6 minute read
Mi peregrinaje a la India: Un viaje de transformación profunda
from Sadhana #41
Por: Sati Devi Dasi
Inició el viaje al corazón de la India, que en realidad es un viaje hacia nuestro propio corazón, un viaje de transformación profunda. Una vez que estuve de regreso sentí que algo en mí había cambiado y que el haber vivido experiencias completamente extra cotidianas, hicieron que yo me enfrentara a partes de mí que no conocía… Aún sigo asimilándolo.
Advertisement
Llegamos al aeropuerto de Nueva Delhi, la capital de India, donde nos recibió un enorme mural con estatuas de manos que salen de la pared formando los mudras o gestos de la tradición del Yoga. Una gran cantidad de gente, rostros y vestimenta completamente distintos.
A la salida nos esperaba nuestro transporte y dado que llegamos de madrugada, pudimos contemplar directamente la belleza del sol naciente. En las calles de Nueva Delhi se observan muchos árboles, uno que otro mono trepado por las ramas, y muchos carros, muchos, muchos carros y rickshaws (moto taxis) que se mueven rápidamente y se entrecruzan con el sonido de sus bocinas a todo volumen… No lo hacen con agresividad ni de forma defensiva, las bocinas son utilizadas con naturalidad como aviso. A nosotros nos chocaba un poco, pero para ellos esto es normal, y una vez que te acostumbras y entiendes la idiosincracia, ves todo de forma distinta.
Lo que más me emocionaba desde el principio era conocer en persona a nuestra bella sangha “online”, ya que con varios nos habíamos estado tratando durante meses en las sesiones de meditación por Zoom en la “Dicha de Meditar” y era la primera vez que compartiríamos en vivo y en directo.
Debo decir que conocer a estas almas fue mucho más bello de lo que esperaba, a pesar de ser un gran grupo se sintió la fluidez, solidaridad y respeto hacia la peregrinación que emprendimos en conjunto.
Fuimos a muchos templos, lugares turísticos, ashrams y demás, pero puntualizaré aquellos que más tocaron mi corazón.
India reúne a varias tradiciones religiosas, hinduismo, islam, sufismo, cristianismo, entre otros, y cada una tiene sus ritos y espacios de reunión particulares, pero encontrar un lugar como el Templo de Loto, de la fe bahai, el cual se construyó precisamente como centro de congregación de todas las religiones, nos permite regresar a esa sabiduría profunda que la búsqueda es el amor dentro de esa diferencia; es la unidad.
En Agra visitar el Taj Mahal (Corona de los Palacios) fue alucinante, primero por el nivel de trabajo artístico, una obra que tardó 22 años en construirse y toda la estructura está hecha en mármol con incrustaciones en distintos tipos de piedra (rubíes, zafiros, madre perla, obsidiana, malaquita, etc.), detalles tan finos y abundantes. Y segundo, que este mausoleo es una gran representación arquitectónica del insondable amor que sentía Shah Jahan, emperador mogol, hacia su esposa, Mumtaz.
Todo lo que se conoce al pasear por los jardines de este recinto es deslumbrante. La información que nos proporcionaban los guías, muy versados en todo lo que a los monumentos y la historia concierne, era complementada con enseñanzas espirituales y datos importantes y curiosos que nos daban Arjuna y Cintamani.
La llegada a Vrindavan me removió el corazón de maneras que todavía sigo descubriendo. Este pueblo ubicado en el estado de Uttar Pradesh, fue la tierra sagrada donde Krishna vivió muchos de sus pasatiempos, donde todos te saludan, te despiden, y te piden paso con un “Radhe Radhe”, en mención de su eterna amante Radha. Ahí nos hospedamos en el Mungir Mandir, un ashram bellísimo donde todas las mañanas a partir de las 4:30 empiezan los rituales de salutación a las deidades con cantos y oraciones. El kirtan o canto devocional está presente permanentemente, y la verdad, a pesar de que hubo momentos en que me sentí agotada y abrumada porque caminábamos e interactuábamos todo el día, de alguna manera sentía que los cantos me sostenían, que en realidad mi alimento más vital fueron los mantras.
Uno de los días en que estábamos en Vrindavan viajamos en dirección a Govardhan, pasando por lugares donde el señor Krishna jugó con las gopis, donde se enfrentó a deidades y demonios. Nuestra primera parada fue Kusum Sarovar, lugar de juegos de Radha y sus amigas, donde ella recogía flores para Krishna. Aprovechamos el amanecer aquí, uno de los templos más bellos que he visto, con sus cúpulas color rosa pálido y su gran estanque de agua, donde varios sadhus hacían sus abluciones matutinas y donde el sol del crepúsculo nos acompañó durante una hermosa meditación guiada por mi maestro.
Y cuando pensamos que esto era lo más lindo que nos podía haber sucedido, tuvimos una sorpresa aún más grande: Vishwambar (uno de los miembros de la famosa banda de kirtan “Mayapuris”), nos acompañó, junto a su grupo de peregrinos y estudiantes de música a sentarnos en los ghats de Kusum Samovar, a hacer kirtan. La energía del lugar y del momento era perfecta, todos cantaban y bailaban, la devoción se sentía a raudales. Mi corazón se sentía lleno.
Después de esta extática mañana fuimos al sagrado monte Govardhan, donde escuchamos el pasatiempo de Krishna en el cual levanta la montaña con su dedo meñique y salva a la gente del diluvio. ¡Yo no podía creer que estaba en ese lugar del que tanto había leído en el Bhagavata-purana! Volvimos al canto devocional sentados en tierra sacra, con el corazón completamente desbordado, las lágrimas brotaban de mis ojos, era casi un sueño, algo que no podía comparar con nada que hubiera vivido antes, algo que hasta el día de hoy me eriza la piel cuando lo recuerdo.
La siguiente parte del viaje fue una total aventura. Llegar de Jaipur a Varanasi fue toda una travesía (casi 15 horas), y si algo te enseña la India es que todo puede pasar y eso implica cultivar la paciencia. Una vez más, el kirtan y las enseñanzas de los maestros fueron lo que nos mantuvieron centrados y calmados en medio del caos. Llegamos a esta maravillosa tierra de Kashi, tan conocida por el paso de la Madre Ganga (Río Ganges), sus crematorios y por ser la morada terrenal del Señor Shiva. Aquí tuvimos la oportunidad de visitar una auténtica casa local, la casa del Dr. Rami, médico ayurvédico experto en aromaterapia y destilación de esencias. Callejuelas coloridas y estrechas nos guiaron al hogar/laboratorio del doctor, quien amablemente nos recibió con un típico chai con leche de su propia vaca, nos habló de su trabajo, y nos compartió sus conocimientos acerca de las plantas y esencias medicinales.
Los días anteriores a nuestro arribo a Varanasi el Ganges había crecido mucho: los ghats habían desaparecido por la subida del río y la corriente estaba tan fuerte que no era posible entrar en sus aguas; pero justo el día que llegamos levantaron la prohibición y tuvimos la oportunidad de tomar un bote para navegar en el río. Desde este punto privilegiado observamos la tradicional ceremonia de fuego en honor a la Madre Ganga, el “Ganga Arati”, que se realiza todas las tardes. En la madrugada del día siguiente, una vez más la Madre nos permitía visitarla, meditar sobre sus aguas y ver el amanecer desde su cauce. Para finalizar el viaje llegamos al poblado de Rishikesh en el estado de Uttarakhand, donde el paisaje cambia, es montañoso y fresco, ya que estamos más cerca de los Himalayas. Nos hospedamos en el Swami Rama Sadhaka Grama Ashram, regresando un poco a la fuente, a las raíces. Este sitio era muy especial para nosotros porque es una de las ramas de donde viene la tradición de nuestra escuela Yoga Rahasya.
Fue ahí donde Swami Veda Bharati impartió tanta sabiduría, y transmitió muchas de las enseñanzas de varios maestros, pero por, sobre todo, de su maestro Swami Rama de los Himalayas.
Aquí pudimos compartir la práctica ritual, el sadhana. Todas las mañanas a las 5:30 empezaba la práctica de pranayama y ásana que concluía con una profunda meditación. El silencio y la meditación son pilares fundamentales en el yoga del Himalaya, por lo que la paz y tranquilidad eran palpables en todo momento en este lugar. Las horas de las comidas eran avisadas por medio de una campana que hacía que los sadhakas se acercaran al comedor a compartir los alimentos de manera discreta y sin hacer ruido. Los días que estuvimos en el ashram aprendimos mucho sobre filosofía, pranayama, meditación, compartimos con los distintos maestros del lugar y tuvimos diversas prácticas físicas y teóricas. ¡Disfruté tanto estas clases! Me dejaron claro que más allá de ser profesora de yoga seré siempre una estudiante.
Durante el viaje tuve la oportunidad de conocer más a la sangha, de conectar, reír, coincidir, meditar, estar en tranquilidad. Pero además tuve la dicha de compartir con mi pareja, quien viajó conmigo. Este peregrinaje abrió puertas para preguntarnos quiénes realmente somos, en qué creemos, conversar acerca de esto. Lo místico está tan presente en esta peregrinación espiritual… y muchas veces la mente quiere razonar, explicar, encasillar. Yo no tengo una respuesta concreta, pero sólo sé que yo no “creo”; yo siento profundamente en mi ser ese llamado, esa chispa divina que me abraza y me sostiene y que me permitió vivir esta experiencia desde el lema que siempre decimos en Yoga Rahasya: “Pensando menos y sintiendo más”.