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El Ajicero

Despierto, abro los ojos y por unos segundos me desoriento, estiro la pierna en busca de los pies de mi leona, espabilo y recuerdo que no estoy en mi casa, ahora estoy en Guatemala, Indonesia o España, limpio mis ojos, me estiro, respiro profundamente y exhalo este nuevo aire mientras digo “gracias”.

Pensar que en un universo paralelo me estaría apurando a mi trabajo de cinco a nueve, camisa bien planchada y una corbata que me apretaría el cuello todo el día, agradezco de nuevo haber tenido la oportunidad de decidir sobre el futuro de mi vida y el coraje o la ignorancia de recorrer el camino menos transitado.

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Empecé por mi afición al arte y al dibujo, tenía como quince años la primera vez que dañé un brazo, aunque en ese tiempo me sentía el mismísimo Caravaggio. ¿quién hubiera pensado que ese gustito por las formas en la piel, agregando un poco de placer al ver sufrir a mis amigos, terminaría siendo la pasión de mis días?.

Era verle a mi mamá entre lágrimas y gritos, expresar que su hijo, el ingeniero, botaba todo su futuro por la borda para ser un delincuente droga- dicto pandillero rayado pitepo- llo y todos los pecados capitales que se le podían poner a los que se dedican a esta profesión.

Y era comprensible, en parte tenía razón, el tatuaje estaba destinado lamentablemente para proscritos, para gente que vivía al margen de la sociedad, pero no sé porqué, mi sentido del tatuaje siempre fue la perpetuación de historias, no necesariamente que hablen de cosas anárquicas ni que te inciten a la autodestrucción. Mientras más entraba en este mundo, mis obras mutaban desde dibujos tribales sin sentido a símbolos que representaban un momento indeleble para mi víctima de turno, empecé a darme cuenta que mi función en esta vida era la de un cuentacuentos.

Claro que hubo tentaciones, todas las imaginables, pero el hombre que las tiene claras no cae aunque quieran empujarlo y ahora, con más sabiduría, esas tentaciones están en todo lado y es más fácil que se caiga, cuando toda tu vida te las han negado, y el que cae en vicio, puede hacerlo con tatuajes o con un traje de marca.

Mi vicio, lo confieso, es dibujar, todo el día, todo el tiempo, imaginar cómo las personas viven atrás de las puertas de sus casas y francamente casi alucino cuando comparten conmigo una buena historia, como esta hermosa poesía Maya.

“Sembramos árboles con la esperanza de cosechar pajaritos”

Sigo sembrando mis árboles y ya he visto volar a mis pajaritos, me di cuenta que es verdad que te encuentras a muchos estereotipos del tatuador criminal, pero por suerte, también te encuentras a muchísimos maestros que también decidieron ser cultivadores de cuentos.

Ahora mi mamá me llama de vez en cuando preguntándome en qué lugar del mundo estoy y me dice con nostalgia que yo estoy cumpliendo sus sueños, que tiene clientes para mí y que está orgullosa de haberse equivocado, hoy es mi fan número uno y eso me da paz, porque si pude cambiar el pensamiento de la persona que más me ha amado, no me importa lo que piense de mi toda la sociedad.

Hablo con Amelia por un momento, me cuenta que está bien en el cole y que tarde tiene clases de canto, me despido con un beso y me pongo a imaginar cómo dibujar el universo en un antebrazo, mientras tomo un café frente al mar.

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