Gianmarco Farfan Cerdán
Y
a había acabado tres cigarrillos y él no llegaba. Comenzó a fumar uno más. Tania tenía puesto el vestido rojo ceñido y corto que a él le encantaba, pero igual el miedo no la dejaba tranquila. Temía que todo acabase muy pronto.
Sin embargo, ya estaba acostumbrada a esta angustia: esperar que Rubén llegara de su trabajo, salir juntos un rato al cine o al teatro o visitar una galería de arte, cenar en un restaurante de moda y volver a casa para hacer el amor. Repetir esta grata rutina dos días a la semana era lo usual. Cuando las cosas iban muy bien, eran hasta tres días. Pero ahora no estaban en su mejor momento como pareja. Hace un mes, Pamela le había comentado por teléfono a Tania que Rubén iba a tener un hijo de su esposa. Los había visto juntos en el supermercado, comprando víveres y a la esposa se le notaban unos seis meses de embarazo, por lo menos. Pamela nunca inventaba cosas. Por eso era su mejor amiga desde la adolescencia. Siempre le decía las cosas directamente, aunque dolieran mucho. Rubén le había asegurado a Tania que se estaba separando de su esposa. Todavía vivían en la misma casa, en habitaciones separadas, no tenían ninguna intimidad y solo conversaban puntualmente para coordinar los pagos de la luz, el agua, el gas o el teléfono. Le había jurado a Tania que apenas saliera su divorcio, en cuatro meses más, se iría a vivir con ella. Hasta que Pamela le contó lo del embarazo. Fue un shock total. Tania estaba decidida a enfrentar todo esta noche. Ya había callado durante cuatro semanas, pero no podía más. Rubén llegó. Estacionó su auto azul marino en la entrada de la casa y tocó el timbre. Ella dejó el cigarrillo en el cenicero y abrió, pero no lo besó en los labios como siempre. Lo miró con absoluta desconfianza y le hizo un gesto con la mano derecha para que entrara. Él vestía un elegante terno marrón y llevaba en las manos una caja envuelta con celofán. Ella cerró la puerta.
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