Nudo Gordiano #25

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Julio-Agosto No. 25

Nudo Gordiano DIRECTORIO Consejo Editorial Enrique Ocampo Osorno Julia Isabel Serrato Fonseca Ana Lorena Martínez Peña

Dirección Enrique Ocampo Osorno dirección@revistanudogordiano.com

Jefa de Diseño Editorial Mary Carmen Menchaca Maciel

Jefa de Contenidos y Marketing Linette Daniela Sánchez

Editora en Jefe Ana Lorena Martínez Peña

Difusión Erasmo W. Neumann

Toluca, Estado de México, México. Nudo Gordiano, 2022. Todos los derechos reservados. Revista literaria de difusión bimestral contacto@revistanudogordiano.com Todas las imágenes y textos publicados en este número son propiedad de sus respectivos autores. Queda por tanto, prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos de esta publicación en cualquier medio sin el conocimiento expreso de los autores. Los comentarios u opiniones expresados en este número son responsabilidad de sus respectivos autores y no necesariamente presentan la postura oficial de Nudo Gordiano.


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Índice Cuentos - la Espada Las Nubes También Lloran

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Esteban Valencia

Como Toffy

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Sebastián Echegaray Rivera

Abrazo de Oso

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Emma Robles

La Anciana

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Maite Beristain Castro

Escena Interior

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Sonia Arrazolo

Poemas - la Lanza Tragedia

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Marcos David González Fernández

Panerías

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A. González

El Cubo

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Emmanuel Illescas Aparicio

Exclamen sus nombres, dioses...

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Rubén Carballo

Inocencia

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Carolina Marrugo

Poe-diario

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Fernando Corzo

Somos color Estibaliz Revuelta

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Esteban Valencia Bohórquez En el cielo azul infinito, salpicado de espectaculares nubes blancas, mágicas, amorfas, suspendida en la atmósfera se desliza sin prisa una nube. Un zarpazo de viento la arranca en dos mitades y los jirones quedan a merced, sin embargo, más tarde reaparece en un continente de algodón de gran calado. Esa misma nube la he visto antes. El otro día parecía un gran corsario navegando sobre el viento. Pero hoy está triste porque no ha cesado de llover desde la mañana, de modo que salí para consolarla. Me puse el impermeable, las botas de caucho y una bufanda. Traje conmigo un paraguas y, por supuesto, pañuelos para que la pobre se seque las lágrimas. Por eso estoy aquí parado bajo la lluvia. —¿Qué es lo que te acongoja? —, le he preguntado pero ella no me ha dado respuesta. No estoy seguro si se habrá molestado conmigo porque en cuanto le hablé enseguida tronaron relámpagos. Creo que por hoy no dejará de llover así que mejor me voy a mi casa, no sea que se enfurezca más. Le he preguntado a papá por qué lloran las nubes, pero él no cree que las nubes lloren y ni siquiera que sientan algo. Me apena no saber lo que le pasa, de lo contrario, podría hacer algo para que se sintiese mejor.

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Llora, llora y llora. Tal parece que nadie la puede consolar. Las últimas dos semanas lo ha hecho tanto, que el agua de las calles ha entrado por debajo de la puerta y hemos tenido que levantar algunos muebles. Desde hace una semana se suspendieron las clases porque es definitivamente imposible andar en la calle por la inundación. Por estos días han llegado unos hombres a casa diciéndonos que tenemos que salir. Papá me ha ordenado que empaque en una maleta algo de ropa, así que corrí hasta el guardarropa y metí mis cosas. Partimos. Papá me lleva sobre sus hombros. Los hombres que en la noche nos ayudaron a salir de nuestra casa dicen que todavía falta por ayudar a muchos. Pero nadie piensa en consolar a la nube que no para de llorar.

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Sebastián Echegaray Rivera —Mamá —dijo Camila mientras daba pequeños saltitos evitando pisar las continuas líneas en bajorrelieve de la vereda—, ¿por qué estamos como Toffy? —¿Cómo, mi amor? —contestó Raquel un tanto confundida. —Que porqué llevamos bozal como Toffy —aclaró Camila alzando un poco más el volumen de su voz creyendo que la primera vez había hablado muy bajo. —¡Ja, ja, ja! No, mi vida, esto no es un bozal, es una mascarilla —le respondió su madre. —Pero se parece mucho a lo que le ponen a Toffy. —Sí, cariño, pero hay una gran diferencia, a él se lo ponemos para que no muerda. En cambio… —Pero a mí nunca me mordió. —Es que te conoce desde que eras pequeñita, corazón —repuso Raquel planchándole los alborotados cabellos sobre su pequeña cabecita—. Siempre permanecía a tu lado cuidándote. Tanto así que un día cuando tu papá quiso cargarte, se lanzó sobre él y lo mordió. Desde entonces papá optó por ponerle bozal. Bueno, él no fue el de la idea, fui yo. Él quería regalarlo, pero a Toffy lo tengo desde que era cachorrito y no podía dejar que eso ocurriera. Así que en tu papá pudo más su amor hacia mí que el odio por Toffy. Camila calló un momento y se puso en una actitud meditativa como si tratase de rememorar aquel evento que jamás tuvo lugar en su mente. Seis meses era muy pocos como para que su tierna memoria pudiese retener tal acontecimiento. —Ya veo —dijo Camila—, pero debe ser muy incómodo para él. Yo ya no lo soporto. —¡No! ¡No te la quites! —gritó Raquel volviendo a colocar la mascarilla de Camila en su sitio—. ¿Qué pasa, Camila? Ya, déjala ahí. Será solo un rato. Ahorita regresamos a casa. —Pero, mami —reclamó Camila con voz llorosa mientras golpeaba el piso con sus menudos piececitos—, es asqueroso estar respirando mi propio aliento. —¿Prefieres eso o que el virus se te meta por la nariz y te coma los pulmones? — dijo Raquel con una tonalidad híbrida entre cariñosa y autoritaria. —Es que tampoco me quiero ver como Toffy —refutó Camila. 8


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—Cielo, ya te expliqué. Son cosas muy distintas. A Toffy le ponemos porque… bueno, es un poco agresivo. En cambio, nosotros nos ponemos las mascarillas porque el virus también es agresivo y queremos evitar que nos haga daño —dijo Raquel. Camila se detuvo pensativa. —¿Por qué somos tan frágiles, mamá? —dijo con unos ojitos brillosos—, nos cuidamos de Toffy, del virus. Deberíamos nacer con una armadura que nos proteja de todo. —Es verdad, cariño —contestó Raquel consternada por aquella pregunta tan profunda y quiso también responder con cierta profundidad—, pero si fuese así todo sería muy fácil y la vida ya no tendría sentido. Recuerda que ella se construye a base de luchas constantes. —Ay, mami…—suspiró Camila—, ¿y si en realidad los malos somos nosotros y por eso debemos llevar bozal como Toffy? —Mi amor, basta —censuró Raquel con cierta incomodidad volviendo a coger de la mano a Camila para continuar la caminata —, nadie es malo. —Entonces ya no hay que ponerle bozal a Toffy —dijo Camila.

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Emma Robles Todos los días, Comino esperaba el rojo del semáforo: era el limpiaparabrisas. Le daban monedas y otras veces nada; vestía con un pantalón roto y mugriento, las bolsas eran vaciadas después de trabajar un par de horas, quizás con ese puñado no recibiría una golpiza. Las personas iban y venían por la calle, a lo lejos, observó a una niña abrazando tiernamente a un oso de felpa. Estaba con un hombre, ambos pasaron por su lado, Comino les sonrió y ellos le hicieron una mueca. Al otro lado de la acera, caminaba una pareja con una carriola; sacaron al bebé para calmarlo, le mostraron un peluche y así dejara de sollozar. No bastaron las monedas, Comino fue golpeado por su madre. Un cable viejo sirvió para dejar marcas en la grisácea piel. Contuvo el llanto y reprimía los gritos en la garganta. Después del castigo, la mujer tomó el dinero y se fue; ella compraba licor y luego de beberlo todo mandaría a su hijo a conseguir más plata. Una niña salía de la tienda en la esquina. Un gran oso de peluche la absorbió cuando le dio un abrazo. Otros chiquillos eran acompañados con sus peluches con moños o sin ellos; Comino se acercó al lugar, las personas que venían de aquel sitio eran felices. Observó hasta que el último cliente salió y las puertas se cerraron. El miedo fue recorriendo cada marca de la espalda. Ardía la piel, el dolor comenzaba a sentirse en el cuerpo que ni siquiera pudo moverse. Aquella noche no fue golpeado, pero las quemaduras de cigarro en el torso estaban rojas. Resistió la tortura, no había llevado dinero. El recuerdo de cada oso abrazado hizo que lo intentara. Quiso poner sus brazos alrededor de su madre, sentir el calor humano pero ella le soltó una bofetada. Sus ojos se llenaron de agua: —¡Maricón! —gritó la mujer. Comino regresó a la tienda, quería lo mismo que todos los demás. La campanilla se escuchó al meterse detrás de un hombre robusto. El encargado del lugar se perdió en una puerta trasera, era el almacén donde había cientos de cajones; el rollo de tela se fue extendiendo y con unas tijeras la cortaron, luego aquel hombre cosió cada pedazo. Metía el relleno en la panza hasta que después unió todas las partes. Le puso dos ojos de vidrio y finalmente una corbata: estaba listo para ser entregado al próximo niño. La madre de Comino se fue, era la oportunidad perfecta. Había encontrado un abrigo en la basura, se lo puso, le quedaba muy grande que no veía los pies ni las manos. Un rollo de hilo café y una aguja fueron robados del almacén, ligeras punzadas de dolor le acompañaron cada vez 10


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que su piel era penetrada, gotitas de sangre cayeron al piso. Del pantalón sacó unos ojos de vidrio, los suyos eran inservibles. Una cuchara bastó para sacar el globo ocular, el sonido de succión se perdió en los gritos; las mejillas de Comino estaban llenas de una sustancia rojiza y viscosa. Las manos temblorosas incrustaron los ojos falsos en las cuencas vacías. El delgado filamento metálico atravesó cada poro de la nariz, entretejiendo con el hilo hasta que los orificios nasales quedaron sellados; los pulmones le exigían aire, era una sensación de quemazón. Las hebras cafés cerraron los labios, una sonrisa que duró siempre. Una botella de licor rota fue suficiente. Hizo un corte en el pecho traspasando la piel y los músculos, el vidrio deslizándose hasta el estómago; Comino gritó en silencio, sus piernas no resistieron su peso y cayó al suelo mientras la sangre salía a borbotones. Se retorcía de dolor, su cuerpo convulsionó incontrolablemente; las manos temblorosas escarbaron en su interior. Los dedos tocaron el corazón palpitante, metió un puñado de delcron arriba del órgano. Hizo espacio entre la esponja de sus pulmones y rellenó los huecos de las costillas. Siguió hurgando en su interior, palpaba la suavidad del hígado y del riñón, embutía más y más de aquel material sedoso. Trozos de entrañas cayeron al piso, los espasmos en las manos le impidieron cerrar el corte. Solo se acomodó en el suelo a esperar que su madre llegara y le diera un abrazo.

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Sonia Arrazolo Está ahí sentada como desde hace ya varios años, en ratos parece que estuviera despierta, pero la mayor parte del tiempo dormita. Se resiste a acostarse en su cama, quizás piensa que si lo hace, se quedará dormida para siempre. Cuando piensa en su esposo está casi segura de que ya pasaron más de diez años que murió, y cuando intenta recordar con exactitud cuánto tiempo estuvo casada con él no puede, pero el retrato colgado frente a su sillón le dice que mínimo fueron cincuenta años. Por alguna razón, tal vez porque considera que durante su vida tuvo muy pocos momentos felices, le sea más fácil recordar que esa foto donde luce un hermoso vestido color salmón y su esposo un elegante traje azul, se las tomaron durante la inolvidable fiesta que sus hijos organizaron para ellos en su aniversario de bodas número cincuenta. Pese a la presencia de su familia y recibir visitas de manera periódica por parte de sus otros hijos y familia —aunque no tan continuamente como ella quisiera— se siente cada vez más sola. Hace mucho tiempo que no recibe las llamadas y mucho menos visitas de sus hermanos o cuñadas porque ya todos se le adelantaron en el camino. Por falta de costumbre característica de su generación, o quizás un poco de terquedad como persona mayor, nunca visitó con regularidad a un médico, por lo que las dolencias se le han ido acumulando. Lo que más le molesta es el problema con su dentadura ya casi inexistente. ¿Y los últimos lentes graduados? Para qué usarlos, se dice, con o sin ellos ya todo es borroso a su alrededor. Muchas noches sueña ¿o piensa? en la época cuando era joven y todavía vivía con su familia allá en ese pueblito rodeado de altas montañas, inundado siempre de la fragancia a limpio proveniente de los enormes pinos. El hermoso paisaje ofrecido por las coloridas y hermosas flores amarillas, rosas, rojas, naranjas o verdes como los nopales previos al brote de las deliciosas tunas. Un panorama muy diferente a la de este pueblo al que su esposo la trajo a vivir y donde lo que más la molestó siempre fue la pegajosa humedad del cercano mar, sobre todo en invierno. Su madre, quien murió muy joven y cuya muerte la dejó a ella como hermana mayor responsable de todos sus hermanos y hermanas, siempre es parte de sus sueños o recuerdos. Su padre se volvió a casar muy pronto y con justa razón a partir de entonces el resentimiento marcó la 12


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relación entre hijos y progenitor, creando una distancia que al transcurso de los años fue imposible recuperar. Al final de sus recuerdos ¿diarios? ¿repetitivos?, a su memoria siempre viene la misma pregunta desde hace ya muchos meses, quizás años: ¿Por qué sigo viva? Como una católica devota está segura que Dios tiene la respuesta, así que con mucha fe y esperanza le hace a él la pregunta, pero no recibe ninguna respuesta. Ante su silencio y como fiel creyente, sabe que debe respetar Su voluntad por lo que piensa que tal vez si hace un examen de conciencia, sobre todo de sus acciones en el pasado, quizás encuentre ahí la causa y la solución a su dilema; se pregunta también si el perdón de alguien o para alguien es lo que la mantiene atada a la Tierra. Algunos días, cuando su desesperación es mayor, se atreve a reclamarle a Dios por ese reino prometido y no otorgado, esperado con tantas ansias hace ya mucho tiempo. Reconoce que muchas veces fue grosera con su esposo, pero se justifica pensando que ella le dio y atendió muchos hijos bajo condiciones más de pobreza que de riqueza, cumpliendo hasta el final su juramento: En las buenas y en las malas. En ocasiones también recuerda y confiesa a su creador que le encantaba poner sobrenombres a todos, basados en la característica física más sobresaliente y menos atractiva de las personas, incluidos sus mismos hijos. — Pero Dios, era una manera de divertirme un poco —le comenta con timidez—, tratando de aligerar mis días llenos solo de preocupaciones. ¡Imagínate, Señor!. Serían muchos a quienes tendría que pedir perdón—, le dice angustiada. Así continúa día con día. A su ya intranquila mente, llega el recuerdo de esas terribles fechas en las que sus hijas e hijos se

empezaron a casar, y de nuevo acepta que quizás fue también muy mal educada con yernos y nueras, pero le insiste a su salvador que debe entender que para todas las madres separarse un día de sus hijos, aquellos que cargó dentro de ella durante nueve meses, a quienes atendió de día y de noche y ofreció lo mejor que sus posibilidades le permitían, no es algo fácil, sino devastador. ¡Perdóname, Señor! Le pide con humildad, pero solo las madres entienden el temor que las invade cuando no están seguras de que alguien más vaya a cuidar y querer a sus hijos como ellas mismas. Han pasado ya muchas semanas ¿o meses? ¿o años?, cada vez se le dificulta más ver y por lo mismo, ahora teme dar por sí misma algunos pasos, por lo que ha dejado de caminar. Lo que más siente y extraña es ya no poder observar a través de la ventana a sus vecinos, sobre todo para ver qué ropa llevan puesta, —Pero bueno —se dice— tampoco me pierdo de mucho y además, tampoco tendré que ver reflejado en el espejo lo que el tiempo ha hecho con mi cuerpo y mi rostro. Hace poco, el sentimiento de angustia se ha unido a todos los demás, ya que depender de alguien para llevar a cabo sus necesidades básicas no es nada agradable y sí, un poco denigrante. Su desesperación va en aumento, la sensación de tristeza es mayor, incluso los dolores causados por su ya mala salud, la soledad y el cansancio, son ahora sus compañeros permanentes. Desde que los días dejaron de traerle esperanza y las noches un poco de consuelo, finalmente aceptó dormitar en su cama. Incluso, hace tiempo que no tiene fuerzas ni para reclamar o cuestionar las incomprensibles decisiones de Dios. 13


Maite Beristain Castro Desde la cocina Jetta observa la vista cuadriculada de Delft a través de los cristalitos de la ventana. El cielo salpicado de nubes plomizas y los edificios oscuros de piedra, se reflejan en el canal como si bajo las aguas turbias existiera otra ciudad distinta, casi fantasmagórica. La criada descansa un momento en su quehacer diario. Se pasa el brazo por la frente. La claridad le ciega. La luz es quisquillosa y se cuela por todos los recovecos. Agacha la cabeza para derramar la leche recién ordeñada sobre el cuenco. Hoy el señor quiere pain doré para desayunar y lo quiere ya. Se seca las manos húmedas en el delantal azul que cubre su falda roja y corta unas cuantas rebanadas más de pan con el cuchillo afilado. Le ha costado mucho levantarse al amanecer. Hace frío y las manos se le cuartean al ordeñar las vacas a diario. Se ha abrigado con el corpiño amarillo de manga larga y tosca lana. Sobre la cabeza el pañuelo de algodón blanco manoseado. A medida que avanza la vida, se da cuenta de que el cuerpo no es más que un estorbo, le pesa su existencia. Otra vez ha tenido el mismo sueño. Posa de perfil para el maestro, ataviada de un delicado turbante de seda azul que cae sobre los hombros en tonos amarillo limón y deja entrever el destello gris perla que cuelga de su lóbulo izquierdo. La dulce mirada, la misma expresión de serena juventud. Ella es la mujer del retrato. Hunde el cuchillo en la miga con saña aplastando el pan. Las facciones del rostro tensas. Recoge del fuego las primeras rebanadas de pain doré. Y cuando termine limpiará las verduras y el pescado mientras se hornea la tarta de arroz en la olla de latón. Coloca otra cazuela con agua a hervir. Con el gesto contenido dirige la mirada de nuevo a la ciudad. Algunos rayos de sol atrevidos se abren paso a través de las nubes oscuras, como si fuera una señal de Dios designando a los elegidos; el muro amarillo, el campanario de la iglesia, los tejados del fondo. A ella también 14


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le hubiera gustado ser la elegida. Cierra los ojos y revive con agrado el sueño bajo la colcha: «Yo soy la mujer del retrato». Un soy que sabe que nunca será. —¿Viene el desayuno? —grita el pintor desde el descansillo de la escalera del primer piso. «Nacer criada y morir criada». El haz de luz traspasa la ventana de refilón y barniza la escena. Jetta no soporta tanta claridad, le pone nerviosa como si corrieran burbujas por sus venas. Coloca el pain doré, dos cuenco s de leche y los cubiertos sobre una bandeja, guarda el cuchillo en el bolsillo de la falda. Sube las escaleras con lentitud para no derramar la leche por el temblor de las manos. El taller del señor está al fondo del pasillo y la puerta entornada. La empuja con la bandeja. El pintor de espaldas a ella y su musa de frente. Ninguno de los dos se da cuenta de que Jetta acaba de entrar. Deposita la bandeja en la mesita de la entrada y se queda quieta frente al lienzo. Aborrece esa serena belleza de la niñera que ya se esboza sobre la tela. Esa niñata que vive a cuerpo de reina en la casa. Es la preferida del pintor. ¡Maldita sea! Acaricia el mango del cuchillo en la falda del bolsillo y lo eleva por encima de su cabeza. Los ojos de la musa cambian de posición y se encogen del susto. Se escucha un alarido cuando se abalanza sobre ellos. Jetta se regodea con unas cuantas puñaladas. Al salir del taller recompone su tocado y desciende las escaleras hacia la cocina. Los ojos vidriosos. Se acerca de nuevo a la ventana y en su delantal azul, limpia las manchas de pintura fresca del filo del cuchillo. A través de los cristalitos de la ventana, las nubes se han oscurecido y amenazan lluvia inminente como las pisadas contundentes que bajan por las escaleras y que vienen en su búsqueda. Intuye que es el final. —¿Estás loca? ¿Sabes cuántas horas de trabajo he invertido en ese cuadro? Todo perdido. Esa fragilidad, esa delicadeza en la expresión, no volveré a pintar así nunca. ¡Vieja inútil! Esta vez Jetta no baja la cabeza y reta al pintor con la mirada, ojos bien abiertos sin pestañear mientras se suelta el delantal azul. —¿Qué haces, insensata? ¿A dónde vas?

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—Volveré a por mi paga. —¿Paga? ¿Qué paga? No te daré un florín hasta que compenses el valor del cuadro. ¡Ponte a trabajar ahora mismo! Jetta avanza decidida hacia el recibidor y a su paso roza con el hombro al pintor, empujándole un poco hacia atrás, mientras éste resopla y contiene la ira en los puños de las manos. —¡Aguarda un momento!— le dice. El hombre sube a trompicones a su taller y en las escaleras se cruza con la niñera que sigilosa y esquiva como una gata quiere abandonar la casa cuanto antes. Jetta espera en el recibidor, esboza una sonrisa y observa. La cara pálida de la joven, casi transparente muestra una expresión errática. Ya no queda rastro de su dulce y delicada belleza ni en pintura. Jetta extiende su brazo y le dice: —La perla. La niñera se quita el pendiente con un ligero temblor de manos. Jetta se lo arrebata sin miramiento y le regala una mueca grotesca que la ahuyenta definitivamente. Verla salir por la puerta le parece a la criada una victoria inesperada. Pasados unos momentos, el pintor baja las escaleras con un pequeño lienzo entre sus manos. Se lo muestra a Jetta. Un esbozo de una mujer vestida con el corpiño amarillo de tosca lana de manga larga y con un tocado de algodón blanco manoseado mientras vierte leche sobre un cuenco. —Lo llamaré Criada con cántaro de leche —le dice. Jetta esconde la perla en el bolsillo de su falda. Vuelve a la cocina. Se coloca el delantal azul. El agua del caldero borbotea en el fuego listo para verter las verduras mientras la tormenta ya arremete contra Delft.

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Marcos David González Fernández Has sido vista: Vagabas sin prisa entre los pliegues de esta mente arisca. Volátil entre oleadas de frío viento, fugaz, mientras yo corro tras de ti para retener tu cálido aliento. Ojos tristes, semblante aquejado; entre los demonios de tu edén me has dejado por siempre varado. No te he aludido, por un instante, tu prístina belleza me ha dejado locamente aturdido. Me desquebrajo a pedazos cada vez que tus ojos se posan en mí, desgarrándome en tiernos regazos. Tus pupilas negras, titilantes: el recuerdo de un amor consumado mucho tiempo antes. Un amor olvidado el nombre de mil dioses que aguardan, sin éxito, superar el triste pasado. So pena de muerte te clavaste hasta el interior de mi cansina mente. A la pena capital me has condenado con el castigo más cruel: ¡Ser para siempre olvidado! Suplicio de muerte; condición de mi vida; sudario que antepone la suerte echando en rápida huida. Solo, viejo y cansado, he recorrido tortuosos caminos pero jamás te he encontrado. 20


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Loco sin ti, enfermo de tu esencia, convertido en adicto de tu ausente presencia.

Palabras que no cobran sentido alguno, son los melancólicos recuerdos de cuando éramos uno.

Ya te he perdido, perdiendo con ello, de mi vida, el sentido. Extraño acariciarte, y en tus trémulos labios, una vez más, volver a besarte.

Desorbitan mis ojos, vigilan constantes, ¡qué dolor, qué castigo, qué silencios tan cortantes! No dices nada; no escucho tu voz, ¿qué crimen se me imputa con castigo tan atroz? He de morir con el mismo silencio, con la misma esperanza desordenando en mi juicio. ¡Traedme ya la cicuta!, de este corazón destrozado os dejo una sollozante viruta. ¡Que arda en las llamas del infierno! ¡Mi alma vaga sin rumbo en las mazmorras de tu cálido averno!

No me queda sino la triste comedia de tu propia ignominia: una impía y verdadera tragedia.


A, González (fragmento) (Inspirados por Leopoldo María Panero) “…el único hombre supremo es aquel que está muerto”. Soberano en la comarca ciega seré por fin el dueño de mi muerte hasta donde las manos me alcancen ahí será mi victoria el gran triunfo Ahora que no soy aun con la mirada más tierna raspando mi sombra

Todo es caída desde su parición nada crece contrario a lo esperado las armadas los días el poema también caído “La vida es un mal pensamiento este poema que aun supura”. Este poema supura un pensamiento nada noble incapaz de huir hacia el cielo capaz todavía de provocar cataclismos bajo sus pies ruido que viene y nunca se va

ahora que no soy puedo esperar el todo de la nada

“La armada de los días caídos… cayendo contra el poema”. Todo es gravedad comprendida como tal y habitada con gracia de alma en pena Caída que no puede ser sino caída huella del aire sobre blanco plumoso cansado de tanto caer

Los malos pensamientos (bandada de lombrices en flor) hacen huecos en la nada simulando ventanas como poesía por donde pueda brotar nueva luz sobre campos amarillos solo el desierto abunda sin embargo ejemplo de buena sequía “…el poema es peor que la muerte”. El poema es la negación de la negación

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un grito clamando libertad contra el vacío contra la nada que nos rodea y que se empeña en ahogarnos Solo el pus verdoso de unos versos amarillentos podría enseñar el des-horror pero no lo hace porque todavía no hierve como lo merece y debe

“Naranja contra dolor naranja contra invierno y bajo la tumba un ruiseñor”.

Atardecer contra las aves distraídas que por distraídas ciento fueron cazadas y solo una logró su libertad solo una logró morir en paz entre dedos con olor a estiércol a jaula y nido de espino Amanecer es decir lo mismo para las aves que se arrastran por el suelo

“La nada… es como si Dios riera al ver fracasar el poema”.

“El horror es solo un susurro que solo oyen las calaveras”.

El poema escrito en mi sangre que leído en voz alta tartamudeo parece nada esquirla de bomba fragmentada en pedazos de cuerpo y alma indistinguibles a ojo de buen cubero

Por eso cerré mis puertas para no morir calavera convencida por el susurro de los que no pueden volar

Siento frío en lo que me resta en las páginas no leídas porque las otras viven su propio otoño Siento el rescoldo frío que apura su tranco para envolverme siento la risa desajustada a mi forma camisa de once varas burlándose de su creación

Horrorizada por el zumbido de la nada corrí mis cortinas calavera desconfiada de la carne rumorosa que pretende alzarse sobre el bosque El bosque único susurro soportable cuando no es batallón

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El cubo Emmanuel Illescas Aparicio Son cuatro extremidades en un torso y un tórax de metales madereros ¿Cuántos secretos escondes? Si tan solo pudiera ser, si tan solo pudiera ver, si tan solo pudiera oír para huir de la adivinación. secretos Quisiera conocer tus momentos encuentros todo para ser y no ser, quizás alcanzar la metamorfosis o solo transmutarme en una mesa.

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Rubén Carballo Exclamen sus nombres, dioses No teman de sus faltas Desanden sus caminos de congojas Transiten universos no asumidos Sueñen soles nuevos que sonrojen vuestros rostros Lloren aquello que omitieron... Amanecen universos, dioses... Amen como no supieron Abracen con almas plenas Acaricien como mareas suaves Besen como tenues brisas Dioses... Reflejen sus rostros en sus ojos E imploren por sus angustias Y sonrían por sus anhelos Que pétalos de rosas silvestres entibien andares nuevos Y justos…

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Carolina Marrugo

¿Quién no recuerda la inocencia? suave mirada, charla espontánea, tiernas palabras y guerras conquistadas.

¿Quién no recuerda la inocencia? lúdica y sorpresa, monstruos bajo la cama, cíclopes gigantes y hadas encantadas.

¿Quién no recuerda la inocencia cuando solíamos ser los reyes del mundo?

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Fernando Corzo 10 – 09 – 2020 Esta realidad está muy pesada Me iré de fiesta con mis audífonos puestos Un angelito me sonreirá con sus dientes torcidos Y en la noche me acostaré a dibujar ovejas Hasta que mi sien se estalle La razón nunca me ha consolado Así que me iré de fiesta Con mis audífonos puestos 07 -10 – 2020 Ahora leo poesía acostado al lado de mi perro Para algo me sirvió estudiar Literatura Para eso y para escribir sin vergüenza Palabras inconexas Como el sol está en la licuadora Las habichuelas estarán en dos o tres poemas O un día le voy a quitar la falda A esa lechuga crespa

03- 01 – 2021 Me gusta el nombre de las palomitas de maíz, No porque me gusten las palomitas de maíz, Sino porque me hacen pensar Que estallan para vengarse Y ser palomas Por un momento Y no unas simples pepas de maíz 04 – 02 – 2021 Dios no para de reírse de mi destino: Ayer me cagó una paloma En toda la coronilla. Lo de Dios no sé, Pero lo de la paloma, Oh, Lo de la paloma sí que es verdad

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23-04-2021 No tengo ninguna objeción contra el clima de hoy No me molesta esta atmósfera incoherentemente nublada No pido un aire más azul Ni ánimos a esas nubes Que parecen arrastrar los pies sobre la tierra. Está bien que de vez en cuando El cielo se deshaga en aguacero.

Pero hablan más sus manos Que se mueven mientras hablan. 03-01-2022 Hoy estuve haciéndole un balance a mi vida Sopesando el tiempo con la yema de mis dedos Mis logros son insignificantes Inofensivos y bellos Como el hecho de mantener con vida Unas margaritas durante dos años

05-05- 2021 Dios mío, ¿estás ahí? Yo sé que estás ahí En alguna parte A mí me lo enseñaron Yo sé que estás en mí O en cualquier otro Por muy hijos de puta que seamos. 16 – 08 – 2021 ¿Por qué será que el arcoíris me hace sentir melancólico? Será porque no sabe a nada Y porque siento caer en mi lengua La gracia de los colores.

06 -12- 2021 En el café Donde estoy sentado La gente habla Sentados todos En sus respectivas mesas, hablan

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No me gusta pensar en lo perdido No me gusta pensar en el pasado Quizá porque desgarra Hoy perdí tiempo en el banco Pero no importa Total el tiempo no existe.


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Estibaliz Revuelta Somos dos cuerpos gastados al gusto del roce a la desaparición de sus contornos perímetros difusos al frote al choque desmaterializante el esfuerzo de articular “soy tuya” no logra el sentido ya no soy somos uno el universo que descompone su luz a través de ti iridiscencias de tu nuca a mi lengua el aura traspasada hasta mi médula encalla en mí un nadir hasta tu centro b proyecto mi cenit al punto donde yaces arrojado a la existencia

Lenguas pececillos sinuosas sibilantes dentro fuera entre ante esas grutas húmedas de marfiladas estalactitas cosquillitas palatales el tacto fantasmal de dos pares de labios jugando a no tocarse los pecezuelos se cansan de su sitio en una sola boca escurre elixir salivante sibilante fluido espumoso se calma la sed el hambre el miedo hasta ser mar suave vibración de purpúreas olas

Eres naranja lo sé si cierro los ojos mientras me besas hasta vibrar el espacio contenido fuera de nosotros

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Nudo Gordiano es una revista literaria colaborativa que acepta propuestas en forma de cuentos, poemas, ensayos literarios o reseñas literarias, de acuerdo con las bases de nuestras convocatorias. Las convocatorias pueden consultarse en www.revistanudogordiano.com/ convocatoria, en www.facebook.com/RevistaNudoGordiano o en www.twitter.com/NudoGordianoMX. El consejo editorial se reserva el derecho de juzgar las propuestas para seleccionar los textos a publicar en cada número. Los autores publicados en Nudo Gordiano conservan siempre los derechos intelectuales de su obra, y solo ceden a Nudo Gordiano los derechos de publicación para cada número. Gracias a todos ustedes, lectores y escritores. Les debemos todo.


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