Alumno del octavo semestre de arquitectura en la Universidad de Montemorelos en Nuevo León, México
Marzo 2020: fecha en la que el mundo se derrumbó ante una pandemia que comenzaba a cobrar vidas alrededor del mundo. Las oficinas, así como las escuelas, cerraron sus puertas para evitar la propagación del ahora tan conocido COVID-19. Y fue entonces, cuando todos los espacios de trabajo se redujeron a simples rincones dentro del hogar que han sido cómplices de largas horas de trabajo, la mayor parte del tiempo frente a una pantalla.
La necesidad del ser humano de contar con un espacio donde laborar o estudiar nos obligó a apropiarnos de distintos lugares de nuestra vivienda para su uso diario. Ya fuera para cumplir con responsabilidades escolares, laborales o incluso para asistir a la distancia a reuniones sociales “seguras” con aquellos a los que llamamos amigos, conocidos, familiares o compañeros -gracias a la tecnología, mediante softwares de videochat por internet-, nuestras viviendas se transformaron en una multiplicidad de espacios.
En algunos casos, convertimos el comedor en una sala de reuniones de carácter formal para el trabajo, o nuestra recámara se transformó en nuestro salón de clases. Y ante el deseo de personalizar un lugar de trabajo y hacerlo atractivo visualmente, algunos agregamos plantas, algún objeto decorativo o simplemente aquellos elementos útiles para realizar las actividades del día a día; muchas veces complementando el paisaje un tanto bizarro de los platos del desayuno del día anterior que aún seguían ahí.
Nuestro rincón virtual de trabajo o de socialización ha jugado un rol de gran importancia en la continuidad y la productividad durante esta pandemia. Es por esto que en Memorias y remembranzas de un rincón virtual, se pretende plasmar para la posteridad dichos espacios mediante fotografías en las que se distingan los diversos usos que les hemos dado, y las adecuaciones que les hemos hecho a los rincones de nuestros hogares.