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Julio/Agosto 2019 No. 7
Nudo Gordiano DIRECTORIO Consejo Editorial Adrián Alcántara Solar Julio César Calleros Rodríguez Enrique Ocampo Osorno Julia Isabel Serrato Fonseca
Dirección Enrique Ocampo Osorno dirección@revistanudogordiano. com
Difusión Erasmo W. Neumann
Jefa de Diseño Editorial Mary Carmen Menchaca Maciel
Jefa de Contenidos y Marketing Claudia Monterrubio
Toluca, Estado de México, México. Nudo Gordiano, 2019. Todos los derechos reservados. Revista literaria de difusión bimestral contacto@revistanudogordiano.com Todas las imágenes y textos publicados en este número son propiedad de sus respectivos autores. Queda por tanto, prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos de esta publicación en cualquier medio sin el conocimiento expreso de los autores. Los comentarios u opiniones expresados en este número son responsabilidad de sus respectivos autores y no necesariamente presentan la postura oficial de Nudo Gordiano.
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Índice Cuentos la Espada Viva en villas del Edén
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Valentín Chantaca González
El canto roto de la grulla
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Javier Robles Contreras
La mascota de mi hijo
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Rocío Prieto Valdivia
Memorias de Mamá Hueva
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Javier Guédez
Una mujer que sabe amar
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Gianmarco Farfán Cerdán
Poemas la Lanza Historia de muñecas sostenidas sobre hilos
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Ángela Escobar Clarimonda
Kodokushi
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Rafael Aguirre
Máscara sin orificios
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Roy Alfonso Vega Jácome
Beaucarnea
30
Marisol de Jesús Ramirez Cruz
¿Sabías que la libertad existe?
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Jack Douglas Archaca
Palíndromo
35
Esteban Ramos Chong
Reseñas el Buey El opresor y el oprimido
38
Angeles Montáñez Ramírez
Y por mirarlo todo nada veía: el desbarajuste digital de Margo Glantz Luis Romani
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Valentin Chantaca González
S
oy la última persona que queda en este lugar, la única necia que no se resigna. Mentiras, esto no es el Edén.
DEPARTAMENTOS DE LUJO CON ESTILO NEOURBANO Y ACABADOS ARTESANALES. ZONA CON GRAN POTENCIAL DE DESARROLLO, A 10 MINUTOS DE LA TERCERA SALIDA DEL PERIFÉRICO. APROVECHE AHORA O ARREPIÉNTASE PARA SIEMPRE. VIVA EN VILLAS DEL EDÉN, HABITE EL PARAÍSO PERDIDO.
Dicen puras mentiras en ese cartel, ¿un paraíso aquí? Doña Juanita y el señor Rigoberto se fueron hace dos semanas, eran los otros que resistían. Éramos los aferrados. Al final se rindieron, no aguantaron las amenazas de esos tipos. Esos culeros vienen diario a gritar, traen tubos en las manos y hasta han sacado navajas. Debemos irnos por nuestro bien, es lo que dicen. Disque el dueño quiere recuperar sus terrenos, disque van a reconstruir y a modernizar. Puras mentiras dicen. Me he quedado sola y quieta, como una estatua. Los que me rodeaban, mi familia y mis vecinos, solo son recuerdos. Son fantasmas. Ahora que me pongo a pensarlo, así la he pasado casi toda mi vida. Así, sola. Siempre por mi cuenta, siempre en la pobreza. ¿De verdad ha pasado tanto tiempo? Mi marido cumple trece años de difunto este diciembre y mis hijos se largaron hace un chingo para nunca volver. Bola de ingratos. Creí que estaba acostumbrada a mi suerte, pero este es otro tipo de soledad. Se siente diferente, no es nomás la angustia de un cuartucho vacío. Es un abandono, todos me olvidaron. Me dejaron sola. 6
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Soy la última persona que queda, la única necia que se aferra. Apenas ayer me di cuenta, pero hasta los perros huyeron sin dejar rastro. Cuando recién llegamos aquí era un lugar tranquilo y lejano, a la orilla de todo y de todos los demás. Pero ahora es distinto, ahora la ciudad se derrama sin control y su sombra negra nunca termina. Los edificios brotan a cada rato y cada vez más cerca. Se llenan de gente enseguida, como nidos de insectos. Ellos llegan y nosotros nos vamos. Tenemos que irnos, nos obligan. Ellos y nosotros, por separado, siempre había sido así. Ese era el trato, ¿a poco no? Ellos están allá y nosotros nos quedamos aquí, así había sido siempre. Ellos trabajan en las oficinas y nosotros limpiamos vidrios en los semáforos. Por separado, ellos y nosotros. Ahora ellos quieren quedarse con todo, ni siquiera nos dejan nuestra miseria. No hay que ser tan cabrón. Nosotros siempre hemos estado aquí, hemos soportado. Empezamos construyendo casas de cartón, después encontramos láminas que aguantaron la lluvia. Primero recogimos agua de los canales sucios y luego tuvimos nuestras llaves. No era lo que queríamos, no era nuestro sueño. Pero era algo. Era un techo, eran nuestros hogares. Sufrimos y reímos, entre la mugre y las chinches. Tuvimos familias y les pasamos nuestros apellidos. Soportamos, nos ganamos este lugar. Al menos eso creíamos, pero en el paraíso no hay espacio para los condenados. Ahí vienen esos culeros, clarito escucho sus pasos. Ahora no gritan, están callados. Sus pasos van y vienen, de un lado al otro. Quiero asomarme, pero tengo miedo de que me saquen a rastras. De repente huelo la peste a gasolina, pero ya no me importa. No me da miedo, culeros. Mi cuarto se llena de humo y me lloran los ojos. Siento el dolor del incendio, la venganza del fuego. No me iré, no importa lo que pase. Este es mi hogar. Aproveche ahora o arrepiéntase para siempre. Puras mentiras. Esto no es el Edén, es el infierno. 7
Javier Robles Contreras
J
amás había visto una tan de cerca. Su pupila se contraía y se dilataba mientras intentaba batir las alas en espasmos irregulares.
Olía extraño: a lodo y a lágrimas secas. A musgo y a cosas que terminan. La malla metálica la mantenía sometida, con medio cuerpo hundido en el río y el pico encajado en el acero tosco de un extremo de la verja. La escuché mucho antes de verla. El discurrir familiar del río y el vaivén lento e hipnótico del remo fueron interrumpidos por otro compás más singular, si acaso errático. Algo así como una respiración ronca; un arrullo. Una versión distorsionada de las sonoridades que yo bien conocía. Resonaba con esa cualidad acústica que sólo la niebla confiere. Me puso viento olor
en alerta, como cuando el arrastra las cenizas y el del pelo quemado. Comenzó como un pasatiempo. La primera vez que aparecieron, yo estaba observando cómo el viento desmenuzaba las últimas nubes del cielo de la canícula.
Hasta que noté los patrones precisos de sus picos en formación perforando los restos de los velos nubosos. Me maravilló. Siempre he pensado que la gente debería elevar la vista al cielo más seguido. Cuando las veía sobrevolar la sierra, las seguía hacia donde aterrizaban y permanecía horas contemplándo-
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las en silencio, casi con voyerismo: La gracia con que estiraban su cuello hacia el río para beber agua. El modo en que se erguían sobre una única pierna. La fiereza de los largos picos al arrancar raíces y recoger escarabajos de entre la hierba. Las siluetas de los pequeños cuerpos insectiles retorciéndose al ver sus cabezas coronadas por una mancha de fatalidad, como pintura de guerra. Yo solía dibujarlas horas más tarde; cuando las veía alejarse sobre la línea del horizonte formando una uve, con la misma expresión con la que se escruta el rostro de un amante. El brillo dorado de sus penachos y el negro terciopelo de su plumaje hacía que los demás colores se vieran falsos. Solía quedarme mirando cómo la noche cerrada arropaba al sol hasta que me dolían los ojos. Todo en ellas poseía la agilidad estudiada de los gatos antes de dar un salto: Cuando pescaban. Cuando planeaban. Cuando danzaban. ¡Y cómo danzaban! Se perseguían, giraban y daban piruetas. Las alas de una, gráciles y fuertes, se posaban allí donde habían estado las de la otra apenas un segundo antes. Las patas formaban figuras gemelas, se desparramaban sobre el suelo. Se buscaban, curiosas, se rodeaban y rotaban sobre sus puntas. Parecían volar. De hecho, sería más apropiado decir que revoloteaban; En cierto momento, una escapaba despavorida. Al siguiente, las dos dibujaban el mismo patrón, como remontando el vuelo. Se combinaban como dos piezas de relojería que giran en círculos lentos. Se sobreponían la una a la otra, como el oleaje del mar que intenta alcanzar a la luna al ver su seno. Se entremezclaban hasta ser una sola consciencia, un sólo ser. Las puntas de sus plumas trazaban surcos en sus lomos, en sus cuellos, en sus rostros, con la misma naturalidad y ternura con que la que las caricias del agua erosionan las rocas de río. Como si les dieran forma. Al final, juntaban los cráneos y cerraban los ojos. Y entonces emitían una especie de arrullo con la garganta. Era la versión pacífica y adormecedora del canto roto que yo escucharía años después estando en el río. Era el tipo de sonido que se cuela dentro de tu mente segundos antes de caer dormido o segundos después de haber despertado, cuando los sueños aún son moldeables. Algunos de esos cantos me han acompañado hasta el día de hoy. La danza se extinguía con la misma rapidez con la que se propagan el miedo o el amor joven. Demasiado rápido como para que pudiera registrarla. Intentar retratarlas era imposible. Como tapar el sol con un dedo. Como contener el llanto. Para entenderlas, necesitarían haberlas visto bañarse en el río, necesitarían haber escuchado una alegría que no se puede comunicar con palabras entre los pliegues de sus graznidos excitados, necesitarían haberlas observado cuando se agachaban una frente a otra, ofreciéndose el punto de sangre de la frente como hacen los poetas con sus corazonesaún latentes, sólo para que la otra se lo señalara con el pico, haciendo aspavientos con las alas. Necesitarían haber sentido el eco de sus cantos palpitando dentro de ustedes mismos. Necesitarían haber intentado describirlas. 9
Necesitarían haber fallado. Las dos grandes rocas en las que estaba empotrado el pedazo de reja me sirvieron de apoyo para arrastrar el bote e intentar removerla. De cerca, el charco espeso que emanaba de un ala era más distinguible. Al aproximarme sentí un mareo. El hecho de poder acercarme tanto a ella me repugnó. Cuando las espiaba, detrás de los juncos y las nomeolvides, irradiaban una armonía que habría sido grosero contemplar de manera explícita. Uno nunca se sentía lo suficientemente digno como para mirarlas directamente. La posibilidad que tuve en esos momentos de ejercer mi poder sobre su pecho convulso se sentía incorrecta. Cuando pisé tierra firme, la grulla soltó una serie de alaridos y se le erizaron las plumas. Casi podía sentir su cuerpo contraerse de dolor. Los alaridos tejían un eco desesperado que salía del subir- apretar-bajar de su pecho contra el metal y de su pico apresado. Se retorcía como las malas hierbas cuando echan raíces. Sentía que algo dentro de mí también se retorcía. Aún a veces escuchaba resonar la voz de Muxe en algún lugar del fondo de mi cabeza. Me forzaba a creer que intentaba gritar mi nombre, pero la realidad es que sólo escuché unos alaridos ininteligibles que se perdían en el cielo nocturno junto con los restos cenicientos de un hogar que ya no recuerdo. Había noches en que me despertaba sudando frío, con ese tipo de desesperación que sólo una cama vacía provee. Arrancaba las sábanas y las aproximaba a mi pecho. Hundía el rostro en ellas pensando que aún podía hallar trazas de su aroma allí impregnadas en medio de la confusión nocturna. No lograba recordar su cara. En lugar de eso, evocaba una versión más estilizada; emborronada por la memoria, embellecida por la nostalgia. Pero no era él. Con Muxe me pasaba igual que con las grullas; le daba vueltas a su figura, a las posturas majestuosas que adoptaba cuando estaba distraída, a la amplitud de los hombros debajo de la camisa, a sus ojos como avellanas. Nunca creí que los ojos son una ventana al alma hasta que crucé una mirada con él. Entonces esbozaba una sonrisa y ladeaba la cabeza, convirtiendo el gesto en una pregunta. Se lanzaba hacia mí con la pasión desbocada de las gaviotas que se arrojan contra los peces varados en la playa. Sentía su 10
fuego bajar por mis labios, por mi cuello, por mi pecho... Yo tomaba sus caderas y ella me miraba con unos ojos curiosos, gráciles, y me escudriñaba con tanta intensidad que parecía que buscara algo dentro de mi alma. Todo se sucedía en un vaivén en el que yo le mostraba mi corazón, entre palpitares y suspiros. Él me contagiaba aquella sonrisa lobuna y yo besaba su centro entre risas. Después, nos recostábamos juntos y hablábamos en voz baja de cosas sin importancia. Decía mi nombre con la cadencia característica de las preguntas echadas al aire. Yo decía el de ella con torpeza, señalándole el pecho liso. Me gustaba pensar que de algún modo emulábamos la danza y el canto de las grullas. La última vez que vi a una parvada emprender el vuelo fue el día del incendio. Yo volvía a nuestra modesta casita, ya de noche, con un petate repleto de bagres y una sonrisa en el rostro. Hasta que vi el fuego titilar en lo alto, en mi hogar, en el hogar que nos había pagado el dinero ajeno. En la Sierra, crecimos persiguiendo los sueños de otros. Crecimos perseguidos por los errores de otros. El fuego se extendía por todo el bosque. Los árboles incandescentes se alzaban como desesperados, como las manos que salen de la tierra en los camposantos. La danza lenta de las llamas se reflejó en mis ojos de pánico. En esa época, un incendio en el bosque era motivo de preocupación. Un cuervo solitario seguía recogiendo semillas de la yarda de mi casa. Volteó a verme, con su ojo indiferente, y eso, más que el destello azulado en su espalda, más que el amarillo penetrante en su pupila, me hizo percatarme de que en realidad era una graja. Los cuervos son carroñeros, accionan. Las grajas observan. Pasó volando junto a mí, sin más. Deseé poder hacer lo mismo. Sería decente ahorrarles el relato de cómo intenté abrir la puerta en llamas cuando llegué a la casa. De cómo me dejé los dedos en carne viva inten-
tando zafar el marco de la ventana. De cómo seguí escuchando aquellos alaridos hasta que se consumieron por completo, junto con la música fúnebre de las últimas luces del alba. Levanté mi remo, dispuesto a rematarla. La Grulla dejo que algo parecido a un graznido se arrastrara fuera de su boca. Yo me asusté y solté el remo en el aire. La sangre de su paladar me roció el cuello y la comisura de la boca, provocándome arcadas. El blanco de su cuello y el rojo y dorado de su cabeza ensangrentada parecieron abandonar sus bordes para asumir su verdadera forma: manchas de color borrosas que mi vista arrastraba al perder el conocimiento. Cuando desperté ya estaba muerta. La vi desde donde estaba; tirado en el suelo, encogido y tembloroso como el estómago cuando no hay nada que vomitar. Volví a sentir el susurro de la impotencia enrollándose sobre mi nuca. Llevaba años escondido allí detrás. Dicen que los cisnes cantan antes de morir. Supongo que las grullas graznan y los pollos cacarean. Supongo que los humanos articulamos alaridos. Supongo que intentamos llamar a nuestros seres queridos. 11
Rocío Prieto Valdivia.
E
l día que Rulo llegó a nuestro hogar mi hijo de tres años lo veía con recelo porque en un dos por tres esa bola peluda se había apoderado de su rincón favorito, dejando pelos por donde pasaba. Hasta tenía un plato especial, cosa que a mi pequeño hombre del espacio no le hacía ninguna gracia; el día que Rulo mordió su astronauta favorito fue el acabose. El pobre perro asustado se fue a esconder bajo las faldas de mamá Chanita, y ella gustosa se imaginó que papá Pantaleón le acariciaba las piernas. Aquel roce le recordó el día en el río, cuándo él la hizo suya por vez primera; sus grandes enaguas se teñían de carmesí, sus pechitos rosados se abrieron cuál capullitos de alelíes en primavera; el abuelo ya le había puesto el ojo esa tarde de mayo en la plazeta del centro artesanal, dónde mi abuela vendía sus servilletas bordadas, algunas con canastas de frutas otras con pajarillos de colores. Ella con sus grandes ojos color topacio era la sensación del lugar, y todos los mozuelos estaban locos por la hembra más linda del pueblo; pero fue aquel soldado que parecía salido del ejército trigarante quién con su uniforme impecable y su caballerosidad conquistaría a la abuela. Mi hijo dio un grito: Rulo, has masticado a mi astronauta. Y un balde de agua fría hizo que mamá Chanita despertará del letargo en el cual estaba inmersa. A paso lento se levantó de la silla; caminó un par de pasos, cogió la fotografía de mi abuelo y se sentó en la buhardilla de la casa. Corrí para sentarme a su lado, me gustaba escuchar las historias de mi abuelo Pantaleón. Mi hijo término por aceptar a Rulo. Años más tardé mamá Chanita se durmió, y no despertó más; dejó una carta en la que pidió disculpas a papá Pantaleón por haber gozado las lamidas de Rulo en su muslo izquierdo.
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Javier Guédez
E
ntré al baño del bar para retocarme, volverme a tocar quise decir, reconocerme, era todo. No habían cortado el servicio eléctrico en todo el día, eso había que celebrarlo de alguna manera. Me dispuse frente al espejo muy mal grafiteado. Eso me encantaba, los espejos rotos, sucios, llenos de voces cansadas. Me coloqué a una distancia prudencial, ni muy muy, ni tan tan. Saqué mi kit de maquillaje de la cartera y comencé a devolverme la parte de la vida que me habían quitado a los 7 años. Estaba quedando bella, no parecía yo, no era yo de hecho, para que les voy a mentir. ¿Quién pudiera ser uno mismo? Andaba sola, porque sola es mejor, es falso que la verdadera felicidad siempre es compartida. El teléfono se te llena de cadenas en media hora y te sientes sola, esa es la verdad, la única. Las cárceles son una distracción para que confundas tu verdadera libertad. Perder esa libertad es quedarte sola también. El femenino del sol, no es la luna, es sola. Más sola que nunca. En eso, mientras la luz se me venía al rostro, comencé a escuchar un ruido particularmente raro que salía dentro de uno de los cubículos que tenía la puerta cerrada sin seguro. Era una queja extraña que logré oír dos o tres veces, cada vez era más frustrada. Pude pensar en varias cosas a la vez, pero decidí rápidamente imaginar que se trataba de alguna mujer alta, muy flaca, con una falda muy corta intentando en un esfuerzo torpe resolver el caso menstrual de todos los 28 de cada mes, con una toalla sanitaria desbordada de sangre. Quizás se encontraba agradecida y buscaba de alguna manera ofrendar ese momento glorioso, esa llegada puntual. Porque tener un hijo de Roberto sería lo último que haría en este mundo. La menstruación es así, como una luna, (la luna no tiene masculino, luno no existe). La luna tiene mucho poder. Hay que saberla llevar, y saber entender que tu sangre es también la sangre de la tierra. No se le acerque demasiado a una mujer con la luna puesta. Se tenía que decir y se dijo. No 13
puse mucha atención al principio. Así que continuaba arreglándome, ajustándome, recorriéndome con las manos para asegurarme de que toda la carne estaba en su puesto, quería pensar que era un diseño renderizado con articulaciones soñadas en Pixar. El bar se llamaba el Maní es Así. Me había mudado a Caracas para trabajar en la humanización penitenciaria. No creía en las cárceles pero si estaba segura que la mayoría de nosotros nos la merecíamos por alguna extraña razón. Era mi primera noche ahí. Las montañas eran una suerte de árbol de navidad sin regalos. Cuando no pude más con el cuento, el puje y el golpeteo, porque los cuentos tienen esa intensidad y llegan de repente, me fui asomando lentamente al cubículo desde donde provenía la voz pujante. Pregunté entonces para salir de dudas.
Y coño, la vaina era rarísima. Se trataba de un Drag Queen o algo parecido que supe identificar de inmediato, muy bien vestido además. Intentaba llevarse el huevo hasta atrás, para no delatar el paquete de mentiras recientes que se le hace a los hombres por delante. La idea, según pude entender rápidamente, era amarrarlo con un lazo elástico y escondérselo lo más atrás que se pudiera, entre las piernas, sin que los testículos sufrieran tanto. Tenía unos senos parejitos aunque muy separados uno de otro. Eran casi de verdad, le pedí permiso para tocárselos. Se los toqué, pero parecían rellenos de piedras. Estaban tiesos. Los pezones lucían algo deformados como si fueran viscos. Le dije que se volteara y se mantuviera en 4 patas, que la iba a ayudar en serio. Aquel ejemplar era grandísimo, casi le llegaba al ano. Yo estaba acostumbrada a contar ocho dedos más el ábside en los hombres que me han puesto en el camino para amar. No más de ahí. Nunca había visto algo parecido ni en las revistas donde los agrandan intencionalmente con un cursor envenenado. Con razón el pobre sufría, era como esconder una máquina de coser en una cajita de música. Se lo toqué y era de verdad, nada de implantes, me provocó no puedo negarlo, lo espiché varias veces para ver si se dejaba aplanar. Cuando no aguanté más le di una probadita como si se tratara de una barquilla cremosa. Nunca más estaría yo tan cerca de una escultura totémica como esa. Sabía ni muy salado, ni muy lavado, lo disfruté. Cuando terminé el arreglo floral, aproveché de hacerme una selfie, para mandársela a Mónica Ilija, mi amiga eslovena, que vive en España, y que quiere escribir un libro sobre estas vainas que me pasan a mí por safrisca. Ya tiene título me dijo la última vez que hablé con ella: Memorias de Mamá Hueva. Me gustó ese título. Cuando volteó y le miré a los ojos, estaba llorando, dos lágrimas inmensas, masculinas en toda su geometría bajaban como raíces sobre su rostro. 14
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¿Qué te pasa mi amor? Le pregunté, y lo abracé. Puse su cabeza sobre mis piernas. No paraba de llorar, lloraba como un niño, era un niño muy desarrollado. Se parecía mucho a Isaías, mi novio de primaria, que también se ponía a llorar así, moqueando y gimiendo al compás cuando yo me negaba a darle mi prueba de amor. Isaías era bello, este hombre también. Pasó sus brazos a cada lado de mi cintura y sus manos estaban frías, no como las mías. Recostados sobre el WC, también lloré con él, no sé porque lloraba, me imagino que reconocía lo duro que es llorar solo. Isaías no lloraba solo nunca, yo lloraba con el cada vez que podía porque nos amábamos y nos íbamos a casar si no es porque Andreina se atraviesa y lo hace caer del tercer piso del colegio. Bajé la tapa del inodoro, bajé el agua, pero no bajó. Todo quedó flotando como ocurre con los barcos en el mar cuando está tranquilo. Intenté ponerlo de pie. Me abrazó, lo abracé. Me dijo: Mamá, te quiero mamá. No quiero ir al colegio hoy, mamá. Los odio a todos. Después lo invité a respirar y respiramos. Le conté una broma y se sonrió. Me reí. La gentileza se mide con los actos, le dije. Así que vamos allá afuera a bailar Bebiendo Ron sin bañarse, ¿sabes cuál es esa?, es la que está sonando, la interpreta Andy Montañez, te va a gustar. Contestó que no, moviendo la cabeza. Ven y te la muestro, apúrate, no vaya a ser que se vaya la luz en plena pista. Este negocio no tiene planta eléctrica, anda vamos. Vimos en dirección al espejo y sentimos una fascinación increíble, éramos como siamesas. De verdad nos parecíamos mucho. Nos chorreaba todo el maquillaje, a causa del sudor y el llanto. Nos abrazamos otra vez, para que el mundo no se viniera abajo como un panal de avispas en la sala de un apartamento y salimos pelando los dientes, con la seguridad de que algo había cambiado muy en el fondo. El exterior, las texturas esas de las paredes, ya no nos importaba. Tomadas de la mano violamos los torniquetes del paraíso, la noche que existía sobre nosotras apenas estaba empezando a caminar.
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Gianmarco Farfan Cerdán
Y
a había acabado tres cigarrillos y él no llegaba. Comenzó a fumar uno más. Tania tenía puesto el vestido rojo ceñido y corto que a él le encantaba, pero igual el miedo no la dejaba tranquila. Temía que todo acabase muy pronto.
Sin embargo, ya estaba acostumbrada a esta angustia: esperar que Rubén llegara de su trabajo, salir juntos un rato al cine o al teatro o visitar una galería de arte, cenar en un restaurante de moda y volver a casa para hacer el amor. Repetir esta grata rutina dos días a la semana era lo usual. Cuando las cosas iban muy bien, eran hasta tres días. Pero ahora no estaban en su mejor momento como pareja. Hace un mes, Pamela le había comentado por teléfono a Tania que Rubén iba a tener un hijo de su esposa. Los había visto juntos en el supermercado, comprando víveres y a la esposa se le notaban unos seis meses de embarazo, por lo menos. Pamela nunca inventaba cosas. Por eso era su mejor amiga desde la adolescencia. Siempre le decía las cosas directamente, aunque dolieran mucho. Rubén le había asegurado a Tania que se estaba separando de su esposa. Todavía vivían en la misma casa, en habitaciones separadas, no tenían ninguna intimidad y solo conversaban puntualmente para coordinar los pagos de la luz, el agua, el gas o el teléfono. Le había jurado a Tania que apenas saliera su divorcio, en cuatro meses más, se iría a vivir con ella. Hasta que Pamela le contó lo del embarazo. Fue un shock total. Tania estaba decidida a enfrentar todo esta noche. Ya había callado durante cuatro semanas, pero no podía más. Rubén llegó. Estacionó su auto azul marino en la entrada de la casa y tocó el timbre. Ella dejó el cigarrillo en el cenicero y abrió, pero no lo besó en los labios como siempre. Lo miró con absoluta desconfianza y le hizo un gesto con la mano derecha para que entrara. Él vestía un elegante terno marrón y llevaba en las manos una caja envuelta con celofán. Ella cerró la puerta.
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Rubén se sentó en el moderno sofá ámbar y puso la fina caja a su costado. Tania se sentó en un sillón, lo miró a los ojos fijamente, esperando que confesara la verdad sin que ella se lo preguntara. Él sintió el rencor y la ira que le dirigían esos bellísimos ojos negros.
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Rubén se puso completamente pálido. No dijo nada durante un eterno minuto. Tania tampoco. Eran dos fantasmas mirándose. En medio de ese profundo silencio, se oyó la sirena de una ambulancia que pasaba frente a la casa.
Tania fue hasta la puerta y la abrió para que Rubén se marchara. Él se puso de pie y caminó muy lentamente hasta estar frente a ella. Vio sus ojos enrojecidos por el llanto. Quiso abrazarla y consolarla, pero se contuvo.
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Rubén volvió a su auto, secó sus lágrimas con un pañuelo y se fue. Tania observó cómo aquel carro azul, que tanto le gustaba, se perdía entre el tráfico y la noche que ya se estaba poniendo muy fría. Cerró la puerta, volvió a la sala para sentarse en el sofá y, todavía llorando, leyó la tarjeta que había junto al regalo de Rubén. Empezaba así: “He descubierto, mi Tanicita, con inmensa alegría, que una mujer que sabe amar realmente es como tú, mi amor. Quiero ser, por siempre, quien cuide tus sueños y tus despertares. Ahora que te encontré (porque eres perfecta para mí), no quiero perderte jamás. Sé que envejeceremos juntos y felices, mi hermosa reina. No veo las horas de irme a vivir contigo”.
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te, serpien e d a r a llo, y, su c de caba o p r e u c ntud con inarios, de juve g a is s im a t o. s x el olvid bre hilo dulce é o la s il u o q d , a n sm rme Caye sos, iral defo s, mientra p io s D e infeccio e a s d n , a d a m e en u id o n rp tre hilos ter n e e e m s la o a r c , o id e ap da a sten enorm ios, me sostenid ecas so D e ñ bre, r u b li m a e esadum ófano. ias d p , r la caíd o y o t r ic r is t lo h c e l do quir ar elé rrados a e curan en un e zación. f y, el tirit li a a s n o o il s s r h o spe s, que n de la de de pena , i historia s, o m d e a t d in d mita ojos p cera la a iativa, Con los c m o . s is s io d , lo D tidad anóma antos, calipsis ll s o p jo e a e d de iden fl e s e d r o s, mare ntos de ra, vestid s lento los hilo boca b u ños. m s … o e fragme o s d d s n á io cia m rie de enga n D y b e s u s o e t c t u n a n s a le ie nto entir reluc Con la corta le ro de m ayeres e e it d ir it o t , in m Dios rado, en el ca is queb re. t ír li o a c s r a y de zufre os de a d a s a p y ad rsonalid s, e p i m de letra rra a ie t n n li e o s in Dio na cr s viste u a r t n ie m das, , a. inventa e fuego d ra, s e gargant n i lo m e t n la somb e e , r ía o v d n ent n e a i pluma nt ios u m . D p a a id a ic m su oxidado í a r r u b t y su ar m is o b la s de ina, el alma vida, e la n n ie e t na esqu u s a e ll s e e lp o o g . zulad Dios, da za, el jazz a n mi habitación , e t Y is , r t s io z de la ado e tan suc briague agazap í, m . e a t la le hacia m vio , n o z a como íd lu in a r e m ca ncia d abrigo sombra s, la y la care ara siempre el y , s io D e mis ala d p s o o d il n h ie s vist cortan lo pertenecen, , s a ñ e a r m uerdos, r de tela que no c , o e a r d n je in a e s it t me re g Dios, dejándo de sang n ó f u b d, gran po, sin mita del tiem o s, d r a li go os. esadilla n p a f in o r s p os , , de cant sueños sin letra , s ia s lo e t n s e e , e an Dios , coros d a t n a c me
r Escoba a l e g Án
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¿ahora recuerd as de aquella ve z que intentaste matar a la so mbra? Escitalopram Un reflejo azul, se dibuja sobre tu sexo, con mi aliento d e diez miligram os. . Soy estrella rota , y, ángeles sin al as, envueltos en lo s cables, de tu gran ciud ad. Soy yo deseo, rapaz, que te asfixia, en los ruidos in fernales, de la aguja de un tocadisco, farmacocinétic o. Soy tus labios d e demonios, que te alimenta de sueños fugac es, de raíces enred adas, envenenad as , en tu mente qu e es la mía, abstracta y desc ompuesta. Eres mi cuerpo construido de fá rmacos, reconstruido de fórmulas. Escitalopram so n tus huellas, y, mis huellas b orradas.
y, la recaptació
n de palabras e
scritas.
Tus efectos secu ndarios, en tu cuerpo q ue, le habla a mi pe numbra, y, desaparece co mo el amor inm ediato, de un mensaje a la medianoch e. En el transcurs o de tu tiempo , que es el mío, y la supervisión médica, de sonrisas sin pautas, libidos deshech os, sin eyaculacion es. Somnolencias que son tuyas, en las migajas de mi ausencia, y mi sombra qu e te persigue, suicida mientras se alarga.
Soy inhibidor d e mis tristezas, cuando tú tejes una alfombra, ficticia de seroto nina en mí. Soy la línea de tus patrones, obsesivos-com pulsivos, y, mis trastorno s, entrelazados e n el 56% de tus fob ias que tambié n son las mías. Tú y yo nos fun dimos, en el éxtasis de los fármacos, con efectos pro longado de trein ta y seis horas, de mecanismo s automáticos,
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Abstinencia de tenerme y de tenerte, de morder tu cuerpo, y el eco de los golpes eléctricos, caminando por mi cabeza, que también es la tuya. Irritabilidad dormida, con la pesadez de mi lengua, y la carestía de mis dedos, sobre tus senos y mis senos. Lágrimas derramadas en el borde del escalpelo, y la incapacidad de reconocerme frente al espejo, tú que soy yo, yo que eres tú yo que eres yo.
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Rafael Aguirre Sobre el piso dibujo manchas que juegan a ser pulpos tigres y mariposas de butano colorean relatos del polvo, a gritos guardan la vista enclaustrada. Brota disímbola nuestra memoria en desgaste capullo muerto nunca reportará su ausencia. Nada cura las desgarraduras que se han petrificado ni apaga la marcha monocroma del loop encarcelado. Ninguno recordó regar pasos que olvidé en el corredor y ya perplejos — sin querer— los peces marchitaron. Al final, sólo cucarachas quedan como testigos de estas andanzas del tiempo sobre la navaja.
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Roy Alfonso Vega Jácome Padezco en el diván las preguntas que rebotan desde el techo cielorraso o meditación profunda los vientos pardos gimen al virar sus engranajes crepuscular memoria y tan desollada amargos mares y tan trenzados al alba jadeo de brebajes turbios me incineran las directrices de la terapia ausente pintura que se atasca en mis párpados falsedad laringe atravesada por cicatrices de neón y la inhóspita ceguera este fruto ya arremangado por el eclipse este no poder contar las marcas que van dejando las cortinas el juego del cántaro y la flama el divertimento de los guerreros y los ofidios cebar un círculo de arena con pesados minerales dialogar con fichas lanzadas al aborto palpo los espacios en blanco que me pueblan y extraño las hogueras los acordes capas en la profundidad del océano capas en la orgía del pasto recién lavado capas vigilando los cirros endurecidos palpo las preguntas que han caído como el polen sobre las sábanas y hallo cisuras edictos incomprensibles vuelvo sobre mis pasos carentes de edad nada es más hermoso que la ceguera recién lavada nada es más terrible que la presencia de dos cuencos vacíos
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vuelvo sobre mis pasos sobre mi tacto perdido y una venda me imprime dos costras que conversan 19 los espectros bailaron en nuestra esquina yo no oí tal relato pero lo recuerdo los frailes flotando en el sendero de piedras y a lo lejos la gran puerta blanca eran fantasmas ebrios de tela tal vez sastres tal vez jornaleros iban al huerto a castrar animales olfateaban el adobe pulposo cincelaban el charco forestal pila bautismal ¿mezclaste tú las edades? cómo la fiesta nos regurgita del tiempo
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DE RUMORES DE UN ARPA RETORCIÉNDOSE EN LA HOGUERA (2014) buda es un comerciante obeso que mira el atardecer (breve ensayo teológico) puedes pedir otra jarra de vino, pero esta noche no esperes a los dioses en tu mesa. antonio cisneros extendidos en la inmensa palma, averiguamos el origen del fruto volcánico y excretamos el polen que como arenisca reposa en el lodo. extendidos entre mantras y espirales, ojeamos la pereza del pavo real y caemos con la boca espumosa llamando a la eternidad que esconde sus augurios. esto es la eternidad: la palma inmensa tornándose cruz, la olla enterrándose bajo la serpiente voladora, el mar abriéndose para facilitar la diáspora, el trueno blandiendo su hacha de pétalos y conjuros. es esto la eternidad: el raro movimiento de nuestros labios, de nuestras piernas, recibiendo como toda respuesta un espejo quebrado. extendidos en nuestra propia sombra, ya no hay puntos en la frente que nos sometan.
cráneos de cristal los he llamado con la rigidez propia de los que aprendieron tarde a caminar, tarde a levantar la vista y retener la cascada, tarde a celebrar los sacrificios y comprender el ciclo de la tierra. los he llamado tratando de lacerar sus capas para untarme con el aceite primordial, contrastando mis lejanas plegarias con el calor incomprensible de un animal en su caverna. los he observado cubiertos de musgo y vendajes, sordos al suplicio de la vegetación árida, depurando enseñanzas y edictos de sus costras abiertas. son ustedes cráneos de cristal que no se rompen en mis manos, pero se quiebran cuando la mano infinita imprime su huella. 27
trazos de anubis (una escultura) perro adolorido por los fuegos artificiales. perro de hocico puntiagudo y orejas de asteroide. tal vez tu gran ojo mortuorio distrae mis afanes descriptivos. tal vez tu falsa cabeza de perro esconde un cráneo prehistórico. debiera decir: dinosaurio obnubilado por los fuegos de un meteoro. dinosaurio de frente achatada y cuernos mutilados. tal vez tu gran cuenca vacía desfigura mi paladar. tal vez tu borrosa actitud de fiera esconde un aullido interior. como huellas dactilares se superponen las líneas gruesas sobre las líneas delgadas. nada rodea tu cráneo a la deriva: ni la arena ni los surcos proyectados por los satélites del nuevo siglo. chacal adolorido por un fuego trocado en vapor o neblina. chacal de perfil asombrado y sesos derretidos. hoy exploramos las rejas de la menstruación cerebral. hoy contradecimos los preceptos que nos parieron en esta isla. DE MUESTRA DE ARTE DISECADO (2016) (etapas del espíritu / runas grabadas en la piel) nunca nadie ha escrito o pintado, esculpido, modelado, construido, inventado, sino para salir realmente del infierno. ANTONIN ARTAUD escritura que sangra, que se contempla en medio de un charco donde pernoctan las flores de plástico, que susurra canciones cuando los animales disecados se arrastran de su sueño intemporal. el alma y el cuerpo por igual, la carne y el espíritu, trazan figuras en las paredes de este recinto. conversan, ríen, beben el líquido negro que escapa de cada rincón, reúnen los fragmentos de un rompecabezas con apariencia humana. hay cientos de fantasmas que reposan en el lecho de las palabras, ese artefacto que con el pasar del tiempo se ha vuelto más y más esquivo. aquí hay voces encerradas, visiones de mundo, versos de ritmo desesperado. todo lo desconocido me alimenta. 28
son desconocidas las páginas de estos pequeños sepulcros. son desconocidas las manos que los mueven de un punto al otro del universo. son desconocidas las serpientes de humo que se disfrazan de cánticos y plegarias. todo lo desconocido me alimenta. esta permanente muestra en la que objetos y estrofas que nadie quiere han ido a parar a mi mesa vacía. este cruel descanso en el que trato de buscar espejismos que me den calcos de respuestas. La carne y el espíritu por igual, el lenguaje y el deseo, con dulzura se recuestan en un prado para contemplar los objetos que han ido construyendo como diligentes orfebres de la nada.
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00 cientos de olas te acarician y van a morir detrás de tu mirada, que parece llamar a los astros con dulzura y rencor. como una flor de loto abriéndose en el centro del universo. abro los ojos y allí estás. te veo (te imagino) caligrafiada en la cama, como el misterio de un territorio en el que, sin saberlo, me he anclado. te imagino (sí, te imagino) abandonada a los fluidos de tu cuerpo, a sus sonidos grotescos pero tan humanos. ¿con quién compartirás en este instante la tortura de las sábanas? te hablo y no te hablo. te pienso y no te pienso. hoy te confundes con esta que duerme delante de mi insomnio. ya te lo expliqué mientras permanecías en el reino de los vivos, en una época anterior a la pequeña muerte que ahora contemplo.
pero resulta tan difícil coger al vacío de los cabellos, oler su perfume mezclado con tabaco, volver a entregarse a extensas charlas que embellezcan el peso de los enigmas. los vientos pardos traen tu recuerdo. se mueven por aquí, entre las cortinas, cerca del techo, sobre la cálida luz del lamparín rojo. me acerco muy despacio. no despiertes todavía. quiero ver el amanecer a tu lado. saber si aún es posible que mi mirada recupere el viejo hechizo del asombro. —breve conversación con el maestro, donde reafirma que vida y escritura son indesligables— puedes escribir adelante o al reverso: ambas caras te contarán lo que sucedió. El maestro dice que en el futuro próximo un ermitaño de vasta cultura y ademanes opacos dará a luz un libro que contenga las frases y versos esenciales de la literatura universal. yo le pregunto en qué idioma lo escribirá. el maestro opta por no responderme. en vez de ello comienza a trazar figuras en el aire: de sus dedos gotean pústulas semejantes a un millar de serpientes cíclicas. «en verdad te digo: una lira sin cuerdas parece ser el cadáver perfecto».
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Marisol de Jesús Ramírez Cruz Identitatem Millones de entes se estremecen en el nudo de mis huesos, Arraigados se encuentran a mi alma de forma permanente Raigambre de mi existir sin lamente: Imponentes yacen a través del tiempo; Síncope de memorias molsas Originadas en mis centros alisos Leídas se encuentran mis penas como pasatiempo Diáfanas entrañas de saberes, Escuetas superficies de colores Jubilosas permanecen e, inconscientes, Erigen de lo profundo mis nociones Sustentas como principios procedentes Útiles se marcan como preceptos sacros; Sembrados han sido por manos no benditas y a sepulcros Requiere mi alma presencias consabidas Afluentes a mi llano permanecen, Meditando a plétora sangrienta Ígnea quema siendo cauta Recibiendo nulidad como respuesta: Esperando estas figuras nacen; Zafio su porte abordas Cruces como lindes se definen Rituales concebidos a costumbre Unifican los fragmentos que me hacen: Zarpas al significado de mi nombre Ya te han dicho tantas veces, A forma de flema, Todas las cosas que eres Y las que no Ante el sombrío manto de la luna Permanecen las sombras De tus manos y las suyas Sobre tu cuerpo y la arena Que es cobijo de tus dagas-filas Ya te han hecho tantas veces, Por medio de enema, 30
Todas las cosas que no deseas Ni querrás, jamás Porque no eres más que resta Y purria Ya te han tachado, A engaño y susurro Por medio de entierro Porque fémina naciste Y permaneciste Ya has actuado, incesante Sobre las ramas-manos de la tierra Que te hunden ante la podredumbre De la tierra que erra Ya te han juntado con los espirales del planeta A colisión de una figura de cardinales Contados por las yemas de sus dedos Amujerados; aminorados Ya has hecho, zootoxina Lo que has querido Aun sin dejar tu rastro Porque ha sido, previo, Borrado De la impotencia de mi ser y la consciencia, amarga, que mi mente carga y soporta ¿Qué pueden hacer mis manos? Si no son nada y no edifican, Ni construyen, ni crean Y no consuelan ¿Qué pueden hacer mis manos? Si no te tocan, ni te confortan Cuando lloras y te lamentas Por la existencia, Que es la nuestra ¿Qué pueden hacer mis manos? Si están temblando, por cobardía A causa del temor que causa Esta presencia maldita ¿Qué pueden hacer mis dedos? Si se contraen y se quiebran Expulsando el abolengo
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De mis venas corruptas Y desteñidas: Nauseabundas ¿Qué pueden hacer mis uñas? Si se quiebran, a causa de nada Por materia fina; Por susurros de viento: Por hojarascas ¿Qué pueden hacer mis huellas? Si no se sienten, ni se plasman Si no te tañen sin lastimar Si te quiebran y te alejan, Si se borran en la inmundicia Que es enfermedad ¿Qué pueden hacer mis pasos? Si no son los que esperas O deseas; Si no requieres mi presencia Pues es sombra y nada, Es espacio vacío: No aportan caminar ¿Qué puede hacer mi esencia? Si es peste; podredumbre Si está gastada, desvalida Y no ayuda: No perfuma ¿Qué puedo hacer yo? Si soy decepción y tristeza, Si no construyo ni creo Si no consuelo ¿Qué puedo hacer yo? Si no conforto tu lastimar Cuando lloras y te lamentas Y deseas no estar ¿Qué puedo hacer yo? Si estoy temblando, por cobardía A causa del temor que crece En mi maldito pecho ¿Qué puedo hacer yo? Si estoy culpando mis rizomas culturales: Ancestrales Que no caben por las vías de mi circular Y se desbordan ¿Qué puedo hacer yo? Si me quiebro fácilmente Y rehúyo las partículas Del cielo y de la tierra Pues tengo alergia
A mi existencia ¿Qué puedo hacer yo? Que siento y no plasmo Lo que lamento sin lastimar Que quiebro y alejo A lo que quiero; a quien quiero Y me hundo en la inmundicia De esta enfermedad que no padezco ¿Qué puedo hacer yo? Si no soy el ser que esperas que sea Pues no porto la conducta que deseas Y mi presencia pasa llana y sin materia Pues no requieres esta umbría Que sólo deja espacios vacíos, Pues no hace nada Porque no incita y no controla Porque no apoya y no conforta Porque no llora y no resuelve: Nada; siempre nada ¿Qué puedo hacer yo? Si estoy gastada Si me lamento; Si te miro de forma perpleja Sin hacer acto de hermandad ¿Qué puedo hacer yo? Si estoy culpando y atacando Todas las cosas que me conforman Que son mías; lo que soy Dime entonces, ¿qué puedo hacer yo? Si ya has marchado por tu cuenta Si ya has constituido camino propio Hacia quien nos necesita; Quien está sufriendo ¿Qué puedo hacer? Si sólo soy alma, impura Si sólo soy ente luido: Si sólo soy yo Dime entonces, ¿qué puedo hacer yo?Del eterno cielo y el extenso campo Naces como fruto de tierra bendita Pues fértil ha sido tocada por lluvia; El terreno marcado por campo agro De ancestros colosales; brillantes Del universo y lo magnífico 31
Y del cristalino blanco río Y los cereales nacidos a superficie: De lo divino y lo terrestre Te levantas a plenitud como ciprés Sin lastimar donde permaneces Y donde creces: Sin tentar lo que naces Germinas a consecuencia de estaciones Que por tu porte se ha creado una, Por designio de tu madre, Donde nacen girasoles Que siguen el trazo de tu padre Cosechas que alimentan este orbe Por lo fértil de tu cuerpo que crías Con la dedicación del cielo al algodón Que lastimero, observa tu partir hacia Plutón Sin condición y a restricción: Sin elección Ya eres deidad de lo profundo de la tierra Donde no llegan las lágrimas de las sirenas Proserpina
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Que son tus ninfas y semillas Que te atan a los dominios de quien te aleja Por tu no-presencia al mensajero envían Y como trato se divide tu esencia Y tu elegancia y postura, debatida Ya ha sido elegida No eres del tiempo nacida Pero la tierra por ti se transforma: Evoluciona; Recorre el ciclo del camino Que es lluvia y aire Y cuando te encuentres nuevamente a superficie, La estrella más brillante levantará Todo cadáver expuesto a tierra, Que permanecía árida a consecuencia De esa no-presencia, Que es la tuya Y cuando te marches nuevamente a la infra-tierra, Que es castigo y consecuencia, El dolor naciente en el pecho de tu madre Levantará lo frígido de las tormentas
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Jack Douglas Archaga (I)
las utopías de liberación
Entre los olmos olvidados de los revolucionarios y los panfletos de profetas que nos hablaron de paz la libertad se diluye con solventes y ya no hay sol. Las sombras del viento nos arrancan los dioses a que servíamos Y ya no sé si es mejor estar muerto La ciudad se ha enfermado de soledad La ciudad es la opresión Y la opresión es de dónde venimos Podré vivir lejos del horrible ruido y dejar de sentir mi muerte Podré colonizar las nubes y olvidar la resaca de lo vivido El silencio como forma de libertad, no. El ruido de la bala de la revolución, tal vez. Las pastillas como un pase libre, sí. Marcela dice, yo escogí la libertad y para poder vivir con libertad, escogí la soledad. El che decía, es mejor morir de pie que vivir de rodillas. El psiquiatra dice, que una pastilla cada ocho horas me libra de la depresión. Como sea, ¿sabes que la libertad existe? Los cantos de liberación de un pueblo La vida lejos la urbe
El prozac rompiendo cadenas neuronales El manifiesto comunista El manifiesto surrealista El manifiesto pacifista El manifiesto de manifiestos El manifiesto psiquiátrico El manifiesto de mi padre Las utopías que juegan a hacernos libres ¿Sabías que la libertad existe? (II) los grandes monstruos de la liberación Tengo miedo, el miedo natural, el miedo absurdo. El miedo a la tristeza. ¡Bendita sea la marihuana liberadora! Santo el consumismo y las adicciones. El apocalipsis bajo una marca estadounidense los sueños en un colchón spring air Todas las fuentes de libertad bajo el sello: made in china La música y su aroma a libertad Todos los productos del capitalismo El capitalismo siendo un producto de liberación. ¡Libertad para Vietnam! ¡Libertad para Irak! ¡Libertad para Venezuela! ¡Cuba Libre! Los fármacos norteamericanos para liberarnos de los problemas mentales. Hay que estar enamorado, todo el tiempo enamorado para ser libre. ¿Sabías que la libertad no existe? (III) Drogas duras La dopamina y la serotonina se acaban Y una nueva prisión se cierne en las neuronas La libertad es un viaje lejano de mi cuerpo Quema libertad Quiebra libertad Aguja libertad Mi garganta libertad Estamos demasiado viejos para esto 34
El tiempo me vigilia a lo lejos Soy demasiado joven y los barcos se pierden en mi cerebro Esto es tan natural y religiosamente injusto No importa que haya hecho antes Ya no puedo encenderme Los conductores del sábado con la cara gastada Y los operadores telefónicos y el sol Rasuré mis cejas y busqué libertad Dormí con la aguja del amor moderno en mi brazo Y arrullado por el olor a hierba No sé que más hacer Hay mil ventanas ciegas Y mil rostros entraron temporalmente en mi alma Un psicoanálisis de mis sueños La pobreza es un placer regordete de lagartos espaciales Ya no hay monos ni gatos surrealistas Acaríciame las neuronas una vez más La serotonina se acabó.
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Esteban Ramos Chong Tú eres para mí Como un perfecto anagrama O un palíndromo corpóreo Te leo y pruebo igual De arriba hacia abajo Y por todos los costados
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Algo alrededor de tu cuello
Angeles Montañez Ramírez
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l machismo es una realidad que a muchos les cuesta aceptar, pues existe desde frases cotidianas y aparentemente pasivas hasta la violencia física y psicológica en los alrededores, un hogar, un escuela, el trabajo, etc. El machismo que se inculca en un entorno familiar desde pronta edad en hombres y mujeres es el más peligroso, pues se vive, habla, agrede tan naturalmente que niños y niñas lo terminan normalizando. Chimamanda Ngozi nos presenta Algo alrededor de tu cuello, una obra cuyo título nos adelanta las violencias invisibles, empero tangibles, dentro de cada cuento; es posible interpretar diversamente la brevedad del título, comenzando con un aviso de Ngozi, que nos sugiere algo asfixiante, un advertencia de que una opresión está sofocando nuestra libertad, quizá con sigilo, o tan abruptamente que ni siquiera notamos cuándo comenzó. Realizaré un análisis sobre una figura femenina desde una perspectiva dual, es decir, la figura materna como la oprimida y quien oprime, argumentando ambas acciones desde el enfoque de los postulados feministas en la historia; lo anterior se enfoca a las desigualdades de género, y más específicamente al discurso feminista de Ngozi. La complejidad de un concepto como el feminismo requiere contexto para profundizar en el análisis de sus cuentos. La primera ola del feminismo comienza alrededor del siglo XVIII; los principios, tópicos, o postulados de este movimiento generalmente se engloban en la desigualdad, sin embargo, las mujeres a lo largo de la historia han luchado por distintas nociones de injusticia. Según Amelia Valcárcel en su obra La memoria colectiva y los retos del feminismo, la primera ola del feminismo inicia de la siguiente manera: “[…] tiene su obra fundacional en la Vindicación de Mary Wollstonecraft, un alegato pormenorizado contra la exclusión de las mujeres del campo completo de 38
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bienes y derechos que diseña la teoría política rosseauniana. Esta obra decanta la polémica feminista ilustrada, sintetiza sus argumentos y, por su articulación proyectiva, se convierte en el primer clásico del feminismo en sentido estricto” (Valcárcel, pág. 6). Mary Wollstonecraft retoma muchos postulados de la ilustración en su obra, y lo conduce con una intención que defienda los derechos para las mujeres, es por eso que Valcárcel se refiere al feminismo como un “hijo no deseado de la ilustración”, pues menciona que en el discurso planteado por Rousseau con respecto a la privación de derechos y bienes no hay distinción de sexo, por lo tanto, de manera quizá inconsciente, Rousseau le da validez al postulado feminista, pues su discurso admite que no es posible privarle los derechos a las mujeres. La segunda ola del feminismo se conoce como la trayectoria que toma del sufragismo a Simone de Beauvoir. La muerte de Emily W. Davison, significó un acto feminista con el que se contarían ya sesenta años de lucha por el derecho al voto. Con anterioridad, según Nuria Varela, las mujeres norteamericanas llevaban ya la delantera con dicha lucha. Las sufragistas surgen a partir de una realización de la esclavitud debido a su entorno en el siglo XIX. Varela cuenta que las hermanas Sarah y Angelina Grimké fueron las primeras activistas en contra de la esclavitud debido a su crecimiento en un hogar con esclavos. “Así se desarrolló un feminismo de clase, socialista y comunista, junto al feminismo de las
sufragistas y en ocasiones frente a él. Cuando las feministas socialistas tratan de empujar a sus camaradas a llevar sus promesas a la práctica, entonces sufren las ambivalencias y los conflictos. En ciertos momentos, incluso, las mujeres socialistas no se atreven a insistir demasiado en sus objetivos feministas por temor a perjudicar la causa socialista. Las mujeres continuaban siendo «la causa aplazada». Ahora, también por los marxistas para quienes lo importante era la revolución del proletariado y no la de las mujeres. Daban por hecho que, conseguida la primera, conseguida la segunda. Muchas mujeres sospechaban que no sería así tras tantas traiciones acumuladas ya a esas alturas. La historia les daría la razón” (Nuria, pág. 61). Tiempo después, surge la tercera ola, a mediados del siglo XX comienza nuevamente la noción de la mujer que pertenece a la casa, pues existía el sueño post-guerra, explica Nuria, donde el soldado busca un buen hogar con una mujer amorosa y dulce que los atienda, y formar una familia tras las abundantes muertes en todo el mundo. Las mujeres habían ocupado puestos que los hombres dejaron por ir a la guerra, y una vez que terminó, fueron obligadas a quedarse una vez más en sus casas, de manera que el empoderamiento de la mujer sosteniendo un país y la economía en tiempo de guerra, fue rápidamente arrebatado. Nuria presenta el caso de Betty Friedan, quien tras ser despedida por su embarazo se volvió una escritora freelancer de artículos para las amas de casa: “«Es el problema. Soy la esposa de Jim y la mamá de Janey, especialista en poner pa39
ñales y monos de nieve, en servir comidas, en hacer de chófer. ¿Pero yo quién soy como persona? Es como si el mundo siguiera adelante sin mí.» Así fue como Friedan identificó lo que más tarde llamaría «el problema que no tiene nombre»” (Nuria, pág. 77). A partir de estos cuestionamientos surge un libro best-seller representante del significado de la tercera ola: La mística de la feminidad (1963). Finalmente, se cree que hay una cuarta ola del feminismo, donde se habla de una mezcla de las anteriores o bien su relevancia cibernética; sin embargo, también establecen que es simplemente una extensión de las demás. Para comenzar el análisis de la obra de Ngozi, se explica a continuación brevemente el papel de la autora en el feminismo. Casa África, un blog de España nos presenta la cultura africana desde un enfoque literario, cultural y empresarial; este blog nos introduce a la vida de Chimamanda Ngozi como una autora que con sus diversas premiaciones “[…] incide sobre la necesidad de usar referentes africanos en la obra que sale del continente, para evitar que las historias sólo tengan elementos occidentales”. De igual manera explica que Ngozi siempre se vio rodeada de educadores y escritores en Nigeria. Este mismo blog explica la visión feminista de Ngozi en una entrevista que tienen en 2017. En dicha entrevista se resaltan dos puntos, la noción de Ngozi de ser negra hasta su llegar a E.U.A y el feminismo que desde pequeña arraiga en sus palabras incluso antes de saber el significado de la palabra. Tiene distintos artículos y obras que incitan a las mujeres a ser y aprender sobre el feminismo: “Cuando me preguntan cuándo comencé a ser feminista, es difícil para mí responder, porque siempre lo he sido. Cuando era muy pequeña no recuerdo cómo me daba cuenta de que el mundo le daba ciertos privilegios a los hombres pero no a las mujeres, que hay do40
bles estándares; los roles limitan con mucha más rigidez a la mujer que al hombre, pero a los hombres también les afectaba. Por ejemplo en mi cultura, cuando hay visitas hay que rendir ciertos saludos y rituales ofreciéndoles comida, algo que encuentro muy hermoso, pero cuando era niña me di cuenta de que las mujeres no podían tener esa comida, y recuerdo que al preguntar por qué a mi tío, él dijo “oh, bueno, porque son mujeres, claro”, como si fuera algo obvio, recuerdo haber pensado que eso no tenía sentido”. (Ngozi en entrevista de Casa España en 2017). En el texto de Ngozi es posible encontrar precisamente su forma de presenciar el “sin sentido” que describe, puesto que el personaje se trata de una niña en distintos cuentos de Algo alrededor de tu cuello. Para comenzar el análisis se tomará como figura femenina la noción infantil de las protagonistas y el papel de la madre en distintos cuentos.
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En el primer cuento de la antología “La celda uno”, encontramos una familia tradicional, una madre, un padre, una niña y el hermano mayor Nnamabia. El papel oprimido se deja entrever en este primer texto desde la perspectiva maternal, al momento en el que Nnamabia deja que su madre justifique sus errores o bien lleve la responsabilidad de ellos, la madre se ve oprimida y pasa a ser el opresor en consecuencia: La opresión llega al momento en el que la sociedad orilla a la madre de Nnamabia a responder por su hijo de una forma que no responde por su hija, debido a lo mencionado por la misma Ngozi con respecto a la preferencia varonil en su cultura; en el siguiente fragmento podemos ver un ejemplo de lo anterior:
“Cuando mi madre nos llevaba al mercado, los vendedores gritaban: «Eh, señora, ¿por qué malgastó su piel clara en el chico y dejó a la niña tan oscura? ¿Qué va a hacer un chico con tanta belleza?». Y mi madre se reía, como si asumiera una alegre y traviesa responsabilidad en la belleza de Nnamabia”. (Ngozi, pág: 10). En un fragmento tan breve como este, es posible observar porque el papel de la opresión en la madre pasa a ser el opresor, debido a que está tomando, aceptando, lo que la sociedad le indica, que la belleza se puede aprovechar más en una mujer, por al estereotipo de una mujer hermosa que consigue marido y que forma una familia; a su vez hace referencia a que su piel oscura es un defecto, retomando la realización de Ngozi, de no saber de su color de piel hasta que hicieron énfasis negativo en la diferencia al llegar a E.U.A. “¿Por qué el mundo obliga a la mujer a soportar injusticias? ¿Y por qué todos son cómplices de esto?” prensaba Ngozi en su infancia, acto que podemos ver a continuación, una vez más en el papel oprimido de la madre de Nnamabia: “Cuando en segundo perdió unos libros de la biblioteca, ella dijo a su tutora que nos los había robado el criado. Cuando en tercero salía temprano todos los días para ir a catecismo, y resultó que nunca había ido y que por tanto no podía hacer la primera comunión, ella dijo a los demás padres que tenía malaria el día señalado. Cuando Nnamabia cogió la llave del coche de mi padre y la incrustó en un trozo de jabón que mi padre encontró antes de que lo llevara a un cerrajero, ella dijo vagamente que sólo estaba experimentando y que no lo había hecho con mala intención. Cuando robó las preguntas de un examen del despacho de 41
mi padre y las vendió a sus alumnos, mi madre le gritó, pero luego le dijo a mi padre que, después de todo, tenía dieciséis años y deberían darle más dinero para sus gastos” (Ngozi, pág: 11).
que podía haber hecho él era conseguir un buen precio. Quise abofetearla.” (Ngozi, pág: 8).
Ngozi explica que en su infancia había gente que hacía la limpieza del hogar,de esta manera es posible identificar uno de los postulados de las feministas en la segunda ola, que aunque no se trata de una esclavitud, prevalece la noción de culpar al “criado”, tal y como hace la madre de Nnamabia para justificar los actos de su hijo, volviéndose una vez más la opresora. La violencia que se ejerce en la madre de Nnamabia la orillan a ejercerla para defender lo indefendible; en repetidas ocasiones la protagonista demuestra su descontento ante las actitudes de su madre, pues deja en sus palabras la firmeza de que es consciente de una injusticia y que su madre deja pasar:“—¿Cuánto te dieron por mi oro? —preguntó mi madre.
Por otro lado, Ngozi menciona que los textos clásicos sobre el feminismo o sus teorías son en su mayoría sobre divisiones, porque además de tratarse de un feminismo occidental, se concentra a su vez en problemáticas en específico que sólo distancian a las mujeres; menciona que su discurso sobre el feminismo ha llegado tan lejos porque le ha dado a las mujeres una voz, les ha dado situaciones que ya conocen y que en el mundo cotidiano aún resulta tabú. En el siguiente fragmento del cuento “Una experiencia privada” podemos observar un tema precisamente tabú en la maternidad desde el papel de la mujer oprimida, ya que evidencia la sexualización de las partes el cuerpo que en el hombre no lo están: los pezones y la lactancia:
Y cuando él le respondió, ella se llevó las manos a la cabeza y gritó: —¡Oh! ¡Oh! ¡Chi m egbuo m! ¡Mi Dios me ha matado!— E r a como si creyera que lo mín i m o
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“—Me arden los pezones como si fueran pimienta.
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Antes de que Chika pueda tragar la burbuja de sorpresa que tiene en la garganta y responder algo, la mujer se levanta la blusa y se desabrocha el cierre delantero de un gastado sujetador negro. Saca los billetes de diez y veinte nairas que lleva doblados en el sujetador antes de liberar los pechos. —Me arden como pimienta —repite, cogiéndoselos con las manos ahuecadas e inclinándose hacia Chika como si se los ofreciera” (Ngozi, pág: 44). Chika se sorprende ante la naturalidad con la que la mujer deja ver su torso desnudo, con la única intención de sentirse más cómoda, sin embargo, tras analizar la situación, Chika comienza a aconsejar a la mujer, creando un vínculo y una comprensión mutua, se encuentran ocultándose de un disturbio, y es tangible una noción de sororidad. En “Jumping Monkey Hill” observamos a la madre de Chioma con sus tías, una vez que su esposo la ha dejado, las tías de Chioma le dicen a su madre lo que se espera que haga una mujer, son opresoras de la madre de Chioma en su papel de oprimidas al mismo tiempo: “«Estamos dispuestas a ir contigo para que le supliques que vuelva a casa, o a ir nosotras solas y suplicar en tu nombre». Pero la madre de Chioma respondió: «Por nada en el mundo. No pienso suplicar. Ya es suficiente». Tía Funmi llegó y dijo que la Mujer Amarilla lo había encadenado con una medicina y que conocía un buen baalawo que podía liberarlo. La madre de Chioma replicó: «No, no voy a ir».” (Ngozi, pág: 92).
El feminismo existe y seguirá existiendo hasta que se comprenda que el problema radica en la injusticia que las mujeres sufren todos los días. Una mujer puede ir desde la opresión a ser opresora precisamente por su privación de libertad, es decir que a fin de cuentas todas ellas tienen “algo alrededor de su cuello” que no las deja expresarse, y les han inculcado que exigir su libertad o derechos está mal, es por eso que autoras como Chimamanda Ngozi buscan romper las divisiones y ser la que porta voces femeninas para que todas y cada una de ellas se sientan con el derecho de deshacerse de todo tipo de opresión o de ejercerla por presión social. La violencia siempre genera más violencia. Bibliografía: Ángeles Jurado. (2017). Chimamanda Ngozi Adichie. 7 de diciembre de 2018, de Casa África Sitio web: http://www.casafrica.es/detalle-who-is-who.jsp%3FDS7. PROID=635510.html Chimamanda Ngozi Adichie. (2009). Algo alrededor de tu cuello. Epub, German25. NuriaV Varela. (2008). F e m i n i s m o p a r a p r i n c i p i a n t e s. Barcelona: Ediciones B, S. A. Amelia Valcárcel. (2001). La memoria colectiva y los retos del feminismo. Chile: CEPAL.
El feminismo está presente en todos los rincones del mundo por una simple razón, el problema está en todos esos espacios; feminismo occidental, africano, islámico, etc. siempre va con la idea de una liberación femenina;
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Luis Romani Y por mirarlo todo nada veía, Margo Glantz 2018, Sexto Piso en colaboración con la Dirección de Literatura UNAM, 164pp. El ser humano disfruta contar historias, vive de ellas, está hecho de ellas, hecho de puro lenguaje. Y por mirarlo todo nada veía de Margo Glantz (1930) es más que un libro de corte ensayístico. Parece una especie de manifiesto sobre la retórica de las redes sociales, pero hecho, precisamente, con el lenguaje del Internet. En este momento histórico que vivimos, el siglo de la información, estamos obsesionados con el saber: saber más de los demás. El Internet nos dio la espléndida, u horrorosa facultad, de estar incluidos y listos para ofendernos. Una publicación de Facebook no es una simple publicación en Facebook. Toda peste es dicha en nombre de la libertad de expresión. De acuerdo con Jaron Lanier, vivimos en los tiempos del “maoísmo digital”: esa necesidad tremenda de escandalizarse de inmediato por cualquier cosa. Somos asquerosamente superficiales en la vida diaria y bien intensos en el Internet. Esa es una de las reflexiones que nos deja el libro de Glantz. Aunque no habla de eso, es imposible no sentir el derrumbe tras la lectura. Entonces ¿de qué trata realmente el libro de Margo Glantz? Es evidente que fractura el canon del ensayo, al mismo tiempo que propone uno. Si bien, con esa avalancha de datos, sentencias, noticias y metáforas, podría perderse en el experimento, Y por mirarlo todo nada veía logra sostenerse de principio a fin; gracias al ritmo orquestado por su autora. La lectura podría percibirse atropellada por la cantidad de caracteres puestos a renglón seguido, pero, en ese sentido, no agobia, sino que aturde, incómoda enterarse de todo.
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El libro es un gran acierto tratándose de una escritora cuya gran parte de su vida se ha desarrollado en el siglo pasado. Podría suponerse que este texto “tan milénico” debió haber sido generado por un “autor más joven”, pero la verdad es que no. Solo una estudiosa del lenguaje es la única capaz de desentrañar con sabiduría la evolución de este. La explosión de información saliendo a borbotones, columna vertebral del libro, no permite ver con claridad y mucho menos accionar. Ya lo apuntaba Álvaro de Campos: ser cansa, sentir duele, pensar destruye. El texto de Glantz peligra de que, al analizarse con simples factores literarios, nos dejaría una reflexión muy pobre. El libro es sufrible, y esa es su gran virtud. Una página del Facebook que se empastó para decirnos a los literatos que es momento de entender el terreno digital, porque es parte ya de la realidad; donde el razonamiento está siendo reemplazado por el desbarajuste. Ahora el mundo solo quiere sentir. Influenciados por la era Trump y una sociedad Mainstream, los usuarios de las redes digitales olvidan las normas que rigen su cultura para soltarse desvergonzados y atacar.
Estamos ante una civilización muy disgustada donde el lenguaje escrito está siendo más poderoso que nunca. Sin embargo, la “información” es el oro de los tontos desbocado en cada río del ciberespacio. No hay verdades, hay perspectivas. No hay hechos, hay relatos, sentenciaba Marco Aurelio. Y por mirarlo todo nada veía nos dice entre líneas que las opiniones sobran, porque hay demasiadas. La gente prefiere defender apasionada lo que cree, que analizar el debate. En la web es muy fácil que todo se salga de contexto porque no se les pone atención a las palabras, sino al sentimiento. Sin duda, el libro de Margo Glantz es un texto para no entender. Lo que provocan las redes digitales: es un libro para sentir. Como si la escritora misma hubiera olvidado lo que iba decir al verse bombardeada por todo. Y por mirarlo todo nada veía es un libro que consta que no se puede resolver lo inabarcable que es el mundo, pero si se quiere incidir en algo, solo se necesita ver más allá. 45
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