Revista Odradek Nº7

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ODRADEK

PRIMAVERA 2020

Nยบ7

FELIPE ASTUDILLO | ESTALLAR | DIEGO MAUREIRA


Imagen de portada: Maximiliano Magnano Imรกgenes interiores: Maximiliano Magnano y Carmen Benito

Providencia 2271 editorialodradek@gmail.com

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MAXIMILIANO MAGNANO



noviembre NÚMERO 7 SANTIAGO CHILE

06 16 26 34

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Ficción

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Ficción

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Arte

Gastón Carrasco Luminarias

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Arte

Ficción

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Poesía

Ficción

Gónzalo Baz Los pendejos

Ficción

Luis Aliaga Taller para pichiciegos

Poesía

Josesko Zebenzui

Vicente Camus Don Erik

Verónica Echeverría Prohibiciones

Varios artistas Estallar Diego Maureira Transmisiones en directo colapsadas por luz artificial Felipe Astudillo Estudios de suelo

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FICCIÓN

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LOS PENDEJOS

GONZALO BAZ

1 Año 2001. El caño del 32 se bambolea por todo el cuarto. Había pasado por las manos de todo el barrio y antes había pasado por otros barrios para terminar ahí. El Mono se ríe mientras le da una seca feroz a un porro paraguayo. Nadie puede ver el vértigo en los ojos de Lucas que parece estar parado al borde de un edificio. No tiene miedo de caerse, sino a saltar. El caño apuntando a la cabeza de Guille que se ríe para no quedar como un cagón. El dedo tenso en el gatillo, simplemente va a dar el salto de un momento a otro esparciendo el silencio por toda la cuadra.

2 El vaso se despedaza en fragmentos. Lo vemos caer desde la ventana y romper el silencio que enseguida es absorbido por la noche. Nos reímos. Vos del vaso, yo de tu risa. La telaraña de la pared se mueve lenta por la brisa. Desde la cama me pasás el cigarro mientras tirás el humo a la nube del techo. ¿Cuántos cigarros fumamos ya? No sé, cuarenta o cincuenta. Cuando termina una historia debería terminarse y punto, pero casi siempre sigue con el comienzo de otra. Ésta tal vez diga más que la propia historia.


FICCIÓN

3 La mayoría de los que estaban en la casa de Lucas la madrugada en la que a Guille le reventaron el cráneo, eran pibes del barrio, que él conocía desde siempre. Les decían los pendejos. Una forma de referirse a ese grupito conformado por el Mono, Lucas, Guille y algunos que sólo aparecían a veces. Los grandes ya no paraban más en la esquina. Había que tocarle la puerta al gordo si uno quería comprar porro o merca y te lo daba siempre en un lugar diferente, para no quemar. La casona de la esquina pasó de ser una cantina de viejos borrachos a convertirse en un comité de base del Frente Amplio que abría únicamente en las noches, algunas veces a la semana. El resto del tiempo era el lugar donde los pendejos se juntaban a fumar a cualquier hora. El Metropolitano de Básquetbol, líos en las salidas de los bailes, minas del liceo, viajes de ácido, hongos, hachís, té de floripón, la mejor forma de comprar cemento de contacto sin que el bicicletero se diera cuenta de que era para jetear, hits de Galaxia, robarle a los chetos del colegio inglés, pegarle a los chetos del colegio inglés, correr a Chacho y Chicho. Ese era el apodo que alguien de una generación anterior a los pendejos les había puesto a unos hermanos loquitos que vivían en la casa de la esquina.

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Mantenerles la mirada daba miedo, sobre todo cuando uno andaba sólo, porque Chacho y Chicho te miraban cuando estabas sólo y mientras lo hacían, uno le cuchicheaba algo inaudible al otro que desenfundaba una sonrisa diabólica de dientes torcidos. La mayoría de las veces caminaban agarrados del brazo de la madre. Uno de cada lado. Una vieja de rulos que si bien parecía bastante normal, también tenía algo perturbador. Había criado a dos loquitos que casi con cuarenta años se hacían la paja en el balcón y si podían te lecheaban cuando pasabas caminando. Se había dicho que habían apuñalado al Martínez, un viejo que andaba por ahí hablando solo y que cada vez que se los cruzaba empezaba a decir a los gritos la oración de San Benito “La Santa Cruz sea mi luz, ¡apártate Satanás!, bebe tu mismo el veneno...” y así hasta que doblaban la esquina o se metían en el almacén de Victorio. Según algunos vecinos, el viejo los había visto persiguiendo a una mujer hasta la parte de atrás del zoológico, a la que encontraron moribunda al otro día, con la ropa toda rasgada y heridas por todos lados. Todo esto fue deducido por un vecino que interpretó los desvaríos del viejo, que vivía en un delirium tremens constante: la hermenéutica del barrio.


FICCIÓN

El hecho es que un día el Martínez apareció muerto en la calle. Tenía a su lado una botella de clarete seco, como todas las mañanas, pero esa vez nadie lo pudo despertar. La vereda estaba manchada de con su sangre seca. Después de eso, durante varias semanas, Chacho y Chicho se encerraron en su casa. Pero un día aparecieron caminando por la esquina del Club como aparece una mancha de humedad en la pared recién pintada. Aquel día fue uno de los peores. A nadie le importó la regla tácita de no hacerles nada mientras estaban con la vieja y llovieron cascotazos sobre los tres. Esta vez no salieron corriendo como siempre, se quedaron a proteger a su madre. Varias generaciones de pibes del barrio habían corrido a pedradas a Chacho y Chicho durante años. Los pendejos se iniciaron ese día. Después de eso no vimos más a Guille por un tiempo. Todo el barrio se había enterado de la pedreada y sus padres le prohibieron parar en la esquina. Esos días de penitencia subía a la azotea y se quedaba mirando el movimiento de la cuadra desde aquella perspectiva distante, mientras clavaba las uñas en los cuadraditos plateados de la membrana asfáltica.

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Siempre volvía sombrío de la azotea, como si aquella perspectiva cenital de su cuadra le ayudara a entender algo de sí mismo. Guille siempre quería estar afuera de la casa, como todos los pibes del barrio, porque estar adentro significaba detenerse en aquella incertidumbre de la televisión, de las conversaciones en la mesa, de los mensajes subterráneos que intercambiaban sus padres sin hablar. 4 Entrar a tu cuarto es como verte desnuda. En la ventana que da a la calle están pegadas las placas que un médico le sacó a tu cerebro cuando dejaste de hablar por un mes y tu madre creía que tenías una enfermedad. No sabía que aquello era una decisión gestada durante mucho tiempo. Una forma de acercarte a un sentimiento imposible de comunicar. Antes de llevarte al médico te pusieron en frente a una curandera, que le dijo a tu madre que te callabas para hablar con un muerto. Muchos años después fue tu madre la que dejó de hablar, tal vez por la misma razón. Me acerco a las placas y me hacen pensar en un test de Rorschach. Me dan ganas de interpretarlas.


FICCIÓN

Aquella culpa generalizada de estar prometiendo siempre poder pagar. Su esposa había aceptado irse con él, pero en el 2000, cuando quedó embarazada por segunda vez, todo se complicó A vos, en cambio, te parecen un mapa térmico de superficie marítima. Querés nadar en esas aguas fluorescentes, pero te negás con una pitada de cigarro. Me hablás de tu madre, la recordás tejiendo, siempre, como si en aquellos años antes de morir, la mujer necesitara escuchar el sonido rítmico y constante de las agujas chocándose entre sí, para sostener aquel cuerpo enfermo. Una metáfora cardíaca que la mantenía con vida mientras todo en su casa se caía bajo el ejercicio del deterioro. La visitabas un par de veces a la semana y casi siempre se quedaban en silencio, tu madre tejiendo y vos fregando cada rincón del piso.

5 El padre de Guille trabajaba en una casa de repuestos cerca del barrio de los judíos y los domingos hacía feria vendiendo flores que su madre cultivaba en Punta Espinillo, donde se había criado.

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Era un tipo muy flaco que nunca te veía cuando le pasabas por al lado. Sus dos hijos heredaron el gesto serio del que todos inferían una profundidad medio hermética y hasta su esposa parecía haberse mimetizado con aquella seriedad. Cada tanto manejaban la posibilidad de viajar a España donde un conocido les podía hacer el aguante los primeros meses y ayudarlos consiguiendo un trabajo que les permitiera ahorrar y volver con algo de plata para empezar un negocio. En esa andaban muchos por esos años en que nadie sabía bien cuánto tiempo iba a poder seguir endeudándose. Aquella culpa generalizada de estar prometiendo siempre poder pagar. Su esposa había aceptado irse con él, pero en el 2000, cuando quedó embarazada por segunda vez, todo se complicó. El día que lo supieron el cielo estaba más estrellado que nunca y Guille se había ido a jugar al PlayStation nuevo del gordo Salvador, al que todos despreciaban por gordo careta y buchón, pero que tenía el primer PlayStation de todo el barrio. Esa noche, los padres de Guille decidieron quedarse en Montevideo hasta que Sofía naciera.


FICCIÓN

6 Vamos a hablar pila como siempre. Pero no olvidemos todo otra vez. A veces el pasado aparece concreto y el presente difuso y fragmentario. De ahí a tus diarios. Abrís la puerta del ropero como si estuvieses diseccionándote. Detalles por todos lados. El presente, una serie de listas, enumeraciones, inventarios, clasificaciones. 7 El 32 lo trajo el Peludo, que vivía en Cordón y transaba de todo. Era el novio de Taína, una compañera de liceo de Guille, con la que se escapaban juntos de la clase para fumar porro. Por lo general volvían a clase re locos o directamente no volvían, lo que le costó a Guille repetir segundo. La transa la hizo el Mono, cambió un 25 por el arma. Nadie entendió bien por qué le había dado el faso de todos a cambio de algo que, a fines prácticos, no pasaba de una chuchería; pero el Mono decía que la banda tenía que tener algo para defenderse, con ese tono que nadie sabía bien de dónde había sacado. “No tiene arreglo” decían unas viejas que se juntaban a tomar mate en la vereda del edificio mientras lo veían trepando a toda velocidad entre una columna de luz y la pared de un galpón para esconder un 25 en el techo, porque en el barrio había

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operativos policiales y al anochecer empezaban a aparecer milicos como mosquitos. Si tenías menos de treinta años, era cantado que te ponían contra la pared y de una patada te abrían las piernas para revisarte todo. Después te pedían la cédula y si no la tenías te llevaban a la comisaría donde si eras menor te dejaban hasta que te fuera a buscar un adulto. En esos casos los pendejos siempre terminaban pidiéndole a Mariana que fuera a buscarlos. Los que no habían caído le tocaban la puerta para pedirle que por favor fuera hasta la novena porque se habían llevado a tal o cual y si se enteraban los padres lo mataban. Mariana les decía “gurises, otra vez” y se golpeaba la cintura con la palma de la mano, pero en seguida se iba a hacer un mate y caminaba las diez o quince cuadras hasta la comisaría, acompañada de alguno de los pibes. Es que Mariana no era una de esas viejas que se juntaban a chusmear en la vereda, como las que le dijeron a la madre del Mono que lo habían visto aspirando nafta en una bolsa de leche hasta quedar como los que predicaban el apocalipsis en las películas yanquis.


FICCIÓN

Mariana se llevaba bien con todos; incluso iba a llevarle yerba a los pibes que estaban en el COMCAR, porque los había visto crecer, como ahora veía al Mono y a sus amigos, con un poco de resignación, pero entendiendo que las cosas no eran tan fáciles como hacer todo bien: ir al liceo, conseguirse un trabajo y listo. De la misma forma, los pibes del barrio la ayudaban. Obedecieron cuando ella pidió que no le vendieran más merca a Ruth, su hija, que ya había estado internada dos veces en una clínica de rehabilitación en Melilla, de esas que nadie podía pagar en aquella época. La segunda vez la encontraron con los brazos cortados en el baño, Mariana había tenido que pedirle a un vecino que le tirara la puerta abajo. La madre del Mono ya no sabía qué hacer; había pensado en encerrarlo con llave mientras ella no estaba, pero al final terminó pidiéndole a su ex esposo que hiciera algo, que se lo llevara a trabajar con él a la barraca. El viejo, que nunca antes se había aparecido por el barrio, estacionó el Fiat en la puerta de la casa ante los ojos del Mono, Guille y los demás que andábamos por ahí. Se bajó dando una mirada de reojo, tocó timbre y segundos después salió la madre del Mono que con una señal lo llamó.

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Empezaba a odiar todo aquello con un desenfreno llamativo y en esa furia con la que se adhería a todo lo que tenía prohibido arrastraba a todos los que estuvieran con él.

Recién ahí el viejo pareció reconocerlo aunque con cierta duda que se le notaba en la cara desde la vereda de enfrente. Lo que pasó en la casa del Mono ese día nadie lo supo bien, pero después de dos o tres horas el viejo salió y a partir de ese día, el Mono tenía que ir ocho horas a ayudarlo a cambio de nada. Todo eso en vez de ponerlo en “el carril”, como decían las viejas, había despertado algo oscuro en él. Empezaba a odiar todo aquello con un desenfreno llamativo y en esa furia con la que se adhería a todo lo que tenía prohibido arrastraba a todos los que estuvieran con él. Por eso convenció a todos de que aquella decisión de transar el 25 que habían conseguido, era lo mejor. Andaba de acá para allá con el fierro en la cintura. Iba a comprar cigarros al quiosco con aquello presionando en su pantalón.


FICCIÓN

De vez en cuando lo dejaba ver como para que todos recordaran que estaba ahí. Los niños de la cuadra, que jugaban “cordón” quince horas por día, paraban el juego con la pelota abajo del brazo para mirarlo pasar. 8 El afuera es un lugar extraño. Estamos borrachos, transitando ese juego de faroles y sombras que son las calles del barrio a esta hora. Prefiero volver a tu apartamento, ahí hay objetos nuevos que hablan de ti; y telarañas, ropa sucia, libros de psicoanálisis y novelas sobre suicidas; y polillas que se inmolan contra la lámpara vieja de tu abuela. Y vos, acostada boca arriba con el cenicero en el centro de tu vientre. Doblamos la esquina, dos viejas nos miran desde una torre, atravesamos el contenedor prendido fuego, el olor a plástico quemado, las bolsas negras despellejándose, rebelando su intimidad. 9

La mayoría de las veces las reuniones se hacían en la casa de Lucas. Era grande, tenía patio, dos pisos y su madre casi nunca estaba.

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Desde niño Lucas era el que tenía las mejores cosas, la mejor bicicleta, la mejor pelota de básquetbol, los mejores championes y desde hacía algo más de un año, era el que ponía la mayoría de la plata para bancar los fines de semana. Si bien cargaba con el karma de que su familia fuera una de las pocas del barrio a las que no les afectaba la crisis, había que reconocer que desde niño Lucas había compartido todo lo que tenía. Cuando le regalaban una pelota nueva, automáticamente pasaba a ser la pelota del barrio, cuando le regalaban un Nintendo, automáticamente pasaba a ser el Nintendo del barrio. Hasta hacía poco, Guille y el Mono pasaban los veranos en la casa que su familia tenía en Vichadero, pero como estaban las cosas su madre ya no ponía las manos en el fuego después de tantas cagadas. Porque la última vez que los había invitado, se habían ido al campo a buscar hongos y hasta el otro día no les vio el pelo. Además, Lucas se había hecho echar del Colegio Inglés. Usar ese uniforme lo hacía sentir una especie de testigo de Jehová o algo peor, un cheto del Colegio Inglés. Así que empezó por ir sin uniforme. En un par de años había pasado el récord de suspensiones en la historia del Colegio.


FICCIÓN

Algunas de ellas bastante pintorescas, porque Lucas era un pibe excéntrico desde niño. 10 Dependiendo del día, los ornamentos del techo de tu cuarto te hacen acordar a viejos encorvados, caminando en fila. Otras veces pensás en flores; una al lado de otra: geranios, malvones y esas hechas con el papel metálico de una caja de cigarros, como las hacía tu madre; deberían tener nombre propio. 11 A las tres de la mañana, el sereno del Club salía de su garita para analizar el estruendo que lo acababa de despertar. Un sonido seco. ¿Un tiro? ¿Una bomba brasilera?, dudó; seguido de un silencio inusual. Como si lo que fuera que se hubiera detonado en ese momento se hubiese llevado el abanico de sonidos sutiles que afectaban al barrio a esa hora. En la pequeña tele en blanco y negro sin volumen, una película de canal 4 en la que un hombre caminaba por un pasaje subterráneo con una mujer a cuestas. Cada tanto paraba para mirar hacia atrás. El sereno se levantó de la

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silla y forcejeó la puerta de la garita que otra vez se había trancado; después de tres o cuatro empujones se abrió y la humedad fría de la noche le roció la cara, el silencio seguía; el hombre sintió que aquel fenómeno era como un eclipse que enrareciera la luz por unos minutos, pero a nivel sonoro, así es como dice recordarlo hasta hoy, cuando le piden que cuente aquella noche. Como si la cotidianeidad a la que estaba acostumbrado se desgarrara en una inminencia sentida a nivel del cuerpo. Los minutos que demoró todo en volver a la realidad, fueron los mismos que el Mono y Lucas demoraron en entender que aquella sangre que se extendía siguiendo las líneas del parqué era la de Guille. Durante esos minutos el futuro se suspendía y todo lo pensable se convertía en memoria, recuerdos, porque todo proyecto de tiempo hacia el futuro era de una imposibilidad punzante.El hombre caminó algunos pasos explorando a través de esa capa espesa de silencio cósmico que atravesaba la cuadra, refregándose las manos contra el pantalón de jean para avivar el sentido del tacto y así sentir que por lo menos aún estaba ahí


FICCIÓN

12 Golpeas tres veces el filtro del cigarro contra la mesa y de un momento a otro, las ventanas se encienden, las luces de los patrulleros y el sonido abrumador del barrio volviendo con toda su furia. Solo ves los ojos de Guille apagándose como pantallas de celular. Tal vez a tu madre desconsolada dejando caer el teléfono, o a tu padre inmóvil en la vereda. Nunca te hablaron de eso pero lo tenés debajo de la lengua desde siempre. Tenías apenas un año. Imaginas la escena, algo tan poco real como la propia memoria; ni siquiera tuviste la posibilidad de inventarte un recuerdo vos misma. Apenas una sensación con la que creciste, de que ahí faltaba algo, en cada momento importante de tu vida se abría una grieta ciega, algo que impedía toda comunicación. Un año descubriste que aquella foto en la pared era tu hermano, digo año porque aquello no fue un hecho que se diera de un momento para el otro, fue un proceso de empatía involuntario, pero silencioso que fue tomándote por partes. Después se afirmó en tu forma de hablar, en tus gestos, en la imagen que tenías de tus padres. Tu mirada de niña se perdió al identificar aquellos ojos que miraban fijo con los tuyos.

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FICCIÓN

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TALLER PARA PICHICIEGOS LUIS ALIAGA

1 Atendidos por sus propios dueños, el taller literario parece una manera más o menos decente de ganarse la vida. A condición, claro, de evitar el engaño, la letra chica. ¿Qué supone que un connotado escritor promocione su taller enumerando los talleristas que alguna vez pasaron por ahí y que ahora ya publicaron un libro o se ganaron un premio o fueron seleccionados para alguna antología generacional? ¿No hay acaso implícita una promesa? “Ven, acá te convertiremos en escritor”. O peor aún: “Ven, acá te enseñaremos a escribir”. Es raro que alguien esté dispuesto a pagar por eso, pero dada su posición de clientes, habría que alertarlos de la posibilidad de la pérdida de tiempo y de dinero, como mínima política de protección y defensa de sus derechos. Advertirles de la promesa que no se va a cumplir, simplemente porque no se puede cumplir. El poeta costarricense -y también director de talleres- Luis Chaves los define así: “Una actividad inútil en las que unos pretenden aprender lo que nadie les puede enseñar”.


FICCIÓN

2 Dirigí el primero en 2004, al amparo de la Corporación Cultural Balmaceda 1215, en las salas amplias y frías de la Estación Mapocho. Me había convertido recientemente en padre y las cuentas no me cuadraban por ningún lado, así es que acepté coordinar aquel taller para jóvenes menores de 25 años, financiado entre la Municipalidad de Santiago y la fundación Mustakis. Mi primera sorpresa fue ver los pasillos largos del cuarto piso llenos de jóvenes que esperaban su turno para una audición que debía seleccionar solo a veinte de ellos. Sentados en posición de loto sobre las baldosas, apoyados con la espalda en el muro descascarado, los rostros abstraídos, mirando por el ventanal hacia la explanada de la estación, encorvados leyendo un libro, escuchando música con los audífonos puestos. ¿Qué buscaban? ¿Querían ser escritores? ¿Querían aprender a escribir? Me sentí intimidado, arrepentido, la escena me recordó esas películas de superación donde un grupo de jóvenes llenos de expectativas se presentan una y otra vez a interminables audiciones para acceder a un papel en Broadway.

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Solo que acá, de ser seleccionados, no habría carteles luminosos, ni teatros repletos, ni sería el primer paso para una carrera en Hollywood. 3 Antes de partir, me pareció justo exponer a los seleccionados mi total incertidumbre respecto al oficio de escribir, mis pocos recursos para combatir en eso que Bourdieu llama el campo literario, mis miedos también, mis fracasos. También la necesidad de pagar las cuentas, de comprar pañales. 4

Era un taller intensivo. Dos sesiones a la semana, martes y jueves, de tres horas cada una. La dinámica me era ajena y tuve que adquirir a la fuerza cierto músculo del que desconocía su existencia. Pero sabía lo que no podía ofrecer y sospechaba que mi rol sería más bien modesto. Me limité entonces a coordinar las lecturas de los participantes e inventé, sobre la marcha, una serie de ejercicios que, más que un sentido pedagógico, tenían una intención lúdica.


FICCIÓN

La idea de ejercicio, sin embargo, de un movimiento voluntario que se repite y fortalece la musculatura (sobre todo de los músculos respiratorios), fue poco a poco tomando la forma. 5 A esas alturas ya intuía, creo, que es más fácil convertir a alguien en escritor que enseñarle a escribir. Lo primero remite a lo institucional, a un juego más o menos evidente de posiciones; lo segundo, a lo propiamente literario, ese espacio plagado de incertezas y siempre en los bordes del tiempo, como bisagra de lo que ya fue y de lo que está por llegar; lejano, sobre todo, de la idea pueril de “escribir bien”, escribir correctamente. 6 Habría que partir entonces con una advertencia: acá, si aprende algo, será a lidiar con la incertidumbre y la frustración. Nada muy alentador, nada que propicie el engaño. La incertidumbre de lo que no existe, pero quiere existir, y la frustración de lo incompleto, lo que aparece y no está nunca a la altura de lo que pudo ser. Lidiar, aprender a convivir con ello hasta disfrutarlo.

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Lo peor no es tanto la voluntad de conseguir clientes, sino la de conseguir discípulos. ¿Cómo se prepara a alguien para eso? Entregándole un paracaídas. Y empujándolo. En el vacío, cayendo, no tendrá más remedio que manotear entre el equipaje hasta encontrar la argolla de dónde tirar. 7 Lo peor no es tanto la voluntad de conseguir clientes, sino la de conseguir discípulos. La idea de “hacer escuela” está en el aire, al estilo de las viejas academias filosóficas. Una o varias ideas que enseñar, un jardín y un templo que se puede reemplazar por una sala pulcra o por el living de la casa, oportunamente plagado de libros. O la variante actual de la cámara enfocada hacia algún fondo evocador. En eso se fijarán los discípulos, corazones fervorosos que se preparan para partir luego a difundir la buena nueva. Para que no existan discípulos, hay que matar al maestro. El maestro o la maestra.


FICCIÓN

Alguien con convicciones demasiado fuertes, seguro de lo que se debe enseñar y cómo. “Abjuren del maestro sagrado antes del tercer canto del gallo”, dice el sexto mandamiento onettiano. (Onetti es el maestro perfecto, cualquier lector serio reconoce rápido la imposibilidad de seguirlo). El director-tótem suele inhibir la modulación de la voz propia, no está en disposición de escuchar balbuceos, de aprender de esos intentos que se renuevan con cada integrante del taller. ¿Pero qué es eso de la voz propia? 8 Se aprende también por negación. Yo aprendí mucho de Antonio Skármeta, el tótem de los 90, cuyo taller en el Instituto Goethe era un salvoconducto para legitimarse y posicionarse en la parcelita de ediciones, premios y becas de aquellos años. Una falsa seguridad para “los elegidos”, la ilusión de ocupar, algún día, su lugar. “El implacable López-Aliaga”, me concedía él la palabra durante las sesiones, con un tonito que establecía, sonriente, el lugar que me había reservado en el banquete.

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Tenía también sus favoritos, sus apuestas de futuro, sus cómplices, y distribuía los títulos desde las alturas, con el peso ceremonial de la figura pública que salía en la tele y se reunía con políticos de la concertación, movía recursos y vendía muchos libros, daba conferencias en universidades alemanas y Michael Radford estaba haciendo la película de una de sus novelas. Todo eso explicaba quizás su actitud displicente, como que estaba y no estaba en las sesiones, una suerte de holograma luminoso que se proyectaba sobre la cabecera de la mesa. 9 Después de ese taller en Balmaceda 1215 seguí con otros, en distintos formatos, para distinto tipo de participantes y bajo el alero de diversas instituciones. Ya no lo hacía solo por los pañales. En la práctica fui descubriendo una intensidad, una mística incluso, que me vinculaba con lo esencial de una actividad que a veces me parecía mera administración de estrategias de posicionamiento.


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FICCIÓN

El largo y meticuloso camino de la corrección no refiere a la aplicación en el texto de una serie de trucos que lo vuelva eficaz al oído de su época. La luz estaba en el primer mandamiento del decálogo (más uno) de Hebe Uhart: “No hay escritor, hay personas que escriben”. Algo terminó asentándose así, como método y como sentido. Procuraba, eso sí, períodos más o menos extensos de descanso: hay cierto instinto antropófago del que conviene precaverse; al final de un taller siempre hay contusos, algunos corazones rotos, heridos de diversa consideración. 10 Tarde o temprano se cae en el tema del talento. Como una duda que lacera el alma de los talleristas, a la espera del gesto binario del dedito para arriba o el dedito para abajo. Carver decía, sin embargo, que nunca conoció un escritor que no tuviera talento; porque el talento no importa, hasta suele ser un problema, lo verdaderamente significativo es una manera particular de ver el mundo. Y esa particularidad es una forma. Una forma de decirlo.

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Para Tabarovsky es encontrar una cierta sintaxis, una respiración. La batalla se orienta así a saber dónde cortar un párrafo, por qué una coma y no un punto aparte, en qué orden adjetivar y por qué, cuál es el ritmo que otorga el punto seguido y qué nos jugamos con su proliferación. Lo primero es entonces tomar conciencia sobre los recursos con los que se combate y los efectos que producen en el texto. ¿Y dónde se puede hablar de estas problemáticas espurias, inútiles frente a la dictadura del tema? 11 Se trata entonces de corregir. Pero la corrección no es lo que conduce a lo correcto, lo que enmienda los errores o deficiencias. El largo y meticuloso camino de la corrección no refiere a la aplicación en el texto de una serie de trucos que lo vuelva eficaz al oído de su época. Más cerca de Ignacio de Loyola que de un manual de estilo, la corrección es un tipo de ejercicio que apunta más bien al reconocimiento textual de lo que somos, eso que Levrero llama la personalidad.


FICCIÓN

Un camino de dos direcciones: desde lo interior a lo exterior, en ese orden, ida y vuelta. Un ejercicio (espiritual) que en su persistencia va advirtiendo el ritmo propio de nuestra respiración. No hay que descartar, por cierto, la meditación, la contemplación, ni la oración. Tampoco las drogas. Todos los medios son válidos para encontrar la frase. 12 La leyenda dice que Fogwill escribió Los Pichiciegos en tres días, con cerros de coca a su disposición, mientras la guerra de las Malvinas estaba en pleno desarrollo y su madre veía las noticias en el piso de abajo. El santiagueño cuenta en la novela que los pichiciegos son un mamífero con caparazón dura, que hace cuevas en la tierra, que se mueve de noche. Otros le llaman mulita o peludo o armadillo. Los desertores son como esos animalitos, reunidos en una madriguera húmeda donde siempre está oscuro. Surge entonces, en la incertidumbre de la caída, un destello inesperado que expone y desarticula el lugar común que habla de la soledad del escritor y de la escritura como una condena que nos aparta de los demás.

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No estamos solos, ya topamos fondo, juntos, y ese calorcito gregario puede ser suficiente para justificar la permanencia en un taller. Ya no hay engaño, más bajo no se puede caer. Porque la escritura, en su dimensión más honda y perturbadora, sigue sin encontrar una fórmula posible de transmitir. Por suerte. 14 Surge entonces, en la incertidumbre de la caída, un destello inesperado que expone y desarticula el lugar común que habla de la soledad del escritor y de la escritura como una condena que nos aparta de los demás. No estamos solos, ya topamos fondo, juntos, y ese calorcito gregario puede ser suficiente para justificar la permanencia en un taller. Ya no hay engaño, más bajo no se puede caer. Porque la escritura, en su dimensión más honda y perturbadora, sigue sin encontrar una fórmula posible de transmitir. Por suerte. 15 Me gusta pensar el rol de quien dirige un taller en la modesta dimensión de hacer ver en el texto “otras posibilidades”, ofrecérselas solidariamente a su autor.


FICCIÓN

Así lo cuenta Silvia Molloy, cuando Silvina Ocampo le cuestionó el título de uno de sus libros: “Había logrado desinflar tanto mi ego con mis pretensiones literarias, no para ponerme en mi lugar –las maniobras autoritarias eran del todo ajenas a Silvina- sino para hacerme ver otras posibilidades, nada más”. 15 La horizontalidad así no es farsa ni demagogia populista, sino la confirmación de que nos encontramos –el que dirige el taller y los talleristasmetidos en un mismo fango. La imagen funciona no referida al barro místico de la creación, sino como suciedad, como manchas que se pegan a la ropa, a la cara, a las manos, como consecuencia y prueba de un trabajo compartido. De ahí la otra figura posible, la de la trinchera. Ese espacio de resistencia, un hoyo en la tierra donde se produce la máxima cercanía entre lxs compañerxs de armas, como aquel refugio de los Pichiciegos, donde se confabula una mentira que nos permite salvar la vida.

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POESÍA

LUMINARIAS GASTÓN CARRASCO

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POESÍA

CONFESIONARIO

Revisar la vida, sus hojas de contacto marcar con rojo las faltas. ¿En qué momento hay que mover la vista, cerrar los ojos, bajar los brazos? La sabiduría es un animal herido que se aparta en el momento justo de su manada. La culpa es un ojo que persigue, flecha en el costado, cámara averiada colgando del cuello. Es hora de verlo todo por primera vez con la naturalidad de dos ancianos que se besan o de niños correteando palomas. Fotografías que cuelgan y estilan el recuerdo una mujer que aparece persistente el ritmo de su respiración guía tus pasos. Escuchar su voz afuera del cuarto volver a ella como bote que emerge de la bruma.

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POESÍA

ARCHIVO NACIONAL

Colgados como jazmines calateas o trompetas chinas los chalecos salvavidas de refugiados de guerra dispuestos por Ai Weiwei en el Archivo Nacional. Parecían boyas en la noche reflectaban a las pocas luminarias aún en pie. Estamos cansados, hundidos mi cabeza hinchada, como escafandra intentando respirar en medio de la bruma lacrimógena.

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POESÍA

00:00

El refrigerador está vacío. Una luz pálida ilumina mi rostro. Miro de reojo una manzana a medio morder oscurecida en la mesa. La habitación iluminada por esa luz artificial como un relámpago que fractura la noche. El relámpago es la firma de dios.

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POESÍA

SUEÑO EN NÁCAR

Siluetas formadas por la luz del sol torsos semidesnudos aves con peces retorciéndose en sus picos un perro durmiendo en tregua con la muerte jóvenes que beben y se les cae un hilillo violáceo de sus comisuras a lo lejos, tijeras que nadan: brazos que cortan el mar. Los párpados de un lector cansado abanican el sueño sus ojos —bolas de nácar— desaparecen de este mundo el libro quedará marcado en su pecho como la impresión de la hoja en piedra.

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POESÍA

UN NIÑO ESPÍA POR LA CERRADURA

Ley inquebrantable: lo que no se usa se atrofia o desaparece. Los colores se cansaron de pintarle el mundo. El niño recorre la casa con la certeza del hombre hacia el laberinto del monstruo. Se mueve tanteando paredes y rincones. La herida es el lugar por donde entra la luz como se diría de Cristo o de una pintura barroca. Mueve los brazos como ramas en una habitación oscura. Ojos vendados, juega a las escondidas con un niño imaginario o el abuelo ciego que reconoce al nieto por el tacto.

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FICCIÓN

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ZEBENZUI JOSESKO

Sábado de noche

Cada tanto me piro, no tanto de Madrid como de mí, que soy uno y todos mis yos a la vez, como todo hijo de vecino. Caso típico del que apuesta por que todo viaje exterior es a la vez interior y espera toparse en ruta con un espejo idealizado en el que mirarse, pero que finalmente acaba viendo nada, o peor: la nada. Como si la nada no fuera siempre todo. Y necesitemos desmentirla a cada paso. Para quien no está dispuesto a asumir esta realidad, que es una putada universal, existen puertas de salida. Que a poco que se abren acaban siendo las de entrada. ¿Adónde? A la nada.

Pero en fin, aquí me tengo, ahora; mi dosis de futura anécdota puntualmente recargable, cepillándome cervezas de marca Dorada y salivando con calamares rebozados en un bar típicamente rancio en Punta Hidalgo, en el medio de la Tenerife profunda, periferia de la periferia de un centro que resulta distante y pijo; rodeado de sesentones enteramente derrotados y por eso libres, entre dos tragaperras desbocadas, celosía blanca de madera enmarcando la barra, máquina de tabaco futurista al costado, trofeos plateados de alguna gesta doméstica en las baldas de arriba, MTV en la TV cubierta de encajes, y Dua Lipa dale que dale. A todo puto desastrado volumen.


FICCIÓN

Zebenzui se llama el bar. Figura en Trip Advisor, con fotos y opiniones. Pero no pienso hacerme caso y salir ya voy pedo-, y no pienso no perderme en este protocolo de pueblo curado en sal y mariscos; y no pienso no ofrendarme como se debe, hundido en cerveza barata, para evitar, así, celebrar lo mucho que significa no deberme. Momentos de un enorme hoy. Intrascendencia de la nada. Una nada fantástica. Un chino ganó está mañana 250€ en monedas en la máquina tragaperras de este bar. Doscientos cincuenta en monedas de uno, de una. Metálica y prolongada cascada. Lucky Brothers se llama la máquina. Fui testigo. Sándwich mixto y café negro de por medio: yo lo envidiada. Querer ser él sin dejar de ser yo, ingrata faena. Ser un chino portuario, sin anclaje conocido, ludópata serial, desarraigado y sucio de mirada, chapado en opio y nicotina. Me brotó, seguidamente, una erección justificada. Pero no era el chino yo, claro, y pagué y me piré por la callejuelas marinas del pueblo amable, empachado de universos virtuales. Todo lo demás olía a océano, perras y papayas. Reales.

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Tan todo uno en la nada celebrada: fantasear lo que no soy para así visitarme en cualquier parte. Lunes de mañana

El poema más tierno del mundo lleva premisas intercambiables. Como los yos anteriores, solo que van perfumadas. Es de Robert Creeley. Júzguenlo ustedes: Oh Mabel, nunca volveremos a caminar de nuevo las calles que caminamos en 1884, amor mío, amor mío. Vas y cambias el nombre de la prota, tan a gusto, por el de tu amado/a. Lo mismo con la ciudad que no menta o con la calle que no cita. Puedes apostar por la fecha que te plazca. La esencia del poema se mantiene intacta. Pero la identificación se vuelve personal y tuya; tuya la entrega, y tuya la responsabilidad de saberte inserto, ya sin retorno, en ese bucle hipnótico.


FICCIÓN

Tuyo también el coraje de encajar el hachazo de melancolía decapitante, si vale la expresión. Que la vale. Seguidamente, te conduces a un rincón (de tu cama o de tu alma) y lloras, con denuedo lloras. Tan preñado de presente está el poema en su cheque en blanco de tiempo, y, sobre todo, tan canjeable en términos futuros que su apuesta resulta eterna. Ya nada le puede. La nada no le existe. El universo perdido y cruzado de a dos nos ‒dice Creeley‒; reverso inmenso del universo encontrado. Otra erección en camino. Y no seré esta vez yo, serán mis otros.

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DON ERIK

MAXIMILIANO MAGNANO

VICENTE CAMUS


FICCIÓN

Don Erik sufrió un grave accidente automovilístico que lo dejó una semana en coma, jamás vivió en otro lugar que Santiago, pero cuando despertó solo era capaz de hablar italiano. En ningún caso se podría decir que tenía segunda lengua, pero su hermana insiste en que durante su infancia su madre escuchaba a los italianos en la radio de la cocina. Se trataba del síndrome del acento extranjero, una condición muy rara que se produce por una lesión cerebral. Su caso es interesante porque es un ejemplo de cómo las experiencias traumáticas provocan modificaciones en las conductas sociales e internas de los afectados. Un antes y un después. A don Erik lo conozco, tuvo que aprender español de nuevo, nunca anheló nada más que viajar, ser piloto de aviones, salir de Renca y conocer una playa famosa. Lo sacaron de terapia y en unos meses ya tenía puesta la botillería en la esquina. No estudió y no trabajó en nada antes ni después. Según Don Erik, el dolor es necesario para despertar en un lugar como este.

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Es importante tener accidentes porque son una bomba de conexiones cerebrales en un sector relacionado a la supervivencia o algo así. Apoyado en la reja que me separa del interior de la botillería dice que de algún modo el accidente le reveló que sobrevivir así es charcha y que la gente es como las weas, pero es chistoso que a la vez sea el único lugar para comernos a besos y dejar la puerta abierta a una última buena idea. Que el amor no tiene que ver con otra cosa más que aguantar, sin embargo, una sociedad que evita las lesiones, el dolor y el miedo, evita con ellas las activaciones energéticas que solo las experiencias límites son capaces de estimular. Encanar, tocar fondo, el desamor, la fé ciega. Por inaceptable que sea, toda crianza es un fracaso y todo proyecto una decepción, lo lindo ocurre cuando te permites engañar un poco, pero nosotros nos fuimos en volá. Estamos demasiado anestesiados y cuando un lugar no es bueno, ni malo, no es fácil clavar un puñal, no es fácil cobrarle a quien te ha herido, por eso la gente valida la cárcel. Lástima más grande sería si nadie sana ni duele lo suficiente como para reconocer nuestra violencia.


PROHIBICIONES

MAXIMILIANO MAGNANO

VERÓNICA ECHEVERRÍA


FICCIÓN

Prohibiciones

Hablar con extraños, mentir, comer con la boca llena, sentarme con las piernas abiertas. Robar, matar, deshonrar a mi padre y a mi madre. Los viajes largos, los dedos en la boca, las uñas en la boca, la cama, la siesta, las leyes, la religión, los altos cargos eclesiásticos, las series largas, la televisión, los juegos de mesa; los juegos en general. La desmesura, la profecía, la pobreza, lo incierto, la vida al aire libre, los ejercicios físicos, las carreras de caballos. La confabulación y los trabajos aislados. La velocidad, las apuestas, los fanáticos políticos y toda clase de fanáticos. Los estudios superiores y la dependencia. Modo imperativo

I. Que cierre la puerta o la abra ya no tiene importancia. Aunque yo preferiría que quedara abierta para escucharlas decir que han salido con sus tías a tomar helado. No me la cierren. Mejor dejenla abierta. Un poquito nomás. Así, justo así: Dibujo: (como una V). II. Para convencer a X que me traiga el café a la cama primero me despierto de un salto.

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Me sacudo muevo hasta que me doy cuenta que lo he despertado. Le pregunto cosas triviales pero no lo suficiente como para que la respuesta sea breve. Preguntas sin respuestas, no porque no las tengan sino porque la respuesta, sin importar el caso, me molestaría lo suficiente como para iniciar una discusión ciega. Como siempre exijo una respuesta, X se levanta a calentar el agua. Falsos cumplidos

Lo que me gusta del chistesito es la forma en que levanta la voz después de pronunciar la palabra hermoso y la forma en cómo se asoman sus paletas al mostrarle algún texto o artículo en el diario que me ha causado risa. Es como una voz juvenil, en realidad adolescente que expresa cumplidos; cosas que hacen bien para el autoestima. Una vez alguien me contó que la mejor forma de minimizar a un posible enemigo era diciéndole toda clase de halagos; casi como si fuese imposible contenerse. Él sabía los efectos que todo eso producía, y además cuando lo hacía, lo hacía levantando la voz después de pronunciar cada palabra.


FICCIÓN

Por tu nombre

Me gusta pronunciar su nombre completo cuando discutimos. Cuando peleamos en serio y yo tengo argumentos de sobra. Para dirigirse a alguien por el nombre y apellido la persona debe importarnos lo suficiente. El acto, totalmente injustificado a mi parecer cuando no hay lugar para las confusiones o alcances de nombre, le da un matiz absurdo y ceremonioso a la escena. En todo esto pareciera existir algo sumamente personal e íntimo; dado quizás por la forma en cómo la molestia se acentúa y porque al hacerlo, inmediatamente queda expuesta nuestra histeria. En mi caso es un recurso teatral, histérico y totalmente absurdo que me permite reclamar la atención del otro cuando se han perdido ya los turnos de habla; y para reclamar algo más que no he podido identificar del todo. Quizás esto se deba al efecto que produce pronunciar el apellido del padre; decir el nombre completo sería una exageración, además que perdería su efecto. Imagino la escena en los países anglosajones donde la mujer toma el apellido de su marido al casarse.

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Un acto hermosamente posesivo si se pronuncia como suena en mi cabeza. Me interesan todos los efectos que esto provoca a la hora de los enfrentamientos, pero sobre todo, la extrema complicidad que sugiere llamar a alguien por su nombre y apellido.



ARTE

ESTALLAR TEXTOS DE ASMARA MIRANDA Y DANIEL AGUAYO

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ARTE

I. VIGOR Javier Mansilla II. PULSIÓN Trinidad Lopetegui Sofía Oportot Ce Pams Nicolás Astorga III. REGENERACIÓN Delight Lab Alexander Azucar Max Pazols Colectivo ultimaesperanza

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ARTE

En un momento de crisis global y territorial tan álgido como este, resulta de perogrullo imaginar un vuelco de la creatividad hacia las nuevas perspectivas que han abierto los temas en debate. El Arte, en su cualidad de ser la herramienta más libre del ser humano, se sitúa hoy en su posición histórica más favorable al elaborar registros del pensamiento, que en sus asociaciones y diálogos es capaz de levantar información que se conecta con el espíritu de la sociedad en ebullición, constituyéndose como la gran amenaza que incomoda al poder. Sería interesante suponer que la cultura es el enemigo poderoso e implacable a quien el presidente Sebastián Piñera le declaró la guerra en su primer discurso tras el estallido de octubre del 2019, porque justamente estas dos características son parte de lo que moviliza la creación de expresiones que ponen en tela de juicio el status quo y generan una pertenencia colectiva de mensajes transversales.

Hemos visto cómo el diseño gráfico y la poesía de gritos y lemas de lucha han dado pulso a las protestas, la proliferación del arte urbano ha validado el mensaje de la contracultura y el aislamiento social en combinación con los medios digitales ha provocado un despertar de talentos con postura crítica frente a un sistema en mal funcionamiento. Esto se ha condensado en una fructífera producción artística, editorial, musical y medial, que apunta todo su desarrollo a los nuevos cuestionamientos que se desprenden de la obsolescencia de la cultura del acaparamiento, tanto por su incongruencia con el habitar colectivo como por lo insostenible de su práctica. Estamos resignificando los límites que han determinado a la sociedad de los últimos años, en la intimidad de nuestro espacio privado y su extrapolación hacia lo público, construyendo un discurso desde la interseccionalidad de flancos que dejaron de ser tabú y se dibujan como los nuevos caminos hacia la equidad y la integración.

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ARTE

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Esta muestra tiene por objetivo presentar una radiografía poética de la situación actual del territorio que conocemos como Chile, que desde el relieve glaciar hasta el desierto inhóspito y en medio de una revolución social contenida por una pandemia, es un particular ejemplo de las carencias de un modelo económico que auguraba prosperidad y esperanza para occidente, pero que en su implantación ha determinado una cruel estructura social corrompida por décadas de injusticias que hoy se plantean en la discusión cívica con un proceso democrático en curso, bajo la latente desconfianza en la clase política y la inconsciencia de una población que se ha impregnado de las consecuencias de la dictadura.

NICOLÁS ASTORGA Im still hard 4 u

Intervenciones sobre la obra de un artista militar; proyecciones lumínicas sobre la ciudad y la naturaleza; registros de herramientas de uso cotidiano; imaginarios espirituales y simbólicos; citas autobiográficas sobre el cuerpo y la expresión sexual, son algunas de las asociaciones que se presentan bajo el lente común de la poesía visual, planteada como código para construir un relato transversal que se revela como discurso crítico entre quienes habitamos desde dentro y fuera el proceso social. Estas relaciones se presentan en esta exposición como propuesta de articulación entre argumentos que cada artista ha desarrollado desde su propia investigación, a través de lenguajes diversos, pero que confluyen en la construcción poética de formas para recrear un panorama sensible de cuestionamiento y evolución.


ARTE

JAVIER MANSILLA Óxido en polvo Serie de frottages de rallador ilko, 2020

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ME OLVIDASTE TODO BIEN Sin Título Poemas de amor sobre lienzo pintado, 2020


ARTE

BXBXVXNGX Sin Título Intervención sobre obra de un ex militar, 2019

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TRINIDAD LOPETEGUI Simulacro: Lolita Video y Sonido, 2015

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SOFIA OPORTOT El anticristo también será hembra Tres cajas de la mujer de Vitruvio, Video performance / 2020

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CE PAMS No + Performance sonora, 2019

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ARTE

DELIGHT LAB Trilogía Hambre Proyección Lumínica, 2020

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NICOLร S ASTORGA Im still hard 4 u Neรณn sobre madera, 2019

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ALEXANDER AZUKAR Look at me 24 Neรณn sobre madera, 2019

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MAX PAZOLS ¿Quién apagó la luz? Anillo de bomba lacrimógena reciclada, 2020

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COLECTIVO ULTIMAESPERANZA Hidropoética Proyección lumínica sobre glaciar



ARTE

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TRANSMISIONES EN DIRECTO COLAPSADAS POR LUZ ARTIFICIAL DIEGO MAUREIRA

El significado de las imágenes es mágico Vilém Flusser

Natalia Babarovic representa una vertiente del arte de los años 90 en Chile que retoma la tradición de la pintura occidental. Sus temas, arquetipos y citas enfilan en una escuela invisible, transhistórica, que da la espalda al mundo para proyectarlo como una imagen-sombra borrosa de sí mismo. Para artistas como Adolfo Couve, no era difícil definir y asumir este modo de entender el arte como una postura, sin dar mayor importancia a cuestiones de orden geográfico o histórico; después de todo Couve era un pintor/escritor perdido en los desfiladeros de un continente subalterno, hablando sobre obras fundamentales vinculadas a la historia del arte escrita en Europa.

Couve se refería a los realistas como una cofradía. Como sabemos, realismos han existido de todo tipo y orientación (definir lo real arrastra invariablemente a cuestiones de orden filosófico). Sin embargo, Couve no puso restricciones epocales a los distintos representantes de su cofradía personal. Cabe mencionar que su visión del realismo estaba más ligada a una técnica que un estilo o corriente, centrada en los elementos que articulan un diálogo o disputa entre forma y contenido, al interior y en paralelo al soporte de la obra (de ahí su predilección por la escritura por sobre la pintura; la primera le permitía dibujar de forma directa —los límites del trazo descansaban en los límites de la propia gramática—).


Natalia Babarovic De la exposiciรณn Papeles y cartones



ARTE

Sin duda la pintura de Natalia Babarovic ha contribuido al enriquecimiento de los imaginarios pictóricos y referenciales que el melancólico artista del litoral esbozó en sus clases y escritos (al final de sus días, Couve no disimulaba las paradojas y contradicciones que le suscitaban teóricamente los alcances de la fotografía, el cine y la televisión). La obra de Natalia Babarovic, por su parte, se inscribe justo en el ocaso de la dictadura en Chile, en un contexto mundial completamente distinto. Para entonces, muchos procesos y discursos en torno al arte contemporáneo encontraban nuevos paradigmas, y su pintura en este escenario no se ubicó a contrapelo de los dobleces formales e institucionales del arte de fin de siglo; así como tampoco respecto a los traumas discursivos del medio y el mensaje en la época de las imágenes técnicas: Natalia Babarovic pinta a Claes Oldenburg realizando un happening en 1965 dentro de una piscina en Nueva York. El referente: por supuesto, la reproducción de una fotografía análoga. La pintura de Natalia Babarovic domina la mirada. La artista integra el soporte, sus cualidades materiales, sus imperfecciones, dentro del acto enunciativo —el retorno de imágenes cargadas de tiempo, de ruido, de ausencia, que vienen a nuestro encuentro como un testimonio mudo de un pasado expectante, entre real e imaginario—.

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Su obra despliega un arco semántico que se extiende desde el origen remoto de un referente fotográfico (un retrato de Charles Baudelaire, un autorretrato de Bosko Babarovic, la vista de un laboratorio de neurociencia de la Universidad de Chile, etc.) hasta las definiciones e inexactitudes del trazo, hasta el juego alucinante, injustificado, que se da al interior del color como acto puramente creativo. En su obra nos encontramos frente a un ejercicio persistente de desclasificación: encuentros, actualizaciones, recuerdos dislocados, que forman parte de las experiencias individuales de la artista y que ella conjura en forma de dispositivo o de trabajo. La actual exposición Papeles y cartones en galería D21 da cuenta de este modo de operar. En la muestra se vislumbran algunas de las líneas retóricas que ha tocado Babarovic a lo largo de su trayectoria. Retratos televisados o fotográficos, piezas artesanales milenarias, escenas de piscinas desoladas o pasillos en penumbras que anuncian un trágico acontecimiento. Todas las piezas exhibidas fueron producidas durante los últimos cuatro años, compartiendo el cartón corriente como soporte pictórico común. Por supuesto, este material conlleva sus propios alcances simbólicos —ligados a un uso más bien utilitario—.


ARTE

Es a este nivel donde se establece un cruce calibrado por el modo en que irrumpe el repertorio visual de la artista (en este caso, alusiones a PJ Harvey, Johnny Greenwood, Thom Yorke, entre otros) y la manera en que imprime y selecciona recortes que se encuentran al borde de lo desechable. La aceleración intensificada del universo de imágenes de lo real y el perfeccionamiento creciente de la inteligencia artificial en la administración y uso de los elementos visuales producidos a diario nos ubica hoy en un escenario radicalmente opuesto al de un humanismo capaz de integrar los confines conceptuales del mundo. En el orden estético, el pensamiento automatizado es el único capaz de abarcar y cohesionar una realidad en estado expansivo, basada en el empirismo hegemónico de la tecnología. El peso de una imagen, que es siempre latente o performática en términos fenomenológicos, se reduce a la potencia de su referente —en un tiempo marcado irónicamente por la total plasticidad de las estructuras visuales digitales—. Iniciada la segunda década del siglo XXI, terribles calamidades pueden sorprender nuestro entorno hasta hundirlo y sepultarlo por completo, no obstante, la distópica perspectiva de un mundo en ruinas es camino recorrido en la obra de Natalia Babarovic.

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Encuadres borroneados y a medio pintar, visiones nacidas de ojos contemplativos al borde de la disautonomía, transmisiones en directo colapsadas por luz artificial, el lente de Babarovic es la retina de una pintura que naufraga en el hemisferio sur de América. Una pintura literaria, que desgrana historias, como libros conformados por pequeños relatos, que no aspiran a la insania burda de un protagonismo deportivo o demagógico. Que solo aguardan para comentar las cosas cautivantes que podemos mirar a pesar de todo.


POESÍA

MAXIMILIANO MAGNANO

ESTUDIOS DE SUELO

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FELIPE ASTUDILLO



POESÍA

Máquina 3

Los padres deciden por su bien el uso de la mentonera con cintas de género para cubrir la nuca y soportar la presión de los tirantes ligas elásticos de billetes enganchados desde la sien y tras la oreja hacia la mentonera: el cuero sobre el mentón que da nombre a la armadura solución nocturna al prognatismo amanecer despellejado de tirantes y corsé craneal dibujado en la almohada trama que se desarrolla en el pasillo y la puerta cerrada no impide saber de la risa que se cuela ni del pino de estación del aprendizaje del oficio sobre hombres que fabrican mentoneras de hombres que construyen por la tarde para abrir en la mañana: su pequeño comercio de mentoneras exhibe una marca de la escuadra en la mandíbula despierta la mordida invertida

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POESÍA

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Máquina 4

¿Adónde fue el detector de tormentas y rayos Thunderbolt? operador excelso en la detección de actividad atmosférica 120 kilómetros a la redonda/ cielo o entretecho poblado de vampiros se oye como alerta temprana de actividad y tiempo de desplazamiento/ el viento es una vaca ahogada ¿Adónde fue la carcasa amarilla del Thunderbolt? sus brazos acoplables apuntando los últimos atardeceres de 1985 la máquina prodigio de 900 amperes/ vendida en anuncios halógenos/ grises/ mudos y por televisión en la madrugada su esqueleto de sal en la madrugada instrucciones sobre su uso al aire libre/ la predilección por la eureka el funcionamiento la imposibilidad de convivir con electrodomésticos y el impulso de la máquina por buscar a Dios en el desierto instrucciones de cableado/circuitos del generador necesario para su uso al aire libre la tierra es una resistencia ¿Adónde fue el detector de tormentas y rayos Thunderbolt en este lugar donde la tempestad es doméstica? ¿Adónde fue dirigiendo sus antenas hacia el campo espiral de la galaxia?


POESÍA

Máquina 5

Transmisión de nuevas formas de tomar leche en medio de una nueva geografía que parece atada a un tronco suficientemente nuevo que a lo lejos como vara se multiplica con un soplo y a su nueva geografía de gránulos si se ordeña con la técnica apropiada: los empalmes/ inserción de la ubre en el tubo se crea un lazo en la succión del que bebe de la vaca

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POESÍA

Estudio 9

Lava cabezas en un caracol del centro/ pelos largos por 3000 cortos a 2000 pesos el lavado viste de blanco sujeto a una regia tradición de manuales instrucciones sobre el uso del cuchillo oculta un delantal el cuerpo transparente las ventosas y las rocas tatuadas en la espalda hay cabezas en la fila pero nadie más espera señala el reclinado mientras lava sus manos y se quita pelos muertos /muestra aceites, jabones, bálsamos, reza a Buda, a Cristo y a Alá aunque su genio es lo que lava con firmeza subcutáneo en la parálisis/ del dedo/ meñique/ izquierdo dirigido por señales en su lomo/ rutas paralelas quiebres angulares en el casco trazos que repiten un esquema: humedece la grasa que hiede sobre el cuero cabelludo no oculta los jadeos que suben con la espuma

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POESÍA

la mirada hacia el aviso de champú luminiscente/ 99% de satisfacción garantizada en limpieza de toxinas es algo más lo que cruzó al cruzar la galería lava cabezas en un caracol del centro no oculta los jadeos/ suspendidos burbujeantes/ los quejidos del enjuague donde acaba el instructivo una foto en la pared de sus perros en el campo

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MAXIMILIANO MAGNANO


MAXIMILIANO MAGNANO


POESĂ?A

Estudio 12

Como un paĂąo de loza que amordaza paĂąos que la cubren pinzas de peso para evitar la voladura cuando el viento entre las patas/ de la mesa/ impulsado/ desde lejos El cansancio determina si las piernas/ apaleadas/ por debajo/ no se cruzan/ cuando el pincho/ de asidero/ de costillas/ nacaradas El bozal improvisado con la cuerda sobre el yelmo y el pelaje lateral del hocico cuando el fardo encumbrado en la cornisa se deforma al derretirse el nylon transparente sobre el cuero rasurado se expande una estrella de mar sobre el nylon que le cubre gaseoso el rostro ennegrecido

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sachiy nishimura

KEDARDO


yo

LĂ­neas, Galeria XS Santiago de Chile 2014


MAXIMILIANO MAGNANO



Santiago Chile


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