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Redes sociales y autoestima

Tanto niños, jóvenes como adultos muchas veces caemos en la tentación de actuar o pensar de cierta forma, en busca de homogenizarnos con nuestro grupo social. Ya lo explicaba Eric Fromm, en el “Arte de Amar”, que la ansiedad que nos produce la sensación de estar separados nos lleva en uno de los intentos de sortear tal angustia a buscar asemejarnos lo que más podamos a la masa. Él dice que se trata de una unión en la que el ser individual desaparece en gran medida y cuya finalidad es la pertenencia al rebaño. Si soy como los demás, si no tengo sentimientos o pensamientos que me hagan diferente, si me adapto a las costumbres, las ropas, las ideas, el patrón del grupo, estoy salvado, salvado de la temible experiencia de la soledad.

Exploremos qué es la sensación de separatividad y de dónde proviene. Cuando estamos en el vientre materno, estamos conectados con nuestra madre y todas nuestras necesidades están satisfechas. No siento frío, no siento calor, hambre o incomodidad. Es un estado donde no existe la noción de que somos diferentes al medio. Luego nacemos y llegamos a un mundo donde hay sensaciones, de repente tengo hambre, dolor, incomodidad. De repente debo llorar para conseguir aquello que antes se me daba automáticamente. Con los años, el niño comienza a comprenderse separado de los demás, de su madre. Comprende que existir es sinónimo de incertidumbre. El hombre desarrolla conciencia de sí mismo, como un ente separado de los demás. Esta noción lo llena de angustia y lo llevará a buscar toda la vida formas de sortear esa sensación y buscar la conexión con los otros. Eric Fromm propone que hay 4 formas de superar la sensación de separatividad: la unión orgiástica, la conformidad con el grupo, la actividad creadora y el amor maduro.

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Adicionalmente, debemos contemplar que cuando el hombre era cazador y recolector, el quedar excluido del grupo podía en la mayoría de las veces significar la muerte. Entonces, es comprensible el temor tan primario que tenemos a ser rechazados, a hacer las cosas que el grupo nos pide para “pertenecer” aunque no vayan con nuestros valores y principios. Podríamos decir que nuestro cerebro está “cableado” de esa forma, asocia rechazo a riesgo de muerte. Hoy en día, afortunadamente, esta asociación no necesariamente es cierta, sin embargo, implicaría un esfuerzo consciente y comprometido para “re cablearnos” de otra manera, en que puedo tomar mis decisiones de forma madura y acordes a lo que me hace bien a mí y a mis intereses y no porque es lo que dicta la masa. Exploremos ahora como los regímenes actuales nos convencen de pertenecer a esa gran masa a través de los medios y en especial hoy en día a través de las redes sociales. Las redes sociales pueden ser un extraordinario instrumento para mercadear productos y servicios que brindamos; sin embargo, cuando está orientado a mercadear nuestra vida privada, tiene un precio muy alto que debemos pagar. Cuando gastamos nuestro tiempo en ver las redes sociales, sin tener el cuidado de hacerlo desde una postura crítica, caemos en el riesgo de dejar entrar en nuestro sistema de creencias todo aquello que vemos. Comenzamos a comparar nuestra vida con la de los demás, comenzamos a envidiar lo que otros tienen y nosotros no, comenzamos a creer que lo que a una persona le hace feliz, también le hará feliz a las demás, sin experimentar si efectivamente eso es así.

¿No te ha pasado que cuando te vas y te compras los zapatos que están de moda, creyendo que eso te iba a hacer sentir genial, llegas a casa y te sientes más vacío que nunca?, ¿qué pasó ahí? Pues que falsamente creíste que al poseer aquellos artículos que la “moda” te dice que te harán felices, te das cuenta que no van contigo. Que eso no llena los cuestionamientos que sentimos a nivel existencial. Un zapato es solo un zapato.

Las redes sociales inoculan en nuestro ser, el repertorio completo de lo que significa ser “exitoso”, ser “feliz”, y si no estamos vigilantes de nuestros propios valores y creencias, lamentablemente terminaremos “comprándonos” el paquete completo. El antídoto es estimularnos a nosotros mismos y a los jóvenes a invertir tiempo en descubrirnos. Procurarnos experiencias que nos permitan ir conociendo las cosas que nos gustan y las que no, realmente comprobar por nosotros mismos todo lo que caiga en nuestra red mental. Estimular a la juventud a que construya su propio sistema de creencias y valores es estimular desde tempranas edades a que las personas lleguen a ser adultos maduros. La madurez debe ser un acto deliberado y no la tradicional creencia que es algo que llega inevitablemente con la edad.

Adicionalmente, cuando estimulamos en la juventud el autoconocimiento, de forma conjunta estimulamos a las personas a valorar su vida. Esa noción tan valiosa y tan poco “de moda”. Por pertenecer, olvidaremos qué nos hace bien a nosotros mismos, aun cuando eso atente contra nuestra seguridad física, emocional y relacional. No podemos amar a alguien si no lo conocemos. Lo mismo aplica para con nosotros mismos. Si no nos conocemos, difícilmente valoraremos nuestra vida y obraremos para preservar nuestro bienestar en todo sentido.

Creo que es más actual que nunca, la necesidad de estimular a que las personas cultiven su unicidad, cultivar aquello que los hace únicos e irrepetibles y no sacrificar su libertad de permitirse quienes son por pertenecer a una masa que no piensa en el bienestar de sus individuos, solo intenta hacer grandes cantidades de consumidores predecibles.

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