Revista Odradek N.10

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Nº10 OTOÑO 2021

MATIAS SAN MARTIN YACOB

ISMAEL PALMA | DANIELA OLIVAR

| MATÍAS RIVAS

ODRADEK


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CRÓNICA

LÁMINAS, HOJAS DE PARRA, CHAPSUIS, O UN AVISTAMIENTOS AL BARRIO Pablo Sheng

Mi familia cuidaba un estadio, con canchas de tenis y piscina. Nosotros vivíamos a la entrada, a un costado del estacionamiento, en una casa de madera pintada verde. Mi abuelo era cuidador de las canchas, mi mamá la secretaria del dueño y mi tía la boletera de la piscina. Teníamos unas matas de aloe vera, varias parras y un gomero que tapaban la reja. Nos escondían, para que los clientes no se dieran cuenta que había gente viviendo allí. Hay una foto mía, de chico, de unos dos o tres años, en la que estoy en la puerta de la casa, sentado en el piso de flexit junto a mis abuelos. Recuerdo que tomábamos jugo en polvo. En la foto la botella de Coca-Cola de dos litros está vacía y yo la sostengo, queriendo jugar. Nunca me preocupé de las implicancias que tendría cuidar un estadio. Más bien, el problema de trabajar y vivir en el mismo sitio, de ni siquiera tener una casa propia. Estaba preocupado, en cambio, de que mi amigo Ángelo viniera a jugar con el nuevo Gokú que mi mamá me había regalado. Era

el más grande que alguna vez vi. Llegaba a las rodillas de mi abuelo y no estaba convertido en supersayayín, sino en su fase normal, de adulto, chascón y con la vestimenta naranja que usó en todo Dragon Ball Z. Me preocupaba, también, que el Ángelo viniera a la piscina. Entonces lo llamaba por teléfono. Su familia era peruana, pero él nació en Chile. Nos conocimos en el colegio, en kínder, y nos hicimos amigos porque vivíamos cerca. Me costaba hacer amigos, vivir en el estadio me aislaba, jugaba con los gatos y la tortuga, a la que alimentábamos a base de hojas sueltas de repollo, cáscaras de melón y sandía. Las mañanas de sábados despertaba escuchando golpes de pelotas que chocaban contra la pared de mi pieza. Esta daba a una cancha de arcilla con frontón. El jugador, al otro lado, moviéndose con su raqueta tras la pelota. Esas mañanas los autos y la gente llegaban temprano al estacionamiento para jugar tenis o bañarse. Pero había cosas lindas, como caminar, a través de un camino de pasto y ci-


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CRÓNICA

ruelos, a la piscina. Con el Ángelo teníamos la piel negra de tanto sol. A ambos las paletas de los dientes nos crecían chuecas y teníamos el pelo igual de tieso. Nos tirábamos piqueros que creíamos perfectos, echábamos competencia para saber quién nadaba más rápido. Pasaba el verano en la piscina, compitiendo con los peloteros que trabajaban en las canchas. Le decía al Ángelo que nos metiéramos en lo hondo, pero le daba miedo. Yo te salvo, guatón, le decía, tirando un kamehame-há de agua de piscina. La vista se nos enrojecía de tanto mirar bajo el agua enclorada, por ir de un lado a otro nadando sin respirar, buceando sin salir arriba hasta tocar la otra muralla. *** En la plaza de los blocks donde vivía el Ángelo, afuera de la botillería, un caballero vendía láminas sueltas del álbum de Dragon Ball. Tenía los brazos flacos y usaba guayaberas grandes, de mangas largas, que saltaban más allá de sus codos. Sus labios eran morados. A mi abuelo se le ponen así cuando toma vino, le dije al Ángelo la primera vez que le compramos láminas. Esa vez nos dejó todas en luca y le pedimos que nos fiara hasta la otra semana. A mí me faltaban cinco láminas para completar el álbum. Pero no quiso fiarnos. Le mostré las que me faltaban. Se suponía que una lámina era de Majin Boo abrazando al perro que adoptaron con Míster Satan. En otra Trunks trozando a Freezer. Las demás no las vi y nos prohibió verlas. Le pedí que me dejara tres por quinientos. Al Ángelo le fió y no aceptó mi oferta. Dijo que el miércoles venía y consiguiera plata, que trabajara por la luca. En casa busqué monedas en un cajón de la pieza de

mis abuelos, pero solo encontré chicas: quinientos pesos en monedas de diez. No me importaba que el premio fuera un Báculo Sagrado, una miniatura de Gokú en Nube Voladora y un póster con los personajes. Quería completarlo, llenar esos espacios en blanco, que los personajes estuvieran en esas hojas eternamente en una repisa, relucientes todos los álbumes de Dragon Ball. Le pedí doscientos pesos a mi abuela. Yo junté quinientos. A mi mamá no le gustaba que viera Dragon Ball y menos que armara los álbumes. La serie, para ella, era muy violenta, pero ya no podía hacer nada. Desde los cuatro años que me creía Gokú e intentaba convertirme en supersayayín. Le pedí trescientos pesos a mi abuelo porque perdí todas las moneditas de diez. El miércoles era el gran día. El caballero llegó a eso de las seis de la tarde. No fuimos a la piscina y lo estuvimos esperando desde las cuatro. Tenía armado mi montoncito de monedas. Al Ángelo aún le faltaban quince, pero le prometí cinco que yo tenía repetidas. Llevé mi turro de láminas y las pegó nervioso, con descuido. Mi álbum no tenía ninguna mal pegada. Fui con todas para ver si el caballero quería cambiar alguna que le faltara al Ángelo. Apenas lo vimos cruzar la plaza, corrimos apretando las monedas. *** Hace un tiempo subí el cerro San Cristóbal. Cuando ya se toma cierta altura, se ve, hacia el norte, las últimas casas de la avenida Valdivieso, la Población 6 de enero y también el estadio donde viví.


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CRÓNICA

De las canchas de tenis, antes naranjas, queda un terreno de arcilla seca. De la piscina, un rectángulo de concreto celeste, descascarado y vacío. De mi casa, solo el concreto del piso. Y nada más. Las veces que he pasado por afuera, una empresa constructora anuncia departamentos, un nuevo edificio. Hoy mi mamá tiene otro trabajo, mi tía igual y mi abuelo murió. Ya no vivimos ahí. Hace años. Poco he sabido del Ángelo. A veces lo encuentro camino a mi casa. Va a jugar fútbol cerca. Le mando saludos a su familia y él a la mía. Supe que trabajó de cajero en la estación Cerro Blanco de la Línea 2 del metro, mientras estudiaba Prevención de riesgos en el DUOC del Mall Plaza Norte. Pero en esa estación ya no se venden boletos ni hay cajas. Instalaron unas máquinas donde uno mete su bip!, selecciona cuánto quiere cargar y, por una rendija, mete la plata. Otras veces he visto a sus abuelos entrar a un restorán peruano que pusieron a dos cuadras de mi edificio. Una nueva versión del Ají Seco en una casona. Quien trabaja de guardia es haitiano, apenas habla español y poco de inglés. Cuando escribía una novela sobre la inmigración peruana, le mandé, por Facebook, algunas palabras al Ángelo, para ver si funcionaban y si su mamá, su tío o sus abuelos sabían del uso en Perú. Respondió a todas las preguntas que le hice. Quedamos en tomarnos unas cervezas, pero no hemos coincidido. *** A unas cuadras de donde vivo hay un restorán árabe. Al principio no era restorán, sino solo un local

dedicado a vender dulces. Pasaba, a veces, con mi mamá, chico, a comprar cereglis, esos largos de masa filo, rellenos de frutos secos. Con los años, les fue bien, pusieron un lienzo de letras verdes y negras con el nombre del restorán, Yamilé, y lo agrandaron, se dedicaron a vender más productos y ahora especialmente ofrecen comida tradicional árabe, como hojitas de parra, mazarin, kubbe crudo y al horno, repollos rellenos. En la misma cuadra hay otros dos restoranes árabes. Venden lo mismo, pero el más exitoso, el que se llena siempre los fines de semana, es el Yamilé. Cerca se encuentran dos carritos de un caballero que vende verduras y frutas. Cada carrito en la esquina, en uno donde solo están cajones con tomate, lechuga, naranjas, uvas o piñas según la temporada. En el otro hay cajones repletos de zapallos italianos pequeños y papas tampoco muy grandes. Siempre un haitiano trabaja con él, cada día el haitiano distinto. A quien trabaje le toca agujerear zapallos y papas, le sacan todo lo de adentro, queda solo la cáscara. La dueña del Yamilé compra en los carritos las verduras que ahuecan los haitianos, supongo que para ahorrar trabajo y tiempo a la hora de hacer papas o zapallos rellenos de arroz y carne. Algunos dicen que el restorán prepara la mejor comida árabe de Santiago. Dicen los árabes que es tan buena como en las casas palestinas. Por eso tiene éxito, ha crecido y por eso mismo, también, he oído que la familia dueña del Yamilé se peleó y dividieron. Al frente de donde vivo arreglan una casa para que sea la otra versión del Yamilé, la de la otra parte de la familia. El formato parece el mismo, una casa de dos pisos, rejas, pero esta misma cuadra se llenaría de restoranes árabes. Habría cuatro. ***


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Recuerdo cuando me cambié de casa. No fue muy lejos, tan solo dimos un poco la vuelta al cerro San Cristóbal. El cuidador del estacionamiento del estadio nos ayudó a trasladar nuestras cosas al camión de fletes, a ordenar muebles, cargar los colchones, los bolsos. Habíamos buscado departamento junto a mi mamá. Preferimos uno que quedara cerca. Fuimos a ver los de un edificio en las faldas del cerro. Buscamos con la ubicación que diera a la Virgen. Recuerdo que el día que nos cambiamos, dimos vueltas con mi papá en el camión. Recorrimos muchas calles. No sé cómo llegamos a Quilicura. Terminamos en un taco de la panamericana. Yo andaba vestido de colegio, aunque ese día hubiera faltado. Los primeros días me quedaba pegado mirando la luna. Avanzaba a medida que las nubes se corrían y transcurría la noche. La Virgen seguía allí, firme, y notaba que cambiaba de color. No era extraño ver una virgen violeta, a veces azul o verde. Tampoco oír en la madrugada a los curados que se juntaban, guarecidos por la oscuridad y las luces bajas, al borde de senderos vacíos que nadie recorría ni cuidaba. En el día, la extensión del cerro. Las tunas coloradas que florecían apenas la primavera, conejos que parecían bailar a saltos y se entremezclaban con el verdor de arbustos y árboles. Los 8 de diciembre, feriados, una procesión de católicos, curas y feligreses ascendían a pie para llegar a la virgen. Armaban escándalo por la mañana, cantaban a la Inmaculada Concepción. *** Del restorán que está justo debajo del edificio, veo siempre salir a un chino en bicicleta, fumando. Las

pantallas de papel del interior sudan rojas en la fachada. El olor a carne, arroz y frituras se filtra, creo, por las cañerías y sus wáteres en mal estado. Todo el día hay colaciones a la venta. He comido carne mongoliana con arroz a las dos de la mañana, sin problema. Si no fuera porque Schopsui, una película de Edgardo Viereck, fue rodada en un restorán de Estación Central, pensaría que las escenas suceden aquí, abajo. Es decir, la historia protagonizada por tres compañeros de trabajo –uno es Alejandro Trejo, actor de teleseries– que acumulan distintas características, entre ellas la homofobia, el racismo, los chistes fomes. Inician una pelea, contra Chang, el dueño, quien no habla en toda la película, sino que observa, agudo, hasta ser secuestrado por quienes comen en su propio restorán. *** Llevo días soñando que sigo a un niño. Él viste un kimono azul. Me doy cuenta que lo sigo lento y, separados unos diez metros, camino a su ritmo por calles que me resultan conocidas, llenas de tiendas con comercios, fábricas de bordados y talleres donde estampan poleras. El niño no se detiene y creo estar siguiéndolo por horas. El sol se oculta y la luz que queda se cuela en las ramas, brilla contra la oscuridad. Entonces él desaparece, se esfuma en la puerta de un restorán chino o coreano. Distingo, siempre, platos diferentes, ofrecen un menú de comida escrito en ideogramas orientales. Lo peculiar es descubrir detalles al soñar esas repeticiones. Que el kimono, por ejemplo, sea de terciopelo, tenga camelias bordadas, o que el niño lleve perfiladas a lápiz las cejas, la cara blanca y sus mejillas rojas. Siempre, en el sueño, anochece y, al irse la luz, él se disipa. En uno de los tantos capítulos del animé Mushishi


CRÓNICA

alguien sigue a una niña que corre por un bosque. Se detiene a la orilla de una poza. Quien la sigue se esconde entre arbustos. La niña acerca su rostro al agua y su reflejo se pierde. Por el sendero, tras mirarse y ver que la cara desapareció, también se difumina, pero su cuerpo se hace agua, como si se desvaneciera en agua. Como ahora vivo en Patronato, creo que el niño recorre el barrio y termino por seguirlo. Las secuencias, en todo caso, de Mushishi son similares a mi sueño. Las imágenes se reiteran. El animé se reitera en la mente. Como cuando sueño que conozco a Gokú y ambos nos convertimos en supersayayín y combatimos en la arena del Torneo de Artes Marciales contra peleadores de todo el mundo. Me gusta la idea de terminar hecho una animación. O la de que todo podría ser un dibujo, quizá un calco. Por qué no historietas, como las que publicaba Mario Levrero en la revista Postdata de Uruguay. Unos dibujos, al parecer, hechos en paint, de un ratón llamado Mouse, de color rojo, alargado, que tenía la idea de explorar el mundo. Según él, ratón Mouse era grandioso, por su figura delicada y tierna, su dignidad no solamente ante el gato, sino ante los problemas de la vida. Levrero, decía, lo amaba.

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Ensayo

LAS COSAS SE ROMPEN Constanza Michelson

La casa quiere que nos vayamos, escribió alguien en redes sociales cuando pregunté si también se les estaba rompiendo todo. “No sé si estoy entrando al baño o al Titanic”, “la lavadora da saltos como si estuviera poseída”, “platos y vasos rotos como si no hubiera mañana”, sigo leyendo; alguien tiene la teoría de que somos nosotros mismos quien echamos a perder artefactos eléctricos cuando, bajo ciertas circunstancias, sufrimos fluctuaciones de voltaje; otra persona recuerda el Apocalipsis doméstico de Gonzalo Millán: La peineta perdió otro diente. La trizadura del espejo es otra arruga. No queda ropa limpia. “Creo que nuestras casas fueron hechas para no estar en casa” dice Pedro Gandolfo. Es cierto, porque la casa es también la ciudad. Aunque se ha insistido tanto en la privatización de la vida y en el peligro de la calle. Cuando la calle se vuelve peligrosa, ese es otro asunto, uno social. Casa y calle son ideología y tensión política. “Se revela que la casa no es segura”

leo por ahí, sin duda casa no es garantía de un hogar. Una amiga me contó que en un viaje se alojaba en una pensión y que, tras una mala experiencia con sus compañeros de dormitorio, una pareja la rescató y la llevaron al suyo. Notó que en la pieza transitoria, ellos habían puesto una muñeca en un lugar principal, le explican que es imperativo hacer de todo lugar un hogar. Un hogar es un rincón, una rutina, un objeto amado que entonces hace un contorno sagrado al espacio que se habita. Los objetos domésticos son cada vez más decorativos, pero no se aman. Tienen una lindura que nada tiene que ver con placer ni el regazo que un objeto puede dar, porque los objetos se han vuelto cosas, mercancías. Como escribió Pasolini, existe una pedagogía de las cosas aún más efectiva que los discursos, porque educan la carne. Si es difícil amar a los objetos modernos, es porque no es posible reconocer la presencia de la mano humana en ellos, el misterio del artesanado. Las cosas entonces se poseen, se usan, se tiran, y además su tipo de belleza decorativa es capaz de maquillar los residuos que se acumulan en algún lugar que no vemos, pero que en todo caso, amenaza con rebalsarse.


ENSAYO

El lenguaje de las cosas es una educación a los sentidos y a la erótica, es decir, es una teoría de la relación a los cuerpos, de otros y el propio. Por eso las personas también podemos desgastarnos, fundirnos, explotarnos y luego no sabemos que hacer con los desechos (aunque tengamos eufemismos para tapar la violencia del procedimiento). Estos días precisamente, circuló por redes sociales una conversación pública entre unas mujeres que habían decidido cambiar a su nana –a quien aseguraban tenerle “mucho cariño” –por un robot. Decían, que incluso, deshaciéndose de la mujer que ya no les servía más, la casa estaba más limpia. Estamos en una guerra de lo sensible, llenos de objetos que neutralizan el pensamiento sobre las cosas, sobre su proveniencia y los conflictos que conllevan. La escritora Annie Le Brun le llama protocolos de percepción a la belleza que es normativa de las clases dominantes; el botín no es solo el dinero, sino que también está en juego el botín cultural. Observa la arquitectura de las casas modernas de los más ricos y sus imitaciones, cuyos materiales suelen ser transparentes, pulidos, sin conflicto: la idea del hogar sin tensiones. Hace un tiempo, a esas casas las llamo casa-baño, porque, aunque no estoy segura si la idea es imitar un templo o no, su pulcritud me resulta más parecida a un baño que a algo sagrado; un baño de lujo y una casa son cada vez más parecidos (quizás porque el nuevo dios es el ideal sanitario). Cuando hay dinero, la ciudad también va revistiéndose de esa estética, incluso he visto templos-baño, mientras que en el mundo crecen los barrios marginales. Que no se ven, hasta que hay un estallido. Algo parecido ocurre con el cuerpo, la moda internacional de la ropa deportiva dice Le Brun, es el atuendo de consumidor contemporáneo y mata dos pájaros de un tiro: es una servidumbre con las marcas, y a la vez un signo de la competencia permanente, una que puede ser con uno mismo (¿cuerpo-baño?). El gusto hegemónico es el de los vencedores de una época, por eso se vuelve transversal socialmente; e incluso logra capturar la estética de la rebel-

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día, como la moda de los pantalones caídos (que olvida su origen en los presos afroamericanos que no podían usar cinturón). La ideología de las cosas de nuestro tiempo es neutralizar. Un mundo de cosas sin causa, puede volver también nuestras vidas obsoletas: las cosas van delineando el territorio interior. Si tantas cosas no generan afecto, no es porque se rompan, sino porque son mercancías. No hacen rincón, ni hogar, no tienen reflejo humano por más diseño que traigan. Es una curiosidad sentir estos días que son las cosas y la casa las que nos quieren tirar a nosotros, quizás las cosas ya no nos van a necesitar más. Y es que insistimos en un mundo en que el fin justifica los medios, pero, por el contrario, la historia muestra, trágicamente, que los medios determinan siempre el fin.


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POESÍA

4 ESTACIONES Tomás Barrera

Primavera 18/ 10/19. Santiago. breve paseo por la luz tú le tienes miedo al damasco que brilla en el patio con luz propia un niño y también soy el estero que corre por el fondo en la fertilidad crecía el tiempo sus yemas hacia el cielo hablo

decía

soy

un hijo! como el árbol conmovido en primavera alarga

de la memoria de mi niñez y no de una sociedad idílica entre 12 muros de incendios

se decreta emergencia ambiental para octubre se abrirán las grandes alamedas se revocan lluvias los pájaros se comunican entre ellos maldigo la primavera con sus jardines en flor


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POESÍA

Verano camino rural a fines del verano santiago? vuelan mariposas brilla

qué puedo hacer tirada de 8.000 ejemplares grecia 2001,

cantan grillos

voy durmiendo en raíces de los arboles y el sol brilla brilla

los españoles están lejos tala-talando pero los pinos año los pájaros espantados aún no han vuelto

papel

sauce pensativo las espinas?

si las ramas son brazos

voy subiendo soñando por los troncos

la sombra que les dimos plántala en cuanto crezcas

4,1 millones de toneladas al qué son


POESÍA

Otoño ya los árboles no son como antes al reloj se le acabó la cuerda cortaron el teléfono y pronto cortaran la luz pero aún no es el tiempo de la poda de las guías rastreras sube el nivel del mar musgos y otras plantas, en las alas de los pájaros son bosques voladores sobre las profundidades de la tierra donde vives la tercera parte de las estaciones pero no necesitamos los haiku cuando las amadas palabras cotidianas pierden su sentido como ciudades que también serán abandonadas con pececitos rojos en la pileta y me encuentro en la mitad de mi vida pero ya están los siguientes la turbia memoria del otoño yo la maldigo de veras

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POESÍA

Invierno ahora que quizás en un año de calma, piense: pancho corre tomás mira morir la cosecha al viento pancho se enoja si tomás suspira con la caída del sol las claves se perdieron las lenguas se inundaron de silencio o sangré entonces este desierto se llama mi propia mente empecé recolectando pequeñas palabras verdoradas fragmentadas y hechas polvillo mucho tiempo reunir los pedacitos de aire entre ellas

costó

pero el invierno no dio calor smoke humo casi puro en tanto que sin sombra crecemos como si no fuéramos la semilla que somos cuando la forma de los árboles no es sino el leve recuerdo de un poema que en su forma actual o en otra cualquiera no ha existido jamás


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Ficción

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EL SEÑOR DE LAS CAÑAS JOSESKO

No creo exagerar si digo que he tirado todos los tipos de caña posibles y en todas las circunstancias hosteleras a mano; a todos los clientes imaginables, de mañana, noche y madrugada. Las he tirado en ayunas, de empalme, con tres lonchas dentro, o pringando por no tener nada. O ciego de petas, o directamente como una farmacia de empastillado. Cañas, dobles, copas, pintas, minis: todo lo he tirado. En vasos de tubo, antes; en jarras de diseño, ahora. Hasta en chupitos las he puesto, al ras de la cordura, y sin esa espuma muerta, claro. El currículum es dilatado: restaurantes de cinco tenedores de Chamberí, terrazas gafapastas de la Latina, antros de techno oscuro de Lavapiés, bistrós mínimals de Chueca. Me las pidieron silentes y enrollados algunos hípsters en Malasaña. ¿Que había de fondo una partida de mus? Pues nada, ahí iba yo por delante despachando las claras, con Casera o con limón; algunas iban con Red Bull o Fanta naranja. En cervecerías de franquicia, por supuesto, también las he tirado -chaleco negro y pajarita roja-; y hasta en la Milla de Oro de Salamanca (aquí eran derechosas las cañas). Y todas sin mala espuma, dicho está, sin esa baba gris amianto que vuelve baldío el vaso, como jubilado. Puestas bien puestas: la corona de espu-

ma en la boca del vaso, al ras, y los tres centímetros de crema limpia en su exactitud matemática, domesticada. Me han caído en la nuca y de canto los años, y sigo en esta suerte de sacerdocio laico. Hoy capeo en en cualquier bar, pero mi filosofía y mi entrega algo han cambiado. Ahora, si se trata de dar pábulo al respetable (tan divino y tan de mierda, a partes iguales) las cañas salen anunciadas con coartada científica: que los efectos diuréticos y energizantes; que las propiedades del ácido fólico, los minerales, la fibra y el calcio. Todo eso que tampoco es nada. Con el bar petado, el nombre de uno está en boca de todos, pero eso no importa. Uno es simplemente ese que está detrás de la barra. El señor de las cañas. El depositario de la sed ajena colectivizada: el maestro de ceremonias consumado. Y te pueden llamar Sileno un jueves, Dionisio un sábado, da igual; solo cuenta que la birra que circula sea birra helada; esa que los poetas latosos de la noche llaman el zumo ámbar o bien, ya cursis (y este punto es inevitable), la alegría fermentada. Fermentada tu inspiración, capu-


Ficción

llo. Tanta demanda de atención suele generar cierto regodeo narcisista; un empoderamiento de rango menor, es verdad, pero una cuota de poder ejercida con causa: administrar la ansiedad ajena y la sed no ventilada. Un principio de autoridad efímera es decidir a quién dar y cuándo. Un desquite social tal vez. Una chulería no tan vana. Como son años en esto, he desarrollado una íntima habilidad -marca de la casa- y cada caña tirada es una puesta en escena. Un danza hecha de cintura y manos, casi como una coreografía atávica. Consuela pensar que por tenaces como yo tiene la posta asegurada esta ofrenda dirigida a dipsómanos, flipados, beodos, alcohólicos, pedistas, ajumados, curdos, colgados, piripis, mamados, ebrios, ahumados, cufifos, pimplados, bolingas: con mayúscula borrachos. De modo que me luzco, y doy un seco giro de muñeca directo a la yugular del grifo. Zas: el chorro dorado se clava vertical en el vaso. Y el presente seguirá por siempre líquido, aunque el futuro pinte gaseoso. En ocasiones así, dependiendo de lo que lleve encima, y de como pegue encima lo que lleve, me veo transformado en un samurai -sobrado de resolución corporal- blandiendo fino el filo plata de la hoja niquelada. La caña es la flecha zen que colma el centro, un disparo con los ojos cerrados. Sí, claro. Fantasías brumosas. Nulamente sofisticadas. Nítidamente justificadas. En fin. Camareros mortales, no-

sotros, simples continuadores de un oficio que pulveriza eras y nombres y bares y pedos y culpas y llantos. Y vomitonas en el piso y en el baño. Involucrarse entonces era esto. Nada, no obstante, que no se haya hecho antes. Nada que los del gremio no sepamos. Ya lo dijo Cortázar: un fuego es en realidad todos los fuegos; el fuego vestal de cualquier templo ajado en Roma es el mismo, hoy, que el del fogón de una cocina de diseño en Manhattan. O que el de una fonda fantasma de Legazpi. Un cliente me pide ahora una caña, ajeno a mis divagues. El mandato es música para mis oídos, una especie de imperativo ético de cumplimiento obligado; saciar el deseo Otro para nivelar de alguna forma el propio. Y yo la tiro, claro. El fuego que es todos los fuegos, la caña que es todas las putas cañas.

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Ensayo

EJERCICIOS CARDIOVASCULARES Krasna Vukasovic

Primera sección: La llegada de una carta en mitad de julio

[1a] Desde un país paradisíaco, me llega ese año una carta, semanas después de mi cumpleaños. Escribo, confundida por el erotismo de la oración, la carta me llega; escribo en presente porque todavía la repaso mentalmente. Llegar, venir, ir, verbos que al pronunciarlos con tu rostro encima pueden llegar a ser reflexivos. Súbitamente, un recuerdo gramatical impacta la ocasión sentimental: los alemanes no usan presente continuo. No vuelvo a la realidad, no quiero soltar la emoción de encontrar esa carta en mi buzón, pues me hizo inmensamente feliz. Pasadas las horas de haberla encontrado digo que todavía la esto leyendo en la cabeza, porque estuve repitiendo durante la mañana y hasta la tarde, en voz paralela u oblicua como un diálogo con mi conciencia, las líneas apenas leídas con la mirada de soslayo. [1b] Al escribir en mi cuaderno de apuntes la frase la estoy leyendo, se me apareció en el pensamiento el dato lingüístico que persigo con frecuencia, aquel de que la gramática alemana no posee el tiempo verbal presente continuo. Mi experiencia aprendiendo alemán, y sobre todo mi necesidad por asimilarlo, me llevó a buscar un símil en alemán al presente continuo en español. Mi incesante búsqueda y excesiva problematización del asunto trajo conclusiones básicas pero suficientes. El presente continuo puede ser homologado con un adverbio alemán, gerade, cuya segunda acepción es en este momento por lo que si quisiéramos traducir del español al alemán estoy leyendo un letrero,

podemos decir ich lese gerade eine Anzeige. Este asunto tiene sin embargo sus peros o variaciones, pues también podemos asimilar el presente continuo con el pasivo en tiempo presente alemán, que utiliza el verbo auxiliar (pero fundamental) werden, que podríamos traducir al español como volverse o convertirse, y en italiano diventare, cuya traducción me parece muchísimo más adecuada y útil para entender la naturaleza de este verbo werden. Así, en pasivo, las cosas se vuelven. Por ejemplo: las flores se vuelven regadas o más precisamente las flores están siendo regadas o las flores son regadas en ese mismo instante, pues están volviéndose húmedas. Ese instante de tiempo que va aconteciendo es la clave que constituiría la semejanza del pasivo en presente alemán y el presente continuo español. Sin embargo, el detalle más grande y que nos distancia irreparablemente de la similitud con el presente continuo es que el pasivo es, valga la redundancia, un modo pasivo que no puede ser homologado en activo. No hay acción suficiente para poner en marcha la temporalidad alemana, como si la fuerza psíquica de ese pueblo avanzara en su propia reversa y estuviera condenada a una enlodada circulación del tiempo. Una civilización mirando las ruedas inmóviles de sí mismo. La actividad y pasividad del lenguaje es un asunto que me entusiasma, y del cual me ocupo para mis adentros insistentemente. Para comprender las diferencias entre determinados tiempos verbales ocupo figuraciones tales como imaginar el lengua-


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Ficción

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je personificado en una chiquillada en movidevino justo después de esa cálida emoción miento, vital, lozana, con mejillas coloradas (en 1d). Nota personal: El sol atravesando la de vida. En cambio, la aparente pasividad o carne es un fenómeno veraniego. quietud de ciertos elementos que componen el lenguaje toman la figura de cadáver que [1d] Inmediatamente después de la cálida y aunque presenta un aspecto genuina emoción que desde bulto, mantiene una activipertó en mí la recepción dad interna: el cuerpo frío se de esa carta, impactó en mi va pudriendo y así avanza por espalda un golpe tremenA veces nos faltan las palabras dentro su rítmico y caluroso do que provenía no de una para aclarar a un tercero un siperecer. El bulto pudriéndose persona sino del destino lencio conmovedor. Vuelvo a lo activamente se vuelve muerto. mismo. Un dolor punzansignificativo, a la carta recibida La rueda sigue girando, en plete pero delicado apareció a mitades de julio: imagínense no mutismo. físicamente cuando recorahora la poética imagen de mis dé la compañía y el abrazo A veces nos faltan las palabras de un amor que perdí por dedos tocando la abertura del para aclarar a un tercero un sicincunstancias de la vida. buzón. lencio conmovedor. Vuelvo a Me atoro con mis propias lo significativo, a la carta recisentencias: me acuerdo de bida a mitades de julio: imagíti, del dolor de no poder nense ahora la poética imagen pasar mi vida contigo. El de mis dedos tocando la abermayor dolor es aquel que ni tura del buzón. siquiera permite llorar junto a él estas penas. El residuo de un papel con rastros de tintas [1c] Tapo a la carta del sol con mi mano de viridian y violeta invocó el dolor, aquella pahueso, cómo la poesía nos salva. Sostuve la tada en la espalda que eras solo tú [1e]. carta con mi mano izquierda mientras alguien cerca de mí susurraba oraciones llenas M. Negroni: la sensación de vida no alcanza de rabia –sea dicho de paso, que esa rabia para vivirla. brotaba de la boca de un turco-alemán. Segunda sección: Espalda Abrí la carta mientras caminaba hacia el transporte público, me detuve en un semáforo y me di cuenta de la intensidad de la luz del sol. Allí, me vi en la necesidad de hacerle sombra a la carta, con mi mano derecha, para poder leerla. Me enternecí de mí misma cuando vi lo huesuda y pálida de esa mano que llaman por mía. En ese enternecimiento y emoción desde y hacia mí misma, pensé que aquellos gestos o sucesos poéticos de la vida –como la anécdota de recibir sorpresivamente una carta amistosa– pueden salvarnos de dolores inmensos, por ejemplo, aquel que

[1e] Era fin de julio. Recordé ese resistente amor destinado a no serlo y sentí, realmente, como si me llegara una patada de alguien lleno de rabia por la espalda; propongo la espalda como receptor del golpe pues me parece una de las partes más frágiles del cuerpo, como también los huesos del pecho, que se romperían con un golpecillo de dedos. Imagino un golpe seco, un latigazo que destrozaría y rompería la espalda, cuyos restos yacerían sobre el pavimento cual fósil de algún animal. Fueren astillas de hueso repartidas sobre el concreto gris y mugriento,


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así lo ilustré en mi pensamiento. Mi espalda convertida en astillas de hueso, porque así es el dolor que se siente por amor: profundo y frágil o débil, de papel o aserrín. Teniendo en consideración esta imagen construida en relación al rompimiento de la espalda huesuda, me parece que esa materialidad es semejante a aquella de los granitos de arena guardados en un pequeñísimo sobre que acompañaba la carta que me llegó desde Chile, sobre cuyo anverso estaba escrito mar. [1f] Hoy me llega una carta desde el extremo del mundo. Repito, para enfatizar, que me llega una carta que atravesó 12.000 kilómetros, entre ellos, una mar oceáno.

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tan equivocada, aunque hubiese pensado por largo tiempo que esa explanada era el resto de un búnker nazi. Secretamente, quisiera haber experimentado la cercanía a los fantasmas del horror. Es emocionante pensar en la creación de una memoria. Reconocer en el nombramiento de la Explanada una segunda mano, pues puedo sentir que me anclé a la realidad en compañía de alguien, aunque sepa para mis adentros, como un secreto, que yo fui quien tiró el ancla al mar. ¿Te gusta esta entretención literaria?

[2a] La explanada es un lugar que queda cerca de mi casa, hacia donde se llega caminando por un pasaje bajo el riel de las líneas que transportan el tren en dirección al centro de la ciudad, a Friedrichstrasse, el S-Bahn 1. Escribo una descripción anecdótica sobre ese lugar. Lo nombré ritualmente hace un tiempo, y a continuación, dedicaré unas líneas a la Explanada y su correspondiente rotulación. Pido atención:

Otra ancla al mar es escribir con el cuaderno sobre las rodillas viajando hacia el centro de la ciudad, sólo viajando y cruzando la explanada, atravesando las calles principales de la Gran Ciudad, mientras van aterrizando palabras o pensamientos relativos a una escritura descriptiva sobre el medio de transporte. A causa de aquel tembloroso estado de simultánea conciencia e inconciencia que deviene cuando se escribe y cuando se viaja, es que convertí la creación en ira al recordar el cuento del libro de cubierta roja, que alguien envió como felicitación por mi valentía, o por lo menos eso decía la nota anexa. Por mi falta de raciocinio, querrá decir, y por mi exceso de confianza en la vida.

Aparentemente, le nombramos explanada con mi compañera de casa, pues es una especie de llanura, una planicie de pasto. Digo aparentemente, pues en realidad fui yo quien introdujo el apodo explanada (de manera tácita, subrepticia) al guiarme por el nombre de la calle aledaña a la explanada: Esplanade, que se llama así porque, efectivamente, es una explanada que aloja unos jardincillos suburbanos, muy típicos de Alemania (auf Deutsch: Schrebergarten). RAE, Explanada: Espacio de terreno allanado. No estaba

Yo tuve un cuaderno de tapa roja en mi etapa escolar destinado a resolver ejercicios matemáticos, cuya estética nunca fue bien recibida por el cuerpo profesoril, y que encontré en una cápsula del tiempo que guardé en el clóset de la que fuere mi casa de infancia. El asunto de la tapa roja tenía que ver con un libro que mi hermana me envió como regalo de cumpleaños, pero la enunciación de felicitarme por mi valentía la instalé yo como camuflaje y corroboración de mi vicio por querer adecuar la realidad a mis propios de-

Tercera sección: Libro Rojo


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seos y carencias. Lo de confianza en la vida lo saqué de otro episodio que involucraba todo menos cuadernos: playa sin agua, pescado sin carne, pololeo sin cuerpo. No podré nunca borrar esas palabras irreproducibles que salieron no de su boca sino de sus ojos más dulces que nunca, porque entendí, tiempo después, que esa confianza en la vida va de la mano con el descalce entre el mundo y lo que percibimos como realidad, y esa confianza o impulso de vida es la obsesión que se necesita para el arte. [2b] Así se van deshaciendo las promesas de infancia, con regalos sin firmar enviados a la distancia. Cuarta sección: Lectura de poesía Vuelvo al tema escrito en [2a], el de describir la escena de una lectura y escritura mientras se viaja en tren. Aquí pretendo repasar desde las palabras aquella pasiva escena –los vagones traquetean, con el libro sobre las piernas. [3a] En una lectura que se lleva a cabo sobre las rodillas mientras los vagones traquetean, el dedo índice transitando por debajo de las oraciones cumple una labor importante, porque funciona como guía y alivia la conciencia. [3b] La conciencia, que camina peligrosamente al borde de la locura con los pies juntos, amarrados con un retazo de género deshilachado, despierta con estas experiencias visuales y sensoriales. Por el movimiento del vagón –sensorial– cruzando los campos invernales –visual–, nos sirve darle al dedo índice el uso de guía o cabecilla que indique la dirección por la cual debemos encaminar la mirada y, así, efectuar la lectura exitosamente mientras sigue el traqueteo del vagón a todo motor. Esa línea imaginaria que va dibujando el dedo aligera o anula la conciencia del lector –el ser constituido–, liberándolo de las reflexiones y fantasmas que apa-

recen conforme se lee poesía. La lectura se vuelve automática y pedagógica, un poco menos poética o un poco menos dolorosa. [3b] Respecto del fragmento la conciencia, que camina peligrosamente (…), imaginé que uno mismo al leer cuestiones que despiertan dolores, se inclina hacia un abismo sumamente peligroso, letal como la peor arma y, a modo de contraste a lo planteado en [1c], la poesía puede ser muy peligrosa si no logra ser dirigida y asimilada, o incluso dosificada. La estimulante imaginación evocada por ciertas sensibilidades escriturales esconde un humor negro, petrolesco aunque brillante (petrolesco: dícese de la adjetivación de petróleo; refiere a una materia densa, espesa, pegajosa) que dispone el alma a pender de un hilo cuando nos encuentra de frente: un aguijón clavado en el pecho de un niño triste y desentendido de su propia circunstancia. [4a] Cada texto es a su vez una provocación y una consecuencia. Lo que se crea en un estado primitivo del alma anula la razón y nubla los nombres que le han sido dados a las cosas de este mundo. Cada material escritural, cada texto poético o artístico puede ser considerado simultáneamente un detonante y un resto, una bomba y la ciudad en ruinas (la Royal Air Force y Hamburgo), pues las letras dispuestas para la batalla en el campo de texto son signos que funcionan como un código decodificador, el que esconde pero devela. Tanto peligro que existe en los poemas, até las cuerdas del corazón. Quinta sección: bombardeo de la Royal Air Force sobre los hombros [4b] Párrafo eliminado. [4c] Esta última sección trataría sobre dos acciones bastante cotidianas o comunes, la de llorar y la de escribir. De la primera podemos decir que se lleva a cabo con la misión de dotar de cuerpo las sensaciones: en alemán se traduce como zu verkör-


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ENSAYO

pern, encarnar la pena. Ahora tomamos la acción de escribir y la relacionamos con el objetivo que busca llorar, y concluimos que ambas comparten en rasgos generales la misma misión. El alumnado parece entusiasmarse, y apunta: para eso se escribe, para encarnar la pena. El origen de ambas acciones es muchas veces variable, pero uno de ellos puede figurarse como la proyección de un film que tratase sobre los fracasos de un miserable ser humano. [4d] Allí está Él, con la cara embetunada de Tristeza y las yemas de sus dedos dejándose caer sobre un ventanal cuya superficie es impactada ligeramente por la luz del paisaje externo, un paisaje escaso, débil y anaranjado. Es primavera, aunque no lo parezca, y nadie escribe ni llora a pesar de que la trama lo demanda. [4e] He aprendido a estudiar, implementando el método mnemónico de repasar mentalmente léxicos alemanes sueltos para luego otorgarles un contexto y comprenderlos por asociación. Di en cuenta con ello cuando me vi en la necesidad de encontrar un verbo en alemán que refiriera a una acción a ejecutarse en reversa, porque buscaba contar la experiencia de haber visto dos palomas luchando a contracorriente a causa de la tormenta de viento. Esto sucedió fuera de esa ventana del taller, desde donde también se observan diariamente cómo avanzan las obras de pavimentación de una calle irregular, escena que sólo me devuelve a la memoria la imagen histórica de un grupo de personas pavimentando lo que fuere una calle antes de uno de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Para repararla y repararse, el grupo dispone en filas sobre el suelo pegajoso restos de adoquín destrozado, ante lo cual pienso que este es un claro ejemplo de resignificación de las tragedias. Ello acontece sin embargo en una ciudad con fuerza suficiente para repasar su tragedia y hacer caso omiso a sus padecimientos anímicos; pongo atención y apunto. No cualquiera ofrece un apretón de manos frente

al espejo. [4f] Suenan boleros, y los hombros se me entumecen y mi pena también. He comprendido entonces que las revisiones y correcciones de estilo son sólo barcos al garete deambulando ciegos entre ilusiones. Te he recordado y, ubicándome en una escena donde llueve, escribo que los hombros se me humedecen porque cae el agua de lluvia encima de mí. En un sentido poético, digo que esa agua penetra y afecta mi pena ya bastante líquida por tomar forma de lágrima, síntoma principal de la pena. Cómo sube con el río la pena cuando llueve. [4g] En tiempo récord, los surcos de los campos se han colmado de agua, pues hubo ocasionado el gran temporal en los primeros días de abril el aumento del nivel de las masas de agua. Por ejemplo, el del río Spree, en las cercanías de Friedrichstrasse en Berlín. Esos fenómenos acuáticos (apunto: buscar palabra para esos fenómenos) instalan serias dudas sobre la preparación de las estructuras fluviales ante las catástrofes de esta categoría, y sobre la peligrosidad de los afectos que el agua despierta. Todo el mundo sabe que cuando suben los ríos y mares aumenta también el volumen de la pena, principalmente por causas poéticas, por la melancolía o nostalgia por aquel mal correspondido amor, o por ubicarse uno mismo en lontananza, en un lugar del mundo, en un estado desolador. Para comprenderlo, retomemos la escena del Miserable en [4d]: un ser frustrado y lleno de desilusión, cuyo estado puede ser únicamente descrito por medio de figuraciones como aquella del paisaje anaranjado o de sus yemas de los dedos apoyadas livianamente sobre el ventanal. Ningún léxico quisiera cargar con ese estado del alma. [4h] Se dice que son bombas. La causa de la pena puede ser discutida o explicitada en otro párrafo nuevo.


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TIEMPO María Pía Escobar

1. INICIO Desperté un 10 de junio por una palpitación en el pecho. Se proyectaba aquel día un tanto sombrío: las gotas de lluvia eran particularmente espesas y mis tímpanos especialmente sensibles. Toda mi piel se acongojaba ante el mínimo roce. Mi nariz traducía toda ventisca como sudor rancio, y mi boca sentía mis ácidos estomacales. Mi ánimo: malhumorado. Las variables recién descritas no significaban, en realidad nada, lo perturbador ocurriría veinte cuadras hacia el sur de mis aposentos: almuerzo laboral con el organigrama completo. Un encuentro desdichado. Salí, por ese motivo, indignada, y maldije cada uno de mis pasos. Maldije también las gotas y, como no, a mis compañeros de trabajo.

En fin: un desastre de día. Pero algo ocurrió esa mañana, el destino desvió mi rumbo. Frente a mi ojos, un cartel que decía: Conferencia magistral: La batalla por democratización de la voz en el espacio público. Dr. Thero Callejas. Horario: 12:45 p. m. Lugar: Sala Omega del teatro XXCVI Entrada gratuita Me dirigí con ánimo resuelto hacia la actividad, a pesar de mi rechazo por las conferencias magistrales: cualquier bodrio resultaba útil para evadir mi compromiso. La sala Omega resultó bastante amplia para la cantidad de público: 45 humanos más el conferencista.


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Thero Callejas agarraba su café como un ratón a su queso: con firmeza. Sus ojos, rápidos, escaneaban la escena como si buscaran posibles enemigos. Sentí una levísima pena por Callejas. Luego, sentí una pena rotunda: a los pocos minutos del inicio, desapareció. Así, sin más: se esfumó de la escena. Algunos restregaron sus ojos para refrescar la mirada, otros se pusieron de pie para cambiar de perspectiva y buscar al hombre con la vista. Un niño rió, otro lloró, una joven exigió desaparecer también, y una pareja de amantes aprovechó el tumulto para tocarse una y otra vez. Un hombre dijo ser el novio del desaparecido: buscó debajo del podio, sobre las butacas, entre medio del techo, bajo la alfombra. Por minutos se movió con la flexibilidad de una serpiente, hasta que asumió la pérdida. Entonces, corrió hacia el organizador de la conferencia y le preguntó: “¿¡dónde está mi amor!?” El organizador trotó hacia la puerta, la abrió, la cerró tras su espalda y se esfumó. No había respuestas. Sí teorías. Según una persona, el aire chupó al hombre: lo pulverizó hasta convertirlo en nada, hasta hacerlo parte de todo. Así: nada y todo frente a sus ojos, un error en la matrix. Un niño le preguntó a su abuelo: ¿Y si se volvió invisible? ¿Y si tiene poderes? ¿Y si no es humano?

¿Y si esta realidad no está sola? El abuelo respondió al cielo: idiota, idiota, idiota, idiota y le dio un rotundo manotazo en la cabeza. Mi idea fue la siguiente: éramos víctimas de una elaborada cámara indiscreta. De pronto, para mi total sorpresa, un joven de aspecto alargado subió al podio, epicentro del siniestro y dijo, con micrófono en mano: “Lo que acaba de ocurrir, señores y señoras, niños y niñas y jóvenes en general, es obra del Tiempo, quien poseyó al pobre hombre y aceleró su movimiento. Nuestra limitada vista, incapaz de percibir tal rapidez, solo atisba vacío. Sí, gente, para nuestra percepción, el sujeto no está; pareciera haber sido sacado de escena y puesto en otra dimensión. Debo decir, para la tranquilidad de todos los presentes, que el hombre sigue aquí, moviéndose por el espacio, incomprensiblemente veloz”. LLegado este punto, no encontré mejor decisión que esconderme tras bambalinas: observar y escuchar la hecatombe recluido cobardemente. Desde allí, pude ver: 1. Al niño pegándole un codazo al abuelo. 2. A la pareja de amantes interrumpir su abrazo. 3. Al novio pálido. 4. Al perro rascarse la cola. 5. A la persona de la hipótesis del aire mordiendo sus uñas.


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El joven de aspecto alargado perturbó mi concentración: “Yo sabía que el hombre desaparecería frente a nuestros ojos. Yo mismo desaparecí frente a los ojos de muchos. El Universo da al Tiempo cada quinientos años la posibilidad de materializarse. Sí, oyeron bien, hace más de 500 años fui poseído por el tiempo. El Tiempo me usó”. Luego, engrosó su timbre, lo elevó y dijo, con el patético orgullo de quien monta al caballo: “¿Que cómo estoy aquí? He domado al tiempo”. “Mírenme bien”, continuó. “Yo era así de joven hace 500 años. Mi historia es triste. Mi historia es tan triste como la de un humano que muere virgen. Soy Tenorio, tenía diecisiete años cuando el tiempo tomó mi cuerpo y me llevó a explorar por el eterno espacio aquí en la Tierra. Mi carcaza, mi piel, mantiene la firmeza de la adolescencia y mis órganos funcionan a la perfección, mas mi esencia se compone de la sustancia oscura y pulcra de una vida que carga una experiencia de más de quinientos años”. Dicho esto, el joven miró a la audiencia: todos atentos.

guardado la información en una gran biblioteca de paredes escarlata, cuyo símbolo de ocho infinito cuelga de un péndulo en la mitad de la sala, un péndulo flácido y decorativo como mi pene que, por culpa del Tiempo, jamás usé. Ya les contaré”. El novio corrió hacia el joven, lo agarró de la camisa y le preguntó: “¿Qué podemos hacer?” Tenorio respondió: “Para traerlo, necesito ayuda, no podemos perder más tiempo. Quienes me crean, quédense, quienes vean en mi rostro la locura, largo de aquí”. En menos de un minuto, 36 de los testigos emprendió la huida. Se percibió un leve desorden a la salida: una sola puerta y 75 manos intentaban abrirla. Una joven manca, desesperada pero algo más lúcida, utilizó su mano para agarrarse el pelo, y rompió el vidrio de una patada. Pocos gritos y extendida ansiedad.

Prosiguió.

Sin embargo, en la sala quedaron:

“De un momento a otro, desaparecí, y quienes me veían jamás me volvieron a ver. Yo sí a ellos, ya les explicaré. Repito, y lo repetiré cien veces si es necesario: fui víctima de la “Posesión del Tiempo”. Así nombraron al ingrato suceso los pocos humanos que han investigado y perseguido el tema. Miembros de la logia Tiempo, que han rastreado el suceso a través de la historia. Generaciones que han

1. El niño 2. La pareja de amantes 3. El novio 4. El perro 5. La persona de la hipótesis del aire 6. Y, por supuesto, yo, absolutamente perpleja. 2. DESARROLLO


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“Sin más, abro la ronda de preguntas y respuestas”, dijo Tenorio. Todas las manos se alzaron, menos dos: la del niño que, con la cabeza apoyada en la mano, y la mirada al infinito, divagaba en silencio a modo de estatua renacentista. “Tranquilos, tenemos algo de tiempo aún”, dijo Tenorio. A pesar de no ser necesario -la acústica del lugar era excelente y no había ruido más que el suyo-, el joven no se despegó en ningún momento del micrófono. “Que comience la ronda”. 1. ¿Qué era de tu vida cuando fuiste poseído por el tiempo? “A mis quince años era un humano común. Me despertaba, iba al colegio, fantaseaba, me excitaba, jugaba con los límites de la ética y la moral; empujé a un compañero discapacitado, reí con el divorcio de mis padres. En fin, me barajaba entre el bien y el mal. El día de mi desaparición, me juntaría con una hermosa mujer. Había reunido plata para un motel: entraría a otro cuerpo. Sin embargo, horas antes del acontecimiento, desaparecí. Sin más, se me arruinó el plan y la vida. Desaparecí en la farmacia con los condones en la mano izquierda, que cayeron en el acto de la desaparición. Los testigos me buscaron con la mirada unos segundos, pero abandonaron el misterio cuando la fila avanzó”. 2. ¿El tiempo se apoderó de tu mente? “El tiempo se apoderó de mi cuerpo, ya lo dije, mi mente se mantuvo intacta, vacilando entre la locura y la cordura extrema. Siguiente pregunta”. 3. ¿Qué sentiste?

“La explosión y el placer del estornudo, primeramente. Luego, el vacío, mi cuerpo parecía flotar al moverse por el espacio”. 4. ¿Cómo lograste controlar al Tiempo? “Con concentración logré bajar la velocidad, y usarla a mi favor. Antes, el tiempo me llevaba veloz por donde quisiese; fui su patético peón. Esa esclavitud duró casi 400 años. Luego, tuve que investigar cómo expulsarlo. Siguiente pregunta”. 5. ¿Hay un tiempo? ¿Qué pasa del Tiempo cuando posee a sus víctimas? ¿Cómo sigue todo funcionando si el tiempo está disfrutando de la materialidad de la existencia? “Disciplina y cautela, niño. Una pregunta a la vez. ¿Crees en la linealidad?, niño, ¿en lo individual? El tiempo es el gran Tiempo. Una pequeña proporción de él experimenta aquí, otra proporción en galaxias lejanas. Lamento desilusionarte: una parte de ti está aquí, otra mayor, en otras realidades, otra menor, en el denso bajo fondo”. “Esto es mucho”, dijo el niño, y volvió a la pose fría de la estatua. 6. ¿Por qué le echas la culpa al tiempo de no haber usado a tu pene? Podrías haberlo hecho hoy, o ayer, o cuando volviste. “Mi pene, por motivos gravitacionales, se ha estirado. Es largo y delgado como un espagueti. Puedo dar fe: si entrase, apenas cosquillearía las paredes húmedas. Eso sí, con esmero y la presión correcta, podría apretar el milagroso botón interno de damas o caballeros. Pero su aspecto pálido y flácido impacta a la vista, lo que me convierte en un indeseado pretendiente. Mis testículos han pasado por


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similar deformación, y cuelgan como dos tristes bolsas de té usadas en cientos de tazas: ligeras, oscuras, exprimidas. Debo decir, sin embargo, que mi lengua también se ha estirado, lo que me podría convertir en un docto realizador de placeres orales, mas la práctica solo ha ocurrido en sesiones solitarias. Puedo unir, por ambos largos, mi lengua con mi pene, lo que me ha llevado a gratas experiencias, que no mostraré por recato. Que pase la siguiente pregunta”. 7. ¿Qué cosas positivas sacaste de la posesión del tiempo? “Les digo: en estos quinientos años he recorrido cada centímetro de la Tierra, cada roca, cada casa, cada inescrupulosa escena; he visitado funerales, nacimientos, me he sumergido hasta el fondo del mar y he llegado a los límites del cielo; he estado en aviones, motos, he observado coitos interrumpidos y accidentes catastróficos. He aprendido a moverme rápido, a quedarme estático, he controlado la velocidad. He visto almas salir del cuerpo, a espíritus traviesos y a entes oscuros. He visto más allá de lo evidente. El tiempo me utilizó para sentir la brisa, el agua, la tierra y el fuego. He sentido y he visto todo”. 8. ¿Visitaste a tus familiares? “Pude ver a mi madre y padre porque el Tiempo me llevó a ellos por azar. Estaban decrépitos. Recién a los 400 años desde la posesión, pude controlar al Tiempo, quien me había llevado a pasear a su gusto. Cuando pude controlarlo, fui en busca de descendientes. Nada interesante, mi familia desapareció. Siguiente pregunta”. 9. ¿Comías? ¿Tomabas agua?

“Cuanto el tiempo me poseyó mis necesidades físicas se anularon, no así las mentales, como la necesidad de goce, que no pude saciar. ¡Otra pregunta!”. Todos en silencio, menos mis tripas, camufladas por la lluvia. 3. FIN Tenorio, de pronto, levantó la voz, y apuntó un dedo a la audiencia: “Todos los aquí presentes saciaron sus inquietudes, no así el perro, que mira desafiante. Debo decirles, con algo de decepción, que preguntaron nimiedades. La pregunta correcta hubiera sido: ¿cómo traemos al sujeto de vuelta? Lanzaré sin más la solución al problema. Bien, he logrado meterme a la gran logia a buscar la solución, en un intento desesperado por ser un héroe. Junto a la solución, pude robar el mapa donde se encontraba el punto exacto de la próxima posesión, que acabamos de ver. Bien. El secreto que han guardado y que robé es el siguiente: hay que tentar al Tiempo. Por ello, cada uno de los presentes, deberá invocarlo de la siguiente forma: primero, deberán decir: Oh, Tiempo. Luego, dar un argumento sólido de por qué deberían ser poseídos. Sí, oyeron bien, tentarán al villano de ser su presa. Pero, en el momento exacto de la posesión, cuando el Tiempo suelte al joven conferencista, haré un movimiento maestro, y el tiempo quedará fuera. Tengo un segundo para hacerlo, si no, quien haya dado un buen argumento, quien haya tentado al Tiempo con éxito, será poseído. Pero no se preocupen, calma, confianza. En caso de que eso ocurra, habrá otra oportunidad de tentarlo, y una segunda y final oportunidad para hacer mi movimiento maestro y anular la posesión. El pobre Tiempo, entonces, tendrá que esperar otros 500


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años para poseer, pero esa no será mi causa, me encontraré, como todos los presentes, convertido en tierra. Comencemos. ¿Quién será el primer héroe? Niño, tú. Invoca al Tiempo. En caso de no ser tentado por tus argumentos, el Tiempo no vendrá”. “¿Cómo sabremos si el Tiempo decide poseerme?”, preguntó el niño. “Buena pregunta. La luz comenzará a apagarse y se escuchará un leve silbido, un frío se instalará en nuestras rodillas, anunciando su llegada. Dale niño, invoca al tiempo. Confía”. El niño, algo confundido, abrió la boca: “Oh tiempo. Poséeme. Mi abuelo, tutor eterno, es un idiota. Mi abuela, tutora ya casi finita, es una idiota. Me encuentro en la Tierra entre dos idiotas que me castigan por hablar. Oh tiempo, en esta vida nada tiene sentido. Creceré, y seré el tutor de un niño idiota, ya se sabe que los niños crecen en oposición a sus padres. Me he desarrollado con una inteligencia nunca antes vista en mi familia, y una sensibilidad superior. Ya lo dije, todo quien me rodea, es víctima de gran estupidez. Oh Tiempo, llévame de esta horrorosa existencia, por favor”. No ocurrió nada en la escena. El nerviosismo generó una extraña humedad tropical, derivada de los sudores humanos. “Todo mal”, dijo Tenorio. “Diste pena. Que pase la pareja. Pareja, hablen, y convenzan al Tiempo de ser poseídos”. La pareja de amantes, unida por las manos, se acercó al podio. Abrieron la boca al unísono y deslizaron: “Oh, bello tiempo. La vida es una hermosa sinfo-

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nía, caminamos al unísono, somos dos en uno, damos dulces pasos en nota la. Poséenos, pues junto a ti, seremos tres en uno: un bello ente que recorrerá los paisajes más hermosos de la tierra, palpitando un hermoso ritmo. Oh, Tiempo, somos el amor condensado, la ternura materializada, somos almas que danzan. Oh, Tiempo, somos aves de paraíso, faisanes que unen sus colores para crear una gran obra: la pintura del amor. Aves que trinan un dulce canto, el canto más dulce jamás escuchado. Oh, Tiempo, un mes llevamos juntos, un mes que hemos debido escondernos. Sin embargo, un amor puro, oh, Tiempo, un amor dulce y salvaje”. La pareja de amantes terminó la declamación con un largo beso que me descompuso. La sala: caliente. La luz: prendida. El sonido: seco. No hubo muestras del Tiempo. “Gente”, gritó Tenorio, “hasta ahora, hemos fracasado. Que pase adelante la persona”. Al ser llamada, la persona de la hipótesis del aire subió al podio. Y comenzó: “Oh Tiempo, he exprimido al máximo mi carne en la tierra. He tomado vinos para levantar mi espíritu. He comido mermeladas para levantar mi ánimo. Me he inyectado elixires que me han dejado con la boca abierta, sumida en el placer. Oh Tiempo, nunca te domaré, pues ser domada es lo que me gusta. Recorreré dichosa junto a ti cada hueco de la Tierra. Oh, Tiempo, soy una persona alegre. Oh tiempo, hazme tuya”. Un leve frío comenzó a tomar la sala. De pronto, todas las rodillas se congelaron. Un silbido agudo entró por cada oreja. Tenorio tartamudeó palabras incomprensibles e hizo un movimien-


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to con el brazo izquierdo. Fue entonces cuando la persona de la hipótesis del aire desapareció y, en su lugar, apareció el joven conferencista. El novio corrió a sus brazos, lo agarró, y lo llevó a la salida: desaparecieron. Tenorio miró a los presentes con ojos de miedo y asumió: “He fallado”. “Bien, existía esa remota posibilidad. Los nervios tomaron mi cuerpo. Ahora, no hay nada que hacer. Todos han tentado al Tiempo, ya no quedan posibles héroes, solo el perro”. Todos miraron al perro, que dormía en una esquina. Tenorio se acercó a él, lo despertó, y le dijo: “Todo está en tus patas, querido amigo. Invoca al Tiempo y traeremos de vuelta a la persona”. Por compromiso a mi existencia, me mantuve firme tras bambalinas. Desde allí vi, sin culpa, cómo el perro miró a Tenorio, le regaló un pequeño gruñido, dio vuelta la cabeza, acomodó su cola, y se entregó dulcemente a los brazos de Morfeo. En ese momento, sentí una palpitación en el pecho. Se proyectaba aquel día un tanto sombrío: las gotas de lluvia eran particularmente espesas y mis tímpanos especialmente sensibles. Toda mi piel se acongojaba ante el mínimo roce. Mi nariz traducía toda ventisca como sudor rancio, y mi boca sentía mis ácidos estomacales. Mi ánimo: malhumorado.

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Fúbtall I, 2017 73 x 57 cm Óleo sobre tela


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Trazar estratos suspendidos, sobre la pintura de Ismael Palma Vania Montgomery Y.

La pintura moderna está invadida, asediada por fotos y clichés que se instalan sobre la tela aun antes de que el pintor comience su trabajo. En efecto, sería un error creer que el pintor trabaja sobre una superficie blanca y virgen. Gilles Deleuze, Francis Bacon, Lógica de la Sensación, 1984

I. Varios tiempos en una imagen Una tarde del agitado mes de octubre del año 2019, ingresé por primera vez al taller de Ismael Palma Téllez. Inmersa en ese espacio, visualicé los bastidores acoplados contra las paredes, las pruebas de óleo y el pastel seco trazado sobre papeles desperdigados por el lugar, al lado de un grupo de pinceles. Encima de todo esto, se encontraba una capa de imágenes encontradas por el pintor, correspondiente a los cuerpos de deportistas chilenos capturados en fotografías de la primera mitad del siglo XX. Observar esas imágenes implicó enfrentarme a lo que es o podría llegar a ser uno de los modelos a plasmar sobre los lienzos de Palma Téllez: decenas de recortes de diarios y revistas, que rescatan instantáneas tomadas hace más de cincuenta años atrás y que hoy subsisten como seres anónimos impresos sobre las páginas, que se acumulan con el paso del tiempo en el olvido, a punto de ser activadas por el pintor y despertadas de su eterno letargo. Cuando Palma Téllez utiliza estas imágenes, las revela ante los ojos de la actualidad, dando lugar a un cuerpo deportivo que persiste y se acopla en diferentes estratos de tiempo y fugacidad en las obras del autor. En primer lugar, está el momento del primer disparo en vivo, cuando las imá-

genes que colman las páginas de estas revistas antiguas fueron capturadas. En segundo lugar, su traducción en forma de tinta editorial por una imprenta, alojada en un papel a propósito de una noticia, publicidad o ilustración de un determinado tema deportivo. En tercer lugar, el paso de los años, la obsolescencia de quienes posaron para estas imágenes y el posterior rescate y apertura que Palma Téllez les otorgó, cristalizándolas sobre la extensión de cada lienzo. Este conjunto de temporalidades también se ve complementado por los disferentes instantes de un mismo acto, expresados en una sola imagen al óleo. Estas fracciones se visualizan a través de los distintos movimientos corporales presentes en las obras que plasma el autor: justo antes del knock out en la lona de box, inspirando una bocanada de aire en medio de la competencia deportiva o estático en plena pose ante el lente de la cámara. Así, configurando los gestos del rostro, visibilizando los ademanes del cuerpo en acción o dando cuenta del movimiento general de la carne humana, las escenas que plasma Ismael Palma Téllez necesariamente implican la cristalización de un flujo que se extiende más alla del intervalo detenido en cada una de estas obras, que hoy se apoyan contra las paredes del taller.


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Sin título I, 2015


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Apunte Prokudin


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II. El peso de la carne En el curso de sus paseos por Londres, sin saber por qué se emocionaba tanto ante el deleite de la grasa de la carne, el pintor británico Francis Bacon solía situarse frente a las vitrinas de los almacenes Harrods y observar las tonalidades rojas, azules y amarillas rebasadas de la pulpa: “Cuando voy a la carnicería siempre me parece sorprendente no estar allí, en el sitio de los trozos de carne. Y luego, hay un verso de Esquilo que atormenta mi espíritu: «El olor a sangre humana no se me quita de los ojos»” (2012). A su propia manera, Bacon replicó esos trozos de carne a lo largo de los lienzos que alojaron sus pinturas, compuestas por figuras que se disgregan más allá de lo que un organismo vivo puede contener en los perímetros del cuerpo. Si miramos las obras de Ismael Palma Téllez, a partir de este pasaje narrado por Bacon, podemos observar el abanico de trozos de carne que sobresalen por la piel de sus figuras: abatidos en el ring, dando golpes hacia un blanco desconocido o con el cuerpo replegado hacia sus extremos, los personajes trazados por Palma Téllez expelen una esencia orgánica y corporal ineludible, que comparece a través de una operación similar a la que realizó Bacon con sus figuras: el emborronamiento. Así, entre luces monocromas, halos del flash de la cámaras traducidos al óleo, movimientos intensificados con trazos cargados de fuerza y di-

ferentes espectros de pintura, Palma Téllez nos devuelve la mirada hacia los órganos y el cuerpo humano, en muchos casos, desaparecido de la figuración contemporánea. Para Gilles Deleuze, la obra de Francis Bacon lograba vencer el cliché de imágenes dadas por la cultura a la hora de pintar sobre la tela. Esto, de acuerdo con la lectura del filósofo, consideraba una sucesión de pasos necesarios: “se parte de una forma figurativa, un diagrama interviene para emborronarla, y debe salir una forma de otra naturaleza, llamada Figura”. Ahora bien ¿cuáles son esas Figuras en la obra de Ismael Palma Téllez? Aquellas en cuya esencia radica el poder de condensar la presencia corporal humana a través de la pintura, sobre todo si consideramos que a lo largo de los años, la tradición artística moderna ha acrisolaso las imágenes hasta replegarse a un grado cero de su condición matérica y conceptual. Así, la imagen –en palabras del filósofo Boris Groys– ha sufrido un martirio, que ha sustituido a la propia representación de la imagen cristiana del martirio (2011). Con todo, el cuerpo y sus infinitas maneras de brotar como presencia nunca desaparecieron por completo. La matriz corporal continúa siendo necesaria, al ser la única unidad de medida en común que compartimos como sujetos de carne y, bajo ese escenario, la obra de Palma Téllez logra devolvernos la sensación de gravedad que acontece sobre sus figuras pintadas.


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Triple I


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Cuerpo A

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Cuerpo B


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G. de la Tour


ARTE

III. Restituir lo que ha sido desdeñado Hace más de cuarenta años, Eugenio Dittborn comenzó a declarar las fuentes que propiciaban las imágenes en sus obras: “Debo mi trabajo a la adquisición periódica de diarios y revistas en desuso, reliquias profanas en cuyas fotografías se sedimentaron los actos fallidos de la vida pública, roturas a través de las cuales se filtra, inconclusa, la actualidad” (1977). Esos desgarros a los que Dittborn se refiere son similares a los que inflige Ismael Palma Téllez en sus obras, cuando sacude el peso de aquellas imágenes impresas hace años, obligándose a reabrir una revista deportiva del pasado y a observar –quizás por última vez– a aquellos sujetos ya caducados y velados por el tiempo hacia la mirada y el interés público. Bajo estos enunciados, cabe preguntarse por las fisuras que horada Palma Téllez, allí donde cada gesto delineado por el autor revive fragmentos recónditos, funcionando como una vía para las filtraciones entre las imágenes de antaño y los cuerpos actuales. Sobre lo anterior, no deja de ser paradigmático el hecho de observar estas obras en el marco del estallido social y luego la pandemia sanitaria. Allá donde la presencia de cuerpos que protestan en la calle y luego padecen el virus en la intimidad se vuelve incómoda para la autoridad, los trabajos de Palma Téllez logran restituir la presencia sustraída, traduciendo la adrenalina física mediante la pintura y develando una vuelta, tal como apuntó Dittborn en sus textos declaratorios, al cuerpo en estado de cuerpo deportivo. Las figuras elaboradas por Ismael Palma Téllez, entonces, dan paso a una pervivencia expandida y restituyen aquellas presencias y estratos suspendidos en la infinidad del olvido.

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The Fall


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CONSIDERACIONES DE

Matías Rivas Nací oveja y aún soy tierna. Tengo menos de seis meses y no he conocido carnero. Pertenezco a un tipo ovino de lana grácil y abundante. Mis antepasados directos vienen de las islas Malvinas. Al igual que todas mis compañeras, vivo recorriendo las pampas con el hocico pegado a suelo: devoro el pasto helado, y si me distraigo un instante, termino rasguñando la tierra con mis escasos dientes. Mi sangre ha sido ensuciada solo en contadas oportunidades por los veterinarios. Vacunas o algo así. Soy sana y crezco con rapidez. He sido trasquilada dos veces por un mismo tipo, que se vanagloria de su habilidad para hacerlo. En ambas ocasiones sufrí cierto maltrato por el uso violento de la podadora de lana. Además, cuando me rapan no reconozco mi propio cuerpo; me siento liviana, débil y ridícula. Las vitaminas y la poda de mis dóciles pelos estimulan la velocidad de su reaparición. Cada día mi lana se hace más proliferante, pero no es un asunto del que deba quejarme. Fui asignada a un grupo determinado por mi edad y raza, y solo me queda

comer compulsivamente; después seré sacrificada y, quizás, sea parte de un festín de los ovejeros y de sus perros, o de mis dueños, la familia McClean. Mis relaciones con las demás ovejas son casi nulas. Las más grandes devoran pasto desesperadamente y se las arreglan con los solitarios ovejeros chilotes que nos cuidan con la ayuda de sus quiltros amaestrados. Las obligaciones de estos esmirriados sujetos y de sus bestias celadoras consisten en pasearnos por amplios territorios para que nos alimentemos. Nos protegen de los viles depredadores y de los cuatreros. Y evitan que nos separemos del rebaño. Para lograr este fin los perros nos corretean apiñándonos en un solo montón que se mueve al compás de un hambre ancestral. Cuando nos descuidamos, engolosinadas con algún arbusto o nerviosas por algún presentimiento, recibimos el tarascón de un quiltro para que nos juntemos con el resto. Siendo oveja, no hay más que pensar ni hacer. Somos animales simples de temperamento y fáciles de manejar.


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E UNA OVEJA

Pero mi deseo de hablar no tiene otra razón que dejar constancia de un temor que todas las ovejas tenemos. Hace unos años supe la historia de una amiga que desapareció. Todos, incluyendo al ovejero y a sus perros, pensaron que había caído por un precipicio cercano al lugar donde dormimos la última noche en que fue contabilizada. Incluso se llegó a pensar que un sagaz puma la había eliminado de un zarpazo. Y que escondido tras un arbusto la había devorado. Otra posibilidad, era que un prófugo muerto de hambre la hubiese raptado para cocinarla y saciarse. Inquietas por esta la historia, mientras comíamos en un prado lejano, supimos la verdad. Mi compañera bobina, que siempre tuvo un melancólico carácter, se perdió del rebaño debido al descuido de sus protectores, los cuales se estaban entreteniendo con una oveja ciega que les sirve de mascota para entrenar a los nuevos perros. La oveja perdida entonces vagó por la estepa buscando al rebaño. Estaba recién trasquilada. Cuando se vio perdida, sola e indefensa, se dedicó a comer; no

tenía otra opción. Comió sin cesar. Su suerte estaba dictada, ya no sabemos hacer otra cosa. Y con el paso de los meses su lana aumentó considerablemente. A la distancia, impactadas, la divisamos. Estaba muerta y envuelta en un amasijo de sucios y raídos pelos. La causa de su deceso era fácil de adivinar: de tanto engullir pasto y, al no ser trasquilada durante un periodo, fue atrapada poco a poco en su misma lana. Su suave pelaje creció en exceso, sus débiles miembros no soportaron el peso y cayó al suelo desfalleciente, quedando a merced de las soledades. Sin fuerzas e inmovilizada, no pudo acercar su hocico al suelo. Seguramente berreó en el mayor de los silencios y fue volteada más de una vez por los vientos infatigables. Gigantesca y monstruosa como un ovillo, sucumbió de hambre entrampada en su natural protección contra el frío. De lejos parecía un matorral, inusitado y solo, en medio de la Patagonia.

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TITITO Daniela Olivar

Tito sabía que no podía, intentaba intentaba y no podía no podía escribir, no podía hablar no podía hacer nada nada. Y después qué queda de mí, pensaba, y después no puede hacer otra cosa que pensar en su no escribir en su no hablar cuando no encontraba el motivo de su angustia. Cuando tomaba merca o fumaba porro depositaba toda su angustia en eso, en su no ser nada. Salía. Quinientos pesos. Setecientos, te quedo debiendo, vos tenés, te pago después, no te pago nada, no me interesa, sos un pelotudo pero no te lo digo porque quiero ser normal quiero encajar dale, soy de clase media soy de clase media, puedo estar en un bar aparentemente de mala muerte pero que me roban, me venden una birra pero en realidad me cobran por estar acá ¿entendés no? No lo entienden. Una mina grita -termino siendo una anarquista de apartamento, aunque no lo sea, aunque no sea anarquista ni tenga apartamento-. -Hablo con la gente de ahí, un panki que se pasa una hora y media haciéndose la cresta. ¿Qué le pasa? Panki de postal. Toda la gente es de postal. Aunque está bien eso. Lo de la postal. Como una lembrança de Torres de todo el mundo. Uno siempre está preparado para el recuerdo. Y es eso. Y tenía unas medias naranjas fosforescentes y en una miró y en una piró, miró mal y piró y tenía todas las piernas iluminadas y por ese momento que fue un momento chiquito se sintió como un loco de chaleco. También le pasó de eso, de estar loco por un momento, de ver sombras pasar rá-

pido por la cocina o por el baño y después se daba cuenta que eran los mechoncitos de pelo que se le movían o el reflejo de su reloj que anda como tanteando por los techos y las paredes, sabía que no eran ladrones pero igual se ponía nervioso y movía rápido los ojos y cuando sabía que todo era parte de su cerebro mental psiquiatría urgente le comenzaba a latir rápido el corazón, a la misma velocidad que movió los ojos buscando ladrones de reflejos en la pared y en el techo. Visión periférica menos diez. Yo no estoy loco decía cada dos o tres días, luego le empezó a pasar cada dos o tres horas, pero era porque pensaba demasiado en su salud mental, en la percepción cerebral neuronas chispas eléctricas. Los lunes se levantaba de lo más lógico, hacía un balance de las personas que había conocido, pero no podía evitar pensar en que realmente esos impulsos que él tenía, de que había gente que pasaba corriendo como una luz, pero más que una luz porque uno dice, corre como una luz corre como una luz pero nadie sabe cómo corre una luz. Lo cierto es que pasa rápido, capaz de la misma manera que uno puede pensar como cuando se acaba el gas, que se te apaga la hornalla y chau o cuando cortas una piola tirante tirante y no sabes dónde quedó. ¿Dónde quedó? ¿Dónde está? Bueno es lo mismo que le pasa a Tito ¿dónde quedó? dice y después se da cuenta que es un delirio, pero no un delirio de alucinar sino una percepción deformada, una burla de dendritas cómplices. Reflejos, su pelo, la mochila que se acomoda, algo torpe que se cae, una bolsa

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que se desliza, la gravedad siempre abajo. -Titito gentes = buenas personas. Siempre. Obvio. Tito ¿vamos a tirar todo esto a la mierda?-.-Pero son repartió un guiso que le quedó y salió por el invierlos libros que teníamos cuando éramos chicos no Montevideano, uno le dijo que le deje el guiso boluda-. -¿Querés quedarte con Cómo hablar de por ahí y Tito le tiró el plato por la cabeza, no le tus hijos del divorcio? ¿Guía para estar siempre alcanzó a darle porque estaba en la otra vereda, el bien? ¿De dónde venimos?-. -Bueno pero igual. guiso acabó formando parte de su casa-calle y Tito Pensá que si no fuera por ese libro yo no hubiele gritó que él era una falla de la ideología capitalisra visto una concha a los 13 años, aparte es tapa ta que él se daba cuenta y que cómo lo trataba así dura-. -Bueno, entonces no lo tiramos y ¿qué te si todos somos hermanos. -¿El libro del año 1997? parece estos vestidos? creo Tiramos-. -No loca, no tique le podemos sacar los ramos ningún libro lo dejacapullos de gusanos estos mos acá-. -¿Lo vas a limpiar Una escena ridícula, espantosa e impoque hay entre los pliegues-. por lo menos? ¿Con qué se sible. Imposible porque su madre había -Si, yo creo que sí, pero calimpian los libros? -Y no sé, paz que sale más caro pagar con un trapo-. -No, con otra muerto hacía cuatro años. Es que su una tintorería que el vestido cosa. Sacále los caracoles madre era feliz a los quince y agarrar ese mismo-. -¿Si lo ponemos en primero-. -¡¡Ah pero que vestido tan lindo y de mal gusto y dárremojo y después vemos?-. hija de puta porque no me selo a una persona de mierda, porque a -Yo me voy hoy-. -Sí, yo decís antes si sabés como Tito le revienta ese pensamiento de que también-. -¿Entonces? El soy con los caracoles!!-. balde va a estar dos meses-. -Pensé que se te había ido todas las personas en la calle son bue-¿Y quién paga la tintorería la pavada-. -¿Qué pavada? nas. Pobres gentes = buenas personas. entonces?-. -Lo tiramos, ¿De qué pavada me hablás? Siempre. Obvio. dale-. -Dale-. -Pero lo poTito y Sasía dormían en un nemos en la bolsa aparte, cuarto oscuro, fuera de la para que se lo lleve alguien casa pero cerca, era como ahí al lado de la volqueta-. un depósito pero no era, -¿Te imaginás a un cuidacoche con este vestido era el cuarto de lo niños. La ropa sin doblar tirada de tul?-. -Tarada no todos los cuida choches son sobre una mesa, los cuadernos abiertos de piernas travestis-. -Yo no digo que sea travesti, puede tedetrás de la puerta, las túnicas hechas un bollo en ner buen gusto nada más-. Tito después, terminó el rincón de la pieza, el piso de portland gris, sueagarrando el vestido que su hermana dejó en la lo de bichitos negros que caminan distraídos toda volqueta, no por esconderse sino porque camla vida. En la cucheta, cada dos meses se turnaban bió de opinión y ella ya se había ido. Se imaginó y uno dormía arriba y otro abajo, eran las reglas patente a su madre viendo al cuidacoche con su que habían adoptado para que ambos tuvieran divestido de quince. Una escena ridícula, espantoferentes visiones del cine. Las manchas marrones sa e imposible. Imposible porque su madre había crecían y se expandían hasta el techo. Cuando no muerto hacía cuatro años. Es que su madre era podían dormir hacían cine de manchas de humefeliz a los quince y agarrar ese vestido tan lindo y dad, encontraban formas y se contaban historias. de mal gusto y dárselo a una persona de mierda, Monstruos desaparecían y aparecían otros más porque a Tito le revienta ese pensamiento de que grandes, con arañas gigantes y tenues princesas, todas las personas en la calle son buenas. Pobres bichitos de humedad como solemnes soldados,


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caracoles como reyes malvados. La historia del Rey Bolita Caracol duró días y días, el caracol se movía imperceptiblemente durante el día y a la noche se quedaba inmóvil. Una noche buscaron al Rey Bolita Caracol por toda la pared y el piso y el techo y no estaba. Intentaron comenzar otra historia pero no pudieron, apagaron las luces y ahí fue cuando el Rey Bolita Caracol se arrastró por la frente de Tito durmiente. -¿Qué pavada me decís?-. -A mí me parece un trauma bastante amigable-. -Yo quiero que un caracol te pase por las tetas a ver qué decís-. -Bueno ta, dale, pasáme los libros de caracoles que los limpio, no te jodo más. -Agarrálos vos. Un viejo roba rosas del patio del vecino, en puntas de pie se apoya en murito y no alcanza, se pincha, prueba con la otra mano, se pincha, prueba con la otra mano, se pincha, prueba con la otra mano, arranca una rosa roja que por el sacudir del árbol y del brazo del viejo se le caen todos los pétalos marchitos, y queda una rosa perfecta y roja para poner dentro de un vaso en el centro de la mesa de su casa. El padre de la gurisa le había puesto Sasía de apodo, que también era el padre de Tito, recordando un jugador de Peñarol de los años 60, porque le tiraba tierra en los ojos a todo el que pasaba por frente a la casa. Cuando le hacían la pica en la escondida, cuando la agarraban en la agarrada, ella tiraba tierra a todos lados, había veces que no se sabía de dónde la sacaba, aunque se sabía que tenía un puñado en los bolsillos o en un bolsito que se le fue deshaciendo de tanto andar con él. Era una rabia salvaje que le subía de repente, un sentimiento prehistórico en una gurisa chica como un chingolo. Se le fue yendo de a poco, o se le fue de repente, de la misma forma que suceden los divorcios, de a poco y de repente. Sasía entonces dejó de lanzar tierra, ahora la tenía siempre pegada en la planta de los pies, como una suela de tanto andar descalza. -Yo creo que esto de acá también tiene que irse

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¿qué es todo esto entendés? Si no es mugre no sé qué es-. -Son papeles, cuadernolas no sé. Si no te joden ¿porqué querés tirar todo?. -Pero es papá que se está llenando de ratas gil. Lleváte todos estos papeles para tu casa entonces, así puedo saber de qué color es el piso- . -Si nunca tuvo color el piso Sasía, dejá de ponerle color a todo-. -Pero dale Titito ¿no habíamos venido a limpiar la casa, a tirar todo? ¿Vamos a conservar todo? ¿Qué sentido tiene? Papá está reformando la casa, está tirando todo, nos dijo que viniéramos hasta el cuarto viejo para ver qué hacíamos. ¿Qué hacemos?- . -Papá viene ahora a reformar la casa, recién ahora y nos tenía en un sucucho de mierda cuando éramos chicos, que se lo coman las ratas a ese hijo de puta- . -Titito ya somos grandes para andar con rencores de hace ochenta años- . -¿Pero qué me hablás de hace ochenta años Sasía? si me sigue tomando el pelo por mi tartamudeés de cuando era chico. Vos misma me seguís llamando Titito. Tito empezó a hablar a los tres años, la tartamudées se le descubrió, agravó, se le prestó atención pasados los seis, cuando empezó a salir a jugar a la pelota con los gurises del barrio. Pepépe, Sasasasía, Jujújuan y Titito lo llamó una vez el padre, para que se entrara para la casa de una buena vez. Humillación colectiva que se hizo anécdota. La vez que Tito fue merecedor de un tiro libre, faul de Pepépe, tiro libre de Tito, se prepara para tirar y padre de Tito hace callar toda la efervescencia barrial del tiro libre. Tito pasa a ser Titito para todo el barrio y para siempre. -A los seis años tiré la pelota a la concha de la lora ¿te acordás?- . -No sabía que te molestaba que te dijeran Titito-. -¿Vos hay veces que seguro no pensás mucho no?. -Yo te estoy hablando bien-. -Y yo te estoy hablando mal Sasía porque me sacás, me sacás. Esa relación enfermiza que siempre tuviste con él, no la entiendo. La vez que te obligó a que le tiraras tierra al almacenero en los ojos porque no querían fiarnos la carne para Navidad ¿a vos te parece?-. -Yo no me acuerdo de eso Titito, siempre me lo reordás y no me acuerdo, eso de que yo tira-


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ba tierra es cualquiera. Pero tá, tanto que lo repiten tengo que pensar que es verdad-. -Esas lagunas que tenés son océanos Sasía, a veces me preocupa, porque todo bien que no recuerdes cosas de chica pero cuando mamá murió ya tenías como 14, tremenda pelotuda Sasía, así que andá a hacerte ver la cabeza- . -¿Podés dejar de hablarme así?- .Un cielo gris de tormenta nació del cuerpo de Sasía, comenzó a llover de adentro hacia afuera, una llovizna mansa como otoñal anduvo por sus ojos y fue bajando. Los papeles que cubrían totalmente el piso del cuarto eran inscripciones sin sentido, sin hilo conductor, palabras repetidas como conjuros mágicos, como las canciones infantiles de los patios de las escuelas. Sasía se encerró en el cuarto el día de la muerte de su madre y utilizó absolutamente todas las hojas de todos los cuadernos, las hojas secas de los árboles que entraron por debajo de la puerta y según las declaraciones de la psicóloga lo que hizo Sasía fue reconstruir diálogos, frases sueltas, consejos, risas, escenas, rezongos, abrazos, los momentos con su madre desperdigados por el piso del cuarto, en las bolsas de nylon, en los boletos, en los billetes viejos que usaban para jugar. -Tampoco es para que te pongas mal Sasía, pero si te lo digo bien no entendés y si te lo digo mal tampoco-. Sasía no respondía, miraba para abajo hipnotizada pero artificialmente. Agarraba cada hoja sin mirar como en un acto mecánico de oficina. Se ensuciaba las manos con mugre seca e intentaba encastrar una hoja con la otra. -Ahora ya está, esta casa ya está toda reformada ya fue, no es la misma casa que antes, es raro porque, ¿por qué hay que reformar? ¿Por qué no puede arreglar la casa y listo? ¿Que querés esconder? ¿De que querés escapar? Siempre me pregunté eso, porque en vez de volver a pintar la pared de blanco le cambiás de color, tirás el mueble comprás otro, la heladera ya fue la vendo me compro otra, cambiás la cerradura-. -Calláte un poco Roberto. La gente hace lo que quiere, dejála. Papá también es gente puede hacer lo que quiera- .Sasía continúo encastrando las hojas que ya eran una pila bastante gran-

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de. -Yo prefiero tener mis océanos mentales a tener esas montañas de mierda que no te dejan avanzar ¿entendés? Estás estancado en un odio del orto. Yo estuve mal de la cabeza y ahora acá me ves, ordenando las hojas que escribí en ese delirio cósmico, me da lástima que vos estés en un delirio cósmico y yo ya me fui, ya está. Ya sé, estás a punto de enumerar todo lo que nos golpearon, todo lo que nos gritaron, humillación, hambre, alcohol, hospital, policía. ¡Me aburres Roberto! Aburrís a tus amigos con la milonga del pobre niño. Te hiciste panki, tomá drogas, gastáte la plata, conseguíte una novia bien puta pero acá no me vengas con la cancioncita de que hay que matar a los padres. Los padres mueren en el momento que se dan cuenta que aman a sus hijos y que ellos los odian. Andá a terapia que la psicóloga te dice cosas muy interesantes.


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PROXEMIA SIN PRÓJIMO MARCELA FUENTEALBA

Busco: proxemia (del latín proximus, «muy cercano») se entiende como el uso del espacio que rodea nuestro cuerpo. Al observarlo se pueden crear marcos de interacción conformes con las dimensiones espacio-temporales, que expresan diversos significados y responden a sistemas complejos de restricciones o convenciones sociales, relacionadas con el sexo, la edad, la procedencia de clase, de cultura, etctéra.​ El antropólogo Edward T. Hall acuñó el término proxemia y estudió formas de transcribirla en la década de 1960. Entiende la estructuración inconsciente por parte de los seres humanos del espacio micro, conocido como la distancia entre los interactuantes en las comunicaciones diarias, y la organización del espacio en las casas o el diseño de las ciudades. Observa las formas inconscientes que las personas emplean para estructurar, utilizar y percibir el espacio en el proceso de interacción diaria, es decir, la proximidad y el alejamiento, posturas y gestos, la presencia o ausencia de contacto físico, etcétera. Hall, que siguió los trabajos de Thomas Henry Huxley y Konrad Lorenz respecto a los animales, distingue tres elementos proxémicos mediante los cuales las personas estructuran sus espacios.

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-Los elementos fijos se refieren a las configuraciones internas (culturalmente específicas) y las externas (arreglo del entorno). La percepción de dichas configuraciones cambia tanto con el tiempo y el espacio, como con la cultura y la situación. El uso del espacio permite entender la organización y el funcionamiento de un grupo o cultura. (¿Tras largo estudio?) -Los elementos semifijos permiten a las personas influir en la interacción con otros con la ayuda del entorno. Osmond aportó los términos sociopetal y sociofugal para caracterizar dos disposiciones opuestas del espacio. El espacio sociofugal tiende a mantener aisladas a las personas y produce soledad, como, por ejemplo, hospitales o bibliotecas. El espacio sociopetal, en cambio, como parques o ferias, lleva al encuentro. -Los elementos dinámicos hacen referencia a la manera en la que las personas utilizan activamente los elementos fijos y semifijos, es decir, cómo influye una persona en la comunicación con los demás al variar los elementos espaciales en una situación. (No entiendo). *** Se entiende que hay diferencias proxémicas entre las culturas y entre las personas (familias, amistades). El situacionismo es una forma de estudio proxémico. Puede observarse fácilmente al convivir con un niño, un anciano, un gato, un perro. La proxemia desapareció bastante de la vida, o se redujo o se volvió en relación con la casa, los animales, la comida, la cama. La cama vacía o con gatos, la mesa vacía o con gatos, la hija que te pide que te vayas, te abraza y es tu única proxemia (pero no lo es porque no es “otra” en el sentido psísquico), no hay posibilidad de otro (contacto físico, con distancia incluso), solo una comunicación lejana (siempre ambigua y peor,

sospechosa: noticias). Antes había proximidad, ibas a hacer clases e incluso firmabas una lista. Ahora es siempre lejos, como en la radio, se logra de otro modo, sin proxemia o mínima. Hay pocas palabras, más en los sueños que con el prójimo. Si hay alguien, distancia. El amigo que menos vi el año pasado –estuvo realmente enfermo– fue de los más cercanos. Con él la proxemia no es inconveniente. Próximo (cercano, prójimo) sin proxemia, bien. En el fondo, y en la superficie, pensamos lo mismo, convivimos bien. Su proxemia es muy clara: encerrado con su pareja y sus perros, se adoran. Escriben y cultivan plantas. Sociofugales felices, participan responsablemente de lo sociopetal. La proxemia podría explorar, por ejemplo, la comunicación psíquica entre madre e hija, o entre mujeres en general, o entre personas que están juntas, o que comparten imágenes y lecturas, etcétera. ¿Hay una proxemia en las fotos, por ejemplo? Quizá. Puedes imaginar, o probablemente no, a la persona que también mira tal foto. ¿No significa nada o hay un deseo que quisiera ser proxemia y falla?¿La proxemia es tanto psíquica como física? Claro. En fin: sí una proxemia fundamental con los hijos, algo esencial fuera de los cambios. Habría que saber la proxemia de las poblaciones, por ejemplo, para entender el sistema político y la revuelta social. Bastaría oír los diálogos para que caigan los discursos prescriptivos. Tu prójimo es el que sangra y no ves. Lo ponen literal y es horrible. Sería útil, también, un analisis proxémico de las fuerzas especiales de policía en comparación al de los manifestantes. Ataque y reacción.¿Qué dirán los movimientos primarios de los cuerpos? Cada gesto del represor califica al reprimido. Pero no es un reprimido: son muchos los


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que luchan. O, en los planos íntimos, el efecto proxémico de canciones, baladas, boleros, flamenco.

me austan las minas. Me mentiste. Tu marido es un delicuente. Me robaron diez años: chorros, vos, tu vieja y tu papá.

Todo es igual. Nada es mejor. Los inmorales nos han igualado. Cualquiera es un ladrón. Se ha mezclado la vida, llorar ¿Fue a conciencia pura que perdí tu amor? la vida contra un calefón. Te arrincono para llorarte. El recuerdo Dale no más, fuera de la mío será horroroso. El sol de la vida fraley. casa: después de un año atroz te vi pasar, ibas linda como un sol. Lejos de mí sol de Solo una madre nos permi vida, fui un fracasado. Uno está tan done en esta vida. Te ciego en su penar, tumba horrenda de mi siento más buena que yo. amor, se llevó toda ilusión. Para llorar tu Tus venas tienen sangre amor. Me robaste hasta el amor, tanto me de bandoneón, tus tanaustan las minas. Me mentiste. Tu marido gos son criaturas abandoes un delicuente. nadas, cuando todas las puertas están cerradas, Malena canta el tango. Tu canción tiene el frío La novela como el paso del lenguaje de las miradel último. Te siento más buena que yo. Caminidas, tan poco productivo al fin –“miraditas”–, al to cubierto de cardos que le tiempo nos robó a los de las palabras y de la piel (cuando no hay mirada, dos. Caminito lindo yo también me voy. Nunca en todo caso, no hay nada). Me encantaría imamás volvió. Seguiré sus pasos. ginar pero no. Mejor que no. La piel se limpia y se cuida. Tienes que estar a distancia. Mejor no Lo amor, amor es un sufrir, antiguos besos, flor salir, mejor que no. de un día, cruel preocupación, borrar mi obstinacion, la vuelvo a recordar. Un fuego. Angustia Para abundar, los tangos, aullidos por pérdida de de sentirme abandonado. Desde mi soledad las proxemia. rosas muertas de mi juventud. Sola y triste noche, brindar por los fracasos del amor. ¿Carnaval? A En tu pesca milagrosa de sabiondos y suicidas veces. Donde están las mujeres aquellas, cada yo aprendí filosofía. La poesía cruel de no pencual defendiendo su honor, la rubia Mirella, casi sar más en ti. ¿Fue a conciencia pura que perdí me suicido una noche por ella, la veo vieja, doy tu amor? Te arrincono para llorarte. El recuervuelta la cara me pongo a llorar. do mío será horroroso. El sol de la vida fracasa: Hija, ¿vivo en un descampado? No. No sé si padespués de un año atroz te vi pasar, ibas linda seo no más, cada vez nombro menos las cosas. como un sol. Lejos de mí sol de mi vida, fui un Burbujas de metano o de aire, la comunicación fracasado. Uno está tan ciego en su penar, tumba esteril. Como si nada, como si nada. Ahí estarehorrenda de mi amor, se llevó toda ilusión. Para mos para hablar, ficciones o lo que quieras. llorar tu amor. Me robaste hasta el amor, tanto Aparece una supuesta palabra, mamihlapinatapai, yagán (no está precisamente en el úncio diccionario que existe, de Thomas Bridges, que significaría “una mirada entre dos personas, cada una de las cuales espera que la otra haga algo que ambos desean pero que ninguno se anima a empezar”. La delicadeza del no animarse y la fuerza de la mirada para hacer. El resumen de la novela de la proxemia.


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