3 minute read

Una mujer que sabe amar, por Gianmarco Farfan Cerdán - Cuentos

Ya había acabado tres cigarrillos y él no llegaba. Comenzó a fumar uno más.

Tania tenía puesto el vestido rojo ceñido y corto que a él le encantaba, pero igual el miedo no la dejaba tranquila. Temía que todo acabase muy pronto.

Advertisement

Sin embargo, ya estaba acostumbrada a esta angustia: esperar que Rubén llegara de su trabajo, salir juntos un rato al cine o al teatro o visitar una galería de arte, cenar en un restaurante de moda y volver a casa para hacer el amor. Repetir esta grata rutina dos días a la semana era lo usual. Cuando las cosas iban muy bien, eran hasta tres días. Pero ahora no estaban en su mejor momento como pareja.

Hace un mes, Pamela le había comentado por teléfono a Tania que Rubén iba a tener un hijo de su esposa. Los había visto juntos en el supermercado, comprando víveres y a la esposa se le notaban unos seis meses de embarazo, por lo menos. Pamela nunca inventaba cosas. Por eso era su mejor amiga desde la adolescencia. Siempre le decía las cosas directamente, aunque dolieran mucho.

Rubén le había asegurado a Tania que se estaba separando de su esposa. Todavía vivían en la misma casa, en habitaciones separadas, no tenían ninguna intimidad y solo conversaban puntualmente para coordinar los pagos de la luz, el agua, el gas o el teléfono. Le había jurado a Tania que apenas saliera su divorcio, en cuatro meses más, se iría a vivir con ella. Hasta que Pamela le contó lo del embarazo. Fue un shock total. Tania estaba decidida a enfrentar todo esta noche. Ya había callado durante cuatro semanas, pero no podía más. Rubén llegó. Estacionó su auto azul marino en la entrada de la casa y tocó el timbre. Ella dejó el cigarrillo en el cenicero y abrió, pero no lo besó en los labios como siempre. Lo miró con absoluta desconfianza y le hizo un gesto con la mano derecha para que entrara. Él vestía un elegante terno marrón y llevaba en las manos una caja envuelta con celofán. Ella cerró la puerta.

-¿Te ocurre algo, Tanicita? Te traje un muy lindo obsequio.

-Es posible.

-¿Tiene que ver conmigo?

-Por supuesto. Te he estado esperando toda la semana como una tarada.

-Estaba recargado de trabajo, mi amor. Te lo he comentado todos los días por teléfono.

Rubén se sentó en el moderno sofá ámbar y puso la fina caja a su costado. Tania se sentó en un sillón, lo miró a los ojos fijamente, esperando que confesara la verdad sin que ella se lo preguntara. Él sintió el rencor y la ira que le dirigían esos bellísimos ojos negros.

-¿Cómo estás con tu esposa? Ahora solo vienes a verme una vez a la semana. ¿Ya se arreglaron las cosas entre ustedes?

-No, para nada... ¿De dónde sacas eso, mi amor?

-Deja de decirme "amor".

-¿Qué te ocurre, Tania?

-¿Te gustaría ser papá, Rubén?

-¿Qué?... No entiendo nada. ¿A dónde quieres llegar?

-Te lo repito: ¿te gustaría tener un hijo?

-Pues... supongo que sí.

-¿Conmigo o con tu esposa?

-No sé qué te pasa, Tania. Estás muy rara. Pareces de mal humor. Yo he venido en buena onda, para que lo pasemos de maravillas, como siempre. Para que salgamos a lugares bonitos, nos riamos mucho y conversemos de todo un poco.

-¡Ya lo sé todo! ¡Sé que tu esposa está embarazada! ¿Creíste que nunca me iba a enterar?

Rubén se puso completamente pálido. No dijo nada durante un eterno minuto. Tania tampoco. Eran dos fantasmas mirándose. En medio de ese profundo silencio, se oyó la sirena de una ambulancia que pasaba frente a la casa.

-No quiero verte más, Rubén. No me vuelvas a buscar ni me llames.

-Yo iba a decírtelo, Tania. Lo que pasa es que...

-¡Eres un maldito mentiroso! Tu esposa tiene más de seis meses de embarazo. ¿Cuándo pensabas decírmelo? ¿Luego de que naciera tu hijo?

-No. Yo te quiero de verdad, Tania... Déjame explicarte.

-¡Vete!

-Por favor, déjame explicarte, mi amor.

-¡Lárgate! ¡No soy tu amor, carajo!

-Tania, escúchame, por favor.

-¡Lárgate de una vez! ¡Y no vuelvas nunca más, maldita sea!

Tania fue hasta la puerta y la abrió para que Rubén se marchara. Él se puso de pie y caminó muy lentamente hasta estar frente a ella. Vio sus ojos enrojecidos por el llanto. Quiso abrazarla y consolarla, pero se contuvo.

-Perdóname, por favor. Nunca quise que esto acabara así.

-Vete ya. No quiero verte ni un segundo más aquí.

-Te amo, Tania. De verdad.

-¡Cállate!

-Perdóname, te lo suplico...

-Adiós, Rubén. Adiós para siempre.

-Adiós, mi vida. Y te pido mil veces perdón.

Rubén volvió a su auto, secó sus lágrimas con un pañuelo y se fue. Tania observó cómo aquel carro azul, que tanto le gustaba, se perdía entre el tráfico y la noche que ya se estaba poniendo muy fría. Cerró la puerta, volvió a la sala para sentarse en el sofá y, todavía llorando, leyó la tarjeta que había junto al regalo de Rubén. Empezaba así: “He descubierto, mi Tanicita, con inmensa alegría, que una mujer que sabe amar realmente es como tú, mi amor. Quiero ser, por siempre, quien cuide tus sueños y tus despertares. Ahora que te encontré (porque eres perfecta para mí), no quiero perderte jamás. Sé que envejeceremos juntos y felices, mi hermosa reina. No veo las horas de irme a vivir contigo”.

En ese momento, el triste y repetitivo maullido de un gato callejero inundó lacerantemente el silencio sombrío de la casa.

This article is from: