Nudo Gordiano #27

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Octubre-Noviembre

No. 27

Nudo Gordiano DIRECTORIO Consejo Editorial Enrique Ocampo Osorno Julia Isabel Serrato Fonseca Ana Lorena Martínez Peña

Dirección Enrique Ocampo Osorno dirección@revistanudogordiano.com

Jefa de Diseño Editorial Mary Carmen Menchaca Maciel

Jefa de Contenidos y Marketing Linette Daniela Sánchez

Editora en Jefe Ana Lorena Martínez Peña

Difusión Erasmo W. Neumann

Toluca, Estado de México, México. Nudo Gordiano, 2022. Todos los derechos reservados. Revista literaria de difusión bimestral contacto@revistanudogordiano.com Todas las imágenes y textos publicados en este número son propiedad de sus respectivos autores. Queda por tanto, prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos de esta publicación en cualquier medio sin el conocimiento expreso de los autores. Los comentarios u opiniones expresados en este número son responsabilidad de sus respectivos autores y no necesariamente presentan la postura oficial de Nudo Gordiano.


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Índice Cuentos - la Espada Paseando al Nono

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Marcelo Medone

Mis Queridos Padres

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Ronnie Camacho

Llevaba un Abrigo Azul

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Liliana Fassi

Las Dos Coralinas

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Diana Guiland Mederico

La Noche de las Rosas

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Tania Rocha

La Confesión

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Emilio Vílaro

Poemas - la Lanza De Mis Adentros

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Alexander J. Meza Illescas

Abrázame, Muerte

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Rut Treviño

Mi Tierra

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Isa Hdez

Música

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Pablo Llanos Urraca

Caligramas Roberto Dávila Torres

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Marcelo Medone —Acordate, Matías, de que mañana tenemos cumpleaños familiar. Así que no hagas planes para la noche —me dijo mamá cuando pasé por la cocina. Estaba muy ocupada preparando una torta de bizcochuelo con dulce de leche y crema pastelera. Le hice un gesto para que bajara la voz. —Te va a escuchar, ma. Anda dando vueltas por ahí. —No, no nos va a escuchar. Está afuera podando el rosal. Acompañalo y fijate qué está haciendo. Dejé la tablet y fui para el jardín trasero. El abuelo estaba podando el viejo rosal del farol. Tenía puestos los guantes de cuero del tío. —¡Hola, abu! Tené cuidado que te vas a lastimar. Me miró con cara de fastidio, cortó una rama seca que cayó al suelo sobre un montón de otras ramas recién cortadas y se me acercó. —¿Así que mañana estamos de fiesta? —¿Estabas escuchando? —No encontraba los guantes y entré a buscarlos. No sé por qué los cambian de lugar. Si las cosas las dejan donde deben es más fácil encontrarlas. —Hablábamos con mamá. —¿Y se puede saber de quién es el cumpleaños? A ver… —El tuyo, abuelo. Pero no digas nada porque es un festejo sorpresa. —Te lo preguntaba para ver si estabas atento. No digo nada. Lo juro. El abuelo cruzó sus dedos índices enguantados sobre la boca y les dio un beso. Luego se rio, se sacó los guantes y enfiló hacia la casa llevando las tijeras de podar. —Otro día juntamos las ramitas. Dejalas ahí que no molestan. Y como mañana es mi cumpleaños no pienso trabajar más. Que tu papá se encargue de sus plantas. Porque no vine acá para trabajar. Ya estoy jubilado. Trabajé cuarenta años. Toda mi vida. Me merezco un descanso. —Esta es la casa del tío Mario, tu otro hijo. Nosotros no vivimos acá. Vivimos con vos en un departamento. Hace mucho que no tenemos jardín. —Igual al rosal le faltaba que lo podaran un poco. Soy bueno para eso. Siempre tuve buena mano para las plantas. Se detuvo un instante, puso cara de estar pensando y me dijo: —Mañana quiero que me levantes temprano. A las siete. Así desayunamos juntos. Me rasqué la nuca para hacer tiempo. No sabía qué decir. —¿Mañana sábado? —Sí, mañana. ¿O tenés algo importante que hacer? —No, nada. —Buscame a esa hora y tomamos un café con leche. Y después nos vamos a festejar por ahí. 6


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No le digas nada a tu mamá. —¿A dónde vamos? —Secreto entre abuelo y nieto. ¿Sabés cuántos cumplo? —Obvio, abuelo. —¿Y cuántos son? —Sesenta más que yo. —¿Y vos tenés? —¡Dieciséis! —le respondí, un poco harto del jueguito. —Dieciséis más sesenta. Que es lo mismo que nueve por ocho más cuatro: setenta y seis. —¡Sí, setenta y seis! —Te lo decía para ver si tu cuenta estaba bien. Me acarició los rulos y me dijo: —Quedamos entonces a las siete. —Me dijiste a las ocho. —¿Sí? Bueno, a las ocho. *** —¿Vamos a ir muy lejos? —le pregunté. Mi abuelo tomaba su café con leche lentamente mirando el techo de la cocina en silencio. Parecía que estaba tratando de recordar algo. Yo me tomé el mío a las apuradas. Todavía tenía sueño. No estaba pasando por mi mejor momento. Me levanté de la mesa y fui hacia la escalera. —¿No me vas a acompañar? —me respondió con cara de falso enojo y luego intentó reírse pero no le salía. —Primero voy al baño. —Dale, apurate. —Y de paso aviso que nos vamos —No, dejá —me paró—. Tus padres y tu tío estarán ocupados con sus cosas. Además, tenemos tiempo hasta que esté la comida. No le dije nada y fui al baño a hacer pis. Me lavé la cara y me pregunté si estaba bien lo que íbamos a hacer. Cuando bajé, el abuelo me estaba esperando junto a la puerta de ca-

lle, ansioso. Como cuando voy a sacar a pasear a Frodo que me trae la correa en la boca. Hablando de Frodo, seguro que estaba durmiendo todavía. Perro holgazán. Me acerqué al abuelo, como quien tiene que ayudar a un invidente a cruzar la avenida. Me agarró del brazo y me dijo: —Dale, llevame vos, que ya estoy viejo, así no me caigo. Las veredas de Buenos Aires están hechas un desastre. No le dije que no estábamos en la ciudad y que la casa del tío Mario estaba en un barrio privado lleno de jardines que llegaban hasta la calle. Comenzamos a caminar por el borde del asfalto pegados a la línea del césped. La mañana de verano estaba todavía fresquita. No había un alma. En el barrio del tío no hay cercos alrededor de las casas: los jardines se unen unos con otros como si fuera un inmenso campo de golf atravesado por callecitas por las que no pasa nadie. Los vecinos estaban todavía durmiendo, excepto alguno previsor que estaría preparando el asado del fin de semana. El abuelo me agarraba fuerte del brazo haciéndome doler. Intenté soltarme, pero me agarró todavía más fuerte. Deseé que los vecinos no me vieran sacando a pasear al nono. Siempre me pareció que en los barrios privados la gente tiene menos vida privada que en la ciudad. Como que todos están pendientes de lo que hacen los demás. Me da un poco de miedo de que me estén vigilando. Caminamos las dos primeras cuadras.No tendría que haber salido con el nono: debería haberme metido en la pileta, pero era muy temprano y el agua seguro que todavía estaba fría. El tío nunca nos invita a su casa, excepto para los cumpleaños y para las fiestas. Él tiene pileta como todos en su barrio.

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A veces yo voy a nadar a la pile del club, pero esto era distinto. Seguimos caminando. El abuelo se detuvo de golpe y me agarró más fuerte. —Pará —me dijo—. Se me metió una piedrita en el zapato. Se me colgó del hombro y se puso a hacer equilibrio para sacarse la alpargata que le estaba dando problemas. No podía. Se arrimó al murito de cemento de una entrada de garaje, se sentó, levantó un pie cruzándolo con dificultad sobre la otra pierna, se sacó la alpargata y la sacudió contra el cemento. Saltó una piedrita que se perdió entre las demás. Después revisó la alpargata por dentro con un dedo y se la volvió a poner con cara de felicidad. —¡Listo el pollo y pelada la gallina! —dijo eufórico y se puso de pie agarrándome otra vez del brazo. —¿Seguimos? Caminamos dos cuadras más y se paró de nuevo. Se arrimó a un tocón de madera que marcaba la esquina y se sentó. —¿Otra piedrita? —le pregunté. —No. Estoy cansado. Ya estoy viejo. No soy joven como vos. ¿Cuántos años me dijiste que tenés? —Dieciséis, abuelo. ¿No te acordabas? —Lo decía para saber si vos sabías. Buenos reflejos. A tu edad tenés que recordar muchas cosas: tu número de documento, el teléfono de tu casa y dónde vivís. Y la fecha del cumpleaños. A ver, ¿cuándo es la fecha? —¿Del tuyo o del mío? —Te tomo la prueba completa: del tuyo y del mío. —El mío, el 10 de enero, hace poquito. —Sí, sabía. —Y el tuyo es hoy. Mi abuelo me miró confundido. —¿Qué fecha es hoy? —me preguntó. —20 de enero. Diez días después de mi cumpleaños, que fue el 10 de enero. ¿Te acordás 8

de que estuvimos acá para festejar Año Nuevo y que te dije que pronto era mi cumpleaños? —20 de enero de 1944: el día del nacimiento de tu abuelo Silvio Dante Enzo Olivetto, Libreta de Enrolamiento cuatro millones quinientos ochenta y cinco mil doscientos once, domiciliado en Húsares 1572, barrio de Belgrano, Buenos Aires… —recita como en trance, como si fuera un robot y se me queda mirando. Lo sacudí por el hombro y me miró con cara de extrañeza. —¿Hoy es 20 de enero? ¿Hoy es mi cumpleaños? —dijo como si no lo creyera. —Se supone que era una sorpresa. Por eso vinimos todos a lo del tío, para festejártelo. Nadie te dijo nada a propósito. Son setenta y seis años. Lo hablamos ayer. Pero no le dije a nadie que ya te habías enterado. —Hace muchos años, cuando tu padre tenía tu edad, teníamos una farmacia en Morrison, en la provincia de Córdoba. La Farmacia Olivetto, la más importante del pueblo. Después la vendimos y nos mudamos a Lincoln, provincia de Buenos Aires y abrimos otra farmacia y al final fuimos a la Capital Federal y pusimos una farmacia en el barrio de Flores. —Papá me contó cómo hacían los remedios en la farmacia con los morteros, los frascos mezcladores y todas esas cosas. Y él salía en bicicleta a hacer el reparto. —Todavía me acuerdo de las fórmulas. ¿Te cuento? Pasta al agua: óxido de zinc al veinte por ciento, talco al veinte por ciento, glicerina al veinte por ciento, agua destilada; para repeler insectos, agregarle mentol al cero coma cinco por ciento; Base de Beeler: alcohol cetílico quince gramos, cera blanca quince gramos, propilenglicol diez gramos, lauril sulfato sódico dos gramos, agua destilada setenta y dos gramos; Pomada para la psoriasis


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palmoplantar: propilenglicol al veinte por ciento... Debía ser la vez mil quinientos que escuchaba las mismas fórmulas. Si seguíamos así me las iba a aprender de memoria. El abuelo se sacó de nuevo la alpargata, revisó que no tuviera ninguna piedrita y se la volvió a colocar. Me dijo: —¿En dónde andábamos? —No sé, abuelo. Vos me dijiste de salir a pasear. —¿Qué día es hoy? —El de tu cumpleaños. —Digo, de la semana. —Sábado. —¿Ya desayunamos? —Sí, recién. Café con leche. —¿Solo? ¿Sin pan, sin galletitas? —Nada. Bebido. —¡Entonces vamos a comprar unas medialunas para desayunar! ¿Tenés plata? Revisé mi billetera y encontré unos billetes de cien pesos. —Un poco. Para algo alcanza. —¡Entonces vamos! Llegamos a la guardia. El vigilador salió a recibirnos. —¡Buen día, don Silvio! ¡Qué bueno verlo de nuevo por acá! ¿Va a salir a pasear con su nieto? —Sí, ¿no nos ve? Dígame: ¿hay alguna panadería cerca? —Sí, a dos cuadras. Llegando a la estación. —¿Qué estación? —Punta Chica, del Tren de la Costa. El abuelo puso cara de confundido. Luego sonrió y le dijo al guardia: —¡Lo decía para ver si estaba atento! Caminamos las dos cuadras hasta la panadería, mi abuelo apoyándose en mí, tomándome del hombro. Por suerte nadie nos vio. Nos paramos en la puerta del negocio que ya estaba abierto, pero sin clientela. El abuelo miraba

todo como si no lo conociera. Me dijo: —No estamos en Buenos Aires, ¿no? Esto no se parece a Caballito. No la veo a la avenida Rivadavia. —No, abuelo. Vinimos a San Isidro, más afuera. A la casa del tío Mario en el barrio cerrado. Ya estuviste antes. Recién lo hablamos. Me miró con cara de sufrimiento, tragó saliva, asintió con la cabeza y encaró para el interior de la panadería. El lugar era muy agradable y luminoso. El aroma a pan recién horneado me abrió el apetito. —¡Buen día! —nos saludó la encargada. —¡Buen día, mi estimada señora! Acá vengo con mi nieto a buscar algo para desayunar de nuevo. Porque ya desayunamos, pero vamos por la revancha con algo rico. Porque dice que hoy es mi cumpleaños y me lo van a festejar. —¡Felicitaciones! ¿Y cuántos cumple? El abuelo me miró y me dijo: —Pregunta cuántos cumplo. Decile. —Setenta y seis. —Es un chico muy inteligente. Le decía a ver si se acordaba. ¡Setenta y seis! Me acuerdo cuando era joven, en Morrison, provincia de Córdoba… *** Cuando mi madre se levantó y nos vio desayunando café con leche con medialunas, el abuelo me estaba recitando: —Base de Beeler: alcohol cetílico quince gramos, cera blanca quince gramos, propilenglicol diez gramos, lauril sulfato sódico dos gramos, agua destilada setenta y dos gramos… Mamá lo miró con dulzura, se agachó, le dio un beso en la frente y le dijo: —¡Feliz cumpleaños, Silvio! Lo queremos mucho. Y esperamos que hoy la pase muy bien. De repente le tenemos alguna sorpresita para más tarde. —¿Qué día es hoy? —preguntó mi abuelo, con cara de no entender nada. 9


Ronnie Camacho Barrón ¡Los macarrones están listos! ¿Sabes? Nunca pensé que te traería a casa, no eres muy simpático y realmente muchos te tenemos miedo, pero bueno, mis padres querían conocerte y qué mejor forma de hacerlo que invitándote a cenar. Ya quiero que den las ocho para que despierten y al fin te puedan conocer, sé que para ti es muy gracioso molestar a los demás y específicamente a mí solo porque soy adoptado, pero Mamá y Papá ya me habían advertido que muchas personas no lo entenderían y que otras más se reirían de mí solo por eso. Siendo sincero no te entiendo, debo admitir que durante el día mi vida sin ellos es muy solitaria pues tengo que levantarme desde muy temprano para ir a la escuela solo para que me molestes, saliendo tengo que ir a hacer el súper y finalmente llego a casa a prepararme la comida. Tal vez mi vida no sea como la tuya o la del resto de los niños, pero no me siento mal, pues desde el principio mis padres me habían hecho saber que, si bien la sangre no nos une, ellos me aman con todo su corazón, y cuando despiertan juegan conmigo, me ayudan con la tarea y tratan de recuperar todo el tiempo perdido antes que yo tenga que ir a dormir. Ellos son magníficos y, de hecho, su historia favorita y la que siempre relatan ante el resto de la familia es el cómo me encontraron, y aunque la he escuchado miles de veces, siempre es un gusto para mí oírla de nuevo. Quieres escucharla, ¿no? Bueno de todos modos te la contaré. Mis padres cuentan que la primera vez que me vieron fue cuando conocieron a sus vecinos del departamento de arriba, al parecer mis progenitores eran una pareja joven y sin experiencia que recién se había casado y trataba de formar una familia, pero lo que parecía el comienzo de un cuento de hadas terminó siendo una horrenda pesadilla. Como sus vecinos de abajo, mis padres adoptivos fueron testigos de todos los gritos, pleitos y amenazas que se suscitaban entre la joven pareja del piso de arriba; cuentan que, sin importar la hora, fuera día o noche, ellos 10


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escuchaban mi incesante y desgarrador llanto que en ningún momento mis progenitores se molestaban en calmar. Pasaron los meses y las cosas fueron de mal e n peor, fue así como mis padres decidieron hacer algo al respecto y aunque habían tratado de mantener un perfil bajo después de haber tenido problemas en su antigua ciudad, ellos decidieron rescatarme. Con sigilo, se adentraron en el departamento de mis padres biológicos y lo que vieron los horrorizó, pues las personas que me dieron la vida tenían su casa hecha un muladar, comida vieja se descomponía en la nevera, botellas de cerveza esparcidas por todo el suelo y yo dormía en una cuna repleta de basura, con el pañal lleno y evidentes signos de desnutrición. Fúricos por lo que vieron, Mamá y Papá trataron de encontrar a aquellos monstruos para hacerles pagar, pero por más que buscaron solo encontraron señales que delataban que ellos se habían marchado hacía tiempo. Mamá dice que, al verme, el primer pensamiento de ambos fue llamar a una apropiada institución para que se hiciera cargo de mí y aunque estaban decididos a hacerlo, cambiaron de opinión cuando me tuvieron en brazos. Con mucho cariño y un brillo en los ojos, ellos siempre relatan que desde el momento en que sintieron mi tibia cabecita y mi entrecortada respiración, su corazón se derritió por completo, pues en sus palabras yo era una bolita de carne tan tierna y adorable que tuvieron que hacer un esfuerzo enorme para no comerme, desde entonces y sin que nadie se les opusiera, me criaron con el mismo amor que le darían a un hijo verdadero.

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A diferencia de la relación de mis verdaderos progenitores, la relación entre mis padres adoptivos llevaba siglos de existencia, aún así fue difícil para ellos adaptarse a mí, después de todo, las personas como ellos no suelen tener hijos; imagina la sorpresa de todos mis tíos cuando se enteraron de mí, hoy no puedo estar cerca de alguno de ellos sin que mis padres estén presentes. Durante mis primeros diez años de vida me criaron como uno de ellos, dormía durante todo el día y jugaba con ellos toda la noche, pero con el tiempo, cuando notaron que fuera de acostumbrarme todo eso me hacía daño, decidieron criarme de un modo más “normal”. Cuando tuve la edad suficiente para valerme por mí mismo, ellos recuperaron su habitual costumbre de volver a dormir durante el día y dejaron que me hiciera cargo de todo, la luz, el agua, la comida, etcétera, pero sin importar qué, cada noche les cuento cómo me fue durante el día, fue así cómo supieron de ti y de todo lo que me haces. Hubieras visto la cara que pusieron cuando les mostré los primeros moretones que me hiciste o cuando les repetí todos tus insultos, o peor aún cuando supieron que me bajaste los pantalones frente a toda la clase, estaban tan molestos que no puedo ni describir su reacción, de hecho, no tendré que hacerlo, justo ahora acaban de dar las ocho, estoy tan


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contento, ¡por fin los vas a conocer! Mientras espero en la mesa del comedor, las puertas del sótano se abren y de ellas emergen mis padres, ambos lucen somnolientos, se estiran y bostezan de tal forma que dejan expuestos sus afilados colmillos, para mí es algo normal, pero para mi constante agresor es razón más que suficiente para comenzar a temblar en la silla en la cual lo tengo amarrado. ―Hola, Má, hola, Pá. ―¡Tesoro! ―apenas me ven corren a abrazarme y a pesar de sus cuerpos fríos, puedo sentir lo caluroso de su afecto. ―Mamá, Papá, él es Ricardo, el compañero de quien les hablé. -―¿Con que este es el niño? ―una mueca de desagrado se dibuja en el rostro de mi padre. Sí, él es quien todos los días me molesta y se burla de mí por ser adoptado ―al enterarse de quién es, gruñen furiosos y en un parpadeo se plantan frente a él. ―¡Jamás debiste meterte con nuestro niño! ―ruge mi madre a centímetros de su cara. Ricardo comienza a suplicar bajo la mordaza que aprisiona su boca y a pesar del desagrado que siento por él, les pido que se detengan. -―¡Mamá, Papá, esperen! Quiero escucharlo ―ante mi extraña decisión mis padres se detienen, intercambian una mirada confusa y tras unos segundos de duda, obedecen y le quitan la mordaza. ―¡Perdóname, Francisco! No vuelvo a molestarte, yo…y…yo solo estaba jugando, ¡pero te juro que a partir de hoy no me vuelo a meter contigo! ―Sus súplicas y lloriqueos me hacen pensar, y aunque me gustaría creer en sus palabras, me gusta más comer en familia. ―Má, Pá, pueden hacerlo, ya hace hambre ―respondo antes de probar una cucharada de mis macarrones. ―¡Mamá, Papá, esperen! Quiero escucharlo ―ante mi extraña decisión mis padres se detienen, intercambian una mirada confusa y tras unos segundos de duda, obedecen y le quitan la mordaza. ―¡Perdóname, Francisco! No vuelvo a molestarte, yo…y…yo solo estaba jugando, ¡pero te juro que a partir de hoy no me vuelo a meter contigo! ―Sus súplicas y lloriqueos me hacen pensar, y aunque me gustaría creer en sus palabras, me gusta más comer en familia. Má, Pá, pueden hacerlo, ya hace hambre ―respondo antes de probar una cucharada de mis macarrones.

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Liliana Fassi Ese lunes Carlos se levantó más temprano que de costumbre. Tenía muchas cosas que hacer. En la galería encontró a su mujer regando una planta. —¿No es preciosa? —dijo Araceli—. Lástima que las flores duran un solo día. —Sácales una foto entonces. Si es así, mañana van a estar todas muertas. Y apúrate, así te llevo. —Me voy en colectivo. Todavía tengo tiempo. —¡Dale! No te vas a morir por esperar un rato en la vereda de la escuela. —A la reunión con la maestra de Joaquín tendrías que venir vos también. —La escuela es cosa de la madre. Para eso estás todo el día en la casa. Yo trabajo para mantenerlos a ustedes. —Siempre tengo que poner la cara. Vos sabés porqué a los chicos les va mal en la escuela. Lo que te dije anoche… —¡De ese tema no se habla más! ¡Se terminó! —Es que a ellos no les hace bien vernos así. Lo mejor sería que… —¿Querés poner la cara conmigo? Vos sabés lo que pasa cuando me buscás… Carlos subió a su camioneta y gritó: —¡Dale! ¿Y ahora qué estás haciendo? ¡No me hagas demorar! Tengo un montón de cosas que hacer. Cuando Araceli subía al vehículo vio en la parte trasera varias bolsas de cal. —¿Y eso? —Me ofrecí a llevárselas a un amigo que tiene el auto roto. Se las llevo al mediodía cuando cierre el negocio. ¿Y por qué te demoraste tanto? —Fui a buscar la campera por si tengo que esperar mucho afuera. Está fresco. —¡Está bien! Si tenés tanto frío te llevo al negocio y de ahí te vas caminando. No es tan lejos —No te preocupes. Voy a estar bien. A la noche, cuando Carlos volvió, encontró a sus hijos solos en la casa. Araceli no había regresado. “Señor Fiscal, quiero denunciar que mi hija no aparece desde ayer… Araceli Molina, se llama… Sí, somos de Villa Roca… Con mi otra hija la estuvimos buscando, pero nadie la vio en todo el día… Mire, ella tenía que ir a la mañana a la escuela del nene más chico, pero no llegó nunca… “Buenos días, Señor Fiscal. Soy Carlos Herrari… Yo ya sé que mi suegra vino a denunciar que mi mujer desapareció… Anoche volví de trabajar y ella no estaba, así que la empecé a buscar y nadie sabía nada… Mire, a veces ella se pone como loca y dice que no aguanta más, que la casa, que los chicos, yo siempre le digo que se busque un trabajo, pero no… Sí, ayer ella tenía una 14


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reunión con la maestra del chico más chico y me pidió de llevarla a la escuela, yo la dejé en la esquina y de ahí me fui a mi negocio…No sé, ella tomó para ese lado, pero la maestra dice que no fue a la reunión... No, yo a veces no vuelvo a almorzar y ayer fue uno de esos días, aprovecho para hacer cosas cuando cierro, acomodar, preparar pedidos… sin ir más lejos, ahora voy a hacer unas refacciones y voy comprando los materiales, ¿vio? Para mí que ella se fue… nos abandonó… no me explico… Yo no sé por qué los chicos no me llamaron cuando vieron que la madre no volvía, ayer no tenían clase, les habrá parecido divertido quedarse solos, usted vio cómo son los chicos… Para mí que ella se fue… nos abandonó… no me explico…”. Diario “NOTICIAS”. Villa Roca, 28 de abril de 2017. Página 1 Se solicita a la población cualquier información sobre el paradero de la mujer de la fotografía. Falta de su hogar desde el pasado lunes a las ocho de la mañana cuando salió en compañía de su esposo en un vehículo Toyota Hilux negro, con destino a la escuela María Montessori de esta ciudad, pero no se presentó en la institución. Sus datos filiatorios son: Araceli Molina de Herrari, 35 años, estatura: 1.55 metros, cabello negro, ojos marrones. Cuando fue vista por última vez vestía pantalón y zapatos negros con tacos bajos, remera blanca y abrigo azul. Quien pueda aportar datos comunicarse a estos teléfonos…“Señor Fiscal, soy Martina Zazzetti, amiga de Araceli Molina… Bueno, lo que le puedo contar… el marido es muy violento con ella… alguna vez Araceli se sinceró conmigo, él le levanta la mano y se la pasa amenazándola… Ella a veces dice que tiene ganas de irse, pero que jamás sería capaz de

abandonar a los chicos y menos todavía de denunciarlo a él… No, de tener otro hombre, no…estoy segura…”. Diario “NOTICIAS”. Villa Roca, 29 de abril de 2017. Página 1 En la terminal de ómnibus de la villa serrana Las Palmas, a 90 kilómetros de nuestra ciudad, se hallaron el documento de identidad y una tarjeta de crédito a nombre de Araceli Molina, la mujer desaparecida esta semana… “Señor Fiscal, usted perdone, estoy un poco nervioso porque es la primera vez que entro en los Tribunales… René Burruchaga, me llamo… En el diario pone que el que puede dar algún dato… La relación que tengo con Herrari es de ir alguna vez al negocio a comprarle un repuesto para el auto… Vea, yo me lo crucé el lunes más allá de la estación de servicio, como yendo para Las Palmas… Con mi señora veníamos de pasar allá unos días… Después me enteré que la mujer de él faltó justo ese día… Era más o menos al mediodía… Sí, que yo viera, iba solo…Sí, era él, hasta me llamó la atención que no me saludó… o será que no se dio cuenta que era yo…”. Diario “NOTICIAS”. Villa Roca, 3 de mayo de 2017. Página 2 Un Grupo Especial de Rescate con perros adiestrados en la búsqueda de personas está rastrillando una amplia zona a lo largo de la ruta que une Villa Roca con Las Palmas… “Señor Fiscal, como madre, yo siento que él tuvo algo que ver… Ella nunca me dijo nada para no preocuparme, pero él la maltrata, ya de chico era violento con los otros chicos, hasta con los animales también, usted sabe, en una 15


ciudad como esta todos nos conocemos, esas cosas se saben…”. “Señor Fiscal, yo estoy muy preocupado… Sí, con Araceli teníamos nuestros problemas, a veces sabíamos discutir, ¿vio?, pero nada serio… No, nunca le pegué a una mujer, por más que algunas se la buscan, pero a ella jamás le pondría la mano encima… Ya le conté tantas veces lo que pasó, señor Fiscal, estoy seguro de lo que le digo… La dejé en la esquina de la escuela y me fui directo para el negocio. Bueno, para que se apurara, le dije que le iba a cobrar a un cliente antes de abrir porque siempre se ponía a dar vueltas y me hacía llegar tarde, ¿vio? Sin ir más lejos, esa mañana la encontré mirando una flor que dura un solo día… Le dije de sacarle una foto porque al día después iba a estar muerta… ¿Cómo? ¿Que hay un testigo que me vio ese día yendo para las sierras? ¿No l e digo? L a

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gente anda por ahí diciendo cosas… ¡Si hasta sé que dicen que la maté yo y la quemé con cal! ¡Qué ignorancia! No saben que la cal no quema los huesos… No, ese día no me fui del negocio hasta la noche… ¿Cómo dice? ¿Que no pueden rastrear mi celular ese día? Yo no lo apago nunca… No sé, será algún problema con la antena… ¿Que otros días también mi celular está fuera de cobertura? Mire, a mí me gusta la vida en la naturaleza, de chico fui scout y me queda eso, ¿vio?… hacer senderismo, acampar, explorar… Aprovecho los fines de semana, en las sierras hay paisajes que ni se imagina, en el campo quedan estancias ruinosas entre los montes,


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caserones con leyendas de aparecidos… Sí, disculpe, me fui por las ramas, pero usted no sabe lo que yo estoy pasando, mi mujer me abandonó y mis chicos están sufriendo… ¡No, de ninguna manera! Yo no tengo armas… ¡Ni sabría cómo disparar una…!”. Diario “NOTICIAS”. Villa Roca, 4 de mayo de 2017. Página 2 Un perro de rescate encontró el celular de Araceli Molina y el abrigo azul que la mujer vestía cuando desapareció … Diario “NOTICIAS”. Villa Roca, 6 de mayo de 2017. Página 2 La policía científica inspeccionó ayer la camioneta Toyota Hilux de Carlos Herrari, el esposo de la mujer desaparecida el pasado mes. En la caja del vehículo había una rueda de auxilio, un bastón de senderismo, lonas, bolsas de plástico de gran tamaño, sogas de nylon y rastros de cal. Sin embargo, el análisis en busca de sangre fue negativo… “Señor Fiscal, esas cosas yo las uso para tapar la mercadería que le reparto a los clientes que no tienen vehículo… les cobro un poquito más por el flete, ¿vio?… Sí, la cal es para esas refacciones en el negocio, la policía encontró los materiales cuando me allanaron… Mire, así como le digo una cosa, le digo otra, la noche antes habíamos peleado porque uno de los chicos rompió los anteojos y ella nunca le ponía… le pone penitencias, así no van a aprender a cuidar las cosas… pero después nos reconciliamos… Ya sé que la están buscando para el lado de las sierras, ella siempre decía que le gustaba, o sea, que le gustaría tener una casita allá… ¿A usted le parece que puede estar escondida ahí? Yo

no sé qué se le habrá metido en la cabeza… ¿Que me imputan de qué? ¿Privación ilegítima de la libertad? ¡Pero si ya le dije lo que pasó! ¡Claro que voy a contratar un abogado! No me van a culpar a mí de algo que no hice… ¡Es la madre de ella que me quiere ver preso!”. “Señor Fiscal, como querellante tengo derecho a saber cómo va la investigación. Ya hace un año que mi hija desapareció, y yo siento en el corazón que está muerta, una madre siente esas cosas… ¿Cómo es posible que a ese hombre no lo detengan? ¡Y tuvo la desfachatez de ir a la marcha del aniversario para pedir que Araceli aparezca con vida! ¡Si será hipócrita!”. Diario “NOTICIAS”. Villa Roca, 3 de junio de 2018. Página 1 En la jornada de ayer dos excursionistas encontraron lo que podrían ser huesos humanos en gran parte calcinados en el sótano de una estancia abandonada. La policía forense busca establecer si se trata del cadáver de Araceli Molina, la mujer desaparecida hace más de un año… Diario “NOTICIAS”. Villa Roca, 15 de junio de 2018. Página 2 Mientras se esperan los resultados del análisis forense de los restos encontrados, en el día de ayer fue abierto un nicho en el cementerio local. Una llamada anónima habría indicado que el mismo fue tapiado sin que se registrara una inhumación. Sin embargo, no había rastros de que ahí se hubiera alojado un cuerpo… Diario “NOTICIAS”. Villa Roca, 19 de junio de 2018. Página 2 El análisis forense concluyó que los huesos encontrados en una vieja estancia de la 17


zona no son los de Araceli Molina, aunque no se los puede ligar a alguna desaparición denunciada… “Señor Fiscal, dos años que mi mujer no aparece... Yo no sé si desde algún lugar verá las noticias que salen en los diarios, pero le pido a usted que la invoque, quiero decir, que la convoque o… ¿cómo se llama esa citación que hacen? Que aparezca y diga que está viva... Señor Fiscal, lo que yo quiero es que ella se haga presente, que dé una señal, por más que yo y los chicos no la vamos a perdonar nunca por irse así...”. “Señor Fiscal, me voy a ir a la tumba con la seguridad de que a mi hija la mató el marido y no se va a hacer justicia… ¿Cómo puede ser que nunca encontraron el cuerpo de Araceli? Esas salidas de campamento que sigue haciendo porque está estresado, dice él, y a los chicos no los quiere llevar porque dice que es peligroso, que esa zona está llena de pantanos y también de chanchos salvajes que los pueden

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atacar, dice que hasta son capaces de comer carne humana, ¡por favor! ¿Entonces para qué va a esos lugares, digo yo? No tiene cara, Señor Fiscal, no tiene cara… Se ríe de la Justicia…”. “Señor Fiscal, yo sé que mi mujer está escondida en alguna parte para que no la encuentre nadie, yo estoy seguro…”. Diario “NOTICIAS”. Villa Roca, 3 de junio de 2021. Página 1 Después de cuatro años transcurridos desde la desaparición de Araceli Molina, el Juez que lleva la causa dictó el sobreseimiento de Carlos Herrari, basado en la falta de pruebas suficientes de la culpabilidad del imputado. En la vereda de la sede de Tribunales, Carlos hablaba con los periodistas: “Yo estoy satisfecho, después de todos estos años de ser sospechoso, por fin se hizo justicia. Nadie va a saber nunca lo que le pasó a mi mujer, ella no va a volver, estoy seguro, pero yo soy inocente”.


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Unos metros más allá, la madre de Araceli, contenida por familiares y amigos, gritaba: “¡Esto es indignante! ¡Él la mató, estoy segura! ¡Todos estos años riéndose de la Justicia y de la familia! ¡Yo no voy a parar hasta saber qué hizo con el cadáver de mi hija! Quiero que ella tenga un entierro decente y que él pague por su muerte. ¡Yo sé que mi pobre hija no descansa en paz!”.

a dos voraces crías. Cuando salió con la presa entre las garras, corrió hacia la madriguera. Mientras comía vigilaba atenta a la presencia de algún depredador. Unos metros más lejos, se veía una silueta negra, semejante a un animal agazapado, pero la nutria ya no le temía a aquel despojo de lo que alguna vez había sido un zapato negro sin taco.

Cipreses y robles parecían un ejército atrapado en una emboscada de fango y algas, aunque los soldados aún se mantenían erguidos, con los brazos entrelazados. El cielo era apenas visible entre el follaje; el sol no alcanzaba a iluminar del todo el interior de esa cúpula verde y fétida. Los chapoteos en el agua, los susurros entre los arbustos y el canto de los pájaros anunciaban que la vida se había establecido ahí desde hacía mucho tiempo. Una nutria se zambulló veloz detrás de una rana. Necesitaba alimentarse; todavía amamantaba

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Diana Guiland Mederico Recuerdo que el 19 de febrero de 2025 fue el día exacto en que Coralina Méndez abrió una vieja caja justo cuando solo faltaba una semana para su cumpleaños; a partir de ese momento se determinó su destino. Cuento con la ventaja de conocer el contenido de dicha caja, tratándose de cartas del pasado guardadas para hacer abiertas en la fecha indicada. El pasado le escribió al futuro esperando encontrar la misma esperanza que había depositado en cada palabra plasmada con un simple lápiz y errores ortográficos, en un mañana no tan lejano. Pero si conocen esa pequeña nota en un periódico regional y en la página de Sucesos, podrán intuir que esto no fue así. Coralina Méndez aspiraba ser en algún momento de Andújar o de Mondragón, no por el nombre que ostentaba tal topónimo, sino por la sonoridad de este junto con la combinación del suyo. Ella fue una chica pelirroja de niña, pero que con el pasar de los años el rojo pasó a un rubio rojizo bastante decepcionante para todos que la contemplaron durante su crecimiento. Era alguien alegre o al menos eso aparentaba para los demás. Le gustaba las comidas dulces y lloraba en las escenas tristes de las películas, incluso en las que no debían ser tristes. La primera carta que tuve la fortuna o desdicha de tener entre mis manos, no era nada del otro mundo, se trataba de una breve presentación de una joven Coralina de dieciocho o diecisiete años donde detallaba las reglas iniciales de la dinámica que estaba pensando. Digo iniciales y no solamente “las reglas de”, porque la misma Coralina pasada cambió al escribirse con ella misma. Como decir que habría retos para ella pero nunca colocar ninguno y que en cada carta le hablaría de los libros que ella quería leer un día; si fueron veinte cartas solo habló de cinco. La dinámica era que ella escribiría cartas durante todos los días de dos semanas enteras para luego sellarlas en sobres y dejarlas dentro de una caja igualmente sellada. Ella debía de leer una o dos cartas diarias antes de leer la última el mismo 20


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día de su cumpleaños de veintisiete primaveras. También había paquetitos con regalos como pulseras, collares y peluches diminutos hechos por ella misma. Pero si buscabas bien en la caja podías encontrar un compartimiento secreto accionado por una delgada cuerda que protegía un anillo de oro con una esmeralda auténtica. Un regalo de quince años; fue lo único que la familia pudo darle, este una vez perteneció a su madre, el cual, fue heredado por su misma madre. Se me viene a la mente la cara de su madre. Una mujer que en sus años mozos fue hermosa y con un cuerpo fuerte y atlético por las aguas de las piscinas olímpicas. Era cálida y atenta, aunque feroz y con una voz que nadie podía callar. Coralina era todo lo contrario en apariencia y actitud. Si la risa de su madre se escuchaba a kilómetros de distancia, la de su hija no se sentía y a veces su sonido se asemejaba a un profundo llanto siendo contenido. ¿Una pista de lo que iba a suceder? No lo sé. Quizás. Nadie se percata de esas cosas hasta que te encuentras en un velatorio y tu mente comienza a atar cabos a una velocidad sorprendente. Tampoco era que ella fuese muy comunicativa. Otra de las grandes diferencias con respecto a su madre, era que esta hablaba hasta por los codos y la chica pelirroja podía permanecer por horas enteras sin proferir una palabra. Su madre tenía una facilidad para hacer amigos y ella no hizo ninguno hasta que vistió la franela azul y solo hizo uno, quien era el chico nuevo del salón que no fue bien recibido por el grupo por ciertas aptitudes un tanto prepotentes de su parte. Valiéndose de él y con el pasar del tiempo, pudo aumentar su casi inexistente círculo social. Este método le sirvió para otras etapas de su vida, lograr poner toda su inteligencia interpersonal en una persona que sea más sociable, que sirviera de trampolín en la supervivencia del mundo social. Pues Coralina tenía ansiedad social, con depresión y un apego llamado “evitativo” con las personas. Lo que sufría Méndez era una batalla todos los días contra ella misma y contra todos los demás. No quería ser señalada como un bicho raro (cosa que no consiguió) a la vez que intentaba por todos los medios ser una persona funcional. Algo interesante de la ansiedad es el grado de inseguridad que se tiene con respecto a cada aspecto cotidiano, donde la persona se ve abrumada por pensamientos intrusivos de manera frecuente. Coralina era como una ardilla nerviosa en todo momento consciente de su propia extrañeza. Aunque no todo en la vida de Coralina eran su familia y problemas psicológicos, lo que hacía ella levantarse con entusiasmo y que le suministraba energía para afrontar otra nueva jornada eran sus sueños, su aliento de vida y su sentencia de muerte. Ella quería crear algo que perdurara e inspirara a otros. Quería dejar para la posterioridad su nombre y sus palabras para que mentes hambrientas y solitarias encontraran un refugio en lo que había creado. 21


Quería hacer que sus largos silencios y su torpeza social valieran el sufrimiento que le habían ocasionado. Ella quería ser escritora. No sé si sus problemas psicológicos impidieron que su sueño se cumpliera. No porque sus inseguridades hicieran que sus creaciones no vieran la luz del día, sino porque de lo que he revisado de sus historias, no valen la pena. No hay personajes bien construidos, de hecho, todos actúan de modo incoherente, tampoco describía bien nada, sus tramas eran si bien estúpidas o pretensiosas y tenía una forma de escribir que en ocasiones era agradable y en otras muy extraña. Sus ideas, he de reconocer, eran buenas, pero estaban atrapadas en la mente de alguien como ella, que no parecía encontrar una forma de mejorar. Tuvo el atrevimiento de enviar estas creaciones a editoriales que obviamente fueron rechazadas y que creo que con cada rechazo la acercaban al duro final que había pronosticado en el pasado. De hecho, cuando no se trataba de formar en palabras los mundos que la invadían, escribía bastante bien, y como prueba de ello estaban sus cartas que al leerlas lograba enternecer, hacer reír, llorar y perturbar. Tenían un no sé qué de una prosa magnífica y tan natural que de haberlas enviado en su día habría obtenido lo que tanto le pedía la Coralina del pasado, publicar un libro para por fin llamarse escritora. El afán del reconocimiento estaba presente en varias de esas cartas, la chica quería destacar de una forma que inspirara admiración y respeto hacia su persona. No quería seguir siendo 22

señalada como la rara en cada grupo de su vida y quería probar que ella valía para eso, al poder cobrar dinero por sus obras. Leer eso me llegó a sorprender, dado que nadie que conocía su sueño la menospreciaba o la hacía desistir, como a veces se espera de alguien que quiere vivir de alguna rama de las artes. Su madre le llegó a pagar un curso de escritura, su padre presumía de sus logros con todos sus amigos (cosa que Coralina detestaba) y sus íntimos amigos le pedían constantemente que los dejara leer alguna de sus novelas o sus cuentos, algo que nunca les permitió. Así que no entiendo por qué este sentimiento de querer probar algo a alguien. ¿A quién deseaba tanto impresionar? Las cartas le pedían también que fuera más extrovertida, que fuera la chica que siempre se imaginaba en las interacciones sociales, que fuera la mejor en todas las clases, que participara de continuo en estas con algo interesante, que fuera una chica deportiva, que fuera bonita por fin (ella había tenido un problema serio de acné, combinado con lentes, zapatos ortopédicos y frenillos que la dejaron marcada con una visión de su apariencia poco favorecedora), que tuviera la capacidad de conquistar a un hombre por su cuenta y tuviera un trabajo que le permitiera cierta independencia económica. No creo que tengo que decir que no logró nada de eso. La Coralina del pasado le dejó una lista con casillas para que señalara las cosas que había conseguido con una nota de un fuerte abrazo de la chica que fue por conseguirlo. Sin embargo, había un oscuro apartado detrás de esta lista, en la que estaba pegado una hojilla con la palabra “HAZLO” escrita abajo.


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La Coralina Méndez actual, la misma que la del pasado llamaba “mi futura yo” leyó esto, tachó las casillas y tomó la hojilla que todavía estaba filosa como si fuese nueva. Avisó en su trabajo de profesora en un reconocido colegio de monjas, del cual ella había egresado, que faltaría por un par de días por problemas familiares, a la vez que tuvo una conversación con sus padres que iba a estar trabajando en un proyecto de escritura muy importante, que por fin una editorial había “creído en ella” y necesitaba desconectarse un poco del mundo exterior. La madre reconoció que las palabras usadas y la actitud le parecieron extrañas, pero atribuyó esto a la habitual torpeza social de su hija, igual no creo que ella o alguien pudiera adivinar o impedir lo que iba a suceder. Pues Coralina estaba harta. Coralina se preparaba. Coralina quería acabar con su vida. Fue justo la mañana fría de ese miércoles que debía de ser un día feliz y apacible, que en la tina del anexo de la casa de sus padres donde vivía, yacía la exangüe Coralina Méndez de veintiséis años, con dos horas exactas para su cumpleaños y quizás hubiese conseguido el valor de enfrentarse a ella misma.

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Tania Rocha Hace tiempo existía un castillo de murallas impenetrables coronando con elegancia la colina más alta de Villa Escondida, y aunque la torre principal era gloriosa y eminente, solo pocos se atrevían a entrar debido que el espíritu de la princesa Anell rondaba por el lugar. Se trataba de un espectro de apariencia divina y secretos obscuros que envolvía a sus víctimas a través de artimañas con el único fin de revelarles una verdad; una verdad a medias que terminaría por consumirles. Algunos criados la habían avistado, entonces se tapaban los oídos y se alejaban despavoridos. Como resultado a la renuncia de varios de ellos, nuevos sirvientes fueron contratados, entre estos Lena, una joven viuda que llegó a las puertas del castillo con su hijo Arturo, un pequeño que apenas le llegaba a los hombros. El fuego de la chimenea era acogedor. Lena sentía entumidos los nudillos, pero continuó picando la verdura mientras la otra cocinera revolvía la crema de calabaza. Teresa era una mujer mayor, de pómulos pronunciados y de un carácter afable. Mencionó con cierta alegría: ―Lena, ¿has pasado por la construcción del teatro? Es enorme. Dicen que ahí será la próxima noche de las rosas. ―Apenas tenía unas semanas en la villa cuando conseguí este trabajo, no sé qué es eso de las rosas. Es una vieja tradición en Villa Escondida, el preámbulo del festival anual de las flores. —Suena interesante —estiró la mano― Pásame los filetes para guisarlos. Lena no se podía quejar, su estancia en el castillo había sido agradable. Tenía una habitación para ella y su hijo, además de tres comidas calientes al día y un sueldo que le permitía mandar a Arturo a la escuela. Adelina, el ama de llaves, entró de repente con un sobre blanco abultado en sus manos. Echó un vistazo a lo que hacían y lo colocó en la mesa. ―Aquí está el dinero para el banquete de mañana y apúrense con eso que los señores ya van a comer. Teresa, si quieres descansa, yo puedo ir sola. ―Se ofreció la muchacha deseosa de salir un rato. ¡― Bendita seas! ¡Este dolor de pies me está matando! Al terminar de servir los platos, Lena recogió el sobre y se retiró en busca de su hijo quien jugaba a los piratas en la fuente del jardín. Arturo y su madre se marcharon al pueblo a comprar lo necesario para el banquete. Cuando salieron de una de las tiendas cargando sus víveres, una niebla densa ya se había posado sobre las calles. Ambos caminaban buscando un carruaje al cual pagarle por llevarlos de vuelta al castillo, cuando un enmascarado surgió de entre las sombras con una daga en la mano e intentó arrebatarles las bolsas. El niño se resistió y comenzaron a forcejear, entonces el criminal lo apuñaló en el vientre y huyó dejándolos atrás… 24


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Esa noche Lena se quedó sola e inmensamente abatida. Juró venganza por su hijo. Desconsolada, rezó cientos de noches y vistió de luto hasta que la ropa se le desgastó. Pasaron los meses y el deseo de sangre se intensificó al enterarse de que las autoridades no le habían dado la suficiente importancia al caso. Desde entonces pasaba las noches en vela haciendo plegarias a los santos, rogando por el descanso eterno de su hijo; al punto de las dos podía escuchar la voz de Arturo llamándola: ¡Mamá! ¡Ayuda, Mamá! De alguna forma sentía que Arturo no estaba en paz, era como si aquel asesino siguiera detrás de él arrastrándolo a un mundo de lamentos, un infierno ardiente del que luchaba por salir, o por lo menos, esa era la sensación que la embargaba. Al tiempo, las voces se fueron diluyendo mientras ella trataba de rehacer su vida. Trabajaba duro, dormía hasta tarde y despertaba muy temprano. Todas las mañanas tomaba un café con Teresa quien se había convertido en su confidente. Mientras ellas platicaban, un hombre de ojos almendrados y cabello castaño llegaba a surtir de pan recién hecho la bodega de la cocina. El panadero miró de soslayo a la joven. Te está viendo de nuevo ―susurró Teresa con tono sugerente― Al igual que tú, tiene poco en la villa y es soltero ―dio un sorbo a su taza― Se llama Eduardo. El muchacho se sonrojó al darse cuenta que hablaban de él. Probablemente pensó que ya no importaba si le daba vergüenza porque al final se acercó a Lena con un pastel de durazno. Disculpe, ¿podría aceptar este regalo de mi parte? ―No se ofenda, pero ni siquiera lo conozco. Es precisamente por eso que quiero tener una cita con usted. La chica cedió con algo de nerviosismo. Puedo el sábado en la tarde. ¿A las cinco? ―A las seis. Vendré por ti a esa hora. El panadero se retiró y una sonrisa quedó estampada en los labios de Lena. Su primera cita la pasaron en un bote paseando por el lago. Los dos se sentían tan bien juntos que bastó el paso de seis meses para que se enamoraran. Eduardo le brindaba una especie de calma como un bálsamo suave sobre una horrible quemadura. No solo la comprendía, sino que la apoyaba, era generoso y compasivo, la clase de hombre que sentía jamás le haría daño. Una de las tardes que caminaban por la plaza, Lena no pudo evitar sentir cierta inquietud. Recientemente había vuelto a oír la voz espectral de Arturo filtrada entre sus sueños. ―¿Te sucede algo? ―Sí, cariño, es solo que estaba pensando en mi hijo. ―Apretó los puños contra su vestido―. Me da tanta impotencia saber que su asesino sigue libre. 25


―Sé que la pérdida de un hijo puede ser devastadora, y, aún así, yo pienso...olvídalo. ―No, dime. ― Yo sé que has sufrido, pero ¿nunca has pensado que quizás… aquel hombre lo hizo por necesidad? Son tiempos difíciles, hay veces que sientes que harías lo que fuera por conseguir algo que borre ese hueco en tu estómago. ―Lo que sea no, matar nunca. Esa noche los lamentos de Arturo volvieron a ella en un agonizante murmullo: “Mamá ayuda, ven...” Esta vez se levantó, siguiendo la voz por los pasillos llegó hasta la entrada de la torre principal, pasó de golpe y las velas que se alzaban en fila sobre la escalera en forma de caracol se encendieron misteriosamente de un fuego azul. Hacía tanto frío que podía ver su propio aliento. Subió los peldaños con inseguridad, el corazón le martilleaba el pecho cuando llegó al último escalón y empujó la oxidada puerta de acero. Adentro, el fantasma de una mujer apareció bañado por la luz de la luna que entraba por la ventana. La princesa Anell tenía un aire angelical, una larga cabellera dorada y un precioso vestido ataviado de joyas. Habría jurado que era real de no ser por su piel traslúcida. —Si sangre es lo que buscas, has de saber, que el culpable de tu calvario... ―susurró con voz aterciopelada y se desvaneció―. Será el elegido la noche de las rosas… Lena corrió de vuelta a su dormitorio con una cuestión fija en la mente: ¿Cómo usar lo que sabía a su favor? Las autoridades no le harían caso si llegaba contando lo que le sucedió, solo perdería su tiempo. Así que pensó en un plan para eliminar al agente de su desdicha. 26

El primer paso consistió en ir al teatro para ofrecerse como voluntaria para los preparativos de la noche de las rosas. El festejo sería en un mes a mediados de abril, y sabía que estando cerca, de alguna forma sería más sencillo lograr su cometido. El teatro tenía forma circular, el escenario estaba en el centro y a su alrededor los mullidos asientos. Había una escalera que llevaba a un pasadizo curvo que le daba la vuelta a todo el contorno de la sala. Viendo el lugar, a Lena se le ocurrió que la venganza debía desarrollarse en pleno escenario, como un condenado en la horca. La fecha anhelada llegó. Ya había terminado de meter las tarjetas en los sobres y mientras barría el escenario con su delicada bolsa colgando del hombro, solo podía imaginar el resultado de lo que haría. Veía el ataúd de doble fondo con pinchos en la puerta levantado a medio escenario, y la piel se le erizaba. El artefacto era conocido como la doncella de hierro, un instrumento de tortura que para esa ocasión había sido modificado. Abrió la tercera puerta del fondo donde supuestamente saldría el afortunado, simbolizando la inmortalidad. La parte de en medio era gruesa y tenía un espacio donde ella colocaría un candado, el mismo que llevaba en su pequeña bolsa. Aquel al que le tocara la butaca donde estaba la tarjeta de la rosa blanca, moriría en plena función. ―Lena. La voz era de Eduardo. Ella sonrió. Querido, ¿qué haces aquí? Eduardo se veía inusualmente formal, con su camisa blanca y un saco negro que le sentaba. ―Vengo por ti, comamos juntos, hay un nuevo restaurante al que me gustaría llevarte. Ella apoyó la escoba en la pared y bajó los escalones a trompicones para abrazarlo.


Nunca antes había estado tan enamorada. Al salir a las calles subieron a un carruaje. Bajaron frente a un establecimiento exuberante y tranquilo, pasaron a sentarse y pidieron la carta. Ella le observó amablemente. ―Todo es muy lindo, no te hubieras molestado. ―Esta es una ocasión especial. ―¿De qué hablas? Sacó una diminuta caja aterciopelada de su saco y la abrió mostrando un primoroso anillo de oro con una pequeña incrustación. —Hablo de que quiero casarme contigo. Sus ojos brillaron de alegría cuando ella lo besó con dulzura aceptando su propuesta. Los jóvenes hablaron sobre sus sueños a futuro: una casa a las afueras y niños corriendo por el patio.

presentes. Arriba, los trompetistas comenzaron a tocar la sinfonía que habían practicado durante semanas y a su alrededor todas las voluntarias llevaban sus canastos con flores, esperando el momento en que se abrieran los sobres. Lena revolvió los pétalos con nerviosismo, algo estaba mal. En el escenario, unas mujeres danzaron de manera sinuosa alzando las manos al final. Entonces los presentes revisaron el sobre debajo de sus asientos. Ahí, en la tercera fila, Eduardo se levantó y Lena sintió cómo perdía la fuerza en las piernas. La canasta se le cayó de las manos y las demás comenzaron a tirar los pétalos hacia la gente. Las trompetas sonaban tan fuertes que opacaban los aplausos de la multitud.

Al final, y con cierta resistencia a separarse, el muchacho la llevó de vuelta al teatro, puesto que ese día sería el espectáculo y aún había mucho por hacer. ―¿Cuando se acabe todo podemos vernos? Me gustaría, pero ya estoy agotada, cuando esto acabe sólo quiero descansar. Aún así vendré. Lena se puso tensa, pues sabía que aquella noche de las rosas sería inolvidable, pero por las razones equivocadas. Después entró, ayudó a cortar los pétalos blancos de las rosas y los acomodó en los canastos. Ya iban a abrir las puertas del teatro cuando Lena sacó el candado de su bolso y lo colocó sellando el fondo falso de aquella trampa mortal. Cuando dieron las ocho todos en el pueblo parecían estar en el teatro. Los candelabros del centro iluminaban tenuemente a los

― ¡Paren! Gritó sin conseguir ser escuchada. Apurada, corrió escaleras abajo. La lluvia de pétalos le caía en la cabeza mientras avanzaba entre las personas. Era demasiado tarde, Eduardo entró a la doncella de hierro y un golpe seco resonó en la sala cuando esta se cerró. Al notar que nadie salía del otro lado, una de las bailarinas abrió el artefacto y el cuerpo acribillado de Eduardo cayó al suelo tiñéndolo de rojo. Lena se tiró junto a él llorando, la gente gritaba mientras ella miraba desde el suelo la sangre mezclada entre los pétalos y en su reflejo la imagen del fantasma observándola. 27


Emilio Vilaró Uno puede confesarse en cualquier sitio. Un lugar apropiado puede ser la iglesia, un parque o de cara a la pared. Si necesitamos que sea con alguna persona, siempre tenemos a los amigos, al jefe o a un hijo. Pero hoy este no ha sido mi caso. —¿Me permite hablarle un momento? La que se dirigía a mí era una mujer joven, tal vez menor de edad. Como era muy guapa, y considerando que soy feo y de apariencia poco interesante, supuse que venía al bar donde yo me encontraba a vender sus servicios y no para ligar, o al menos, no conmigo. Al instante en que ella comenzó a hablar, yo estaba ya repasando los cientos de maneras que tengo para decir que no a todas esas ofertas personales, telefónicas o por internet que se me plantean. —Quisiera que me escuchara —hizo una pausa— quiero contarle algo que nunca diría a nadie, pero necesito hacerlo. Usted nunca me ha visto, yo nunca he venido aquí, o sea, nadie me conoce. Pero si esta historia no se la cuento a alguien, reviento. —Interesante —reflexioné— ¿Cuántas veces me ha pasado esta situación? Yo, un hombre reservado he tenido la misma necesidad de explicar cosas que no contaría a nadie, ni al mejor de mis amigos, ni a mi familia, ni a un confesor (que no tengo). Había imaginado muchas veces este mismo escenario. También en sitios donde yo no sería conocido, como lo hacía la muchacha. Tal vez en un taxi, en un autobús, quizá en un vuelo o en un ascensor averiado. A veces, yo también tengo esa urgencia de contarle a un extraño lo que no le diría a un amigo; posiblemente para quedar descargado de la historia, o simplemente para oír la reflexión o el juicio de un oyente “imparcial” y desconocido, y así, no sentirme avergonzado. Al ver mi estado de meditación, dijo: —¿Puedo continuar?... si es que le interesa. —Le escucho con atención —dije yo. —Adoro a mi abuela. Durante años me ha cuidado más que mi madre y además con ese cariño especial que solo las abuelas gallegas saben dar. La de horas y días que ha estado a mi lado cuando he estado enferma, la de cuentos que me ha leído cuando de noche he tenido miedo. La de dinero que ha dado a mis padres para ayudar a pagar mi educación. No, no me malinterprete, no es que diga que mi madre no me quiera, pero el amor de la abuela hacia mí quedará grabado en mi corazón como el mayor recuerdo de sacrificio, ternura y devoción de lo que un ser humano puede hacer por otro. ¡Cuánto la quiero! Por desgracia desde hace unos cuantos años su salud ha ido desmejorando rápidamente. Mi madre se ha volcado en cuidarla de una manera que nunca pensé que se pudiese hacer. 28


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Hace unos días cumplí los dieciocho años y como mayor de edad, mi padre indicó que ahora también debía ayudar un poco más en su cuidado. Como durante los próximos días ellos necesitan irse de viaje, yo deberé encargarme de la abuela. Esta semana, ¡qué casualidad! Tengo el tan esperado viaje de fin de curso. El que con tanto cariño he preparado y planeado con mis compañeros de clase durante todo el año. Quiero aclararle que no voy a permitir que ninguna situación que a mí me moleste, incomode o recorte mi libertad puede hacer que cambie el gran amor y recuerdo que tengo de mi abuela o incluso perturbe su memoria. —La entiendo perfectamente —le dije— me interesa su historia, continúe, por favor. Estoy muy emocionado. —Así. Anoche subí a su habitación, y para que esto tan desagradable como es el perderme unos días con mis amigos no vuelva a pasarme o me dé una rabieta por no ir y desmejore la adoración y recuerdo que tengo de ella, tomé un cojín y la asfixié. Luego con cariño cerré sus ojos y la besé. Tomé un trago y di un profundo suspiro. —La entierran mañana y he puesto la excusa, o mejor, he dicho que después y a pesar de todo, quiero hacer el viaje para recobrarme de tan enorme pérdida. Así podré irme con mis amigos y pasarlo bien. Qué gran recuerdo tengo de ella. Ni siquiera su muerte, a pesar de ser tan trágica lo va a estropear. Bueno, ya

está, me voy. Necesitaba contárselo a alguien y le ha tocado a usted. —Un momento, por favor —dije— confesión por confesión. Permítame la mía y así quedaremos a la par. No sabe lo que me ha emocionado su relato. La de cosas secretas, muy personales y no explicables que yo también he hecho y que siempre he deseado poder contar, pero que nunca he sabido cómo hacerlo. ¡Cuántas veces he querido hacerlo así, a su manera! Con toda libertad y sin vergüenza y que después no quede rastro. ¡Qué idea tan maravillosa ha tenido usted! Me ha abierto los ojos. La felicito. —Vale, vale —sonrió ella. Hizo un gesto que indicaba que se sentía tranquila, a gusto y pidió una bebida. —Por favor continúe —dijo ella— ahora soy yo la interesada. —También tengo una abuela a la que adoro tanto como usted ha querido a la suya, si bien, no es gallega, haré todo lo posible para que viva muchos años. Sabe, soy ladrón. Bueno, no exageremos, en realidad solo un vulgar carterista y de poca monta. Al entrar usted y dejar su abrigo, yo salía del servicio que está al lado del guardarropa y le robé su cartera. Extraje el poco dinero que llevaba. No se preocupe, le invité la copa y tiré la billetera con su documentación en un sitio que no le diré. Usted es el ser más repugnante y despreciable que he conocido y he tratado con muchos. Así, solo me resta llamar a la policía, decirle dónde está la billetera con sus documentos y relatarles lo que usted me ha contado. Dispone solo de unos minutos para buscar la cartera, los que tarde la policía en llegar. Si usted la encuentra, que pase un buen fin de semana con sus amigos. En caso contrario, yo tendré otra abuela adorable y gallega en el cielo. Adiós. * * * FIN 29


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Alexander J. Meza Illescas Sobre el intrépido son del sonar del canto de las aves que deambulan por el cielo, puedo sumergirme en la completa nada y pensar sobre el pasado sueño que invade mis elucubraciones entre la soberbia instancia de poca paz que me sacude o me hace reposar como un indefenso ser que no conoce nada de este infeliz mundo en el que lo conocido se hace extraño y las horas cambian de estación como un tren que veloz viaja, ingenuo y con pereza en los pies, infame se ve en medio de fuertes y agresivas sondas de inevitable sufrimiento. Dicen que soy bueno para describir la desesperación del alma, que mis cánticos en letras les evocan a momentos que les recuerdan dolor y nublados cielos, será acaso porque el espacio mío está vacío de hipocresías que cubren las lenguas y las miradas. Qué sabré yo de soledad, de angustia y lamentos, si solo de ilusiones vivo y me desvivo sentado, escribiendo y vomitando todo lo que llevo dentro. De sueños e ilusiones está hecho el hombre, que con continuos detrimentos se aflige sin saber que lo más poderoso del universo es el amor, y no el odio ni la envidia. Tanto tiempo hemos vivido con miedos, supersticiones que nos limitan a surgir y vivir de verdad. Una venda en los ojos que nos evita ver 32


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que no somos libres ante nada, oprimidos en medio de las cosas sin importancia. Aborrezco la guerra, sin embargo, en medio de sangre y pena, podemos notar y darnos cuenta, de lo que realmente es importante en esta tierra, así como en el agua o en el cielo. La vida, la vida es la poca fortuna que podemos tener hasta el último suspiro. Comparado con el tiempo que las especies caminan sobre la faz, vivimos muy pocos años, tan solo un puñado de arena que cae sin pausa, sin dilataciones ni dudas. Sobre la estridulación de los grillos, la nocturna pesadilla mece mi mente sin reparo, sin consideración ni tregua. Y mañana volverán los aciagos tormentos que no escatiman fuerzas en golpear mis adentros.

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Rut Treviño Abrázame, muerte, llévame contigo, esta vez no será un castigo, toma mi mano, quítame la vida, sé tú mi compañía. Abrázame muerte, camina conmigo elimina ya mi dolor continuo, Olvida que a veces he tenido miedo, llévame ahora, toma mi vida. Imploro piedad, compadécete del alma que se siente sola, te pido me lleves, de la manera que quieras, eso ya no me importa. ¡Abrázame, muerte! Ahora que estoy sola, abrázame, nadie lo ha hecho, si desaparezco no se darán cuenta, tanta soledad me cansó de vivir.

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Isa Hdez Mi tierra es un archipiélago de lava, fuego y espuma blanca, emerge del piélago azul como rocas azabaches bañadas por el agua salada, perfumadas por los vientos alisios que se cuelan por las montañas, y forman brumas algodonosas esparcidas por las laderas. Los aromas de romero, mirto y retamas impregnan mis sentidos y adormecen mi alma en las noches de estío al recodar caricias viejas, los luceros en mi cara resaltan embelesados como si te buscara, aunque sé que te escondes amoroso en el lecho y abrigas mi sueño. Mil mariposas de colores revolotean en los espejos de tu mirada, los pinzones azules cantan en los pinares y alegran las alboradas, los manantiales se visten de tornasoles y forman ríos de poesía, mientras tú y yo asidos de la mano deambulamos por la maresía. Nuestros cuerpos se deslizan sin temor por los acantilados, como si los transportara en el aire un carruaje nacarado y nos llevara por el mar de nubes hacia el horizonte arrebolado para habitar en el crepúsculo y vivir por siempre nuestro amor apasionado.

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Pablo Llanos Urraca A mí, más que a ninguna, me gusta que me escuchen. En la guerra estuve a tan solo un paso de morir. Me quedé a tan solo un paso de la esclavitud, de la cárcel, de las drogas, del sexo, del arte. A tan solo un paso del suicidio, de la misericordia, de la admiración, del maltrato, de la locura colectiva, a tan solo un paso de Dios. Solo un paso me separaba del amor y entonces, a tan solo un paso del borde del escenario me fui dando por vencida, fui dando pasos hacia atrás y estuve a tan solo un paso de morir. Y aquí estoy ahora, paso a paso, a tan solo uno de renacer.

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Roberto Dávila Torres

Un Trago

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Este Trago


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Copa de Ron

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Una Copa de Nostalgia

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Desnuda Te Quiero

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Cubos de Hielo A Mi Copa

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Trago Afrutado

Copa de Trago

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Nudo Gordiano es una revista literaria colaborativa que acepta propuestas en forma de cuentos, poemas, ensayos literarios o reseñas literarias, de acuerdo con las bases de nuestras convocatorias. Las convocatorias pueden consultarse en www.revistanudogordiano.com/ convocatoria, en www.facebook.com/RevistaNudoGordiano o en www.twitter.com/NudoGordianoMX. El consejo editorial se reserva el derecho de juzgar las propuestas para seleccionar los textos a publicar en cada número. Los autores publicados en Nudo Gordiano conservan siempre los derechos intelectuales de su obra, y solo ceden a Nudo Gordiano los derechos de publicación para cada número. Gracias a todos ustedes, lectores y escritores. Les debemos todo.


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