraer a su propio yokai. La niña inhaló instintivamente el resto del alma del conejo y su cuerpo la asimiló sin darse cuenta. Inmediatamente se sintió más fuerte y su visión regresó a la normalidad, aunque la respiración seguía agitada. Los yokais gruñían y se lanzaban con más fuerza contra el círculo de sal que cada vez se iba haciendo más y más delgado. A pesar de que las criaturas eran repelidas entre grotescos alaridos, rápidamente se recuperaban y volvían a atacar. No soportaría mucho más. La pequeña niña miraba aterrada a su alrededor, y empezó a temblar aún más, sabía lo que significaba el adelgazamiento de su círculo de sal, sentía a los yokais acercarse más y más, ansiosos por absorber su alma. En un último arrebato de valentía alzó el escapulario tratando de apartarlos, pero los grotescos gestos de los demonios, y el aullido de sus gritos, le helaban la sangre. La pequeña niña sintió cómo un par de lágrimas empezaban a salirle de los ojos y se acurrucó en posición fetal en la fría tierra. 19


El padre vio cómo su propio yokai se acercaba flotando a gran velocidad atraído por la presencia del alma de conejo; el padre puso un pie fuera del círculo de sal y de un salto permitió que su demonio lo rodeara y lo levantara del suelo, dirigiéndose luego a gran velocidad hacia donde estaba su hija. Sabía cómo manejar a su yokai, llevaba años manejando a su demonio, y aún con todo no pudo evitar sentir un escalofrío al percibir tan de cerca la presencia de esa criatura. El padre bajó en picada hacia el círculo de sal que defendía a su hija, de un zarpazo de su yokai empujó a uno de los salvajes y saltó dentro del círculo de ésta. Su yokai no pudo entrar, evidentemente, pero en lugar de gruñir como sus compañeros, se apartó de él, claro, esperando nuevas instrucciones. —Levántate, mi pequeña, una bruja nunca se doblega. La niña seguía hecha un ovillo en el piso, temblando y tratando de alzar el escapulario. El padre vio que el círculo de sal era apenas una delgada línea, no soportaría por más tiempo, solo quedaba una solución. Un yokai se acercó peligrosamente a la franja, y el padre rápidamente rebuscó en su bolsillo agarrando un puñado de sal y se lo lanzó con fuerza justo en la cara. El demonio se retorció por el impacto tan repentino, las partículas de sal le quemaban como la metralla de una escopeta. —Tenemos que irnos, mi pequeña flor —dijo apresurado el padre, mientras levantaba a su hija en brazos. Aún le quedaba una fracción del alma del conejo, pero no sería suficiente como para alcanzar a su propio yokai. Domar a un yokai no es como domar a un caballo o a un lobo, esos animales pueden llegar a sentir empatía por los humanos, pero de un yokai solo podías esperar indiferencia. 20

El padre cargó a su hija, preparó otro puñado de sal y lo lanzó contra el demonio más cercano. Aprovechando la distracción, salió corriendo hacia su yokai, pero los demás demonios arremetieron contra ellos rápidamente. Antes de que fuera demasiado tarde, el padre exhaló el resto de alma de conejo que le quedaba mientras corría con todas sus fuerzas. Los demonios se pelearon por los trozos de alma flotante, pero no duraría mucho tiempo. La niña sollozaba débilmente cuando alcanzaron al yokai. El padre trató de exhalar algún resto de alma de conejo para que el yokai lo obedeciera, pero no quedaba nada. El yokai los miró como un gato que acababa de toparse con dos inocentes ratas, pero el padre alzó la mirada y miró directamente al demonio. —Llévanos a casa y te daré doble porción al llegar —murmuró el padre. El demonio pareció pensarlo un momento, después alzó una zarpa y señaló a la pequeña niña. Una escalofriante idea golpeó al padre como un piedrazo. Había brujos que usaban almas humanas para alimentar a sus demonios, incluso el alma de sus seres queridos. “Yo no soy un monstruo”, pensó el padre con furia, “Aquel que lidia con monstruos teme convertirse en uno, y esa es la línea que yo nunca cruzaré”. —Llévanos a casa y te daré doble porción — repitió el padre —. Aún tengo suficiente sal como para deshacerme de ti y de ellos. —dijo el padre mientras metía la mano en su bolsillo vacío y aparentaba agarrar un puñado de sal. El yokai obedeció reticente. Rodeó al padre y a la hija, y rápidamente los elevó del suelo, los yokais salvajes los persiguieron un rato, pero se dispersaron al llegar cerca de la población. El padre aferraba con fuerza a su pequeña hija,


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la cual permanecía sollozando por lo bajo; no aparentaba ninguna herida, pero cuando llegaran a casa le darían un alma entera de conejo para asegurarse. —Perdón, papá —dijo sollozando —. Lo arruiné. —No, no, mi pequeña flor —contestó el padre mientras acariciaba su pelo —. No arruinaste nada. —Yo solo quería volar, así como volamos ahora.

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Joel H. Orozco

I Las campanas han callado. Las ventanas tiemblan y las personas se atrincheran en plegarias.

II Elevo una oración por la mujer que huye y deja la mesa servida para un invitado que nunca llegará.

Por el anciano que abandonó su sillón con el periódico y las noticias marcadas con la fecha del día despojado.

Por la ciudad quebrada por misiles que desnudan la noche donde las sirenas de las ambulancias llenan el aire de las calles. Elevo una plegaria por el niño que esta noche es arrullado con música de balas y cristales quebrados. Donde el viento se llena de esquirlas y gritos. A lo lejos los fusiles replican, con el alba impregnada de pólvora, de hombres que saben que no volverán a esa mesa, a ese sillón, a abrazar a ese niño que duerme. 24


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Paul Sánchez LAGARTIJA El cuerpo de la pequeña lagartijaa b i r r yace boca arriba al borde de la c a r r e t era Su vientre pálido hinchado por el sol de la tarde El polvo en aquel cuerpo ágil es verdaderamente conmovedor Antes de aquel descubrimiento fue un sonido entre la hierba seca una estela entre las rocas de lugar leve trazo en la a r e n a descripción precisa en la lengua de los míos Pero la muerte la despojó de su misterio y fue a parar a este lugar donde seguiré transitando l e n t o y p r e d e c i b l e con un lagarto verde sembrado para siempre en mi infancia iré empalabrándolo todo y entonces brotará el d e s e n c a n t o


KACHI KACHI *libélula L a ti r con toda s tus má rg en es e s tu a f á n te sacudes del tiempo y de los cantos Dicen que hay que ser precisos co l a p a l a b r a como cuando se recibe visita Darl e en el bl an co an tes de que te ag ot e s PÁJAROS Poesía mis palabras s o s t i e n e n 26

a los pájaros como a una pesada pluma Me han vencido He dejado escribir su vuelo en la arena blanca de la página EL CERDO El cerdo enlodado se revuelca sobre la hierba el intenso aroma a hierba buena arrecia en el paisaje CAMALEÓN Veo las espinas de una rosa escribo camaleón sobre la rosa solo con la intensión de ver el color verdad en el cuerpo áspero del camaleón ficción Volteo la palabra y en su parte más blanda es decir antes de que se torne carnívora cama / león es en ese lugar vulnerable trae heridas del suave color de la rosa ¿Sería válido decir que tienen la sangre fría quienes no se manchan del poema? Tóquense ustedes las muñecas sin que palidezcan vuestros rostros


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EL TIGRE El caudal del río es tranquilo la parece no dirección corriente tener las l n del r o e f a b g o m r r n a á e d s un m o de e Unas aves coloridas se posan en lo que queda del gran árbol y como una celebración del instante d e s a p a r e c e n

se ven felices y disparan se van felices pero solo en el tedio de alguna tarde al rebuscar entre viejas fotografías se percatarán de que el t i g r e arruinó su imagen en el a g u a por aplacar su sed y nada pudo impedirlo TORTUGA

¿Qué pensará la tortuga al sentir bajo su vientre la violencia y la rapidez con la que pasan sobre la tierra las bestias más despiadadas?

Un tigre sigiloso observa a un grupo de visitantes ellos en su pequeña lancha abandonan todo lo que hacen como en un truco de magia cogen las cámaras disparan disparan 27


Ángel Soto Contra el abominable aburrimiento y la lucha eufórica de la falsedad, dota a tus entrañas de pan y a tus miradas de vino. Arroja hacia un lado la vida. Lucra por aquello manido resultado de muchos rastreos sin frutos. Haz de la luz sombra y de las tinieblas un delicioso fetiche. Que el extranjero viene arrasando, más por ser un amor raro que por sus propias virtudes. Cuidado de ir a un lejano país mágico, donde hartos de vivir tan arriba te hagan creer que lo bueno es malo y lo malo bueno. No olvides la absenta para tus piernas juntas, ladeadas por el frío. No la uses para buscar atenciones de musas y dioses. Hace tiempo que emigraron dejando espacio al estúpido y desesperado. Roma hincó a tremendas huestes, pero se vio hincada ante el Olimpo Tremendo el don de ser quien nombre la placa a un dios desconocido. 28


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Nicolás Soto Opus 1

Aparta de mí este grial que endereza tu río de miradas. Aleja de mí esta sonata esculpida en días irrepetibles, a la vera de unos besos soñados por las piedras. Distancia de mí ese andamio de caprichos pues tus noches se hermanaron con mis soles y mis jardines existen, persisten, resisten en tu desnudez venérea, corpórea, etérea. Opus 2

Sacada de la sabiduría y la cordura como una ninfeta a la Camille Claudel manifiestas que te enloquezco con mis necedades. Pero soy tan solo un cerezo degustado por tu prestancia salobre de Venus a la Boticelli.

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Mis palabras te disfrazan de flor y luna dentro de esta alegría y te indemnizo por esta estadía en mi manicomio porque te extraño infinitamente.

Pero,

Opus 3

Pero,

la roca gélida devora nuestra entropía.

los divanes de la materia oscura El estallido deslumbrante se inscribe en tus labios cósmicos mientras que las polvaredas se lastiman contra los árboles desnudos. Sí, esta desnudez conmovida de nuestros cuerpos bajo las aves y las nubes arrobadas que lanza nuestras almas

trazan arcos cartesianos y diluyentes.

Pero, tu aliento sideral expande vestíbulos

hacia palacios erigidos con el ardor de tu piel dulce y furtiva.

que trascriben mi impotencia para el conflicto.

Opus 4

Pero,

La otredad del espacio,

en algún desfiladero cuajado de seudo partículas atribuladas, te verbalizaré,

atribuida al dilatado vacío de una ausencia tuya,

te remontaré con tus racimos de helio

definida por los recodos de unos neutrinos y positrones lerdos emanados de esa discusión que enlutó aquel viento de súper novas será traducida en tu lejanía, a una velocidad de fotones que no te ubican.

y seremos uno y una (ambos) en la vastedad de nuestro cosmos secreto. Hágase tu voluntad así en el terruño

Esa es la definición de mi nostalgia de ti. como en el empíreo.

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Martín Morales Desde el oriente crepuscular de los pájaros, en la tenue crepitación del alba, yo decidí el día y por lo tanto, la noche, el misterio de la tarde, calendarios, eclipses el solsticio y el equinoccio el zodíaco y su eclíptica los colores y la mies... En mi seno (¿por qué no decir en mi corazón?) la salud de un antiguo calor se extingue. No en vano mi calor y mi luz rebate esta álgida tiniebla desolada Pues Soy en las criaturas. Microbio, planta y animal. Soy. En el universo ciclos simetrías. Así como mi brote primordial entre gases y polvo, así en nebulosa descompuesta diseminaré mis herrumbres... (Los planetas sujetos... La Tierra donde late mi sangre...) Estoy tibio o aún, frío. Pronto, pocos cientos de miles de años, pronto, no seré más que una neblina absurda, tan muerto como estaba este cielo que abarca mi luz este bloque entre mí y la Sombra espesa que prolifera. ¡Digo que este cielo estaba muerto! 31


Glaciares estériles a la deriva rodando mudos, sordos; sepulcros de la nada cumpliendo ciclos sin memoria y sólo para el abismo. ¿Pero a qué evocar en esta hora última una física de túmulos? Porque fue más acá, más acá donde despertaron! ¡¿Me oyen firmamentos sin pulso, patios siderales sin flor, nieblas cósmicas sin aire?!: ¡apéndices! Más acá, junto casi a mi seno: el mar, el alga, un paso por la arena y la tierra firme supo de la savia; algo que no es el viento escarba la flor y vuela con su polen, algo que come el fruto y en su excremento espera una semilla..., la sangre, el cascarón, escamas, pezuñas, colmillos, pelambre, músculo, mamas y útero, junto al fuego las barbas y el coito... pues así se despertaba más acá y entonces el coro de las criaturas ascendió hasta mí como el clamor de un recién nacido, reconociéndome sin saberlo (¡y yo en Él!): una trama de sones y trinos dispersos ascendía, un follaje que se conmueve, chillidos, un agua que retoza que salpica (y en las gotas mi tornasol) la trama sonora y total de la azarosa organización de la vida ascendía hacia mí. 32


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(Y luego ese ímpetu inmanente y secreto, empeño desaforado por no regresar a eso que niega, a ese inasequible dicho Nada.) * Mi seno ya no hierve, estoy tibio, o aún frío, es cierto. Pronto, he dicho, en último aliento un polvo que se dispersa sin viento. Aunque quizá no tanto, no tanto. Quizás como ya ha pasado, esa ceniza propulse mi sangre (sí, mi sangre, mi sangre en renovada síntesis), ¡y en esa neblina postrera y paciente quizás! mi sedimento un polen un desovar en el agua. Y de nuevo más acá, más acá, un mar ennoblecido de crepúsculo, la savia, y yo en la savia, la sangre, y yo en la sangre, vivo.

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Denova Sharif Todos estamos —oh, mi amor— tan llenos de retratos interiores, tan llenos de paisajes no vividos. El recado | Elena Poniatowska

Los múltiples deslices fronterizos entre categorías genéricas englobantes —ensayo, cuento, ficción y crítica —en Había mucha neblina o humo o no sé qué i, aperturan la cuestión sobre las etiquetas institucionales que circundan alrededor del texto mismo, pues, amén de los inocentes receptores: ¿A qué están enfrentándose con su lectura?, ¿realmente hay un cruce entre ficción y factualidad?, ¿es una novela?, ¿acaso la hibridez del texto se patenta con la mezcla de escrituras gráficas o son estas el resultado de meros artificios planeados por las «divagaciones» de la escritora? ii Cristina Rivera Garza, en el texto mencionado, plantea el hito que representó Juan Rulfo en las letras mexicanas —y en la vida de esta última— con la publicación de su díada: El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955); puesto que ambas representaron la obsesión del autor con las consecuencias directas del fenómeno sociocultural hoy denominado «Revolución mexicana» por allá de los 1950; así, se realiza una homologación de ejercicios escriturales que representan el intento de Rivera Garza por demostrar su afanamiento ante la divinidad que encarna Rulfo en sus cavilaciones, y así ganarse su favor. O mejor dicho, ser merecedora de la suerte de parusía que la llevará al embeleso garantizado. Es por lo anterior, que me resulta insustancial cuando afirma que: «Uno rara vez sabe para qué o para quién escribe» (2016: 17) 1, pues, a mi parecer, el motivo de sus argumentos se trasluce conforme estos últimos son transcritos en el texto. Sin embargo, reducir la magnificencia de Había mucha neblina o humo o no sé qué por este error equidistante me parece agresivo, mas confuso. 1 A partir de esta cita textual se denotarán los fragmentos retomados de Había mucha neblina o humo o no sé qué con la hoja en la que se encuentran La síntesis escritural del sosias performático Ya que la identificación plena entre Rivera Garza y Rulfo representa el símbolo de mescolanza genérica escritural, me permito la admisión de igualarlos. De considerarlos sosias. Indistinguibles, si no fuera por la distancia espaciotemporal que los separa. No obstante, la nivelación enfermiza que propongo objeta únicamente al carácter escritural de ambos. ¿Y si fuera distinto? En este momento, las palabras de Tzvetan Todorov repercuten con estruendo en mis reflexiones, pues aludido filósofo menciona que: «la historia de las conquistas y de las colonizaciones […] solo puede explicarse por una incapacidad de percibir la identidad humana de los otros, es decir, de reconocerlos a la vez como iguales y como diferentes» (1982: 84). De esta forma, el planteamiento 36


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que realizo sería adecuado solamente en el espectro creador, y por tanto, una homologación total resultaría utópica. Pero, ¿y si fuera parcial? ¿Habría cabida para mi formulación? La respuesta, en cualquier mundo posible, es afirmativa. Entonces, ante mis avezados ojos, la autora se convierte en el performance 2 del ilustre escritor mexicano y, consecuentemente, en las palabras que este ya no pudo ni articular ni expresar en vida. Rivera Garza basa su escrito en una plena afinidad con el de Rulfo, pues: «Uno se vuelve coleccionista de lo que le pertenece por el derecho que le da el cuidado que ha puesto en y por el mundo» (15). Por ende, Había mucha niebla o humo o no sé qué iii configura el pretexto adecuado para presentar al texto como el facsímil de la obra de este. Y, en consecuencia, las oraciones utilizadas para enunciar cada uno de los fragmentos iv varían en su extensión. ¿Con ello qué pretendo decir?, que, por una parte, las proposiciones se vuelven cada vez más cortas cuando el escrito se acerca a los detalles que el autor planteó en Pedro Páramo —para denotar la fluidez escritural que caracterizó a este último, supongo—; y que, por la otra, se alargan —al grado de implicar párrafos completos— cuando la escritora incluye las nociones incisivas que realiza en cuanto a la vida del Rulfo. 2 El DLE lo define como aquella «[a]ctividad artística que tiene como principio básico la improvisación y el contacto directo con el espectador» (2020). Luego, a medida que se avanza en el texto rector, uno da cuenta de la curiosa estructura intencionada que reside en este último, pues ya es admisible percatarse que se utilizó para

acrecentar el interés del receptor, y por consiguiente, su lectura. De esta forma, la incidencia de: cuadros de texto, oraciones versadas libremente [tomadas del texto Pedro Páramo] que sirven de epígrafes introductorios, especies de subtítulos e inclusive la aparición de un segmento en blanco (transcrito solamente con signos de puntuación); no hace más que denotar la brillantez de Rivera Garza y de la performatividad de su escrito. Sin embargo, el lector probablemente se pregunte: «¿Cuáles son las señales que le permiten confirmar aludidas convicciones?»; si la lista de elementos no fue suficiente, todavía me queda un argumento más al respecto. Ante ello, la autora menciona: Años atrás, tal vez al inicio de todo esto, había escrito un cuento de un jalón un 6 de enero: “El día en que murió Juan Rulfo”.2 Más tarde, reescribí, incluso, Pedro Páramo, palabra por palabra en un blog personal, convirtiendo capítulos enteros de la novela en estrofas de versos libres y villanelas o transformando párrafos específicos, a través del tachado o el uso estratégico del color, en pálpitos apenas de sí mismos, sostenidos únicamente por los signos de puntuación.3 Me había divertido, tengo que aceptarlo. Tuve el placer o el desparpajo —o el placer debido al desparpajo— de escribir palabra por palabra un texto escrito para siempre por Juan Rulfo. Una Pierre Menard cualquiera. Una escribana. Y decir “una transcriba” suena muy parecido a decir “una tránsfuga” (12). ¿No es este fragmento la admisión de una reescritura by heart [«de memoria»], o en su caso, de la confesión que realiza Rivera Garza para demostrar las semejanzas escriturales 37


habidas entre ambos? Y es que, ¿qué hay en nuestra mísera existencia más performático que la propia revelación frente al otro, lector? ¿Acaso usted no ha tratado de crear basándose en la escritura o experiencias del otro, falsa suerte de Vila-Matas? Lo dejaremos así. Es usted muy necio. Deme la razón y yo le adjudicaré el beneficio de la duda. ¿Hecho? La línea anterior —la de la estructura curiosa— se objeta con el mero seguimiento que puede realizarse si se lee con la atención debida, pues, es claro que Había mucha neblina o humo o no sé qué se divide en varios segmentos, que a la vez se fragmentan para conformar la especie de índice temático faltante. Y, dado que los títulos —transcritos a continuación: “Había mucha neblina o humo o no sé qué”, “Prometerlo todo”, “El experimentalista”, “Angelus Novus sobre el Papaloapan”, “Mi pornografía mi celo mi danza estelar”, “Luvinitas”, “Lo que podemos hacer unos por los otros” 3— denotan la separación de escrituras, es posible remitir a la idea primigenia y secuencial del texto, en la cual se explica tácitamente que el primer y último fragmentos se conciben como la factualidad de uno mismo, y que los restantes se vierten entre el cuento, la crítica y el ensayismo [meras automatizaciones del proceso reflexivo entre su escritura y la de Rulfo], propios de la autora; Rivera Garza lo explica mejor cuando afirma que: «Había estado en sus palabras pero ahora quería, válgame, estar en sus zapatos. Y si eso no es amor, ¿entonces qué es?» (12). Así, las acertadas notas que rea-

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liza, a lo largo de los fragmentos mencionados, dan cuenta de la conexión factual y cronológica entre ambos. Pues, mientras que en el primero articula su expreso fanatismo por la escritura rulfiana y, seguido de ello, alude que para entender a Rulfo debe seguir sus pasos; en el sexto, se da cuenta de la continuación espaciotemporal descrita en el primero, y de cómo se vio envuelta en el ritual que realizaban los nativos oaxaqueños una vez que un habitante neonato cumplía veinte días de nacido; entonces, ambos enuncian la odisea que la llevará hasta Luvina. Lugar en el que nota ciertas semejanzas entre las descripciones que hizo el autor en su obra con la factualidad que observa. Entonces, ahora que expliqué el porqué de mi argumento, me permito afirmar que los fragmentos restantes conforman los intersticios digresivos en los cuales Rivera Garza da pauta de su convivencia escritural con la de Rulfo. 3 En el texto Había mucha neblina o humo o no sé qué el título de los fragmentos va en mayúsculas y sin el subrayado. El formato dado es meramente mío. Tres versiones de Rulfo Una vez que se objetaron las nociones de un pretérito actualizado en líneas anteriores, es momento de presentar uno de los ejes rectores que identifiqué en Había mucha neblina o humo o no sé qué. El de la tríada que Rivera Garza objeta en la ahora no-existencia de Rulfo, y cómo es que ella considera que en él coexistían pacíficamente los rubros de escritor, fotógrafo y burócrata «desplazador».


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Primeramente, a pesar de la insistencia que he hecho sobre el fanatismo que la autora profesa ante la eminencia rulfiana, considero que debo hacer hincapié en la cuestión para que el lector deje de preguntarse: «¿Por qué la aún extensa admiración hacia Rulfo?» —necia interrogante, pero bueno—: ¿Cómo es que ningún otro escritor o escritora mexicana de su tiempo tocó con tanto aplomo y más naturalidad el tema del aborto o la menstruación? Encuentro del todo intrigante que un personaje siga sosteniendo a lo largo del tiempo, aunque todavía dentro de un ataúd, que Dorotea o Doroteo da lo mismo. Mi Rulfo bien queer. Éstos son varios de los fulgores, algunas de las estrellas fugaces, o unos aromas, que han atraído y atraen mi atención, y a los que sigo o reconfiguro, a veces literalmente, en estas páginas (15 - 16). En segundo lugar, la propuesta de Rivera Garza acopla el oficio fotográfico en la vida de Rulfo como una salvedad que lo caracterizó tremendamente en esos días en los que recorrió varios estados de la República Mexicana. Labor que, en su mayoría, es desconocida en la actualidad. Ello, debido a la poca difusión que sus instantáneas han recibido por parte del público, a pesar del carácter variado de las mismas. Es entonces que la autora hace una incisiva crítica a los receptores, y los condena por alabar solo una de las caras que el polifacético Rulfo reflejó en vida. A guisa de lo anterior, la autora, con palabras de Luis Josué Martínez Rodríguez, agrega: Para evitar caer en rígidos estereotipos que colocan tanto al indio como a Rulfo en un estrato básico de la “poética indigenista”, Martínez Rodríguez propuso tomar en cuenta y resaltar los distintos motivos que llevaron los dedos de Rulfo al botón de la cámara: “Las hay desde aquellas

plenamente documentales, aquellas individuales, aquellas que sirven para un trabajo en particular, y aquellas que él tomaba por puro gusto fetichista de la imagen, una autosatisfacción, y aquellas en busca de una autorrepresentación” (113).

En tercer —y último— lugar, Rivera Garza presenta, primigeniamente y en una suerte de eufemismo, el matiz más criticado de su autor predilecto. Entonces, en esa larga serie de motivos, ella expone férreamente las razones por las cuales Juan Rulfo consideró apto el desplazar geográficamente a varias comunidades chinantecas y mazatecas mientras trabajó en Gobierno. Lo anterior, según la subjetividad de la autora, fue decidido en aras de una transición dirigida específicamente a lo moderno [recordemos que en esa fecha, el auge económico conocido como «Milagro mexicano» estaba tomando forma a lo largo del país]. Así, Rivera Garza objeta el trabajo de Rulfo como una orden obligatoria de la cual no tenía escapatoria, pero que además presentaba en su vida cierta ambivalencia de carácter para actuar de esa manera; al respecto, agrega: Rulfo estuvo ahí, sí, en efecto, como agente de la más pura modernidad de mediados de siglo. Rulfo vio, sí, críticamente, o dolidamente, o ambivalentemente. Rulfo fue testigo, en efecto, de lo que su participación en estos proyectos hacía posible: llevar “esperanza” a estos lugares y llevar más dislocación y miseria. Reacomodo, se dice así. Expulsión. Desalojo. Fuera de aquí (112). Considero que el efecto catártico que Rivera Garza esperaba con sus prontas investigaciones del autor se vio enmohecida con la comprobación de los atroces actos que Rulfo cometió en contra de las comunidades nativas de México. Pues, con mis múltiples estimaciones llegué a la conclusión de que la escritora trató de asimilarse con uno de los hitos de las letras mexicanas, con el fin de obtener cierta valida39


ción propia, ya que, al juzgarse con aquél que admiró desde la infancia, podría develar ciertas características suyas que aún no conocía. Situación que se confirma cuando dice: «No me costó trabajo admitir que no investigaba una vida sino dos: la de Juan Rulfo, en efecto, pero también la mía» (14); es entendible que, desde su posición, opte por conjuntar las producciones escritas de Rulfo con la vida de este último. Sin embargo, los versos que conforman al poema Endiosamiento de José Emilio Pacheco continúan calando mi juicio: «Si dejas que alguien te endiose/ recuerda/ que esta clase de laica/religiosidad acaba siempre/ en la propagación del ateísmo». Por lo demás, Rivera Garza no solo cree en el dogma rulfiano, sino que lo objeta a través de la triada de caracterizaciones que describí con anterioridad. Para resumir la magnificencia de Había mucha neblina o humo o no sé qué debo apuntar a la categoría genérica en la que ya mencionado texto entra. Ello, debido a que los múltiples deslices fronterizos entre categorías englobantes, así como de las reticentes aclaraciones por parte de la autora para significarse como un actante autobiográfico [por ejemplo: «Se ve que el tema le interesa porque, tan pronto como la palabra reacomodo entra en la conversación, se sirve otro traguito de mezcal. Y yo, que estaba a punto de despedirme, hago lo mismo» (108)], eliminan la certeza de la etiqueta institucional debida. Entonces, ¿a qué se enfrentó el lector una vez terminado Había mucha niebla o humo o no sé qué? Resulta que el autor Albert Chillón dice: «Todo ser humano es novelista de sí mismo, 40

sea original o plagiario» (2014: 35); entonces, la zona de confort resultaría exitosa si identificásemos al texto de Cristina Rivera Garza como una novela. Sin embargo, los variados datos verificables —los biográficos de Juan Rulfo, principalmente— insertados a lo largo de la enunciación de la autora nos impiden la completa filiación del texto como ficcional. Así surge la cuestión: «¿Hay un cruce entre la factualidad de Cristina y la sujeta que enuncia?»; ¿acaso existen indicios de una cruza patentada o son meras ilusiones receptivas? Considero que sí. La semblanza entre escrituras podría considerarse facticia dados los argumentos que presenté con anterioridad. Entonces, si se conjuntan tanto el ensayo como la crítica, el artículo y la ficción, ¿estamos hablando de un «periodismo literario»? Si atendemos la definición que propiamente ofrece Chillón, estaremos en lo adecuado. Pues, según él: «cualquier periodismo, para serlo, debe contar historias o basarse en ellas, sea de manera implícita o explícita; y recurrir, por tanto, a los procedimientos miméticos del relato, o bien partir de su inspiración» (2016: 34); así, la noción del pretérito actualizado v se debe a las digresiones hechas por la autora para dar cuenta de la inmensidad de posibilidades una vez establecido el mundo diegético rulfiano, con características definitivas de la propia autora. En consecuencia, la introducción de la especie de tuiteratura vi, en el fragmento titulado “Un cortejo”, tendría cabida en Había mucha niebla o humo o no sé qué, ya que la inclusión de las diversas formas de escritura creativa atañen al plano más explícito del «periodismo literario».


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Referencias NOTAS i Libro de la célebre escritora mexicana Cristina Chillón, Albert (2014). La palabra facticia: literatura, periodismo y comunicación. Rivera Garza, nacida el 1 de octubre de 1964 en Matamoros, Tamaulipas, México; su trayectoria Madrid: aldea global, pp. 11 – 35. se catapultó con la publicación de Nadie me verá llorar en 1999, novela que la llevó al éxito y Colón Hernández, Cecilia (2015). “Tuiteratura: una reconocimiento internacional. nueva opción tecnológica para contar historias”. Tema y Variaciones de Literatura (45), pp. 201 ii Aludidas cuestiones serán resueltas —o traza– 218. das en el menor de los esfuerzos— a lo largo del presente escrito por medio de las implicaciones Pacheco, José Emilio (2000). Siglo pasado (deshomólogas existentes en Había mucha niebla o enlace). México: Era. humo o no sé qué y Pedro Páramo. Asimismo, se tratará de describir la estructura interna del pri- Rivera Garza, Cristina (2016). Había mucha nemer texto, a la vez que se puntualiza uno de los blina o humo o no sé qué. Barcelona: Literatura ejes rectores que noté en este mismo: el carácRandom House. ter tripartito que Rivera Garza le confiere a Rulfo Todorov, Tzvetan (1982). La conquista de América: en sus argumentaciones; el corpus bibliográfico el problema del otro [trad. Flora Bottón Burlá]. que se utilizará para sustentar el presente trabaMéxico: Siglo XXI Editores. jo se basará en un acercamiento al «periodismo literario» de Albert Chillón. Esto con el fin de visualizar a qué categoría engoblante pertenece el texto estudiado. iii Que, por cierto, es una frase tomada de Pedro Páramo, al igual que los epígrafes que sirven como introducción a la sexteta de fragmentos. iv No es mi objetivo el pormenorizar la estructura de Había mucha niebla o humo o no sé qué. Simplemente, no hallé algún sinónimo que se asemeje a lo que Rivera Garza presentó. Que el lector disculpe. v Que mencioné pobremente al inicio de mi argumentación. vi De acuerdo con Cecilia Colón H., la tuiteratura «una nueva forma de escribir historias muy breves a partir de una nueva tecnología que ha influido en las personas que tienen acceso a una computadora o cualquier dispositivo móvil. Su formato de 140 caracteres lo distingue y es un reto para quienes usan el tuiter [sic] como una manera de comunicación» (2015). 41


Marcelo Sánchez 1. Introducción Entre 1943 y 1977 Borges revisó incansablemente sus tres poemarios de juventud: Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929). El resultado son poemarios legibles y amenos. No existe acuerdo crítico sobre si las virtudes de los poemas corregidos deban atribuirse al joven poeta o al corrector experimentado. Tampoco existe consenso sobre la pertinencia de las correcciones y supresiones en cuestión. El presente trabajo intenta comprender mejor ese proceso de revisión, concentrándose en el caso de las supresiones. Echaremos luz sobre dos cosas: i) Las motivaciones de Borges al revisar sus primeros poemas, y ii) Los problemas que ha enfrentado la crítica al evaluar esas revisiones. Dada la vastedad del tema (aun en el caso de las supresiones), nos contentaremos con unos cuantos ejemplos a cuya luz podamos estudiar las actitudes de Borges y de los críticos. 2. Sobre gustos hay poco escrito En el prólogo a la reedición de 1969 de Fervor, Borges detalló las razones estéticas que lo llevaron a revisar los poemas: “He mitigado sus excesos barrocos, he limado asperezas, he tachado sensiblerías y vaguedades”. El año anterior le habían preguntado sobre las revisiones a sus poemas de juventud, y pasando a hablar sobre sus correciones en general, dijo: “La atención se fatiga […] uno puede hacer tres o cuatro correcciones, pero hay un momento en que uno ya no ve nada […] en que ya no lo entiende, de modo que lo mejor es dejarlo y luego retomarlo” (1968, 1h57’21’’). Los muchos defectos que Borges veía en su poesía temprana, sumados a los plazos que enfrentaba para hacer sus revisiones (las antologías que iban reuniendo sus poemas pasaron a llamarse Obra poética en 1964), contribuirían a que el proceso de corrección se fuera haciendo por etapas. El caso de rescritura más radical es la supresión, ineludible con los poemas menos logrados. Borges aclaró el criterio cuantitativo detrás de las supresiones: “Cada edición de la Obra poética es algo más copiosa, algo más obesa que la anterior; pero yo generalmente agrego— digamos —diez composiciones, pero aprovecho para dejar caer —digamos— tres o cuatro de las antiguas, ya que inevitablemente lo más reciente me parece superior a lo primero” (1968, 2h1’1’’). Pese a que Borges enfatizaba el rol del buen gusto a la hora de revisar, muchos críticos suelen disentir con él, ya sea porque tienen gustos distintos al suyo o porque alegan que las verdaderas razones para los cambios diferían de las que él dio. 42


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En algunos casos, los críticos han revelado algo de su propio gusto estético. Esta sección citará algunos de estos pareceres, que no solo conciernen a las supresiones, aunque los estudios citados también abordan estas. Pezzoni (1999, p. 33) objeta el mal tino de las revisiones de Fervor (vinculado a que Borges borraría la sorpresa en la adjetivación): “Revisiones que van limando los textos, y a veces estropeando los textos, diría…”. Lamentablemente, el crítico no da ningún ejemplo de ello. Con anterioridad, en un artículo publicado en vida de Borges, Pezzoni cita las versiones originales de Fervor y nota las revisiones posteriores; el único caso en que el crítico emite un juicio de valor es para aprobar la decisión de Borges de eliminar “Llamarada” (1986, p. 86). Olea Franco (1993) trata de no explicitar sus gustos. En un párrafo excepcional (p. 211), admite que, en líneas generales, las revisiones de los poemarios juveniles “mejoraron literariamente los textos”, si bien “en algunos casos el poeta renunció a ciertos logros”. El único ejemplo que da Olea al respecto es del poema “Un patio” (Fervor), en cuya versión original aprueba el coloquial adjetivo de los versos “Lindo es vivir en la amistad/de un zaguán, de un alero y de un aljibe”. Olea deplora que ese adjetivo, desde 1966, se cambie por “Grato”. Por lo demás, Olea niega que los cambios introducidos por Borges sean puramente estéticos, catalogándolos de “ideológicos” o “estético-ideológicos” (tesis reafirmada en su artículo de 2013). Se advierte el malhumor ante la actitud de Borges. A la opacidad con que éste hacía sus revisiones, Olea la responsabiliza de que los críticos cometan el error de citar versos revisados como si hubieran sido escritos en los años 20. Si Borges ocultó sus razones —argumenta el estudioso —es porque intentaba mostrarse como un autor maduro desde el principio, tratando de

hacer pasar las versiones posteriores como si fueran las originales; a tal fin se habría apoyado en paratextos dirigidos a “manipular la lectura” (1993, p. 206). La acusacion ética corre el riesgo de quedar mal parada ante el ingenioso juego de Borges, de un anacronismo que otros críticos (menos irritables) disculpan o aún valoran favorablemente. 3. Excepciones que confirman la regla Borges decía seguir la regla de cambiar todo lo que le disgustaba en sus poemas juveniles, llegando al extremo de eliminar lo que no pudiera salvarse. Al chocar en este punto con Borges, la crítica ha perdido de vista dos cuestiones en parte vinculadas. Primero, ciertos poemas juveniles tuvieron una sobrevida que el autor no atribuía a sus méritos estéticos, es decir, que fueron preservados por más tiempo de lo que su gusto poético justificaba. Segundo, el que un poema sufriera pocos cambios (o ninguno) en una edición dada, no es fácil de interpretar: podía ser que él había alcanzado una forma aceptable o, por el contrario, que estaba en peligro de ser suprimido más adelante, no mereciendo que entretanto se perdiera tiempo en corregirlo. Veamos dos ejemplos que ilustran lo anterior. “A la doctrina de pasión de tu voz” (Cuaderno San Martín) es el único poema de juventud no revisado en 1943; después pasó por cambios menores en 1954, 1958 y 1964, y ningún cambio en 1966. En 1967, antes que ese mismo año, el poema (dedi-

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cado a Wally Zenner, un antiguo amor) fuera suprimido, Borges explicó el problema así: “Tuve la tentación de eliminarlo en la última edición porque no me gusta el poema, pero estimo a la persona a la que se lo dediqué. Entonces le hablé a mi madre y ella me dijo: «Vas a causarle un dolor a W.Z., dejalo.»” (1970, p. 88). “Las calles” es la pieza creativa que abre todas las Obras Completas, aun las posteriores a 1977, cuando Borges la eliminó de Fervor y de Obra poética. Previamente, “Las calles” había acumulado (hasta 1967) cambios moderados en 1943, ningún cambio en 1954 ni en 1958, cambios menores en 1964, y ningún cambio en 1966-7. En 1968 preguntaron a Borges por qué decidió revisar recientemente el poema tras un largo período sin cambios, a lo que él respondió: “No había sido tocado en otras ediciones porque yo tenía una opinión tan pobre de ese poema que no me había atrevido a releerlo. Pero en esta última [sic] edición, en fin, me atreví y vi que el poema no tenía por qué ser eliminado […] entonces lo incluí, pero desde luego no pude prescindir de ciertas rectificaciones” (1968, 1h55’12’’; nuestra aclaración). Al año siguiente, Borges rescribió drásticamente el poema, que mantuvo esa forma hasta ser suprimido en 1977. Tampoco con este poema la sobrevida que obtuvo bastó para impedir su supresión final. 4. Supresión de “Judería” Los dos ejemplos anteriores pueden ayudar a entender porqué Borges suprimió “Judería”. Una comparación con el manuscrito —que se remonta a 1920 —revela que, al ser incluido en Fervor, el texto perdió su mitad trascendental (religión, cábala) y quedó reducido a un poema de denuncia. Otro problema es que ni el tema ni el tono de “Judería” encajaban con el resto de Fervor. Es razonable así pensar que Borges hubiera decidido —por razones puramente estéticas —eliminar el poema, incluso en 1943. Dado que su supresión data solo de 1958, la sobrevida podría deberse aquí tam44

bién a alguna razón extra-estética. Una de peso es que entre 1943 y 1954 (período en que sobrevivió “Judería”), a Borges lo preocupaba el auge del nacionalismo, al que él además consideraba propulsor del antisemitismo. En 1943 Borges rebautizó al poema “Judengasse”; el que éste se cargara así de una connotación antinazi, no desmiente la hipótesis anterior, ya que Borges habría usado la expresión “nazismo” como palabra en clave para también referirse —en esta fase de intensa (auto)censura política —al nacionalismo vernáculo. Al estudiar la supresión de “Judería”, Hernaiz (2014) rechaza toda hipótesis que él formula, reafirmando “la imposible tarea de resolver porqué Borges elimina el poema” (24). Hernaiz desestimaría hipótesis plausibles por las siguientes causas. Primero, no advierte la frágil posición de “Judería” ya en 1923. Segundo, Hernaiz menciona que en 1943 “Judería” “se caracteriza por pocos cambios”, en contraste con “un sinnúmero de variantes” (19) que entonces afecta a Fervor. El estudioso no llega a explicitar la que podría ser su conclusión lógica de este análisis (que “Judería” ocupaba una posición sólida), ni trae a colación el hecho que creemos más importante: el que, como “Judería”, otros poemas —luego suprimidos — pasaron por fases de pocas revisiones pese (o aun debido) a que Borges ya entonces los desaprobara. Tercero, Hernaiz niega que el estilo de salmo de “Judería” lleve a su supresión (23-4). El crítico no toma en cuenta que “Judería” desentonara al ser el único salmo de Fervor. Otra objeción al respecto es que un salmo —resaltado por Hernaiz en virtud de su carácter también judaico (“A Rafael Cansinos Assens”) —será eliminado en 1967 (v. próxima sección). 5. Supresión por sustitución Al eliminar poemas juveniles, Borges seguía criterios no del todo comprendidos. A la ya mencionada sobrevida de algunos poemas cabe sumar otro caso curioso: “La categoría


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de las “sustituciones” (1972, p. 267; nuestra traducción). Mediante una sustitución, la supresión se ve compensada/disimulada por la incorporación de un nuevo poema (sustituto) a la Obra poética, aunque no necesariamente al mismo poemario que es víctima de la supresión. Al suprimirse en 1967 el salmo “A Rafael Cansinos Assens” [sic] (Luna de enfrente), su reemplazo (“Rafael Cansinos-Asséns”) fue añadido a la sección El otro, el mismo. La otra sustitución de 1967 es más compleja, remite a una sustitución previa y es descrita así: “Inscripción sepulcral [II]” [Fervor] fue sustituido en 1943 por “Al coronel Francisco Borges” [Luna de enfrente], que a su vez fue eliminado en 1967 después que el autor retomara y perfeccionara el tema en “Alusión a la muerte del coronel Francisco Borges” [El hacedor, o El otro, el mismo]. (1972, p. 267; aclaraciones y traducción nuestras) No se explica la sobrevida del poema intermedio en 1964 y 1966, cuando el último poema ya figuraba en la Obra poética. Tras la descripción anterior leemos algo más desconcertante: en 1969 “tranquilamente se deslizaron” poemas dentro de Fervor, pese a tener estos “poco en común, sea en tono o en punto de vista, con el Borges temprano”. Aunque no se lo haya tildado de sustituto, uno de estos poemas podría ser considerado tal ya que lleva el mismo nombre (“El sur”) que el poema de 1923 que fue suprimido de Fervor el mismo año de

1969. Dadas las diferencias estilísticas recién mencionadas, el reemplazo apunta al despiste; acaso Borges buscara disimular que otros dos poemas también eran entonces “deslizados” en el poemario. Entre otras posibles sustituciones cabe considerar la supresión de “La guitarra” (Fervor) en 1966, un año después de la publicación del libro de milongas Para las seis cuerdas. Podría tratarse de la ocasión que Borges esperaba para eliminar el poema; este, que sólo padeciera cambios menores en 1958 (desde los considerables de 1943), tiene una virtud que, desde 1945, podía haberse vuelto una incomodidad para su autor: la de anticipar —con sus anafóricos “vi” —el célebre pasaje del nuevo cuento “El Aleph”. También “Judería” podría, entre 1943 y 1958, haber quedado en un limbo a la espera de su sustitución. El tema judío tornaba sensible su eliminación, ya que Borges no querría dar la impresión errónea de que ya no le preocupaba el antisemitismo. De los once poemas que él publicó en 1958, dos (“El Golem” y “Una llave en Salónica”) son de tema judío, y tienen las ventajas —con respecto a “Judería”, suprimido ese mismo año —de integrar la anécdota en un argumento profundo y de estar escritos en un estilo aceptable para el Borges maduro. “Una llave en Salónica” también se refiere al antisemitismo. 45


6. Conclusión “No he reescrito el libro”. Así comienza el prólogo a la reedición de 1969 de Fervor, libro que —tras un cuarto de siglo de cuantiosas revisiones —acababa de ser sometido a cirujía mayor en esa reedición. Se trata de una fina ironía, de las que Borges solía ofrecer en los prólogos, a los que convirtió en un nuevo género literario. Ahora bien, si nos tocara (como críticos) la tarea de estudiar las revisiones en cuestión, deberíamos decidir si incurriríamos en juicios de valor: ¿es un poema mejor o peor después de ser reescrito?; ¿está bien o mal que un poema sea eliminado? Los críticos aquí reseñados difieren en cuanto al rol que conceden a las razones puramente estéticas que, al hacer sus cambios, alegaba un Borges ya mayor. Una posición extrema es la de considerar que las verdaderas razones “ideológicas” fueron ocultadas por el autor, ya se tratara de su conservadurismo político o de su antisentimentalismo/puritanismo. De ser así, surge la cuestión de si ha de censurarse ese ocultamiento o si ha de considerárselo un juego literario lícito. Finalmente, el crítico puede partir del hecho de que Borges logró borronear con éxito la historia textual; en tal caso, se tornaría complicado evaluar las revisiones/supresiones con base en hipótesis creíbles, con lo que deberíamos resignarnos a que acaso nunca sabremos demasiado bien qué se proponía, al hacer los cambios, el autor. Concentrándonos en algunos ejemplos de supresiones, hemos aquí intentado superar la impasse a que conducen los procedimientos críticos habituales. Hemos recordado que, en un caso, el propio Borges adujo haber postergado una supresión por un motivo no estético, sino sentimental. Para explicar la supresión tardía de otro poema (“Judería”), hemos propuesto un condicionante ideológico. 46

Hemos considerado otros poemas juveniles que —antes de ser suprimidos —habrían gozado de una sobrevida. Un aspecto que hemos analizado (y que es mal comprendido por la crítica), es que la escasez de revisiones previas no es un indicador confiable de que un poema dado acabará salvándose. También hemos ahondado en la descuidada “categoría” oficial de las supresiones por sustitución: la sobrevida de un poema juzgado de baja calidad acaba cuando aparece el sustituto oportuno. Nos hemos preguntado si se puede dotar a esta idea de mayor generalidad. Nuestra hipótesis es que las sustituciones se aplicarían en forma más amplia que lo explicitado en la primera colección bilingüe (castellano-inglés) de poemas de Borges. La “categoría” en cuestión, valdría para los poemas nuevos que reemplazaron a los tempranamente dedicados por Borges a su mentor Cansinos-Asséns y a su antepasado Francisco Borges, pero también para aquellos que habrían ayudado a compensar/ disimular la supresión de otras composiciones (sobre temas tan diversos como lo judío, el Sur o la guitarra). Aspiramos a que las nociones y las hipótesis aquí propuestas ayuden a que en el futuro se alcance una relación más productiva entre la crítica y el corrector compulsivo que era Borges.


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Referencias Borges, Jorge Luis. Appearance at the University of Iowa, Feb. 1968. En línea: https:// www.youtube.com/watch?v=scYVBR7Wzyg ---. Entrevistas con Jorge Luis Borges. Entr. Jean de Milleret, Caracas: Monte Ávila, 1970. ---. Selected Poems 1923-1967. Ed. Norman Thomas di Giovanni. London: Allen Lane, 1972. Hernaiz, Sebastián. “Judería: de la denuncia al borroneo”. Variaciones Borges No. 38, 2014, 3-29. Olea Franco, Rafael. El otro Borges. El primer Borges. México: El Colegio de México, 1993. ---. “The early poetry (1923-1929)”. The Cambridge Companion to Jorge Luis Borges. Ed. Edwin Williamson. Cambridge/Nueva York: Cambridge University Press, 2013, 172-185. Pezzoni, Enrique. El texto y sus voces. Buenos Aires: Sudamericana, 1986. ---. Lector de Borges. Lecciones de literatura. Buenos Aires: Sudamericana, 1999.

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Adán Echeverría “Aunque fue el primero en aprender a escribir su nombre, era incapaz de atar sus agujetas”. X. R. M.

El poemario Datsun (UNAM, 2009) de la jalisciense Xitlalitil Rodríguez Mendoza (1982) irradia creatividad y ternura. Si alguna vez queremos escribir poemas para la infancia, para observarnos crecer con el pensamiento, si alguna vez queremos leerles poemas a los pequeños y a los adolescentes, sin las ataduras del mundo adulto que todo lo juzga con su ojo medieval, Datsun es el libro que debemos elegir. El libro está dividido en tres fragmentos: pero el que vale la pena es el primero que da nombre al poemario (páginas 9 a la 41). Vemos al pequeño Datsun en el preescolar/primaria en donde irá madurando, pues eso es lo que esperamos de nuestros niños ante la corrección desde el nido familiar: “Datsun era el niño más pequeño de su clase. Aunque fue el primero en aprender a escribir su nombre, era incapaz de atar sus agujetas. No entendía el motivo para hacer de una sola cuerda un embrollo”. (…) “De todos modos desconocía el significado de ambas palabras que escuchó en el radio”. “Las cosas ajenas no se tocan porque su dueño desaparece y algo de él se va con uno”. “La idea de marcharse brotó como un frijol en su cabeza”. Después lo vemos escurrirse a sus profesores, y de sus padres, hasta discutir con ellos: “Datsun rompió su suéter de las axilas por amarrárselo a la cintura. Ese día escapó de la escuela para esquivar a su padre. // Su padre lo miró desde el banquito del asombro que apenas lo sostenía”. Lo disfrutamos al interactuar con sus mascotas: “A Datsun le regalaron un perrito. ¿Cómo se llama, Datsun? Datsun, se llama Datsun. No. El perro y tú no pueden tener el mismo nombre. El perro y tú no pueden llamarse igual. Es de mala educación ponerle nombres de personas a tus mascotas”. 50


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un poco más. Y fue a otra escuela con personas cada vez más altas”. “El gato gira y lame su tibio corazón de mamífero, prepara su vientre, donde cientos de paracaidistas, fundarán su nueva patria”. O reconocerse y querer ser como las plantas que ve en el jardín de su casa: “¿Qué vas a ser cuando crezcas? Quiero ser una planta. Quiero ser como la que tienes entre el orégano y la yerbabuena). (…) Mamá… nunca puedo ser nada”. Lo adoramos en su relación con la Naturaleza, al ir descubriéndola, palpándola, haciéndola parte de su vida. “Lo dicho de las plantas criptógamas es lo mismo que dicen de las luciérnagas: carecen de flores”. “Así, las criptógamas y las fanerógamas que se contoneaban como matronas por las páginas de las enciclopedias, le parecían viejas anodinas”. “Se dejó humedecer por el fango y avanzó dormido como avanzan los árboles en la noche, a tientas, con las ramas extendidas hasta tocar el cerco”. “Ante el fuego y en la capilla del descanso, se convirtieron en grandes osos panda, osos grises, osos negros”. También lo vemos como estudiante: “Datsun creció

crecer

“Datsun intentaba atrapar sílabas tónicas para su tarea de español”. Porque el pequeño Datsun es como deben ser los niños, traviesos y aventurados: “El día que Datsun aprendió a andar en bicicleta, fue el mismo día que conoció la central de la Cruz Roja”. “Prometo no volver a destruir mis juguetes y echarle la culpa a mi hermano”. Todo el poemario es el homenaje a la humanidad en su descubrimiento del lenguaje y su acomodo en el mundo personal, lo que cada cosa significa para nosotros y lo que nosotros resignificamos para los demás. Y qué es el lenguaje sino la apropiación del mundo mediante signos que unos a otros nos hemos heredado, enseñándolos, aprendiéndolos, haciéndolos nuestros, y de cuando en cuando viene un niño o un poeta a entregarnos un nuevo significado para todo aquello que nos rodea. De esta forma podemos observar a Datsun descubrirse ante la sociedad del aprendizaje en que comienza a sumergirse: “Datsun pensaba que las palabras esdrújulas escondían una debilidad de su significado. Por eso eran largas y ornadas. Difíciles de memorizar”. Y también lo miramos intentar ser a su forma, sin tener que pertenecer al molde en que otros quieren sujetarlo. Datsun sale de casa, no escapa —

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quizá jamás lo logremos— y al mismo tiempo sí escapa para mirarse en la soledad y descubrir de nuevo aquel sueño infantil: “Quiero ser una planta”. Y desde esa idea consuma su marcharse del hogar, construye el viaje en el que intenta ir en pos de sí mismo, perseguir la idea de ser planta (de ser la fanerógama que necesita ser) hasta que pueda convertirse en la realidad con la que otros ojos lo miren: “Trepar el monte era la manera más eficaz de seguir la ruta. (…) los senderos que trepan por la montaña son el penoso rastro de un animal en cuya huida cumple su condena: esquiva la gravedad más poderosa y doméstica el follaje que desgarra el rostro de los viajeros”.

en el uso y abuso de sus propias libertades, y consumirse hasta poner distancia con lo que fue, se es, o contenerse ante la reflexión de lo que se quiere ser, lograr y conseguir:

“Cuando conoció a Rufo, ambos se tomaron de la mano y caminaron hacia el monte”.

“Datsun se pisó el vestido y cayó de nuca sobre las vías”.

Datsun inicia el viaje, un viaje hacia otros lugares, un viaje búsqueda, en el que la meta es encontrarse a él mismo. Un viaje solitario que no será fácil: “Datsun se acurrucó en el piso, y sintió cómo el lodo le daba lengüetazos en la mejilla. Se dejó humedecer por el fango y avanzó dormido como avanza los árboles en la noche”.

La historia de Datsun que Xitlalitl ha escrito me ha dejado helado. Esas tiernas infancias, esas dolorosas relaciones de familia a las que sin más remedio tenemos siempre que volver porque nuestro constructo social nos impele a continuar con esa necesidad de sentirnos fetos en el vientre de nuestra madre, semilla, por siempre. Y la vida se nos convierte en un dar vuelta a las páginas de nuestra historia, si a alguien alguna vez le interesa.

Tuvo que sentir en carne propia el no encajar por su forma, por su lenguaje, el rechazo hasta hacerse entender: “Las ciudades lejanas (si se toma en cuenta que el trayecto al corazón del extranjero es también una distancia) suelen tener un viento áspero y maltratado que sólo se amansa con la lengua local”. “Siguió caminando hasta que al fondo de un callejón vio un muro con nichos de agua negra brotando en las esquinas”. En esa lejanía del hogar lo vemos distanciarse de sus padres, intentar ser quien necesita ser, 52

“Avergonzarse de una existencia rumiante y sin gracia no ameritaba dar la vida por una minúscula combustión”. “Ya casi crezco lo suficiente”. “De pronto le dio por usar vestidos” “Todo depende del tipo de planta en el que esté interesado en convertirse”.

Rodríguez Mendoza, Xitlalitl. 2009. Datsun. Ediciones de Punto de Partida, No 6. UNAM. 69 pp.


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