Revista Poetómanos No.4 Año2

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Año 2 No. 4 abril 2021

R E V I S T A

P OETÓMANOS

DOSSiER:

CUENTO NAYARiTA DE LA

ÚLTiMA DÉCADA Selección Poetómanos (marzo-abril):

RONNiE CAMACHO BARRÓN - JHONATAN RAMÍREZ HUERTA - KARLA HERNÁNDEZ JiMÉNEZ - ZULEMA HOLGUÍN EDUARDO OMAR HONEY ESCANDÓN - SANDRO J. CRUZ VALiENTE - AMADO SALAZAR - SERGiO ORDUÑA - SERGiO ORDUÑA - LUiS ESCORCHE - ERiK S. RAMiREZ - TOMÁS NOCHES VERA - JOAQUÍN MiRELES - GABRiELA ANDRADE LUCERO - ROLANDO REYES LÓPEZ - ALEXA VÁZQUEZ - HENRY FARFÁN VÁSQUEZ - RiCARDO HERNÁNDEZ - JOSÉ LUiS MACHADO - DANTE VÁZQUEZ - JOSÉ ANTONiO DE ALBA YOLiMEA - JUAN MANUEL LABARTHE - ENRiQUE CARSTENS - LiZZiE CASTRO


Revista Poetómanos Revista Bimensual de Difusión Literaria

Dirección Sergio H. García

Consejo Editorial L.e. Sequeyro Salvador Montediablo Corrección L.e. Sequeyro Portada:

Diseño de Arte Sergio H. García

Liliana Ruíz Gómez Collage

/Poetómanos

@Revista Poetomanos

Todos los textos en este número son propiedad de sus respectivos autores. Queda, por lo tanto, prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos de esta publicación. Por otro lado, esta publicación no se responsabiliza de las opiniones o comentarios expresados por los autores en sus obras.

Ediciones Olvido D E L


Contenido

Cuento:

Entre nosotros /Ronnie Camacho Barrón 5 Dédalo /Jhonatan Ramírez Huerta 6 Punto muerto /Karla Hernández Jiménez 7 Lupito /Zulema Holguín 10 Deinofobia /Eduardo Omar Honey Escandón 13 Parálisis /Sandro J. Cruz Valiente 15 Silencio ¿cómplice o culpable? /Luis Escorche 18 Filosofía de la Historia /Amado Salazar 20 Un espacio ventilado /Sergio Orduña 22 Cuento que escribiría el Cerberus /Erik S. Ramirez 25

Dossier: Comer frente al mar / Víctor Parra Avellaneda 30 José - anatos express - Magia /Alejandro Barrón 36 Flamingos /Liliana Ruiz Gómez 43 La brujas se anuncian en la televisión /Luis Ventura 49 Lo que crece en la casa del desierto /Daniela Villarreal Grave 54 Vértigo en un sembradío de café al pie de una montaña de basalto /Vizania Amezcua 58 El último bastión /Israel Montalvo 62 Cruci- cción rosa /Rodolfo Dagnino 68 Paralaje /Rafael Villegas 77

Cine: Bastardos sin gloria /Joaquín Mireles 85

Reseña literaria:

Camila Sosa Villada y «Las Malas»: la crudeza narrativa del mundo prostibular-travesti /Tomás Noches Vera 89 Ana de Gómez Mayorga. Nostalgia de lo recóndito /Gabriela Andrade Lucero 94

Entrevista: Lúdica del collage: entrevista a Liliana Ruiz Gómez 97

Galería: Liliana Ruiz Gómez 97

Poesía:

Prisionero /Rolando Reyes López 108 Convexo /Alexa Vázquez 111 Salmo 20.21 /Henry Farfán Vásquez 112 Poema XIII /Ricardo Hernández 113 Incuestionable /José Luis Machado 114 Conexión atemporal energética /Dante Vázquez 115 Esta noche la Noche no me aplasta /José Antonio de Alba Yolimea 117 El falso profeta /Juan Manuel Labarthe 119 El barco de los bucaneros /Enrique Carstens 121 Parece tan largo /Lizzie Castro 123

Ensayo: Violencia de género en la mitología grecorromana /Aída López 125


CUENTO C UENTO


Entre nosotros Ronnie Camacho Barrón

«El fin del mundo siempre está a la vuelta de la esquina», ese es lema del Buró de Prevención Profética, la organización a la que pertenezco. Desde el principio de la historia, hemos actuado bajo las sombras para proteger al mundo de las constantes amenazas que se ciernen sobre él y que sin duda alguna llevarían a la raza humana a su extinción. Con éxito prevenimos el regreso de los Atlantes de las profundidades del mar, la ascensión del Anticristo al papado, la incursión alienígena de Roswell, la rebelión de las máquinas del 2000 y la tercera guerra mundial que sería provocada por las armas biológicas bajo el poder de Bin Laden. La razón de todo nuestro éxito se ha debido a la familia Allard, un largo linaje de videntes franceses que generación tras generación, heredaron a sus primogénitos su mística capacidad. Fungiendo como nuestros profetas, ellos nos guiaron de la manera correcta en contra de cada apocalíptica amenaza. En tiempos actuales, dicho rol recae sobre los hombros de Levi Allard, mejor conocido por su nombre clave como «El vidente treinta y tres».

Por primera vez en siglos estamos a ciegas y cada una de nuestras divisiones alrededor del mundo se encuentra en alerta máxima. La única pista que tenemos es la nota que nos dejó y en la cual solo escribió lo siguiente:

El fin ya está entre nosotros No tenemos idea de lo que significa, ni tampoco de cuando fue que la escribió, solo espero que cuando llegué el momento…estemos preparados.

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Han pasado semanas desde la última vez que supimos de él, pero hoy, por fin hemos encontrado su cuerpo en la sucia habitación de un hotel en Praga. La causa de la muerte no es ningún misterio, se arrancó los ojos con sus propias manos, seguramente impulsado por una visión, pero, ¿Que sería tan terrible que orillaría al último de los profetas a matarse?

Cuento

Al igual que con sus ancestros sus predicciones siempre son correctas, pero a diferencia del resto, él no cuenta con la fuerza mental necesaria para cargar con dicha responsabilidad.

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Dédalo Jhonatan Ramírez Huerta

Como los aguerridos e intrépidos generales Calcuchímac, Quisquis y Rumiñahui, en aquél entonces, el gran Ninan Apu era uno de los guerreros más temerarios de la Nobleza Inca. Ofrecía ofrendas de exuberante grandeza al dios Inti, en su afán de conocer sobre la emancipación del hombre en este mundo. —¿Puede el hombre hallar su libertad absoluta? —se cuestionaba cada vez que iba a conquistar nuevos territorios para el Imperio Incaico Y entonces, la respuesta del Dios Sol no tardaba en llegar. Mediante revelaciones y sueños, trataba de insinuarle al valeroso guerrero acerca de la independencia del hombre. Apoyado en un bastón grueso, se propuso subir un cerro erguido de colinas azulencas y negras. Al llegar a la cima, pudo vislumbrar, a lo lejos, el templo sagrado de Coricancha. Junto al recinto, una pequeña plazuela ceremonial poseía una inmensa antorcha dorada, de donde emergía un fuego recalcitrante e intenso.

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—Aquella llamarada es la libertad, y si te acercas a él, arderás tanto, que no querrás estar allí. Ser libre dura de acuerdo a tu resistencia, y siempre lo perderás a menos que tú mueras ardiendo por conseguirlo —dijo el dios Inti.

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Confiado de su propia fortaleza y juventud, lo intentó varias veces sin obtener algún resultado. Convencido de este sueño y de otros anhelos más, el leal general de la Nobleza Inca decidió viajar en el tiempo. A través del poder y divinidad del dios Inti, logró increíblemente aquella gran hazaña y empezó a vivir en distintas épocas. Sin embargo, al quedar varado en la era republicana, se dio cuenta de que no lograría hallar la respuesta sobre la libertad del hombre. Desamparado por su aciago destino, deseó retornar a su vida inicial. No obstante, el imperio incaico había sucumbido por completo y aun terminó en ruinas, ya sin la existencia de alguno de sus habitantes. Y en aquél nefasto momento, la divinidad hizo despertar a Ninan Apu, quien comprendió como una sentencia, que la libertad del hombre siempre será una utopía.


Punto muerto Karla Hernández Jiménez

—¿En verdad esos monstruos siempre habían estado ahí? —se preguntó para sí mismo sin dejar de ejecutar comandos en el videojuego.

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había sido un día difícil después de trabajar, necesitaba distraerse con bastante urgencia. Después de unos instantes de preparación para la tarde, presionó la tecla Enter y el juego se activó inmediatamente. Tecleó su nombre de usuario de forma pausada, acomodando adecuadamente las palabras hasta que aparecieran en la pantalla: Z A N E. Había iniciado una nueva partida en el videojuego que él mismo había creado. Avanzó entre el terreno dominado por las luces de neón y los microbits que él mismo había diseñado, los cuales se extendían por todo el camino que estaba ante su vista. Su jefe le había encargado la misión de revivir la nostalgia por los videojuegos de los años noventa. En su compañía necesitaban una propuesta innovadora dentro de aquello que se podía denominar como los grandes clásicos de los arcades que proliferaron unas décadas atrás en la industria. El asunto era más serio de lo que se podría imaginar. Su jefe llevaba meses diciéndoselo, ¡no podían permitirse perder dinero en otro fracaso como el que ocurrió a principios de año!. Tenía que probar el juego cuidadosamente, y unas cuantas partidas no podían ser suficientes para verificar que se hallaba ante el juego del siglo. Continuó avanzando por el camino que había trazado con los píxeles hacia unos días, tratando de resolver el nuevo acertijo que se presentó aquella misma mañana. Poco a poco, una extraña masa informe comenzó a presentarse ante él. De entre los pixeles, comenzó a surgir una masa informe de color gris que a duras penas tenía forma. Pero, después de unos segundos, surgieron unos ojos amarillos que lucían amenazantes y una boca enorme que anunciaba unos dientes grandes y filosos. Al principio fue uno, pero pronto se empezaron a formar otros monstruos provenientes de la misma materia gris que había surgido en aquel camino de toscos pixeles. Zane jamás había visto antes a aquellas criaturas, su diseño no encajaba con los gráficos RPG del videojuego, dándoles una apariencia aún más distorsionada, más grotesca de la que ya poseían.

Cuento

Aquel

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Después de todo, el videojuego estaba diseñado para ser de tipo acertijo. No había espacio para los monstruos ahí. La sola presencia de esos seres desafiaba toda la lógica sobre la que se cimentaba el funcionamiento de ese videojuego. Zane abrió mucho los ojos mientras veía a los pixeles reorganizarse, creando una fuerza estática en el proceso conforme la masa de la que estaban hechos los monstruos avanzaba. Pensó seriamente en apagar el dispositivo principal, pero su confianza en sus propias habilidades se lo impidió. No podía dejar que el miedo se adueñara por completo de él, debía seguir cumpliendo con su papel del héroe el principal del juego. Es cierto que esas criaturas no pertenecían a aquel mundo, pero seguramente tendrían algún punto débil que pudiera servir para derrotarlas. Aun así, no se quedó para averiguar la existencia de dicha debilidad. Zane corrió lo más rápido que pudo a través de distintos huecos en las paredes de bits hasta encontrar un posible punto ciego en el cual pudiera esconderse hasta que el peligro pasara. Se acurrucó de la mejor forma que pudo para quedar oculto, rogando por no ser visto y que sus agresores pasaran de largo. En la distancia, se concentró en evitar el avance de las criaturas en su dirección, pero las herramientas que tenía apenas eran suficientes, casi no infligían daño en sus oponentes, los cuales lucían más desagradables conforme pasaba el tiempo. La forma en que sus cuerpos reptaban era parecida a la descomposición de un cuerpo y el olor también era nauseabundo. Era como si cada partícula se empeñara en llegar lo antes posible hasta donde se hallaba su posible víctima. Aparentemente, los monstruos podían moverse de forma mucho más veloz de lo que habían demostrado en un principio. —Su objetivo es arrinconarme mientras juegan con mi mente —pensó el jugador. Las valiosas herramientas de Zane, las cuales había adquirido con tanto esfuerzo a lo largo de varias partidas, se estaban infectando con la materia orgánica procedente de las criaturas.

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—¡No!, ¡carajo!, ¿por qué?, ¿por qué? —gritó hacia sus adentros de forma caótica mientras se retorcía visiblemente en el lugar donde se había escondido.

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No pasó mucho tiempo para que la nauseabunda materia orgánica se pegara a los pies de Zane, impidiendo que pudiera volver a buscar un escondite. Además, querían paralizarlo para facilitar la captura. Los monstruos se acercaron mientras exhibían sus grandes colmillos en unas fauces deformes que se movían en toda clase de direcciones inimaginables. Con una sola mirada de sus amenazantes ojos amarillos, le dejaron claro a Zane que su fin estaba cerca, que en aquel mundo de débiles bits no había nada que pudiera protegerlo del destino que le aguardaba. Ellos sabían que eran mucho más poderosos y eficaces que todas las cosas que habitaban en aquel juego patético que había sido diseñado para satisfacer la nostalgia de los necios que se resistían al cambio, a la sangre y a las tripas que imperaban en los videojuegos modernos. Los ojos de Zane se movían furiosamente inyectados en su propia sangre mientras las fauces machacaban la carne y los huesos de su brazo. Luego de que aquellas criaturas mohosas terminaron de morder y destrozar la carne repetidas veces hasta dejar los huesos triturados al


descubierto, Zane comenzó a gritar lo más fuerte que pudo para pedir una ayuda que no llegaba. Su sangre fluía de manera copiosa, haciendo que los gráficos vibraran en el parpadeo de un efecto glitch que se prolongó durante varios intervalos, dejando la pantalla completamente congelada. Mientras los gráficos se acomodaban de manera incesante, su cuerpo era arrastrado a las profundidades de una oscura cloaca de bits. En ese momento, Ritz, quien llevaba varias horas jugando, comenzó a poner los ojos en blanco mientras su brazo no paraba de sangrar luego de que su personaje hubiera sucumbido ante los monstruos de aquel juego que se había pasado diseñando todo un mes sin descanso. Al cabo de unos minutos se desangró por completo. La partida había terminado antes de tiempo.

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Cuento

El popular gamer Ricardo Torres apagó el videojuego después de que su personaje favorito muriera por millonésima vez sin que este, a su vez, pudiera impedir la muerte de Zane, su alter ego.

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Lupito

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Zulema Holguín

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A veces me dan ganas de cantar bajo el agua tibia y mientras me baño. Cuando estoy solo en casa, por supuesto. Es muy sabido en la familia que no soy bueno cantando y tampoco quiero ponerles los nervios de punta a los míos, o a los vecinos, que, por cierto, son muy quejones. Desde chico lo supe, esta inhabilidad se contrapondría de por vida a mi deseo de ser cantante, aunque tampoco es que me importe mucho. A veces, ni con la habilidad requerida se logra el éxito. Pero hoy, por fin, me he quedado solo en casa, y he decidido pasearme en calzones mientras canto fingiendo que soy un talento aún no descubierto, mientras trato de bailar con el Lupito, mi gato, que en lugar de seguirme la corriente ha salido disparado a perderse, por el ruido, claro. Canté y bailé un rato, usé el cepillo de micrófono y la sala de escenario, pero el Lupito empezó a maullar como si estuviera poseído y me puso los nervios de punta. No me quedó de otra más que bajarle a mi desmadre. Que más bien parecía que le hacía la competencia a Lupito: meneé el cuerpo y la melena desenfrenadamente, hasta que tropecé con la esquina del sillón y me golpeé el dedo chiquito, el que no sirve más que para recordarte de vez en cuando los dolores de la vida. Minutos más tarde, me cambié y me amarré la mariconera al pecho. El Lupito tenía días sin salir y ya le andaba oler los aromas de la calle: el hedor o el perfume de las flores, ve tú a saber. Antes de salir, jalé hacia un lado la cortina para cerciorarme del clima. Acá en Chihuahua el clima es como jugar a la lotería: nunca se sabe con qué fenómeno te agarrará de improviso. Le puse el pechero a Lupito, luego le di una zarandeada de cariños, en tanto en que sus orejas triangulares saltaban acompasadas: de un lado a otro. —Vámonos Lupito —le dije mientras cerraba la puerta. —Miau, miau —respondió Lupito. No sé si fue afirmación o arrepentimiento, ¿quién se va a poner a adivinar qué dice un gato en medio de la calle? —. Avanzamos tranquilos por la avenida, agilizamos el paso hasta llegar al parque. Me senté cansado en un columpio, con mucha dificultad porque ya no cabía en ellos, y a mi Lupito no le interesaban para nada. Aflojé un poco la cuerda para que mi gato anduviera a sus anchas, e inspeccionó de aquí a allá y de allá a acá, mientras yo miraba el atardecer, esperando que algo interesante pasara.


—¿Qué onda Pepe? —escuché a lo lejos una voz familiar. —¿Qué onda? —respondí contento al ver que era Paty, una chica del vecindario que me gustaba y con la que me había imaginado un sinfín de veces besándola y tomándola de la mano, como si correspondiera mi afecto. —¿Qué ha sido de tu vida? Tiempo sin vernos —me preguntó mientras masajeaba discretamente su cabellera larga y húmeda, en tanto en que el olor refrescante, a rosas de su shampoo, me sometía el olfato. —Pues aquí nomás, vine a pasear un rato a mi Lupito —le dije nervioso y mientras me bajaba del columpio para acariciar a Lupito. No podía perder oportunidad en ganar puntos con ella. Años viendo telenovelas románticas me habían capacitado para saber que esa actitud de compasión conmovía a las personas, sobre todo a las mujeres. —Ay, mira, que bonito —musitó algo tierna mientras acariciaba con alegría a Lupito. Yo la veía con el deseo ferviente de que el adjetivo hubiera sido para mí, y más aún, las caricias. Como era de esperarse, al cabo de un rato charlando, bromeando, y cuando por fin el asunto empezaba a emocionarme, el clima hizo honor a sus fenómenos diversos y nos sorprendió con una ráfaga de viento silbante, donde por poco, y de no ser porque tenía en la mano la correa de Lupito, el inocente, habría salido volando. —Bueno. Te dejo. Fue un gusto verte, Pepe —dijo Paty mirándome con una mueca de complicidad y mientras luchaba para mantener su vestido abajo; para que no se le viera el shoort, o los calzones, quién sabe, a lo mejor ni uno ni lo otro, uno nunca sabe. Pero en ese momento deseé que el viento soplara un poco más fuerte, para asegurarme de que traía shoort. —No sea que se vaya a topar por su camino con un pervertido —pensé angustiado. Cuando Paty se marchó, el viento cesó. ¿Es que no sé qué demonios tiene este clima para que se comporte de esa forma? O más bien, ¿qué hemos hecho para que nos odie tanto? Digo, no es normal su comportamiento, o, ¿sí?

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—¡Ay voy! —grité enojado y sospechando que el que estaba atrás de la puerta estaba sordo—. ¿Qué no se supone que mis padres regresarían hasta mañana? —me pregunté desanimado, y creyendo que debía avisar a mis amigos que no se armaría la fiesta esa noche en casa, y la cual había planeado con anticipación, cuando mis padres me confirmaron su salida al pueblo, con mis abuelos. —¡Que hay voy! ¿Qué no traen llaves? —grité de nuevo mientras pausaba mi consola. —Pepito, soy yo, Paty. —Sí, hay voy, dame unos segundos —le dije avergonzado mientras a la velocidad de la luz acomodaba el desastre que tenía en la sala. —Hola, ¿qué crees? —me dijo contenta y tratando de ignorar lo que me había faltado ocultar.

Cuento

En casa, yacía sobre el sillón mientras imaginaba lo que pudo haber sido con Paty en el parque si el viento no hubiera soplado tanto. Fue evidente que se marchó por el miedo a que le viera los calzones, o el shoort. No sé, pero mientras pensaba y jugaba videojuegos alguien tocó la puerta.

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—¿Qué? —pregunté desconcertado. —Les pedí permiso a mis padres para ir a una fiesta, pero como me dijiste que estarías solo, decidí hacerte compañía. Woow, su respuesta me cayó de sorpresa, pero mientras ella entraba y yo cerraba la puerta pude ver al Lupito saliendo de casa.

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—Pepe, Pepe, se acaba de salir tu gato. Vamos por él —dijo Paty asustada. —No te preocupes, sabe cómo volver —le dije mientras me aseguraba de meterla adentro, no sea qué se arrepienta en el último momento y se vaya. Total, el Lupito cuando sale siempre vuelve, además, ahora, mi atención estaba centrada en otra cosa. —Ya si mañana no vuelve el Lupito voy y lo busco.

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Deinofobia Eduardo Omar Honey Escandón

«Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí.» Augusto Monterroso

El joven, asustado, retrocedió a gatas. Mientras lo hacía no dejaba de persignarse y rezar por lo

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—Doctor, ¿está usted seguro que el tratamiento es el correcto? —dijo ella en un tono de preocupación—. Tengo mis dudas. Mírelo, pobrecito. Lleva ya varios minutos así y no hace nada, ¿no cree que es demasiado para él? —Señora Deschamps —carraspeó el doctor Müller, molesto porque habían interrumpido sus meditaciones—, me temo que es la única manera de que su hijo se cure y pueda llevar una vida tranquila. En estos tiempos, de películas de dinosaurios, parques temáticos, caricaturas, juguetes, disfraces, libros y tiras cómicas hasta aberraciones como Barney, una persona con deinofobia no puede vivir en paz. —Pero vea cómo está el pobre. Está transparente y tiembla mucho mi niño, mi pobrecito niño. ¿No puedo ir con él? —Ni lo piense, señora. No es posible que usted le ayude hasta que el tratamiento termine. Me permito recordarle que las situaciones a las que sería sometido el joven Deschamps le fueron explicadas con detalle suficiente. Usted firmó de conformidad que, hasta que el tratamiento demuestre o no su eficacia, el instituto Müller, por la Erradicación de la Fobias Mundiales, S.A. será el encargado por velar por la salud de su bienamado.

Cuento

bajo. Una blanca y mullida pared detuvo su fuga. Entonces trató de sacar el aire y apretarse lo más que pudiera. Quería mimetizarse, ocultarse en la más pequeña grieta, hacerse más pequeño e impersonal que el punto que caminaba a su lado. Pero no había escape de ese cuarto minúsculo. En el centro, frente a la puerta blanca, estaba la caja que contenía los fósiles. «La réplica de los huesos, que amablemente prestó el museo», pensaba el doctor Müller. Reflexionaba al mirar la pantalla que mostraba al aterrorizado joven. Una mujer, a la derecha del doctor, también contemplaba la imagen. El maquillaje del rostro, levemente corrido por las lágrimas, sólo hacía resaltar más sus patas de gallo.

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—Pero ¿por qué la caja de huesos…? ¿Por qué le dijo que los huesos pertenecían a un dinosaurio? ¡Ay! Mírelo, ya se movió mi bebé, ¡sáquelo por favor! —en la pantalla el adolescente se movía lentamente a la esquina derecha. —Son sus instintos, le han advertido que todavía puede ganar un poco más de distancia si se ubica en la esquina del cuarto. Tal como usted recordará, mi estimada señora Deschamps, la hipotenusa es más larga que cualquiera de sus catetos. Es interesante que ese conocimiento sea automático —tomó nota que sería un punto más en el informe que preparaba para la Sociedad Mundial de Psiquiatría: el único caso de deinofobia total que se tenía noticia, que le prometía a él y a su instituto, una fama sin precedentes—. Respecto a sus preguntas, estamos acudiendo, a la fuente primordial del trauma —esa era una frase que valía la pena también tomarla en cuenta para el informe—. No se olvide que su hijo ha vivido una semana con una caja de huesos a los que no le dio importancia. Incluso los tanteó, los sacó, jugó un poco con ellos y los olvidó. Finalmente, tal como estaba establecido en el cronograma de trabajo, me permití decirle a su hijo hace unos minutos, que los huesos pertenecieron a un dinosaurio. —¡Doctor! ¡Sáquelo de allí! Está con vahídos, le falta el aire a m'hijito, ¡pobre! —Señora, haga el favor de controlarse o tendré que pedir que se retire. Su hijo está intentando chantajearnos. Su cerebro primitivo, sin hacer caso a funciones superiores como el raciocinio, está actuando a la defensiva. Trata de convencernos que está mal, para que nosotros, los sobreprotectores adultos Homo Sapiens acudamos en su ayuda. Pero no lo haremos señora, no. La razón debe vencer a los instintos: es lo que nos distingue de los animales. Por eso hemos sobrevivido, a diferencia del dueño de esos huesos que ve allí —«réplica de huesos» pensó para sí, orgulloso de estar dando una lección a la madre, mujer al fin y al cabo, ¿valdría la pena añadir esta explicación al informe? Mientras tanto el adolescente, rezando todavía, se había acurrucado en diagonal en la esquina. Deseaba convertir en plastilina su espalda para acomodarse mejor en ese breve espacio. Su corazón latía con desesperación, tratando empujar la masa pastosa en que se había convertido su sangre. La adrenalina saturaba su cuerpo. Finalmente no aguantó más y el cerebro, desbordado, se desconectó.

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Cuando despertó, Dios aún no había llegado.

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Parálisis Sandro J. Cruz Valiente

Sentía la llegada del crepúsculo asomarse a la puerta de mi casa. Mi alma parecía caminar a mi

Retrocedí del lugar. Empecé a dar vueltas nuevamente con los brazos delante. La ausencia de mi visión me obligaba a caminar como una momia. Tenía que tocar todo lo que se podía presentar en el interior de la casa para poder seguir adelante y no chocar con nada. Cuando de pronto, los pasos siguieron sonando con más velocidad y sentía como estos venían directamente hacia mí. En ese momento la presencia de estos pasos me empujó muy fuertemente y me dejó caer de manera descarada. Pensé que iba a ir al suelo, pero no fue así.

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Los pasos volvieron a escucharse, pero esta vez más rápido. En ese instante el miedo en mí ya había sobrepasado los límites, y atiné a correr muy desesperadamente a pesar de no percibir las cosas que había a mi alrededor. Sin rumbo fijo y con los brazos el frente, sentí la presencia de una persona que me agarraba con fuerzas de las manos. Se sentía frío. Mi subconsciente se imaginaba a una persona pálida y muy delgada. No me soltó por un largo tiempo. Se acercó a mi oído. —Saandroo.. —dijo repetidas veces en ese momento. Cuando terminaba de mencionar mi nombre, parecía como un eco que se iba despidiendo dentro de una cueva. Sentí un escalofrío dentro de mí que me hizo saltar del lugar en donde estaba parado, librándome de aquella presencia un tanto maligna.

Cuento

alrededor. Poco a poco la oscuridad de la noche iba tomando posición sobre el día. Por un momento todo estaba en silencio. Se escuchaban como unas cadenas se arrastraban por las pistas del barrio y atrás de ellas el grito de mujeres lamentándose como locas psicópatas. Mi vista se empieza a nublar. De pronto ya nada podía ver. En ese entonces solo podía actuar a través de mis manos y mis oídos. Estos percibían la presencia de pasos acercándose poco a poco y muy lentamente hacia mí. —uno, dos, tres, cuatro— cuatro fueron aquellos escalofriantes pasos que se arrastraban por la casa. Empecé a escuchar como el tic tac del reloj aumenta su ritmo, y como los latidos de mi corazón comienza a imitarlos «tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac» mi piel se sintió fría y por mis venas ya no sentí que correr sangre sino pedazos de vidrio que cortaban mi interior, matándome lentamente.

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*** Mi vista de pronto había vuelto a la normalidad. Estaba cayendo dentro un hoyo sin fin. Vi como una especie de demonio convertida en hombre me quedaba mirando desde la parte superior de aquel hoyo, y como este se iba desapareciendo mientras caía en él. Era totalmente oscuro. Miradas en forma de fuego, y sonrisas de guasón, disfrutaban como poco a poco iba descendiendo de un lugar al cual no tenía un límite. Sentí el alma salir de mi boca. Mi piel se iba desprendiendo mientras iba cayendo. El grosor de mi garganta iba aumentando cada vez más. En ese instante empecé a gritar desesperadamente. —¡no! ¡noooooooooo! ¡ayuda! ¡ayuuudaaaa! —mientras iba cayendo y gritando que me auxilien empecé a cerrar los ojos para ya no tener que presenciar nada de lo experimentado. Era todo un tormento lo que estaba sintiendo. Voces extrañas empezaban a gritar muy fuerte mientras iba volando en el vacío, haciendo de mi tormento aún más grande. Esos gritos se fueron desapareciendo mientras caía. De un momento a otro ya nada sentía ni escuchaba. Tenía miedo de abrir nuevamente los ojos y tener que cruzarme con otro fenómeno extraño.

*** Todo estaba ausente. Empezaba a escuchar el silencio de algún lugar. Por un momento mi corazón dejó de latir con prisa. No quería abrir los ojos. Deseaba quedarme así, sin importarme el tiempo que tenía que pasar. Pero no fue como lo había pensado, tenía que abrirlos. Y así fue.

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Era otra la sensación. Miraba a ambos lados con pánico dentro de mí. Mi respiración cada vez era más rápida y más fuerte. Me sentía encerrado. Parecía que estaba echado en posición de difunto. Metido en un cajón de entierro que se encontraba tirada a lado izquierdo de la cama de mi madre. A mi lado derecho, había una ventana pequeña. Atrás de ella se encontraba una niña parada y dándome la espalda. Estaba con un vestido crema. Tenía dos moños amarrados sobre su cabeza y su pelo era rubio. Era extraño porque en ese momento mi cuerpo estaba muy quieto. Solo percibía la presencia de aquella niña porque era mi cabeza la permitida a movilizarse esa noche. De pronto, un fondo musical comienza a sonar en el lugar en donde se encontraba aquella niña y esta empieza a moverse de un lado a otro sin alejarse del lugar en donde estaba parada.

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Unos segundos después, la niña voltea poco a poco mientras se balanceaba al ritmo de la música. Cuando dio la vuelta completa, vi que tenía agarrado un oso de peluche entre su ombligo. Sus brazos estaban bañados en sangre que recorría y mojaba toda la cabeza de aquel peluche. No era precisamente una dulce niña. Su rostro era deforme. Sus ojos eran dos simples tajadas que parecían hechas por algún objeto filudo. Su sonrisa era horrenda. Sus dientes eran pedazos de metales muy afilados y formados muy correctamente. En ese momento quise gritar, pero nada salía de mi boca. Vi como aquella niña se iba acercando poco a poco a la ventana de la caja en donde me encontraba, haciendo de mi desesperación aún más extensa. Me ahogaba en mis gritos. Mis palabras salían en silencio. Mi desesperación era aún grande porque mi cuerpo se encontraba inmovilizado totalmente. Me


encontraba horrorizado con todo lo que estaba pasando. Volteé la mirada de un lado a otro queriendo hacer algo para librarme de esta pesadilla. Cuando de pronto. La niña ya había llegado a la ventana, e hizo que su mirada con la mía se conectase por un instante. Pero nada me hacía. Solo me miraba y me miraba, sin mover un solo músculo. Hice el último intento y grité con todas mis fuerzas. Unos instantes después sentí como mi muñeca se movía lentamente. Era mi momento, tenía que hacerlo. Saqué fuerzas de donde no tenía y pude tirar encima ese peso que sentía sobre mí. —uufff… ¡por fin desperté! —dije más calmado. Pensé que ya todo había pasado, que ya nada me iba atormentar. Estaba en el cuarto de mi madre. La vi que dormía dulcemente. Parecía que ya era el fin de todo. Mi corazón aún seguía latiendo con fuerza y mi respiración seguía muy acelerada. Volteo a cerciorarme si mi madre se encontraba bien. Cuando de pronto, veo como su rostro se empieza transformar en un horrible demonio. Aquel mismo demonio que me tenía atormentando desde que empezó esta pesadilla. Una sonrisa diabólica salió de su rostro. Empezó a reírse de mí como aclarándome que aún no había acabado este tormento. Mi reacción en ese instante, no fue otra más que abofetearle la cara con todas las fuerzas que tenía. —¡ay! ¡carajo! ¿qué tienes oye? —¿mamí? ¿eres tú? —¡sal de acá churre de mierda! ¿por qué me pegas? —Ma' he tenido una pesadilla – le dije con lágrimas en los ojos. —ya ya ya, ¡déjame dormir caramba! – expresó ella un poco enojada y con sueño en su rostro. —Mami no puedo dormir. Mami no te duermas por favor ma' ¿mamá?

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Me quedé despierto por un largo tiempo. El miedo hizo que me desvelara hasta las 5 de la mañana. Ya todo había calmado en mí; mi respiración había tomado su ritmo normal y mi subconsciente estaba tranquilo. Sabía que todo era una pesadilla. Por un momento me reí de la bofetada que le di a mi madre. Me levanté al baño, me lavé la cara y mirándome al espejo me dije —¡nunca más vuelvo a dormir con el estómago lleno!.

Cuento

Ella ya se había dormido nuevamente. Mi cuerpo aún seguía temblando del miedo y mi corazón latía con mucha fuerza.

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Silencio ¿cómplice o culpable? Luis Escorche

«Si nada nos salva de la muerte, al menos que el amor nos salve de la vida» Pablo Neruda

El niño ya no jugaba con los demás niños, el niño se tornó taciturno y pensativo.

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Cosa rara en un barrio marginal con calles de tierra, con barracas apretujadas unas con otras donde al salir el sol, la gritería y el alboroto de los muchachos reunidos al pie de la mata de mango frondosa era lo que parecía darle vida a estos seres tan distintos… y tan iguales. En estos barrios que nacen de golpe, donde el patio de una barraca es prácticamente el patio de otra, las cercas no existen, tus gritos son los gritos del vecino. Tus problemas son o parecen ser los problemas del vecino. Las reuniones en la bodega del viejo, en la esquina donde los amigos se reunían todas las tardes a ver las chicas pasar, a tener las tertulias de todos los días. Donde las comadres se decían todos los chismes del día, ciertos o no.

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No se entiende por qué pasan cosas delante de todos y nadie las ve. O mejor; las cosas si pasan y si se ven. Pero se obvian. Cómplice y culpable, eso fue lo que paso y sigue pasando. Lo más triste, lo peor, lo inatendible es que en el seno del propio rancho donde está el ser que te trajo al mundo, tus hermanos de sangre, hambre y miseria. Los que sí tienen, o debería ver y sentir tu llanto y tu dolor. Nadie vio o quiso ver. Mientras los niños se preparaban y comenzaban con la primera partida de pelotica de goma, el juego de metras y el vuelo del papagayo. Alex se apartaba, se aislaba tanto física como mentalmente, sus pensamientos estaban en otro lado y su cuerpo. ¡Ay su cuerpo! si este pudiese hablar que de cosas nos contaría. Mientras todos reían, que si el papagayo, las carreras y los juegos a las escondidas. Para Alex no había risas y mucho menos juegos. Pero su mente si era un alboroto y si quería correr a esconderse. No quería seguir con su dolor y sufrimiento. Sufrimiento y dolor que desde mucho tiempo atrás atormentaba su vida, el nunca entendió el por qué siendo un niño, la persona que lo criaba, al que debía respeto y obediencia, al que pedía le echara la bendición, este adulto que


debía cuidarlo y protegerlo, era todo lo contrario, pues, lo trataba de esa manera tan denigrante y le hacia esas cosas que siempre escuchaba: eran cosa de adultos. Lo que comenzó como un juego a la hora del baño, esas caricias extrañas para él, pero en su inocencia era la persona que lo cuidaba el que se las hacía, por lo tanto no tenía nada que temer. Hasta que ya con el pasar del tiempo y muchos baños y caricias estas se convirtieron en actos dolorosos ya el también era obligado a acariciar a cometer actos inmorales y sucios. El marido de su mamá; quien lo había criado desde muy pequeño, a quien debía respeto. Esa persona a quien debía decirle papá, era la tormenta en su pequeña cabeza, una agonía diaria de sufrimiento. Los abusos se convirtieron en una constante. El hombre lo usaba a su antojo cada vez que tenía la oportunidad. Satisfacía sus bajos instintos y después de eso las amenazas para que no dijera nada, ese era el pan de cada día en la trágica vida de un niño inocente. Todo provocado por un ser bajo, ruin y enfermo. Al que tenía, para rematar la faena, que pedirle la bendición cada día y el que se suponía era el que velaba por su bienestar. Así transcurría la niñez de Alex, el niño que debía estar jugando, riendo y corriendo. Se la pasaba taciturno, llorando y escondiéndose. Pensando en cómo escapar de este martirio. ¡Y si encontró como hacerlo! El silencio el mejor cómplice y el mayor culpable. Si, a pesar del llanto, a pesar del dolor, a pesar de que todos veían y sentían lo que pasaba, nadie dijo, ni hizo nada para evitarlo. Todos veían y callaban. ¡Cómplices; culpables!

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Cuento

Un día lluvioso y con fuertes vientos lo encontraron detrás de la mata de mango frondosa: se había cortado las venas. Y todos al verlo siguieron guardando silencio, solo susurraban, no se atrevían a hablar, todos sabían, nadie dijo nada.

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Filosofía de la historia Amado Salazar

El cuento empieza con alguien cavando un agujero:

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El sol fustiga su espalda recia, esa espalda que ya ha dejado atrás sus mejores años y que día con día se encorva más. Nadie lo conoce. Nadie sabe de dónde vino o por qué cava allí y no en otra parte. Averiguarlo no importa. Nunca importó. Es sólo un pobre diablo como cualquier otro que, pala en mano, arremete furioso contra la tierra, como desquitándose de Dios-sabequé. El sudor escurre por su rostro y cuello y empapa la tela áspera de su camisa. A lo lejos graznan los cuervos y las tuzas corretean. Una serpiente repta entre la maleza… de pronto su pala choca contra una dureza inesperada. Allá abajo, en la zanja que ha estado abriendo, algo le impide seguir avanzado. Algo macizo y reluciente. Intrigado, el pobre diablo cava con más ahínco, cava como si su vida dependiera de ello. A cada palada el extraño objeto emerge un poco más, crece su brillo hipnotizador. No se parece a nada que haya visto antes. Diríase que es de otro mundo, que es como magia enraizada. Por fin queda al descubierto. El pobre diablo lo coge embelesado. Es más o menos del tamaño de su cabeza y desconcertantemente liviano. El hombre sonríe, vuelve a su zanja y sigue cavando.

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Meses más tarde, una gran trasnacional se establece en el lugar. La extracción y comercialización de un codiciado mineral que comenzó con el descubrimiento fortuito de un campesino, promete ser un éxito sin precedentes para sus inversionistas, entre los que no figura, por cierto, aquel campesino, desaparecido semanas atrás en sospechosas circunstancias. Pronto un ejército de máquinas, ingenieros y obreros invade el lugar. Surge un pueblo tras otro, la población aumenta exponencialmente. Los nativos son expulsados o asimilados, nadie protesta porque la región prospera. Se construyen rascacielos, caminos y aeropuertos. El valor de la moneda se dispara. Aumenta la esperanza de vida. Algún entusiasta anuncia la inminente utopía y todos lo festejan. Sin embargo, la trasnacional es indiferente a este progreso. A la cabeza de ésta se encuentra un comité, conformado por socios sin escrúpulos, cuya única preocupación es que se agote la fuente de su riqueza. No les interesa el dinero: tienen más del que nunca podrían gastar. Pero saben que quien controla los recursos, controla la economía y


quien controla la economía, gobierna al mundo. Y como no hay recurso más valioso que ese prodigioso mineral —su prodigioso mineral— conspiran para retener el monopolio: desmantelan sindicatos, sobornan a jueces y funcionarios, reclutan milicias privadas, persiguen a opositores y sabotean elecciones. Entre la población crece el descontento. Los medios acusan a los disidentes. Las protestas se tornan cada vez más violentas. Los medios vuelven a culpar a los disidentes. El Estado recurre a la represión. Los medios culpan a los disidentes una vez más, pero ya nadie los toma en serio; la guerra, parece inevitable. Y desgraciadamente así es. Décadas más tarde apenas quedan rastros de la civilización; las guerras civiles, las bombas nucleares y la hambruna arrasaron con todo. La humanidad casi se ha extinguido. Los escasos sobrevivientes pelean a muerte entre sí por agua y comida. La carroña es la principal fuente de alimento, mientras tanto, en un búnker apartado de miradas indeseables, se congregan en secreto los miembros del comité que aún viven. Sus rostros desfigurados por la radiación denotan preocupación, acaso arrepentimiento. Llevan años postergando ese encuentro, evadiendo el tema con cualquier excusa. Sin embargo, el asunto no puede posponerse más: la salvación de la especie depende de lo que decidan a continuación.

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Cuento

La sesión comienza sin mayor ceremonia. A las pocas semanas, después de discutir el asunto día y noche —y tras superar incontables retrocesos— finalmente llegan a un acuerdo: hay que apartar el motivo de la discordia, reunir todo el mineral en circulación y esconderlo donde nadie pueda hallarlo otra vez. Concluyen también que el mejor modo de hacerlo es enterrándolo de nuevo, en lo más recóndito del orbe, y llevarse el secreto a la tumba. Años más tarde, con la muerte del último miembro de aquel infame comité, desaparece irremediablemente la esperanza de recuperar el prodigioso mineral. Termina la guerra. Una nueva civilización se alza sobre las ruinas de la anterior, todos se acostumbran al nuevo-viejo sistema y forma de vivir, sin embargo, alguien cavando un agujero.

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Un espacio ventilado Sergio Orduña

A mi madre la enterramos un sábado por la tarde. Murió tres días antes, también por la tarde. El sepelio tuvo lugar en el mausoleo que yo mismo diseñé y mandé construir, sin avisarle, pues ella lo habría desaprobado. Esa noche soñé con el funeral. Tras recibir el pésame de familiares, amistades y desconocidos, me acerqué al ataúd abierto para despedirme. Cuando miré su rostro, abrió los ojos y me regañó: —Estoy molesta contigo. Bien sabes cuánto desapruebo los gastos inútiles. Además, me siento sofocada en ese búnker; no entra luz y falta ventilación, ¡siquiera una ventanita le hubieras dejado!— Iba a explicarle pero me atajó: —No vine a discutir. Vine a pedirte que me lleves mis cigarros y el libro que estaba leyendo. Ambos deben estar sobre el buró. Ah, claro, también trae la lámpara. —y cerró los ojos.

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Al día siguiente anduve ocupado con asuntos funerarios y fue hasta la tarde que pude llevarle su pedido. «No pasa nada», pensé, siempre leyó de noche. Un par de semanas después, de nuevo apareció en mi sueño. Esta vez lucía contenta.

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—Estoy contenta —me dijo –Los vecinos son amables y algunos tienen mi edad. Les encantó mi chalet –así lo llaman, jeje–, y como es novedad, ahora es el centro de reunión. Queremos iniciar un círculo de lectura. Necesito que mañana me lleves más libros; novelas y biografías; no traigas esos cuentos raros que tú lees... Ni les entiendo y me ponen de malas. —Haré lo posible pero no te aseguro poder ir mañana –le expliqué–. Tengo un día atareado. –Como si yo no hubiera hablado, continuó: —Mañana trata de ir más temprano... no queremos empezar tarde pues a varios nos gana el sueño. Por cierto, trae la cafetera. –Y se marchó. —Algunas personas, muertas, siguen siendo demandantes –pensé. Moví citas para atender su pedido. A las cuatro de la tarde llegué al cementerio. Por iniciativa propia llevé sillas apilables. Las estaba acarreando al mausoleo cuando escuché un saludo:


—Buenas tardes, joven. Volteé y reconocí al cuidador. —Buenas tardes, amigo. —Ah, es usted –me reconoció–. Permítame, le ayudo. ¿Va a ofrecer una misa para su madre? ¿Una oración? ¿Cuántas personas vienen? Me hubiera avisado para preparar todo. —No se preocupe, amigo, nadie viene. Las sillas son para los vecinos de mi madre; hoy empiezan su círculo de lectura. Veamos cuántas entran. Se detuvo y me miró con seriedad. Entrecerraba los ojos como quien cavila un misterio. De súbito parecía apesadumbrado. Es un buen hombre, pero a su edad se cansa, pensé. Al final suspiró: —De acuerdo, joven. A ver, le ayudo a acomodarlas. Dos noches después, mi madre irrumpió en mitad de un sueño apacible. Parecía alterada: —Me urge que abras la ventana que te pedí. Te dije que falta ventilación y ahora con las reuniones es peor: se encierra el aire y en un ratito huele a muerto. Te lo encargo. Y se fue. Temprano localicé al contratista y lo cité al mediodía. Tomábamos medidas del hueco cuando se acercó el cuidador. —Buenas tardes, joven. ¿Qué hacen? —Hola, amigo, qué bien que lo veo. Le platico: vamos a instalar una ventana. —¿Una ventana? —Así es. Mi madre me la pidió; dice que adentro está oscuro y no corre el aire.

No había pasado un mes, cuando mi madre volvió a visitarme. Nada más verla, supe que traía algún apuro. —Traigo un apuro y necesito tu ayuda: las reuniones son un alboroto y se salen de control. Todos quieren leer y no se respetan los turnos. Nada más fastidioso que un pleito de viejitos actuando como niños... Me quiero morir. —Ya no te angusties, madre –le dije–. ¿Qué necesidad? A estas alturas, ya no estás para lidiar

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—Parece que su madre no se termina de acomodar en su nuevo hogar, ¿cierto? Ojalá pronto se sosiegue y encuentre descanso... Y usted también, joven. —¡Dígamelo a mí! Yo qué más quisiera que ya se apacigüe. Pero pues ya lo ve: no se está quieta. Sin dejar de mirarme, el hombre se rascó la cabeza y luego el cuello. Parecía reflexionar. Al final suspiró: —Pos' ni hablar, ¿verdad?, a la jefecita lo que pida.

Cuento

De nuevo, noté su mirada seria.

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con viejitos necios. Lo que debes hacer es descansar en paz. Como si yo no hubiera hablado, continuó: —Resolvimos que el remedio es conseguir alguien neutral para que nos lea. Alguien de fuera. Entonces, pensé en ti. Ya se los propuse y están todos de acuerdo. Te esperamos mañana a las seis. —¡Madre, es el colmo! –exploté–. No puedes disponer así de mi tiempo sin consultarme. Mañana es imposible que vaya. Tengo una cita justo a las seis y no pienso moverla... Ni pienso tampoco seguir permitiendo tu desconsideración: nunca me preguntas cómo estoy, cómo sobrellevo tu muerte... ¡Ni siquiera me has dado tu pésame!

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Mi madre me miraba con ojos muy abiertos. Así los mantuvo mientras iniciaba un fuerte suspiro; lo terminó diciendo: «Olvídalo, ya veré cómo lo resuelvo». Y se fue. El resto de la noche tuve sueños revueltos. Mi madre interrumpía mi cita de las seis y casi en llanto me decía: «Ya ni te molestes en ir a leernos: nos peleamos y se desbarató el grupo. ¡Gracias!» La acompañaba el cuidador; mientras la tomaba del brazo para retirarse, me miraba con reprobación: «Ya ni la amuela, joven. Mire nomás qué mortificada quedó su mami. Acuérdese: A la jefecita lo que pida». Desperté arrepentido. El cuidador tenía razón. Cancelé la cita de las seis y apuré mis actividades para llegar con tiempo. A las cinco y media me apersoné en el cementerio y recorrí con prisa el andador hasta el mausoleo. Casi llegando, noté luz por la ventana abierta, sentí el humo mentolado de los cigarros que fuma mi madre. Me asomé: al centro, rodeado de sillas, estaba sentado el cuidador, leyendo en voz alta el libro que con ambas manos sostenía.

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Cuento que escribiría el Cerberus

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Erik S. Ramírez

Después de lavar las últimas ollas, terminar de subir las sillas a las mesas y dejar todo listo para

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Sonrío cuando la señora le despachó el tamal de rajas y el atole de arroz, a pesar de la mirada descontenta de la señora, agradeció amablemente y caminó con calma hasta su trabajo. No quiso comer su despreciable desayuno hasta haber abierto la cortina, metió el tamal en la bolsa izquierda de la chamarra y el atole lo puso cerca de su pie derecho para poder agacharse y abrir el candado, al incorporarse y dar el paso para abrir el siguiente candado, pateó el vaso blanco de unicel derramando por completo su bebida, un par de jóvenes que pasaban por ahí se burlaron del hecho y él sonriendo les dio los buenos días. Durante todo el día atendió a quince comensales con la mejor disposición y siempre con una sonrisa, la alegría y la prestancia nadie podía negarla, pero parecía que no valoraban su esfuerzo. La última mesa del día fue una familia de cuatro, dos niños verdaderamente groseros que saltaban en las sillas y derramaron el refresco un par de veces, mismas que él limpió de inmediato con alegría. Los adultos lo llamaban tronando los dedos y pedían sin mirarlo a los ojos, sin prestarle atención a esos detalles los atendía con agrado y regocijo, pidieron la cuenta, pagaron y se fueron sin dejar propina, con todo y eso él corrió hacia la calle para regresarle la cajetilla de cigarros que se le cayó al señor justo después de levantarse de la mesa, sin agradecerle el gesto, la familia siguió su camino. Cambió el letrero de la puerta de cristal a cerrado, se sentó en la mesa cercana al baño y sacó las monedas que había logrado de propina, quince pesos fue lo que contó, miró las monedas por un largo rato, hizo una torre con ellas y las dejó en la mesa; comenzó a hacer la

Cuento

el día siguiente, se quitó el mandil y lo colgó en el lugar de siempre. Salió de la cocina con el ceño fruncido, cruzo el local con rapidez y al salir de la pozoleria, bajó con furia la cortina y puso los candados, escupió tres veces al suelo, se acomodó el cuello de la chamarra y avanzó por la calle esquivando transeúntes. El trayecto a casa era largo, caminar ocho cuadras bajo el aire frío de la ciudad lo hacía molesto, cuando por fin subió al camión y dio las buenas noches con una sonrisa y nadie le respondió, recordó el enojo que le habían causado los acontecimientos del día, miró a todos con desprecio para después sumir la mirada en la nuca del chofer.

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limpieza habitual del lugar, recoger la loza y llevarla al fregadero; limpiar las mesas, sacudir las sillas; lavar los baños y vaciar el cesto con los papeles sucios; lo último lavar las grandes ollas que aún guardaban residuos de pozole. Volvió a la mesa a recoger sus monedas y al darse cuenta de todo el trabajo que tenía que cubrir, cayó en cuenta que él tenía que hacer todo, su rostro se endureció, tiró las monedas a la bolsa de basura y escupiendo al suelo recién trapeado dijo en voz alta «no valoran nada». A pesar de haber dormido poco y mal, sin haberse quitado la ropa que traía puesta y descubriendo que el tamal que había guardado en el bolsillo izquierdo de la chamarra estaba todo aplastado y que la salsa había manchado la cama y la propia prenda, se levantó con ánimo para bañarse e irse a trabajar. Después de los buenos días dados sonrientemente a la señora de los tamales de la esquina, levantar la cortina del negocio, ver lo limpio que había dejado la noche anterior, sonrío… —Me hace falta personal— dijo mientras echaba la pierna del señor que había olvidado sus cigarros a la olla hirviendo sobre la estufa.

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1.- Allan Usiel Cerberus, cuentista y guionista hidalguense


DOSSiER:

CUENTO NAYARiTA DE LA

ÚLTiMA DÉCADA


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P OETÓMANOS |No. 4 Año 2 28

AMADO NERVO FUE UN ILUSTRADO un ilustrado de su tiempo, conocedor de ciencias y de lo que ocurría en su mundo. Bajo su esta mirada clínica plasmó sus impresiones del mundo en la poesía, pero también en el cuento, donde incursionó en el relato fantástico en obras como «La última guerra» que habla de una distopía donde, al extinguirse la humanidad, los animales toman el control del mundo, anticipándose a las visiones pesimistas como las de George Owell en «La rebelión en la granja»; así también incursionó en corrientes de la época como el relato gótico y, sin saberlo, en lo que hoy llamaríamos realismo mágico, como lo atestigua su cuento «El país de la lluvia luminosa», donde Nervo se imagina un lugar con un océano uorescente y toda manifestación de agua tiene esta propiedad; por último, uno de sus textos quizás más enigmáticos es «El sexto sentido», una novela corta cuyo argumento es la operación quirúrgica cuyos efectos permiten al afectado ver el futuro; guardando gran similitud con contemporáneos como Arthur Machen con su terorrí co «El Gran dios Pan», con el que comparte muchos paralelismos. Nayarit desde tiempos de Nervo ha sido la tierra de los poetas, un páramo donde la realidad se entremezcla con lo poético y donde la genialidad termina recayendo en unos pocos, en los elegidos por la poesía… o por lo menos este ha sido el discurso político-cultural de los últimos años dentro del estado: «Nayarit, tierra de Poetas» es de las primeras frases que se escuchan dentro de los eventos culturales, y la verdad es que en Nayarit se hace poesía y en cada generación de jóvenes escritores hay varios poetas realmente talentosos y con propuestas súper interesantes, pero también hay de los que buscan sus horizontes enfocados al cuento o la novela y son los que terminan por no ser igualmente escuchados. Uno no se puede olvidar los festivales y los premios nacionales o anuales hacia los poetas: El Premio Nacional de Poesía Amado Nervo, El Premio Anual de Poesía Trapichillo, El festival de Poesía Amado Nervo y el de Alí Chumacero, solo por mencionar a algunos de estos eventos. Y, si bien existe el Premio Nacional de Novela Amado Nervo, o los premios de cuento que organiza la Universidad Autónoma de Nayarit, la realidad es que los estímulos quedan escasos en relación a los reconocimientos y estímulos que hay hacia la poesía. Nayarit sí es una tierra de poetas, pero también de grande narradores como Rafael Villegas, Rodolfo Dagnino, Alejandro Barrón, Vizania Amezcua o Israel Montalvo, que desde su trincheras hicieron y siguen haciendo historias que nos llevan a donde sus manos sobre el volante quieren; y con la nuevas generaciones vienen haciendo punta otros igualmente maravillosos, por una parte está Daniela Villarreal Grave, parándose ente el terror con valor y elegancia; o Luis Ventura, nacido en Michoacán pero adoptado y asimilado como nayarita, tocando lo humano y lo ccional y del lado de la ciencia cción está Víctor Parra Avellaneda, que sabe combinar en medidas perfectas su carácter de biólogo y la fantasía. Insisto, Nayarit es tierra de poetas, pero un mar para la narrativa. Siendo así, pues, le entrego este dossier con unas pequeñas olas, de este océano desconocido que es el narrativa (especí camente el cuento) nayarita.

Sergio H. García



COMER FRENTE AL MAR Víctor Parra Avellaneda

Caminamos sobre la arena de la playa. Adriana lleva un gran cedazo y yo una sombrilla para cuando encontremos el lugar idóneo para comer.

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—Hace buen clima —me dice Adriana, mientras extiende sus brazos para acariciar la corriente de aire que hay por donde andamos—. Vamos a disfrutar mucho la comida con este cielo, está precioso —añade, mientras mira fijamente al sol y a la gran congregación de nubes que lo acompañan. Yo hago lo mismo. —Antes la gente no podía hacer lo que estamos haciendo tu y yo —le digo a Adriana. —¿A qué te refieres, Mariana? ¿A las relaciones con personas del mismo sexo? —me pregunta.

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—No, tonta. Quiero decir que antes la gente no podía mirar directamente al sol. Se quemaban los ojos, quedaban ciegos y algunos desarrollaban cáncer y morían. —Claro. Aun a nadie se le ocurría inventar el filtro universal en los ojos. Cuando yo era niña mi abuela me contó que ella recuerda cuando sacaron las primeras vacunas para los ojos al mercado. —¿En verdad? ¡Eso fue hace mucho tiempo! —Si, en verdad que lo fue. —Y dime, ¿qué más te contó? —Que esa vacuna la usaban los ejércitos para que sus soldados pudieran ver en la oscuridad sin necesidad de aparatos electrónicos. Luego fue desclasificado y lanzado al mercado. A muchas personas no le gustó la idea. A otras les encantó. Con la vacuna para modificar las células de los ojos cualquiera podía ver en la longitud de onda que deseara —me dice. Después Adriana hace una breve pausa, como tratando de recordar algo. De pronto, ríe para sí y prosigue con lo que me estaba contando—. Mi abuela también me platicó que esa vacuna marcó un antes y después en el cine. Si


tu modificabas tus bastoncillos a cierta frecuencia de luz, podías ver una película filmada en rayos X. Pero si ajustabas un poco más la longitud de onda de tus ojos en la misma película podías ver otro filme completamente diferente. ¡Cine de multifrecuencias! —Debió ser toda una novedad. —Totalmente. Aunque también se prestó para que muchas personas ajustaran sus ojos con el fin de espiar a sus vecinos. Ya sabes, visión infrarroja y todo eso. —Eso nunca falta con los avances tecnológicos. Nuevas maneras de fastidiar la vida de los demás. Adriana da un hondo suspiro. Su semblante luce algo triste. Continuamos en nuestra caminata. —¿Qué te ocurre?, ¿Estás bien? —le pregunto. —Estoy bien. Solo es que…pensar que hubo un tiempo donde todas las personas tenían que usar lentes de sol y armatrostes inútiles que se convirtieron pronto en basura. Todo lo que perdieron del mundo para ganar un poco de comodidad —me dice. Se forma un silencio incómodo entre nosotras. Es normal que ocurra. Siempre que hablamos sobre el pasado de la humanidad Adriana se pone muy sensible y le afecta emocionalmente. Es comprensible. El pasado es muy incómodo y difícil de borrar y sus vestigios continúan en nuestro presente.

Mientras tanto, Adriana mete en el cedazo mucha arena de la playa con sus manos para luego agitarlo vigorosamente. La arena cae como una pequeña cascada de agua seca. Hace repetidas veces los mismo hasta quedar repleto de pedazos de plástico. —Ya casi termino —me dice Adriana. Ella vuelve a repetir ese proceso hasta que hay suficiente plástico para las dos. —¡Bon apetit! —me dice Adriana. Quedo asombrada con la cantidad de plástico que recolectó de la arena. Hay pedazos de bolsa, botellas, vasos y taparroscas. ¡Hay de todo!

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Paramos nuestra caminata y en el lugar que Adriana había señalado pusimos todas nuestras cosas para comer. Yo desenfundo la sombrilla y la clavo en la arena, como lo hacían en los viejos tiempos. Aun con las modificaciones en la piel que evitan el cáncer por la luz del sol, la sombra sigue siendo algo bastante cómodo.

C uento nayarita de la última década (2011-2021)

—Podemos comenzar por aquí, amor —me dice Adriana de repente, acabando con el silencio. Aun se ve alterada.

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—¡Es mucha comida!, ¿Seguro que no sobrará? —le pregunto. —No creo que sobre. Sabes que soy muy glotona. No tengo llenadera —me responde, mientras se ríe levemente. Adriana y yo nos abrazamos debajo de la sombra que hacía la sombrilla. Colocamos los pedazos de plástico frente a nosotras y comenzamos a tomarlos con nuestras manos para llevarlos a nuestras bocas, masticarlos y tragarlos. —¡Mmmmmm!, ¡Está muy bueno! —dice Adriana, emocionada. Parece que su ánimo está mejorado. Ya no se ve tan triste como lo estaba hace unos momentos. Yo continúo masticando y saboreando el plástico. —Es plástico añejo. Creo que puede tener más de 150 años. Mientras más antiguo mejor—digo, mientras tomo con mi mano más pedazos para comer. Adriana no contesta, solo me mira y asiente con su cabeza, mientras sigue masticando con regocijo. Frente a nosotras el mar ondula junto a la brisa que refresca el ambiente. —Antes había peces —dice Adriana, interrumpiendo su comida.

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—¿Perdón? No te entiendo —le digo, con la boca llena. Aun no terminaba de ingerir mis pedazos de plástico. Adriana posa sus manos sobre la arena, como si quisiera sentirla o escuchar algo de ella; también mira hacia el mar y hacia el lejano horizonte que se extiende por toda la costa. —Antes los humanos no eran las únicas criaturas sobre la Tierra. Había otras entidades, animales. Y de esos animales había unos que se llamaban peces y vivían en el agua. Me lo contó mi abuela —me dice. Se hizo un breve silencio, hasta que ella continua—. Mi abuela me dijo que antes las personas comían a esos seres llamados animales, también a las plantas. Lo comían todo. —¿Y qué pasó con los animales? —le pregunto.

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Ella no me mira, continua con su vista perdida al frente. —Como puedes ver, ya no existen —me contesta, apuntando con una de sus manos al mar—. Si tú y yo viviéramos hace 200 años, estaríamos viendo frente a nosotros peces saltando del agua; aves volando y haciendo piruetas en el aire. Miramos al mar y sus olas que llegaban suavemente hacia la orilla de la playa y no vimos ningún pez. Solo hay arena, agua, cielo y sol. —Cada vez que mi abuela me contaba esto se ponía a llorar y yo también lo hacía. Su llanto era el más intenso que jamás he visto en mi vida. Adriana hace otra pausa. Respira hondo y me toma de la mano. Puedo sentir su pulso. Nos miramos en silencio durante unos segundos, hasta que Adriana vuelve su vista de nuevo al mar.


—Te diré lo mismo que me dijiste hace rato: antes la gente no podía hacer lo que estamos haciendo tu y yo. —¿Qué es eso que antes no podríamos haber hecho? —Comer plástico —me dice, mientras toma uno de los pedazos que estábamos comiendo. Lo sostiene ante sus ojos y lo examina detenidamente. —Claro, acabas de decir que antes se comían animales. —Sí, se los comían. Pero hubo un momento en el que ya no se pudo. —Porque desaparecieron, ¿no? —No. Antes de eso. Los animales seguían existiendo, pero en su carne había mucho plástico que no podía ser digerido. Aun no se inventaba la vacuna para que las personas se alimentaran de plástico. En ese entonces, me decía mi abuela, se solía preparar el tejido muscular de los animales con minerales como el cloruro de sodio para luego calentarlo con fuego e ingerirlo. A partir de cierto día, al calentar el tejido muscular, este desprendió una sustancia espesa, oscura y de muy mal olor.

—¿Te imaginas ver peces? —Lloraría —responde. Miro su cara y puedo ver unas cuantas lágrimas en sus ojos. Tal vez ella está viendo peces, ayudada con los recuerdos de todo lo que le contó su abuela. Cierro mis ojos y siento la inmensidad de la playa. Siento el aire en mi cabello y rozando mi piel. Puedo escuchar los oleajes del agua mientras en la oscuridad que tengo ante mí veo miles de formas que se generaban con estos sonidos. Quiero pensar que alguna de ellas se parece a un pez.

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—Tarde. Pero sí. Apareció la vacuna. Ya no existían las mismas personas ni las mismas ciudades ni los mismos países. Ya no quedaban animales y ya no quedaba el mundo como se conocía. Ahora nadie muere de hambre. Podemos salir de casa, buscar entre la tierra o el agua, en donde se te ocurra y encontraremos algo de comer—dice Adriana, para dar paso a un silencio acompañado por la brisa marina. Sostengo la mano de Adriana con más fuerza, y le digo:

C uento nayarita de la última década (2011-2021)

—¿Era el plástico? ¿El plástico al ser calentado? —Sí. Como te dije, había plástico por todos lados. El mundo entró en pánico y miedo. Muchos murieron de hambre, otros por intoxicación, otros se mataban entre sí. ¿Puedes creerlo?, ¡El plástico era tóxico! —Y luego apareció la vacuna.

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Víctor Parra Avellaneda

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(Tepic, Nayarit, México, 1998)

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Estudia biología en la Universidad de Guadalajara. Escribe ciencia ficción. Autor de la novela satírica «El intrigante caso de Locostein» (Editorial Dreamers, 2019). Ha publicado en revistas literarias iberoamericanas como Axxón, Marabunta, Sci:fdI, La Sirena Varada; y en inglés en The Temz Review, Teleport Magazine, L'Éphémère Review, Culture Cult Magazine, Nymphs y Spelk. Fue becario del PECDA Nayarit 2018-2019 en la categoría de cuento. Es fundador y editor de la revista Primero Sueño.



José Alejandro Barrón

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En la ciudad había calles pavimentadas, bonitas casas y gente civilizada.

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En la escuela del pueblo había dos o tres lugares vacíos cada que pasaba el verano. Los niños se iban de cabeza a los pozos, se ahogaban en el río o sucumbían ante la picadura de los alacranes o de las culebras. En la ciudad, decían, había una ceiba gigantesca frente a una iglesia que en cuyo interior crecía una cruz de zacate milagrosa. Decían también, que en la ciudad había nacido uno de los más grandes poetas del mundo. En el pueblo sólo había polvo y huesos de ganado. La ciudad olía a perfumes traídos de muy lejos y a pasto recién cortado. El pueblo, a boñiga y agua estancada. En la ciudad bullía la vida. En el pueblo la muerte acechaba entre los cascos de los caballos, en las carreteras desiertas y bajo el sol abrasador de Santiago. Y José, de siete años, quería vivir, por eso deseaba conocer la ciudad. Algo le habían contado los peones de su padre, pero él quería ver aquello por sí mismo. Llevaba días pensando en la ciudad. Tepic, decía José a sus adentros, la ciudad se llama Tepic. No era como el pueblo, que cambiaba de nombre como cambiaban las señoras de calzones: El Pozole, La Trozada, Villa Juárez, El Pozole de nuevo, La Trozada-Villa Juárez. Una vez al mes, Candelario –su padre– iba a Tepic para desahogar asuntos varios, comprar víveres, semillas, llevar encomiendas y visitar burdeles. Era el único hombre del pueblo que tenía una camioneta. La prosperidad era cosa de hombres duros. Candelario era un duro entre los duros. No admitía errores y las demostraciones de cariño eran cosa de maricas y débiles mentales. Las palizas en casa eran el constante, lo habitual. Tan sólo de ver –escondido bajo la cama- cómo eran recetados sus hermanos, José enfermó. Pero no fue para tanto, se recuperó cinco meses después. Aquella mañana los peones estaban preparando el viaje que haría Candelario a Tepic.


Subían costales de frijol, de chile y de maíz. José observaba en silencio. Candelario mientras tanto revisaba que el vehículo estuviera en excelentes condiciones. Un viaje desde El Pozole-La TrozadaVilla Juárez hasta Tepic duraba casi tres horas, no era como hoy, que dura una hora y media. —Papá… señor… —José había aparecido muy de pronto, salido de la nada. —¿Qué quieres? —Candelario ni siquiera lo volteo a ver. —Quisiera ir con usted… a Tepic… —¿Qué sería lo peor que podría pasar, que lo reventara a golpes, que le diera un coscorrón, que le dijera que no? Candelario lo observó con detenimiento por primera vez en su vida. Ese niño asustadizo y nervioso como un cervatillo le había plantado la cara por fin. Recordó aquel viernes de Dolores de 1958, cuando, feliz por haber pescado un gran pez en el río, en casa lo esperaban las comadronas con la noticia: Ramona había dado a luz un niño. Y Candelario en su borrachera de buena suerte, dijo: este niño me trajo suerte, que se llame José Dolores. Fue un instante eterno. Candelario abrió el cofre de la camioneta y examinó el motor. Entonces José comprendió su fracaso. Pensó en largarse de ahí y esconderse en el fin del mundo, o en su defecto, debajo de la cama.

—¡Eah cabrones, bájense! —gritó Candelario, que los veía desde el retrovisor. Alfredo y Poncho se bajaron a la salida del pueblo, y se fueron abrazados como un par de borrachos con la sonrisa de par en par porque José iría a conocer la ciudad. José los vio empequeñecerse a la distancia, como dos monitos de papel que se lleva el viento. Sintió tanto pesar de dejar a sus hermanos, que pensó en bajarse también, pero fueron ellos los que con señales le dijeron “ahí quédate vale, vete a Tepí…” José quedó en silencio.

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El Cuate había escuchado y ya estaba haciendo a un lado los costales. Candelario cerró el cofre y en tres patadas ya estaba en la cabina encendiendo el corcel de acero y gritándole a la gente para que se trepara. José tomó su lugar en silencio, anudándose la emoción en la garganta para no gritar de alegría. La camioneta comenzó a avanzar lentamente. La gente se arremolinaba viendo la oportunidad de poderse colar. Candelario tenía que repelerlos con amable severidad. José vio de pronto que Alfredo y Poncho –sus hermanos- se aproximaban a toda carrera, y de un salto se situaron junto a él. Era una fiesta y la gran alegría del mundo ver a los hermanos juntos y en armonía.

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—Dile al Cuate que te haga espacio atrás, no creas que vendrás adelante conmigo… —dijo esto sin despegar la mirada de un motor del que no entendía ni papa.

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—¿Qué pasó después, cuando llegaste a Tepic? —le pregunté. —¿papá?

Comprendí entonces que aquellos monigotes se habían materializado ante él. Dos niños chamagosos, abrazados, sonriendo, pateando las piedras y diciendo adiós en la lejanía. Los ojos de José se cristalizaron y éste se pasó la mano como si el polvo levantado por la camioneta de Candelario se le hubiese metido. José dio una calada a su cigarro. Guardé silencio mientras veía a mi padre convertirse en el niño de la mirada triste que siempre había sido.

Thanatos express

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Las personas palidecen cuando esta furgoneta aparca en su calle. Cierran puertas y ventanas, apagan los cigarrillos apresuradamente en las macetas de sus balcones, desenchufan los televisores, las radios, las luces. La calle enmudece de pronto. Del vehículo salen cuatro hombres correctamente uniformados. Llevan un paquete. Comprueban la dirección y llaman a través del telefonillo del portal.

—¿Si?

—Don José Otegi. —El mismo.

—Traemos su hora. —Vale, os abro.

Los hombres entran y suben silenciosos hasta el domicilio del destinatario. Tocan a la puerta y son recibidos ambiguamente, muchas veces de mala manera, muy contadas son las ocasiones en las que se encuentran de frente con un rostro amigable y sonriente.

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—Don José Otegi, su hora ha llegado.


El paquete es abierto y de él se extrae ya sea un cuchillo, una soga, un montón de somníferos o una pistola. El destinatario tiene el inalienable derecho a elegir si hará uso del contenido o lo dejará en manos de los mensajeros en cuestión.

Magia Un hombre con el rostro pintado de blanco y ataviado de smoking y chistera desgastados, instala

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Por lo regular la hora les llega a tres tipos particulares de destinatarios: Los desahuciados médicos, los suicidas indecisos y los estorbos domésticos. Los desahuciados médicos suelen ser los más serenos; abren la puerta, invitan a tomar asiento, ofrecen café, una infusión o algún bocadillo. Casi siempre están rodeados por la familia y su partida es tranquila. Los suicidas indecisos necesitan ayuda, ese empujón -nunca mejor dicho- para dar el paso definitivo. A los indecisos hay que ayudarlos con el nudo de la soga, con los barbitúricos y el whisky, a meterles la cabeza hacia el tope del horno de la estufa o sencillamente, a que jale con seguridad del gatillo. Los estorbos domésticos, que son a mi ver los casos más tristes, suelen ser personas mayores, ancianos de entre setenta y noventa años. Por lo regular son sus propios familiares los que solicitan que les llegue su hora. No esperan que a la puerta de sus casas llegue un grupo de hombres que habrán de asfixiarles con el cable del teléfono, o con la almohada en sus rostros o robarles el último aliento con un certero golpe en la nuca. Se mueren con una expresión de triste sorpresa. En todos los casos se hace el levantamiento de los cadáveres, se los lleva al crematorio y para las seis de la tarde las cenizas ya están entregadas a la familia, depositadas en columbarios o esparcidas en la tierra común. Y bien, ahora que conoce usted cómo funciona Thanatos Express, quiero darle la bienvenida a nuestro equipo de trabajo. Su casillero será el R9, la cafetería abre de siete a veinte horas, en la sala contigua le entregan los uniformes y herramientas...

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La dinámica es relativamente sencilla: si el destinatario decide usar el contenido, lo coge, se acerca a algún sitio cómodo de la casa y procede a matarse. Aunque el término matar o matarse no se usa en los informes de actividades. Ahora bien: si el destinatario no tiene el valor suficiente, uno de los mensajeros -altamente cualificados, dicho sea de paso-, puede llevar a cabo dicha labor. Las más de las veces los destinatarios desconocen que su hora ha llegado y entonces la cosa puede tornarse muy difícil, dada la confusión. Ante tales casos, los mensajeros tienen que proceder de manera rápida y contundente.

una mesita a un lado de la entrada del metro. Es un mimo con ínfulas de mago. Infla globos de 39


distintas longitudes y arma complejos animales venidos de su imaginación perturbada de insomnio y algún solvente. La gente apenas le presta atención. De la chistera saca un conejo famélico que más valdría hacerlo caldo. Nadie mira. Todos van metidos en sus pensamientos, en sus preocupaciones. El miedo y la prisa imperan en el ambiente. Continuando con su rutina, el mago se torna pensativo, saca de algún bolsillo interior una larga boquilla y haciendo como si encendiera un cigarro, da una calada profunda y despide un humo denso. Dos señoras se han quedado sorprendidas. Acto seguido mete la mano, el antebrazo y después el brazo completo en la chistera. Parece que está luchando por sacar algo pesado, complicado, brumoso tal vez. Saca un hueso. Y otro. Y otro. Tibia, peroné, costillas, una columna vertebral casi completa, una mandíbula a la que le faltan dos dientes. Pequeños fragmentos oscuros y achatados, minúsculos, metálicos, que no se saben a ciencia cierta qué son. Un grupo numeroso de gente se encuentra alrededor, expectante. Por último, el mimo extrae un cráneo que tiene un orificio en la sien. Lo deja en el suelo, donde poco a poco fue armando el esqueleto. En un papel escribe JOSÉ LUÍS SÁNCHEZ, 28 años. De entre la multitud una señora se abre paso y examinando el esqueleto, rompe en llanto con el cráneo entre sus brazos:

—¡Mi hijo, este es mi hijo!

La multitud enmudece. Por un instante el silencio lo invade todo. De pronto alguien grita: —Mi hija se llamaba Ana, y hace dos años que desapareció. Tendría 19 años. Otro más: —Mi hermano se llamaba Rosendo, no hemos sabido nada de él desde que lo levantaron hace un año.

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Las personas se agolpan contra la mesita del mimo, e intentando sacar algún hueso de la chistera, la han destrozado. Gritan nombres, edades, señas particulares, los años de ausencia, aficiones y hasta los apodos. Pero dentro de la chistera no hay nada.

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Narrador, poeta y editor. Estudió Comunicación en su ciudad natal. Ha publicado las plaquettes Patrañas (NadaEdiciones, 2014), Desquiciados (NadaEdiciones, 2016), Mozalbetes (NadaEdiciones/BUCARELI, 2017), así como los libros de ficciones breves Pinche Malena (Morvoz, 2016), Tragedia en cinco actos (La tinta del silencio, 2018) e Inventario de máquinas inútiles (Eolas, 2021). Sus cuentos y poemas han sido publicados en revistas, periódicos, antologías y sitios electrónicos de México, Perú, Chile, Venezuela, Colombia y España. Contrario a lo dicen los rumores, su obra aún no ha sido traducida a ningún otro idioma.Actualmente reside en el PaísVasco.

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(Tepic, 1987)

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Alejandro Barrón

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Flamingos Liliana Ruiz Gómez

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también el cuerpo cansado de Nadia que se dispone a recostarse sobre el sillón de cuero falso, comprado hace seis años por su antiguo novio. Es de color café, un color que ella detesta porque tiene el color de lo escatológico; se lo dijo a Arturo, con esas palabras, cuando estaban en la tienda de muebles. Arturo hizo un gesto que Nadia no comprendió, no era el gesto de repudio ni de alegría (como quien comparte un chiste), tan sólo tiritó brevemente su nariz y sus labios se estiraron un poco, nada que hubiese robado más de dos segundos. Al final, Arturo la convenció de que era un buen sofá, no se les iba a ensuciar tanto y el hecho de que fuera de cuero podía hacer que lo limpiara con facilidad. Nadia aceptó sin importarle demasiado dónde iba a acomodar su trasero, después de todo, ya se sentaba en excusado sin poner reparos en el color del mismo, ¿por qué entonces no sentarse en un sillón café? Además iban a iniciar, después de dos años, su vida juntos como pareja; era una aventura que la entusiasmaba, así que lo mejor era no poner reparos demasiado tontos, como el color de un sofá. Mirando el sofá y a Arturo, no lo pensó demasiado, y años después el sillón color café seguía en casa. “Debería cambiar de una buena vez este pinche sillón” pensaba mientras le daba un sorbo a su cerveza y veía el sillón meticulosamente. Recordó las innumerables veces que Arturo y ella se sentaron en él, ella en el lado derecho, él en el izquierdo; los muslos de él rozaban los suyos, y a veces los de ella se subían confiadamente en los de él cuando se sentaba haciendo flor de loto. Él tocaba su muslo con suavidad mientras ella abría la cerveza o refrescos y prendía el televisor. “Tantos años de esa rutina, de volver a casa cansados pero sabiendo que el otro se encontraría allí y acompañaría esta vida que se parece más a estar en un estanque en el que sólo la nariz sale a flote. Aunque ahora me pregunto si siempre fue así, ¿comenzó esto con Arturo o cuando se largó?” Se dijo mientras el ventilador seguía sonando con su ruido sordo.

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Es el día ya mostrando sus luces rojas como un gran ojo que pestañea antes del sueño, y es

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Mirando así el sofá, le dieron de pronto unas ganas imperiosas de ahogarse, de meter la nariz bien al fondo de ese estanque que imaginaba de un azul muy claro, casi transparente, con peces de colores nadando y picoteando los muslos con suavidad, dejando que en su boca navegara una sonrisa cómplice con las bocas apretadas de los peces; pensó en dar la vuelta con la espalda bien curva como lo hacen las nadadoras profesionales, y sacar los pies para que fueran ellos quienes estuvieran a flote. Pensaba, una vez que los pies estuvieran en el resquicio de aire que dejaba la pecera, hacer movimientos absurdos con los dedos, después de todo se había pintado las uñas de color rojo. “Qué bonitos se verían mis pies fuera del estanque, desnudos y bailando vestidos de rojo, mientras mi ojos, bien al fondo, observan unas manchitas rojas cubiertas de carnosidad que aletean como flamingos que han encontrado su presa en mis ojos. Mi cara se volvería roja, morada y luego azul; y los peces dorados y rojos se acercarían temerosos a besarme los labios y los cachetes; y mis pies, después de danzar, seguro se empiezan a patalear fieramente dándose golpes en las paredes del estanque. Quizá mis pies logren romper de una buena vez la enorme pecera, y los peces y yo salgamos disparados del estanque; y entonces, recostada como manto estelar a lo largo de la habitaciónrecordaría que ya me había vuelto azul y ya no tendría ningún sentido levántame. Me quedaría húmeda, desnuda con mis uñas rojas y los peces brincando a mi alrededor. ¡Qué fino episodio, qué bonito cuadro!” pensaba Nadia mientras se sentaba en el suelo y se quitaba los zapatos dejando al descubierto sus pies y uñas color rojo. “Esta va a ser la coreografía” se decía mientras movía sus pies de un lado a otro y sus dedos de arriba a abajo “Un-dos-tres. Un-dos-tres” cantaba mientras aguantaba la respiración unos segundos. En ese momento, sonó un gran estrépito en la casa vecina. Nadia dio un salto derramando su cerveza, se levantó y miró por la ventana. No había nadie en la calle, tan sólo las luces de las farolas tiritando y en las ventanas de los vecinos algunas luces prendidas, otras apagadas y algunas más con la luz de la televisión encendida. A lo lejos, la música electrónica seguía sonando sin pasmo alguno. Aguardó unos minutos para ver si alguien salía de la puerta de sus casas, y de pronto vio a una señora en bata rosa asomarse por la ventana, sacar todo el torso y mirar de un lado a otro con los ojos bien abiertos; en un momento sus miradas se encontraron o eso creyó Nadia, pero la señora no hizo gesto alguno, y se metió de nuevo a su casa. Los minutos seguían pasando en silencio. Nadia pensó que quizá a alguien se le había caído algo pesado, algo como una televisión o refrigerador, pero ¿a quién se le cae a esas horas un refrigerador?. Fue a la cocina atenta a cualquier sonido extraño, abrió su refri atiborrado de comida que no tenía ganas de comer y tomó otra cerveza y un pedazo de pan. Se metió a su cuarto a cambiarse de ropa mientras ponía en su computadora “New York, i love you but you're bringing me down”. Cantaba mientras se quitaba los pantalones azules de trabajo y la blusa blanca con ligeras manchas de cerveza por el sobresalto. De pronto le dieron ganas de no ponerse pijama y bailar con cerveza en mano y el pan a medio comer. Subió el volumen de su computadora y bailó sobre la cama hasta que a lo lejos distinguió el sonido de una


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—Buenas noches oficial, ¿le puedo ayudar en algo? —Buenas noches señorita, sí, fíjese que hemos recibido de parte de su vecino un 4-20, es decir una notificación de un accidente que ha culminado en deceso. ¿Escuchó o vio algo usted, señorita, a eso de las once pe eme del día de hoy? —¿Falleció alguien?, ¿un vecino? ¿quién? ¿por qué motivo? ¿cómo pasó? ¿estamos en riesgo otros vecinos? —Las preguntas las hago yo, señorita, si me permite. —claro, disculpe. Y sí, escuché un gran estruendo como de algo cayendo a eso de las once, como usted menciona, pero es todo lo que sé. Después me asomé por la ventana para ver si notaba algo extraño pero no vi nada, sólo algunos vecinos un poco consternados, saliendo igual que yo a mirar por la ventana. Es todo lo que puedo decir. ¿Qué fue lo que pasó oficial? el estruendo me dejó muy nerviosa. —Al parecer una gran pecera se rompió en la cabeza de una vecina suya. —¿Una qué, perdón? —Una gran pecera señorita. —¿Pecera? —Sí, una muy grande, algo realmente inusual pero la dejó inconsciente y los paramédicos

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patrulla o ambulancia que se iba acercando, haciéndose cada vez más nítida. Su corazón comenzó a latir con más fuerza cuando el sonido de la sirena era ya demasiado cercano. Se puso unos pantalones con rapidez, apagó las luces y miró por la ventana. Abajo, la vecina de al lado hablaba con el policía mientras unos paramédicos entraban en una casa. El timbre de su casa sonó con un policía abajo sacando de la bolsa de su camisa una pequeña libretita y apretando el botón de la pluma esperando a que abriera, con semblante cansado. Nadia no sabía si salir o no, no quería, había tomado un poco y quizá tuviera aliento a alcohol, aunque estando en casa no tendría que ser un problema ¿o sí? Seguramente no, pero quizá le tomen nota, y escriba en su libretita que su aliento estaba fermentado y eso quizá pudiera ir al expediente sobre el caso, y siendo así, sería la vecina alcohólica de la cuadra en un expediente policíaco. ¿Quería ser la vecina alcohólica? de chica le intrigaba la vecina de los gatos, esa viejita que nunca usaba otra cosa que batas de dormir y que siempre tenía en su regazo un gato gordo y gris; y a otros tres o cuatro saliendo de su casa, o en la ventana o en el zaguán panza arriba. No sabía cuántos gatos tenía pero su casa apestaba a excremento y orines de gato. Nadie la quería pero a Nadia le causaba intriga, después de todo era la única vecina que se veía notablemente diferente. Esos vecinos locos e incomprendidos deben ser resguardados para la imaginación de los niños, son como personajes de película o novela a carne viva. ¿Iba a ser ella uno de ellos? ¿algún niño después de eso se asomaría sigiloso por su ventana para ver qué hace la vecina alcohólica? El timbre volvió a sonar con insistencia y Nadia se metió una pastillita de menta que tenía en el comedor y abrió la puerta.

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no pudieron hacer nada, tenía una gran conmoción craneal. —oh… ¿y quién era esta vecina? —más detalles no le puedo dar señorita, ya lo sabrá por sus vecinos, tengo que seguir con mi ronda de preguntas. Buenas noches. —Sí, claro, buenas noches, oficial.

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Nadia cerró la puerta y sintió un vértigo como nunca antes. Se tocó su cuerpo, se pellizcó el brazo y se jaló de los cabellos. No, el dolor seguía ahí, tan vivo y molesto como siempre. ¿O será que en la muerte uno se sigue doliendo el recuerdo del cuerpo? pero estaba segura de que sólo lo había pensado, además no tenía ni pecera, ni peces dorados y rojos. Subió corriendo las escaleras y miró de vuelta por la ventana. Al lado oficiales y vecinos se apretujaban en la puerta de la casa vecina. Nadia se quedó unos momentos sentada, mirando la habitación sin mirarla. Afuera, a lo lejos la música electrónica seguía sonando, al igual que sonido sordo del ventilador. Nadia decidió ver si por la ventana del baño de abajo podía observar algo de la escena del crimen ¿su crimen? ¿su muerte? ¿o una estúpida coincidencia? los vellos de su brazo comenzaron a erizarse y volvió ese vértigo sordo en su estómago al entrar al pequeño baño. Arriba, por la ventana, haciendo putas con los pies, distinguió a un paramédico y varios oficiales registrando todo lo que veían. Nadia sólo podía verles la cabeza que miraba haciaabajo. Como pudo trajo una silla de su comedor y se subió a ella como quien sube a un gran precipicio; las manos le temblaban y se sospechaba verdaderamente pálida. Desde arriba pudo ver la silueta de una mujer rodeada de peces de colores; la posición de uno de los paramédicos no le dejaba ver el rostro de la mujer que tenía cabellos castaño obscuro y estaba completamente desnuda. De pronto un oficial llamó al paramédico que le impedía observar el rostro de la mujer, y al moverse este, Nadia cerró los ojos con fuerza sintiendo que el corazón se le salía. Cuando los abrió, poco a poco se le fueron haciendo nítidos unos ojos lánguidos, apacibles; se veían acuosos como si un ser de otro mundo, uno mejor, se hubiese asomado por ahí unos instantes. Se veía resplandeciente, su rostro limpio, sus facciones tranquilas y el cuerpo hermosamente dispuesto de costado. “¡qué fino episodio!, ¡qué hermoso cuadro!” pensó Nadia mientras el vértigo se alejaba de su vientre y una sensación de dicha y de paz la invadía. Nadia bajó de la silla para ir a la cocina y tomarse otra cerveza mientras se reproducía en su computadora “The passenger” con Iggy Pop.


Liliana Ruiz Gómez

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Egresada de la Licenciatura en Filosofía y CienciasSociales (Iteso) . He participado endiversos talleres, festivales y encuentros de literaturacomo el “3er Encuentro de Narrativaregión CentroOccidente” (Zacatecas). Fui becariade la primera generación Interfaz(Guanajuato, 2014). Hasta ahora me han publicado enrevistas electrónicas como“Penumbria”, “Químicamente Impuro” y “La rabia delaxolotl”; además de una plaquette decuentos editada por parte del Consejo Estatal parala Cultura y las Artes de Nayarit; y formoparte de la antología “17 voces dicen presente”, derivadadel “3er Encuentro de NarrativaCentro-occidente”. Estoy en proceso de término delDiplomado en creación literaria en elClaustro de Sor Juana

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(Tepic, Nayarit,1988)

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Las brujas se anuncian

en televisión Luis Ventura

Han pasado cuatro meses. Las paredes me cortan la respiración. Al principio todo iba bien: veía su

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* Me gusta subir a los árboles. Tengo por afición acechar y cazar insectos: buscarlos en las ramas, entre el pasto, en las paredes; observarlos con ojos de microscopio hasta percibir sus formas; devorarlos. Hice lo mismo con un par de aves, pero es más difícil conquistar el cielo. En cambio, colecciono los huesos de todos los ratones que se atrevieron a invadir la casa. Con la lengua me lavo completo todas las noches. No tengo amigos, no hablo con nadie. Mis únicas excursiones al exterior son para subir a los árboles del parque, a un par de cuadras de la casa. Las vecinas me ven atravesar la calle y aunque escurro mi cuerpo con sigilo por las banquetas, ellas rápido, con señas o con gritos, hacen pasar a sus hijos e hijas: temen que mi rareza les lastime. Mamá solo mira las cortinas abrirse cuando salgo y cerrarse a mi regreso, pero no interactúa conmigo. No me teme, eso puedo asegurarlo. Quizá lo raro de mi persona se lo debo a ella: cuando empecé a valerme por mí mismo dejó de prestarme atención, me hizo un ser solitario. El caso es que voy al parque, regreso, de nueva cuenta salgo al parque al día siguiente y vuelvo, y el único diálogo que mantengo es con mi cabeza. El reducido ambiente de mis pensamientos es imperturbable. Pero hace cuatro meses las brujas comenzaron a anunciarse en televisión. Noctámbulo la sintonizo cada noche; mamá la deja encendida siempre, tal vez para no sentirse tan sola. La programación habitual de madrugada: anuncios, anuncios y más anuncios. De pronto aparece un mensaje, envuelto en silencio, que abarca toda la pantalla: CONOCE A LAS

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cuerpo y me sentía feliz. Ahora busco la salida y no la encuentro. Tal vez la hizo desaparecer o ya perdí por completo la voluntad y estoy bajo su hechizo. Vivir así es como no estar vivo. Recuerdo todavía quién soy, cómo llegué a este lugar, pero no el motivo. Si tan solo pudiera recordarlo.

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BRUJAS. Debajo de la frase dos palabras más pequeñas: verdad y belleza. Como fondo la imagen seductora de una mujer con prominentes pechos: una varita señala su escote y con el dedo índice y sus uñas largas se toca la sien; tiene puesto un sombrero de pico y toda ella reluce en colores negro, rojo y dorado. En esa publicidad barata y de mal gusto me percato de un artilugio a simple vista fácil de ignorar: verdad y belleza. Las dos palabritas se meten a mi cabeza y no dejo de pensarlas. Tras años de mirar anuncios fraudulentos se presenta uno más de esos negocios de prostitución por televisión. En apariencia es uno más. Pero ¿qué tiene que ver la verdad y la belleza con eso? La belleza puede justificarse, pero ¿la verdad? El anuncio aparece una y otra vez, replicándose minuto a minuto. Me distrae a tal grado que ocupa toda mi atención. Dejo de salir al parque. Olvido los insectos. Por primera vez en años Mamá me llama y pregunta si estoy vivo.

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** Al anuncio le sigue una dirección, que pasa fugaz, y es necesario estar atento para poder leerla: Carretera Federal 90 s/n, Atotonilco el Alto, Jalisco: Cueva Hedionda. Nada por debajo, nada por arriba, solo un fondo negro y esas enigmáticas letras blancas. Hay algo atrayente en esa simple invitación. El misterio que la envuelve alienta mis deseos más profundos. Los gusanos multicolores y viscosos, los vapores sexuales y la sangre de los desventurados de la noche y los tejados, despertaron jamás instintos tan salvajes en mí. ¿Quiénes son las brujas?, ¿qué verdad se revela en la armonía de las formas?, ¿cómo es posible un prodigio semejante? Por la noche espío el sueño de Mamá. Al despertar no se da cuenta de mi ausencia. Viajo hasta la Cueva Hedionda y ahí conozco, no a las brujas, sino a la Bruja. Di con ella al penetrar en la caverna: por un orifico luminoso en la roca me traslado, a través de un pasaje estrecho, a la bóveda donde vive la mujer. Me sobresalto al confirmar en su cuerpo la voluptuosidad de su carne y la hermosura de su rostro. Caigo ante sus pies y me dejo someter por la belleza encarnada. El habitáculo de la Bruja es una cúpula labrada en la roca, con un orificio que arroja un pequeño hilo de luz al centro. La bóveda se ilumina gracias a los sirios diseminados por todo el lugar. La incandescencia revela la estrechez del espacio y a los gatos; el lugar está invadido por estos. La Bruja se mete a mi cabeza, me seduce con susurros ininteligibles. Los primeros días son la panacea. Voy detrás de su cola-cascabel como uno más de los felinos. Junto con estos me alimento de las migas de carne y piel que nos arroja de pronto y que devoramos con los ojos, extasiados, cada vez más hambrientos. En el frenesí de estos días es que olvidé el motivo: no recuerdo por qué estoy aquí.


*** Una joven de cabello rizado ingresa a la bóveda. La Bruja la recibe como a mí: le da a beber de su seno y la deja a su suerte, en el abandono de la contemplación de sus formas. Me acerco para hablarle, cosa extraña, nunca antes he hablado con nadie. La joven me ve, y aunque yo le hablo ella no parece oírme. Su mirada está puesta en los gatos, en mí y en los gatos, en nosotros. Estiro la mano para tocarla y sobre la piel de su brazo dejo un par de arañazos. Mi susto es tal que la Bruja me habla por primera vez a través de su mente: “¿Qué pasa, mi gatito?”, pregunta, no espera que responda.

Muchos gatos escapan. Otros comienzan a pelear entre sí. Encuentro a la Bruja entre el desorden de patas y arañazos. Es como un gusano pulposo y pestilente. A eso la reduje de tanto preguntar. La verdad es difícil de nombrar, pero puede verse y tocarse con las patas, puede tratarse cual bola de estambre, cual manjar. Acabo de recordarlo: vine a esta cueva para ser normal, al menos un gato negro que acecha, come y se lava.

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No me gusta mirar hacia la jaula. Hace días que dejé de oírla gritar. La Bruja envejeció súbitamente. Adelgazó y perdió toda su voluptuosidad. El pasaje de salida sigue abierto, pero los gatos me vigilan. Peleo con ellos a muerte hasta que la Bruja se harta y nos hace desmayar. El pasaje de salida es mi obsesión, pero no tengo fuerza y tampoco deseos de salir. ¿Por qué vine a parar a este lugar?, ¿cuál fue el motivo? Necesito recordarlo: verdad y belleza. La belleza dejó de existir, solo fue un espejismo. La verdad, en cambio, sigue siendo una promesa. Eso es: “¿Cuál es la verdad, Bruja?”, pregunto desde mi cabeza, sé que me escucha, sé que me escucha. Los gatos se inquietan y maúllan de manera horrorosa. La Bruja pierde masa, se encoje. Sigo preguntado, no dejo de preguntar: “¿Cuál es la verdad, Bruja?” La verdad. Sé que me escucha. Se está encogiendo y se arrastra por el suelo con terrible dificultad. Los gatos la evitan y sus pelos se erizan al verla reptar como una serpiente.

C uento nayarita de la última década (2011-2021)

Mi mente se precipita hacia el abismo. La joven ahora no deja de verme, pero está intranquila, como yo. Miro por fin una salida: el pasaje por el que ingresé a la bóveda. La joven también lo nota. Sospecho que quiere huir, así que no la pierdo de vista. Ocurre: la Bruja se descuida y la joven se lanza hacia afuera, yo la sigo. Ambos llegamos a la carretera. Llueve con furia. Nos refugiamos en una bodega abandonada. Sé que no estamos a salvo. La Bruja no nos dejaría así como así. Es de noche y la joven se echa a dormir en el suelo húmedo. Yo me acurruco entre sus pies, pero no pasan ni cinco minutos cuando abro de golpe los ojos. Todo está en completa oscuridad. Con nuevos instintos percibo el rumor de aromas conocidos. Entonces los sirios comienzan a encenderse y los gatos me rodean. No estoy ya en la bodega, sino en el habitáculo de la bruja. La joven cuelga dentro de una jaula en el centro de la bóveda. ****

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P OETÓMANOS |No. 4 Año 2

Luis Ventura (Tepic, 15 de enero de 1993)

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Egresado de Filosofía por la Universidad Autónoma de Nayarit. Becario del Festival Cultural Interfaz “Desdibujando límites”, San Luis Potosí 2017. Ha publicado textos en las revistas La Jerga y Parresía (México), y Argonautas (España). Recibió Mención Honorífica por el cuento “De un volcán, un anciano y la mazorca más grande del mundo”, del concurso literario “Los dones de la tierra”, en el marco del III Festival Cultural Xala 2017. Actualmente se desempeña como docente, conduce (junto con la poeta Frydha Ramos) el podcast LibrosTontos, y colabora en el colectivo de gestión artística y cultural Melolea.



LO QUE CRECE EN LA CASA DEL DESIERTO Daniela Villarreal Grave

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P OETÓMANOS |No. 4 Año 2

Lo vi ocultándose en la esquina de la habitación, debajo de las cortinas que colgaban desde el techo

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y rozaban el viejo piso de madera. Se movía con sus pequeñas patitas, se enroscaba al ver mis pasos aproximándose a su cuerpo oscuro y diminuto, junto a antenas que danzaban de un lado a otro como para estudiarme. Sentí asco y miedo, ese temor que se devela al ver algo tan pequeño y desconocido. Ahora tendríamos que convivir los dos en esa casa enorme que guardaba quién sabe qué bajo sus cimientos. La propiedad se extendía a lo largo del desierto y parecía moverse en el sentido de las tormentas de arena. Él y yo solos en esa casa. En ese hogar muerto que había pertenecido a mi familia. Un lugar que se alzaba como torres de polvo y recuerdos tenues de un lejano verano al lado de los días de mi mejor vida. Él y yo, lejanos. Él y yo, pacientes. Esperando el movimiento del otro para atacar en el momento preciso. Vi la bolsa de plástico junto a la cortina, en ella habitaba un globo desinflado de helio que se había quedado olvidado en aquel cuarto. Con todo el asco del mundo pero con la certeza de que si lo metía en la bolsa, sabría perfectamente dónde estaba y no tendría que pasar toda la noche preocupada por su ubicación, lo tomé y lo arrojé dentro. Corrí a la cocina y me lavé las manos con agua y jabón tres veces. —La primera es para humedecer la suciedad. La segunda es para eliminar los gérmenes. Y la tercera es para asegurar que estén completamente limpias—. Regresé a la habitación y me recosté en la cama con la bolsa en el suelo y la pequeña luz de una lámpara. Sin mayor preocupación cerré los ojos y dormí un rato. El ruido desesperado merodeando por la bolsa me sacó del sueño. Estaba molesta, después de varios días de insomnio había logrado dormir. —¿Habría sido peor dejarlo libre? ¿Por qué su movimiento parece encerrar cada una de mis peores pesadillas?—. Di vueltas en la cama y él seguía tiñendo el silencio con su danza que parecía una súplica o exigencia. En algún momento de aquella


larga noche llegué a sentir pena por él, por su cruel destino. —¿Quién era yo para darle aquél trato? ¿Qué pasaría si yo fuera el bicho y él mi verdugo?—.

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Desperté en la ciudad, en mi departamento, justo en medio de mi cama. Suspiré y creí que todo había sido un sueño. Preparé un café y la tina para tomar un baño. Al quitarme la ropa me vi al espejo y observé algo verde en mi cabello como una muestra seca de un fluido extraño. Sentí comezón en mis brazos y pude observar a través de mi piel unos bultos que caminaban, y al andar, me ardían como llagas movedizas. Vi mis manos transformarse en pequeñas garras. Volví mis ojos al espejo pero esta vez ya no estaba mi rostro. Solo pude verlo a él y su sonrisa inmunda, con los dientes pequeñitos y afilados, de los cuales escurría saliva verde, que a su paso todo quemaba.

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Encendí la televisión y subí el volumen para no escuchar el sufrimiento del nuevo inquilino. En la tele estaba un comercial que ofrecía cuchillos y sartenes. Estiré mis brazos y piernas y volví a retomar el sueño. Unos minutos después escuché sonidos más fuertes que provenían de la bolsa. Era imposible cómo una pequeña criatura fuera capaz de lograr esa revolución. Estaba más que enfurecida, me había hartado de sus pasos, así que me levanté para sacarlo de la casa. Cuando vi que la bolsa estaba inflada, como si el globo de helio hubiese retomado el aire que le faltaba. Me asomé y lo vi hinchado, crecía y se burlaba de mí. Me alejé horrorizada, pero él creció más y más; en un par de segundos ya era de mi tamaño. Traté de huir pero él me siguió y se postró en la puerta, me sonrió con sus dientes negros y tenazas que se movían como para alcanzarme, con un sonido parecido al de un animal que ruge y se mofa. Corrí hacía él para empujarlo y con sus garras cortó mis brazos y me llenó de un líquido oscuro y pegajoso. Logré abrir la puerta y corrí; me siguió hasta la cocina, tomé un cuchillo que estaba sobre la barra, y cuando se abalanzó, trató de morderme así que le clavé el arma poco filosa dentro de la boca. Me sujetó con fuerza y comenzó a chillar. Luché para soltarme, cayó encima de mí y al retorcerse escupió una baba verde que me llenó toda la cara. Se convulsionó durante unos segundos y luego dejó de moverse. Lo aventé, me lavé la cara con agua y jabón tres veces y salí de la casa sin dudar o pensar en los gérmenes.

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Daniela Villarreal Grave

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(12 de diciembre en Tepic, Nayarit, México)

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Lic. en Medios Audiovisuales por la UABC. Diplomados en “English Literature and Composition” por U.C. Berkeley (2018) y “Poetry in America: Modernism” por Harvard University (2018). Seleccionada en el concurso para la Antología Poética “Otras voces nos agitan” de Editorial Capítulo Siete (CDXM). Ganadora de mención honorífica en el género de Microcuento en el Certamen Literario Internacional lágrimas de circe: Hacia Ítaca en Argentina (2019). Seleccionada para la Antología Nueva Poesía y Narrativa Hispanoamericana (España-2020). Ha colaborado en revistas virtuales como “Del cangrejo a la sopa”, “Actualidad Artística” y en la Antología Poética “Poemas que serán árboles” editorial Plan Veintiuno. (Argentina). Ha publicado Poesía en revistas como “El perro” #19 y “Revista Autarquía” #5. Cuento en “Revista La sirena varada” (2018). “Revista Literaria Monolito” (2018). Fue becaria en Literatura durante el Festival Cultural Interfaz; Culiacán, Sinaloa, México (2017).



VÉRTIGO EN UN SEMBRADÍO DE CAFÉ AL PIE DE UNA MONTAÑA DE BASALTO Vizania Amezcua

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Tal vez fue la fiebre o el calor que hacía florecer las plantas de café. Tal vez sólo ese vago recuerdo

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del bebé sentado en la carriola —empujada por su padre— que observa la titubeante carrera hacia las jaulas de otra niña, familiar y apenas un poco mayor, que pregunta a la madre cómo se llama ese animal o aquel. En el sueño, Ga vuelve a encontrarse con el tacto mullido de la carriola en que está sentada, el sol colándose vigoroso entre las ramas de los árboles que de vez en vez le da directo en el rostro, aire nuevo de una mañana en el zoológico. Su padre acerca el taburete móvil a distancia prudente de la reja que resguarda un hábitat artificial. PROCYON LOTOR se lee a un lado de la jaula, pero ella no sabe leer, todavía. Tras el intrincado metal, la vegetación permanece estática como si ahí no habitara nada más. El bebé busca con la mirada algún movimiento, un color llamativo, pero nada ahí dentro se desplaza o brilla. De pronto, entre las hojas de un árbol enano, unos ojos encubiertos por un antifaz de pelo oscuro coinciden con los suyos. Una cola larga y anillada salta desde una rama. La vegetación del piso se agita al paso del pelaje negro y gris que corre veloz hacia la reja para sacar por entre los huecos unas delgadas patas que parecen manos de largas uñas y hacen el ademán casi humano de tocarla. El padre no deja de observar al animal, pero no se inquieta. Desde la carriola, Ga mira al pequeño mapache pegado a la reja que insiste en tocarla con sus patas cubiertas de pelo. Sin asustarse, su brazo y el pequeñísimo dedo humano se alzan reconociendo al mapache, y un par de minutos bastan para que ambos se observen en la complicidad de un lenguaje primigenio: para leer el mundo sin palabras. El padre llama quedo a la madre para que observe el insospechado prodigio, ese destello de comunión entre los ojos de bebé y mamífero que religa lo dividido contra natura, evidencia de que la diferencia de especies o las elecciones personales poco o casi nada tienen que ver con ciertas conexiones. Mientras el aire que sopla esa mañana deja de ser nuevo y se respira milenario, la otra niña corre jaulas más allá y pregunta gritando de nuevo ¿qué animal es ése? Los padres imitan entre sí la complicidad en la mirada de bebé y mapache, sólo un instante, y después comienzan a retirarse despacio de la jaula.


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Al verla partir, el animal hace hacia atrás las orejas, inclina a un lado la cabeza, y comienza a perseguirla tras la reja, se adelanta intentando detenerla mientras saca de nuevo la fina pata por entre el metal y repite el ademán; padre y madre se sorprenden aún más, aminoran el paso, pero finalmente se retiran de esa mirada que tras el antifaz, con el cuerpo pegado a la reja y ambas patas afuera, no deja de observar al bebé e insiste en tocarla, casi añorante. Ga despierta, el sol resplandece sobre los sembradíos de café, y sale a jugar. Han sido muchas las veces que sus padres la han llevado al zoológico con su hermana sólo un poco mayor; le gustan casi todos los animales, pero sin duda los más divertidos son los primates, o eso piensa. En las escaleras del edificio donde vive saluda a su mejor amigo, Sed. Son escasos los pormenores del saludo, lo que apremia es decidir a qué jugarán. Quizá influida por el sueño, la niña propone que la imitación de los primates que ha visto en el zoológico sea la base del juego. Al aire suave que mece los cafetales circundantes, ambos niños se columpian por fuera de los espaciados barrotes que apenas protegen las escaleras casi desnudas del edificio, y en la espontaneidad infantil la altura del tercer piso no es un peligro, sino el desafío emocionante. Gráciles y risueños se columpian por fuera una y otra vez. Retan al accidente cambiando veloces de mano para sujetarse. Imbuidos en el juego y ajenos a todo, pocas veces se han detenido a observar la colonia de musgo que al abrazo del calor húmedo y la sombra ha encontrado sitio idóneo para germinar, cubriendo el borde del barandal en el tercer piso. Sobre esa delicada alfombrilla verde, el pie de Ga resbala con la velocidad incontrolable del jabón y en un instante cuelga con ambas manos por fuera de los barrotes. En el zoológico, los mapaches se paran sobre sí en señal de alarma. Sed se queda estático y sólo reacciona cuando ella le pide que vaya por ayuda. El niño corre al departamento por auxilio. La niña ve hacia abajo: las redondas macetas con helechos que cuelgan del segundo piso jamás le habían parecido amenazantes hasta hoy. Los mapaches corren hacia la reja de la jaula agitando la vegetación y el aire con sus chillidos; el padre tarda unos segundos apenas en llegar a su encuentro. Niña y padre resbalan simultáneos —él a punto de caer en el último escalón, ella porque sus pequeñas manos no resisten el peso. Mientras los mapaches lanzan agudos chasquidos de miedo y advertencia, el padre se recupera y mete las manos por entre el barandal para tomarla de la camisa y un brazo llevándola hacia dentro. Mientras la jala, a Ga le parece que las manos del padre se parecen a las que intentaban tocarla en el zoológico cuando era un bebé. Para no inquietar a la madre, el padre lleva a la niña a la azotea, seca sus lágrimas y la abraza. Acaricia sus cabellos mientras ella recuerda el pelaje negro y gris del mapache. Esa noche duerme llevando consigo el secreto del accidente que no le han revelado a la madre y a la hermana. El susto le causa fiebre y sueña con mapaches que la protegen, o quizá sólo sea el calor que hace florecer las plantas de café, una colonia de musgo en el tercer piso de un edificio al pie de una montaña de basalto.

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Vizania Amezcua (Tepic, Nayarit, 1974)

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Narradora y editora. Estudió Medios Audiovisuales en la Universidad de Guadalajara y

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posteriormente en el Centro de Arte Audiovisual. Ha sido coordinadora editorial y editor en diversas revistas nacionales. Autora del libro de cuentos Naturalezas distintas (Ediciones del Plenilunio, 1997), y de la novela Una manera de morir (Fondo Editorial Tierra Adentro/CONACULTA, 1999), fue becaria del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Nayarit 1998-1999, y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes —Jóvenes Creadores— 2004-2005. Formó parte del colectivo La Primera Dama (columna sabatina del periódico El Universal).Textos suyos han aparecido en diversos suplementos y revistas de literatura: Crítica (Universidad Autónoma de Puebla), Tierra Adentro (CONACULTA), Estudios (ITAM), y Ventana Interior (Fondo Regional para la Cultura y las Artes Centro-Occidente); así como en antologías de novela y cuento:Territorio de leonas. Cartografía de narradoras mexicanas en los noventa (Juan Pablos Editores/Universidad Autónoma Metropolitana, 2001), Los mejores cuentos mexicanos (Joaquín Mortiz, 2002), Novísimos cuentos de la República Mexicana (Tierra Adentro/CONACULTA, 2004), y El arca. Bestiario y ficciones de treintaiún narradores hispanoamericanos (Editorial Sangría, 2007, Santiago de Chile, Chile).



El último bastión Israel Montalvo

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Cuando despertó, Eusebio descubrió que su vida era un juego, aquella mañana había ganado una

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de las naves interdimensionales que el presidente decidió subastar porque eran un lujo innecesario para un gobierno postliberal. La subasta había sido inducida a cada ciudadano del país por medio de su cuenta de Facebook estatal, la cual había proporcionado la información de sus usuarios vía WhatsApp, técnicamente, sino estabas registrado en face, no contabas como ciudadano de la octava transformación. Eusebio Rubalcaba sabía que estaba condenado a ese premio, lo supo al abrir los ojos y confrontar esa mañana. Era un ganador. Su teléfono le habló desde el buró, lo estaba esperado desde hace rato para que atendiera el sin fin de llamadas y mensajes de todos sus conocidos, el rancho de Villa Azotes se había volcado a felicitarlo, en aquel momento era el hombre más importante de ese insignificante lugar, perdido en uno de los últimos estados que aún seguía bajo los lineamientos de una reserva humana, una idea muy similar a la que yanquis del siglo veinte utilizaban con los nativos americanos (sin sus casinos) para mantenerlos lejos del resto de la gran América. Nayarit, era junto a Oaxaca y Chiapas, las ultimas reservas de hombres comunes, aquellos que no se habían mezclado con ninguna raza neohumana que se habían establecido en la tierra a finales del 2050, ni eran parte de la pansexualidad moderna, eran en sí, los últimos vestigios de seres no binarios (en aquella época las barreras que dividían los sexos dejaron de existir, ahora todos compartían una identidad binaria de estética andrógina, no como en esas comunidades, donde todavía existían dos sexos, donde los hombres aun solían ser hombres y las mujeres solían ser mujeres). Se les trataba como criaturas primitivas con sus marcadas sexualidades que eran dispares a las del resto del mundo. Aun se reproducirán biológicamente, no usaban el proceso in vitro tan en boga desde el 2080, donde las parejas usaban una combinación de sus genes para crear bajo diseño genético un descendiente en un laboratorio de maternidad.


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Eusebio no era una persona que tuviera gran contacto con el mundo exterior, vivía enclaustrado en su pequeña casa con el amor de su vida, a la cual conoció en el aparador de una tienda de antigüedades, ella, siempre tenía esa expresión inquebrantable con esos ojos saltones y la boca simulando un agujero negro. Esa dama inflada era una réplica a escala real de la cantante Belinda en sus treinta, fue un modelo de muñeca inflada que se popularizó a finales del 2030, como sátira a una mediocre cantante popular caída en desgracia por su arrogancia y escándalos sexuales. Eusebio se desvió de su habitual programación de videos neurales en la You-tubeNext, para darle un ojo al canal de noticias de Disney Amazon, en donde Brozo Tercero, un célebre presentador nudista de noticias que se maquillaba como un blackmetalero de finales del siglo veinte y usaba una peluca morada, hablaba de la nave que se le había asignado sin consultarle, mostrando primeros planos del armatoste que se encontraba en un hangar en Texas y llegaría en menos de una semana al pueblo. Eusebio vio de reojo su casa, inspeccionaba la sala, la cocina, el comedor, y no tenía idea de donde metería esa monstruosidad. No poesía una cochera, y el corral que era su patio trasero estaba ocupado por un improvisado tendedero y Juanchita, su puerquita cuino de color negra que era como un perro para él. Le había construido una casita de madera y dejaba que se metiera a la casa durante el día, le había costado enseñarla a no morder a su amada inflada.

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Para el gobierno de la octava era imperante agregar a esas comunidades al mundo moderno, necesitaba incluirlas dentro del régimen, ya que estos territorios aún se regían bajo leyes del siglo XX y eran territorios poco civilizados (tecnológica y socialmente) en comparación del resto del país, por lo que se optó por darles en el sorteo una nave a un habitante de cada una las reservas, quien serviría como represéntate de esas comunidades, y Eusebio fue el designado para Nayarit. Que el territorio tuviese su propia nave indicaba que traería consigo empleo, y una economía más pujante, se tenía que construir un helipuerto transdimensional para que la nave fuese de esta realidad a las realidades donde provenían las razas que habían llegado a la Tierra en el 2050. Era un hecho que todo el pueblo del Azote tendría trabajo en el helipuerto y podrían crear una fuerte industria turística, a fin de cuentas, eran una forma vida todavía exótica para el resto del mundo modernos o las razas foráneas. En su mayoría, el noventa por ciento de sus habitantes eran todavía puros, no había una mezcla con especies extrahumanas en ese pueblo, como todo habitante en la reserva, era como ver y estar en los inicios del siglo XXI, antes de las pandemias de los veinte o su rebrote en los treinta, las cuales redujeron a la población humana al treinta por ciento y dieron origen al contacto con las razas alienígenas extradimensionales que llegaron a preservar al ser humano (la Tierra se consideraba un mundo primitivo de seres narcisistas, una especie única por su conducta autodetructiva, que era el objeto de estudio de razas que habitaban el cosmos y otras dimensiones mucho antes de lo que los humanos llamaban el big bang, y que decidieron interferir antes de que la humanidad se extinguiera, anexando este mundo como una colonia más de su dominio).

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Dejó todo al verse en la pantalla del televisor neural. Era una foto de su boda, él vestía de traje, Juanchita tenía un moño blanco y su mujer traía ese vestido de chocolate que le compró por mercado libre prime. Aun recordaba el sabor de esas costuras, ese había sido el día más feliz de su vida. Y luego, los memes, los chistes que poblaron la internet neural, el Facebook estatal y los liberales reddits, y las pláticas de cada persona con la que se topaba desde entonces. La Villa de los Azotes era un rancho con aspiración a pueblo con menos de novecientos habitantes, para un hombre como él era un infierno, pero no tenía a donde ir, el mundo fuera de esa reserva era como una película de ciencia ficción para él, y a Eusebio, no le gustaba el cine, era un hombre que vivía con la pequeña pensión que les daba el estado a los hombres comunes y pasaba sus días viendo el you tube revival, una variante de la plataforma de entretenimiento neural que se dedicaba a mostrar los videos que sus usuarios realizaban a principios del siglo XXI, cuando era legal la libertad de expresión en el ciberespacio.

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Había pasado casi un año desde su boda y cuando parecía que se olvidaba el tema, ahora todo el mundo hablaba de esa condenada nave. Justo cuando creyó ser olvidado despertó siendo el centro de atención. Esa mañana pasaron un fragmento de la conferencia matutina de ese hombre de pelo blanco y que tenía ese acento tan chistoso. El clon del expresidente Amlo era un hombre que tenía cerca de treinta cinco años, pero su apariencia (desde su clonación realizada por el partido acción mexicana) era la de un viejo a finales de los sesentas. Tan solo era unos años mayor que Lorenzo aunque parecía tan acabado y desorientado, desde el primer día que vino a ese mundo. Ese hombre hablaba de que la oferta más sensata por la nave fue hecha por el pueblo, de un humilde ciudadano, un común (como les llamaban desde el exterior) que vivía en un pueblo olvidado por Dios, quién en su inocencia e ingenuidad le había demostrado que era merecedor de ese armatoste. Ese pequeño pueblo no tenía helipuerto, y la mitad de sus habitantes cabría cómodamente sentados en él. El hombre afirmó que con su ayuda, ese pueblo tendría un helipuerto tan funcional como cualquiera del país y en él daría trabajo a todo el poblado, mejoraría la vida en la reserva y sería un buen punto de enlace con los conciudadanos transdimensionales “Ese venerable ciudadano podrá hacer posible su sueño de viajar por los mundos conocidos” Esa fue la última frase emitida en el fragmento de la conferencia neural, y que retumbó en lo más profundo de Eusebio, quien no sabía si sentirse bien o mal al respecto. Ese hombre parecía un simpático desastre, y lo había usado como peón en su juego político, eso no le cabía duda, él solo quería vivir su vida en ese rincón del mundo, con su amada inflada y Juanchita. No ocupaba más,


Eusebio era un hombre sencillo y ermitaño que por azares del destino se convertía en el centro de atención de ese pueblo. La idea de un helipuerto en la ciudad era tan surrealista que le parecía incomprensible, ese pueblo vivía del campo que ahora se volvería una pista de aterrizaje. Y viajar por los mundos no era su sueño, o al menos no uno que ocupara salir de su casa, le encantaba ver series de principios del siglo XXI como: “madrileños por el mundo” en el you tube revival, esa era la mejor forma de viajar que conocía a un mundo que le gustaría haber conocido, un mundo que no era tan extraño como ese, y podía verlo en su sillón, en su televisor neural y con su mujer a un lado, ella había sido el sueño de su vida, lo supo desde que la vio en el aparador de reliquias del siglo XXI, pero ese clon decía que ahora su mayor anhelo era viajar en ese armatoste. No le gustaba ni salir a caminar por las tardes por el rancho, y ahora, tenía la posibilidad de recorrer los mundos conocidos en primera clase. No sabía si agradecer o maldecir a quien lo hubiese incluido en ese disparate. Eusebio dio un vistazo a su amada que se encontraba tumbada en el sillón de la sala esperando a que él la acompañase. —¿Crees que los de madrileños por el mundo hubieran hecho un episodio aquí? —Le preguntó en voz baja a su amada —: Tal vez deberíamos pintar la nave cuando me la den, se ve muy formal así, ¿te parece bien un azul celeste como la camisa del Cruz Azul?, digo, sería un buen detalle, acaban de ser campeones después de un siglo, no me gusta mucho el futbol, pero me conmovió su historia, la vi en un documental de espn.

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Eusebio se quedó a la espera de una respuesta, pero su amada no tenía palabras de aliento ante aquel absurdo, su boca siguió simulando un agujero negro, profundo, oscuro.

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Israel Montalvo

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(Tepic, Nayarit)

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Trazador de pesadillas, las cuales ha manifestado en diversos medios artísticos como la pintura, la música, el arte secuencial y la narrativa. En donde aborda como temáticas centrales el horror, en todas sus manifestaciones, la metaficción y la condición humana. Israel como pintor ha participado en múltiples exposiciones colectivas e individuales por todo México.También se desempeña como promotor cultural desarrollando eventos artísticos en los estados de Nayarit y Jalisco. Cómo escritor e ilustrador ha publicado en una infinidad de revistas, cómics, libros y ha participado en más de veinte antologías literarias de cuento enfocadas en el horror y la ciencia ficción en México, España, Uruguay, Argentina, Perú, Guatemala y Chile. Fue miembro del consejo editorial de la revista literaria Herética (2012-2015). En el 2016 publicó su primera novela gráfica “El señor Calzetín volumen uno: Momentos en el tiempo o los días regulares de un personaje medio(ocre)” (bajo el sello Altres Costa-Amic Editores), por la que obtuvo dos becas, una para su realización en el 2009, y otra pasa su publicación en el 2014. En el 2018 publicó la novela gráfica ¿Podría ser un asesino?, el cómic “I'm fraid of americans” ambos de manera independiente, ilustró la novela pulp “Marciano Reyes y la cruzada de Venus para la editorial española “Historias Pulp”. En el 2019 salió su primer libro de cuentos “LaVilla de los Azotes” publicado por el sello “la tinta del silencio”. En este 2020 ilustró el cómic “La parte que no siente”, escrito por Julián Mitre y publicó la novela gráfica “Heathen: los ángeles se han ido”, ambos con la editorial Mandrágora Ediciones.



Cruci-ficción rosa Rodolfo Dagnino

I —Para el gran Yoshi Oida, las partes del cuerpo que son esenciales para el trabajo actoral, ¡además de El Hara, claro!, son los nueve orificios y de entre ellos, resalta la importancia del ano. Había dicho, cuatro meses antes del estreno, el director Carlos Madison, vestido con una túnica blanca, que no lograba esconder su prominente barriga, y con el cabello suelto sobre los hombros, mientras caminaba dentro del círculo hecho por las seis alumnas que, desde la duela del escenario, lo escuchaban sin saber si bromeaba o hablaba en serio.

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—¡Sí, señoritas, el ano! –Resaltó el maestro con un dedo premonitorio en el aire—. El fracaso o el éxito de un actor estará determinado por esta cuestión: saber dominar dicho orificio, saberlo apretar—y remató la frase con una demostración física, lo que provocó que en la parte trasera de la túnica apareciera, como un pequeño rayo, un pliegue de trazo profundo.

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Las chicas ahogaron las risas con sus manos e intercambiaron miradas de complicidad y nerviosismo. El maestro Carlos Madison pidió silencio con aplausos y volvió a subir su dedo oráculo. Giró lento sobre sus talones mientras bajaba con dramatismo el brazo, hasta que dejó caer el presagio de su índice sobre una de las alumnas. La elegida, esa primera vez, fue Lorena. Ella se puso de pie y siguió al maestro Carlos Madison hacía su oficina.


II Para el día del estreno, les decía el maestro Carlos Madison a las actrices, iban a tener que estar en el teatro cuatro horas antes de la función. —¡Es importante mimetizarse bien con el entorno antes de la actuación! –Dictaminó ante las protestas de las chicas. Lorena fue la única que no se quejó. Todo lo contrario, se puso de pie y con tranquilidad, casi con serenidad en sus ojos negros, dijo.

Las otras chicas vieron consternadas a su compañera, no tanto por no sumarse a la resistencia sino porque su voz venía cargada de una fuerza profunda, grave, que no le reconocieron. Claudia y Adela fueron las primeras en secundarla. Las otras, Mónica y Marisa permanecieron distantes unos segundos y terminaron por sumarse al resto del grupo. Sólo faltaba Anabel, que con un marcado nerviosismo que se adivinaba en el gesto de sobarse una mano contra la otra y en la desorientación que se percibía en su mirada, tardó un poco más. Finalmente cedió. El maestro asintió con la cabeza y salió del escenario como si fuera trasladado por una nube. Las chicas se vieron en silencio un instante. Lorena fue hacía Anabel, la tomó por las manos y la encaró. Anabel se resistía a verla, pero Lorena tomó su cabeza de cabellos pelirrojos, apretando sus mejillas pecosas, para impedir que volteara hacia otro lado. Anabel respiraba con ansiedad progresiva, como si cada segundo que tuviera puesta la mirada en los oscuros ojos de su compañera viera algo aterrador. Lorena decía que sí con un movimiento constante de cabeza. Anabel sollozaba como si quisiera negarse a una petición de no sabía qué, pero las manos de Lorena se lo impedían. Poco a poco se tranquilizó. Se abrazaron. Las otras se aproximaron cerrando el círculo alrededor de sus compañeras. Pepe Fumanchú, utilero, telonero, iluminador y escenógrafo, observaba todo metros arriba, sentado en la rejilla del paso de gato, balanceando los pies, calzados con unos Converses rojos, en el vacío.

III —La obra se denomina “La cruci-ficción rosa”—dijo en conferencia de prensa el maestro Carlos Madison una semana antes del estreno. Obra escrita, producida, dirigida y actuada por el mismo maestro. Quien era también el director del Teatro Estatal del Pueblo. Cuando el periodista, Lucio Buenavista, le preguntó al maestro, hijo

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—Así será, maestro.

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de la diputada priísta Sara Helena Rodríguez de Madison, si el título de su obra dramática se relacionaba de alguna forma con la obra del escritor estadunidense, Henry Miller, The Rosy Crucifixion, el maestro Carlos Madison, respondió con sonrisas indulgentes que no, que esa era una obra menor, que lo que él quería era resignificar el amor de Jesús. ¡Quien, por cierto, no era para nada asexuado! Remató con carcajadas. Varios periodistas levantaron la mano, pero el maestro eligió a Natalia Góngora quien sonriendo orgullosa se puso de pie. —Maestro, después de sus exitosas pastorelas ¿qué es lo que viene a presentarnos con esta obra? que según entiendo, usted mismo escribe, dirige y actúa. —Como ya mencioné, logro resignificar el amor de Jesús y uso para tal fin la escena de la crucifixión. Mi propuesta es una crucifixión fundamentada en el placer, en el delirio carnal, pero no a través de la muerte sino de la vida expresada en el deseo. Lucio Buenavista aprovechó el silencio que había generado la explicación del maestro para lanzar al aire dos preguntas. —¿Hay menores de edad en la puesta en escena? Y ¿está la producción de su obra financiada por el erario público, tiene el apoyo económico de la diputada Sara, su madre?

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El salón del hotel Fray Ríspido del Monte se convirtió en un murmullo confuso. Momento que fue aprovechado por dos hombres de lentes oscuros para acercarse a Lucio Buenavista e invitarlo a salir con amabilidad forzada. El maestro Madison se puso de pie y después de alisarse la circunferencia bajo su camisa de manta oaxaqueña, levantó los brazos pidiendo silencio y reviró con exaltación.

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—Las actrices son chicas que vienen de contextos con pocas oportunidades, por no decir de la vil miseria, por lo tanto, se les entrega una beca mensual que sus familias agradecen profundamente a la producción – hizo un esfuerzo por controlar su respiración y prosiguió aligerando un poco el tono—. Lo que verán hoy por la noche no tiene parangón en ninguna otra parte del mundo, créanme, lo sé por experiencia propia, ¡he estado en las Vegas! Será único y asombroso. ¡Deberíamos de estar orgullosos de que en nuestra pequeña ciudad suceda algo de esta magnitud! No se lo pierdan y gracias a todos por venir. Las preguntas de los periodistas generaron un estruendo sin sentido, pero el maestro Madison abandonó la sala y nada más fue dicho.


IV La segunda vez que el maestro habló de la importancia del ano en el trabajo actoral, según el gran Oida, fue tres meses antes del estreno. Realizó el mismo ritual. Sentó a sus discípulas en el escenario, haciendo un círculo en torno a él. Vestido de túnica blanca y huaraches, con el cabello suelto y la barba crecida de cuatro meses, caminó como eligiendo a alguien hasta que dejó caer su índice en Adela. Ella no supo qué hacer, lo único que se le ocurrió fue voltear a ver a Lorena, pero su compañera no le recibió la mirada, permanecía con la cabeza baja y con un palillo escarbaba entre las ranuras de la duela del escenario sin importarle lo que pasaba a su alrededor. Adela se puso de pie y siguió al maestro Carlos Madison. Pepe Fumanchú observaba todo desde la oscuridad de las graderías.

V

—¿Por qué es tan difícil, Dios? ¿Acaso, no les he enseñado a improvisar, a actuar? ¡Maldita sea! –las chicas permanecieron mudas viéndose una a la otra como si estuvieran en un examen y buscaran las respuestas en sus compañeras de al lado. Las escenas se resumían en una serie de monólogos de Jesús, en los que el personaje hablaba de sí

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Les acababa de dar la versión final del guión de la obra. Estructurada en tres actos que correspondían al I) sermón de la montaña, II) la última cena y III) la crucifixión. Siete actores en escena: él, encarnando a Jesús y las seis chicas, que representaban la versión femenina de los apóstoles. A la pregunta de Lorena de si los apóstoles no habían sido doce, el maestro Carlos Madison respondió con arrogancia que era “una reducción cabalística, o mejor aún, minimalista”. Viendo las hojas, las chicas no tenían claro qué apóstol representaría cada una. Los personajes estaban marcados como apóstol 1, apóstol 2, apóstol 3, hasta el 12, y Jesús, lo cual las confundía profundamente, aunque ya había quedado claro lo de la reducción cabalística y minimalista. El maestro Carlos Madison se llevó las manos a los costados de la cabeza como si un dolor terrible le azotara el cráneo y gritó.

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—¡El arte exige sacrificios! ¡No se llega a ningún lugar sin sacrificios! -Gritaba por el escenario el maestro Carlos Madison, quince días antes del estreno-. ¡Como el mismísimo Dios, el arte le escupe en la cara a los tibios, a los débiles! –Decía cada palabra como si pronunciara un mantra sagrado de la ira, como si anunciara, con relámpagos y truenos, antiguos misterios revelados únicamente a él.

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mismo como de un elegido que está por venir y que al mismo tiempo ya está aquí, mientras “las” apóstoles, lo admiran con fruición y deleite y realizan danzas en torno suyo. El elemento que modificaba el desarrollo de la obra era que en cada acto se iban deshaciendo de los velos que conformaban su vestuario. A la crucifixión llegarán todas desnudas, amarrarán al profeta-mesíaselegido, que lleva (él sí) un taparrabos, a la cruz (qué será construida previamente por Pepe Fumanchú) y lo ungirán con un derroche de caricias y besos, mientras una de ellas se montará sobre el taparrabos y se extasiará en círculos pélvicos sobre los genitales divinos. Una vez saciados los apetitos del profeta, la cruz será levantada sobre una base metálica y el mesías, ahí colgado, se burlará a carcajadas de la muerte. Telón. Las chicas estaban mudas, boquiabiertas. Se veían entre sí confundidas, como si de golpe alguien las hubiera dejado caer desde un segundo piso. Fue Lorena quien, alisando su cabello negro, levantó la mano con timidez.

—Eso no me parece muy...

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El maestro Carlos Madison explotó en ira. Se puso a gritar, mientras se movía por el escenario como poseído por un espíritu antiguo y belicoso, cosas como que no era posible que aparte de que tuviera que sufrir el odio y la envidia de los demás teatreros de la ciudad, que en pleno año 1999 no reconocerían a un visionario ni aunque chocaran de jetas contra él, las falsas acusaciones de los PANuchos moralistas y de los PRDores mugrientos, enemigos de su madre, y la calumnia de los periodistas ignorantes que se atrevían a llamarle el ¡Charles Manson del teatro!, tuviera que lidiar con el descreimiento de su propio equipo actoral, de ellas, por las que él, ¡el maestro Carlos Madison, ni más ni menos!, había hecho tanto.

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—¡Yo, que las saqué de la miseria de sus puebluchos y les di techo y comida! ¡O díganme ustedes! ¿Cuáles creen que eran sus posibilidades en la vida? ¿Acaso no les pago lo que nadie les pagaría por cualquier trabajucho de criada o de mesera? ¿A qué se dedican sus padres? ¡A ver! ¡El tuyo! ¿Es albañil, no? Y el tuyo, recuérdame ¿Qué no corta caña por una miseria? –y así siguió con todas y cada una de las chicas, que asentían con la cabeza gacha como si de repente las hubieran descubierto infraganti cometiendo algún delito, como si la pobreza fuera de golpe un pecado mortal. Fue Lorena la que se puso de pie y desarrugando la túnica de gasa casi transparente con la que ensayaban, y que permitía ver la fuerza y solidez de su cuerpo de diecisiete años bien plantado en el escenario, dijo con firmeza.


—¡Está bien, maestro, lo haremos!

El maestro retrocedió un paso como atemorizado por la nueva entereza de su alumna. Respiró profundamente y abandonó el escenario levantando los brazos con cierta ligereza para generar con la túnica un efecto de levitación. Lorena, con la respiración agitada, alzó la mirada hacia el paso de gato, hizo una afirmación con la cabeza y dejó escapar una palabra, un susurro inaudible para el resto de las chicas, que se elevó hasta la oscuridad en la que se escondía Pepe Fumanchú.

VI La sexta vez, poco menos de un mes antes del estreno, ya ni siquiera hizo referencia al Gran Yoshi Oida. Las chicas aún no se sentaban haciendo un círculo cuando el maestro Carlos Madison apuntó su dedo hacía el pecoso rostro de Anabel y salió del escenario rumbo a su oficina. Anabel se quedó paralizada y frotándose las manos buscó los ojos de sus compañeras. Lorena se acercó a ella, acarició su cabello rojizo, le dio un abrazo y se retiró hacia el proscenio dándole la espalda. Las demás hicieron lo mismo. Anabel salió del escenario como una condenada que se resigna a su castigo.

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Dos días antes del estreno, Lorena avanzó por el paso de gato. Se detuvo en el centro y se dio cuenta de que apretaba fuertemente los barandales. Tomó aíre y al expulsarlo aligeró las manos y los soltó. Estiró los brazos hacia arriba y cerró los ojos. Estuvo un rato así, sintiéndose suspendida en el espacio, como si flotara, y en el tiempo, como si de repente los segundos se hubieran detenido. Abrió los ojos y volteó hacía abajo. El escenario permanecía iluminado, hermoso, envuelto en un halo de misterio, como una promesa de libertad. Sonrió al recordar la primera vez que se paró ahí, algo inexplicable le sucedió, como una corriente eléctrica le atravesó el cuerpo y tuvo la ligera sensación de que podía volar. El paso de gato tembló. Sobresaltada vio hacia el extremo opuesto por el que había llegado. Una sombra. Una silueta que se puso en marcha acercándose a ella. Se aterró. Pensó en saltar por encima de los barandales e irse volando de ahí, pero se contuvo al ver que la sombra se transformaba gradualmente en Pepe Fumanchú. Llegó sigiloso, se detuvo a un lado de ella y volteó hacía abajo como buscando algo o alguien. Sacó de un bolsillo de sus mezclillas rotos un cigarrillo de marihuana, lo encendió y le dio una calada profunda, aguantó la respiración y soltó con placer el humo azulado. Lorena recibió el dulzor embriagador en su rostro. Él le ofreció. Ella dijo que no en

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VII

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silencio. Él lo apagó en un tubo, se sacó la mochila que llevaba a la espalda y se la ofreció. Ella sintió el peso metálico del contenido y vio el rostro delgado de Pepe, sus labios discretos, los escasos pelos que le salían en la barba de 19 años, sus ojos como pequeñas galaxias de miel, su vieja playera negra con el símbolo amarillo de Batman.

—Cuatro clavos y un mazo –susurró Pepe Fumanchú.

—¿Cuatro?, ¿no eran tres? –Preguntó ella con la intención de abrir la mochila. Él la detuvo sujetando sus manos y viéndola directamente a los ojos le dijo. —Uno más –sonrió-, por si acaso. Ella quiso preguntar por si acaso qué, pero fue callada por los labios de él. Un beso húmedo, tierno, agradable, que le hiso cerrar los ojos. —Los golpes tienen que ser certeros y potentes, los huesos se van a poner difíciles –escuchó Lorena con los ojos cerrados.

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Cuando los abrió, estaba sola en las alturas.

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Rodolfo Dagnino

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Diplomado en Literatura latinoamericana y caribeña. Maestría en Estudios de Literatura Mexicana de la Universidad de Guadalajara. Ganó el Premio Estatal de Poesía “El Trapichillo” de la Fundación Julián Gascón Mercado, en tres ocasiones: 2001 por su obra Asombros; 2005 por Habitar la ausencia; y 2007 por Postales sin fotografía y otras correspondencias. Ganador de los Juegos Florales Nacionales Amado Nervo 2004, de la Universidad Autónoma de Nayarit, con la obra Instantero. Ganador de los Juegos Florales Estatales del Festival Cultural “Alí Chumacero”, de Acaponeta, Nayarit, en su emisión 2011 y 2016 con sus obras Alumbramientos y Cantos del naufragio. Ha sido beneficiado con el Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Nayarit (ahora PECDA), en tres ocasiones. Ha publicado con Libros invisibles, un poemario titulado Polvario (2013); y un libro de cuentos llamado Las insoportables transparencias (2014). Ha publicado en distintas revistas de distribución nacional como Ventana Interior de la región centro occidente, ParteAguas de Aguascalientes y en el Periódico de poesía de la UNAM. Imparte talleres de escritura creativa. Mención honorífica en el Premio Nacional de Novela Breve “Amado Nervo” 2019, por su novela Padre.

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(Tepic, Nayarit)

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Paralaje Rafael Villegas

1. Jules Verne, Le tour du monde en quatre-vingts jours (París: J. Hetzel, 1873).

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en la playa y a la vista de los pocos marineros japoneses e ingleses que aún guardan luto por sus embarcaciones caídas: por sus Caravelle, por sus Vasco da Gama, por sus Tanais, por esos vientres de madera que flotan, cual ballenas desahuciadas, sobre un mar turbio. Y vienen a su mente las caras afligidas de aquellos amantes de pasos cortos que se perseguían sobre un escenario de maderas crujientes. Los amantes calzaban sandalias que casi flotaban. Bulnes recuerda cómo los ojos rasgados del público se abrían como bromas fatales ante la aparición repentina de la Muerte; los recuerda aplaudiendo justo cuando un rayo de metal y de fuego, tal vez una catana, asesinaba de tajo a los tres: a los amantes y a la Muerte. Bulnes descubre que ocho años no han sido suficientes para asimilar el sinsentido de una Muerte asesinada. Extraño teatro el de Yokohama. Cruza el umbral y descubre que ahí los maremotos no han causado estragos. Encuentra a una mujer que se baña en plena calle, junto a unas flores alargadas, de tallos mojados. Piensa en la posibilidad de pagarle a una mujer, de sentarse tras el papel de arroz para verla desmaquillarse. Y luego saborea el té y el opio; un enorme luchador que se viste únicamente con una planta endémica lo mira con esos ojillos que suelen detener el tiempo. Llovizna. Un hombre cruza delante de Bulnes. Es calvo, un espetador de palabras incomprensibles. Lo sigue un hombretón de cabellera trenzada, apurado, con sombrilla en mano cubriendo la calva de su amo. Un Passepartout, como el de La vuelta al mundo en ochenta días, esa novela que estaba tan de moda cuando visitó París después de atravesar el océano Índico y el mar

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Bulnes visita esa ciudad amurallada de calles silenciosas. Huele el pescado que se pudre a lo lejos,

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Rojo. No recuerda el título ni el autor. Recuerda la novela abierta sobre el fastuoso escritorio de Leverrier, en el Observatorio Astronómico; recuerda al descubridor de Neptuno mientras hablaba de Phileas Fogg y su criado Passepartout con un grupo de señoras de cinturas delgadas. Bulnes recuerda al viejo humillando a la Comisión Astronómica Mexicana que deseaba presentar los resultados de las observaciones realizadas en Japón para establecer el paralaje solar y, como consecuencia, la distancia exacta entre la Tierra y el Sol. Bulnes presiente la luz. 6 de diciembre de 1882. Venus pasará frente a la circunferencia solar, la cruzará como una mosca que se desliza a través de un platón brillante, una mancha apenas. Sale con una flor alargada en la mano izquierda. Le da la impresión de que la Tierra se mueve bajo sus pies. Se cruza con algunas ancianas encorvadas que acarician perros de orejas puntiagudas. Divisa la colina del Bluff. Espera que la casita que usaron como observatorio ocho años atrás todavía esté en pie después del gran maremoto. Un niño de cabellos lacios escribe kanjis (相 ) con una espada que arrastra sobre el suelo. Bulnes no sabe si el niño, así de espaldas como está, se ha dado cuenta de su presencia. El pequeño voltea pero Bulnes no distingue si lo está mirando o no. Un par de centímetros de cabello cubren los ojos del niño, quien tira la espada y huye, al parecer temeroso, como si hubiera visto a un demonio. Bulnes sabe que los sueños son territorio de demonios. La vegetación ha desaparecido, pero la casita sigue ahí, un poco dañada, eso sí. Polillas se elevan desde el suelo cuando Bulnes cruza el umbral. Deja la flor sobre una mesa llena de instrumentos científicos entelarañados. Al parecer, las autoridades de Yokohama cumplieron su palabra de seguir usando el inmueble como observatorio de entrenamiento astronómico para los jóvenes estudiantes de la universidad. Tal y como le informaron en Hong Kong, en una mesa pequeña, arrinconado junto a una ventana cubierta de tablas, Bulnes encuentra el viejo anteojo cenital Troughton & Simms que usó el ingeniero Díaz Covarrubias en su observación del tránsito de Venus de 1874. Si Bulnes decidiera mover la caja oculta bajo la mesa donde descansa el instrumento astronómico, hallaría la cámara con la que Barroso tomó esas fotografías de Venus pasando delante del Sol, que más se asemejaban a imágenes de ojos amarillos de gatos con pupilas negras. Pero la cámara de Barroso, calculador y fotógrafo oficial de la Comisión Astronómica Mexicana, seguirá oculta hasta que algún narrador del final del tiempo la descubra muchos kilómetros al sur, bajo el antiguo mar de Célebes, custodiada por una inmortal Turritopsis nutricula. Bulnes todavía puede ver a Díaz Covarrubias subiendo torpemente por esas escalerillas de caracol que llevan a la azotea. Todos los días, el primer astrónomo de la Comisión, el hombre que 2. L. G. León, Los progresos de la astronomía en México desde 1810 hasta 1910, concurso científico y artístico del Centenario (Ciudad de México: Tipografía de la Vda. de F. Díaz de León, 1911).


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3. “Yo no me pude convencer de que aquello fuera una diversión. Es terrible la frialdad de un público que contempla atentamente los pasos de un hombre que busca un puñado de oro a orillas de la muerte”. Francisco Bulnes, Sobre el hemisferio norte once mil leguas. Impresiones de viaje a Cuba, los Estados Unidos, el Japón, China, Conchinchina, Egipto y Europa (Ciudad de México: Imprenta de la Revista Universal, 1875).

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había determinado con exactitud la ubicación geográfica de la ciudad de Querétaro, subía a mirar el Sol, o las nubes, o algo. Bulnes se quita el saco antes de decidir acostarse sobre el suelo de la azotea. Se duerme. Y sueña. Sobre la superficie solar surgen y desaparecen pequeños lunares negros, como brotes, como burbujas de vacío sobre la incandescencia de la estrella. Entonces, la circunferencia dorada se vuelve una pista de circo, como aquella que visitó en Nueva York al inicio de su primer y largo viaje a San Francisco, para embarcarse luego rumbo a Yokohama. En la pista, un tigre con cara de humano camina en círculos arrastrando las patas. Pocas personas ocupan las gradas; todas tienen su boleto de entrada, rojo y enorme, en las manos. Todas están dormidas. Las patas del tigre se quiebran, como si un martillo invisible las golpeara con violencia. El tigre cae de panza y, una vez en el suelo, voltea hacia Bulnes. Le dice que ya no puede caminar más, que lo disculpe, pero que ya no hay en el mundo personas que gocen del espectáculo de los que caminan sin parar por dinero o por fama o porque sí. El domador del circo irrumpe furioso en la pista, su brazo derecho termina en un látigo oscuro con el que lacera el lomo del tigre, que sonríe a Bulnes a pesar de las heridas que se abren en su piel. El presentador le grita al tigre: “¡Una milla más, una milla más!”, que no se detenga, que es el único caminador profesional que conoce, que cómo puede fallarle después de tantos años, que tendrá que ver arder el letrero que ha estado en la entrada del circo durante tantos años: WEXTON CAMINA EN ESTE MOMENTO. Bulnes despierta con el Sol casi en cenit. Se maravilla de ver, a simple vista, el tránsito de Venus. Una imposibilidad astronómica que no puede perderse, no habrá otro evento igual hasta el año 2004. Bulnes duda que la vida en la Tierra, la vida humana al menos, siga en pie para entonces. Crecen en su mente enormes árboles de selva que retan con su altura a la noche y al olvido. Escucha tambores y cantos. Distingue en la oscuridad innumerables hombres con antorchas liderados por un general retirado de la Guerra de Secesión de Estados Unidos. Un hombre que se hace entender en inglés en plena tierra de hombres de la Conchinchina. El general, oriundo de una Georgia en verano, disfruta de atrapar tigres para los circos de Nueva York; también goza de paseos que le llevan toda la noche, hasta el amanecer, y que le permiten descubrir nuevos caminos a través de la selva de la que ahora (entonces) es señor. La selva se desvanece y quedan el cielo, el Sol y el olor de las ruinas de Yokohama. Todo lo

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que fue deja de serlo; Bulnes comienza a olvidar. Se necesitan por lo menos dos observadores para obtener datos fidedignos que lleven a calcular el paralaje solar. Ambos deben estar ubicados en lugares diferentes. Todos los científicos estaban de acuerdo en que bastaba distanciar a los observadores en el espacio. Ahora Bulnes sabe que el tiempo también es factor; de hecho, el tiempo es la clave para el cálculo correcto. Pero no conoce más astrónomos que vaguen aún por la Tierra. Todos deben estar bajo las faldas de sus esposas e hijas, temerosos de que los continentes que habitan se hundan, como pasó con América del Norte y Australia. Y piensa en México, en las Cumbres de Maltrata, en aquel tren que avanzaba furioso sobre vías recién levantadas que desafiaban barrancas terribles. Recuerda el mundo como un sitio por descubrir. Se aferra a ese recuerdo. No le gusta el presente de un mundo devorado poco a poco por los mares. ¿Perdonarán los océanos a algún pedazo de Tierra? Bulnes sospecha que este nuevo tránsito de Venus le traerá solo más dudas. Imagina a otro Bulnes, idéntico y distinto a él mismo, ubicado en algún universo gemelo. Lo imagina haciendo, como él, lo imposible: mirar a simple vista el tránsito de Venus. Si conociera a ese otro Bulnes tal vez sería posible calcular con exactitud el paralaje solar, ese dato escurridizo que se les escapó a los hombres más sabios del mundo en 1761, 1769 y 1874. Es 1884 y los dos Bulnes podrían armar el último rompecabezas que interesó a la comunidad científica mundial y al presidente Lerdo de Tejada. Pero ahora las personas se preocupan por sobrevivir a los maremotos, a los tifones, al hambre, a la sequía y a la locura. No entienden que la Muerte ha sido asesinada. Bulnes piensa en el otro Bulnes y empuña la espada abandonada por aquel niño que vio mientras subía la colina. El tránsito de Venus termina. El rostro del Sol se libera del extraño lunar móvil. Bulnes decide que será su gemelo de algún otro universo, y no él, quien atraviese su vientre a filo de espada, para después realizar un corte transversal que acabará con su capacidad para digerir la vida. Mientras el otro Bulnes hace haraquiri, sin el honor de los testigos, él bajará de la azotea, mirará una vez más al Sol, y descenderá la colina del Bluff, rumbo a la calle donde vio a una mujer bañándose. Caminará los restos de los caminos de Yokohama como un tigre cansado de tener cara de hombre. No se sorprenderá de hallar la ciudad vacía. Se permitirá pensar un par de veces en las pirámides de Teotihuacán sumergidas bajo el océano. Cavila que cuando se halle frente a frente con alguien de su especie le contará, con la mirada y unos labios apenas abiertos, la historia de un hombre de ciencia que camina y camina y camina en el momento justo cuando los océanos devoran otro continente. 4. “Se diría que temerosa del abismo, se adhiere por instinto a todas las escabrosidades de las rocas, cual si buscase en ellas mil y mil puntos de apoyo para no caer”. Francisco Díaz Covarrubias, Viaje de la Comisión Astronómica Mexicana al Japón para observar el tránsito del planeta Venus por el disco del Sol el 8 de diciembre de 1874 (Ciudad de México: Imprenta Políglota de C. Ramiro y Ponce de León, 1876).


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C uento nayarita de la última década (2011-2021)

sería posible calcular con exactitud el paralaje solar, ese dato escurridizo que se les escapó a los hombres más sabios del mundo en 1761, 1769 y 1874. Es 1884 y los dos Bulnes podrían armar el último rompecabezas que interesó a la comunidad científica mundial y al presidente Lerdo de Tejada. Pero ahora las personas se preocupan por sobrevivir a los maremotos, a los tifones, al hambre, a la sequía y a la locura. No entienden que la Muerte ha sido asesinada. Bulnes piensa en el otro Bulnes y empuña la espada abandonada por aquel niño que vio mientras subía la colina. El tránsito de Venus termina. El rostro del Sol se libera del extraño lunar móvil. Bulnes decide que será su gemelo de algún otro universo, y no él, quien atraviese su vientre a filo de espada, para después realizar un corte transversal que acabará con su capacidad para digerir la vida. Mientras el otro Bulnes hace haraquiri, sin el honor de los testigos, él bajará de la azotea, mirará una vez más al Sol, y descenderá la colina del Bluff, rumbo a la calle donde vio a una mujer bañándose. Caminará los restos de los caminos de Yokohama como un tigre cansado de tener cara de hombre. No se sorprenderá de hallar la ciudad vacía. Se permitirá pensar un par de veces en las pirámides de Teotihuacán sumergidas bajo el océano. Cavila que cuando se halle frente a frente con alguien de su especie le contará, con la mirada y unos labios apenas abiertos, la historia de un hombre de ciencia que camina y camina y camina en el momento justo cuando los océanos devoran otro continente.

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Bulnes (de pie a la derecha) y la Comisión Astronómica Mexicana


Narrador, investigador, académico e historiador. Doctor en Historiografía por la Universidad Autónoma Metropolitana uam. Imparte cátedra en la Universidad de Guadalajara udg. Autor de más de cinco libros de narrativa. Colaborador del blog literario Tierra Adentro. Sus textos forman parte de antologías colectivas. Ha ganado diversos premios literarios, entre ellos el Premio Nacional de Poesía Amado Nervo 2005; el Premio de Ensayo Literario Agustín Yáñez 2005; el Premio Julio Verne 2007 y 2009; y el Premio Nacional de Cuento José Agustín. Fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes fonca 2010.

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(Tepic, 1981)

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Rafael Villegas

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Bastardos sin gloria

Cine|

Casi siempre, al discutir sobre Tarantino, es empantanarse en una discusión polarizada entre quienes lo aman o quienes lo odian. El oriundo de Jacksonville, Tennessee, a punta de golpes, balas y mucha, pero mucha sangre, ha fomentado y propiciado esas acaloradas discusiones. En lo personal, cuando me enfrasco en dichas discusiones, prefiero contemplar y percibir lo que realmente nos ha brindado Tarantino desde el inicio de su carrera cinematográfica: Ser el espectador de una historia que parece absurda pero resulta maravillosa por lo bien contada que está.

Bastados sin gloria

Joaquín Mireles

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Hasta el momento que escribo esto sigo pensando lo mismo: «Bastardos sin gloria» es la mejor película de Tarantino. Quiero aclarar, que no es mi favorita del susodicho, ya que, aprovechando el espacio, considero que si se quiere sintetizar todo lo que es Tarantino, basta con que mires «Perros de Reserva», mi favorita sin dudas. Volviendo al tema, «Bastardos sin gloria» es la mejor película por diversos factores, y antes de mencionar dichos factores, quiero dejar en claro que no soy ningún experto en cine, y que no tengo ninguna credencial que me autorice hablar sobre cuestiones técnicas relacionadas al mundo cinematográfico, mi poca autoridad tan solo proviene de alguien que disfruta de ver el cine tanto como lo puede ser cualquier actividad que genere un placer apasionante. Bastardos sin gloria, es perfecta en muchos aspectos, el casting, el maquillaje y vestuario, la ambientación, el desarrollo de personajes y la forma en que transitan a través de sus emociones es realmente perfecta. Si bien, es una historia ficticia que se desarrolla en plena segunda guerra mundial (algo completamente original –guiño-), en una

cinta que en ningún momento se aleja de su contexto: La Francia ocupada por los Nazis. Es también importante mencionar que es de las pocas películas que tienen la capacidad de contarte una subtrama dentro de una trama principal, donde la trama principal circunda en la «Operación Kino» y todos los personajes que se desarrollan dentro de ella y que ocupa la mayoría de la cinta, mientras que al mismo tiempo se desarrolla la tragedia romántica del Soldado Zoller y Emmanuelle Mimieux (Shoshanna Dreyfus), lo cual me parece fenomenal, pero que no es una sorpresa dado el estilo de Tarantino de contarnos historias dentro de otras historias, pero esta tragedia es tan sutil, poderosa y fascinante que atrapa desde el principio hasta el final. No obstante, y considero necesario hablar de esto, existe y subsiste en ambas tramas, el hilo conductor y al que considero el mejor personaje creado por Tarantino: Hans Landa. Vaya, no podría terminar de decir lo impresionante y fascinante que es este personaje y obviamente, el actor que lo encarnó, pero eso, lo dejaré para después, solo puedo decirles que es el mejor villano que he visto en todas las películas que he visto.


Bastados sin gloria

ambiente social y cultural de una parte importante de la historia de la humanidad, tienes que ver «Bastardos sin gloria», dale un chance a Quentin Tarantino, si, está medio loco el señor, sí, pero también, estarás viendo una pieza magnánima de genialidad, amor, pasión y una excelente producción cinematográfica que te dejará con un buen sabor de boca, y además, grabada en formato clásico a cintas de 8 mm, si, así de mamador es el señor, pero vale toda la pena.

Cine|

En fin, todo ha sido miel sobre hojuelas al hablar sobre «Bastardos sin gloria», y la verdad es que así lo es. ¿Qué sentido tiene escribir algo sin encontrar y mencionar sus puntos débiles o flaquezas? Pues, tiene todo el sentido, no soy un crítico de cine especializado, lo mencioné al principio de este escrito. Solo aprovecho para incentivar y alentar a apreciar el cine de Tarantino más allá de los discursos polarizados que se han construido en torno a su figura. Que si es un maestro del plagio, que su estilo no es nada original, que si el señor no sabe más que copiar y pegar, y demás sarta de estupideces que dicen aquellos que se colocan la bandera e investidura de «críticos de cine» que estoy seguro que el 85% de esas personas jamás han tenido contacto con la industria y su forma de producción (me incluyo). El señor Tarantino tiene un logro muy importante en la historia del cine: Nos ha puesto en bandeja de plata, desmenuzado y cocinado con la mejor calidad el platillo llamado cine. Su forma de contarnos historias, de enmarcarnos referencias, de colocar la música, vaya otro tema que definitivamente merece un escrito propio, es única, es una perfecta introducción para los que se jacten de apreciar el cine como una pasión y que pudimos encontrar a través de las historias que nos cuenta Tarantino, una tonelada de películas, directores e historias infinitas que bajo su estilo, paranoia y sobre todo, sus fetiches, el señor Tarantino nos ha compartido su amor por el cine y de paso, nos ha despertado ese amor a los que encontramos nuestras más altas o bajas satisfacciones en el séptimo arte. Si tú quieres ver una película donde se desarrolla una historia ficticia en plena segunda guerra mundial y además, te gustaría cagarte de risa un rato, mantenerte al filo de tu sillón y además de todo, quieres visualizar el

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Camila Sosa Villada y «Las Malas»: la crudeza narrativa del mundo prostibular-travesti Tomás Noches Vera

huellas imborrables e irreversibles tras una infancia de vulneraciones y abusos de toda índole. Huellas que marcarán una forma de vida, de enojo constante y frialdad doliente, donde el vender el cuerpo para poder sobrevivir en un entorno adverso y violento se hará parte de una rutina, cuyo fin se dará -casi siempre- con la muerte.

Reseña Literaria|

Existen

Camila Sosa Villada y

Las Malas

«El deseo de morir viene de muy niño, un prematuro fantasma del suicidio con el que me entiendo desde pequeño. Sé que está ahí, lo identifico con claridad, lo distingo de entre todos los deseos posibles, aún sin saber que me libraré de él al convertirme en travesti, que, contrario a lo anunciado, la salvación serán un par de tacos y un lápiz de labio color rosa viejo. Pasaré muchas noches reza que te reza, para que al despertar la vida sea otra, para que mañana sea diferente.»

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Camila Sosa Villada, en la novela «Las Malas», nos introduce en un espacio de comercio sexual cargado de inseguridades y de violencia, un ambiente oscuro y oculto que va rasgando la vida de las protagonistas: un grupo de travestis cuyo destino será la enfermedad y con ella la muerte paulatina de sus cuerpos maltrechos y de sus emociones tempranamente fracturadas por el desprecio familiar y social.

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En la obra, todo inicia en el Parque Sarmiento de Córdoba, espacio donde se dan los encuentros laborales con clientes que representan todos los rostros de la masculinidad tóxica y, en raras ocasiones, una masculinidad cómplice y comprensiva hacia este grupo de travestis que se gana las migajas de vida ofreciendo sus servicios. El parque es el espacio donde, dentro de toda esa oscuridad llena de riesgos, ofrece una pequeña luz de inocencia que fue abandonado en una canaleta y que es encontrado por la Tía Encarna, la madre protectora y vieja del grupo, que decide adoptar y proteger a ese bebé abandonado, porque no podría ser de otra forma: quien conoce de abandono y de

desprotección no tiene otra alternativa que cuidar de quienes padecen ese mismo sentimiento y desprecio social. Pero ese bebé solo sobrevivirá en este entorno si se hace un pacto de silencio entre todas, porque como dice la protagonista «La infancia y las travestis son incompatibles. La imagen de una travesti con un niño en brazos es pecado para esa gentuza. Los idiotas dirán que es mejor ocultarlas de sus hijos, que no vean hasta qué punto puede degenerarse un ser humano». Y esa incompatibilidad de la infancia con los travestis también se hace extensiva a cualquiera que forme parte de las disidencias sexuales, por algo el tema de la adopción homoparental genera rechazo y cuestionamiento constante. Desde este instante, la obra gira en torno a los recuerdos que surgen de la infancia de la protagonista, una infancia donde existe el padre alcohólico, abusivo y violento, donde hay una madre sometida y acostumbrada al desprecio del marido y en donde el amor y la protección no existen. Todos los recuerdos nos llevan a ese entorno de peligro y soledad, en donde desde temprana edad, la protagonista se aventura a vestirse de mujer


en un pueblo extremadamente machista y discriminador, donde su sexualidad la llevará a tener su primera experiencia sexual a los 9 años, mientras vendía helados, cuando un sujeto le incita a tocar su sexo. Estas primeras exploraciones sexuales se dan bajo contexto de abusos y amenazas, incluso por parte de una autoridad que debiese proteger a menores vulnerados. Pero el trabajo infantil es necesario y digno cuando se es pobre; es el único camino para obtener algo de lo que la vida insiste en privarte. Aunque existan defensores de los derechos de la infancia, los derechos no llenan el estómago, no protegen de las discriminaciones y los abusos, para los travestis y las disidencias son letra muerta.

Camila Sosa Villada y Reseña Literaria|

Pero ese abandono y desprotección son reemplazados por la comprensión y resguardo que la protagonista descubre al iniciar su vida travestí en la Plaza Sarmiento, cuando por primera vez, y llena de temores, se acerca al mundo del comercio sexual. Tía Encarna cumple ese rol de madre no solo con ellas, sino que también con el pequeño abandonado cuyo nombre, «El Brillo de los ojos», simboliza precisamente ese brillo de alegría e inocencia que muchas de sus compañeras, e incluso ella misma, carecieron durante toda su vida. Además, este inicio de la vida como prostituta y travesti, nos llevará a muchos relatos de

Las Malas

Esto es lo que se expone en la narrativa de Camila, una infancia de llanto y abandono «A los cuatro, a los seis, a los diez años, yo lloraba de miedo. Había aprendido a llorar en silencio. En mi casa y con un padre como el mío, estaba prohibido llorar... ¿Cómo no llorar con un padre que bebía más allá del límite? ¿Qué otra cosa podía hacer más que aprender a llorar? Su violencia después del alcohol me aterraba.»

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compañeras de trabajo, donde el desamor, la enfermedad, la violencia y las drogas no están ausentes, pero también nos conduce a una narrativa donde lo fantástico se encuentra presente a través del Teriomorfismo de personajes como María o Natali, cuyas transformaciones simbolizan los deseos de libertad y el instinto salvaje de sobrevivir en un espacio cada vez más peligroso y violento. Estos lazos se irán perdiendo a medida que avanza la historia, pues el espacio de reunión y de trabajo sufrirá cambios irreversibles.

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Podría decir muchas cosas de la novela, pero me es imposible transmitir ese vaivén de emociones en las que te sumerge el relato crudo y revelador de «Las Malas», esas malas que son víctimas de las circunstancias, que son catalogadas bajo esa nube de maldad por una sociedad hipócrita, discriminadora y asfixiante, una sociedad que se convierte en el verdugo de las disidencias y de la cual solo se puede escapar representando un rol secundario, silencioso y falso que termina por dañar de manera irreparable la existencia de muches. Ese tránsito de identidad que va de Cristián a Camila estará lleno de dificultades y riesgos, pero es un sendero que solo se puede transitar si se tiene la capacidad de manejar cada una de las circunstancias adversas que se presenten... y la protagonista, cercana a los 22 años de edad, ha aprendido de la manera menos grata a caminar por esos senderos.



Ana de Gómez Mayorga: Nostalgia de lo recóndito Gabriela Andrade Lucero

Se le llegó a comparar con Gabriela Mistral en el Cono Sur,

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sin embargo, en México su nombre resulta desconocido, como si nunca hubiera sido publicada o fuera ella misma un personaje de sus propios cuentos. Pero hay razones. Durante la primera mitad del siglo XX, la literatura fantástica fue vista con desconfianza, como si se tratara de algo banal que sólo buscaba evadir a los lectores, por lo que se le dejó de lado. Tal es el caso de Ana de Gómez Mayorga, que además de escribir literatura fantástica era mujer, lo cual siempre quita puntos a la hora de escribir.

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Así, durante la época posrevolucionaria, surge esta escritura cuyo eje central es el cuestionamiento de la «razón», término puesto entre comillas innumerables veces en la época actual, pero que en su momento representaba la herramienta principal por la que la humanidad había de alcanzar el progreso y la realización. Por lo cual en la época se favoreció el realismo sobre la literatura fantástica y este tipo de textos fueron dejados al margen (otro ejemplo de ello fue Francisco Tario, que actualmente se está reivindicando, pero en su momento nadie mencionaba como parte del canon). Una vez aclarado el punto de por qué nunca hemos escuchado de esta autora, a pesar de que escribió en los años cuarenta, podemos pasar cómodamente a hablar sobre su obra.


Sin embargo, eso no es suficiente para

En sus textos encontramos que resuena una tradición gótica, elementos de fantasía y el surrealismo, que en conjunto entretejen relatos aparentemente simples, pero que en el fondo guardan una crítica a la racionalidad. Un ejemplo de ello lo podemos encontrar en su cuento «La fuga», donde la autora hace referencia al cuadro de Magritte para hablar de cómo, después de buscar desesperadamente a su compañera, únicamente encuentra en los espejos su reflejo. En Nostalgia de lo recóndito, nos encontramos con una escritora de gran calibre que transforma a sus personajes de elegantes pasajeros de primera clase, en

Ana Gómez Mayorga: Nostalgia de los recóndito

En su libro, Nostalgia de lo recóndito, lo cotidiano es invadido (sin saberse nunca cómo) por lo otro, lo imposible, lo incomprensible. Dejando desamparados a los personajes. En ese sentido, cabe recordar que Piglia siempre decía que un cuento en realidad conlleva dos historias, en este caso, la primera historia siempre es una situación absolutamente común: ir en un tren, pasear por el centro, desear comprar una casa. Y la segunda historia, es la incomprensible: cambiar a un lugar desconocido, acabar atrapada en una casona eternamente, la desaparición de un ser querido.

convencernos de leer a la autora. Porque sí, los temas son bueno, pero ¿están bien planteados? La respuesta es simple: la pluma de Ana de Gómez Mayorga goza de una bellísima claridad y se aleja de los barroquismos, para dar vida a escenarios descritos con una hermosura y detalle que hacen al lector creer lo que está presenciando sin preguntarse de si aquello es posible.

Reseña Literaria|

Los cuentos de Ana de Gómez Mayorga tienen, como la buena literatura fantástica, un núcleo de rebeldía y cuestionamiento. En este caso, un rebelarse contra el espacio y el tiempo. Pues en sus textos, los personajes se ven arrojados de las fronteras de un espacio a otro, de un tiempo a otro, sin que tengan muchas posibilidades de entender lo que sucede. La cotidianeidad se fractura para dar paso a lo fantástico.

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vagabundos, como se observa en «El viaje» (relato llevado en primera persona que nos habla de apariciones fantasmales cambiando la vida de los pasajeros). Dando su vida un vuelco de ciento ochenta grados, y dejándonos ver la fragilidad de nuestra cotidianeidad. Un día deseamos una casa, y al siguiente podemos ser atrapados eternamente en su interior, como el personaje de «La casa».

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Por lo que, si deseas leer a una autora de literatura fantástica y disfrutar de una narrativa bien pulida y cuidada, no queda más que decirte que busques a Ana de Gómez Mayorga. Porque en sus textos, injustamente olvidados, podemos encontrar historias de una gran calidad que nos harán preguntarnos sobre la fragilidad de aquello que llamamos «cotidiano».

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Ludica del collage Liliana Ruiz Gómez Entrevista

por Sergio H. García

Cuando conocí a Liliana fue durante un taller que

¿Cuál fue tu primer acercamiento a las artes plásticas?

realizábamos junto a otros amigos escritores en el

plástica y cuando, a través de redes sociales como Instagram, comenzó a difundir su obra, quedé totalmente maravillado. La forma cómo interpreta la realidad a través del collage y cómo combina las técnicas más cercanas a la tradición y las junta con otras mucho más cotidianas, como lo es el uso de hilo y la gama de colores pastel sobre los grises, me parece totalmente única y una propuesta muy muy fresca. Pasaron meses para tener a Liliana dándole luz y aires frescos a Poetómanos y ahora que está aquí, no puedo más que sentirme orgulloso y maravillado con su hermoso trabajo. Muchas Gracias, Liliana. Sergio H. García

¿Cómo podrías de nir el tipo de collage que haces? El tipo de collage que hago es collage con técnica mixta ya que no sólo utilizo recortes si no otros elementos que me encuentro en mi vida diaria. ¿De dónde viene la idea de hacer collage? La idea de hacer collage vino de un muy breve acercamiento a él en universidad. De ahí me quedó la espinita y fue varios años después que me animé a comprar revistas y desde entonces no he soltado la técnica.

Liliana Ruiz Gómez

entonces yo no conocía su faceta como artista

Creo que nos tocó vivir en una época de culto a la imagen, tanto en Internet como en redes sociales, estamos impregnados de imágenes que van y vienen, incluso nuestro cuerpo está atravesado por el culto a la imagen y aunque ese es otro tema, creo que para mí es difícil decir dónde o cómo empezó mi acercamiento a la plástica. Yo diría que fue al descubrir en Internet artistas de talla mundial como Dalí, Remedios Varo, o Picasso, entre otros. Ahí empieza el despertar de la curiosidad plástica pero ciertamente mi acercamiento más cabal a la plástica se ha dado a través del reconocimiento de artistas del collage propiamente. En mi quehacer me he encontrado con artistas contemporáneos que hacen cosas maravillosas y creo que ahí empieza mi gusto por la plástica.

E ntrevista|

café-galería Néctar Negro, de la ciudad de Tepic. En el

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En tus collage los rostros y los cuerpos se parten y de ellos salen colores, rayos y brillos ¿Tiene algún fundamento losó co u ontológico? La esencia de mi trabajo es el juego. Me gusta jugar con los rostros, los cuerpos, el tacto, las miradas etc, así que yo diría que el fundamento losó co (si se me permite llamarlo así) es lo lúdico y, desde luego, la composición armónica de elementos.

¿Dónde se pueden comprar tus obras? Mis obras se pueden conseguir conmigo, y mi galería está en mi cuenta de instagram: @lilianaruiz.collage

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Tu estilo es muy característico ¿qué técnicas utilizas?

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He trabajado con varias técnicas y elementos como la acuarela, el hilo, la naturaleza muerta; y he trabajado con elementos como el plástico, el gis, el algodón, etc. ¿Practicas otro tipo de disciplina artística además de la plástica? También soy cuentista

Liliana Ruiz Gómez


Galería:

Galería|

Liliana Ruíz Gómez

Liliana Ruíz Gómez

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Perspectiva Collage / Técnica mixta

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Liliana Ruíz Gómez Galería|

Fishing Dream Collage / Técnica mixta

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La Incertidumbre Collage / Técnica mixta

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Liliana Ruíz Gómez Galería|

Disección Collage / Técnica mixta

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Forest Collage / Técnica mixta


Todos los hombres, el hombre Collage / Técnica mixta

Galería|

Liliana Ruíz Gómez

Pink Smoke Collage / Técnica mixta

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Lilith Collage / Técnica mixta

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Rostros Collage / Técnica mixta

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POESÍA


Prisioneros Rolando Reyes López

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Esta vida será otra después del año 2020,

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los rostros serán otros, el tiempo, la risa, la vejez, las pretensiones, los estados de conciencia el concepto de cotidianeidad, el concepto de distancia... los conceptos de ausencia y realidad. El universo retrocedió, hoy supe que hay nombres que ya no existen; esos nombres no pertenecen a los soldados de la guerra, a presidentes ni vicepresidentes. No son de primeras damas, Ellos no murieron de esta enfermedad silenciosa; hablo de los nombres de personas que amé... y me amaron: enfermeras y doctores, recepcionistas, laboratoristas, médicos forenses, choferes de ambulancia, bibliotecarias, voluntarios de la Armada, camilleros.


Esas personas están lejos, muy lejos, la muerte me las arrebató. Esta vida perdió sus puntos cardinales; cayó en un silencio aterrador y enfermizo, está triste, demasiados gritos de agonía rompieron su quietud. Me duele este silencio inmortal, las ciudades lloran sus lágrimas y la carencia de aromas extrañan la suela de zapatos, los cuerpos de los enamorados en el parque, los boulevares con hombres y mujeres.

Un poeta dijo algo sobre los símbolos, solo los náufragos aceptaron enfrentar esas palabras; el ayer no será más el ayer de mis padres y abuelos,

Selección Poetómanos|

Me duele la sonrisa que se disuelve en la pantalla de mi móvil, ahora es un recuerdo que se reclina sobre el vidrio y no llega a la cama para vivir conmigo dentro de esta casa; ahora, todo, es una verdadera distancia que desvergonzadamente me roba la dignidad.

Poesía

Una eternidad de muerte disfrazada de Covid escala hasta las azoteas, vierte el tiempo para la nostalgia y regresa a su antiguo e infinito universo del dolor.

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ya el mañana es el hoy a partir de hoy, hasta la felicidad no será quererla o tenerla. Quizás el fuego tras una caricia sea un poema que se eleva desde el pecho y no desde los preciados días del pasado. La vida tiene hambre, el rayo de alegría en mi corazón se está apagando; la sonrisa de mis ojos observa en silencio la insuficiente luz del sol. No hay gritos esta vez, solo olas de dolor cruzando el mar y los océanos, vidas somnolientas contemplando la faz gris del horizonte, soledades asomadas sobre mis versos.

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Necesito que regresen todos, no consigo entender esta música sin el tono dulce de sus cuerpos, mi fuego es un charco de sangre sobre la lluvia convertida en muerte; el majestuoso eclipse del horror se vuelca sobre el espacio y el tiempo hasta desembocar en ese poeta desesperado.

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Esta vida será otra para el atardecer que se acepta desde la oscuridad o la penumbra. Y mientras las longitudes del tiempo se extienden sobre el hombre todo y rearma otra perenne realidad, un nuevo día a día, otro sabor para las lágrimas, otro contrapeso para la injusticia, yo sigo aquí, esperando respuestas.


Convexo Alexa Vázquez

Selección Poetómanos|

en tu pecho entiérrame, fuente convexa donde la vida converge; núcleo, nudo, catarsis de mi alma; a mis ojos, centro, y amanecer a mis manos. Entiérrame, que ahí el paraíso comienza con el deceso de mis besos.

Poesía

Entiérrame, mujer,

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Salmo 20.21 Henry Farfán Vásquez

Bienaventurado el hombre que no tiene Partido ni tiene que asistir (obligado) a tirar aplausos ni maquillar las mentiras de sus candidatos ni bajar la mirada frente a sus hijos. Bienaventurado el hombre que no se vende por un topper de comida ni se vacuna primero por ser militante. Bienaventurado el hombre que no ve noticieros, ni lee pasquines de prostiprensa ni cree en las sonrisas de políticos.

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Bienaventurado el Adán que sale del paraíso.

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Poema XIII Ricardo Hernández

Hay un arco tendido que hace viajar la flecha de tu voz. Nicolás Guillen. A su cadera son sus pasos que se estrellan un andar de precipicios evacuados, y son aquellos ahí, en el torrente circular la furia desatendida del aliento en pausa garganta originaria de mil desvelos.

Entonces tu andar erosiona en una voz de queja del azulejo doliente, en tu contradictorio paso que termina: cuando su planta toda es armonía en la sincronía con sus piernas de estruendosa cascada sobre un mismo eje circular.

Selección Poetómanos|

Entonces tu andar erosiona, Matilde, la breve estancia migratoria de tu risa de cántaro y tu mirada de tormenta repentina.

Poesía

cuando su cuerpo cae y el suelo se entorpece ya en el canto sorprendido de sus muslos de sus centros al absurdo de sus plantas, de su instaurado andar cadencial brotan gaviotas sorprendidas en el vuelo, en el cemento ofuscado por sus pasos.

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Incuestionable José Luis Machado

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Hoy la palabra

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gritará como recién nacido en un milenio oscuro malvado infinito de agonía o de espera, o muerte. Gritará. Ya está gritando tallada en el aire llenará el vacío de lo que fue oprimido y silenciado. Y más allá de lo escrito de los poemas, los libros, este grito, cicatriz abierta, grabado en la piel del tiempo, imborrable, perdurará en el cielo, también. Incuestionable.


Conexión atemporal energética Dante Vázquez M.

Anoche soñé contigo, querida Conejo, olías a rosas blancas, cerezas y jazmín; abriste tus piernas con la ternura salvaje de una mariposa y me invitaste a entrar en ti, y te aferraste a mí con la elegancia asesina de una mantis religiosa.

Selección Poetómanos|

hijo del Sol y de la Luna. Mis palabras son lenguaje de una estrella f u g a z , el aire que se desliza bajo la puerta de tu habitación y te acaricia con el suave tacto del silencio, el agua que viste de besos cada centímetro de tu cuerpo cada vez que te desnudas el alma bajo una lluvia de hormigas líquidas; el fuego que muerde y moja delicado tus senos, tus labios, pliegues húmedos de dulce almíbar; la tierra que vuelta polvo saborea cada uno de tus pasos y lame discreto tu piel. Sé para hacer y comunicar. La imaginación es un anclaje al mundo, vínculo sensorial de la vida.

Poesía

Soy el guardián del Castillo de las Moscas Astrales,

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Tus gemidos y suspiros tintineantes arrullaron, a ritmo de tus caderas, al toro rojo jadeante y desbocado dentro de mi pecho. El sabor de tu saliva y sudor trajo a mi paladar el recuerdo agridulce de un río transparente. Eyaculé en tu pubis y en tu vientre, y palpé con mi boca la tuya y tu frente y tus ojos. La imaginación posibilita la construcción del redescubrimiento de uno mismo, y de otra realidad. Tengo la voz de yo no soy tú, pero tú eres yo; la respuesta al quién, al dónde y al cuándo.

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Cada sueño tiene su propio camino hacia la realidad. La vida y la muerte siempre van de la mano, en el misterio de un eclipse, en mi nombre: Dantlejuice.

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Si las palabras no bastan, añade acciones. No importa qué palabras o acciones uses, únelas como si fueran puntos y da tu respuesta. Si no puedes resumirlo, usa todas las palabras que quieras. Un te amo puede expresarse de distintas maneras.


Esta noche la Noche no me aplasta José Antonio de Alba Yolimea

Esta noche la Noche no me aplasta Esta vez la bebida no me bebe Ni la ceniza, ni el humo, ni la copa Nada puede poseerme

Selección Poetómanos|

Hui del poema rumbo a la pira Donde arde el poema que fue la noche La bebida, la ceniza, el humo Y el tiempo que es renuncia. *** Está bien, lo sé y lo sabes Qué pueden hacer mis palabras Que se desmoronan ante ti

Poesía

Son las diez en el reloj Las estrellas se disipan entre nimbos A la mesa unas cuantas sillas La página ya no yace en simple blanco Un yo se escribe terriblemente Contra la ausencia de mi propia ausencia Estoy en el poema Me levanté de la mesa y me fui Por eso ya nada puede aplastarme Nadie puede poseerme

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Cuánta podredumbre puede brotar De estas indolentes manos Que trazan símbolos que jamás e clipsaran Lo que mis ojos en ti contemplan No hay horizonte a donde cabalgar Mi sombrero vaquero no tiene cabida En esta película western de ranger olvidado Mis camellos no me encontraran desierto Nunca Ni lámpara ni genio ni Jazmín Mas no moriré de sed Porque tú eres un oasis aeternum No obstante algo sí te digo Tú eres el fin de todos los poemas

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Falso profeta Juan Manuel Labarthe

Selección Poetómanos|

El hombre aborrecible improvisó una tribuna sobre un huacal de madera y con fiero arrebato, como si en cada palabra se le fuera la vida comenzó a clamar enloquecido: «Miradme que ninguna mentira sale de mi boca escuchad y abrid las puertas del corazón, de cierto digo que el fin de los tiempos se acerca, que si creéis en ello vuestra salvación encontrará refugio». El hombre enumeró al detalle terribles cataclismos por venir, enfermedades malignas, muerte, llanto, hambre. “Más esto es nada comparado con las penas infernales, ahí donde el fuego no puede ser apagado, y las lenguas azufrosas torturan el cuerpo, y el dolor ciego destruye el alma”. Los ojos le llameaban, las venas del cuello parecían a punto de saltar.

Poesía

«Venid a mí, abrigaos bajo mi sombra en mis palabras encontraréis cobijo». El falso profeta se apareció un día predicando en el mercado, vestía una gabardina raída, pantalones desastrados, una bufanda mugrosa le daba tres vueltas al cuello, calzaba zapatos rotos, gastados y sucios, de su cabeza brotaban escasos mechones de cabello grasiento, de su rostro una barba de nieve enlodada, tenía el semblante hosco, el gesto amargo, la sonrisa coagulada.

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«Más para los justos habrá consuelo, por sus obras buenas el alma cumplirá sus antojos, allá en el cielo donde hay cánticos, alabanzas y el corazón goza, y hay abundancia de todas las cosas. No desesperen porque justo en la hora más negra, cuando no quede ya ninguna esperanza, el cielo se abrirá y como águilas descenderán sobre la faz de la tierra seres de luz y de justicia que traerán ríos caudalosos de grandes bienes. Temblarán las naciones pues terrible mal recibirán los que hicieron de los placeres del mundo la herencia de sus hijos, rechinaran sus dientes cuando restalle el áspero látigo sobre sus espaldas y en un mortal silbido la espada surque el aire y rueden una a una las cabezas.» De nada nimio habló el profeta sobre aquella humilde caja, solo de grandes hechos, venturosos o terribles. Apenas fue escuchado, más fuerte era el ruido del mercado, más importante la cháchara constante el trasiego comercial en los puestos de la fruta, la carne y las verduras. A veces algún curioso se detenía un momento, lo escuchaba, lo miraba como cosa rara y seguía su camino, o se le acercaba un pregonero errante, o un perro olisqueando en la basura. El falso profeta sentía gran hambre, tenía la garganta seca los pies cansados apenas podían sostenerlo mas no cejaba, con gran ímpetu repetía una y otra vez las mismas cosas. Y los perros lo lamían.

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Al día siguiente encontraron muerto al falso profeta, en estado de ebriedad se había ahogado con sus propios fluidos. «Venid a mí, abrigaos bajo mi sombra en mis palabras encontraréis cobijo» alguien dijo imitándolo, y los otros reían.


El barco de los

bucaneros

Enrique Carstens

El barco de los bucaneros Es una artística botella De madera noble, Son mil años de aventuras En la fortaleza del roble.

La cofa encima de las velas se remonta Meciéndose al aire en su cuna heroica Ayer cobijó al temido Pedro Pata de Palo, Hoy espera al indomable Manuel Garfio, Mañana será el déspota Pancho Tuerto.

Selección Poetómanos|

La cubierta con su proa de sirena, La popa llena de gruesos encordados. A los lados con cañones redondeados Estruendosos, belicosos, bien calibrados; Navega el hermoso delfín sobre un azul intenso.

Poesía

Se alzan dos mástiles erguidos: Son dos idénticos gigantes, Que traviesos revolotean al viento Vestidos en sus túnicas blancas: No se calman hasta llegar al puerto.

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Bajando al interior de la nave por escaleras angostas Se encuentran cuartos por un pasillo atravesados Están llenos de joyas y monedas de oro y plata Rubíes, perlas cultivadas y pulseras de escarlata Son siglos de peleas, y de naufragios, y de odiseas. Galeón pirata que vuela sobre crestas de espuma Asciende veloz y desciende en estilo refinado De rápido delfín a joven sirena se transforma: Bailarina que danza en toda su majestad, Melodía serena después de la tempestad.

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Es el barco misterioso del navegante libre Es un barco de piratas de grueso calibre; No te subas, ni te embarques Si no tienes alma de aventura, Es un barco de guerreros de gran estatura.

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Parece tan largo Lizzie Castro

Lo recorro reposando mi manita sobre la pared fría lisa las baldosas son desiguales camino lento siento el trayecto en mis deditos evado las líneas y el miedo contando

Selección Poetómanos|

De nuevo estoy parada al extremo del pasillo que ya no es tan largo son las mismas baldosas sigo esquivando sus líneas no puedo evitarlo adhiero mi mano sobre el muro tibio texturizado vuelvo a caminar el miedo continúa c uento los pasos ahora son sólo 10 de unos pies de 38 años.

Poesía

son sólo 30 pasos de unos pies de 6 años.



Violencia de género en la mitología grecorromana Aída López

Ensayo|

sexual al punto que podríamos considerar casi imposible que pudiera existir sin esta. Violaciones, incestos, castraciones, asesinatos, suicidios, adulterios, parricidios y todo un abanico de trasgresiones conforman la historia de estas dos culturas en donde el apareo entre dioses y mortales, consensuados o violentados, forjaron la historia de la humanidad. El sometimiento de las mujeres en la cultura grecorromana fue una práctica habitual al considerarse a estas incapaces de controlar sus pasiones. La masculinidad se evidenciaba a través de la dominación femenina, no hacerlo significaba perderla, algo inaceptable en una cultura que necesitaba de la guerra para extenderse y consolidarse.

violencia de género en la mitología grecorromana

La mitología griega y romana contiene una fuerte carga

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Según la mitología la fundación de Roma fue gracias a la intervención de Vesta, la diosa del hogar, ante el rey Amulio, para que no asesinara a su sobrina, la Virgen Vestal Rea Silvia, ya que producto de una violación del dios Marte, estaba embarazada de los gemelos Rómulo y Remo fundadores de Roma. El rey mandó a enterrar viva a Rea y arrojó al Tíber a sus hijos. La violación de Lucrecia, arquetipo de la castidad, por parte del primo de su esposo, Sexto Tarquino, hijo de Lucio Tarquino el Soberbio, dio fin al régimen monárquico a un sistema consular, después del suicidio de esta clavándose un puñal en el pecho por la deshonra. El arte se ha inspirado en las narraciones mitológicas y en la pintura podemos encontrar representados los momentos que han marcado la historia desde tiempos remotos. La afrenta sexual a Lucrecia quedó plasmada en la obra Tiziano. Más adelante Rómulo sería quien organizaría juegos deportivos en honor a Neptuno para hacerse de mujeres, ya que había escases. Los de la Sabinia fueron con sus esposas, estas fueron raptadas en medio

del espectáculo por los romanos para hacerlas sus mujeres. La condición de las sabinas fue la de gobernar el hogar haciéndose cargo únicamente del hilado. En la unión entre los titanes Urano (cielo) y Gea (tierra), siendo que esta última lo concibió, remitimos el primer incesto de la humanidad, volviéndose natural de aquí en adelante la unión entre padres e hijos y entre hermanos como la de Rea y Cronos. Este último castró a su padre Urano a petición de su madre, siendo el hijo más pequeño de la pareja, accedió a la petición de Gea, ya que no dejaba que nacieran sus hijos. Enojada talló una hoz que cortaría los genitales de Urano de donde se formarían dos gigantes. Repitiendo el patrón. Cronos se unió a su hermana Rea, engendrando varios hijos entre ellos Zeus y Hera que a su vez se unieron para procrear. Ambos sobrevivieron al apetito voraz de su padre Cronos, quien sin empacho se los devoraba, ante el temor de ser derrocado por uno de ellos como se lo vaticinó su padre estando herido por él.

Si bien Hera fue el primer amor del


L o s e n r e d o s amorosos no solo sucedían con los dioses importantes, ni quedaban siempre impunes. La metamorfosis también era una salida para las mujeres. A veces estas

recibían valiosos beneficios y presentes a cambio de su virginidad. La ninfa Cloris tras ser violada en un escenario primaveral, por el dios del viento Céfiro, p r e s e n t ó v a r i a s transformaciones comenzando por su nombre al llamarse ahora Flora. Su estatus cambió de ninfa a diosa, de soltera a casada, de t r a n s f o r m a d a a transformadora al volverse dueña de un imperio divino regalado por su ahora esposo. Su intento inicial de e s c a p a r q u e d ó recompensado con paisajes de eterno verde y fuentes de aguas cristalinas. Poseedora del paraíso, desplegó su poder metafórico a través de las flores donde las Gracias acudían a entrelazar coronas en sus cabellos celestes.

violencia de género en la mitología grecorromana

Así también se convirtió en cisne para posarse en Leda casada con el rey Tíndareo, con el pretexto de ser perseguido por un águila. ¿Cómo penetrar en una celda de bronce para poseer al objeto de nuestro deseo? Pues Zeus se convirtió en lluvia de oro para preñar a Dánae, a quien había cerrado su padre por temor a que el hijo de esta un día lo asesinara, según el

oráculo, lo que a la postre se cumplió. La mayoría de las transformaciones eran zoomorfas. Convertido en un blanco toro raptó a la princesa fenicia Europa mientras acariciaba al animal y se montaba en él, situación que aprovechó el dios para nadar hasta la isla de Creta y luego revelar su verdadera identidad. Zeus no tenía inconveniente en transmutarse en mujer si con eso lograría su cometido. Este enamorado de la ninfa Calisto, la más bella, no dudo en volverse la diosa Artemisa y embarazarla. Calisto tenía voto de castidad, ya que era requisito para ser parte del séquito de cazadoras de Artemisa, quien al enterarse del embarazo la echó de su selecto grupo y Zeus para evitar que Hera se enterase, convirtió a Calisto en una osa que Artemisa con su flecha disparó hacia el firmamento convirtiéndola en constelación y al fruto de la seducción también: la Osa Mayor y la Osa Menor.

Ensayo|

apasionado Zeus, no fue la única violada. Este dios fuerte y longevo, enamorado de la belleza femenina, fue capaz de cualquier número de tretas para poseer jóvenes y maduras, vírgenes y casadas con tal de saciar sus instintos. Contaba con el poder para metamorfosearse en lo que fuera necesario, si a la buena no conseguía salirse con la suya. El mortal príncipe troyano Ganimedes, fue su víctima mientras cuidaba un rebaño de ovejas como parte de su educación. Zeus recurrió al rapto trasfigurado en un águila para llevárselo al Olimpo y convertirlo en su erómeno. Adoptar formas animales, de personas o fenómenos meteorológicos, fueron algunos de los ardides del dios más importante del Olimpo, para ejercer su poder.

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nació con un miembro extremadamente grande por maldición de Hera, quien desaprobó la conducta de Afrodita. Lotis estando dormida iba a ser violada pero alcanzó a salvarse convirtiéndose en Flor de Loto.

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En el bosque sagrado romano habitaba la ninfa Cardea con su lanza y red, asediada por dioses y mortales los encaminaba a una cueva y ahí se perdía para liberarse de ellos. El juego no funcionó con el dios de las puertas, Jano, quien tenía dos caras una mirando el pasado y otra el futuro. Esta habilidad le permitió v i o l a r a C a r d e a convirtiéndola en diosa, pagando así su virginidad, otorgándole una varita mágica, para ahuyentar los espíritus. La náyade Lotis fue acosada por el Príapo, dios de la fertilidad, cuyo padre no está claro quién era, ya que su madre Afrodita le fue infiel a Dionisio con Adonis. La desgracia del dios era que

Quizá el mito más inverosímil sea el de Heracles (griego) o Hércules (romano), a quien asociamos con la masculinidad: fuerza y valentía. El semidios, en castigo por un asesinato, fue vendido como esclavo por tres años a la reina Onfalia, viuda y heredera al trono por la muerte de su marido. Hércules enfermó y según el Oráculo de Delfos se curaría hasta después de cumplir su condena, el pago devengado sería entregado a la familia del muerto. Onfalia se la pasaba en la rueca, empoderada y a manera de burla afeminó a Hércules con sus vestidos mientras ella se colocaba la piel del león de Nemea con todo y garrote. La civilidad y las leyes q u e r i g e n l o s comportamientos en la actualidad, hacen impensable que pudieran tolerarse estas formas de conducirse. El abuso de poder de los dioses y héroes en la narrativa y el que

ejercían reyes y gobernantes en la realidad, así como la aceptación de las mujeres jóvenes e indefensas en su mayoría, fue la manera como construyeron la sociedad. La incursión de la religión judeocristiana conformó una red ideológica de valores para la vida personal y social. Las creencias también cambiaron, los dioses olímpicos fueron sustituidos por un solo Dios que marcó un antes y un después en la cultura grecorromana, quedando estas historias fantásticas en lo que hoy denominamos como mitos.


Convocatoria

Se aceptará todo texto escrito en español ya sea inédito o no Envía un texto escrito en Word y puede ser: Poesía Cuento Ensayo Reseña crítica de libros Películas Series Música Artículo de opinión

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