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La nostalgia indígena en la poesía de Jorge Carrera
Laura Acero
estudios literarios | universidad naCional de Colombia
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El polvo de oro se aventó en el aire. Los labios de la arena agotaron la fuente. Me revela el ocaso su secreto: El país de Eldorado está en nosotros mismos. (Jorge Carrera Andrade, Jornada existencial)
hay una leyenda antigua que Cuenta que Condorazo, Rey de los puruháes —habitantes de la provincia del Chimborazo, dedicados a la agricultura, la guerra y el culto a la laguna de Colta— abdicó el trono y se retiró a vivir sus últimos años entre los riscos de la cordillera. Este Segismundo ecuatoriano, que existió hace muchos siglos, refleja en su actitud de renunciación un estado de ánimo que se ha vuelto permanente en el
hombre del Ecuador. La contemplación de la naturaleza, la vida libre bajo el sol ecuatorial, valen bien un trono. El amanecer en la Cordillera de los Andes, el poniente solemne en los riscos cerca del cielo son espectáculos únicos que colman el espíritu de salvaje grandeza. En las tierras bajas, hacia el mar, hay un despliegue de fuerza vegetal, un oleaje de abundancia que demuestra el poder del Trópico. Su desordenado reino verde contrasta con las moles grises que escalan la Cordillera, donde impera la piedra volcánica, al lado de la tierra arada y la huerta frutal. Es una naturaleza ciclópea que inclina al hombre hacia una concepción filosófica del existir.
(La vida en eL ecuador, Citado en Mirador TerresTre)
Para quien se adentra en la extensa obra de Jorge Carrera Andrade, uno de los poetas ecuatorianos más importantes del siglo XX, la idea de encontrar en él rasgos indígenas parece a simple vista una tarea poco fructífera. Aunque en el principio de su carrera como poeta aparezcan menciones claras del indio, e incluso sea difundido en los años veinte su Cuaderno de poemas indios, todos los críticos parecen coincidir en el escaso valor poético de estas primeras obras y son conscientes de lo poco que representan frente a la riqueza de su poesía descriptiva o su última etapa existencial (Cf. Carvajal, 2004). Ciertamente al leerlo notamos que escribió sobre la naturaleza, plantas, colores, animales, detalles sencillos y cotidianos de la vida y en este sentido su preocupación literaria versa en torno a la tarea de nombrar adecuadamente la cosa, con belleza y claridad. Entonces las interpretaciones de unos cuantos poemas en los que el indio aparentemente tiene un rol protagónico pierden toda importancia y su valor resulta escaso para un estudio de la simbología indígena en la poesía ecuatoriana.
Al parecer, sólo Regina Harrison, en su estudio Entre el tronar épico y el llanto elegíaco, intenta adentrarse en los primeros poemas de Carrera Andrade para encontrar distintos rasgos indígenas en su obra, pero deja de lado la poesía posterior por considerar que la preocupación del escritor por la problemática indígena queda de
lado en ella. Como idea interesante en ese trabajo se encuentra una distinción que vale la pena hacer para entender el papel de este poeta en su época: la diferencia entre indianismo, indigenismo y literatura indígena. Fácilmente identificable, el indianismo literario nos presenta la conocida versión del indio buen salvaje a quien es necesario evangelizar, pero en él la identidad del indígena está velada por conceptos europeos, tal como la visión idílica sobre las Nuevas Tierras. Por otro lado se encuentra, en orden cronológico, el indigenismo, donde Harrison no olvida mencionar a Carrera Andrade. En este movimiento la exaltación del buen salvaje da paso a la elegía del sufrimiento y explotación del indio. Sin embargo, en esta búsqueda de identidad siempre queda algo faltando, y ya hacia el final de su estudio, Harrison hace ver que el indígena ha sido para estos movimientos una idea por medio de la cual hablan otros no-indígenas, y recuerda con José Mariátegui que “La literatura indigenista no puede darnos la versión rigurosamente verista del indio. Tiene que idealizarlo y estilizarlo. Tampoco puede darnos su propia ánima. Es todavía una literatura de mestizos. Por eso se llama indigenista y no indígena. Una literatura indígena, si debe venir, vendrá a su tiempo. Cuando los indios estén en grado de producirla.” (Harrison, 242).
Ciertamente no indígena, sino mestizo, Jorge Carrera Andrade fue ecuatoriano hasta su fibra más íntima. Sintió en el alma y plenamente a su nación y esto se reflejó de manera impresionante en su vida, tanto en lo política y lo personal, como en lo poético. Fue de los primeros en vincularse de lleno en el trabajo de formación de la Casa de la Cultura Ecuatoriana, institución desde la cual se procuró —y se procura— un bien estimable al arte y cultura del Ecuador, como dice su lema: “nombrar al Ecuador en cualquier lugar de América, es tanto como decir Casa de la Cultura Ecuatoriana”. Lo que ocurre es que este poeta no habla únicamente en nombre del indígena, pues se reconoce a sí mismo en él, pero también en el conquistador, en el mestizo, en el ecuatoriano actual hijo del volcán, con sus raíces bien puestas en la tierra, a la vez “hombre planetario”, suma de hombres… Su obra poética posterior a los Primeros poemas
y al Cuaderno de poemas indios refleja la manera en que la Patria se asienta en su alma, pero también el viaje universal que emprende Carrera Andrade, viaje que lo conduce en primer lugar hacia Europa y después a los propios países vecinos del Ecuador, a Estados Unidos e incluso a Japón, donde estuvo como embajador.
No obstante, ese reconocimiento propio, que le hace preguntarse hacia el final
Me interrogo en la noche americana bajo constelaciones que me miran con sus ojos de puma: ¿Quién soy yo en fin de cuentas? ¿Yo soy el navegante que descubrió las tierras y los ríos, trazó el surco, sembró la primera semilla, fundó pueblos, ciudades y naciones? ¿Soy el hombre que ardió sobre la leña antes que revelar los tesoros ocultos?... (“Yo soy el bosque”, en Antología poética, 315)
hace parte de todo un proceso de pensamiento y abarca toda la vida del poeta, fue una cuestión planteada desde el comienzo por Carrera Andrade, y a cuya confirmación llegará al final del recorrido. Ya al evaluar su quehacer poético, se pronuncia diciendo que éste
[…] se ha realizado en tres etapas, en tres círculos concéntricos: primero: Descubrimiento de mi propio país (su tierra, sus costumbres, sus habitantes y sus símbolos) (Guirnalda, Rol). Segundo: Salida hacia el mundo y descubrimiento de los universal y de la solidaridad humana (puertos lejanos, movimientos obreros, inventario de las bellezas de los varios continentes) (Boletines, Tiempo manual). Y por fin, tercer círculo: viaje de regreso desde el vasto mundo y entrada al país interior, a la zona espiritual donde se hallan las más obscuras claves del existir y del drama del hombre (Biografía, País secreto y Visitante de niebla). (Citado por Ojeda, 29).
De hecho, es la búsqueda de su identidad dentro de una sociedad duramente dividida, de su conciencia de escritor en medio de las bruscas biparticiones, lo que caracteriza su poesía. También la añoranza de su Patria, lugar de origen, lo lleva por lo mismo a exaltar no una raza en concreto, sino la historia completa de su pueblo, unos lugares geográficos específicos que al evocarse pueden transportarnos a un país deslumbrante… “¡Volcanes en erupción, antorchas telúricas; volcanes apagados, cofres de tesoros; volcanes serenos y geométricos como pirámides para acercarse al cielo más límpido del planeta y adorar al sol; volcanes de cuyo fuego internos sacan su colorido los colibríes, pedrería volante; de vuestra substancia íntima están hechos los hombres del Ecuador, profundos, ardientes y, en ocasiones, impasibles en medio de las tormentas!”(Carrera Andrade, 1989, 39. ) El hombre ecuatoriano “hecho de lava y sol” busca su identidad en medio de la naturaleza, los extranjeros, los nativos y los mestizos… Esta búsqueda es clave en el poeta y es necesario tenerla en cuenta para entender los rasgos indígenas de su obra.
El Cuaderno de poemas indios es de 1928; según R. Harrison, después de éste, y ya alrededor de 1935, esa vuelta a los que considera temas de siempre de la poesía, es decir las cuestiones existenciales en que se sume Carrera Andrade después de esa conocida y por cierto bellísima poesía descriptiva llena de menciones a frutas, aromas, olores y paisajes, hace que se pierda la perspectiva social de la poesía de Carrera. Entonces puede que sea así, literalmente llegaría a la “exclusión del tema de justicia social para los indios ecuatorianos” (Harrison, 197), pero no del mismo modo se va a perder el rumbo de un encontrarse a sí mismo que, veremos más adelante, lo reencuentra también con el indígena aunque no de la manera que podrían esperar el naciente y ferviente movimiento indigenista.
Carrera Andrade aprovechó cualquier oportunidad para hablar de la difícil situación del indígena ecuatoriano, y en Galería de místicos e insurgentes se pronuncia diciendo: “La verdad étnica del Ecuador es la existencia de una raza servil, radicalmente diferenciada de la clase patronal y dedicada al cultivo de la tierra que le perteneció en
el pasado. Mientras por un lado se acusa con fuertes caracteres un grupo de nobleza criolla que se cree heredera directa de los grandes de España, por otro lado se alza la gran mayoría de la población, en cuya sangre no hay señas del pigmento peninsular. Coexisten indigenidad esclava y extranjerismo absorbente. En el Ecuador, el indio vive la misma situación desde hace cuatro siglos. La explotación realizada por la Real Audiencia de Quito fue continuada cínicamente por la República bajo sus diferentes vestimentas: conservadora, liberal o progresista. La falsa democracia conserva al indio en lo más bajo de la escala social, en una situación de ignorancia, opresión y miseria (…) La raza, la región geográfica, la clase social, el territorio, son fuentes de conflictos y de malestar y originan el pesimismo del hombre del Ecuador. Blancos, indios, negros y mestizos, en franca pugna, se hostilizan mutuamente, impidiendo el progreso del conglomerado social.”(Carrera Andrade, 1959, XXV). Para la época en que este escrito es publicado, Carrera Andrade ya ha dejado hace bastantes años de escribir poesía de rasgos indigenistas y su obra poética se inclina cada vez más hacia la introspección.
¿A qué pudo deberse ese posible alejamiento de nuestro poeta del movimiento al que sin duda consideró necesario? En 1943 Carrera reconoce el indigenismo como un movimiento que demuestra el anhelo de la integración americana, “por medio de la incorporación de una raza, originaria y olvidada, a la aventura común”. Sin embargo, la falta aún presente de verismo indígena es aceptada por el poeta. “Tanto el Indigenismo como el Nativismo son formas de interpretación de la realidad, o más bien, de contacto directo con la tierra. Naturalmente, el vocabulario que se han estructurado no siempre está hecho de materiales transparentes y necesita de una clave auxiliar, pero sus valores expresivos —o subversivos— son de una intensa y palpitante eficacia.” (Carrera Andrade, 1943, 215). Pero ese contenido subversivo es el mismo que aleja a Carrera Andrade de este movimiento… Tiempo después aflora la tristeza por la misma realidad del país: “En lo más bajo de la escala social yacían las masas indígenas sin esperanza de redención, olvidadas de todos los partidos políticos, hasta de la extrema izquierda que se conten-
taba con distribuirles propaganda soviética en quechua.” (Carrera Andrade, 1989, 210) Entonces su personal búsqueda necesita un alejamiento de la participación política y demuestra la desilusión frente al socialismo de moda, porque en tierras latinoamericanas, descontentas con la imposición europea, hacer del socialismo un ideal de identidad es muy fácil… Luego de reivindicar el puesto propio de la poesía, lejos del estandarte político, se le reprocha esa “falta” de una manera fuerte, llamándole entonces “poeta horticultor, vendedor de zanahorias” (Observación de Pablo Palacio, citada por Harrison,197).
Dos corrientes: Arte por el arte o escritura comprometida. Se suele asociar al escritor latinoamericano con una especie de legislador consciente. Como un político. Entonces el escritor que no habla de política es juzgado como un desleal con la causa del Tercer Mundo. Carrera Andrade se reencontró con sus raíces sin tener que convertir al indígena en un estandarte de un movimiento político. Pongamos como ejemplo a ese protagonista: el indígena. Muchas obras pueden tenerlo como personaje principal, pero ¿quién habla detrás de él? Habla un romántico, habla un comunista o habla el indígena realmente… en la actualidad se levantan voces indígenas —tenemos que tener en cuenta que el indígena de ahora, el de nuestras tierras, no es precisamente el mismo de la Conquista, el dolor está más presente en estos tiempos— en su propio idioma, pero durante la época de Carrera Andrade sin duda el indígena que hablaba era en la mayoría de los casos comunista. ¿Acaso tendríamos que exigirle a Carrera Andrade que se pusiera más en los pies del indígena? No, por cuanto él, como sujeto, es consciente —en un proceso de vida que también es proceso poético— de su realidad mestiza y lo poco verdadero para su propio reconocimiento apropiarse del indígena que no es, sino que constituye una parte perfectamente fundida con su también característica de moderno occidental.
Sería muy fácil pensar a Latino-américa como sólo América. Son muchos los que, buscando sus raíces, parten del principio de eliminar todo lo que los une con ese “maléfico centro de poder”
que resulta siendo Europa. Entonces buscan su identidad en lo que consideran más primario, más primigenio, más de su tierra. En ese llamado de la tierra1, ¿resulta realmente viable inclinarse sólo a un lado de la balanza y buscar, entonces, únicamente lo quechua, lo muisca, lo azteca, lo maya, la raíz del ancestro hijo del sol, hermano de la tierra? Búsqueda de identidad, siempre la búsqueda de la identidad. La aproximación a la obra poética de Jorge Carrera Andrade se vuelve simultánea al brusco conflicto de la identidad que vemos irrumpe en un pueblo desgarrado y sin madre, el pueblo latinoamericano…
¡Qué diferencia entre el cuenco o corteza de calabaza llena de chicha y el porrón o garrafa de vino! Dos civilizaciones se enfrentan en esos dos objetos: la civilización de la uva y la del maíz, o sea la de los pueblos eufóricos y la de los pueblos que soportan una melancolía antiquísima. (Carta de un emigrado. Citada por Carrera Andrade, 1989)
Ese reconocimiento originario de Carrera Andrade es una de las cosas más sorprendentes que se pueden observar en la literatura latinoamericana. Si, como él mismo expresa en Jornada existencial, “el país de Eldorado está en nosotros mismos”, entonces es necesario repensar la identidad y lo que todos tenemos de indígenas, no podemos olvidar que somos innegablemente mestizos y desde la perspectiva de Carrera Andrade, indivisiblemente humanos. Acerca de su carrera poética, el reencuentro del poeta con su cultura ya al final, después de haberse alejado de esa corriente indigenista, escribió Iván Carvajal: “más sobrio, en un tono menos dramático, y por tanto menos exuberante, inquiere también por su lugar de origen, en una serie de poemas que aparecen en algunos de sus libros publicados después de 1947: Lugar de origen, Aquí yace la espuma, Boletines de la Línea equinoccial, Floresta de los guacamayos.” (Carvajal, 2004, 61). Así, el constante acercamiento a lo que le es propio nunca le abandonará, es más, lo mueve de otro modo hacia el mismo centro: el reconocimiento de una identidad ecuatoriana, el reconocimiento a la vez de una identidad mestiza:
En los más distintos idiomas sólo aprendí la soledad y me gradué doctor en sueños. Vine a América a despertar mas de nuevo arde en mi garganta sed de vivir, sed de morir y humilde doblo la rodilla sobre esta tierra del maíz. (“Viaje de regreso”, 188)
Tristeza y melancolía indígena. Incluso antes de la Conquista, como lo cuenta la leyenda de Condorazo, ése a quien Carrera ha llamado el “Segismundo ecuatoriano”. Cuando se está separado de su tierra, el sentimiento del indígena es de bellísima nostalgia, y llega hasta nosotros el mismo lamento no de la manera un poco panfletaria o no del todo veraz de cierta poesía indigenista, sino cuando la pretensión del poeta es adentrarse en un sentir que considera más propio, según ese proceso poético que nos ha comentado él mismo, ese adentrarse en el país interior. 2 El indígena ecuatoriano es de alma triste, Carrera Andrade presiente esa tristeza. La angustia existencial le une con el mundo europeo si así lo quiere pero también le conduce a la tristeza de Atahualpa o a la lectura de “los quipos, cuyos nudos e hilos policromos eran interpretados por los quipocamayos”.(Carrera Andrade, 1959, 13) Allí está esa cualidad que sin nombrarse directamente, hace que las cuestiones tratadas por Carrera retornen a la esfera americana y al indio que en esta época no le interesa exaltar con alusiones precisas: el hombre en sí, su nostalgia presente –si se permite el ejemplo- tanto en Rilke como en Huamán Poma, tan humana en el indígena desgarrado como en el artista que busca la certeza de su humanidad entre el animal y el ángel terrible.3
Tan del mundo y a la vez tan de su territorio, puede llegar a sorprender esta descripción hecha en su autobiografía cuando se refería al santuario de Eroshima, en el Japón: “Me sentí transportado a América, antes del descubrimiento. El santuario parecía el de Pacha-
cámac, según las descripciones de los cronistas de Indias. (…) De los altares pendían cuerdas anudadas, semejantes a los quipos y fragmentos de telas con signos indescifrables. Los fieles completaban el parecido con un santuario precolombino, por la similitud de sus semblantes y vestidos con los de los indios del Ecuador y Perú.”4 Es entonces cuando esa compenetración de lo universal y lo autóctono se revela en el poeta ecuatoriano, es entonces cuando la conciencia universal se despierta y la visión de mundo le ayuda a comprender que la melancolía que envuelve también su poesía procede de una capacidad de visión tan propia del ser humano que no ha llegado a él solamente por la lectura de los clásicos occidentales y su clara influencia, sino también por su sangre triste de indígena de los Andes, pos su dolor de tierra, y que además lo une con el mundo en totalidad, con el Extremo Oriente también. Este reconocimiento último le proporciona a Carrera el valor suficiente para continuar su escritura, añadiendo y por lo mismo engrandeciendo en su poesía ese poder de transmisión e identificación de sentires que produce un contacto directo con la tierra y la naturaleza, innegable en quien lo lee.
Es de un modo totalmente nuevo que Carrera Andrade ve en el ecuatoriano la sangre indígena que le hace gritar “¡Devuélveme el mensaje de los tordos! No puedo vivir más sin el topacio del día ecuatorial” (Carrera Andrade, 1959, 13), mostrando así la capacidad de expresar su desgarramiento interno en un lenguaje ciertamente mestizo pero cargado con el dolor y peso existencial del indio ecuatoriano, ése que se une directamente con su naturaleza y geografía y llena su poesía de palabras como “guacamayo”, “sol”, “maíz”, “plumas”, “colibríes”, “volcán”, pero no como figuras sin contenido, sino más bien fruto de una visión especial que ha sabido explotar.5 Estas palabras no se convierten en tópicos recurrentes sin más, al contrario, representan un interés del autor por ahondar en la cultura ecuatoriana tanto ancestral como colonial. Por ello el joven Relato del español Sancho de la Carrera, de 1927, tiene su continuación en la época posterior al indigenismo de Carrera Andrade en la composición de varios poemas de corte histórico como Familia de la noche (1952-1953) y Crónica de las Indias (1965), donde busca profun-
dizar en la historia de su país. Esta variedad en su poesía hace ver que Carrera Andrade no es ignorante de su origen y mucho menos utiliza ciertas palabras como una manera más de ganar prestigio como poeta fundacional ecuatoriano, de realzar un exotismo americano sólo de palabras, sino todo lo contrario: poco a poco crece su capacidad de expresión de verdadera identidad ecuatoriana, ligada fuertemente a la geografía y la descripción natu“Las imágenes son tan nítidas, y están tan ligadas a lo primitivo, que me supongo estar viendo por los ojos de un aborigen y compartiendo el panorama perdido del universo”. (William Carlos Williams, acerca de la poesía de Jorge Carrera Andrade)
Después de conocer tanto la obra completa de Carrera Andrade como sus posiciones respecto a la propia literatura latinoamericana en la que se sabe inmerso, no cabe duda de la coherencia entre lo que dice, lo que vive y lo que escribe. Si reconoce la melancolía de la tierra indígena, esa psicología volcánica, es porque la vive en sí mismo. Del mismo modo es que expresa hacia 1943 que “en la producción poética de estos últimos años se puede observar con claridad una fuerte corriente de Universalismo; pero de un nuevo tipo que no excluye las diferenciaciones locales. No retrata del antiguo universalismo nivelador que quería –y quiere aún- suprimir de cualquier manera las distintas particularidades, sino de un nuevo universalismo integrador que prefiere sumar antes que destruir, conservando la variedad dentro de la unidad humana. Esta es una de las características más importantes de América, aquello que ayuda a comprender mejor el significado de su espléndido esfuerzo.” (Carrera Andrade, 1943, 228).
El hecho de buscar en este ecuatoriano esos rasgos indígenas, es necesario reiterarlo, no debe limitarse a juzgar sus intervenciones en la vida nacional o sus posiciones sentadas en los medios fuera de su obra poética como tal, y dentro de ésta, no puede tampoco constituirse en la observación y crítica de los poemas en que específicamente se menciona la palabra “indio” o un hecho contundente de la historia de la Conquista —aunque sin duda esto es importante—, porque el nativo
no es un simple tema literario que aparece en su poesía. Más que eso, su conciencia de ecuatoriano conquistador y conquistado lleva de manera sutil y a la vez clara a la certeza de ser él mismo las dos cosas:
Soy todos a la vez en invisible suma: un filósofo griego, un joven de Bizancio se dan la mano en la plaza de mi alma con un rebelde, un monje, un árabe sensual, un castellano recio y un astrónomo indio de mi América. Yo soy un hombre-pueblo, un hombre sucesivo que viene desde el ser original hasta formar la suma: un hombre solo. (Carrera Andrade. Yo soy el bosque, en Antología poética, 315)
Se podría pensar de todos modos que algunos de los valores destacados por Carrera Andrade en su idea de “hombre volcánico” son valores occidentales que tienen su principio en una ética venida de Europa. Es un poeta de principios de siglo, además de hombre recorrido, de mundo, con una labor diplomática bastante fuerte e ideales modernos innegables. También podría decirse que su aproximación ecológica tiene algo de idílica y presenta el origen del mundo con una belleza que se vale de la estética europea, de la forma y también del pensamiento occidental. Pero en medio de una cultura que debemos reconocer híbrida como la latinoamericana, esta forma de expresión de una identidad tiene la misma validez que otras de corte más social, aparte de revelar un rasgo olvidado por otros escritores latinoamericanos: la melancolía indígena que está inscrita dentro del medio natural que le rodea, eso que Carrera llama el hábitat… la melancolía del alma, no sólo el lamento social: un desgarramiento de su tierra que no tiene que expresarse únicamente con menciones como “el hacha”, “el azadón”, “trabajo forzado” o palabras como “taita”, “hermano de raza”, etc.; el indígena tiene también una melancolía subjetiva: no sólo un grupo de trabajadores con características comunes, sino también cada hombre con su tierra. Desde allí habla Carrera Andrade, haciéndonos sentir, cuando lo leemos,
que sus palabras provienen de ese espíritu ancestral que alimentó también a los poetas quipocamayos, sin expresarse por medio del lenguaje español o la palabra escrita pero haciendo verdadero es lenguaje elemental que busca el ecuatoriano: “la clave de la vida está en tu mano: / Goza, aprende el lenguaje que te ofrece / el mundo elemental, después perece.” (“Lenguaje elemental”, en 2000, 362), conciencia de la finitud, dolor existencial del que sufre el ser humano, donde sea que esté.
Es entonces cuando hace partícipe de su invitación a los hombres de todas las tierras, siempre con esa visión de identidad por fin encontrada, rica en diversidad, pero no en aquella que divide, disgrega y destruye, sino la que busca la reconciliación de las razas en el hombre americano6:
Hombre de cualquier tierra o meridiano yo te ofrezco la mano: Te doy en ella el sol americano. Te doy la brava pluma del cóndor, la candela ágil del puma: selva y montaña en suma. Te doy la geografía vasta y azul, el día concentrado en el fruto de ambrosía. Te doy el nuevo tesoro: el pimiento y el toro y la cúpula de oro. Te doy volcán y rosa, la clave de esa gente misteriosa que en vasijas reposa. Mi mano es de alfarero solar, de navegante, misionero y libre guerrillero. Mano de constructor de un Continente, mano de techo y puente y alfabeto de amor para la gente.
El sol americano te lo entrego en mi mano, hombre mundial, mi hermano. (Hombre de cualquier tierra, 1957)
Quizás Carrera Andrade se sorprendería un poco si viera cómo, a fin de cuentas, el indígena se revela en él sin necesidad de exaltarlo con nombre propio, sino simplemente —o quizás muy complejamente— en su poesía última. Pero es así porque esa universalidad no excluyente de la que fue abanderado también simboliza una reconciliación del hombre con su tierra… habla así porque reconoce ese algo que deja la sangre en la tierra. Entonces sí es indígena por cuanto es ecuatoriano, humano y observador del lenguaje de la naturaleza. Reconoce su sangre de lava, ama a su país del mismo modo que Atahualpa quiso la capital quiteña y los ancestros precolombinos hicieron de la naturaleza su objeto de respeto y culto. En su conciencia americana también es capaz de dar cabida a lo universal de la mirada indígena…
Atahualpa repite su derrota herido cuantas veces en mi pecho por un Pizarro íntimo. Vencedor y vencido luchan en mi interior: El rey indio despliega su plumaje, el agua de los siglos lava el suelo que cubren las sonrisas del maíz y el jinete de hierro se arrodilla. (Ocaso de Atahualpa, 1963)
notas
1 De hecho es de gran importancia encontrar en Carrera Andrade esta idea acerca de la nueva poesía latinoamericana: “En el siglo XX, el hombre telúrico de América hace que la poesía, por primera vez, hunda su raíz en la tierra. Lo humano, lo inmediato, ejercen por fin su poder, cuyo significado empieza a descifrarse gradualmente.” (Carrera Andrade, 1943, 213) 2 “Cada vez creía con mayor intensidad en la teoría ecológica según la cual el ser vivo es producto de su hábitat. Las sementeras en flor, custodiadas por volcanes, me ayudaban a comprender no sólo el ser físico sino la psicología del habitante de estas regiones, psicología que se podría llamar volcánica. El alma ecuatoriana es un volcán florecido. (…) Es claro que hay volcanes activos y volcanes que duermen. Pero, de todas maneras, el hombre ecuatoriano posee dos características contrapuestas que constituyen su paradoja íntima: la humildad y el ardor contenido” (Carrera Andrade, 1989,192) 3 Al leer cierta observación de Querejeta con respecto a la obra poética de Carrera Andrade, resulta inevitable no encontrar ciertos rasgos comunes: “No es la suya una poesía visual, de las cosas o simplemente de los sentidos —tópico de una crítica maniquea reductora—, sino del entendimiento y la aprehensión. No es una poesía del éxtasis o del embeleso, sino una poesía apasionada. Poesía cósmica que se hunde sensual, gozosamente, en el inmenso cuerpo de la creación (…) Una poesía, en suma, que es triunfo del verbo, de la palabra radiante.” ¿No pareciera hablar de Rilke esta descripción? (Obra Poética, prólogo, 28) 4 El volcán, 128. Además de estas observaciones geográficas y culturales, más directamente en su poesía Carrera Andrade se sorprende con nosotros del hallazgo de esos pequeños haikus japoneses, y además de los Microgramas que escribe durante su estancia en el Japón (editados en 1940), es ya en 1972, tres décadas después, que escribe Quipos, poema bellísimo compuesto de 33 pequeñas estrofas de cortos versos con limpias miradas a la naturaleza y reflexiones sobre el paso del tiempo, pues como él mismo aclara “los quipos eran cordeles de colores con nudos, utilizados por los incas para consignar la memoria de los sucesos.” (Carrera Andrade, 2000, 600). 5 Si una de las más destacadas características de la poesía de Carrera Andrade está en la capacidad para nombrar, asignar, dar color, riqueza descriptiva, resulta de vital importancia entender en sus descripciones el espíritu indígena que parece inspirarlas. La interiorización de la naturaleza es renovada de una manera ancestral, lejana de la visión europea y rica en ese animismo precolombino. En esos estudios históricos que hizo Carrera Andrade también menciona los pueblos anteriores a los primeros incas. “Quito no fue una ciudad incaica, sólo 50 años duró este imperio en la ciudad. Son los karas del Ecuador, no solares sino de culto a la Naturaleza, el mar y el fuego telúrico” (Mirador Terrestre, 13). La visión natural de este poeta, entonces, es de una profunda raíz indígena. Ya en Quipos aparece la religiosidad ancestral:
somos nadie Hasta que nos da a luz La muerte-madre (Quipos, III)
Madre tierra, madre a la que se vuelve, madre naturaleza… en este punto Carrera Andrade parece expresar un pensamiento particularmente indígena, reflexión existencial que proviene de una relación inmediata con la naturaleza.
bibliografía Carrera Andrade, Jorge. El volcán y el colibrí. Quito: Corporación Editora Nacional, 1989. __________________.Antología Poética. Selección y prólogo de Vladimiro Rivas Iturralde. México: Fondo de Cultura Económica, 2000. __________________.Prisión y muerte de Atahualpa. En línea: http:// www.cncultura.gov.ec/ cultura/html/muerte atahualpa .htm __________________.Poemas desconocidos. Edición de J. Enrique Ojeda. Quito: Paradiso Editores, 2002. __________________.Mirador terrestre, la República del Ecuador, encrucijada cultural de América. Nueva York:Las Américas Publishing Company. __________________.El americano nuevo y su actitud poética, Cuadernos americanos. No 1 (ene-feb. 1943) p.205-228, México.
__________________.Galería de místicos e insurgentes. Quito: Ed. Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1959. __________________. Obra Poética, Edición de Raúl Pacheco y Javier Vásconez. Quito: Ediciones Acuario, 2000. __________________. Obra poética completa. Quito: Ed. Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1976. Carvajal, Iván. Jorge Carrera Andrade en el contexto de la poesía ecuatoriana contemporánea. Texto de la conferencia leída en la Universidad Rovira y Virgili de Tarragona en marzo de 1998. En: Poligramas, No.21, Junio 2004. Harrison, Regina. Entre el tronar épico y el llanto elegíaco. Quito: Ed. Casa de la Cultura de Ecuador, 1996. Ojeda, Enrique. Introducción al estudio de la vida y obra de Jorge Carrera Andrade. Nueva York: Ed. Eliseo Torres & Sons, 1972.