Créditos Centro Universitario de los Lagos Dr. Aristarco Regalado Pinedo Rector
Dr. Francisco Javier González Vallejo Secretario Académico
Mtro. Roberto Chávez Sánchez Secretario Administrativo
Dra. Rebeca Vanesa García Corzo
Directora de División de Estudios de la Cultura Regional
Dr. Carlos Pelayo Ortiz
Director de División de Estudios de la Biodiversidad e Innovación Tecnológica
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Coordinador de Extensión y Difusión Cultural
Lic. Aurora del Rocio Sastre Quijas
Jefa de la Unidad de Difusión y Divulgación de la Ciencia y la Cultura
Lic. Jennyfer Yesenia Campos Macías
© 2021 Perro Negro de la Calle Revista: Perro negro de la Calle Edición Grim de otoño Idea original: Mtro. Arq. Amaury Ledesma, Lic. Jesús Prado, Lic. Alfonso Koyoc. Diseño Editorial: Mtro. Arq. Amaury Ledesma. Edición, compilación y corrección: Mtro. Arq. Amaury Ledesma. Lagos de Moreno, Jalisco, México Octubre 2021
Jefa de la Unidad de Comunicación Social
Distribución gratuita
Lic. Isaías Josué Olvera Gómez
Contacto: perronegrodelacalle.blog@gmail.com facebook.com/Perronegrorevista Instagram: @perronegrodelacalle spotify: Perro Negro de la Calle Perro Negro Selección: https://perronegrodelacalle.wixsite.com/perronegrodelacalle
Jefe de la Unidad de Bienestar Universitario
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Portada: “Grim 2021”, Autora: LDG. Jennyfer Yesenia Campos Macías
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Los textos e imágenes presentados en esta revista son de total propiedad y responsabilidad de su correspondiente autor. Las ideas y puntos de vista de los autores presentados y sus obras no necesariamente son afines a la revista literaria Perro Negro de la Calle
Índice Prológo.................................................................................................................... 4 Penumbras…………………………………………………………………... 5 Una nueva familia………………………………………………….....……... 8 Hiperrealismo……………………………………………………………….. 11 NOCH……………………………………………………………………...... 14 Maizal………………………………………………………………………... 16 Caprichos………………………………………………………………......… 19 Un suspiro en la nada …………………………………………….................. 23 Al otro lado de la lente……………………………………………..........…… 27 El cinturón …………………………………………………………………... 30 Noche de tormenta …………………………………………………........….. 33 Maldita sea mi muerte…………………………………………...........……... 36 Triste final……………………………………………………………………. 39 Cazadora………………………………………………………………............ 42
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Prólogo esde las nocturnas calles de la bohemia Lagos de Moreno, este canino acecha desde las sombras; olfatea, gruñe, se lame los colmillos en un otoño que se antoja lacrimoso y frío.
He aquí el Perro Negro de la Calle: Edición Grim de Otoño 2021, donde autores de cinco países se unen con laguenses para recopilar una antología de horrores antinatura e impúdicos: Colombia, Uruguay, Perú y Guatemala están presentes junto con México (Jalisco, Chiapas, Michoacán, Baja California Norte, Tamaulipas y el Estado de México) para hacerles perder la cordura con narraciones inquietantes que parecen sacadas de lo más profundo del Hades. Esta colaboración anual entre la revista literaria de Lagos de Moreno: Perro Negro de la Calle, y El festival Cultural Otoño en Lagos del Centro Universitario de los Lagos llevará su lectura a terrenos de lo desconocido, donde solo se albergan miedos y angustias; esbirros y parias ominosos ideados por mentes latinoamericanas que emergen furiosas al escuchar el ladrido del azabache Grim; nosotros somos sus heraldos. Os dejo pues, amantes de lo abominable, para que divaguen en estas oscuras pesadillas y se pierdan en confines de lo indescriptible y lo aterrador para, tal vez, no regresar jamás. Ustedes son conscientes ya de que este Perro de leyenda ladra… y su mordida duele como mil infiernos.
Amaury R. Ledesma
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Penumbras Ajedsus Balcázar Padilla
«N
o debes estar de noche en las calles del pueblo de San Romo, hacerlo te puede costar la vida».
Fueron palabras que me comentaron al llegar al lugar. Era un pequeño poblado alejado de la ciudad, con gente humilde y dedicada a la agricultura. La rutina diaria empezaba desde muy temprano y terminaba igual. Salían a las seis de la mañana y regresaban al atardecer. Toda persona, aunque fuese campesino, estudiante o comerciante, debía estar en casa al caer el crepúsculo. No se permitía estar fuera durante la noche. Hacerlo podría ser peligroso. Yo no creía en las supersticiones de toda esa gente. Parecían niños asustados ante fenómenos desconocidos, así que decidí investigar. Uno que otro faro iluminaba las calles del poblado. Y las sombras de los árboles se movían por el viento extraño. Observaba a las ramas y no existía movimiento alguno, pero la sombra del suelo lo hacía de forma inexplicable. Aquello no sería más que el principio de algo mucho más perturbador. Pude ver cómo, en la lejanía, cerca del parque del pueblo, unas personas oscuras caminaban tambaleantes. Posiblemente eran pobladores que no creían en todo el mito que envolvía al lugar. Pero, conforme me fui acercando, pude notar que aquellos sujetos no eran más que fantasmales sombras que merodeaban por las calles. No tenían una apariencia física como tal y solo eran una masa oscura como humo que deambulaba libremente. Cambié de dirección y tomé una ruta alejada de aquellas cosas. Un terrible
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escalofrío recorría mi cuerpo y sentía mucho miedo. Mientras avanzaba, logré darme cuenta que existían enormes seres que se paseaban por las calles, parecían deformes masas de oscuridad que se desplazaban como una babosa gigante; existían otros mucho más altos, con solo dos largas piernas y sin brazos. No podía creer lo que miraba. Sentía que mi seguridad corría peligro. Muchos de ellos me observaron malignamente con unos ojos luminosos que evocaban un nauseabundo malestar. Algunos me comenzaron a seguir, desaparecían por momentos y luego emergían del suelo nuevamente más adelante. No sabía adónde ir, todo el pueblo estaba infestado de aquellas demenciales criaturas. Mi cabeza tarde o temprano llegaría a explotar. —Nunca debiste venir aquí —dijo una sombra que emergió del asfalto. —¿Qué eres tú? —Somos criaturas de la penumbra, pronto formarás parte de nuestro linaje. Trastabillé y caí sobre unas bolsas de basura. Cuando pude levantarme, aquel espectro había desaparecido. Intenté tocar las puertas de algunas casas, pero ninguno accedió a mi llamado. «¡Lárgate, maldito! ¡Busca otro escondite!», decían con saña. Corrí por varias calles, intentando llegar al hotel donde me había hospedado. Aunque mi visita era totalmente de trabajo, nunca pude haber pensado que caminar en la noche supondría un completo peligro. Al doblar una esquina, pude presenciar cómo un hombre era atacado por un grupo de bestias de las sombras. Contemplé con horror cómo su cuerpo se desvanecía poco a poco y se volvía un ser de oscuridad. Me escondí, detrás de un auto y temblaba de miedo. Pensé que tal vez lo más conveniente sería esperar hasta el amanecer, escondido en algún lugar. Avancé unas calles más, hasta que una fuerza sobrenatural me tomó de las rodillas. Unas diabólicas manos negras salían del asfalto. Un grupo de deformes babosas de vapor negro aparecieron frente a mí, y de su tallo cefálico, emergieron un conjunto de tentáculos de oscuridad que empezaron a rasgar mi cuerpo. En aquel instante, no sentí sensación alguna, pero algo era evidente. ¡Mi existencia física era consumida! Pronto un telón de total oscuridad me sepultó y me desvanecí. Han pasado tantos días, que ya no distingo cuánto tiempo ha transcurrido. Lo cierto, es que soy un integrante más de la Orden de la Penumbra. Mi único objetivo es cazar humanos incautos como algún día lo fui yo. El reinado de la noche nos pertenece totalmente.
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Ajedsus Balcázar Padilla (Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 29 de octubre de 1993)
Es un escritor mexicano de ciencia ficción, terror y fantasía. También poeta y compositor. Vive actualmente en San Cristóbal de las Casas. Maneja la revista de literatura fantástica El Axioma; y ha sido publicado en diversas plataformas digitales como; Sexta Formula, Revista Ibidem, Página Salmón, Espejo Humeante, Teresa Magazine, Polisemia Revista, El Narratorio No.59 y 62, Fanzine Letras Públicas, Teoría Omicron, Revista Letras y Demonios No.10 y 11, Perro Negro de la Calle No.53 y 55, y participa en Relatos Increíbles No.21 y Revista Círculo de Lovecraft No.19. Forma parte de la antología Solar Flare – OVNI de Editorial Solaris (2020) de Uruguay; Error-404: Vínculo no encontrado de Editorial Libre e Independiente (2021) de Perú; y Viajes en el Tiempo de Editorial El gato descalzo (2021) de Perú. Su primer libro se titula Mis tristes memorias eléctricas, disponible en Amazon.
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Una nueva familia Ronnie Camacho Barrón
P
or fin, después de mucho tiempo de estar huyendo, logramos encontrar un lugar donde podemos sentirnos seguros, se trata de una iglesia abandonada en medio del bosque. Perfecta en todo sentido, ya que es tan espaciosa que hay cupo para toda la familia; la gente de la zona parece haberse
olvidado por completo de su existencia, posee un sótano que conecta con un sistema de cuevas subterráneas y las granjas de los alrededores son prosperas, tanto que hasta ahora no se han dado cuenta de que les hemos estado robando. En este momento, mis hermanos y yo hemos vuelto al refugio con nuestro botín, listos para presentarlo ante nuestra madre. —Bienvenidos a casa, mis pequeños —nos saluda con una cálida sonrisa. —Hola, madre —hacemos una reverencia como muestra de respeto. —Veo que su noche ha sido fructífera. —Así es, fuimos ambiciosos y trajimos con nosotros de seis cabras, quinces gallinas, dos cerdos y, aunque algo delgada, una vaca lechera, creo que, si comemos con moderación, podrían durarnos todo el invierno y no tendríamos que volver a salir en un buen tiempo —le hago un recuento de lo obtenido. —¡Esplendido, hicieron un buen trabajo! Ahora lleven a los animales al sótano, denles agua y
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aliméntelos bien o de lo contrario nosotros no podremos alimentarnos de ellos, Alina, ¿puedo hablar contigo? —se dirige a mí. —Sí, señora. —Mi niña, como sabes las cosas no han sido fáciles desde que abandonamos Rumania, nuestros semejantes nos negaron por no seguir sus costumbres y aquellos que quieren asesinarnos nos han pisado los talones en cada nuevo lugar al que llegamos, pero a pesar de todo seguimos en pie, hemos prevalecido y en gran parte ha sido por ti, la forma en que guías a tus hermanos allá afuera, es algo digno de toda una matriarca. Estoy por preguntarle por lo que trata de decirme cuando uno de mis hermanos aparece. —Madre, encontramos esto en el cencerro de la vaca —nos muestra un pequeño cuadrado de plástico con una parpadeante luz roja. Aquel extraño objeto se trata de un rastreador, caímos en una trampa, el ataque de nuestros perseguidores no se hace esperar, y pronto una explosión derriba la pesada puerta de la iglesia, su fuerza es tal que no solo hace volar trozos de madera por todos lados, sino que también, logra derribarnos. Mientras tratamos de incorporarnos un grupo de hombres atraviesan el humo y nos rodean, todos visten túnicas rojas, collares de ajo rodean sus cuellos y están armados con escopetas, crucifijos de hierro y lanzas de madera. Sin mediar palabra varios de ellos se lanzan en nuestra contra dispuestos a matarnos, pero antes de que puedan hacerlo, mis hermanos arremeten contra ellos iniciando una lucha. En medio del caos, tomo la mano a mi madre y la llevo hacia el sótano, huiremos por las cuevas. —¡No dejen que la reina huya! No importa a cuantos de sus sirviente matemos, si ella sobrevive comenzará una nueva colmena en otro lugar —grita uno de los cazadores antes de enviar a dos de sus compañeros detrás de nosotras. Avanzamos un buen tramo de las cuevas cuando de la nada mi madre comienza a estremecerse hasta caer de rodillas. —¿Qué te pasa, Madre? ¿Te hirieron? —comienzo a revisar su cuerpo. —No puedo seguir avanzando, Alina, no mientras tus hermanos, mis niños, están muriendo allá arriba, cada vez que matan a uno de ellos es como si encajaran una estaca en mi propio corazón. —Por favor, tienes que seguir, ya los escuchaste ellos saben que si te matan a ti nos matarán a todos nosotros, tú eres quien importa, además puedo sentir una corriente de aire, la salida está cerca —trato de hacerla entrar en razón. —¡Mueran, sucias criaturas! —uno de los hombres nos ha encontrado y, tras empujarme con su estaca en mano, atraviesa el pecho de mi madre.
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—¡No! —iracunda tomo la cabeza del hombre y la giro para torcerle el cuello. —Alina —me llama desde el suelo mientras su cuerpo comienza a desintegrarse—. Bebe mi sangre. —¿Qué? —Solo así serás libre, dejarás de ser mi hij… mi súbdita y te convertirás en una vampira en toda regla, aunque yo muera tú vivirás. —Madre, no sé si podré vivir sin ti. —Y yo no quiero que mueras conmigo, por favor, obedéceme —acerca su brazo izquierdo a mi rostro. Al ver que la mitad de su cuerpo ya es polvo, hago lo que dice y la muerdo, succiono su sangre hasta que lo único que queda ella es polvo en mi boca. —Creo que se fueron por aquí —escucho las voces de los otros cazadores a la distancia. El sonido de sus voces me hace enfurecer, y aunque me gustaría destazarlos con mis manos, lo pienso mejor, matarlos no me devolverá a mi familia, pero morderlos me dará una nueva.
Ronnie Camacho Barrón (H. Matamoros, Tamaulipas, México, 17 de marzo de 1994)
Escritor, Lic. en comercio internacional y aduanas, y Técnico analista programador bilingüe. Autor de 2 Novelas: Las Crónicas del Quinto Sol 1: El Campeón De Xólotl (Amazon, 2019) y Carlos Navarro y El Aprendiz Del Diablo (Editorial Pathbooks, 2020), también de diez libros infantiles, por mencionar algunos: Friky Katy, ¿Tus papás son vampiros?, El pequeño Rey, Los Guardianes del bosque y Erika otra vez, todos con la editorial Pathbooks y traducidos en 6 idiomas. Su más reciente obra, una antología de cuentos de Terror, Fantasía, y Ciencia Ficción titulada Entre Nosotros (Amazon, 2021). Colaboró en nueve antologías y muchos de sus cuentos, relatos y ensayos han sido publicados en más de ochenta revistas y blogs, tanto nacionales como internacionales.
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Hiperrealismo Guille Cifuentes
—¡B
uenos días, Carlos!
—¡Buenos días! —era la respuesta inmediata a toda persona que le saludaba cada día que iba al centro de la ciudad, especialmente en los hospitales, ya que eran los lugares que él consideraba que merecían un buen servicio de transporte; el taxi que conducía había trasladado más personal de salud que cualquier otro tipo de pasajeros. Risueño, alegre y carismático; a pesar de ello, pocas personas conocían aspectos relevantes de él, puesto que los detalles íntimos eran reservados por Carlos. El Hospital Valle Verde era una de las principales instituciones de atención a la salud de la ciudad, por lo que el equipo médico de reconocida trayectoria laboraba en él; los profesionales ahí se habían convertido en referentes de la región. Uno de los especialistas, recién llegado a la ciudad, tenía poco conocimiento y sentido de orientación, por lo que cualquier ayuda le vendría bien. —¡Buenos días! ¿Está perdido? ¿Desea ir a algún lugar? —preguntaba Carlos mientras se acercaba. —Debo encontrar apartamento hoy mismo, —aun con cierto asombro, se le notaba ansioso. —Conozco unos apartamentos a una hora de distancia. —le acompaño…
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Después de algunos minutos, llegó a una casa con parqueo múltiple. Carlos se estacionó y, con la risa típica en él, se dirige al médico novato: —¡Acompáñeme! Le suplico pueda atender a mi madre… La sala de la casa era amplia y de doble altura —Esos retratos se ven muy realistas… —refiriéndose a los cuadros que se encontraban en la parte más elevada de esta pieza de la casa. —Es hiperrealismo —la sonora carcajada de Carlos resultó inquietante. —Se ven impresionantemente, muy reales… —dijo con evidente asombro. Adentrándose ambos por un pasillo amplio hacia una habitación ingresaron a una habitación donde se encontraba recostada la madre de Carlos. —Buenas tardes, doctor —pronuncia ella. —¡Buenas noches! —respondió el medico sin comprender el por qué la habitación era absolutamente blanca, sin adornos o detalle alguno… —Doctor, mi madre ha estado esperando el trasplante de retinas… y ha debido guardar reposo; ¿podría evaluarla? —¡No es mi especialidad! Se hace de noche y debo encontrar apartamento —se excusó. —Pase adelante —mientras Carlos abría la puerta de la habitación hacia el pasillo indicando una habitación—, puede hospedarse en esta casa… La sonrisa de Carlos y su carisma desaparecieron con la carcajada con la que acompañó la invitación a ser huésped esa noche. El médico ingresó a la habitación indicada, sin encontrar la forma de activar la iluminación, sintiendo, además, el suelo con una textura inusual… caminó lentamente hasta toparse con la cama y recorriendo el contorno hasta encontrar una lampara o algo para activar la luz del lugar… la intensa oscuridad de la noche y el ruido de la ciudad le generaron la sensación de que debía alejarse de aquel lugar. —¡Al fin una lampara! —pronunció. Contemplar aquel lugar, opacó el grito que intentó al ver en las paredes los cuerpos de personas con vestuario de personal de salud; a todos les hacía falta el rostro, el piso teñido de rojo lo llevó a refugiarse en la cama, ante el asombro y el pánico experimentado fue sometido por cuatro personas con vestuario de cirujanos… Cada corte que recibía incrementaba el dolor, sin tener total certeza, veía cómo los cuerpos en las paredes parecían moverse con lentitud hacia él, testigos del mismo horror vivido… Los gritos de súplica solo provocaban la risa de sus agresores… el dolor y el miedo le llevaron a perder la consciencia hasta horas después en que comprobó que seguía inmovilizado y preguntándose del
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error cometido al confiar en tan sonriente personaje y ser víctima de tal tortura… la posibilidad de escape era nula y un pensamiento empezaba a ser recurrente mientras la expectativa de lo siguiente que le harían aquellos torturadores, con el fraude del uso del vestuario que portaban. —¿La tortura se limitará a perder la piel del rostro? —se preguntaba mientras el dolor agudo recorría el rostro y se extendía al resto del cuerpo, sensación que consideraba que ningún medicamento podría calmar tal dolor. 7:30 P.M. indicaba el reloj en la recepción del Hospital Valle Verde, mientras Carlos era saludado por el personal médico y demás conocidos. 7:30 P.M. indicaba el reloj de la pared en la habitación donde la víctima se encontraba soportando aquella experiencia ilógica.
Carlos ingresó a la habitación, el grupo de supuestos cirujanos quedaron inmóviles ante su presencia, la luz incandescente y el ruido en el entorno daban la sensación de que enloquecería por todo aquello la ilustre víctima. —Tiene que ser valiente doctor, su rostro será apreciado al igual que el de sus colegas, tal como usted los admiró al ingresar. Se escuchó una risa, era la de Carlos, quien con bisturí en mano le indica al médico: —Nadie sospechará de mí si mi hermano se encuentra encubriendo ruta y a mi madre le dará gusto ver, con sus nuevas pupilas, a sus gemelos reunidos para las fiestas de fin de año…
Guille Cifuentes (Ciudad de Guatemala, Guatemala, 25 de mayo de 1979)
Psicólogo y profesor de enseñanza media, inicia su incursión en la literatura en el año 2019, con la finalidad de promover la lectura a través de la poesía, cuento, siglema, haiku; busca aportar al desarrollo de los géneros literarios a través de las actividades académicas con sus estudiantes y seguidores de redes sociales. Novel en los géneros literarios en los que incursiona, frecuenta los temas de la poesía romántica, del amor imposible, desamor; sin embargo, explora otras temáticas para profundizar en la expresión de los tópicos literarios.
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NOCH Adilene Cortés Caballero
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ebajo de mí, una masa húmeda me hunde cada vez un poco más, mientras me arrastra una entidad avasalladora sin forma, que tiende a empaparme, a arrastrarme violentamente para después soltarme con suavidad; espumoso, esta monstruosidad me saborea y regurgita, dejando un sonido estremecedor y envolvente, no estoy preparado para que mi vista se impacte ante la diversidad de estímulos, pero, de cuando en cuando, un destello, un golpe fugaz alumbra todo mi cuerpo, conteniendo un estruendo que desgarra —lo que pienso es— el cielo, bóveda que presiento caerá en pedazos sobre mí. ¿En qué hazaña imposible me han embaucado? ¿A qué horrores indescriptibles me arrojaron? ¿Y mi tripulación dónde está varada? Mi memoria está tan dispersa, que a penas y me recuerdo a mí mismo existiendo, solo sé que sobre mí se cierne la incierta desventura a mi encuentro. Una amalgama de olores penetra mi mente, frescura me salpica, y al mismo tiempo me deshidrata un sabor intenso. Mi cuerpo tiembla en pánico, no estoy solo, puedo sentir el vibrar de muchísimas figuras de diversos tamaños moviéndose en lo profundo de esta inmensidad que abraza mi dañado cuerpo. Inconsciente floto… Instantes de tiempo despejaron sobre mí ese pesado cielo desde donde me inunda una brillante luz, la estrella fulgurante me quema en medio de criaturas con alas que revolotean agudas, estoy seco y la masa húmeda debajo de mí se desmorona, me arde el cuerpo inerte. Pasos que se hunden, corrompen el sonido al que me estaba acostumbrando, sus pasos se acercan a mí, abro mis parpados para ver a seres cubiertos de pies a cabeza con trajes excéntricos, que dejan ver un
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rostro dentro. Rostros que me aprecian con horror. Siento sus órganos latiendo dentro suyo; a prisa, respiran entrecortados, y gritan, dialogan en un lenguaje que no comprendo, respetuosamente indago en sus mentes, e imágenes me abruman, una tras otra reitera la aberración que me espera, van a llevarme y explorarán dentro mío. Tengo miedo.
Adilene Cortés Caballero (Tijuana, Baja California, 5 de enero de 1988)
Hacedora de prosa poética. Actualmente radica en pueblito cerca del mar en Nayarit. Licenciada en psicología y docente de nivel medio superior. Ha publicado en la revista Perro negro de la calle de Lagos de Moreno, Jalisco a partir del año 2020. Su obra es un cúmulo de memorias distorsionadas, obsesiones, crudeza y melancolía onírica. Relatos breves repletos de magia y surrealismo.
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Maizal Alejandra Cruz Castillejo
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s difícil reconocerse después de pasar las barreras de la inconciencia, el miedo suele ser paralizante, atrofia cada uno de los sentidos e incluso inhibe la salida de palabras de tu boca. La historia que voy a contar es una muestra de lo implacable que es el miedo cuando este entra por los ojos.
Joaquín, un agricultor como cualquier otro, acostumbraba a llevar siempre consigo a una mula, la tenía desde los veintidós años, con ella transportaba los bultos de abono y algunas herramientas para la labor. En ocasiones, antes de llegar al campo, el animal se resistía a la caminata, así que su dueño tiraba del lazo y le propinaba unas nalgadas para que se pusiera en marcha. Al llegar al maizal, dejaba suelto al animal para que comiera algunos pastos mientras él se adentraba entre surcos a revisar el estado de las mazorcas. Aquel día soplaba un ligero viento, opacado por los rayos de sol de la mañana. Joaquín se adentró en la milpa. Deslizó sus dedos por el lago de las hojas amarillas del maíz e inhaló profundo el aroma de la tierra. Cortó una mazorca. Retiró con cuidado cada hoja que la recubría. Ansiaba ver el color dorado del grano, a cambio de eso lo que sus ojos miraron le lleno de preocupación. Los granos estaban picados por gusanos negros, los cuales dejaban canales en el olote con marcas de moho del mismo color. De inmediato cortó una mazorca más con la esperanza que estuviera sana, apenas la miró, la dejó caer y continuó la revisión en el surco entero. No había nada que hacer, la cosecha estaba perdida. Salió de entre el maizal con el ánimo arrastrando, tal como lo hace el arado sobre la tierra. Intentaba explicarse la razón de esa infestación. Nunca había escuchado sobre gusanos negros en el maíz; sabía de la
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existencia de gusanos verdes, cafés y amarillos, pero negros jamás. Estaba sorprendido al ver que, en menos de una semana, estos infelices lograron pulverizar el trabajo de meses. No había explicaciones claras para ese hecho. Desanimado pegó un silbido a su mula, fue tan débil que ni siquiera los gorriones pudieron percibirlo. Volvió a llamarle sin obtener resultado, ahora debía buscarla. Con guadaña en mano recorrió por los alrededores de la milpa, sin lograr encontrarla. Era imposible que el animal se fuera del lugar, la cerca de piedra rodeaba al maizal y las trancas estaban puestas en la entrada. Continuó su búsqueda entre los surcos. Después de recorrer casi media siembra algunas gotas de sudor recorrieron su frente. Retiró el sombrero y aflojó su paliacate del cuello. Entre silbidos renegaba encolerizándose cada vez más por su mala suerte, primero la cosecha perdida y ahora la mula extraviada. Sintió rabia, desesperación y un tanto de calor, pasó un trago de saliva que le supo amarga. En un acto colérico empuñó con fuerza su guadaña y comenzó a cortar las plantas que estaban a su paso. En menos de un par de minutos jadeaba de cansancio. Cuando creyó que su explosión interna se había apaciguado, decidió seguir su búsqueda. Ese animal era lo único salvable en ese momento. Pasos más adelante, miró algunas mazorcas mordidas, era claro saber quién lo había hecho, eso lo alegró un tanto. Siguió la marca, los pocos granos blancos resaltaban entre el moho negro, pequeños gusanos se deslizaban sobre las hojas. El panorama empeoraba entre más avanzaba. Mas adentro, solo encontró algo semejante al carbón o polvo sepulcral posado sobre las plantas inclinadas y retorcidas. De repente, sus ojos quedaron más abiertos que nunca, no podía creerlo. Ahí estaba su mula tirada sobre el maizal, aún vivía. Era claro que no estaba bien. Quiso caminar hacia ella, pero las hojas comenzaron a crujir de tal modo que le perturbaron los sentidos. La piel se le erizó con cada paso dado. Ya cerca, se agachó y acarició a su animal. Al rozar el lomo con sus dedos, observó formarse una pequeña mancha que comenzó a crecer rápido. En cuestión de segundos la bestia era polvo. Talló sus ojos con la ilusión de que no fuera real, no podía ser real, pensaba para sí mismo. Retrocedió para que esa negrura no le alcanzara, casi todo estaba cubierto y pulverizado. Tan solo faltaba él. Quiso salir, pero por dónde. Hasta el cielo perdió su color para dejar caer la oscuridad. Caminó con la angustia en la garganta, sentía como si una reata le ahorcara. Sus piernas parecían pesarle más que nunca. Con fuerza sujetaba su guadaña. Estaba seguro de que peores cosas sucederían. Su respiración agitada le impedía avanzar, tuvo que parar. Deseaba salir de ahí lo más pronto posible, sintió la necesidad de ir a casa con su familia. Anheló pedirle perdón a su esposa por el dolor causado. Pero era tarde, no había salida alguna. En un acto desesperado se dejó caer arrodillándose ante esa tierra que absorbió el trabajo de sus manos. Fue en ese momento, que un punto negro apareció sobre su cuerpo, de la misma manera que sucedió en su mula. Se esparció despacio hacia sus piernas, luego continuó por su torso. Con el más profundo miedo miró su cuerpo ennegrecido. Con gritos desesperados se arrepintió de sus pecados. Y con la única mano que aun dominaba hizo un movimiento decisivo, cerrando al fin los ojos.
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El viento soplaba y hacía sonar las hojas del maizal que brillaban al rayo del sol del mediodía. A la orilla, una mula esperaba a su amo que después del almuerzo se adentró a revisar las mazorcas. Las hormigas recogían las migajas de los tacos con hongos que el hombre comió para aguantar la jornada. Y ahí, en el centro del maizal yacía el cuerpo de Joaquín bañado en sangre.
Alejandra Cruz Castillejo (Zirahuén, Michoacán, México, 8 de junio de 1983)
Graduada como Lic. en Educación Primaria en la Escuela Normal Urbana “Profr. J. Jesús Romero Flores”. Ha colaborado en las antologías: Normalista, 2004, Los otros motivos tomo 1, 2021, y Homenaje a la literatura contemporánea, 2021. Actualmente ha publicado en las revistas Rigor Mortis, Perro Negro de la calle, Cantera, Posada Almayer, Komuya, así como en páginas de difusión cultural. Es fundadora del Colectivo Cultural Voces de Michoacán.
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Caprichos Santiago Garcés Moncada
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o sé por qué el tarareo de aquella mujer logra producirme tanta lástima, estaba segura de que había dejado a un lado el corazón el día que me hice cocinera de esta prisión hace tantos años. Ah…, esa inocencia antigua, perdida ante la necesidad de aprender a no sentir remordimiento
cuando me fuese obligatorio prepararles a las reclusas el almuerzo con las cáscaras y las sobras del día anterior, añadiéndole una que otra verdura sana para engañar al paladar. Hoy la piensan trasladar de aquí a un lugar donde no volverá a molestarme con sus caprichos o su silencio, el médico ha firmado el permiso y la orden ya ha sido dada por los superiores, pero, aunque ellos puedan llegar a pensar que es lo mejor, no alcanzo a imaginar qué será de ella cuando no pueda mecer sus brazos como lo hace ahora mientras tararea su canción. Recuerdo el día en que llegó a la cárcel, se decía que había matado a su esposo al darle cinco puñaladas, defendiéndose, porque el maldito había intentado golpearla en el vientre para hacerle perder al bebé que esperaban. Son pocos los casos en que una mujer que entra nueva a este patio no es acosada por las otras reclusas, pero así había sucedido con Mercedes. Desde la barra de la cocina pude notar cómo todas la observaban sin un rastro de odio en los ojos, incluso podría decir que en aquellas miradas había algo de misericordia y dolor. Su suerte se debía cuando menos a que estaba embarazada, aunque pienso que es mayormente por la valentía que había tenido al defender a su pequeño ante cualquiera que quisiera hacerle daño, incluso acabando con la vida del hombre que amaba; para nosotras era inocente, así las leyes hubieran
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decidido sentenciarla a tantos años pese a que había apelado a legítima defensa. De alguna manera se sentía que aquel embarazo había pasado a ser de todas o así lo creía yo. Solo por eso guardaba para ella algunas de las frutas destinadas a los guardias, aunque era inevitable que tuviera que comer esa basura que preparaba para todas de vez en cuando. Aquel lugar no era el mejor para gestar a un infante, las ratas infestaban los rincones y los baños, se podían ver por todas partes corriendo con su amenazante chillido y un centenar de cuervos de buen tamaño se colgaban de las alambradas mientras repetían los insultos de las internas que gritaban en los otros patios. Mercedes pasaba sus tardes admirando aquel bullicio de aves mientras fumaba al escondido algunos cigarrillos que conseguía por ahí entre las muchachas; aunque sabíamos que aquello estaba mal, nadie le reprochaba que lo hiciera, fumar era una de las pocas cosas que servían para hacer pasar un poco más rápido el tiempo de estadía en este infierno de concreto. Las cosas habían transcurrido muy normales por aquellos días, si se pueden llamar así a esas vacías horas de encierro y a la escasa libertad que permitía el aire libre del patio, rodeado de rejas, de ratas y de muerte. Mercedes había comenzado a actuar muy extraño a lo habitual, poco a poco dejó de comer, tan solo guardaba algunos trozos en sus bolsillos para tirárselo a las ratas en el patio y así verlas pelearse a muerte por ellos. Aquella tarde pude observar cómo se acercó para recoger del suelo una de las ratas muertas en la pelea, la tomó como quien prepara un trozo de carne para el almuerzo, abriéndole el estómago con la punta de una varilla oxidada que sobresalía de la maya. La sangre bañaba sus manos mientras la amarraba de la cola en uno de los espacios de la reja, cuando se alejó tomó una enorme roca y esperó a que cayeran sobre la rata los hambrientos cuervos, yo la observaba mientras me fumaba un pucho apoyada en la entrada del comedor. De verdad me sorprendí al verla arrojar aquella roca sobre la bandada de cuervos que acaecían sobre la rata para devorarla, pero tras el alboroto y la huida de las aves la vi correr hacia el único cuervo que no pudo volar por el golpe, lo trajo hasta donde yo estaba y me dijo que desde hacía días su único capricho era comer una sopa hecha de cuervos. Jamás en mi vida había preparado un animal de estos, pero ante la insistencia de Mercedes y su poco apetito de los últimos días, accedí a prepararle aquella sopa, total y la comida que ofrecíamos no tenía mucha diferencia con el adefesio culinario que me pedía preparar. Recuerdo que había escuchado de mi madre que también tuvo extraños caprichos alimenticios en su embarazo y llegué a pensar que, tras satisfacerse su antojo, ella volvería a la normalidad, pero fue todo lo contrario. Siguió cazando cuervos cada día, haciendo de estos su único alimento. Prometí dejar de hacerle aquella sopa si no comía otras cosas, todo aquello no podía ser bueno para el bebé, pero amenazó con echarse a morir de hambre si no lo hacía. Mercedes cada vez actuaba más extraño, su mirada abierta ponía nerviosas a las demás reclusas, sus dientes comenzaron a mancharse de negro al igual que sus uñas. Se había vuelto muy agresiva y cada vez hablaba menos, pero todo empeoró el día que dejé de hacerle la negra sopa resultante de cocinar esas malditas aves. Cuando trató de atacarme tuvieron que aislarla en una celda sin ventanas, y aunque no aceptaba para nada su actitud hacia mí, le mandaba frutas escondidas bajo la masa asquerosa de las sobras, pero siempre
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dejaba la bandeja intacta. Tenía seis meses cuando todo sucedió, su bebé se adelantó a la fecha a causa del hambre de su madre, un charco de sangre y un grito de ayuda logró alertar a los guardias, y aunque la enfermera hizo todo lo que estaba a su alcance, no fue suficiente, el bebé había nacido muerto. Yo corrí hasta el lugar apenas supe por los guardias lo que sucedía, llevaba algunas toallas limpias para recoger la sangre que chorreaba por el piso, pero, apenas entré, un grito me hizo retroceder, provenía de la boca de la enfermera que pareció desmayarse cuando lo tuvo en sus manos; un pequeño cuerpo humano unido a su madre por un cordón umbilical oscuro sostenía un cráneo sin carne que mantenía la similitud con el de un cuervo, dentro de esos huesos se podía ver un cerebro cubierto por una piel gelatinosa y casi transparente que dejaba ver sus venas y unos ojos que nunca se abrirían. Ahí fue que escuché por primera vez ese tarareo, cuando obligué a la enfermera a cortar el cordón que los unía y posé en el pecho de Mercedes aquella criatura muerta que me rogaba que le entregara, la cargó entre sus brazos mientras se mecía levemente musitándole notas tiernas; esa imagen me perturbó tanto que decidí jamás volver a acercarme a ella, huí de allí cuando sentí que su llanto llenó la estancia mientras los guardias salían con su pequeño envuelto en toallas, tomando el camino hacia los hornos donde se quemaba la basura. Gritó toda la noche pidiendo que se lo regresaran, pero al otro día ya no quedaba nada de la Mercedes que había conocido. Solo un cascarón vacío de tanto suplicar caminaba por los corredores y se quedaba adormilada en las esquinas. No volvió a hablar después de eso, tan solo, de vez en cuando, asesinaba un cuervo y lo tomaba entre sus brazos como a un bebé, meciéndolo mientras tarareaba aquella canción nefasta, hasta que algún guardia se lo arrebataba para llevarla a su celda a la fuerza como cada tarde a las seis.
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Santiago Garcés Moncada (Itagüí, Colombia, 3 de junio de 1999)
Ha sido galardonado en concursos nacionales e internacionales, resaltando que ha sido dos veces ganador del Premio municipal de poesía y cuento corto de Itagüí (2018-2020), es coautor del libro Deshielos de tinta, Antes del 2020 y Medellín en 100 palabras 2019. Abriéndose fronteras, fue seleccionado para publicar su obra en casi cincuenta periódicos, libros físicos, digitales, revistas, antologías y programas de radio en doce países, tanto latinoamericanos como europeos, entre los que cabe destacar su participación en la antología Voces del nuevo cuento latinoamericano publicada por la editorial ecuatoriana Fela Ediciones (2021) y su publicación en la revista Quimera de Costa Rica en la que fue reconocido como referente latinoamericano en mitos y leyendas (2021). Actualmente estudia ingeniería electrónica en la Universidad de Antioquia, es miembro del taller literario LETRA-TINTA y es cronista de la revista BOHEMIA.
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Un suspiro en la nada Alfonso Koyoc Pedroza
¿P
odría ser? Estos sueños que he alimentado me llenan la cabeza de ansiedad. Respira, respira, no es lo que parece, vuelve a entrar, déjalo, ¡ya déjalo!
¿Podría ser? Imposible…
—Una vez más repítelo —¿Qué es lo que vez en sueños? —Aquel día mientras dormía, no podía tener un sueño exacto, muchas veces intenté manipularlos, todas sin éxito alguno, me sentía solo, cansado y desesperado, hacía frío, puedo recordarlo bien; caminaba y no lograba avanzar, entonces apareció una silueta que me acompañaba, tomaba mi mano y me escondía de los cuervos que volaban cerca de mí, querían sacarme los ojos, pero había también un mochuelo, me observaba, sus ojos eran amarillos y en el sol lo perdía. —¿Dices entonces dormir de día? ¿Por qué?
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—¿Que no es obvio? —Las noches son de largo insomnio, no puedo adentrarme y conciliar el sueño, pierdo el sentido del tiempo y nada más existe, solo esa figura que me guía, no sé a dónde me lleva. —¿Ya has intentado preguntar? —¡Nunca! —Quisiera comenzar esta vez por el principio, si te parece. —La ilusión de los sueños existe solo en el subconsciente de la mente humana, el ser puede anhelar o sentir la necesidad de mostrarte algo que tú mismo quieres mostrarte, en la mayoría de los casos, es decir, tu mente manifiesta aquello que más deseas y te lo muestra de una forma en que puedas comprenderlo.
—¿Cómo comprender entonces? Escuche esto: la mayor parte de los días que logro dormir atravieso una llanura en medio del día, de pronto cae la noche y continúo en un paseo interminable siempre de la mano de una figura oscura, sin rostro, misma que no para de susurrarme cosas al oído, cosas que no logro comprender, pues habla en alguna lengua distinta, entonces ocurren las apariciones, puedo ver cuervos, un mochuelo que me sigue de cerca con los ojos fijos en mí, de pronto despierto, la figura está en el espejo, logra alcanzarme, me sujeta firmemente entre sus frías manos, crece y me dice: «Duerme y despierta a la verdadera vida. Sígueme y toma tu manto». Inmediatamente caigo dormido y presa de un frío, que nunca había experimentado, aparece de nuevo, solo para susurrarme: «Avanza, muévete entre las frías manos de la misma muerte». Avanzo y ahora tengo un manto negro que cubre mi cuerpo desde la cabeza hasta los pies, y todo comienza a tomar forma de un lago y al final está un árbol sin ninguna hoja y el mochuelo esperándome, los cuervos ahora van a mi espalda y estoy sin poder detener mi caminata, vuelve la figura y de entre sus manos arroja un cincel, solo me dice: «Labra la piedra de tu vida», algo que por supuesto no tiene ningún sentido para mí, pero por alguna razón tomo la herramienta y comienzo a golpearla, comenzado a aparecer un nombre, alguien desconocido, la piedra sangra y mi mano está limpia, aparece un mensaje en el tronco del árbol:
Que viva por siempre el impío.
»El camino parece cerrarse de tajo, una luz llena el lago y arde un fuego en el tronco del árbol, no lo consume, las cenizas saltan. »Aparece la figura, arroja una máscara: «Elimina tus recuerdos, cúbrete y acepta la realidad». El camino se llena de ceniza blanca y mis pasos se marcan, me detengo, solo para volver a despertar, pero no me abandona, surge de nuevo la figura en el espejo, toma mi cuello y me dice: «Duerme y despierta a la verdadera vida», de nuevo caigo en la ilusión cada vez más y más débil, aumenta el frío y la caminata es
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más pesada, mi respiración se vuelve lenta, a tal grado de ni siquiera percibirla, de pronto veo en el árbol que la figura me espera, llego a su lado, solo extiende su brazo y en el reflejo del agua me muestra las palabras «eternidad, lamento, fortuna, vida, muere». »Suena una música fúnebre, aparecen los lamentos, llantos y sollozos, puedo escuchar a lo lejos que algo sucede, no logro identificar, parece ser un color, parece ser una tonalidad oscura, no puedo ver nada, ¿Qué sucede?
—¿Podría ser? —Esta figura, ¿por qué me sigue? Mi ansiedad aumenta, no soporto estar en este espacio tan reducido, respira, no es lo que parece, vuelve a entrar, déjalo, ¡ya déjalo! —¿Podría ser? —Imposible… —Intenta preguntando. —¿A qué se refiere? —¿Quién? —Todo este tiempo has estado solo, ha llegado el momento, acompáñame, sal ya de esa carroza, estas en un lugar donde ya nada de eso importa. Dame tu mano. —¡No! ¡Vamos, despierta! —Entonces será de otro modo.
—¿Qué sucede, doctor Marín? —Me pareció ver algo ahí, en el cadáver, quizá lo imaginé, juraría que lo escuché decir «Vamos despierta». —Es imposible, doctor, el occiso lleva aquí ya tres días, nadie ha aparecido en su búsqueda, quizá es momento de un descanso. —Sí, tienes razón, es momento, luego de tanto tiempo examinando estos cuerpos sin vida, uno puede llegar a imaginar voces. Vamos, doctor, yo invito la cena, estar aquí todo el día puede abrir el apetito, si sabes a lo que me refiero. —Nunca lo he entendido, pero tienes razón. —¿Podría ser?
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—La realidad que he alimentado, ha terminado, di el cambio, todo terminó, solo un suspiro queda en la nada, vuelve a entrar, déjalo, ¡ya déjalo! —Todo es posible…
Alfonso Armando Koyoc Pedroza (Lagos de Moreno, Jalisco, México, mayo de 1994)
Escritor de nacionalidad mexicana. Cofundador de la revista literaria Perro Negro de la calle. Iniciado en el arte de la pluma, creando la mayor parte de sus obras dirigiéndolas al amor, al deseo y a las emociones que surgen de cada experiencia vivida en el día a día, pero también aventurándose a nuevas tramas que han sido el terror y suspenso, mismas que lo han llevado a incursionar en un nuevo estilo de escritura, pasando de la poesía y la prosa a los relatos cortos y al cuento.
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Al otro lado de la lente Amaury R. Ledesma
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e dio el nombre: NGC 7356. La nebulosa estaba en la constelación de Sagitario, a unos mil novecientos años luz de Lagos de Moreno. Julia la había descubierto; de eso estaba segura. No había indicios en los registros internacionales de que alguien más la hubiese visto. Guardó el secreto por
motivos que iban más allá de su raciocinio. Qué bueno que así fue. Su esposo también era físico óptico, pero ambos se dedicaban a la astronomía de forma un tanto aficionada. Julia le guardó el secreto de la nebulosa; era solo de ella. La noche en que la descubrió, la mujer se encontraba en su casa de campo, al este de la mancha urbana de la ciudad de los Altos Norte de Jalisco. Su trabajo como investigadora en el CULagos le otorgaba ciertos beneficios económicos, y su equipo de observación de las estrellas era bastante costoso; el más moderno y avanzado para uso civil; lo había comprado junto con su marido. Amparada por la oscuridad del campo, Julia escudriñaba el cielo sintiendo el júbilo de quien observa lo eterno de la bóveda celeste; el sentir que todo ser humano experimenta al ver, al otro lado de la lente, lo que está a millones de años luz de su mente, y los misterios que aguardan en un universo entrópico e indiferente. Hacía anotaciones; escribía sus resultados; pero, sobre todo, tenía la meta bien fijada de descubrir siquiera una roca desconocida flotando allá arriba en la soledad del oscuro y frío vacío. Pero cuando la vio su emoción se incrementó. El naranja polvo estelar de su composición evocaba la
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forma de dos medias lunas entrelazadas. Julia intuyó, según sus cálculos, que toda esa aglomeración se debía a dos estrellas, que producían la masa suficiente para condensar tal forma. A partir de esa noche, comenzó el distanciamiento con su marido. Recelosa, guardaba su secreto, y se instaló de forma permanente en la casa de campo. El matrimonio se fue deteriorando de manera inversamente proporcional a la frecuencia con que ella apuntaba su objetivo telescópico para observar su nebulosa. Sus pupilas se dilataban cada vez que lo hacía; cada vez que su globo ocular se dirigía a las preciosas luces de la NGC 7356. Era similar a una adicción; un estremecimiento que no se comparaba a ningún otro. A veces, escuchaba sonidos procedentes del portento estelar, mientras la piel alrededor de sus ojos se iba llagando de manera grotesca por el constante contacto con la mira. Ella dejaba de ser. Cuando hablaba con su hombre —si hablaba acaso—, el sujeto podía notar cómo su voz se rompía, se desvanecía, como si ya no supiera hablar. Sus ojos —llenos de derrames— expresaban una mirada perdida que no se enfocaba en nada a su alrededor. Un día, el hombre pudo ver ciertos cambios; los azules ojos de Julia se iban tornando de un tono amarillento, y su pupila se apreciaba un tanto deformada. Los conflictos entre ambos continuaron. Él no pudo hacer recapacitar a su esposa. Ni siquiera a ella le interesaba discutir. Solo quería la noche para así contemplar la nebulosa. Y cuando lo hacía, su mente se dispersaba aún más. Duraba horas con los ojos clavados en la mira; sin hacer nada más que contemplar. Las sensaciones se incrementaron al pasar el tiempo; una especie de succión psíquica envolvía su conciencia, y los destellos estelares y las luces naranjas incrementaban su intensidad. Sentía que le llamaban… millones de voces. Durante los días, ella ni siquiera le dio importancia a las heridas abiertas, pestilentes y profundas que ya poseía alrededor de sus sanguíneos ojos que se habían tornado de un color naranja en su iris. Tampoco a las deformaciones que —primero— su cara experimentó, pero que después se extendieron por el resto de su ahora esquelético y decadente cuerpo. La NGC 7356 permanecía ahí, impasible, implacable, hambrienta. La noche anterior a la que su marido iba a entregarle los papeles del divorcio, ella la había pasado por completo observando allá, los parajes del ignoto cosmos. Las incontables voces psíquicas de tan innumerables conciencias eran nítidas dentro de la mente de Julia. Las luces de la nebulosa lucían hermosas, más incluso, que la primera vez que las contempló. En esa ocasión, ella pudo, de alguna forma, ver ambas estrellas inmóviles en el centro de todo ese polvo celestial y ominoso, que parecía tan cercano, dando la sensación de que pudiera tocarse. Su éxtasis se desbordó. Tal éxtasis tuvo por costo la conciencia. Y entonces su esposo llegó; los documentos pronto cayeron al suelo cuando este, con celeridad, corrió hacia su mujer que se encontraba postrada en un asiento del cual parecía que no se había movido
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más (la orina y las heces fecales daban fe a ello). Su boca estaba abierta y su mandíbula tiesa; en su rostro permanecía congelada la expresión ambigua de placer y horror. Y sus ojos pertenecían ya a lo antinatura, pues, en ellos —cual espejo— se encontraba plasmada una suerte de forma nebular y gaseosa, naranja y brillante; dos medias lunas entrecruzadas. El hombre se dio cuenta con total sorpresa de que el cuerpo de Julia seguía con vida. Él observó por la lente movido por el nervio y el propio horror, y aquello que su esposa estuviese contemplando durante semanas ya no podía verse más. Así como no se puede retornar la raptada conciencia de Julia, pues esta continúa allá afuera, se aleja a cada instante, y surcará millones de años luz de pura infinidad para que llegue —y llegará— a la morada final de lo que la raptó. Mil novecientos años luz, para ser exactos.
Amaury R. Ledesma (Lagos de Moreno, Jalisco, 16 de agosto de 1991)
Narrador y poeta. Arquitecto de profesión. Cofundador, editor y diseñador de la revista literaria digital Perro Negro de la Calle. Su obra narrativa se centra en relatos sobre lo fantástico, lo sobrenatural e ironía. Ha publicado obras en distintas revistas literarias: El noveno arcano, (Revista La Marraqueta, Santiago de Chile, 2019), Lo que pasó en el sótano (Seminario digital de poesía, horror, fantasía y ciencia ficción, Monterrey, Nuevo León, 2019), El puente del recuerdo (Revista franco americana Resonancias, Francia, 2020), El cometa verde (Revista de ciencia ficción y fantasía Teoría Omicrón, Quito, Ecuador, 2020), Seleccionado dentro de la antología Los múltiples rostros de la muerte, con su relato: Para que no estuviera solo (Editorial Aeternum, Perú, 2020), Cenizas secretas (Revista Letralia: Tierra de letras, Cagua, Venezuela, 2020), La mofa de la vida (Revista de creación literaria y humanidades Gibralfaro, Universidad de Málaga, España, 2020), Aráchne (Revista Papalotzi, Editorial Papalotzi, México, 2021), entre otras.
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El cinturón Andrea Pereira
A
londra sirve el desayuno, Jaime, su marido, lee el periódico, mientras su hija se queja de que va a llegar tarde a su clase de ballet. —¡Qué increíble como está este mundo!
—¿Qué pasa, cielo?
—¿Recuerdas al doctor Contreras? —pregunta Jaime enseñando una foto publicada, Alondra niega con la cabeza mordiendo una tostada, él sigue—. Me imaginé, es el que nos ayudó con la venta de la casa de tus padres, con el caso de los ocupas, fue hace años… bueno, está desaparecido, seguramente algún criminal que se tomó venganza. Pobre hombre. —¡No llego! Me llevo estas para el camino —dice la adolescente tomando tres tostadas y poniéndolas en su bolso tras tomar de un trago la taza de café. Jaime le reclama, la chica lo ignora y se va, él dejando la noticia sobre la mesa besa a Alondra ligeramente en los labios y le dice que va a dormir quejándose, como cada mañana, de trabajar en la noche. Ella ve la foto y pasa suavemente su mano por encima de esta respirando hondo. Cinco años antes de ese desayuno, Alondra heredaba una vieja y desvencijada casa con un grupo de personas ocupándola. Jaime, tras buscar por varios días, encontró a Contreras, un abogado que se especializaba en casos como ese y en poco tiempo logró resolverlo.
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A raíz de esto, Alondra tuvo el gesto de hornear una tarta y llevarla a su despacho. —Gracias, me encanta, pero va a tener que quedarse a comerla conmigo porque si la llevo a casa va a ser un problema. —¿Su mujer es muy celosa? Pero le puede explicar que yo estoy casada. —No, no es eso, ella es dietética, no puede comer esto, y la va a tentar, quédese así no la como solo, es mucho para mí, y me encanta lo dulce. Esa tarta fue el principio de una amistad, para Jaime después del caso no habían sabido nada de Contreras, pero Alondra mantenía largas conversaciones por WhatsApp con él y a veces le llevaba algún postre o tarta y pasaban horas juntos hablando y riendo. Pocas semanas después, las inocentes conversaciones sobre azúcar, postres, casas ocupadas y sus respectivos matrimonios fueron transformándose en charlas más intensas, y morbosas. Una merienda después, Alondra estaba en un hotel citándose con el abogado y así fue durante años, conversaciones borradas, citas a escondidas, y, sobre todo, muchos secretos. Alondra descubrió un mundo diferente, Contreras la encadenaba a la cama, le vendaba los ojos, probaba diferentes juguetes sexuales, otras veces ella lo golpeaba, lo amordazaba, en ocasiones le mojaba con cera de velas en zonas erógenas y luego las despegaba, la ropa de cuero, las esposas, sogas y cadenas se habían vuelto el pan de cada día de su relación. En su casa, Contreras se las arreglaba para ocultar alguna que otra cicatriz y seguir su vida monótona y pacífica al lado de su mujer, mientras que Alondra fomentaba la danza de su hija y se mostraba como una tierna y abnegada esposa para Jaime. La noche del 28 de abril, Jaime fue a trabajar, Alondra vio a su hija dormida, salió, tomó un taxi y se fue a verse con el abogado. Al entrar al hotel lo vio esperándola, descalzo, con una cinta tapando su boca, vistiendo solo un pantalón de cuero negro, y un cinturón en la mano. El intenso rock gótico hacía cimbrar las paredes. Ella sabía lo que eso significaba, había pasado muchas veces, se sacó el tapado dejando ver su vestido negro y las botas que él le había regalado, fue hacia su amante, tomó el cinturón, golpeó con este el suelo, le preguntó si había sido un chico muy malo, le ató las muñecas, y él no paraba de afirmar con la cabeza, entonces se sentó sobre las piernas de Contreras. Tras un cachetazo, le envolvió el cuello con el cinturón que sostuvo con la mano derecha, bajó el cierre del pantalón de él con la izquierda y comenzó a tocarlo mientras le apretaba el cuello, luego movió su ropa interior y le hizo el amor salvajemente mientras seguía ahorcándolo, al principio fueron gemidos, después pedidos de auxilio, pero eso era algo normal entre ellos, la excitación del momento, la boca tapada de Contreras y la música sonando de fondo hicieron que Alondra no se diera cuenta que él intentaba decir: casa, lo que era su palabra de seguridad, al terminar lo miró sonriendo, pero esa expresión se transformó al notar lo que parecía haber sucedido, quiso hacerlo reaccionar, caminó por la habitación, intentó respiración boca a boca, lo tiró al suelo y con ambas manos trató de reavivar su corazón, gritó, se agarró del cabello, le golpeó la cara varias veces pero no pudo hacer que despertara.
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Miró el teléfono pensando que no tenía a quién llamar, entonces buscó el de él, se borró de los contactos e hizo lo mismo con las conversaciones que habían mantenido antes del encuentro. Buscó entre sus cosas y halló las llaves del auto; fue al garaje del hotel, miró hacia todos lados, viéndose sola arrastró a Contreras y lo sentó a su lado, condujo mientras pensaba qué hacer y lloraba. Salió hacia las afueras y recordó a Norman Bates. Fue hacia un lago, bajó del coche, puso a Contreras al volante y empujó el auto encendido hasta que se hundió en el agua, caminó por la carretera despeinada, con el maquillaje corrido y unos tacos que le lastimaban los pies, unos quince minutos después logró conseguir un taxi y volvió a su casa, se bañó llorando a gritos y se metió en la cama. Ahora toma el periódico lo rompe y lo lanza a la papelera, Jaime bostezando y en pijamas vuelve a al comedor. —¿Qué haces, cielo? ¿No ibas a la cama? —No puedo dormir, me enganché viendo la tele y ahora me dio sed —se sirve un vaso de agua mientras Alondra ordena la cocina, lo bebe, lo lava, y sale de la habitación diciendo: —Ah, amor, ¿viste el caso de Contreras? Dicen en la tele que lo encontraron, bueno al cuerpo en un lago, estaba dentro del auto con un cinturón al rededor del cuello. Qué raro, ¿no crees?, bueno voy a ver si puedo dormir un poco. Alondra con ambas manos apoyadas a los lados de la mesada abre los ojos de par en par y se le separan los labios mientras inhala con fuerza viendo el agua del grifo salir…
Andrea Pereira (Montevideo, Uruguay, 28 de junio de 1983)
Perteneció al taller literario de María de la Cuadra. Estudió letras, egresó de periodismo y locución. Sus más de ochenta cuentos han sido seleccionados por revistas literarias o galardonados en concursos. Su primer premio fue en el año 2016 en Misiones, Argentina, ganando el tercer lugar en concurso literario sobre el mate. Sus obras han sido publicadas en México, Perú, Chile, Argentina, Alemania, Colombia, España,Uruguay, entre otros. Su novela: Las cartas de Esther fue ganadora del primer lugar en Argentina, y Amadeus, finalista en Estados Unidos en el concurso Reinaldo Arenas. Ganadora del primer lugar en Argentina como cuentista por Flor de lino y Crecer a los sesenta y cinco, y del tercer lugar dos veces en Argentina y una en Uruguay.
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Noche de tormenta Jesús Prado
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o escuchó la tormenta de la noche anterior, los perros no dejaron oír los truenos de rayos ni la lluvia. Las crónicas de los diarios al día siguiente narraban historias de piedras arrastradas por el alud de lodo: el saldo hasta de hoy es incierto, unos dicen que hay muchas personas desaparecidas,
que todo es el resultado de la mala planeación de administraciones pasadas, de la ambición de algún sector de la oligarquía estatal; de los gobiernos corruptos que permitieron construir cerca de la playa justo en las laderas de esos cerros en la costa jalisciense. Juan hacía mucho había escuchado relatos de ese lugar. Hace más de veinte años había conversado con un hombre que todos habían tachado de demente. El hombre vivía al pie de playa, en el ejido Emiliano Zapata; en aquella ocasión, la fiscalía del Estado estaba realizando una investigación sobre la muerte de dos mujeres, la desaparición de ocho hombres, dos vacas y siete perros; las indagatorias llevaron al agente Juan Arango a la región, mismas que le permitieron la compilación de historias, por lo menos singulares del folklore de esa región del Estado. Juan recordaba bien la primera conversación que sostuvo con el hombre de aquella playa espectacular, su choza se encontraba a treinta kilómetros de lo que hoy es El Rebalsito, se ubicaba entre el mar y el monte tupido, en el que se observan árboles repletos de mangos, piñas, cocos, naranjas y limones; el viejo sobrevivía de la pesca y la recolección de frutas, su choza era una ruina, pero ofreció a Juan uno de los mejores pargos que ha probado en toda su vida.
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Aquel hombre era extraño a su modo, sin duda alguna había cursado algún grado académico, su lenguaje y sus apreciaciones técnicas resaltaban conocimientos en biología marina, botánica y un poco de antropología; sus conversaciones siempre fueron amables y con un tono de extraña experiencia en materias como la alquimia, así como algunas prácticas de chamanismo de la región: —Ese cerro en dónde andas buscando —le dijo a Juan en una de sus conversaciones de sobremesa— no lo debes andar por mucho tiempo, es un lugar peligroso aún para los que conocen la zona, hay árboles muy viejos: algunos dicen que todo este lugar estaba cubierto de agua y mucho de lo que existió en el fondo no se regresó a las entrañas profundas del abismo —Juan no tomó en cuenta estos comentarios aislados y solo se enfocó en rastrear a los desaparecidos. Su estancia en la zona no superó las tres semanas. En ellas, sus visitas al viejo fueron más o menos regulares, Juan llevaba las cervezas y el tequila, mientras el viejo ponía los pescados fritos y las salsas espectaculares; las conversaciones sobre las costumbres de la zona siempre fueron interesantes, por lo apartado del lugar y por lo abandonado que el gobierno del Estado tenía aquella región. Una tarde después de algunas cervezas y algunos brindis con tequila, aquel viejo cambió un poco su tono amable, con vos grave se dirigió a Juan y le dijo: —Mira, muchacho estos cerros no son lo que parecen, han existido desde hace mucho, guardan en sus entrañas miles de historias; cientos de hombres han caminado estas tierras: hace unos años después de salir de la maestría, un cura amigo mío me dio oportunidad de entrar a los archivos de la parroquia de La Huerta, ahí hay registros de la conquista, en un folio casi ilegible encontré algo sobre estos lugares: contaban de una expedición a cargo de algunos de los acompañantes del Capitán Francisco Cortés de San Buenaventura, ellos realizaron una expedición en esta zona: narran que se encontraron con una aldea de gente salvaje: el documento narra cómo los recibieron a con una violencia difícil de creer; era una crónica llena de curiosidades incluso para la época; en la historia contaban cómo al arribar a las orillas de la aldea, en medio de una vegetación extremadamente tupida fueron atacados sin previo aviso, cómo después de una descarga de flechas se comenzó con la batalla, y con esta una lluvia torrencial; describía a detalle la forma sobrehumana en que esos hombres salvajes luchaban aún después de ser heridos por la espada y el cuchillo; pero sobre todo… En este momento, el viejo bajó la voz y se acercó un poco en tono confidente: —De unas criaturas que surgieron en medio de la batalla, unas sombras verdes que emergían del cerro próximo al asentamiento; según el registro todos los habitantes de la aldea murieron; sin embargo los conquistadores fueron diezmados, a tal grado que solo quedaron tres esclavos; esos tres hombres lograron regresar después de siete días perdidos en el cerro; uno de ellos se encontraba cubierto de extraños signos y señas diabólicas, murió a los dos días después de regresar; los otros dos se negaron a hablar de lo ocurrido, además de su horror y repudio a este lugar. Lo más raro es que las historias de seres extraños que habitan la zona son incontables, sombras que se arrastran por la noche de tormenta, protegidos por las plantas y los árboles, dicen que tiene su tierra en los cerros en los que tú y tus amigos andan husmeando, ten cuidado,
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muchacho, no te vayas a topar con algo que termine con tu camino. El viejo terminó sumido por algunos minutos en un silencio abismal, el cual fue suspendido por una risa estruendosa y el grito de: —Pero ¡qué importa! ¡Al final solo veníamos a beber y comer! —Juan quiso retomar el tema, pero el viejo cambió de conversación en cada uno de sus intentos. Al final la investigación sobre las personas desaparecidas concluyó con la localización de algunos de los cuerpos y la capturar a una banda de secuestradores que se escondía en un rancho cerca de Tomatlán. Con eso, Juan abandonó la investigación, además de cerrar el caso en la zona. Esa región estuvo olvidada por años y Juan no volvió a visitar a aquel viejo amigo en la Costa Alegre. Sin embargo al leer la crónica de lo ocurrido con el huracán Willa supo que recientemente todo esa zona fue proyectada para el desarrollo turístico; que la familia de un exgobernador tenía planeada la construcción de residencias de veraneo justo cerca de El Rebalcito, y de la forma anómala en que uno de los cerros cercanos a la playa se derrumbó sobre edificaciones y gentes… Juan está alejado de las crónicas de desastres naturales; su actividad está inmiscuida en asesinatos y acontecimiento siniestros en la capital del Estado, a pesar de eso, las sombras del relato colonial y los delirios de un viejo medio demente le cubrieron la memoria, y por un momento temió por sombras rupestres arrastradas desde los confines del origen de la tierra...
Jesús Prado (Unión de San Antonio, Jalisco, México, 1986)
Escritor y abogado. Sus obras literarias ahondan temas de actualidad, poesía urbana, política, melancolía, amores y desamores, pero sobre todo una honestidad tremenda en cuanto al análisis y exploración de las pasiones y enigmas de la existencia contemporánea.
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Maldita sea mi muerte Carlos Enrique Saldívar
A B.
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n cartucho 9 mm de punta redonda y hueca. Un revólver Taurus 24/7 negro, metálico. Mi mano sudorosa. Tiene que ser perfecto, por eso lo haré al borde del acantilado que se halla cerca del gran centro comercial de Miraflores, un lugar donde venía con mi familia, amigos y contigo, María Ángela, que ya no estás a mi lado. Cómo te extraño, te fuiste de mi vida con el hijo de ambos aún en tu vientre, por mi culpa, porque choqué el automóvil contra un poste. No importa, es tiempo de marcharse a donde este acto me lleve; lo más seguro es que sea a la nada. No podré encontrarme contigo de nuevo, María Ángela, no podré ver a nuestra pequeña nacer en el Más Allá, pues eso no existe, y si, en el inesperado caso de que exista un sitio después de la defunción, de seguro será el infierno y no nos toparemos, porque ustedes, ángeles, descansan en un lugar mejor, al cual no accederé porque jalo el gatillo, tras colocarme el cañón del arma en la sien, en el lado derecho de mi cabeza. El ruido es como un trueno que sacude a un país entero y lo conmina a esconderse del miedo. Caigo, pues he estado al borde del risco. Mi deceso ha de ser bien ejecutado, ya dejé todos mis asuntos en orden, el dinero para mi velorio está depositado en la cuenta de mi único hermano. Pero ¿qué pasa? Soy consciente aún de que caigo, de que me golpeo contra las piedras, de que mi cuerpo se hace trizas, y me duele como los mil demonios. Y estoy abajo, en el fondo, entre las rocas, aunque habrá fácil acceso para que saquen mi cadáver. Además, hubo testigos. He soltado la pistola, pero alcanzo a girar los ojos y la atisbo. Dios, cómo sufro, tengo un agujero en el cráneo, lo sé,
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no obstante, sigo vivo. Puedo, a duras penas, agarrar el revólver y apunto hacia mi quijada para que la bala salga entre mis huesos frontal y parietal. Lo hago y nuevamente ese estallido que casi me deja sordo. No me mata y, carajo, es bastante doloroso. Hay varios proyectiles aún. Estoy hecho un muñeco de trapo encima de esta zona pedestre. Es curioso, no veo rostros asomarse, más abajo pasan los carros por la pista junto al mar. Disparo una y otra vez. Me destrozo la cara, la cabeza, y sigo vivo. Lo intento con mi corazón. Nada. No puedo fallecer. No consigo hablar, creo que mi lengua se partió. No logro pedir ayuda, aunque, ¿para qué? Mi arma no se vacía. Ya sé dónde estoy. Eso me aterra. En parte logré mi objetivo. Sin embargo, he caído en el Averno y es más terrible de lo que hubiera imaginado. Pero aun, creo que nunca autor alguno ha pensado en esto. ¡No! No puedo soportarlo. Me disparo una y otra vez, me convierto en un despojo sanguinolento. El malestar es insostenible, es inútil, nunca conseguiré ponerle fin a mi existencia, al menos en este plano. Ha de ser el cruel destino de los suicidas: ingresar a una dimensión donde no dormirán con placidez. Empero, ahora que lo pienso mejor, mi suplicio es el castigo de los homicidas. Cuando impacté aquel poste, el amplio objeto cayó encima de dos niños, dos varones de diez años. Salí en libertad pagando a policías, fiscal y juez. No hubo justicia, ya que yo iba a exceso de velocidad. Supongo que los suicidas padecerán durante un lapso finito. No es mi caso, no solo intenté eliminarme a mí mismo, acabé con tres vidas y una en camino. No dejo de llorar, por el tormento de ser un cadáver que no va a perecer. Por la pesadilla de saber que esta condena será interminable. ¿Cómo estoy tan seguro? Lo sé, es todo. Tras las lágrimas, surgen los chillidos internos que copan mi ser. ¿A qué fuerza superior le estaré rindiendo cuentas? Creo intuir a quién, mas no deseo mencionar su nombre. Es cruel, macabro. Me carcajeo, mi única salida es enloquecer.
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Carlos Enrique Saldívar (Lima, Perú, 1982)
Estudió Literatura en la UNFV. Director de la revista El Muqui. Administrador de la revista Babelicus. Finalista de los Premios Andrómeda de Ficción Especulativa 2011, en la categoría: relato. Finalista del I Concurso de Microficciones, organizado por el grupo Abducidores de Textos. Finalista del Primer concurso de cuento de terror de la Sociedad Histórica Peruana Lovecraft. Finalista del XIV Certamen Internacional de Microcuento Fantástico miNatura 2016. Finalista del Concurso Guka 2017. Mención honrosa en I Premio Literario Valle del Pillko. Publicó el relato El otro engendro (2012). Publicó los libros de cuentos Historias de ciencia ficción (2008, 2018), Horizontes de fantasía (2010) y El otro engendro y algunos cuentos oscuros (2019). Compiló las selecciones: Nido de cuervos: cuentos peruanos de terror y suspenso (2011), Ciencia Ficción Peruana 2 (2016), Tenebra: muestra de cuentos peruanos de terror (2017, 2018, 2021) y Muestra de literatura peruana (2018).
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Triste final Francois Villanueva Paravicino
E
l señor Juan era un tipo deslenguado, torpe y malcriado. Lo calificaban así porque su boca era derrochadora de lisuras, chismes e incoherencias; también porque no tenía tacto en sus modales ni sensibilidad en sus expresiones; y, como colmo de los anteriores defectos, no respetaba el criterio de personas más sensatas, que siempre piensan mejor que alguien de su condición. Todos sabían eso sobre el señor Juan. Era así, es cierto. Pero no merecía morir así. Nadie merece morir como aquel lo sufrió. Ni el más malvado del mundo, ni el más tonto, ni el más listo. Nadie. Y todo porque aquella tarde maldita, cuando salió de la cantina de don Eustaquio con pedazos de nicotina en su barba descuidada, se cruzó en mala fortuna con el «teniente» Magno, miembro del Comité de Autodefensa. Aquel se consideraba un miembro del ejército, pero era mentira, puras habladurías. Sin embargo, como los bravos, siempre hacía de las suyas, y a cualquiera que le hiciera la contra, lo insultara o lo faltara el respeto, al toque reaccionaba como un delincuente, pues era domador de malas mañas y hasta de bronca callejera. Además, era un ser rencoroso y amargado, como lo son los infelices, y por ello siempre tenía pensado en vengarse, en no perdonar ni olvidar ninguna afrenta. Y fue que el señor Juan, que había estado tomando unas cervezas y estaba picado y lenguaraz por haber estado discutiendo sobre el mejor equipo nacional de fútbol, al ver a aquel impresentable de Magno, recordó que hace unos días el tal sujeto había allanado la vivienda de su hermano con tal de atraparlo, porque, según defendió su proceder, era un proselitista del terrorismo. Sí, eran tiempos difíciles, se vivían días terribles. Entonces, envalentonado por los tragos, rabioso por los malos recuerdos, Juan le gritó a Magno:
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—Maldito cabrón. Y Magno, que no aguantaba pulgas, fue directo a masacrarlo a golpes; pero, como consciente del peligro, Juan huyó como una rata embalada. Dicen que, mientras escapaba como esmerado atleta, volvía a cada rato la cabeza para ver a su perseguidor, quien, a los cinco minutos de persecución, tuvo que desistir de su venganza, ya ahogándose por el cansancio. Sin embargo, se la juró, y se la juró a muerte. Al día siguiente, el pobre señor Juan estaba desaparecido, no se le conocía paradero alguno. Comenzaron los rumores, las sospechas, las acusaciones. Por ello, los familiares del pobre Juan fueron, llorosos y aciagos, a la comisaría, al cuartel y a la base contrasubversiva del Comité de Autodefensa, pero no encontraron nada. Incluso, ingresaron a las celdas y a los compartimientos secretos, y aunque vieron a varios conocidos (pobres de ellos, ya torturados o masacrados), no encontraron al susodicho. Pasó una semana y nada, un par y tampoco, hasta que en la tercera semana hallaron un cuerpo encostalado flotando en las aguas del río de tres pueblos abajo del nuestro. Los pobladores lo sacaron de las aguas en un bote y, en las orillas, hallaron, tras terminar de romper las mallas de los costales, un cuerpo irreconocible. Sin embargo, por la descripción de las vestiduras de Juan en el día de su desaparición como se anunciaba en los carteles de búsqueda del no habido, lanzaron la hipótesis de que aquel occiso era Juan, el deslenguado, el torpe y el malcriado. A los pocos días, la necropsia de ley confirmó los hechos. ¿Cómo se ensañaron con el pobre de Juan? Aquí se sabe lo terrible. Afirman que los compañeros de Magno lo esperaron cerca de su casa y, ni bien lo tuvieron cerca, lo interceptaron, trató de defenderse, pero lo domaron con armamento de corto y largo alcance, y se lo llevaron en una camioneta sin rumbo fijo. Dicen que, antes de matarlo, lo desmayaron a golpes; luego, lo amarraron con alambres de púas; después, lo metieron en un costal; a continuación, agregaron piedras grandes y medianas dentro del costal; seguidamente, cocieron el costal con nylon; y, al final, llevándolo en un bote, lo arrojaron al fondo del río para que nunca más descubran sobre su paradero. Es decir, aquel desdichado sufrió una de las terribles muertes del que, aunque no lo crean, se tenía acostumbrado en aquella época de violencia política. No obstante, la historia no termina ahí. ¿Qué fue del tal Magno? La suerte lo acompañó pocas semanas. El Ministerio Público formalizaba la denuncia a paso de tortuga, su persona era avalada por las fuerzas del orden, y parecía que no pasaría nada. Sin embargo, su infortunio tiene un nombre: Perico, el hermano de Juan. Es que Perico era, de verdad, un terrorista. En otras palabras, las acusaciones eran ciertas. Y cuando se enteró de lo sucedido a Juan, su puñal y su metralleta solo tuvieron un objetivo: la cabeza de aquel asesino. Aquello ocurrió un fin de semana, un poco después del crepúsculo. Las poquísimas tabernas del pueblo atendían con radios a pilas y con iluminación de lámparas de kerosene, y en una de ellas celebraba aquel bravo de Magno junto con un compañero de armas y dos féminas, como si no temiera del peligro de aquellos tiempos infelices. Se le notaba divertido: soltaba chistes, lanzaba carcajadas, cantaba las músicas y hasta a veces besaba la mano suavecita de una de las acompañantes, cual si fuera un galán de cine. Así fue hasta que se escuchó una poderosa y bestial explosión dentro del local. Era un ataque del
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que acostumbraban los grupos terroristas entonces: dinamitazo y sangre, muerte y perdición. Los testigos afirman que un sujeto estacionó una motocicleta en la vereda y, de forma abrupta y rapidísima, arrojó una mochila llena de dinamitas hacia donde Magno y sus acompañantes festejaban. Al instante del atentado, llegaron otros tres sujetos con metralletas y dispararon a matar contra los sobrevivientes. Cuando vieron que lograron sus cometidos, uno de ellos, el más gordito, que inconfundiblemente era Perico, fue a rematar al que le interesaba. «Hazlo rápido, compa, ya se vienen los perros», le dijeron sus camaradas. Y dicho y hecho, Perico lo encontró tirado en el suelo, ensangrentado, con varios tiros en el pecho y las piernas, y con una de sus manos agarrando desfallecientemente un revólver sin percutir, lo cual significaba que aquel sanguinario intentó luchar hasta el final. Azuzado por el peligro y la venganza, entonces Perico le cortó la cabeza con un machete de un solo golpe y, después, sujetándolo de los cabellos con rabia, metió el trofeo de guerra —todo manchado de sangre— en una talega. —La sangre se paga con sangre —gritó Perico antes de huir con sus secuaces de batalla. Y el resto ya es historia.
Francois Villanueva Paravicino (Ayacucho, Perú, 1989)
Egresado de la Maestría en Escritura Creativa por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Estudió Literatura en la UNMSM. Ha publicado Cuentos del Vraem (2017), El cautivo de blanco (2018), Los bajos mundos (2018), Cementerio prohibido (2019) y Azares dirigidos (2020). Textos suyos aparecen en diversas páginas virtuales, antologías, revistas, diarios, plaquetas y/o; de su propio país como de países extranjeros. Ganador del Concurso de Relato y Poesía Para Autopublicar (2020) de Colombia. Ganador del I Concurso de Cuento del Grupo Editorial Caja Negra (2019). Finalista del I Concurso Iberoamericano de Relatos BBVA-Casa de América Los jóvenes cuentan (2007) de España. También, ha sido distinguido en otros certámenes literarios.
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Cazadora Krizia Fabiola Tovar Hernández
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abía repasado la estrategia múltiples veces, memorizado todos los posibles escondites y soportado ese maldito dolor de cabeza durante una semana y media. Sus nervios la castigaban, sacó una aspirina y luego los antidepresivos de su chamarra, estaban ahí para fácil acceso. Una pastilla era lo estipulado, aunque era mejor el efecto de tres; se automedicaba en contra de las instrucciones del psiquiatra. ¡Idiota! Claro, resultaba insignificante para él, su mente no era un callejón sin salida. Además, con el estrés de los últimos meses aumentar la dosis no venía mal. En cuanto a la bestia que debía perseguir significaba el prestigio entre el grupo de Altos Cazadores, pero también un misterio. Durante la mitad del año los asesinatos se le adjudicaban a dicha bestia, el patrón consistía en cuencas vacías y marcas en el cuello; sin embargo, nadie tenía por seguro su forma, entonces, ¿cómo atrapar a una bestia de cual solo conoces su sombra? En un principio creían que se trataba de un perro negro con rabia debido a que una de las victimas presentaba una mordida en la yugular; otros, fanáticos de las conspiraciones preferían pensar en Pie Grande, nadie estaba lo suficientemente seguro, pero la mayoría de los testimonios apuntaban hacia una figura antropomorfa. Algunos de los cazadores habían tomado fotografías de dichos avistamientos, instalado lamparás en algunos pasadizos de la cueva hasta donde las posibilidades de presupuesto y humanas lo permitían. Ella misma había presenciado el fenómeno de la sombra en un par de excursiones para conocer los movimientos del ser que ponía los nervios de punta. También, representaba el prestigio porque los cazadores serían los encargados de sacar a la criatura de su hábitat para otorgarla a la comunidad científica, ella deseaba que su grupo fuera reconocido gracias a sus estrategias, sin embargo, todos subestimaban sus
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ideas y capacidades. De hecho, ella estaba fuera de la estrategia oficial que se llevaría a cabo en dos días; cuando los demás establecieran un campamento fuera de las cavernas, ella ya habría cazado a la bestia y por fin todos conocerían su forma, sería reconocida finalmente entre sus compañeros y por fin sería tomada en cuenta. —¿Por qué no te matas de una vez y le ahorras la pérdida de tiempo a los demás? Otra vez esos pensamientos intrusivos que parecían más una voz tangible de otra persona atrapada en su interior, pero a veces sonaba como a ella misma. Trató de ignorarlo, aunque sabía que, al estar cerca de la cueva de esa sombra maligna, los pensamientos cogían mayor fuerza que en un día cotidiano, aún no entendía la razón de tal fenómeno. Tenía el equipo de luces y armas preparado, únicamente era cuestión de ganar valor para entrar a la cueva, los espacios cerrados nunca le habían dado temor, sin embargo, resultaba diferente cuando había una criatura asesina dentro de éste. Sin importarle la ética de los cazadores o la mezcla con los medicamentos, dio un trago a su botella con alcohol, decidida se dejó arropar por las tinieblas de la boca del demonio. Marchaba el plan de manera fluida por largo tiempo, hasta que las luces de los pasadizos hicieron corto y quedó en completa oscuridad. ¡Maldita sea! ¿Por qué justo en ese momento sucedía esto? El frío fue otra llamada de terrible augurio. —¿Estarás muerta dentro de poco, lo entiendes verdad? —la voz de nuevo, ahora por extraña razón, un instinto de supervivencia decidió responderle. —Cállate, no es un buen momento, ¿quieres? Debo sobrevivir y ya tengo suficiente con el dolor de cabeza. —¡Como si pudieras! Desde niña los pasillos oscuros le producían miedo, comenzó a experimentar un hormigueo por detrás de la espalda, comprendió que tenía compañía, no por la conversación sostenida por ella misma, sino porque el calor de otro cuerpo invadía la atmósfera. Un rato más tarde sus pupilas se adaptaron a la oscuridad y ello le hizo sentir increíblemente segura. Esos accidentes no serían inconvenientes para su meta. —Es en serio… morirás… Justo al disponerse a contestar apareció de manera súbita la figura antropomorfa, por un momento pensó que se trataba de una araña gigante, sostuvo la escopeta en alto, aquella cosa comenzó a hacer un baile un tanto macabro, como si alguien poseyera un cuerpo inanimado, las extremidades que sugerían ser brazos con posturas sobrenaturales y los ruidos de su garganta no tenían comparación con otros animales cazados hasta donde ella conocía. Estremecida por la imagen, su primer instinto fue disparar, pero la criatura solo gruñía, así que continuó disparando. Por un segundo si había herido a esa extraña sombra… o eso creyó. —¡Maldita sea, date un tiro en la cabeza y para con esto! —¿los pensamientos intrusivos habían dicho eso o ella? La sombra con pasos torpes se precipitó hacia ella, paralizada no supo qué hacer cuando la figura traspasó su ser, un frío jamás vivido en su existencia reavivó la llama de recuerdos traumáticos, a pesar de ello, tuvo fuerza para ponerse de pie. —¿Ya vas a dejar esto? —exigió la voz familiar, aquella dentro de sí que ahora le provocaba escalofríos. Cuando pudo reponerse, decidió correr por el extraño; por unos momentos parecía que había
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desaparecido hasta que vio como una forma negra brincaba entre las paredes de lado a lado, ella persiguió el compás. Realmente quedó confundida con las direcciones por las que la sombra se desplaza, cuando menos lo espero se encontraba fuera de la cueva, con una noche fresca y pesada, bañada en sudor buscó a la criatura. De pronto, estaba cerca la sombra, bajó por la pendiente, entre los árboles se percibía las deformes extremidades. —¡Corre, corre idiota, la perderás! —ahora si parecía que era su propia voz, ¿o no? —¡ESTÚPIDA, SACA LA SANGRE DE TUS VENAS YA! —sí. Esa sí era su voz, ¿o no? Con la respiración agitada, alcanzó a la criatura, pero de nuevo se esfumó en dirección al lago a pocos metros, cayó al agua como si hubiera tropezado, ¿este sería el final? La adrenalina en su máxima potencia no le permitía ser consciente de cada uno de sus pasos. Le pareció ver unos brazos negros, aquella criatura se ahogaba, momento perfecto para contraatacar. Cuando se aproximó sigilosamente atestiguó cómo la bestia poseía extremidades vellosas de la criatura, luego se percató de su reflejo y quedó petrificada ante unos ojos que no parecían pertenecerle, pupilas conquistaban el territorio ocular, aquellos ojos no eran humanos, no era ella y al mismo tiempo sí. Su propia sonrisa deforme le invitaba a saltar. El reflejo distorsionado mostraba los colmillos, trató de ser consciente para saber si ella no acataba tal acción. Tuvo unas ganas inmensas de ahocar a esa sombra para por fin acabar con todo aquel sufrimiento de la gente o conseguir el prestigio, lo que viniera primero; en cuclillas preparaba las balas cuando de pronto el reflejo adquirió vida propia, una especie de doble se aferró a su tobillo, aunque no con una mano humana sino negra y lanuda, la sombra la había cazado a ella. Entonces, profirió en voz ronca y grave: —Idiota, ¿de verdad creíste que solo soy pensamientos intrusivos o tu propia voz? Soy más grande que eso y te he seguido tu vida entera hasta este hermoso momento para verte morir, todas mis acciones me llevaron a presenciar tal deleite. Ella, fuera de su razón, tropezó al perder el equilibrio, no tuvo tiempo de planear algún escape. El bosque fue el único en escuchar sus gritos.
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Krizia Fabiola Tovar Hernández (Estado de México, México, 1996)
Algunos de sus escritos aparecieron en las revistas: Reflexiones Alternas, Poetómanos, Prosa Nostra mx, Revista Enpoli, Teresa MAGAZINE, Revista literaria Pluma, Revista Hispanoamericana de Literatura, Revista literaria Monolito, Más literatura, Clan Kutral, Vertedero cultural, Círculo literario de Mujeres, Perro Negro de la Calle, El morador del umbral, La página escrita, La liebre de fuego, y El templo de las mil puertas, entre otras. Estudió la licenciatura en Ciencias Humanas en el Centro Universitario de Integración Humanística.
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