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Domingo 12 de agosto de 2018. La Paz Bolivia.
La FIL ha vuelto | Apóstoles de Santiago Feliú | El antropólogo | Ali Pacha para el mundo | Aroa Moreno de la A a la Z | Blanca Wiethüchter | Días de cine
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Vivir La Paz
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IDENTIKIT / Los pies del abuelo / Satori Gigie
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LIBROS / La FIL ha vuelto / Willy Camacho
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AGENDA LaEscobaEscultural / Claudia Daza
10 MÚSICA / Apóstoles de Santiago
Feliú / Sergio Antezana
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iovanna Rivero, escritora cruceña de alto vuelo internacional, de pluma fina y aguda, nos regala un retazo de su memoria y la nuestra. Y como todo viaje hacia adentro hurga y raspa, y quizás también cosquillee o quizás no, el suyo es el viaje inaugural a la ciudad grande como metáfora del rito de paso hacia esa juventud “a punto de la insolenc ia”, obligada por las circunstancias. Un rito vivido por muchas mujeres adolescentes que durante muchos años y a principios de los 90, como Giovanna, y todavía hoy, viajaban desde otras ciudades –“el interior”– hacia la gran ciudad en busca de universidad. Rito múltiple: “Llegamos a La Paz en la noche. El descenso desde El Alto fue, me acuerdo, el descenso a la borra oscura de mi espíritu asustado ante lo inminente. La certeza dolorida de que pronto tendría que despedirme de mamá, crecer, caminar por calles empinadas y solitarias, quizás incluso volverme ‘colla’”. O ese otro pasaje, inminente, hacia la sexualidad: No te hagás “la moderna”, le dijo su mamá. Quizá así era Nueva York, dice la escritora. Y nadie vive en Nueva York, ni en La Paz, impunemente. Allí, en esa palabra dura, fría como el frío que mata a un cuerpo de aire caliente golpeado por la altura de la Puna –“el corazón, enloquecido por la falta de oxígeno”–, allí está el juego literario, la destreza que narra los desafíos del cuerpo y del alma. Y en el camino, un guiño a la ruta que seguramente la escritora comenzaba a transitar. Impunemente no, no es posible. Por eso, esa mujer labró también en estas calles su temple, su puño y su letra: “Mi madre dijo que el cuerpo tardaba tres días en acostumbrarse a esa sensación lunar. Tres días en resucitar”. Amén. Cecilia Lanza Lobo
* Rascacielos abre este espacio a la buena crónica, perfil, historieta, diario de viajes, testimonio, fotografía, fotoreportaje y otros vicios. Pueden enviar sus aportes a: rascacielosrevista@gmail.com Las publicaciones estarán sujetas al criterio del comité editorial que se comunicará con la autora o autor.
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12 CRONIQUITA / El antropólogo /
Marco Basualdo
15 VIÑETA / Burbujas /
Fernanda Guizada Durán
16 CRÓNICA / Nadie vive en La Paz
impunemente / Giovanna Rivero
24 ZONA A LA CARTA / Ali Pacha
para el mundo / Mónica Machicao Pacheco
27 VERBORREA / Aroa Moreno de la
A a la Z / Lucía Camerati
30 RETRATO / Blanca Wiethüchter /
Valentina Villalpando Wiethüchter
32 CARTELER A / Días de cine /
Isabel Navia
34 HISTORIETA /Apocalicia / CTX
Editora: Cecilia Lanza Lobo. Coordinadora: Claudia Daza. Redes: Fabiola Gutiérrez, Isabel Navia. Diseño editorial: Edmundo Morales. Fotografía:
Cecilia Fernández, Víctor Gutiérrez, Freddy Barragán, Sara Aliaga y Agencias. Ilustraciones: Abel Bellido Córdova. DISEÑO DE PORTADA: Josefina Rojas /Sergio Vega, DGRUCB.
Rascacielos y la carrera de Diseño Gráfico de la Universidad Católica Boliviana se unen para el diseño de las portadas de esta revista. Coordinador: Sergio Vega. Estudiantes en pasantía: Ericka Vargas, Marcos Luna, Sergio Salazar, Josefina Rojas, Ariel Chuquimia y Adiba Rojas.
Compañía Editora Luna Llena S.A. Nº de Depósito Legal: 4-3-25-10 Dirección: Achumani, Calle 9 N°6, La Paz. Teléfonos: Central: (591) 2-2611700; Comercial: (591) 2-2611731 - 2611707 2611709. Suscripciones: (591) 2-2611734. Web: www.paginasiete.bo - La Paz, Bolivia Directora: Isabel Mercado Heredia. Subdirectora: Mery Vaca Villa. Jefe de Redacción: Alcides Flores Moncada. Jefe de Informaciones: Juan Carlos Véliz Morejón. Presidente del Directorio: Raúl Garáfulic L. Vicepresidente Ejecutivo: Carlos Saravia. D. Gerente Comercial: Nadia Diab Linale. Distribución: Marco Téllez. Distribución nacional: Douglas Azurduy. Impresión: Papel Principal S.A.
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MARCO BASUALDO es periodista, nació en Buenos Aires en 1972, y ser hijo de migrantes bolivianos lo marcó tanto que hizo del desarraigo uno de sus temas preferidos. Es rockero y autor de Rock boliviano. Medio siglo.
WILLY CAMACHO es paceño y boliviano. Dice ser un cholo urbandino orgulloso, por eso no se cansa de cantar esa cueca que dice: “… cholo, cholo he nacido, cholito voy a morir…” SATORI GIGIE es Wilfredo Limachi, egresado de Comunicación Social de la UMSA. Se dedica a la fotografía desde 2014. La Alcaldía de La Paz le otorgó un reconocimiento por la fotografía de Valentina Mamani cargando el Illimani en carretilla, que contribuyó a que La Paz fuese nombrada Ciudad Maravilla.
JUAN QUISBERT dice haber estudiado en la escuela de la vida y agradece haberse topado con la fotografía que es para él arte, trabajo, pasión, estudio, esfuerzo, visión tacto. Es reportero gráfico de la Agencia de Prensa Gráfica.
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COLABORADORES 29|18
VALENTINA VILLALPANDO nació en Santa Cruz en 1990. Estudió actuación y protagoniza El Río, de Juan Pablo Richter (2018). Da vida a Capitana de Altamar con la intención de desdoblarse para escribir. Cantos de septiembre es su primer poemario (Editorial 3600, 2018)
GIOVANNA RIVERO es escritora, doctora en Literatura. Recibió varios premios nacionales e internacionales y sus obras se leen en varios idiomas. Fue considerada entre los 25 nuevos talentos latinoamericanos en la Feria de Guadalajara, en México.
SERGIO ANTEZANA escribe canciones, canta tregua y baila catala, es comediante por Facebook y en su tiempo libre estudia arqueología del desarrollo. MÓNICA MACHICAO PACHECO es urbanícola de montaña y corresponsal de medios internacionales hace casi tres décadas. Entiende el mundo en varias lenguas, es amante de la física de partículas y está convencida de que los placeres del sabor, junto a la música, son un regalo que nos acerca a lo divino.
FABIÁN REQUENA CTX es autor de los cómics bolivianos menos bolivianos de la historia, además de ser el instructor del taller de cómic de la fundación Simón I. Patiño desde hace tres años.
HUAYLLAS es paceño, vicepresidente de la Asociación Boliviana de Artistas Plásticos - La Paz, administra la Galería Jaén y vive del arte en todas sus formas. DOMINGO 12 DE AGOSTO 29|18
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IDENTIKIT Texto y foto de Satori Gigie
LAS ABARCAS, 9 DE JUNIO DE 2015 ©
Los pies del abuelo En Bolivia, algunos abuelos tienen los pies así, gastados por la vida y el tiempo, por la exclusión y la lucha, por la memoria y por el olvido. Estos pies son del abuelo Gonzalo, quien caminó por el mundo acompañado de su familia y su gente. Pero a todos ellos los dejó atrás. Entre sus acompañantes estaba Germán el Tiñoso, que cayó de una roca hasta el río, Elena la Guindilla, que cayó enferma y no pudo seguir, Josefina, que se suicidó por despecho de amor, por el amor de Quino el Manco, cuya esposa -que también acompañaba al abuelo- murió de tuberculosis. (Miguel Delibes, El Camino, 1950) El abuelo Gonzalo creyó que la cámara de fotos "televisaba", y creyendo que el mundo entero lo iba a
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observar, lanzó entusiasta sus entrecortados vocablos: Nunca tuve zapatos, ni trajes, ni palabras: siempre tuve regatos, siempre penas y cabras. Me vistió la pobreza, me lamió el cuerpo el río, y del pie a la cabeza pasto fui del rocío... ... Toda gente de trono, toda gente de botas se rió con encono de mis abarcas rotas. Rabié de llanto, hasta cubrir de sal mi piel, por un mundo de pasta y unos hombres de miel. (Miguel Hernández. Las Abarcas Desiertas. Fragmentos).
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LIBROS Willy Camacho
FOTO PIXABAY
La FIL ha vuelto
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amiro Huanca, estudioso de Carlos Medinaceli, cuenta que el escritor potosino, en un intercambio de correspondencia, le decía a un amigo que algunas familias estaban rematando libros y que lo hacían por peso, de modo que él había tenido la suerte de comprar una arroba de novela, dos kilos de poesía y una libra de ensayo. Claro, esa imagen me remite directamente a la de mercado popular, más que a la venta de garaje moderna, a la feria al aire libre, donde sería genial comprar literatura por peso y con regateo, y que las caseritas se peleen por nuestra preferencia. Sin embargo, esa suerte solo la tuvo Medinaceli. A nosotros, comunes mortales, nos toca las ferias del libro más formales, con pago de entrada y escasas rebajas, aunque, eso sí, con una oferta concentrada en un solo punto, lo cual desde ya es una gran ventaja. Algunos quisiéramos una feria del libro más próxima a la Alasita, pero es cuestión de gustos; lo formal no es malo, tampoco lo académico. Y, de hecho, en esta versión de la Feria Internacional del Libro de La Paz se siente otro espíritu, como que se ha vuelto al camino tras un par de años de mala organización (juicio personal, obviamente), donde
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había que recurrir al gancho (dos por uno) para atraer público. Ahora, la gente vuelve a la feria, no porque haya más publicidad, no porque haya escritores best-seller invitados (de dudosa calidad literaria, por cierto), sino precisamente, por lo contrario, porque se ha permitido que la literatura, la oferta literaria, sea evaluada por los lectores y no por los rankings editoriales. La mayoría de los invitados internacionales no corresponde al segmento de los más vendidos, pero sí están dentro de los más exquisitos. Y el público parece apreciar este gesto de los organizadores: no ningunear su inteligencia trayendo genios de la autoayuda, sino más bien desafiar los sentidos con autores comprometidos con la palabra y sus vericuetos. Nuestra FIL está de vuelta, siempre formal y cuasi académica, pero al menos luce muy bien el smoking, y no la chafalera del terno con chancletas del año pasado. Es cuestión de gustos, pero también de coherencia, y esto último es lo que la FIL ha recuperado este año. Quizá el desafío próximo sea seducir a más público, al que disfruta de la Alasita, al que goza de la feria al aire libre, pero sin ofenderlo con oferta chabacana. Que se lea más y mejor, ese el fin último. Ojalá. www.paginasiete.bo
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A G E N D A LA ESCOBA esCULTURAL Claudia Daza
I SE ENCUENTRAN con don Ja i m e (Saenz), por ahí escondido en el último día de la Feria Internacional del Libro, no le digan que lo seguimos llorando. Si se encuentran con otras artes, acordándose de él, dedíquenle una cueca, peinen sus trenzas, laven oro para su cofre y vayan a todos los lugares posibles por donde quizás él haya caminado. Nosotros haremos lo propio. Vamos a recorrer sus distancias este 16 de agosto, fecha de su fallecimiento, en su propia casa, la Casa del Poeta, donde el cineasta Jac Ávila lo recordará, además de evocar a su abuelo, el poeta Antonio Ávila. Allí a las 19:00, seguramente escucharemos anécdotas, poemas, cuecas y vivencias que sólo las pueden compartir aquellos que saben por dónde han caminado, dónde daban sus talleres, dónde hacían pacto con la noche. El estremecimiento de la fecha y la cueca también nos llevarán al Te atro Municipal Alberto Saavedra, directo a celebrar el nuevo disco de Música de Maestros, nuestra gran orquesta criolla dirigida por Rolando Encinas. Esta nueva producción musical abarca obras de Matilde Casasola, Clarken Orozco, Remberto Carvajal, Gilberto Rojas y Cergio Pr udencio. Por su lado, las mujeres (ninfas) se reunirán todos estos días, desde el 15 al 29 de agosto, en el Primer Encuentro Nacional de Mujeres Artistas qu e tendrá lugar en La Paz. Los lugares de encuentro serán el Tambo Quirquincho y la Casa de la Cultura. Allí se
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DIBUJO PABLO GIOVANY BURGOA
Si se encuentran con Don Jaime
CHARLA MEMORIAS DE JAIME SAENZ Y ANTONIO ÁVILA / LA PAZ / 16 de agosto / Casa del Poeta / c. Claudio Sanjinés Nº 1602/19:00.
hablará sobre diseñadoras artistas, la mujer en la utopía del arte, sus emprendimientos, escultura, arte textil, y su presencia en el arte contemporáneo. Es posible que allí los lirios se acuerden de ellas mismas en la historia y sus trenzas. Ya para el viernes 17 hay que pensar en hacernos una mesita dulce y conectarnos con la sombra de la cueca, para habitar los diferentes estados de la muerte. Para eso llega a la ciudad de La Pa z e l c o m p o s i t o r c o c h a b a m b i n o
Marcelo Arias (Quimbando) junto a su guitarra para cantarnos en la pizzería Efímera. Su universo musical nos envolverá de sombras y de olvido. Promete desvanecer nuestra memoria. Y así la quimba y el jaleo de esta semana, que se confunde con el especial silbido de agosto. Los pañuelos se agitarán y volverán a despedirse de los libros, de los poetas, de sus ninfas y de aquel Illimani que se está. Allí lo veremos quizás en un rincón del olvido y capaz no le diremos que lo seguimos esperando. DOMINGO 12 DE AGOSTO 29|18
OTROS ANTOJOS LA PAZ
Con más de 15 años de trayectoria como actor y director de cine, tv y teatro, Fernando Arze transmitirá su experiencia con herramientas prácticas a interpretes con alguna experiencia en actuación. Se contará con cámaras y técnicos para grabar las escenas que se trabajen.
PARA VIAJEROS CONCIERTO PRESENTACIÓN DE DISCO DE MÚSICA DE MAESTROS / LA PAZ / 16 y 17 de agosto / Teatro Municipal Alberto Saavedra / c. Genaro Sanjinés / 19:30.
MUJERES PRIMER ENCUENTRO NACIONAL DE MUJERES ARTISTAS / LA PAZ / del 15 al 31 de agosto / Tambo Quirquincho y Casa de la cultura / Plaza Alonso de Mendoza y av. Mariscal Santa Cruz esq. Potosí / info: fb de Warmi Nayra.
El sabor de las palabras junto a Laura Esquivel / 12 de agosto / Feria Internacional del Libro / Campo Ferial Chuquiago Marka / Bajo Següencoma / 18:00. Interpretación gastronómica inspirada en la novela Como agua para chocolate, de Laura Esquivel, a cargo de un chef profesional. Participación de la autora. Degustación. Organizan: Embajada de México, Miga Bolivia y CDLLP. Concierto de Wara / 18 y 19 de agosto / Cine Teatro 6 de Agosto / av. 6 de Agosto / 19:30 / info: 74010525. WARA, la agrupación boliviana liderada por Dante Uzquiano y George Cronembold, ofrece revisar 48 años de historia e interpretar nuevas canciones.
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MADRID MONET/BOUDIN / hasta el 30 de septiembre / de martes a sábado de 10:00 a 22:00 / Museo Nacional Thyssen-Bornemisza / Paseo del Prado, 8 / costo: 12 Euros. Exposición del gran pintor impresionista Claude Monet y su maestro Eugène Boudin, representante destacado de la pintura al aire libre francesa de mediados del siglo XIX. La presentación de 103 cuadros nos muestra el conjunto de las carreras de ambos artistas y los orígenes mismos del movimiento impresionista. LIMA
Quinta Feira de Saudades / 16 de agosto / Centro Cultural Thelonious / av. 6 de Agosto, final San Jorge / 21:00. Todos los jueves sesiones de Bossa Nova junto a Silvana Vargas y Jorge Villanueva. Una noche llena de ese romance que nos trae la música brasileña. SANTA CRUZ Taller de actuación para cine / del 16 al 23 de agosto / Snack Tía Ñola / c. Sucre N° 532 / Info: 76093097.
CONCIERTO MARCELO ARIAS / LA PAZ / 17 de agosto / Pizzería Efímera / final Sánchez Lima Nº 2667 / 21:00 / reservas: 72001176
Una escapadita nunca nos hará mal, más aún si se trata de mirar y escuchar arte. Es uno de los pecados que no necesita confesión, es aquel escándalo digno de contar para que el resto se muera de envidia.
CONCIERTO QUIÉREME, DE SUSANA BACA y ARGELIA FRAGOSO / 29 de agosto / Gran Teatro Nacional / av. Javier Prado este 2225, San Borja 15021. Susana Baca se prepara para recibir la visita de la cantante cubana Argelia Fragoso, considerada la Voz de Oro de Cuba. Ambas son las divas de la canción latinoamericana, dos artistas fundamentales de la cultura y el arte de América Latina y el Caribe. www.paginasiete.bo
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MÚSICA Sergio Antezana
Santiago Feliú estuvo en La Paz en 2012. Decir que cantó en silencio sería un absurdo. En este caso no lo es. No por nada es aquí el Apóstol de la música.
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antiago Feliú nació el 29 de marzo de 1962 y murió el 12 de febrero de 2014. Este texto es para recordarlo. Fue inspirado en sus dos presentaciones en La Paz en noviembre 2012, una en el Teatro Municipal y otra en el Patio del Ministerio de Culturas. Si no tuviera algunas certezas sobre el origen de Santiago Feliú, aseguraría que fue creado por algo equivalente a los “midiglorians” de la música. Algo así como unas semifusas microscópicas. De otra manera es casi inexpliDOMINGO 12 DE AGOSTO 29|18
Apóstoles de Santiago Feliú
cable la relación que Santiago tiene con la música. Es autodidacta o algo muy cercano a eso; no es zurdo, pero toca la guitarra al revés (como un zurdo); es tartamudo cuando habla, pero no cuando canta; es extremadamente tímido, pero puede decir las más desgarradoras confesiones en una canción. Como algunos pocos genios del mundo, habita un estado que nosotros llamamos música, pero él llama casa de dónde no puede salir ni siquiera a propósito; hacer música para él nunca ha sido una elección sino una imposición del destino, algo inevitable. DOMINGO 12 DE AGOSTO 29|18
Esa inevitabilidad de la música en la vida de Santiago Feliú se hace más visible aún al verlo en vivo. En un mundo en el que cada vez más los conciertos parecen obras de teatro (para bien o para mal), Santiago hace caso omiso de las innovaciones tecnológicas. Digo que los conciertos parecen obras de teatro porque el set de canciones es prefijado para N conciertos, las luces definidas en sincronía absoluta con los estados de ánimo que se quieren sugerir y hasta el solo “improvisado” del guitarrista está cronometrado en compases y coreografiado con luces, rostro del baterista, movimiento aleatorio pero en segundo plano del cantante, y un larguísimo etcétera. Es ahí donde se ve con total claridad que a Santiago sólo le importa prestar sus respetos a la música. Hace quizá todo lo contrario de lo que se espera de un cantante y mucho más de uno solista. Habla poco, casi no dice nada entre tema y tema, cierra los ojos durante casi todo el concierto, y cuando los abre se concentra en su atril como si fuera su única audiencia; cosa rara, el atril no tiene las letras de los temas, sólo una hoja que dice el orden de los mismos. Explícitamente pidió que le saquen el humo (infaltable en los conciertos) porque le afectaba la voz; afinó la guitarra más veces de las que dijo gracias, y nunca dijo “pal mas” o “qué dice el coro”, y mucho menos “ahora ustedes”. No es un animador de circo ni un maestro de ceremonias; es un ser humano inerme, indefenso ante el fuerza de la todopoderosa música, derrotado casi por ésta. Aunque no parezca, hay un ser humano que está siendo usado en ese momento por algo mil veces más poderoso que el amor (gracias a los Simpsons por esa metáfora). Quizá lo único que me mostró que efectivamente es un ser humano, pasó en el segundo concierto cuando pedimos “otra” y volvió al escenario y le ganamos en volumen cantando Para Bárbara; ahí sí creo que efectivamente sonrió, con un lado de la boca más que con el oro, pero sonrió, pese al sorojchi, a la presión alta, al frío, sonrió con algo que salía desde esa misma profundidad de donde salió todo el dolor. La soledad y el dolor en Santiago Feliú parecen una natural consecuencia de su incapacidad de comunicarse con la vida real. Qué decir sino entonces ante esto: “No fue amor, fue el equilibrio justo de la ilusión … Una luna entera en la ventana frente a la soledad” (No fue amor) Santiago murió en marzo de 2014 de un infarto. Llevó una vida cargada de música, hasta que su propio corazón no pudo con su vertiginoso ritmo. Un amigo dice que la música es lo más cercano a dios que ha conocido, y estoy cada vez más cerca de convertirme a su credo. Mientras tanto, le pondré una vela al Apóstol Santiago a ver si me ayuda con esta falta de fe. www.paginasiete.bo
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CRONIQUITA Marco Basualdo Ilustraciones de Huayllas
El antropólogo Más allá de la rosca, más allá del ícono pop, estaba Víctor Hugo Viscarra, ese idolatrado perro callejero de la literatura contemporánea. Nos acordamos.
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¿ A N T R O P ÓLOG O?”. “Sí. Es que me conozco t o d o s l o s ant ros”. Víctor Hugo no abandonaba su sarcasmo ni en las peores depresiones provocadas por el excesivo alcohol. Fue un s o l d ad o d e l o s t ug urios, de la asquerosa periferia en este hoyo que escupe a esos que no se ataron, o no pudieron hacerlo, a las normas de una sociedad indiferente con los de alma frágil. “Nací viejo. Mi vida fue un tránsito brusco de la niñez a la vejez (…) No tuve tiempo para ser niño”, de su libro Borracho estaba, pero me acuerdo, es quizá la frase que resume el profundo dolor de este hombre golpeado pero no por ello doblegado. Se trataba de un provocador, de un rebelde que llegó a despotricar contra la vaca sagrada de Saenz y otros padres de la literatura local y nacional, un personaje irreverente que frecuentaba los rincones de la bohemia intelectual como sólo él lo hacía: Lleno de borrachera. El Averno de la mítica Jaén era una de sus estaciones en tiempos de los aquelarres de, entre otros, Humberto Quino o Jaime Nistahuz. Allí lo vi por primera vez. Ingresó con pinta de pordiosero y exclamó uno de los versos que más me
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impresionaron en la vida, su Poema a Dios. “Tú que me engañaste una y mil veces, tú que me traicionaste con cada uno de tus d ichos…”. Es lo único que recuerdo de aquella velada a media luz con el trago que calentaba nuestros cuerpos. Algunos lo aplaudieron, los más alistaron monedas para aquel que empezaba a acercarse a las mesas. “¿Quién es?”, traté de averiguar. “Es un borracho cargoso”, dijo uno mientras bebía de un solo sorbo el trago que alg uien había sobrado. Después de algunas copas de cortesía y así como llegó, aquel enigmático poeta se fue. Solo, a enfrentarse con la noche. Con el tiempo me enteré que ese señor de aspecto furibundo se llamaba Víctor Hugo Viscarra y que recientemente había publicado su célebre Borracho estaba…. Corrí a comprarlo y leerlo fue una purga total. El contexto boliviano nos había dado otros célebres alcohólicos, Borda, el mencionado Saenz, Guillermito Bedregal. Pero había algo en las letras de Viscarra que hablaban de una vivencia demasiado atormentada, auténtica y real por sobre todas las cosas. Y me revolqué en el resto de su menospreciada obra que según algunos críticos cuadra más en la etnografía, al escribir desde la experiencia real y propia antes que concebir la ficción. No importaba lo que diga la rosca, había que leerlo. Después de Coba: Lenguaje secreto del hampa boliviano (1991) cayó en mis manos Relatos de Víctor Hugo (1996) y su primera narración, La triste historia de Tristón (Homenaje a los perros
vagabundos) me provocó un sollozo que no podía contener. “La perra, que era una especie de cigüeña canina, era tan miserable que no podía darle a Tristón las cuatro raciones de leche que todo perrito recién nacido tiene que mamar cada día. Es por eso que desde su tierna infancia conoció el hambre y experimentó lo terrible que era dormir por las noches acurrucado en un portal viejo, un basural, o en la cochina calle. Nunca conoció a su perro padre (…)”. Secadas las lágrimas, Víctor Hugo pasó a ser mi nuevo ídolo. Era nuestro, sin adornos ni maquillaje, y contaba las cosas que pasaban a nuestro lado, las que a veces no nos gusta mirar. Había que conocerlo y el periodismo fue la llave. No podías hacer cita con él, tendrías que caminar la periferia y rezar por cruzarlo en alguna calle. Y en cuanto aparecía, la bienvenida era un trago que garantizaba horas de vagabundeo e inextinguible conversación. La calle lo había marcado en cuerpo y alma. Había mucho resentimiento en sus pasos tambaleantes; pero trataba de no exteriorizar su amargura. Y sus vivencias retratadas en esas páginas de desventura pronto empezarían a retribuirle una efímera fama entre toda una generación que asistía pasmada a sus encuentros con la desgracia ajena. Muchos querían conocer su vida, sus calles, sus putas y sus a n t r o s . A s í , V í c t o r H ugo t a m b i é n comenzó a ser una figura de culto entre grupos de música y artistas plásticos que le otorgaron un aura de artista pop, de www.paginasiete.bo
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CRONIQUITA
ícono de la cultura de masas aunque él nunca se daba por enterado. No le interesaba. Su vida eran sus pasillos, sus camaradas, su alcoholcito para las madrugadas horribles. Tras conocerlo y luego de haberle perdido el rastro por un buen tiempo, me enteré que había caído en achaques físicos y que estaba refugiado en un albergue cristiano en Villa Dolores. El encuentro no fue en las circunstancias conocidas, nada de sonrisas ni picardías, sino más bien silencios prolongados luego de admitir que no había temas para abordar y tampoco íbamos a entrar en el juego de las lamentaciones. Y si bien le llegaban instantes de desahogo, salía al paso a su reconocido modo: “No estoy llorando, es el humo del cigarrillo que me hace lagrimear”. No había dejado de ser Víctor Hugo. Pero había algo en el escritor del lumpen paceño que se había extinguido. Y él lo sabía. Tal vez por ello no duró demasiado en sus días de encierro y autocontrol. Fueron once meses y tres semanas exactas alejado del desenfreno del alcohol. Pero días antes de ser homenajeado en la feria del libro paceño versión 2004, volvió a caer en las garras de su mejor amigo o peor enemigo. “Me pidieron catar un preparado y desde ahí no la he parado. Si en algo
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habían tenido razón los idiotas de los A. A . (A lcohól icos Anónimos) es que cuando uno reincide es mucho peor”, dijo aquella noche en que fue tratado a lo grande en uno de aquellos fríos galpones de la feria. Se reía como un villano, gozaba con lo recogido, decía que de vez en cuando se podía dar esos gustitos y, como ambos vivíamos en la zona norte, hacia allí me invitó, a nuestro encuentro con la
noche contaminada. Había vuelto a ser el Víctor Hugo de siempre, y aunque supusimos que así mucho no iba a durar, daba g usto haberlo reencontrado. Fue la última vez que lo vi. En algún momento debía darse la despedida. Y de nuevo, a su estilo: –“Prestame 10 bolivianos”, –“francamente don Víctor, me quedé con tres monedas”. –“ Ya, dame, no importa. Pero ya sabes, me debes siete”.
No podías hacer cita con él, tendrías que caminar la periferia y rezar por cruzártelo en alguna calle. Cuando aparecía, la bienvenida era un trago, horas de vagabundeo e inextinguible conversación. DOMINGO 12 DE AGOSTO 29|18
VIÑETA Guizada Durán
BURBUJAS © DOMINGO 12 DE AGOSTO 29|18
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CRÓNICA Giovanna Rivero Fotografías de Juan Quisbert
La sensación lunar a 3600 metros sobre el nivel del mar. Una ciudad ensimismada. Una telenovela personal con guerrilleros del CNPZ. ¿Cómo vivió la escritora Giovanna Rivero su viaje inaugural hacia la juventud a punto de la insolencia? 16
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CRÓNICA
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PARA CERRAR EL ENCUENTRO, haremos un corto viaje a Tiwanaku. El grupo se alojará en el hotel resort del lugar. El primer día visitaremos las r uinas, donde los escritores podrán apreciar la ascensión del astro rey por la mítica Puerta del Sol y tendrán la oportunidad de comunicarse por lo que consideramos el primer teléfono sin cable, gracias al sistema de agujeros que la antigua inteligencia incaica fue capaz de construir. El segundo día el grupo se trasladará hasta los extremos de la planicie donde podrán experimentar con los hologramas de alta densidad en base a sal, proyecciones especulares de la imagen del usuario, tecnología que, gracias a la iniciativa de Bolivia Cósmica, será estrenada ese día, en honor al aporte que los escritores realizan a las regiones intangibles de la imaginación. ¿Se imagina verse a sí mismo como en un espejo profundo de múltiples dimensiones? Los hologramas de sal formarán parte del catálogo artístico de nuestra fundación, por lo que le pedimos llene el formulario adjunto y el permiso correspondiente para cedernos su proyección como parte de su compromiso y de las responsabilidades asumidas con este encuentro literario, único en su naturaleza. Estamos seguros de que usted disfrutará de este paseo cultural”. Creo que fue la palabra “holograma” la que me causó escalofríos. ¿Por qué iba a querer yo verme, desdoblada de mi cuerpo, en una realidad de sal? Doblé la carta y decidí que esperaría un par de días antes de tomar una decisión. No había regresado a La Paz desde hacía muchos años y la invitación me cayó como un rayo, un hachazo que partía en dos mi historia. Y cuando digo “mi historia” no sé exactamente a qué me refiero. Ni siquiera la terapia que comenzaba a agotarme había conseguido desanudar las zonas de angustia. A la vista ajena, todo en mi vida estaba en su lugar: un buen matrimonio, un hijo que había sido aceptado por la NASA (un deseo que quizás yo le había inoculado y que ahora él cumplía sin preguntarse mucho de dónde había nacido ese anhelo, sabia manera de lidiar con las proyecciones de la madre), una carrera literaria que, aunque no alcanzaba alturas inefables, me permitía publicar con cierta regularidad. Había días, sin embargo, en que me sentía absolutamente devastada, miraba el pasado y sentía que allí, en esa región de intensidad, se había quedado lo mejor de mí. Los días en que esa desazón se atenuaba escribía y archivaba. Si no conseguía desarrollar un ritmo que me protegiera de ese horror vacui -un término que resemanticé según mis propios dolores-, me conformaba con escribir frases sueltas siguiendo fielmente el estilo de Georges Perec, es decir, sin contextualizaciones éticas o morales que urdieran un mapa lógico. Eran como mensajes en botellas sucias arrojadas a un
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mar tan antiguo como yo misma. Escribía: “Me acuerdo cuando mamá hablaba con pasión de Simone de Beauvoir”, “Me acuerdo cuando la perra se comió a sus cachorros”, “Me acuerdo cuando llovía propaganda política color rosa de las av ionetas”, “Me acuerdo del olor a chorizos del horno de mi abuela”, “Me acuerdo de la tormenta que nacía de la máquina de escribir”, “Me acuerdo de los jadeos”, “Me acuerdo de la música de los Iracundos que llegaba con el viento”. Intenté, pues, ese mismo procedimiento fragmentario, sin una violencia impostada que le exigiera explicaciones a mi memoria, para darme ánimos y asistir a ese encuentro literario, donde tendría que fingir que las miradas y las actitudes de calculado desdén me eran planetas totalmente extraños. Escribí: “Me acuerdo que una colérica señora se bajó del micro en Los Pinos y gritó: ¡Raza maldita! Me acuerdo que su cara era color remolacha”, “Me acuerdo que yo tenía dieciocho años y usaba cruces de plata en el cuello, muchas cruces de plata”. “Me acuerdo que intentaba pronunciar las eses”. Me acuerdo y me acuerdo y me acuerdo y no supe cómo esas migajas de la DOMINGO 12 DE AGOSTO 29|18
Me sentía dueña de todas esas luces. “Así debe ser Nueva York”, recuerdo que pensé, creando una memoria que no por espuria era menos auténtica. memoria de mi juventud en La Paz se fueron acumulando y demandando de mí una sintaxis más compacta de los hechos que, dado que no podía escapar de ese compromiso, actuaba como una coartada, una justificación de mi propia debilidad ante el horror del viaje. Porque viajar siempre me ha producido horror. O quizás no siempre, sino a partir de cierto punto de esta mi historia. Escribí:
I
Nadie vive en La Paz impunemente. Lo supe al cabo de apenas seis meses de haber estado viviendo en esa ciudad y lo saboreé o lo pagué, o ambas cosas, durante los tres años restantes. Tres años que, con la manía que tengo de asignarle a todo un género literario o cinematográfico: esto es un thriller, esto es una telenovela mexicana, esto es una comedia de enredos, todavía los considero como los inolvidables tres años de mi Bildüngsroman, es decir, los años del jodido aprendizaje. Y por eso también, los años de la corrupción. Llegué a La Paz en 1990, estrenábamos la década y yo estrenaba, por fin, una vida lejos de mis padres. La vida universitaria que me esperaba, sin embargo, incluía en su misión pedagógica una violenta educación sentimental que tenía entre ceja y ceja a la ingenuidad provinciana. Porque yo era de provincia. Nunca he dejado de serlo. La impronta de esa pertenencia al margen aprende a disimularse, cuando es necesario, pero está ahí, lista para brillar y traicionar. Fue mi madre quien me llevó hasta esa ciudad. Quería dejarme instalada en un lugar decente, asegurarse de que el salto civilizatorio que estaba a punto de dar no iba a desgarrar la columna vertebral de mis valores. Ella también había atravesado los años clave de su juventud en La Paz, cuando conoció a mi padre, y juntos tuvieron que salir en estampida a mediados de 1971 porque el “General” acababa de derrocar a Juan José Torres. Ella no había regresado en todos esos años, de modo que la travesía se trataba para las dos de una cita con esos dos filos de la navaja del tiempo: su pasado y mi futuro. La flota, me acuerdo, avanzó por la inmensidad marrón del DOMINGO 12 DE AGOSTO 29|18
Altiplano como penetrando en otra dimensión del tiempo, en otro planeta. Atrás quedaba el trópico, la vehemencia del verde, para adentrarnos en una intensidad desconocida y, en cierto modo, tristísima, una que no dependía de la clorofila o del aroma vegetal y que exigía, más bien, que uno respondiera a esa forma de gravedad con reacciones corporales, con encontradas emociones, del mismo modo en que siempre he imaginado que los gladiadores de comienzos del Cristianismo respondían al contrincante: sin asco por la sangre y el sudor ajenos, sin temor a morir, desesperadamente heroicos. Así de exigidos se sentían mis pulmones. Y el corazón, enloquecido por la falta de oxígeno en esas alturas traslúcidas y crueles, me obligaba a abrir la boca para meter aire. Mi madre dijo que el cuerpo tardaba tres días en acostumbrarse a esa sensación lunar. Tres días en resucitar. Paramos a un costado de la carretera, frente a una fonda que parecía un delirio en toda esa sabana de tierra dura. El chofer de la flota dijo que teníamos treinta minutos para almorzar y entrar al baño, pues era posible que los cocaleros, ex mineros, bloquearan la entrada a La Paz esa misma noche y él no se hacía responsable de nada. Mi madre me pidió un mate de coca, justamente. Mi primer mate de coca. Mi madre dijo que en otras circunstancias no me hubiera dejado hacer lo que ahora me pedía hacer: masticar un pedacito de lejía mientras bebía el mate, pero es que yo me veía tan pálida, tan a punto de derrumbarme antes siquiera de haber comenzado a comprender de qué errores y qué insolencias estaba hecha la juventud, que esto se trataba de un único y aislado acto de supervivencia. A medida que ese mate salvaje y los trocitos lascivos de lejía operaban de algún modo celular en mi torrente sanguíneo, mi cerebro, mis pulmones, también mi corazón fueron descongestionándose, liberándose del veneno que el dióxido de carbono urdía como una traición. Y a propósito de traiciones, mi madre me encargó que, por el amor de Dios, no fuera a traicionarla, a ella, a la confianza que me tenían –ella, mi padre, mi recua de hermanos–, que no me hiciera “la moderna” en esa ciudad fascinante y extraña en la que iba a vivir solita. No fue necesario que detallara que “hacerse la moderna” significaba tener relaciones sexuales como Jen suelta en la humedad de la selva, o, en este caso, como Jen cagada de frío en busca de un cuerpo tibio que le aplaste los pechos con su cuerpo, que la salve de su impúdica ignorancia. El mate y la lejía me hacían volar. Sin embargo, solo así pude orinar en aquel baño de puertas móviles que asemejaban a una taberna del Lejano Oeste y que también olía fuertemente a lejía, pero de la cruda, y que seguramente estaba descompuesto desde que Bolivia había nacido como república. Cuando subimos a la flota con el cuerpo a punto de la hipotermia –mis pies eran prótesis de hielo respondiendo a lo Frankenstein, por puro automatismo–, mi madre me pidió que sacara la bolsa de panes que habíamos comprado en la terminal de Cochabamba. Aún refulgía un sol espléndido, un sol www.paginasiete.bo
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CRÓNICA
que ardía sin calentar las superficies. Por culpa de ese sol no podíamos calcular la distancia entre el avance de la flota y los cerros que mordían el horizonte, demasiado lúcidos en ese cielo tan conmovedor. Todo era resplandor y la sensación de los cuerpos violentamente individualizados por esa eternidad ancha, plana, de piedra y tierra. Igual, mi madre aseguró que aún alcanzaba para que los niños brotaran desde algún lugar como por arte de magia de ese mismo sol inútil, de su luz dañina. Y así fue. Yo, por ejemplo, no supe en qué momento, de dónde, cómo, surgieron dos niños y una niña, abrigados con pantalones que no l legaban a cubrirles los tobil los y ponchos de lana de alpaca, supuse (mi madre había dicho que me compraría prendas así en un mercado paceño cuyo nombre era un ulular de lobos –“Uy ustus”–), y con sombreros ig uales a los del Ekeko y abarcas que –¡por Dios!– dejaban a la intemperie esos piecitos terribles. Eran pieci-
II
En junio de ese año el CNPZ (Comando Néstor Paz Zamora) secuestró al empresario Jorge Lonsdale, presidente de la subsidiaria de la Coca Cola, y lo mantuvo cautivo durante seis meses, lo que dura un culebrón. Esa era, pues, la mejor telenovela que mis compañeras de apartamento y yo podíamos mirar cada noche, al volver de la universidad. Vivía con cuatro muchachas de distintas partes del país, dos de ellas habían estudiado de intercambio en Alemania y Estados Unidos, y las otras dos eran hijas de ganaderos benianos que les hacían llegar enormes encomiendas con conservas de frutas, carnes y dinero extra cada fin de semana. Fue en la intimidad que el provincianismo comenzó a dolerme, a oscurecer mi carácter. De ahí a tirarme la plata que mi padre me enviaba para pagar el semestre en la Universidad Católica Boliviana hubo un paso. No sabía cómo lidiar con el margen. El margen se me notaba en la ropa, en los gestos, en mis eses cambas aspiradas, en la son-
La certeza dolorida de que pronto tendría que despedirme de mamá, crecer, caminar por calles empinadas y solitarias, quizás incluso volverme “colla”. tos-pezuñas, esculpidos en la gruesa epidermis, piecitos de piedra. Los niños, las mejillas rajadas por ese sol de mierda, estiraban las manos para recibir lo que la gente de la flota les arrojaba por las ventanillas. Mi madre lanzó la bolsa con panes y unas monedas. Yo tuve serias dudas de la utilidad de las monedas en semejante paréntesis del planeta. A los indiecitos les encanta la soda, dijo mi madre, con su sexto sentido tan infalible, capaz de desencriptar los nudos más ciegos de mis pensamientos. Llegamos a La Paz en la noche. El descenso desde El Alto fue, me acuerdo, el descenso a la borra oscura de mi espíritu asustado ante lo inminente. La certeza dolorida de que pronto tendría que despedirme de mamá, crecer, caminar por calles empinadas y solitarias, quizás incluso volverme “colla”, separarme de la cultura anterior, encontrar con mis propias garras lo que parecía que mis padres habían encontrado con las suyas hacía ya demasiados años. Esta desazón no impidió que me entregara a la contemplación alucinada de las luces incontables que hervían en la concavidad de mi nuevo hogar. Nunca antes había viajado así de lejos, nunca antes había observado una ciudad desde un ángulo tan superior y absoluto que por unos instantes me permitiera sentirme poderosa, pequeña y contenida como Dios. Me sentía dueña de todas esas luces. “Así debe ser Nueva York”, recuerdo que pensé, creando una memoria que no por espuria era menos auténtica.
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risita altanera que adopté para camuflar mis nervios, en la ignorancia salvaje respecto al cinismo que toda ciudad grande cultiva. Yo ideaba una y mil estrategias para disimularlo. Los únicos momentos auténticos los experimentaba en mis paseos por un parque de Obrajes. Me gustaba sentarme en un banquillo a leer. La típica. Pero no leía, me protegía detrás del libro, intentaba comprender qué hacía yo ahí, en medio de la contradicción, por qué papá, que se decía izquierdista, no había querido que yo estudiara en la UMSA, entre verdaderos trotskistas, sino que se esforzaba por pagarme una universidad privada y clerical, a la que asistían hijos de ministros en descapotables azules, ni siquiera rojos, como en mis fantasías. Una noche, al regresar de estos paseos, encontré a las muchachas en un estado de alegre histeria. Una de ellas había bajado a tender la ropa a un profundo desnivel del terreno que funcionaba como patio (La Paz se presta a esos retorcimientos arquitectónicos), en el que además había un depósito clausurado. Sin embargo, ese atardecer no estaba el candando que sellaba la puerta y ella cedió a la curiosidad. La penumbra comenzó a dibujar los rostros nerviosos de dos de los secuestradores de Jorge Lonsdale. Se veían más flacos que en las fotografías de la tele, ¡pero eran ellos! Le dijeron que no se le ocurriera hablar, que el dueño de todo ese conglomerado de cuartos para estudiantes era parte del Comando. Le dijeron DOMINGO 12 DE AGOSTO 29|18
que se solidarizara con su causa. Eso o morir (variante apurada de “patria o muerte”). Ella nos lo contaba por pura responsabilidad y emoción, pero ¡ay de nosotras si abríamos el pico! Oh, por Dios, en ese momento yo necesité tanto contarle a mi padre lo cerca que estaba del vértigo izquierdista, decirle que el destino se las arreglaba para que yo experimentara mi propia utopía. Pero me aguanté. Quería que ese secreto se metabolizara en mi temperamento para hacerme más profunda, más interesante. Mis paseos por el parque se tiñeron de ese misterio. Una tarde se detuvo un descapotable, era rojo, y tal vez por eso, y porque ese día yo cumplía dieciocho años y quería convertirme finalmente en una chica de ciudad, acepté conversar con el muchacho rubio que me sonreía. Fuimos a tomar un café y luego acepté ir a su casa. Escuché un rock brutal, tomé una cerveza y de pronto me vi intentando sacarme al tipo de DOMINGO 12 DE AGOSTO 29|18
encima. Por supuesto, no le gustaba mi resistencia, pero no quería aún gastar su violencia. Iría paso a paso. Abrió su clóset y ante mí se desplegó una siniestra colección de implementos sadomasoquistas. Cinturones de cuero de distinto grosor, con y sin tachuelas, con y sin púas metálicas, esposas, fustes, botas, antifaces, gorras tipo nazi y hasta una máscara antigas coexistían allí en promiscua hermandad. De esa fauna el tipo extrajo algo que parecía una armónica y, al contacto de su pulgar, de ese rectángulo surgió la hoja brillante de una navaja. Recuerdo que tragué saliva y que mi saliva me supo amarga. Y recuerdo que pensé que era demasiado injusto que la única vez que me había animado a comportarme como alguien liberal, una chica “moderna”, me tocara ser la presa en ese siniestro juego de la cacería. Por esos meses había conocido a una compañera tan o más outsider que yo (outsider era entonces el término de moda para designar a todos los que no se habían enterado de que los noventa habían llegado, hiperactivos, desacomplejados, modernísimos) y ella me había compartido lo que sabía de astrología. Pensé entonces que yo era el cruce interior de una cuadratura terrible entre planetas nefastos. Plutón, el que alecciona a través de la violencia sexual, los orificios del cuerpo, sus secreciones y fricciones, y las prácticas ilícitas, se había ensañado conmigo. Sin embargo, en lugar de suplicar, de decir “no, por favor” o “ya es hora de volver a casa”, le exigí a mi sádico anfitrión que me diera la llave de su cuarto, que qué se había creído. El sujeto me miró por algunos minutos. No puedo saber si yo temblaba o estaba pálida, si la sonrisita altanera me transformaba la cara, pero recuerdo hoy, tantos años después, que me dije: No voy a venirme de mi pueblo para que me vean la cara de pelotuda, vine a estudiar en una universidad carísima. Es posible que esa furia sostenida por el provincianismo herido haya disuadido a mi cazador de llevar las cosas hasta sus últimas consecuencias. Es posible también, si me detengo ahora en la media sonrisa juguetona que le apareció en la cara de ‘ j a il o n ci to ’ de la zona Sur, acaso como un reflejo de mi propia sonrisa-tic, que el tipo haya creído que yo aceptaba sus reglas y que el juego recién acababa de comenzar. Entonces arrojó las llaves contra mi pecho. “¡Cerdita!”, dijo a carcajadas (he exorcizado esa cochina palabra en muchos cuentos, pero todavía hiede). Lo encerré en su cuarto y bajé desaforadamente las escaleras. Caminé cuadras y cuadras –mi cuerpo ya inmune al soroj ch i –, diciendo mentalmente mi nombre, Giovanna, Giovanna, Giovanna, para que mi ajayu no se quedara por los siglos de los siglos atrapado en ese asqueroso departamento de Achumani. Giovanna, Giovanna, Giovanna, llamándome desde el socavón de una tragedia de la que me había salvado www.paginasiete.bo
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ILUSTRACIÓN MARCOS LUNA / DGR-UCB
CRÓNICA
por un pelo, por un gesto, por puro instinto. Giovanna, Giovanna, Giovanna, hasta que recuperé las coordenadas de mi dignidad y alcé mi mano como una orden o una súplica, mientras los trufis y taxis llenos de omisión pasaban de largo porque ningún taxi paceño acepta virar, ir en sentido contrario al destino que ya ha decidido. Esos taxis no eran mi destino. Por fin tomé un micro atestado de albañiles que subían de los barrios residenciales hacia las casas amontonadas en las laderas, a merced de la lenta corrupción del río Choqueyapu. ¡Pare!, grité estrenando mi voz post mortem, dos cuadras antes de la calle 2 de Obrajes. Me estrujé entre los cuerpos de los obreros y por fin el micro me escupió como a un embrión al ruido de la avenida. Necesitaba caminar otro poco, desafiar aún más mi respiración. Atravesé sin prisa el puente peatonal, irónicamente no tenía miedo. Ni siquiera me di prisa cuando una mujer de mi misma estatura se acercaba en sentido contrario. No le miré la cara, pero sentí su mirada, su interés, el intento tal vez de una pregunta o un saludo, o quizás de pedir ayuda, ¿acaso una suicida? En cambio, levanté la vista y respiré. Qué cerca se veían las estrellas desde el puente, y qué frías. Las ventanitas
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de nuestro apartamento (al que pretenciosamente le llamábamos “garzonier” cuando no tenía ni calefacción) también brillaban como globos aerostáticos en lo alto de la colina de la curva que letalmente partía la ciudad en dos mitades. Igual que mi vida o que mi historia. Esa noche no les conté nada a las chicas. Estaba muerta de vergüenza y de indignación. Tampoco volví a leer o fingir que leía en el parque de Obrajes. Reemplacé los minutos de autenticidad por la contemplación del nevado Illimani. El hecho de que se mantuviera impávido, soberbio, resplandeciente ante las desgracias de la ciudad, me tranquilizaba y me irritaba. Al mediodía abría mis manos hacia esa mole, inventándome mi propio solsticio de invierno: el sol atravesaba mis dedos, acuchillándolos. En las tardes intentaba no mirarlo para que no me arrasara la tristeza. Su maldad gélida, el modo en que al llegar la noche se desentendía de los humanos, me helaba el corazón a mí también. Ese semestre murieron dos compañeros. Había algo de natural en la fatalidad. Como en esas películas gringas clase B, seguramente nos llegaría, uno a uno, nuestro respectivo turno. La muerte seguiría experimentando formas de eliminación DOMINGO 12 DE AGOSTO 29|18
que fluctuaban sin ninguna ética entre el crimen más atroz morir a causa de una paliza- y la elegancia. Morir de amor, por ejemplo. Morir de juventud. Varias semanas después por fin le conté a mi padre que dos de los secuestradores estaban escondidos en el desnivel de nuestro terreno. Eso explicaba su supervivencia, el hecho de que ni la Policía ni el ejército los hubiera encontrado. Escuché un carraspeo incrédulo al otro lado de la línea. Preguntó que qué hacían ahí, ¿quién entonces se encargaba de cuidar a Lonsdale? ¿Quién les alcanzaba comida? Preguntas elementales que yo no me había planteado ni por un instante. Esa misma noche les dije a las chicas que yo quería bajar al patio y llevarles hamburguesas a los secuestradores. La que había estudiado en Alemania comenzó a reír y luego se unieron las otras tres. ¿En serio me había creído que esos terroristas se habían refugiado en nuestra propia casa? ¿De qué lugar del mundo venía yo? Esto es una leyenda urbana, my dear, dijo la que había estudiado en Estados Unidos. Tres días antes de que se acabara el semestre y nos despidiéramos para pasar las navidades con nuestros padres, dos noticias terminaron con los restos más tercos de mi ingenuidad. Todos los canales de televisión reportaban el fatal tiroteo
compañeras sobre el pánico que había experimentado en la casa del cabrón rubio, el que aparecía ¡en medio de la toma! Las chicas, acostumbradas a la invención de leyendas urbanas, me miraron con el escepticismo prematuro de las veinteañeras y dijeron que esa historia no me aportaba nada, era una venganza barata. “Aportar algo”, por ese entonces, se refería al tipo de anécdotas o experiencias que te rodeaban de un halo glamoroso y sensual, interesante, que te subían de nivel (arriba, abajo, oblicuo, interior-mina, toda se cifraba en la geometría y en el necesario sacrificio). La segunda noticia no volvió a salir nunca más ni en ese ni en ningún canal de televisión. Eran, claro, “jailoncitos” de la zona Sur y sus excesos y travesuras podían ser borrados de la historia de la humanidad. Explicarle a mis padres por qué debía el semestre completo de la Católica fue, en medio de todo, el verdadero momento de autenticidad de ese año, suyo y mío. Los dos años y medio que me quedaban en La Paz aguardaban por mí con nuevas pruebas, pero ahora estaba lista para arrancar la flor completa, con su aroma y sus espinas. Y aún masticar sus pétalos con la voracidad de una cerda.
Miraba el pasado y sentía que allí, en esa región de intensidad, se había quedado lo mejor de mí. que se había librado entre los secuestradores de Lonsdale y las fuerzas de seguridad del Estado. El italiano que lideraba el Comando y que supuestamente se había escondido en nuestro patio era una de las primeras víctimas. También el propio Lonsdale. Si bien todo lo del refugio en el patio del desnivel había sido una leyenda tejida con alevosía por mis compañeras de apartamento para castigar las novatadas, de alguna manera me sentía cómplice de esa fallida subversión. En serio me hubiera gustado que el líder italiano, un ex jesuita que había ideado toda esa épica, estuviera ligado a mí, a mi tímida revolución, aunque fuese por accidente. Nos unía el equívoco, el haber creído que, por su cielo límpido y sus calles angostas, levitantes y artríticas, La Paz era un lugar domesticable. No sabíamos que así como avanza hacia el cielo, la ciudad puede ensimismarse en sus propias entrañas, como un Saturno narciso y obsesivo. Habíamos habitado apenas su superficie, dando saltitos aquí y allá, como astronautas quisquillosos, y esa ignorancia tenía un costo, el que suele cobrar la Pachamama. La otra noticia apareció una sola vez en un canal alteño alternativo y popular. Tres muchachos que estudiaban en la escuela militar habían sido acusados por una joven de su mismo círculo social de haberla drogado y obligado a participar en una hot party. Con el corazón a mil les conté recién a mis DOMINGO 12 DE AGOSTO 29|18
III
Me acuerdo que una noche, cruzando un puente peatonal, vi una muchachita que caminaba en sentido contrario al mío, apretando un cuaderno. No tenía miedo, no tenía frío. No lo parecía. De a ratos levantaba la cara y miraba el cielo. Era una noche clara, la luz de la luna la dibujaba con tonos pálidos pero precisos, vitales, y por eso tuve la impresión de que era alguien que yo conocía. ¿Estás perdida?, quise preguntarle. ¿Estás bien?, quise cuidarla. Pero entonces, el resplandor de las luces de los autos que pasaban raudos bajo el puente de la Calle 2 la iluminó también desde abajo y algo conmovedor se completó en lo que yo percibía de ella. Cerré los ojos por unos segundos para curarme de todo lo que encandilaba y me acuerdo que pensé que no era una buena idea cruzar esa aura invisible que cubría a la chica, que la empujaba o abducía, como esos ovnis de la imaginación clase B, hacia otras temporalidades. No sé por qué sentí la insoportable melancolía de los sobrevivientes. Me quedé quieta como una estatua de sal y luego me obligué a avanzar hacia el otro costado del puente, no fuera a pensar la muchachita que yo era una suicida, una más. Título original Resplandor. Texto cedido por Editorial 3600. La Paz, 2018. www.paginasiete.bo
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ZONA A LA CARTA Warmisapiens Umami
Ali Pacha para el mundo
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li Pacha es una invitación a cambiar de paradigma. Salir de la estrechez de lo dulce-salado para adentrarse en una aventura de aromas, texturas que construyen una dimensión de sabores infinita, como la naturaleza misma. Sebastián Quiroga, el talento detrás de estos fogones, tiene en este restaurante una propuesta vegana de elevada finura que lo pone a la vanguardia de lo que él llama “la movida gastronómica”. En la “cartelera” actual de Ali Pacha, que cambia su oferta de acuerdo a las estaciones, hay algunos de los platillos más emblemáticos que yo haya probado en estos sus algo más de dos años de vida. Las texturas de choclo con café destilado, bitter de anís, acompañado de crocante de piel de choclo, queso de yuca y una huminta cremosa perfumada de ají, coronados con papel de yuca y api, es una de sus genialidades. Ese secretito de familia para cocer los choclos frescos con un toque de azúcar morena y anís, es sublimado por Quiroga y su equipo de jóvenes cocineros, al punto de convertirse en un viaje a la historia que recuerda el espíritu de la cocina de mi abuela. Los tomates perfumados con eucalipto en cama de puré de papa
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imilla, con leche de puerro, amaranto, aceite de huacataya con hongos seitán, son la esencia de esa armonía con la tierra; te llevan a Mallasa, el alma de La Paz. Dejarse llevar por la propuesta de Ali Pacha es navegar en un viaje que puede llevarte a lugares insólitos entre el trópico y el ande. Una cama de chía hidratada con jugo de naranja, una tira de cochayuyo hidratado en agua (solo para que compares) y otra de éste mismo pero hidratado en maracuyá y deshidratado nuevamente para darle la textura crocante entre ácida y dulzona, es el sumun del ingenio y el profesionalismo de Quiroga que, si bien no pretende hacer comida boliviana vegana, no se escapa a la influencia de estar afincado en el corazón de la ciudad de cielo. Creaciones memorables como ésta son producto de su formación y de mucho trabajo para concebir su idea. Formado en Le Cordon Blue de Londres, Sebastián pasó unos años también en Copenhague, la capital europea con más estrellas Michellin per capita del mundo. Allí trabajó en Studio y Relæ, restaurant galardonado cuya filosofía es ofrecer comidas orgánicas a precios razonables, y donde se ha repensado la profesión para hacer de ella un aporte a la sostenibilidad del planeta. “Esa es mi inspiración”, confiesa Sebastián quien además dio otro salto en su vida estando en la capital danesa. DOMINGO 12 DE AGOSTO 29|18
FOTOS: ALI PACHA / LUIS FERNÁNDEZ
Sebastián Quiroga
“Un día vi el documental Ear thlings (disponible en youtube) y me hice vegano. No quería traer más sufrimiento a mi plato”, cuenta. El resultado de este despertar se palpa en Ali Pacha donde, curiosamente, ese viaje de sabores al que nos embarcan sus menús de degustación, nos llevan a dimensiones donde la carne o los productos animales sobran. Es más, su ausencia a veces no es ni percibida por quienes, desavisados, entran al restaurante, porque este es un palacio de sabores. En 2014, de vuelta al país y con varios años de alta cocina en las espaldas, el cocinero plasmó algo que sólo él tenía en la cabeza. “Quería abrir el mejor restaurante, que reflejara mi vida y cómo fui transformándome”. Una vida imbuida de la conciencia de ejercer una profesión desde la ética que no destruya el planeta, que respete la vida, en un ambiente donde no todos entienden que la sostenibilidad y el futuro comienzan por un plato. Y así fue. Empezó con la remodelación de una casona de su familia donde se descubrieron paredes, cerámicas que hoy adornan Ali Pacha. Los muebles viejos fueron rescatados y reacondicionados tras su paso por la Feria 16 de Julio; madera DOMINGO 12 DE AGOSTO 29|18
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ZONA A LA CARTA
mara de demoliciones se integró, y finalmente aquí todo encaja, pues Sebastián entiende que todos estos elementos son el marco de una cocina con toque personal. Una suerte de hechos que define como “orgánicos”. “Yo quería hacer lo que yo quería. Y si los clientes aprecian la excelencia, sabía que iba a irnos bien”, sostiene. Si aún usted no ha ido a Ali Pacha, déjeme contarle que vegano no equivale a comida de gimnasio. No pretende ser comida light o basada en macronutrientes. El chef la describe más como “comprar un ticket a una obra de teatro y dejarse llevar”. Y si bien tampoco es un restaurante de producto 100% boliviano u orgánico, la cercanía con el gran mercado Rodríguez hace con que muchos de sus insumos vengan por esa vía gracias a Juanita, la verdulera que todas las mañanas rescata lo más fresco, buscando siempre productos orgánicos en medio de tanta verdura de carpa pero con agrotóxicos que abunda en los mercados de La Paz. Comer no es un acto banal. Tiene serias implicaciones más allá del paladar o la salud. Es responsabilidad con las generaciones venideras, con la tierra que provee. Comer debe ser sostenible. Una culinaria así impulsó a Sebastián, y los hechos le están dando la razón. Sí se puede. El cocinero tiene muy claro este panorama. “Mi restaurante tenía que ser vegano porque soy parte de una industria que e s t á d e s t r uyendo el planeta y la responsabilidad que siento como cocinero es hacer conocer este otro lado”. La confianza de esta cocina hizo que cuando abrió puertas decían a la gente que si no le gustaba, no pagaba. Hoy los turistas foodies leen reseñas de Ali Pacha en revistas especializadas mundo afuera y viajan para comer aquí. Ya los comensales locales llegan de todos los cantos de la hoyada a la calle Colón para comprobar que hay una dimensión gastronómica lejísimos elevada, lejos de una común hamburguesa de quinua. Estas aceras aplanadas que tienen más pollerías que gente, son un escenario inusual para plantar un restaurante de comida de autor. No obstante la gente ha respondido a la idea y en un año Ali Pacha dará el mayor salto de
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la culinaria boliviana abriendo una sucursal en una capital mundial. Instagram Twitter Spotify: @warmisapiens Facebook: @LaWarmisapiens Facebook: @alipacha Instagram: @alipacha.restaurante
La gente ha respondido a la idea y en un año Ali Pacha dará el mayor salto de la culinaria boliviana abriendo una sucursal en una capital mundial.
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FOTO JAVIER PAREDES
LucÃa Camerati
Aroa Moreno de la A a la Z
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VERBORREA
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a venido a la Feria Internacional del Libro de La Paz trayendo realidades desde su novela La hija del comunista. Premio El Ojo Crítico 2017. Madrileña, periodista, poeta, ama el tango, le hubiera gustado ser médico pero es muy cobarde; o músico, pero señala no tener el don. Pero vaya que tiene el don de la escritura. Lean esta verborrea y querrán leer todos sus libros. Se le agradece su visita.
ALMUDENA GRANDES.– Una escritora valiente y generosa que está arrojando luz donde otros obligaron a las sombras. En Episodios de una guerra interminable está narrando la intrahistoria de la posguerra de España. Una maestra del oficio de escribir. Admiración y deuda. BERLÍN.– El muro, el Spree, la Bernauer Strasse. Los mapas soviéticos y el desvelo. Mi hijo con seis meses en el Cuartel de la Stasidormido durante horas. Mercedes, Nuria y María. El café Sybille. David dentro de mi novela. La Alexanderplatz. Ventanas sobre la Historia. El beso de Breznev. Ostalgie. La ciudad que atravesó el siglo XX. CERVANTES (PREMIO).– 43 premiados. Solo 4 mujeres. Un desequilibro muy injusto. DE SCUBRIMIENTOS.– ¿Será la edad? ¿Serán los años que me han vuelto aún más nostálgica y me encanta el re-descubrimiento? Volver a los libros, volver a la música, a las calles, los olores, los vacíos. EXILIO.– Exiliarse es partirse el corazón. Apagar las luces de la casa y no mirar atrás. Da igual el motivo: económico, político o seguridad: salvar la vida. He indagado en el exilio porque me interesa el desarraigo en los personajes. Saber a qué se agarran cuando las raíces han sido extirpadas, dónde pasa a residir la identidad del que se ve forzado a dejarlo todo. Las migraciones son el drama humano de nuestros días. FRIDA KAHLO.– La casa azul de Coyoacán. El mercado junto a la casa azul de Coyoacán. Los tacos del mercado junto a la casa azul de Coyoacán. Alejandro comiendo tacos del mercado junto a la casa azul de Coyoacán. Yo pensando en Frida y Diego mientras Alejandro come tacos en el mercado junto a la casa azul de Coyoacán. Viva la vida. Paloma negra. Quiero estar ahí. Ahora.
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GARCÍA LORCA.– Porque yo quise olvidar y puse un muro de piedra entre tu casa y la mía. Es verdad. ¿No lo recuerdas? Y cuando te vi de lejos me eché en los ojos arena. Pero montaba a caballo y el caballo iba a tu puerta. Con alfileres de plata la sangre se puso negra, y el sueño me fue llenando Las carnes de mala hierba. que yo no tengo la culpa, que la culpa es la tierra y de ese olor que te sale de los pechos y las trenzas. Una y mil veces repetido. HOLOCAUSTO.– Aquella Alemania. Barbarie. El límite más que roto. La memoria. No repetir. Recordar s i e m p r e . Aus c hw i t z . Dac h a u . Sachsenhausen. Bergen-Belsen. Treblinka. Varsovia. Buchenwald. Varsovia. No hace tanto tiempo. Si esto es un hombre, de Primo Levi: lectura imprescindible. INFANCIA .– Mamá conduciendo de vuelta a casa todas las tardes. Mamá llegando de noche al borde de mi cama. Analgésica mamá. Mamá embarazada de mi hermana. Mamá regresando de despedirse de su madre. Mamá corriendo la cómoda para impedir el paso a los ladrones. Getafe-Torrelodones. JET LAG.– Síndrome transoceánico. Desequilibro producido entre el reloj interno de una persona y el nuevo horario que se establece al viajar entre largas distancias
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y regiones horarias. A veces, no tiene cura. A veces, desubicación permanente. Todavía una noche. O lo que es lo mismo: Citlaltépetl. O Pico de la Estrella. K AFKIANO.– Las conversaciones sobre el amor. LA HIJA DEL COMUNISTA.– Es Katia. Es el padre de Katia. Es Lara. Es mi hijo. Es su padre. Es Lavapiés. Es urgencia. Es soledad y compañero. Es el 12 de diciembre. Es azul. Es Vaterland. 15 (M) Sí, se pudo. Fue un golpe sobre el tablero. La revolución que comenzó junto a mi casa. Los sin futuro girando el timón de la política. Una primavera revolucionaria en la Puerta del Sol. El año en que se habló de política en la barra de todos los bares.
La tolerancia de lo diametralmente opuesto. Sin conclusiones ni concesiones. Un mito de nuestra literatura y una alargada sombra para los que escribimos en español. ROUAULT EMMA.– Uno de los personajes de los que menos esperaba cuando abrí la novela de Flaubert y que más duramente me abofeteó. Parece que al ser un clásico, su lectura solo podría comprenderse encajándola en un contexto histórico muy determinado. Y sin embargo, Flaubert arroja delante del lector actual muchos de sus males. Debajo de Madame Bovary, despojada de toda enfermedad y condiciones, seguía Emma. SILVINA OCAMPO.– En tu jardín secreto hay mercenarias dulzuras. TECL ADO.– El sonido del teclado a las cinco de la mañana rompe el silencio en la cocina de mi casa. Maltratado. Golpeado o intacto. Enseguida viene el sol a apartar la oscuridad, a decir: vuestro tiempo se acaba. Apuren el último café juntos. Despídanse. Ya no sé escribir a mano. Me duelen los dedos. UBER.– Nunca lo he utilizado. ¿Soy de otro planeta?
NADIE.– Soledad, aquí están mis credenciales. ESPA(Ñ)A.– A veces, madre. Otras, madrastra. El país donde nací. Donde regreso. Un país de patria débil. Y mucha soberbia. Un país desmemoriado. Y muy vivo. OTREDAD.– Qué palabra tan fea para reconocer al otro. Para identificarnos como uno. Las palabras terminadas en -dad me sugieren soberbia. PERIODISMO.– El oficio. El oficio. El justo e injusto desprestigio. Conocer y encontrar. Aprender a narrar. La herramienta. Si en algo me he desgastado en esta vida ha sido defendiendo mi profesión. Que poco tiene que ver con las decisiones editoriales y las empresas de comunicación. QUIJOTE.– Alonso Quijano y Sancho Panza. La vida en cara y cruz.
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VOCACIÓN.– Mi abuelo leyéndome poemas. Gloria Fuertes. Mi libro subrayado de Machado. Mi libro maltratado de Neruda. Versos en todos los cuadernos. Versos en miles de cuadernos. Mucho ripio hasta llegar al poema. Sylvia Plath sentada en el autobús. Los talleres en los sótanos de Madrid. Los recortes de periódico en la mesa de desayuno. Disfr utar. WORD.– Página en blanco. Parpadeo. Guardar como. YOUTUBERS.– Los libros aguantan de todo, incluso, pantallas. Una vez, confesión, me encargaron la redacción del libro de un Youtuber. Él tenía aún menos interés en el libro que yo. Dejémoslo ahí. R EC H A(Z) O. – Bofetada que no deja marca. Por fuera.
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FOTO ARCHIVO FAMILIAR
Blanca Wiethüchter
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RETRATO Valentina Villalpando Wiethüchter
Nuestra señora de las nieves Luz brillante que no se extingue. A Blanca se la conoce a través de su poesía. Cada pequeño libro es una pieza de sí misma, como niña, como mujer y como madre. La recuerdo cuidando de la hoguera y de lo vivo; escribiendo en el estudio, en la cama, a veces en el comedor, o en el rincón cruceño, el lugar más caliente de la casa donde aprovechaba el sol de montaña. A veces, su letra no la entendía ni ella misma, o la coca-cola se acababa, o los cigarrillos llenaban de humo la casa. Pintaba de rojo sus labios antes de salir a leer o presentar un nuevo libro, una especie de ritual. Había mucho terciopelo en el ropero y ágatas azules en el cajón del velador. La recuerdo con ese cabello ruloso y los que la conocieron tampoco olvidarán su risa. Blanca, de origen germano, blank: brillante. De pura casualidad escribo en su santoral un 5 de agosto, Nuestra Señora de las Nieves. Un pequeño homenaje al canto de sus palabras que ennoblecen el corazón como un regalo fuera de este mundo. Un misterio sin resolver existía en su mirada, un sueño enigmático y profundo surgía de los versos cargados por su voz. Y como la nieve no abandona a la montaña alta, Blanca aloja su poesía en el lago místico del altiplano, habiendo devuelto su inspiración al destello de sus aguas.
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C A RT E L E R A #DíasDeCine Isabel Navia
El cine de Isabel Coixet
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STA CATALANA, nacida en Sant Adrià de Besòs en 1960, ha dirigido 22 películas desde 1984 y es la primera directora en ganar dos veces el Goya a la mejor dirección. En total ya tiene 8, además de otros varios premios. En 2017 su largometraje La librería ganó el máximo galardón del cine español a la mejor película, además de mejor dirección y mejor guión adaptado. Isabel Coixet es también una cineasta que trabaja frecuentemente en documentales y proyectos que promueven los derechos humanos y la lucha contra la violencia de género. Actualmente está rodando su nueva obra, Elisa y Marcela, dos mujeres que se casaron en La Coruña, el año 1910, convirtiéndose así en el primer matrimonio homosexual registrado en España. La directora ha comentado que al conocer esta historia supo que quería contarla, por la valentía y el coraje de esas mujeres que desafiaron a la sociedad, a la Iglesia y a los convencionalismos de la época. Producida por Netflix, estará en nuestras pantallas en 2019. Mientras tanto, esta es la selección imprescindible de las que considero sus mejores películas: COSAS QUE NUNCA TE DIJE. España, 1996. La primera película en idioma inglés de esta directora, cuenta la historia de dos jóvenes que se descubren casualmente por teléfono. Ella llama a una línea de prevención de suicidios y él le contesta. La búsqueda del amor real, sin fuegos artificiales, pero tangible y auténtico, es la marca de estos dos seres que se encuentran y se pierden más pronto de lo que ellos mismos imaginan. A LOS QUE AMAN. España, 1998. El sufrimiento del amor imposible está en cada secuencia. Ambientada en el
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siglo XVIII, es una película de estilo, de corte intimista, no apta para salas que buscan romper taquilla. Con un gran diseño de arte y vestuario, cuenta con la actuación de Mónica Belluci, en un papel secundario pero no por ello intrascendente. MI VIDA SIN MÍ. España-Canadá, 2003. Ganadora de dos Premios Goya. La vida de Ann, a sus 23 años, es una hilera de dificultades, su historia es la de muchos. Vive en una caravana, es madre de dos niños, tiene un marido desempleado, una madre amargada y un padre preso. Trabaja como empleada de limpieza, de noche, en una universidad a la que sueña con asistir en el día, sabiendo que nunca lo hará. Con todo, Sarah Polley seduce en un personaje que trasciende lo mundano y transmite sutil y profundamente a un ser sorprendentemente maravilloso.
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LA VIDA SECRETA DE LAS PALABRAS. España, 2005. Ganadora de cuatro Premios Goya y de un Ariel a la mejor película iberoamericana, tiene como protagonistas a dos grandes: Sarah Polley y Tim Robbins. Ella, introvertida y obsesiva es operaria en una fábrica; cuando la obligan a tomar vacaciones que tiene acumuladas, toma un trabajo como enfermera en una plataforma petrolera en medio del mar para cuidar a un hombre que ha sufrido quemaduras y está ciego. Este encuentro desencadena una extraña intimidad y el descubrimiento de cómo la fortaleza del espíritu humano puede sobrellevar sufrimientos innombrables. PARÍS, JE T’AIME (EPISODIO BASTILLE). 2006. Un breve e intenso cuento dentro de esta película, dirigida por varios directores, con relatos alrededor de los barrios de París. ELEGY. Estados Unidos, 2008. Con un seductor Ben Kingsley, una jovencísima Penélope Cruz y el inolvidable Dennis Hopper, es la historia del encuentro de un veterano profesor universitario con una de sus estudiantes y las imprevisibles consecuencias de lo que en principio parece ser una simple aventura. MAPA DE LOS SONIDOS DE TOKIO. España, 2009. Aunque Ferrán Adriá la describió como una “maravillosa película de amor, sexo, pasión y comida”, no tuvo una buena recepción por parte de la crítica. Relata las vicisitudes de una asesina a sueldo que vive discretamente como empleada en una pescadería. Tiene un airecillo a Murakami, que se deja. AYER NO TERMINA NUNCA. España, 2013. Se estrenó en el Festival de Berlín y fue muy bien recibida por la crítica. Una película minimalista en lo formal, pero adecuadamente sustanciosa en guión. Las actuaciones de Candela Peña y Javier Cámara, únicos personajes durante toda la película, son magistrales. La crisis de España, abrumada por recortes, se manifiesta en las vidas personales, familiares y profesionales de esta pareja que se reencuentra después de varios años en un edificio abandonado. APRENDIENDO A CONDUCIR. Estados Unidos, 2014. Ben Kingsley y Patricia Clarkson protagonizan esta entretenida comedia dramática. Relata la singular amistad entre dos personas que rondan los sesenta años y provienen de mundos tan opuestos como la élite de Manhattan y un pueblo de India. Ella es una escritora con un matrimonio en picada y él es un refugiado que trabaja como taxista. NADIE QUIERE LA NOCHE. España, 2015. Una película insólita, ganadora de 4 Premios Goya, que nos regala el trabajo de Juliette Binoche y Gabriel Byrne. Se basa en una historia real y está ambientada en 1908 en Groenlandia. Ella es una mujer rica y refinada que va al Ártico para reunirse con su esposo, el explorador Robert Peary, pese a todos los consejos en contra, debido a los riesgos que este viaje representa. El viaje pone a prueba su resistencia no solamente física, sino mental y espiritual. (Disponible en Netflix).
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Aprendiendo a conducir
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HISTORIETA CTX
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