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El día y la noche en el universo artístico de Mijail Bulgakov

Marina Kuzmina

departamento de literatura | universidad naCional de Colombia

La noche es sublime el día es bello Kant

Que se retire la falsa y mentirosa claridad Nicolai Berdiayev

la oposiCión entre el día y la noche en la obra de Mijail Bulgakov tiene carácter simbólico y se manifiesta en varios niveles: a la descripción realista de los sucesos del día, (trátese de las acciones militares en La Guardia Blanca o de las “travesuras” de los acompañantes de Voland en el Maestro y Margarita) se le opone el simbolismo trascendental nocturno; con la objetividad periodística de las

representación de los hechos del día contrasta el profundo lirismo de pasajes nocturnos; y, finalmente, en el tiempo diurno los personajes sufren, mueren, matan y traicionan, en cambio, en la noche reina la justicia, el perdón y la misericordia.

Dos mundos, el diurno y el nocturno oponiéndose se complementan para conformar una imagen extraordinariamente viva de los momentos trágicos de la historia y de la existencia individual.

De día los protagonistas de La guardia Blanca luchan por conservar lo último y lo más sagrado de lo que les queda: el honor y el hogar, símbolo de la cultura (“libros que olían a misterio y chocolate viejo”, el piano abierto con las notas del inmortal Fausto). Mientras los “canallas inteligentes” con sus grandes maletas amarillas están salvando su pellejo y sus cuentas bancarias, a los Turbin y a los Nai-Turs les tocará sufrir y morir puesto que su noble causa es una causa perdida.

De día en el Moscú de los 30 la gentecilla corriente “un poco estropeada por el problema de la vivienda” persigue sus mezquinos fines, forcejea por un lugar confortable bajo el sol.

De día en la antigua Jeshalaim el quinto procurador de Judea temeroso de ser acusado de alta traición entrega a la muerte al inocente filósofo; de día bajo el implacable sol, muere en la cruz Joshua.

La imagen del astro diurno en Bulgakov no evoca asociaciones agradables o positivas. En La guardia Blanca, en el capítulo dieciséis que representa el desfile victorioso de la tropa de Petliura, la descripción del sol destaca su aspecto siniestro:

…apareció el sol entre la turbia neblina. Era tan grande como nadie lo había visto en Ukrania y completamente rojo, como la sangre. Del globo, que a duras penas resplandecía a través de la cortina de nubes, salían y se extendían a lo lejos unas franjas de sangre coagulada. El solo teñía de sangre la cúpula central de Santa Sofía… (Bulgakov, 1991, 258)

En la obra teatral de Bulgakov, Adan y Eva, el terrible gas mortífero que puede destruir la civilización se llama “solar”. En la novela El maestro y Margarita el sol achicharrante es el instrumento de la muerte, el verdugo: “El sol enviaba sus rayos contra las espaldas de las ejecutados… Entonces Leví gritó: —Dios, te maldigo!” Desesperado, enloquecido, Leví grita al cielo reproches amargos e insultantes “Hablaba a voz en grito de su completa desilusión; existían otros dioses y otras religiones. Sí, jamás otro dios hubiera consentido que el sol quemara sobre un madero, a un hombre como Joshua. (Bulgakov, El maestro y Margarita, 207)

La noche trae otra dimensión del ser, rica en sentidos simbólicos y en emociones nostálgicas pero benignas. En las noches bajo el cielo estrellado y a la luz de la luna, en la inspirada creación de “maestros” bulgakovianos —científicos, poetas, descubridores— y en los sueños proféticos de sus personajes se funden lo temporal y lo eterno, se instala el “otro” mundo donde vive la verdad, y por encima de las sangrientas luchas, traiciones, el dolor y el ajetreo diurno, el hombre se enfrenta al principio de la vida y una voz consoladora permite llorar a los hombres valientes y duros.

Así es el sueño profético de Alexéi Turbin. Vislumbra la imagen de la mujer que le salvará la vida y le amará (no la ha conocido en la vida real): “unos ojos negros, muy negros, y unos pequeños lunares en la mejilla derecha, de un tono mate aparecieron por un instante en las tinieblas del sueño” (Bulgakov, La guardia Blanca, 78). Ve al coronel Nai-Turs en el paraíso y ataviado de cruzado medieval, “un resplandor paradisiaco le seguía como una nube” (el coronel NaiTurs no ha muerto heroicamente todavía); se le aparece a Alexéi el suboficial Zhilin (está muerto) y los bolcheviques de Perecop (faltan dos años para esta batalla) y Zhilin en sencillas palabras le cuenta que Dios acogerá a todos los caídos en el campo de batalla independientemente de su credo (político).

Un júbilo inefable inundó el corazón del durmiente. Alargando las manos hacia el resplandeciente suboficial gimió en sueños —Zhilin, Zhilin, ¿no po-

dría encontrar en vuestra brigada una plaza de médico?... Turbin se despertó… se pasó la mano por la cara y la encontró mojada por las lágrimas. (Bulgakov, 1991, 80)

En el sueño, en la vivencia más íntima y espontánea se reafirman en el alma de Turbin los valores eternos, la hombría y la lealtad; la bondad divina estremece su corazón.

El tema del cielo estrellado se llena de alusiones a la simbología cristiana; el llamado a relacionar la ley moral con la inmortalidad de las estrellas hace recordar la doctrina ética de Kant y la filosofía de Tolstoi. El capítulo final de La Guardia Blanca es la representación de la última noche antes de la entrada de los bolcheviques a la Ciudad. “La noche lo invadía todo.” La noche se apodera de la ciudad y de las mentes de los personajes. Todos tienen sueños; Alexéi, Turbin, Elena, Vasilisa, el centinela del tren blindado “el Proletario” y Petka Scheglov. “Petka era pequeño y por eso no le interesaban ni los bolcheviques, ni Petliura, ni el Demonio. Su sueño fue sencillo y alegre como un globo de fuego. (Bulgakov, 1991, 299)

Mientras tanto el desdichado bibliotecario Rusakov en su cuartucho leyendo el Libro Sagrado vive una experiencia espiritual trascendental: “Su dolencia caía como la corteza de una rama seca, olvidada en el bosque. Veía la neblina azul y sin fondo de los siglos, un pasillo de milenios. No sentía miedo sino la sensación de sabia sumisión y bienaventuranza. La paz se hacía en su alma…” (Bulgakov, 1991, 298). Las últimas líneas de la novela son una apoteosis de la noche:

La última noche lo invadía todo. En su segunda mitad todo el pesado velo azul, el velo de Dios que envolvía el mundo, se cubrió de estrellas. Parecía, como si a unas alturas inalcanzables, tras este velo azul, en el altar mayor estuvieran celebrando las vísperas…Sobre el Dnieper, de la tierra pecadora, ensangrentada y cubierta de nieve, se elevaba hacia las negras y siniestras alturas la cruz de San Vladimiro. De lejos parecía que el brazo hubiese desaparecido, se hubiese fundido con el tronco vertical, con lo que la cruz se

convertía en una afilada y amenazadora espada. Pero no intimida. Todo pasará. Los sentimientos, los dolores, el hambre y la peste. Desaparecerá la espada, pero las estrellas quedarán… (Bulgakov, 1991, 299)

En La novela Teatral, en el desolado Moscú de los 20, el protagonista Maxudov se inspira a escribir una novela después de despertar de un sueño triste. “Había soñado con la ciudad en que nací; un ambiente de nieve, de invierno, de guerra civil… Había destilado ante mí la ventisca muda y había aparecido luego un viejo piano, y junto a él personas que ya habían muerto” (Bulgakov, 1971, 17).

En la noche se revela lo profundo, lo último, se descubre el potencial creador de los artistas y científicos, en la noche las lumbreras de la ciencia, el profesor Preobrazhenski y el desafortunado Persikov, de Los huevos fatales, realizan sus fantásticos experimentos.

Finalmente, en la última novela de Bulgakov, Maestro y Margarita, la noche llena de misteriosa fuerza se eleva por encima del ajetreo diurno, trayendo consigo la sabiduría, la justicia y la piedad. En el engañoso silencio de la noche sucede todo lo asombroso y definitivo de la novela. Es de noche que el corazón de Pilatos se abre a la verdad y al arrepentimiento que durará dos mil años; mientras bajo el sol del mundo diurno no hay lugar para el Maestro sin nombre ni para su novela, en la noche acogedora se resuelve su destino. En la hondura sin fondo de la noche un común y corriente apartamento moscovita se convierte en un palacio de dimensiones infinitas y Margarita reina en el Gran Baile de Satanás.

El motivo de la “luz” se relaciona con Joshua, pero no es el tradicional sol de la verdad del pensamiento racional, sino la luz lunar, el camino azul, como símbolo de la intuición mística y poética; es la que conduce a los personajes a la verdad y al perdón:

Cuando el procurador perdió el contacto con la realidad que le rodeaba, empezó a andar por el camino de luz, hacia la luna. Se echó a reír feliz por lo extraordinario que todo resultaba en el camino

azul y trasparente. Le acompañaba Banga y el filósofo errante… Así siempre estaremos juntos –decía el harapiento filósofo, el vagabundo, que no sabía por qué había aparecido en el camino del jinete de La Lanza de Oro –cuando salga uno, saldrá el otro. Cuando se acuerden de mí, te recordarán a ti. A mí, hijo de padres desconocidos, y a tí, hijo del rey astrólogo y de la hermosa Pila… —Sí, por favor, no me olvides. Recuérdame a mí, al hijo del astrólogo —pedía Pilatos. Y como viera el consentimiento del mendigo de En-Sarid, que asentía con la cabeza, caminando a su lado, el cruel procurador de Judea, reía y lloraba de alegría, en sus sueños (Bulgakov, Maestro y Margarita, 366-367)

A la luz de la luna descubre Margarita los verdaderos caracteres de sus acompañantes en el último vuelo:

La noche se espesaba, volaba junto a ellos, les tiraba de las capas, y arrancándolas de sus hombros, descubría los engaños…Y cuando desde el bosque surgió a su encuentro una luna llena y roja, todos los engaños desaparecieron cayendo a los pantanos, y las vestiduras pasajeras de sortilegio, se hundieron en la niebla. (Bulgakov, Maestro y Margarita, 435)

Las apariciones del maestro suceden sólo de noche y los momentos de clarividencia únicamente son posibles en el plenilunio primaveral. El último capítulo, El perdón y el amparo eterno, representa la liberación y la unión definitiva de los amantes, pero su liberación y unión en la muerte. Desde la primera frase del capítulo comienza la sucesión de periodos que son la cumbre de la prosa rítmica de Bulgakov. Es un canto triste de la despedida y, a la vez, reconciliación con la muerte, es triste, pero no desgarrador:

¡Dioses, dioses míos! ¡Qué triste es la tierra al atardecer! ¡Qué misteriosa niebla sobre los pantanos! El que haya errado mucho entre estas nieblas, el que haya volado por encima de esta tierra, llevando un peso superior a sus esfuerzos, lo sabe muy bien. Lo sabe el cansado, y sin ninguna pena abandona las nieblas de la tierra, sus pantanos y ríos, y se entrega con el corazón aliviado en manos de la muerte, sabiendo que sólo ella puede tranquilizarle (Maestro y Margarita, 434)

¿Quién puede asegurar que estas palabras no expresan el sufrir de agonía del mismo autor?

Todo está perdonado, la cobardía de Pilatos después de “doce mil lunas” y la debilidad del maestro y suena la voz consoladora de Margarita: “ahí delante está tu casa eterna…” La paz se hace en el alma del lector; el pathos trágico-romántico es atenuado por la armonía de majestuosas imágenes y el hipnotizante ritmo de las palabras. Es el triunfo de la poesía sobre el dolor de la muerte, es el triunfo del gran hombre y maestro para todos los tiempos Mijail Bulgakov.

bibliografía

Bulgakov, Mijail. El Maestro y Margarita. Traducción: Alianza editorial. Bogotá: Círculo de lectores. _______________. La Guardia Blanca. Barcelona: Destino, 1991. _______________. Novela Teatral. España: Salvat, 1971.

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